(nomos, ergon)
En el Antiguo Testamento, la Tora atestigua la alianza entre Dios y su pueblo, después de un acto de liberación (Ex 20,2); es en la obediencia a los mandamientos donde Israel encuentra la vida (Dt 30,15-20) y como se mantiene en la alianza. La ley distingue de este modo a Israel del conjunto de las naciones, procurando a los judíos una comprensión de sí mismos como pueblo elegido. Pablo, el apóstol de los paganos, cuestiona esta comprensión de la ley y el particularismo al que conduce.
Fuera de las Cartas a los Gálatas y a los Romanos, el tema de la ley (nomos) no está presente en Pablo más que en la primera a los Corintios y en Fili-penses. En 1 Cor 9,8 y 14,21, la «ley» designa en sentido amplio las Escrituras judías como palabra autorizada (cf. también 14,34). En 1 Cor 9,20-21, Pablo indica que, por la causa del evangelio, él es capaz de vivir como si estuviera bajo la ley judía, aunque esté ahora bajo la ley de Cristo, que es una ley de libertad (1 Cor 9,19). Finalmente, 1 Cor 15,56 atestigua un aspecto de la comprensión paulina de la ley que se desarrollará en Gálatas y en Romanos.
En la Carta a los Filipenses (cf. 3,5-9) se concreta la reflexión de Pablo: una vez llegado, como fariseo, a un alto grado de calidad en la obediencia a la ley (3,6), indica que tuvo que abandonar esa justicia que viene de la ley (3,9a) en provecho de una justicia dada por la fe de Cristo (3,9b). Pablo opone aquí la ley y la fe. Este tema es el que desarrollará en Romanos y en Gálatas.
En la Carta a los Gálatas, Pablo discute con ciertas tendencias judaizantes en el seno de la comunidad cristiana. La tesis fundamental se formula en 2,16: Sabemos sin embargo que el hombre no es justificado por las obras de la ley (ergón nomou, del griego ergon, «obra, trabajo, acción»: cf. 2,16; 3,2 5,10 y Rom 2,15; 3,20.27), sino solamente por la fe de Jesucristo. Esta tesis se confirma a continuación en dos tiempos:
1. Gal 3,6-14: las Escrituras atestiguan que Abra-hán fue justificado por la fe y no por las obras (3,6). Los que practican la ley están bajo la maldición, ya que están obligados a cumplirla en su conjunto (3,10) y porque la ley los encierra en el «hacer» (3,12). Para el que cree, Cristo ha tomado sobre sí la maldición de la ley (3,13) a fin de que, sin exclusividad de ningún género, la bendición de Abrahán llegue a los paganos (3,14).
2. Gal 3,15-4,7: en la economía de la salvación, la ley sirve de pedagogo (3,23), manifestando la revuelta del hombre contra Dios (3,19). La venida de Cristo hace inoperante la ley y sus prescripciones para el creyente (3,24-26). Así pues, el cristiano está liberado del yugo de la ley (4,1-7; cf. 5,1-6). La libertad cristiana se concreta en el mandamiento del amor, resumen de la ley entera (5,13-18). La paradoja es que sólo el que es liberado de la ley (el que no está ya bayo la ley: Gal 3,23; 4,5; 5,18) puede cumplir sus exigencias (el amor del hermano): nomos designa entonces, en Pablo, la ley de Cristo (6,2).
En Romanos, Pablo establece el diagnóstico de la condenación de todos los hombres (3,9): los paganos (1,18-31) que, al no tener ley, son juzgados sin ella (aunque tienen una ley que funciona dentro de ellos: Pablo amplía aquí el concepto de ley: cf. 2,12-15) y los judíos (2,17-19) que son juzgados por su ley (cf. 2,23; 9,31). Como en Gálatas, la ley (santa, justa y buena: cf. Rom 7,12) produce el conocimiento del pecado (Rom 3,19; cf. 5,13.20-21), pero no conduce a la justicia (Rom 3,20; Gal 2,16). Delante de Dios, la ley no ofrece entonces ningún privilegio a los judíos respecto a los paganos. Pablo plantea a continuación su tesis: Ahora, independientemente de la ley, se ha manifestado la justicia de Dios…, justicia de Dios por la fe de Jesucristo para todos los que creen (3,21-22; cf. 21-31, igualmente 4,13.16; 6,14).
La reflexión de Pablo se amplía en Rom 7,1-26 y con ella el concepto de ley, que no designa ya únicamente la Tora (cf. 7, 21.23.25; cf. ya Rom 2,14). El hombre liberado de la ley (7,1-6) sigue estando marcado, sin embargo, por la ambigüedad que desenmascara en él (7,13-25). En Jesucristo es liberado el hombre (8,1-2) aunque siga estando todavía, en su existencia concreta, enfrentado con la ley del pecado (7,25). Finalmente, como en Gálatas, si Cristo es el fin de la ley (Rom 10,4; cf. Gal 3,24-25), el cristiano está llamado a vivir libremente su exigencia en el amor al prójimo (Rom 13,8-10).
Esta comprensión paulina de la ley se ve confirmada en las epístolas más tardías, donde el recuerdo del evangelio paulino se articula con una reflexión sobre el obrar cristiano. Así, Ef 2,9-10: si el hombre no se salva por las obras, sino por la gracia de Dios (cf. también Ef 2,15), tiene que caminar sin embargo en las obras buenas que Dios ha preparado de antemano (Ef 2,10 en oposición a 5,11; cf. también Col 1,10; 3,17 en oposición a 1,21; igualmente, 2 Tes 1,11; 2,17).
En las cartas pastorales, el recuerdo del evangelio paulino (1 Tim 1,8-11; 2 Tim 1,9; Tit 3,5) se articula con una reflexión sobre la conducta cristiana caracterizada por las buenas obras (1 Tim 2,10; 5,10; 2 Tim 2,14.21; 3,1.17) o las obras hermosas (1 Tim 3,1; 5,10.25; 6,18; Tit 2,7; 3,8.14), en oposición a las obras malas (2 Tim 4,14.18; Tit 1,16). La herencia paulina recoge en esta ocasión, moralizándola, una comprensión del obrar cristiano como participación en la obra de Dios, presente en 1 Tes 1,3; 5,13; 1 Cor 9,1; 15,58; 16,10; 2 Cor 9,8, un obrar en el que no está en juego la sa
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cristiano (1 Cor 3,13-15).
E. Cu
AA. VV., Vocabulario de las epístolas paulinas, Verbo Divino, Navarra, 1996
Fuente: Vocabulario de las Epístolas Paulinas