LIBERACION (ESPIRITUALIDAD DE LA)

SUMARIO: I. Génesis de la espiritualidad de la liberación: 1. Dimensiones liberadoras de la espiritualidad cristiana; 2. La experiencia cristiana en América Latina y el acento en la libe-ración; 3. De una pastoral liberadora a una teologí­a y una espiritualidad de la liberación – II. Principales caracterí­sticas de la espiritualidad de la liberación: 1. Experiencia de Dios que cuestiona la injusticia e invita a una conversión; 2. Contemplar y seguir a Cristo como liberador; 3. Conciencia de la acción renovadora y liberadora del Espirito en los «signos de los tiempos»: 4. La dimensión polí­tica de la caridad; 5. Pobreza y esperanza; 6. Contemplativos en el trabajo de liberación; 7. Ascesis insertada en la vida y en el trabajo de evangelización liberadora; 8. Nuevo enfoque de la devoción mariana – III. Perspectivas de una espiritualidad de la liberación.

I. Génesis de la espiritualidad de la liberación
1. DIMENSIONES LIBERADORAS DE LA ESPIRITUALIDAD CRISTIANA – La espiritualidad cristiana es esencialmente libera-dora: «Para que gocemos de libertad, Cristo nos ha hecho libres», escribí­a Pablo a los Gálatas, a propósito del conflicto con la praxis judaizante (Gál 5,1). La vivencia cristiana, definida por el mismo Pablo como vida «en Cristo» y «vida en el Espí­ritu» (cf Ef 1,3-10; Rom 8,9-10.15), que se acoge por la fe, se ex-presa en la caridad y se vive en la esperanza, tiene un dinamismo liberador en la lí­nea personal y social. Estas tres actitudes de respuesta de la «nueva creatura» a Dios, que le ha comunicado el Espí­ritu de vida como nueva ley escrita en el corazón (cf Rom 8,2), conducen a la libertad; una libertad que lleva a servir a los hermanos (cf Gál 5,13-14).

Esta espiritualidad cristiana liberadora se vive en las circunstancias concretas de la historia. Por esto, aun siendo la misma para todos los miembros de la Iglesia en los diversos géneros de vida, se caracteriza de modo diferente. La única existencia cristiana se diversifica por su riqueza inagotable y por las condiciones de vida. De allí­ surgen experiencias variadas que llevan a dar prioridad a un aspecto o a una perspectiva, a unos medios sobre otros. La espiritualidad, vista así­, es una forma de vivir la vida cristiana, un dinamismo que proyecta a una acción concreta desde las perspectivas evangélicas y sostiene la esperanza activa del creyente.

2. LA EXPERIENCIA CRISTIANA EN AMERICA LATINA Y El, ACENTO EN LA LIBERACIí“N – La experiencia cristiana en los paí­ses del Tercer Mundo, en especial en América Latina, está influenciada por las transformaciones del mundo y de la Iglesia de hoy, pero, al mismo tiempo, vive circunstancias particulares. Ellas han originado vivencias y tendencias, han matizado actitudes y reforzado valores. En una palabra, han ido dando a los cristianos insertados en la evangelización liberadora un estilo propio, una espiritualidad caracterí­stica en el momento actual, que recuerda a todos los creyentes los aspectos liberadores de la obra y de la doctrina de Cristo. A partir de la II Conferencia General del Episcopado Latinoamericano (Medellí­n, 1968). confirmada por la III Conferencia General (Puebla, 1979), y en la lí­nea de sus enseñanzas, se han ido desarrollando y profundizando, existencial y teóricamente, una teologí­a y una espiritualidad de la liberación. Ellas ponen de relieve algunos aspectos a partir de la experiencia cristiana en los paí­ses latinoamericanos. Estos aspectos, a su vez, están sirviendo de luz y guí­a a los creyentes en su acción evangelizadora. como medios de santificación, dinamismo creciente y orientación práctica. La realidad latinoamericana presenta al cristiano un contexto distinto del de otros continentes y paí­ses más ricos y desarrollados. En éstos el mensaje de salvación se orienta, en general, a los que están alejados de la fe o de la praxis cristiana, o sumergidos en el materialismo. Se trata de hacerles comprender la validez del mensaje cristiano en un mundo cientí­fico-técnico y secularizado. En América Latina, en cambio, el destinatario de la evangelización es, en general, un pueblo con fe, pero que en su gran mayorí­a vive en condiciones infrahumanas y se pregunta sobre lo que el cristianismo puede hacer por él. De ahí­ que la espiritualidad ponga el acento en la liberación y el trabajo apostólico se oriente a una promoción humana e integral, que no se reduce a la «simple y estrecha dimensión económica, polí­tica, social y cultural, pero que las tiene muy en cuenta».

