Se refiere a los tumultuosos procedimientos ante las autoridades judías y romanas que resultaron en la crucifixión de Jesús. Los cuatro Evangelios registran por lo menos parte del doble juicio (Mat 26:57—Mat 27:31; Mar 14:53—Mar 15:20; Luk 22:54—Luk 23:25; Joh 18:12—Joh 19:16), ambos juicios marcados de grandes irregularidades.
Después de su arresto en Getsemaní, Jesús fue llevado primeramente ante el eX sumo sacerdote Anás, quien condujo un examen preliminar interrogando a Jesús acerca de sus discípulos y su doctrina (Joh 18:12-14, Joh 18:19-23). Entre tanto los miembros del Sanedrín se habían reunido en el palacio de Caifás, presidente del Sanedrín, para una sesión nocturna ilegal. Anás le envió a Jesús atado (Joh 18:24). El intento de condenar a Jesús, por medio de testigos falsos reunidos e instruidos por el Sanedrín, falló por sus testimonios contradictorios (Mat 26:59-61; Mar 14:55-59). Caifás hizo a un lado a los testigos y colocó a Jesús bajo juramento para que dijese a la corte si él era el Cristo, el Hijo de Dios (Mat 26:63). La respuesta, en autoincriminación deliberada, fue utilizada para condenar a Jesús por blasfemia (Mat 26:64-66; Mar 14:61-64). La sesión terminó en desorden, infligiéndose indignidades sobre Jesús (Mat 26:67-68; Mar 14:65; Luk 22:63-65). Después del amanecer el Sanedrín se reunió en su cámara conciliar y volvió a realizar el juicio interrogando a Jesús acerca de sus pretensiones mesiánicas y su deidad (Luk 22:66-71). Esta reunión se efectuó para dar visos de legalidad a la condenación.
Como los romanos habían quitado al Sanedrín la autoridad sobre la pena capital, era menester asegurarse una sentencia de muerte del gobernador romano. Cuando Jesús le explicó la naturaleza de su reino, Pilato llegó a la conclusión de que Jesús era inocente y anunció un veredicto de absolución (Joh 18:33-38). Este veredicto debió haber puesto fin al juicio, pero sólo provocó un torrente de cargos adicionales contra Jesús (Mat 27:12-14).
Pilato decidió enviar a Jesús a Herodes Antipas. Jesús rehusó entretener a Herodes con un milagro; éste se burló de él y le devolvió a Pilato sin condenarle (Luk 23:2-12).
Pilato pasó revista a la causa delante del pueblo esperando probar la inocencia de Jesús, proponiendo un compromiso al ofrecer castigar a Jesús antes de soltarle (Luk 23:13-16). Cuando la multitud pidió la liberación acostumbrada de un preso (Mar 15:8), Pilato les ofreció elegir entre el notorio Barrabás y Jesús (Mat 27:17). Al solicitarles su decisión, le gente gritó en favor de Barrabás, exigiendo que Jesús fuese crucificado (Mat 27:20-21; Luk 23:18, Luk 23:29). Nuevas propuestas de Pilato fueron inútiles (Luk 23:20-22).
Pilato le hizo azotar, permitiendo a los soldados presentar una coronación burlesca y luego sacar ante el pueblo la figura patética de Jesús, en la esperanza de que el castigo les dejaría satisfechos. Ello sólo intensificó sus gritos por su crucifixión (Joh 19:1-6). Los líderes judíos amenazaron denunciar a Pilato ante el César si soltaba a Jesús (Joh 19:12). Cuando Pilato buscó absolverse a sí mismo de la culpa de la muerte de Jesús lavándose sus manos públicamente, el pueblo aceptó voluntariamente la responsabilidad (Mat 27:24-26). Profundamente consciente del craso extravío de la justicia, Pilato cedió soltando a Barrabás y sentenciado a Jesús a la cruz. Ver CRISTO, JESUS.
