Los especialistas neotestamentarios conocen muy bien a las dos hermanas de Betania, pero nada saben del carácter y el temperamento de Lázaro. La teoría de que puede identificárselo con el joven rico no es más que una expresión de la fantasía. (Esta teoría aparece por primera vez en una inserción apócrifa entre los vv. 34 y 35 de Mr. 10, citada en una carta atribuida a Clemente de Alejandría; cf. M. Smith, Clement of Alexandria and a Secret Gospel of Mark, 1973.) Aparece en el relato del evangelio, no a causa de algún mérito especial, o característica extraordinaria de su personalidad, sino solamente por el extraordinario milagro del que fue el principal beneficiario. Era, quizás, uno de esos hombres que no se distinguen en forma especial (“de los que apenas se oye hablar a un kilómetro de su casa”), y sin embargo, a él le ocurrió algo maravilloso.
Todos los esfuerzos que se han hecho por explicar o descartar este milagro han fracasado, por ser tan patentemente absurdos. Creer, como Renán, que los discípulos habían arreglado con Lázaro que aparentara estar muerto, a fin de que Jesús pudiera ganar renombre con una falsa resurrección de entre los muertos, y que Jesús aceptó participar en semejante engaño, es una increible proeza de habilidad de un escepticismo artificioso. A todas luces el incidente se lee como un relato sobrio y convincente de un acontecimiento real.
La primera parte de Jn. 11 impresiona como la narración de un testigo presencial de lo ocurrido, de alguien que estuvo con Jesús al E del Jordán y se preguntó por qué el Maestro había permanecido allí dos días después de haber sido notificado de la enfermedad de Lázaro (v. 6); alguien que puede registrar extraordinarios dichos de Jesús, como el que menciona el número de horas (v. 9), o la tremenda pretención que registra el vv. 25; alguien que conoce la distancia exacta entre Betania y Jerusalén, sin duda porque a menudo había recorrido el trayecto (v. 18); alguien que puede reproducir las palabras de Tomás y los otros discípulos (vv. 8, 12–16). Los casos mencionados forman sólo una pequeña parte de las muchas indicaciones de que el cuarto evangelio fue escrito por alguien que presenció los hechos de Jesús y oyó sus palabras, que estaba familiarizado con los pensamientos, temores, y dificultades de los discípulos, quizás porque el mismo fue, con toda probabilidad, uno de ellos, y nos proporciona información de primera mano.
Si narró los acontecimientos en la primera parte del capítulo fiel y sobriamente, ¿por qué hemos de acusarlo de inventar una fábula cuando llegamos a la tumba de Lázaro? El Evangelio de Pedro, en su narración fantástica de la resurrección de Jesús, nos muestra lo que puede lograr la mente inventiva del hombre cuando trata de describir un hecho que nadie ha visto; por otro lado, la sobriedad de la descripción de lo ocurrido en la tumba de Lázaro parece demostrar que proviene de un hombre que está describiendo algo que vio, exactamente como lo vio. El relato se narra, dice A T. Olmstead, “con todos los detalles circunstanciales del testigo ocular convencido. En su forma es completamente diferente de los cuentos literarios sobre milagros. Como ocurre con muchas de las narraciones que encontramos en nuestras mejores fuentes, el historiador sólo puede repetirla sin buscar explicaciones psicológicas o de otra naturaleza” (Jesus in the Light of History, 1942, pp. 206).
¿Es que acaso un escritor de fábulas, que de acuerdo con las teorías escépticas estaba resuelto a multiplicar detalles milagrosos, habría representado a Jesús llorando, poco antes de llamar a Lázaro para que saliera de la tumba? Podemos considerar la mención de las lágrimas de Jesús como una confirmación indirecta de la autenticidad del relato, ya que “un frío y empedernido levantador de muertos pertenecería a los dominios de la ficción” (E. W. Hengstenberg).
Podemos afirmar que el silencio del relato es tan notable como su contenido. No se registra una sola palabra dicha por Lázaro. Nada se nos dice acerca de sus experiencias durante “esos cuatro días” ni se hace revelación alguna con respecto a las condiciones de la vida en el otro mundo.
Se han planteado interrogantes no resueltos acerca de la relación de este Lázaro con el Lázaro de Lc. 16.19ss que no fue devuelto por el mundo de los muertos; la declaración en Jn. 12.10s de que los principales sacerdotes se confabularon para matar a Lázaro porque eran tantos los que creían en Jesús a causa de él podría ser ejemplo de lo que se afirma en Lc. 16.31: “Si no oyen a Moisés y a los profetas, tampoco se persuadirán aunque al o se levantare de los muertos”.
Bibliografía. C. H. Dodd. La tradición histórica en el cuarto evangelio, 1978; R. Schnackenburg, El evangelio según san Juan, 1980, t(t). III; R. Brown, El evangelio según san Juan, 1979, t(t). II.
J. N. Sanders, “Those whom Jesus loved”,
Douglas, J. (2000). Nuevo diccionario Biblico : Primera Edicion. Miami: Sociedades Bíblicas Unidas.
Fuente: Nuevo Diccionario Bíblico