3. DE UNA PASTORAL LIBERADORA A UNA TEOLOGíA Y UNA ESPIRITUALIDAD DE LA LIBERACIí“N – El punto de partida de la espiritualidad de la liberación hay que colocarlo en la toma de conciencia de la realidad latinoamericana frente a las exigencias de la fe.

El análisis de la situación social y económica de los paí­ses latinoamericanos hizo surgir, hace unos veinte años, la temática de la liberación. El constatar la dependencia en que se viví­a como sistema de opresión suscitó, en forma consciente, el anhelo de liberación. Se buscaron caminos desde el pueblo para la conquista de ella. Muchos cristianos comenzaron a participar en la búsqueda. Se inició una reflexión teológica sobre el problema dependencia-liberación. Así­ se fueron descubriendo las dimensiones liberadoras de la fe en el trabajo evangelizador.

Medellí­n habló de la liberación de todo el hombre y de todos los hombres; liberación integral que implica la liberación del pecado y de sus consecuencias sociales y polí­ticas. Entre Medellí­n y Puebla, la Exhortación apostólica Evangelii nuntiandi presentó la conexión entre trabajo evangelizador y liberación, condenando los reduccionismos polí­ticos y religiosos. Puebla (1979) profundizó en el concepto de liberación y lo colocó como un eje central de su Documento final: «Nuestras iglesias pueden ofrecer algo original e importante: su sentido de la salvación y la liberación». «Nuestro pueblo desea una liberación integral que no se agota en el cuadro de su existencia temporal, sino que se proyecta a la comunión plena con Dios y con sus hermanos en la eternidad, comunión que ya comienza a realizarse, aunque imperfectamente, en la historia»‘. Se subraya en muchos lugares del Documento de Puebla la dimensión social y polí­tica de la fea. Se afirma con fuerza que «nuestra conducta social es parte integrante de nuestro seguimiento de Cristo»‘ y que «la evangelización… busca la conversión personal y la transformación social». En los números 480-490 se habla explí­citamente de lo que es y de lo que implica la liberación en Cristo: es algo integral que comprende las dimensiones personal, social, polí­tica, económica y religiosa y el conjunto de sus relaciones; se va realizando en la historia, pero tiene una dimensión trascendente.

En todo este proceso que da origen a la espiritualidad de la liberación, hay una conexión intima y profunda entre praxis pastoral, experiencia espiritual y reflexión teológica. «La liberación es lugar de encuentro histórico y teológico-espiritual de las dimensiones polí­ticas y contemplativas del cristiano». En el desarrollo de la espiritualidad de la liberación están presentes la pastoral y la religiosidad populares, la reflexión y búsqueda de las Comunidades eclesiales de Base, el compromiso socio-polí­tico a la luz de la fe, la iluminación teológica de los obispos, teólogos y agentes de pastoral desde un concepto de Iglesia como sacramento de liberación. y, finalmente, la experiencia de una vida eclesial y religiosa en contacto con la realidad y desde una opción preferencial por los pobres.

II. Principales caracterí­sticas de la espiritualidad de la liberación
La espiritualidad de la liberación, como toda espiritualidad, tiene unos rasgos particulares que la caracterizan y distinguen. No se trata de aspectos exclusivos. Son siempre elementos que deben estar presentes en cualquier espiritualidad cristiana. Lo peculiar en ellos son los matices propios, los enfoques diferentes que la configuran. En la experiencia de la espiritualidad de la liberación y en la reflexión doctrinal sobre la misma, aparecen como caracterizantes los siguientes aspectos.