Fuente: Diccionario Bíblico Mundo Hispano
El arresto del Señor se produjo en horas de la noche, siendo llevado inmediatamente a casa de †¢Anás, quien sometió al Señor a un interrogatorio (Jua 18:19). Cristo fue abofeteado cuando respondía a una de las preguntas del sumo sacerdote (Jua 18:19-24). Luego fue enviado a †¢Caifás, †œadonde estaban reunidos los escribas y los ancianos†, que formaban †œtodo el concilio† o †¢Sanedrín (Mat 26:57-59). Es evidente, desde el principio, que su muerte estaba decidida, pues Caifás había dicho: †œ… nos conviene que un hombre muera por el pueblo, y no que toda la nación perezca† (Jua 11:47-51; Jua 18:14). De manera que los procedimientos fueron hechos sin escrúpulo alguno y el Sanedrín buscaba †œfalso testimonio contra Jesús, para entregarle a la muerte† (Mat 26:59).
La ley judía obligaba al testimonio de dos o tres testigos (Deu 17:6), los cuales debían ser personas calificadas y no sospechosas de parcialidad, a los cuales se interrogaba separadamente, a fin de que uno no supiera lo que se preguntó al otro. Se presentaron algunos testigos falsos, †œmas sus testimonios no concordaban† (Mar 14:56). Algunos testigos dijeron haber oído al Señor enseñar: †œYo derribaré este templo hecho a mano, y en tres días edificaré otro hecho sin mano. Pero ni aun así concordaban en el testimonio† (Mar 14:58-59). Finalmente, el sumo sacerdote le preguntó al Señor: †œ¿Eres tú el Cristo, el Hijo del Bendito? Y Jesús le dijo: Yo soy; y veréis al Hijo del Hombre sentado a la diestra del poder de Dios, y viniendo en las nubes del cielo†. Eso fue considerado como una blasfemia, †œdeclarándole digno de muerte† (Mar 14:61-64). Entonces comenzaron a maltratarlo.
delito de blasfemia, para los allí presentes, no consistía solamente en declarar que era el Cristo, sino también en haber pronunciado el nombre de Dios. Caifás fue muy cuidadoso en decir †œHijo del Bendito†. Jesús dijo: †œHijo del Hombre† (Dan 7:13) y mencionó el †œpoder de Dios†. Además, el Sanedrín entendió bien el significado de la declaración de Jesús, que se presentaba como †œHijo de Dios† (Jua 19:7). Por otra parte, la pena de muerte se aplicaba a los falsos profetas. En la mente de Caifás y sus compañeros, el hecho de que el Señor se declarara como el Cristo era ya, de por sí, prueba de ser un falso profeta.
la suerte del Señor, lo llevan temprano en la mañana al †¢pretorio. Algunos eruditos discuten las razones de esto, diciendo que el Sanedrín tenía la potestad de declarar sentencia de muerte y que los líderes religiosos lo que estaban era buscando una muerte vergonzosa y horrible, como era la crucifixión, en vez de la lapidación, que estaba prescrita en la ley. Pero eso contradice las palabras de ellos mismos (†œA nosotros no nos es permitido dar muerte a nadie†), que indican probablemente la existencia de una decisión romana sobre el particular. El Sanedrín explicó a Pilato: †œNosotros tenemos una ley, y según nuestra ley debe morir, porque se hizo a sí mismo Hijo de Dios† (Jua 19:7). Pero sus acusaciones fueron presentadas también desde el punto de vista de la ley romana. Decían: †œAlborota al pueblo, enseñando por toda Judea, comenzando desde Galilea hasta aquí† (Luc 23:5). Con ello planteaban la violación de la leyes romanas sobre la sedición y los tumultos que ocasionaran perturbaciones a la tranquilidad pública ( seditio, coetus, conventus). Al oír que Jesús era de Galilea, Pilato lo mandó a †¢Herodes, quien estaba en esos días en Jerusalén, pero éste lo devolvió después de humillarlo. El procurador romano trató entonces de dejar libre al Señor, tras azotarle (Luc 23:13-16). Incluso propuso aprovechar la costumbre que había de soltar un preso en esa fecha, pero la multitud se negó, pidiendo que se liberara a Barrabás, un ladrón (Luc 23:17-19).
insistió en su intento de no castigar a Jesús, a quien sabía inocente, pero el Sanedrín y la multitud se opusieron, incluyendo ahora otra acusación: Jesús era reo del delito de lesa majestad ( maiestatis). La multitud gritó: †œSi a éste sueltas, no eres amigo de César; todo el que se hace rey, a César se opone† (Jua 19:12). Esto le planteaba a Pilato un problema político, por lo cual †œse sentó en el tribunal en el lugar llamado el Enlosado…. Entonces dijo a los judíos: ¡He aquí vuestro rey!†. La multitud pidió que fuera crucificado. Pilato, entonces, se lavó las manos indicando que no quería tener responsabilidad en aquella injusticia †œy entregó a Jesús a la voluntad de ellos† (Luc 23:25).
