Autor y fecha. Estas tres cartas fueron escritas por el apóstol Juan. En la primera, no aparece su nombre en la introducción. En las dos últimas se identifica como †œel anciano† (2Jn 1:1; 3Jn 1:1). Aunque en las obras de los primeros escritores cristianos aparecen expresiones que, sin ser citas exactas, pudieron ser tomadas de 1 Jn., el primero que cita esta epístola es Papías, a mediados del siglo II. Ireneo, obispo de Lyon (130-200 d.C.), da testimonio de que tanto 1 Jn., como 2 Jn. y el cuarto Evangelio eran obras de Juan, el apóstol. Lo mismo dice el Fragmento Muratoniano ( †¢Canon del NT).
Algunos discuten por qué el autor de las últimas dos cartas se llama a sí mismo †œel anciano†. Esto ha dado pie a una polémica sobre la posible existencia de otro Juan, llamado †œel anciano† o †œel presbítero†. La confusión surgió de unas líneas escritas por Papías que dan la apariencia de que existieron dos llamados Juan, uno el apóstol y otro, el anciano. Algunos, entonces, llegan incluso a decir que este †œanciano† es el autor del cuarto Evangelio. Sin embargo, la evidencia en cuanto a que hubo dos llamados Juan es muy pobre. El apóstol Juan, escribiendo ya muy viejo, bien podía llamarse a sí mismo †œel anciano†. Por lo cual, no existen razones para negar la autoría juanina de estas epístolas, tal como lo ha creído la Iglesia desde muy antiguo.
Relación con el cuarto Evangelio. La relación entre estas epístolas y el Evangelio de Juan puede observarse al constatar que el estilo y los temas son muy parecidos. La costumbre hebrea de establecer paralelismos aparece a cada rato. Se contrasta el amor y el odio, la luz con las tinieblas, la verdad y la falsedad, la vida y la muerte, etcétera. También se habla de los hijos de Dios y los hijos del diablo, los que tienen vida y los que no la tienen, los que son del mundo y los que no lo son… Pero también se ha señalado que hay una gran cantidad de palabras (unas 813) que aparecen en el Evangelio pero están ausentes de las cartas.
Características. Estas cartas tienen un carácter pastoral y, al mismo tiempo, polémico. El deseo de Juan es, por un lado, proteger a sus †œhijitos† y, por el otro, refutar las malas enseñanzas que intentaban confundirles. El principal problema era cristológico. Juan advierte contra los †œfalsos profetas [que] han salido por el mundo†, diciendo: †œEn esto conoced el Espíritu de Dios: Todo espíritu que confiesa que Jesucristo ha venido en carne, es de Dios; y todo espíritu que no confiesa que Jesucristo ha venido en carne, no es de Dios† (1Jn 4:1-3). †œPorque muchos engañadores han salido por el mundo, que no confiesan que Jesucristo ha venido en carne. Quien esto hace es el engañador y el anticristo† (2Jn 1:7).
se menciona en el artículo sobre el cuarto Evangelio, †œla tradición señala que el apóstol tenía muy en cuenta las enseñanzas de Cerinto, un hereje que, al parecer, mezclaba especulaciones de los ebionitas, con elementos de lo que luego sería el gnosticismo. Los ebionitas negaban la existencia del Señor Jesús, antes de nacer de María. Por eso Juan registra detalladamente la discusión con los judíos (Jua 8:46-59), que termina diciendo: `De cierto, de cierto os digo: Antes que Abraham fuese, yo soy†™. El apóstol toma también en consideración la herejía docetista. Esta alegaba que la humanidad del Señor sólo había sido aparente. Esto explica el énfasis de Juan al hablar de que `el Verbo fue hecho carne†™ (Jua 1:14). Hay que notar en este Evangelio el empeño en subrayar la condición del Señor como Hijo del Hombre. Juan desea que sus lectores entiendan que el Hijo de Dios se hizo Hijo del Hombre, pues sólo así era posible obtener una expiación por los pecados del mundo, a través de su verdadera muerte y verdadera resurrección.†
Primera de Juan. Desarrollo. El apóstol enfatiza que habla de cosas que había experimentado de manera directa (†œlo que hemos visto … contemplado, y palparon nuestras manos†). Fue una experiencia física, pero lo que se manifestó fue †œla vida eterna†. Eso es el anuncio, lo que predica. †œDios es luz†. No se puede tener comunión con él si estamos en pecado. Pero si lo confesamos, †œél es fiel y justo para perdonar† (1Jn 1:1-10).