1. EXPERIENCIA DE DIOS QUE CUESTIONA LA INJUSTICIA E INVITA A UNA CONVERSIí“N – La espiritualidad de la liberación, como toda espiritualidad, hunde sus raí­ces en una experiencia de Dios. Se trata de una experiencia un tanto diversa de la que se solí­a tener y buscar. La tradición cristiana se habí­a centrado sobre todo en la experiencia de Dios en la paz y en el recogimiento de la oración contemplativa. En la espiritualidad de la liberación más que en ese tipo de experiencia -que se considera válida- se insiste en la necesidad de descubrir también el rostro de Dios en la realidad en conflicto, en los problemas sociales, en la angustia de los pobres, en los que debemos «reconocer los rasgos sufrientes de Cristo, el Señor, que nos cuestiona e interpela» .

Esta nueva experiencia acaba con la idea de un Dios que preservarí­a un tipo de sociedad injusta y discriminatoria. Por otra parte, invita a una continua conversión a la justicia y al amor eficaz.

El pecado aparece allí­ en sus dimensiones personales y sociales concretizadas en estructuras polí­ticas y económicas a nivel nacional e internacional. Ellas crean el escándalo de la creciente brecha entre los que tienen cada vez más y los que tienen cada vez menos hasta el grado de vivir en condiciones infrahumanas. Esto es contrario al plan de Dios y, por eso, experimentarlo en esa situación es escuchar su voz, que pregunta qué se ha hecho por el hermano necesitado con el que Cristo se identifica, por el pobre en el que la imagen de Dios está «ensombrecida y aun escarnecida». El pecado aparece como «una fuerza de ruptura» que obstaculiza permanentemente el crecimiento en el amor y la comunión, tanto desde el corazón del hombre como desde las diversas estructuras por ellos creadas».

La conversión a la que impulsa la experiencia de Dios en una situación de pecado social implica un cambio de mentalidad y de vida; una denuncia también de lo que se opone a la construcción del Reino, que lleva a rompimientos necesarios y dolorosos14. Aparece la exigencia evangélica de una continua conversión para «transformar desde dentro las estructuras de la sociedad pluralista que respeten y promuevan la dignidad de la persona humana y le abran la posibilidad de alcanzar su vocación suprema de comunión con Dios y de los hombres entre sí­»
La experiencia de Dios en la espiritualidad de la liberación es la experiencia de alguien que presenta su proyecto liberador y exige la colaboración humana para irlo realizando en la historia a través de la creación de una sociedad cada vez más justa y más humana.

2. CONTEMPLAR Y SEGUIR A CRISTO COMO LIBERADOR – Punto central en la espiritualidad cristiana es el seguimiento de Cristo. En eso consiste fundamentalmente la vida de un creyente.

La idea que se tiene del seguimiento de Jesús y de las exigencias que de él se derivan es múltiple. Depende de la idea que uno tenga de Cristo y de la forma de relacionarse con él, vivo y presente en la historia. Para algunos la vivencia de Cristo y su seguimiento se tienen en el ámbito de la intimidad personal, de las relaciones individuales con Jesús, colocado al margen de su historia. La espiritualidad de la liberación, en cambio, contempla a Cristo como Liberador y desde esa perspectiva trata de seguirlo. En su historia, Jesús aparace como el que anuncia la Buena Noticia de salvación en una realidad conflictiva y dolorosa. En ella Jesús asume gradualmente el plan de su Padre, que se le va manifestando. Actúa con grande libertad frente a lo polí­tico y a lo religioso de su época. No se deja dominar por ningún absolutismo e insiste en lo fundamental, que es la apertura a Dios y al hermano. La muerte de Cristo aparece no como el fruto de un plan estático del Padre, sino como el resultado de una vida de fidelidad al anuncio del Reino, que cuestionaba las estructuras polí­ticas y religiosas.

Esta manera de acercarse a Jesús desde una realidad de injusticia y opresión ha hecho comprender a los cristianos comprometidos lo que significa vivir «en Cristo» y seguirlo. Partiendo de esa experiencia, la espiritualidad de la liberación habla de un relacionarse con Dios, con los hombres y con el mundo a imitación del Jesús de la historia. El se relacionó con Dios como Padre, con los hombres como hermanos y experimentó el mundo como lugar de encuentro con Dios y con los hermanos. Esto conduce a un trabajo de evangelización en la lí­nea de Jesucristo. El trabajó por la liberación del hombre desde un anuncio religioso, pero con implicaciones y consecuencias sociales. Allí­ sale al encuentro el camino de muerte y resurrección y se entra en comunión de destino con Jesús pasando por lo que él pasó.