Fuente: Diccionario de la Biblia Cristiano
Al arresto de nuestro Señor en Getsemaní sigue, en la tradición sinóptica, su traslado a una reunión de los dirigentes judíos (Mr. 14.53). Jn. 18.12–13 conserva un relato independiente de un examen preliminar ante Anás, suegro del sumo sacerdote Caifás. Sigue luego un interrogatorio relativo a sus discípulos y su enseñanza, que está inconcluso porque Jesús se niega a contestar las preguntas directas que le hace el sumo sacerdote (Jn. 18.19). Es maltratado (Jn. 18.22), y enviado como prisionero a Caifás (Jn. 18.24).
La referencia al “sumo sacerdote” en Jn. 18.19 ha ocasionado problemas. Si el Señor es interrogado por Caifás en 18.19, ¿por qué es que Anás lo remite nuevamente a la misma persona en 18.24? Resulta tentador ver en esa investigación preliminar el primero de los dos “juicios” judaicos que se describen en Marcos. En ese caso el “sumo sacerdote” en Jn. 18.19 sería Caifás, pero el interrogatorio sería de carácter informal. Su ubicación cronológica sería la noche del arresto. Jn. 18.24, que registra la presentación oficial ante Caifás y el sanedrín en pleno, tendría como fecha la mañana siguiente (cf. Jn. 18.28), e iría parejo con la consulta de Mr. 15.1.
Juan, sin embargo, no hace mención alguna de las cuestiones que ocupan lugar tan prominente en el informe sinóptico sobre el primer “juicio”: la cuestión del mesianismo de Jesús y la acusación de blasfemia.
Mr. 14.53–65 describe una comparecencia del prisionero ante una asamblea de “todos los principales sacerdotes y los ancianos y los escribas” (Mr. 14.53), bajo la presidencia del sumo sacerdote. El peso de la acusación es la afirmación de los testigos de que Jesús había profetizado la destrucción del santuario de Jerusalén (cf. Mr. 13.2; Hch. 6.13–14), y el establecimiento de un templo nuevo. La afirmación de que construiría un templo nuevo parece ser equivalente a la afirmación de que él era el Mesías, según las expectativas judías contemporáneas. Pero se trataba del nuevo templo de su cuerpo, la iglesia (Jn. 2.19; 1 Co. 3.16; Ef. 2.21) en este caso. (Véase R. J. McKelvey, The New Temple, 1969.)
El desafío acriminador del sumo sacerdote, “¿eres tú el Cristo, el Hijo del Bendito?”, le hizo responder: “Yo soy”, según Mr. 14.62. Más aun, el que el Señor usara el título “Hijo del Hombre” y que citara el Sal. 110.1 y Dn. 7.13 equivalen a afirmaciones inequívocas de su posición y destino únicos, hecho que Caifás comprendió de inmediato e interpretó como blasfemia premeditada. “No constituía blasfemia pretender ser el Mesías, mientras que el hablar con seguridad de compartir el trono de Dios y del cumplimiento de la visión de Daniel en sí mismo y en su comunidad por cierto que constituía blasfemia flagrante” (Vincent Taylor).
La acción simbólica del sumo sacerdote consistente en rasgarse la vestidura, como lo establece la Misná, es el preludio del veredicto, “digno de muerte” (Mr. 14.64), y de las payasadas de los oficiales (14.65).
