LA MUJER CON FLUJO DE SANGRE

«En esto, una mujer enferma de flujo de sangre desde hací­a doce años, se le acercó por detrás y tocó el borde de su manto.» (Mateo 9:20)
Léase Marcos 5:24-34. La mujer arrastra aún las consecuencias de la maldición del Paraí­so: «En dolor darás a luz a tus hijos» Y no sólo dolor en los partos, sino una multitud de dolencias relacionadas directa o indirectamente con este proceso fisiológico. No sabemos si la enfermedad de esta mujer habí­a resultado de algún parto, pero no hay duda que podí­a haberse dado este caso.

Esta mujer sufrí­a su pena y su molestia en secreto. No se nos dice nada más, sino que se trataba de un «flujo de sangre» o sea hemorragias, y que ya hací­a doce años. Después de tantos años hemos de suponer que su salud habrí­a decaí­do, y que se encontrarí­a pálida y decaí­da. En cambio su fe era firme y enérgica. De no haber sido así­ no se habrí­a atrevido a mezclarse con la multitud para acercarse a Jesús en público.

No se atrevió sin embargo a hablarle a Jesús de esta dolencia. Es posible que estuviera avergonzada de la misma. Por ello se acercó por detrás y tocó el borde del manto de Jesús. Sabemos que como resultado de este acto de fe, («Si tocó aunque sólo sea su manto»), la mujer quedó realmente curada de su aflicción. Cesó el flujo, después de tantos años, en aquel momento.

Hemos de suponer que la mujer habrí­a ido más de una vez al médico. Pero no habí­a conseguido ningún resultado. No cabe duda que habí­a hecho lo debido al ir al médico. Pero el don de la medicina dista mucho de ser perfecto. No habí­a recibido ayuda alguna. Por otra parte, sus medios de vida no serí­an abundantes, y la pobre mujer necesitaba todo lo que tení­a para su sustento. Cansada y decepcionada, ya se habrí­a resignado a sufrir su enfermedad en silencio.

Pero, la fe le impidió llegar al desespero. Fue a Jesús. No pidió nada. Tocó el borde de su manto. Y quedó sanada. La fe puede realizar cosas estupendas. Jesús se lo dijo: «Tu fe te ha sanado; vete en paz y queda sana de tu aflicción.» Aun cuando hemos de ponernos en manos del médico cuando estamos enfermos, no siempre es la voluntad de Dios que recibamos la curación por este medio, o por ningún medio. Dios siempre nos sostendrá y aliviará el sufrimiento, aunque no nos cure. El da a los que sufren una visión de su compasión y amor.

Preguntas sugeridas para estudio y discusión:
1. ¿Qué resultado habí­a obtenido esta mujer de ir al médico, o de los otros medios de curación que habí­a probado, antes de que Jesús la curara?
2. ¿Qué rasgo de la mujer le condujo a tocar el manto de Jesús?
3. ¿Premia la fe de todos los enfermos Dios curándoles de sus dolencias? Si no lo hace, ¿qué hace?

Fuente: Mujeres de la Biblia