Esta es una experiencia que está caracterizando la espiritualidad de la liberación y está haciendo comprender lo que significa la cruz de Cristo en una época martirial, consecuencia de un seguimiento de Jesucristo liberador en una apertura confiada a Dios, en una opción preferencial por el servicio a los más pobres y en un esfuerzo por crear entre los hombres la auténtica comunión fraterna por la que Cristo murió (cf Jn 11,52).cesidad de ser fiel al Espí­ritu, que habla no sólo en el interior del hombre, sino también en los . «signos de los tiempos». Examinando la realidad y juzgándola a la luz de la Palabra de Dios, se experimenta la exigencia del Espí­ritu, que da audacia para crear caminos nuevos de anuncio y compromiso evangélicos; valor y humildad para corregir los errores del pasado y del presente, capacidad de cambio y conversión constantes.

La espiritualidad de la liberación pone de relieve que ser dóciles al Espí­ritu significa tomar decisiones y no huir de las mediaciones, siempre imperfectas y limitadas; no esperar a tener una certeza total; acostumbrarse a los caminos imprevisibles del Espí­ritu con una actitud de fe profunda, de esperanza comprometida y de amor dispuesto a servir. Se tiene la convicción de que es el Espí­ritu quien guí­a la historia. El hombre es simple colaborador. Por ello, el empeño en una evangelización liberadora se debe tener sin la pretensión de ser los salvadores de la humanidad. El principal agente es el Espí­ritu, que acompaña, anima, sostiene y purifica la acción de los hombres.

La acción renovadora y liberadora del Espí­ritu, percibida en sus frutos: amor, gozo, paz, bondad, sostiene cada vez más la esperanza activa de quienes están viviendo una auténtica espiritualidad de la liberación. Ella los lleva a gloriarse hasta en las tribulaciones con la seguridad de no quedar confundidos, porque «el amor de Dios se ha derramado en nuestros corazones por virtud del Espí­ritu Santo, que nos ha sido dado» (Rom 5,3-5).

El Documento de Puebla sintetiza esta conciencia de la acción renovadora y liberadora del Espí­ritu en los signos de los tiempos, que está caracterizando la espiritualidad de la liberación, cuando habla de la acción del mismo Espí­ritu, que impulsa a los cristianos a «descubrir, en los más profundos anhelos y problemas de los seres humanos, el plan de Dios sobre la vocación del hombre en la construcción de la sociedad, para hacerla más humana, justa y fraterna» «.

4. LA DIMENSIí“N POLí­TICA DE LA CARIDAD – Otro aspecto fundamental de la espiritualidad cristiana que se va comprendiendo de modo diverso, a partir de una realidad de pecado social, es el de la caridad.

El amor resume toda la ley y los profetas (cf Mt 22,37-40) y Cristo se ha solidarizado e identificado con aquellos que tienen necesidad de ayuda (cf Mt 25,31-45). Releyendo estos textos y toda la doctrina evangélica desde el compromiso evangelizador en una situación de injusticia y opresión generalizadas, la espiritualidad de la liberación ha redescubierto la dimensión polí­tica de la caridad. Las encí­clicas sociales y otros documentos de los últimos pontí­fices han guiado e iluminado la reflexión de los cristianos comprometidos «. Esto ha hecho comprender que la liberación cristiana, si bien no puede reducirse a las dimensiones de un proyecto puramente temporal», tampoco se puede «circunscribir al solo terreno religioso, desinteresándose de los problemas temporales del hombre»t’. Los ví­nculos antropológicos, teológicos y evangélicos que existen entre evangelización y promoción humana, desarrollo, liberación R0, han hecho aprender a la Iglesia «que su misión evangelizadora tiene como parte indispensable la acción de la justicia y las tareas de promoción del hombre»
Este trabajo de promoción integral marca profundamente la vivencia y el ejercicio del amor cristiano y hace comprender que el amor al prójimo debe ser eficaz y, para ello, expresarse de acuerdo con las exigencias del mundo moderno. En él se pide tener una perspectiva polí­tica de amor, porque los medios del amor individual son cada dí­a más limitados. El prójimo necesitado no son individuos aislados, sino masas oprimidas por estructuras humanas injustas y deshumanizantes.