Una segunda reunión del sanedrín a la mañana siguiente resultaba necesaria si, con Vincent Taylor, consideramos que Mr. 14.64 registra una condena de Jesús como merecedor de la pena de muerte, pero no el veredicto judicial, que debía ser dictado por “todo el concilio” (15.1). Luego el prisionero es conducido al gobernador romano Pilato para que se pronuncie la sentencia de muerte. El que el concilio judío tuviese la facultad de pronunciar y dar cumplimiento a la sentencia de muerte por asuntos religiosos (como creen Juster y Lietzmann) o no (así Jn. 18.31: véase la nota completa de Barrett) es una cuestión compleja. Hay indicaciones de que los dirigentes judaicos tenían facultades para llevar a cabo sentencias de muerte en esa época. Por ejemplo, en la Misná el apúsculo Sanedrín contiene una variedad de disposiciones para diversos tipos de ejecuciones. La advertencia inscrita en el templo de Herodes, que amenaza con la muerte al extranjero que sea descubierto dentro de la barrera y la cerca alrededor del santuario, no parece ser una amenaza ociosa. A Esteban se lo ejecuta a continuación de una sesión del sanedrín judío. Estas referencias no parecerían armonizar con la admisión de Jn. 18.31: “A nosotros no nos está permitido dar muerte a nadie.” E. C. Hoskyns en su comentario (pp. 616s) ve en el uso del verbo “dar muerte” (apokteinai) una referencia velada y sutil a la muerte por crucifixión, a diferencia del método acostumbrado de la pena capital por blasfemia, o sea la lapidación. Por lo tanto, la admisión judía de que ellos no pueden llevar a cabo una sentencia judicial por crucifixión la registra el evangelista que quiere que sus lectores vean en ella (v. 32) la forma en que la misma daba cumplimiento, inconsciente, pero también providencialmente, al antiguo plan de Dios anunciado en versículos tales como Dt. 21.23; Ex. 12.46; Nm. 9.12; cf. Jn. 19.36. Véase G. D. Kilpatrick, The Trial of Jesus, 1953; T. A. Burkill en
Ante Pilato el alegato gira en torno a la afirmación de Jesús relativa a su carácter real (Mr. 15.2; Lc. 23.2), lo cual los judíos querían que Pilato tomase en sentido político, De este modo la acusación principal es la de majestas o traición contra la autoridad imperial romana. Véase Jn. 19.12. Pilato, empero, desde el primer momento, sospecha de estas acusaciones, y comprende los motivos reales de los acusadores (Mr. 15.4, 10). Procura librarse de la situación de tres modos distintos, para no tener que sentenciar a Jesús a la muerte. Trata de pasarle la responsabilidad a Herodes (Lc. 23.7ss.); luego se ofrece para castigar a Jesús azotándolo y soltándolo posteriormente (Lc. 23.16, 22); finalmente trata de dejar libre a Jesús, como acto de clemencia en ocasión de la fiesta (Mr. 15.6; Jn. 18.39). Todos estos recursos fracasan. Herodes lo manda de vuelta; la multitud cambiante y desilusionada no se va a conformar con ningún castigo que no sea la pena de muerte (Lc. 23.18, 23); y Barrabás, asesino convicto, es elegido antes que Jesús el Cristo. Y así, a pesar de la inocencia repetidamente confesada del prisionero (Lc. 23.14–15, 22), es sentenciado a morir en la cruz por decisión del procurador (Mr. 15.15), tal como el mismo Señor había anticipado (Jn. 12.33; 18.32).
Bibliografía. C. H. Dodd, La tradición histórica en el cuarto evangelio, 1978, pp. 93–130; P. Bencit, Pasión y resurrección del Señor, 1971; G. Ricciotti, Vida de Jesucristo, 1978.
A. N. Sherwin-White, Roman Society and Roman Law in the New Testament, 1963; J. Blinzler, The Trial of Jesus, 1959; P. Winter, On the Trial of Jesus, 1961; W. R. Wilson, The Execution of Jesus, 1970; D. R. Catchpole, The Trial of Jesus, 1971; G. S. Sloyan, Jesus on Trial, 1973 (bibliografía); P. W. Walasky,
Douglas, J. (2000). Nuevo diccionario Biblico : Primera Edicion. Miami: Sociedades Bíblicas Unidas.
Fuente: Nuevo Diccionario Bíblico