La espiritualidad de la liberación, sin negar los beneficios y quizá la necesidad de un tipo de ayuda asistencial al prójimo, insiste en el esfuerzo por la transformación de los sistemas opresores a través de una promoción educadora y liberadora. Sólo buscando actuar sobre las instituciones económicas y polí­ticas, nacionales e internacionales, el amor cristiano puede ser un amor eficaz al prójimo y, por consiguiente, a Dios22. El amor de Dios se vuelve por necesidad comunión de amor con los demás y participación fraterna, pero sobre todo obra de justicia por los oprimidos y esfuerzo de liberación para quienes más lo necesitan.

La presencia del amor cristiano se percibe urgente y necesaria en el trabajo de cambio y de transformación de estructuras. La caridad está llamada a animar el compromiso cristiano. Ella es más fuerte que las divisiones y ayuda a superar, en la lucha por un mundo más justo, el odio, que terminarí­a haciendo del oprimido un opresor. El cambio debe desembocar en la reconciliación, aun cuando tenga que pasar por conflictos al «poner en práctica transformaciones audaces, profundamente innovadoras» y al emprender, «sin esperar más, reformas urgentes»».

5. POBREZA Y ESPERANZA – La espiritualidad de la liberación se está caracterizando también por la experiencia de la limitación y pobreza humanas en la evangelización liberadora. Ellas exigen una vivencia de esperanza cristiana. Es en los pobres en quienes la esperanza despliega toda su fuerza. Es allí­ donde se comprende la necesidad que se tiene de la ayuda de Dios y cómo él quiere que el hombre colabore en el proceso de su propia liberación.

A esta experiencia de limitación y pobreza hay que añadir la que se origina de una opción preferencial por los pobres. En su evangelización se tiene un repensamiento de los contenidos de la Buena Noticia y de los valores del Reino, que ellos viven y que les permiten evangelizar a los evangelizadores.

La revalorización de la esperanza cristiana a partir del Concilio, que dejó de considerarla como una actitud de espera paciente y resignada de la irrupción de lo definitivo en la historia», ha puesto de relieve su dimensión activa. La espiritualidad de la liberación ve en este nuevo enfoque de la esperanza un desafí­o y un programa de acción. En la medida en que el cristiano trabaje por las liberaciones intrahistóricas de sus hermanos, estará siendo artí­fice del Reino y testigo de su consumación. Irá tratando de conjugar la convicción de lo relativo de todas las mediaciones liberadoras con la necesidad de que se utilicen; la desilusión de los logros imperfectos, con la certeza de que ellos preparan y anuncian, de algún modo, lo perfecto y pleno de la consumación del Reino.

La evangelización liberadora, al enfrentar dificultades que salen a su encuentro, está favoreciendo la comprensión de que el camino de la renovación pasa por la cruz y la muerte, y que el hombre es un signo y un instrumento pobre y débil para la realización del proyecto salvifico de Dios. Esto hace posible una apertura a Dios, quien se manifiesta en la debilidad y limitación del hombre (cf 2 Cor 12,7-10).

La pobreza, como renuncia al apoyo en el poder, en los propios recursos y en los caminos de la lógica humana, alimenta una esperanza activa radicada en la debilidad del hombre, en la bondad y fidelidad divinas y en la necedad de la cruz, fuerza de Dios y sabidurí­a de Dios (cf 1 Cor 1,17-25).

6. CONTEMPLATIVOS EN EL TRABAJO DE LIBERACIí“N – Cuando comenzó el movimiento de renovación en América Latina, cuando se despertó a la realidad de un continente cristiano con el escándalo de injusticias sociales que clamaban al cielo», la oración apareció, en un primer momento, como sinónimo de alienación.

La espiritualidad de la liberación está encontrando ahora una sí­ntesis en la que, sin despreciar los tiempos fuertes de plegaria, se pone el acento en la oración como actitud de vida. Se está rezando de una manera nueva: en í­ntima relación con la existencia. Este tipo de oración tiene como clave la fe, que pone en contacto con Dios y ayuda a descifrar su mensaje en la trama compleja de la vida. De este modo se va creando una visión contemplativa de la realidad que coloca a Dios en el centro de la existencia con todo el nudo de relaciones con el prójimo y con el mundo.

La constatación de la necesidad de la oración en el compromiso liberador no es sólo teórica. Ha sido, sobre todo, una experiencia concreta en el trabajo por la transformación de la sociedad. El ha hecho posible encontrar los caminos para una oración auténtica y no evasiva. El compromiso de liberación exige de la persona una entrega generosa y total. La injusticia es una noche de inseguridad que llega a amenazar incluso la propia vida. Se ponen a prueba la fe, la esperanza y el amor cristiano. La oración aparece en ese horizonte -y así­ se está viviendo- como fuente de un amor gratuito, que va hasta la raí­z del hombre y hace brotar desde allí­ el amor sin interés y sin condiciones que purifica del egoí­smo.

La oración en el trabajo de evangelización liberadora se construye con todo lo que implica el trabajo de la lucha por la justicia: anhelos, esperanzas, fatigas, desilusión, errores, conflictos, incoherencias, debilidades, egoí­smo, búsqueda de prestigio personal. Por esto, el Congreso Internacional Ecuménico de Teologí­a, celebrado en Sáo Paulo (Brasil) en 1980, reafirmaba «la eficacia evangelizadora y liberadora de la oración, en nosotros y en los pueblos» y proclamaba: «Creemos en su eficacia humanizadora en las luchas. Creemos que la contemplación cristiana da sentido a la vida y a la historia, aun en los fracasos, e impulsa a aceptar la cruz como camino de liberación».

En la experiencia oracional de los cristianos comprometidos en la evangelización liberadora, ocupa un lugar especial la oración comunitaria. En ella se comparte la experiencia de Dios, se busca discernir sus caminos, se confiesan las fallas, se enjuician actitudes, se mantiene un dinamismo permanente de conversión, se renueva la esperanza activa en la acción por la justicia.

El redescubrimiento de la contemplación cristiana en la espiritualidad de la liberación está en la lí­nea de los grandes mí­sticos, que nunca redujeron la contemplación al ámbito intelectual, sino que la orientaron evangélicamente al servicio concreto y eficaz del prójimo».

En esta actitud contemplativa en el trabajo de liberación, la oración litúrgica es considerada sobre todo como Palabra de Dios celebrada, después de haberla acogido, en su anuncio, por la fe y con el compromiso de vivirla en el amor. De allí­ se ha derivado un dinamismo de continuidad entre liturgia y vida. La presencia de Cristo y del Espí­ritu en las celebraciones se percibe viva y exigente. Especialmente la Eucaristí­a une en la fraternidad y empuja al amor, al servicio, a la reconciliación renovada y gratuita como el amor de Cristo. La oración litúrgica se va haciendo celebración auténtica porque está conectada con el mundo en que se vive. Brinda, además, la ocasión para un discernimiento comunitario en busca de los designios de Dios en la historia.

7. ASCESIS INSERTADA EN LA VIDA Y EN EL TRABAJO DE EVANGELIZACIí“N LIBERADORA – La espiritualidad de la liberación busca vivir la ascesis insertada en la vida y en el trabajo de evangelización.

El servicio evangelizador, que implica el trabajo por la liberación integral del hombre, trae consigo muchas renuncias, privaciones, persecución y sufrimientos. La inserción solidaria entre los pobres y marginados de la sociedad exige, por su parte, una fuerte dosis de abnegación evangélica. Hay que enfrentar la crí­tica e incomprensión de muchos; el riesgo y los ataques que el simple hecho de ponerse al lado de los pobres suscita de parte de quienes detentan el poder y la riqueza en la sociedad. Esto constituye una cruz más dura y pesada que muchos ejercicios ascéticos.

Junto a la ascesis de la solidaridad con los pobres y vinculada a ella, está la de conservar la esperanza viva en la comprobación repetida de la aparente inutilidad de los esfuerzos de liberación. Igualmente está la ascesis de la aceptación de que con facilidad se cae en la inconsecuencia, el egoí­smo o la búsqueda de prestigio personal.

8. NUEVO ENFOQUE DE LA DEVOCIí“N MARIANA – La espiritualidad mariana de los pueblos de América Latina aparece destacada en la evangelización. No se trata sólo de la presentación de la figura de Marí­a dentro de la historia de la salvación para alimentar la piedad y el culto marianos. Marí­a se contempla principalmente como modelo para la espiritualidad del cristiano comprometido en la evangelización liberadora.

La espiritualidad de la liberación coloca a Marí­a en su historia. En ella aparece la Virgen viviendo la fe en las circunstancias dolorosas de la persecución, del exilio y de la pobreza (Mt 1,13-23); abierta a Dios y escuchando su Palabra en la Escritura y en la vida, creyendo y viviendo en todos los momentos las exigencias de esa Palabra. Al mismo tiempo, Marí­a se presenta atenta y preocupada por los problemas concretos de las personas: va a visitar a su prima para ayudarla en el tiempo cercano a su parto (cf Lc 1,39-45); se interesa por la falta de vino en un banquete de bodas (cf Jn 2,1-12); acompaña a los apóstoles en la oración antes de la venida del Espí­ritu (cf He 1,14).

Marí­a se pone también de parte de los pobres. En su cántico proclama la acción de Dios, que derriba del trono a los poderosos y exalta a los humildes (Lc 1,51-53).

A Marí­a se la mira como ejemplo de seguimiento de Jesús en el trabajo por anticipar el Reino en la historia.

A través de todas estas perspectivas, en Marí­a se contemplan y valoran algunos aspectos que ocupan un lugar importante en la espiritualidad de la liberación.

III. Perspectivas de una espiritualidad de la liberación
Los rasgos de la espiritualidad de la liberación que hemos delineado nos hacen ver que en ella se viven los valores fundamentales de la espiritualidad cristiana encarnados en la realidad de América Latina y revestidos de los matices que las circunstancias imponen. Se trata de una espiritualidad que asume las exigencias de una evangelización liberadora, que busca la promoción integral del hombre, pero que está centrada en la experiencia de Dios y se deja evangelizar por los pobres.

Enraizada en el Evangelio, como toda auténtica espiritualidad cristiana, la espiritualidad de la liberación contrasta, sin embargo, con algunos enfoques tradicionales que dependí­an de una visión del mundo, de una cultura y de un concepto de Iglesia diferentes. Ellos impulsaban a vivir la espiritualidad más bien al margen de la vida y descuidando la dimensión escatológica que se anticipa en la historia.

«Un nuevo lenguaje profético y un nuevo lenguaje mí­stico sobre Dios están naciendo en estas tierras de expoliación y de esperanza… ¿Cómo ser discí­pulo del Señor en un subcontinente en el que se asesina al pobre, si no es anunciando aquí­ y ahora al Dios de la vida y de todo lo que ella implica para nuestra oración y nuestra práctica?»
El Documento final del Congreso Internacional Ecuménico de Teologí­a, citado anteriormente, presenta, en los números 53-64, lo que va siendo fruto de la experiencia cristiana de América Latina y de los paí­ses del Tercer Mundo en la lí­nea de la espiritualidad: oración, contemplación, liberación, seguimiento de Jesús. Se asume allí­ el compromiso de ayudar a las comunidades a vivir de la gran tradición de la Iglesia, encarnándola en nuestra época 32. Ello implica la superación de algunos dualismos que no son bí­blicos: fe y vida, oración y acción, compromisos y tareas diarias, contemplación y lucha, creación y salvación». Se habla de una espiritualidad revitalizada que acentúa el amor de Dios, que nos llama a seguir a Jesús y a hacer de la opción solidaria por los pobres y oprimidos una experiencia del Dios de Jesucristo 3′.

La espiritualidad de la liberación, como experiencia y como reflexión teológica, abre un camino para integrar el aspecto personal de la espiritualidad cristiana con las exigencias comunitarias y sociales del mensaje evangélico.

Camilo Maccise

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Fuente: Nuevo Diccionario de Espiritualidad