es †œla propiciación por nuestros pecados†. Conocer a Dios es guardar sus mandamientos. El que dice que está en luz, debe amar a su hermano. Juan se dirige a sus †œhijitos† de todas las edades. Les dice que no deben amar al mundo, pues lo que hay en él, †œlos deseos de la carne, los deseos de los ojos, y la vanagloria de la vida†, no provienen del Padre. Una señal de los últimos tiempos es la apostasía de algunos. El que niega †œque Jesús es el Cristo† es un mentiroso. Son personas †œque os engañan†. El apóstol anima a sus †œhijitos† a perseverar (1Jn 2:1-29).
entonces a exponer sobre el amor. El amor del Padre se ha manifestado en †œque seamos llamados hijos de Dios†. Tenemos la esperanza de ser como Cristo. Eso debe conducirnos a la purificación. †œTodo aquel que permanece en él no peca†, pero †œel que practica el pecado es del diablo†. El mensaje que hemos recibido es †œque nos amemos los unos a los otros†, pues †œel que aborrece a su hermano es homicida†. †œPero el que tiene bienes de este mundo† y no ayuda al hermano pobre †œ¿cómo mora el amor de Dios en él?† Guardar los mandamientos de Dios es †œque creamos en el nombre de su Hijo Jesucristo, y nos amemos unos a otros como nos lo ha mandado† (1Jn 3:1-24).
hermanos no deben creer †œa todo espíritu†. Si alguien no confiesa la encarnación del Señor Jesús, no es de Dios. †œNosotros somos de Dios†. Insiste en que nos amemos unos a otros, porque †œel que no ama, no ha conocido a Dios†. El amor de Dios consiste en que envió a su Hijo †œen propiciación por nuestros pecados†. †œEl que ama a Dios, ame también a su hermano† (1Jn 4:1-21).
fe de los cristianos ha vencido al mundo. †œ¿Quién es el que vence al mundo, sino el que cree que Jesús es el Hijo de Dios?† †œEl que tiene al Hijo, tiene la vida; el que no tiene al Hijo de Dios no tiene la vida†. Sabemos que podemos orar, pues él nos oye. †œY si sabemos que él nos oye en cualquiera cosa que pidamos, sabemos que tenemos las peticiones que le hayamos hecho†. Juan anima a cuidar de los que habían caído en pecado †œque no sea de muerte†, orando por ellos. Finalmente, ratifica que †œsabemos que el Hijo de Dios ha venido al mundo. Este es el verdadero Dios y la vida eterna. Hijitos, guardaos de los ídolos† (1Jn 5:1-21).
Segunda de Juan. Desarrollo. El tema de 1 Juan se repite, más resumido, en esta carta. Su propósito parece que estuvo relacionado con la hospitalidad que debía darse a los evangelistas, maestros o misioneros que viajaban constantemente entre las iglesias. El apóstol, comienza declarando su gozo por la perseverancia en la fe de la †œseñora elegida† y sus hijos. Muchos piensan que esos términos, †œseñora elegida†, son una especie de personificación de una iglesia y que, por lo tanto, la carta no fue dirigida a una dama. Le advierte el apóstol contra †œlos engañadores† que †œhan salido por el mundo, que no confiesan que Jesucristo ha venido en carne†. Les anima a perseverar †œen la doctrina de Cristo†. †œSi alguno viene a vosotros, y no trae esta doctrina, no lo recibáis en casa, ni le digáis: ¡Bienvenido!†, para no participar †œen sus malas obras†. Luego se despide indicando que piensa visitarles pronto (2Jn 1:1-13.
Tercera de Juan. Desarrollo. La carta a †¢Gayo también está relacionada con la hospitalidad que debía darse a los evangelistas, maestros o misioneros que viajaban constantemente entre las iglesias. Pero mientras en 2 Jn. se advierte contra los falsos maestros y engañadores, en 3 Jn. se felicita a Gayo por su hospitalidad con los siervos verdaderos (†œ… fielmente te conduces cuando prestas algún servicio a los hermanos, especialmente a los desconocidos, los cuales han dado ante la iglesia testimonio de tu amor; y harás bien en encaminarlos†). Los misioneros salían †œpor amor al nombre de El, sin aceptar nada de los gentiles†. Los hermanos deben †œacoger a tales personas, para que cooperemos con la verdad†. La excepción, muy negativa, la constituye †¢Diótrefes, †œal que le gusta tener el primer lugar† y se negaba a recibir a los hermanos. Incluso †œa los que quieren recibirlos se lo prohíbe, y los expulsa de la iglesia†. En cambio, †œtodos dan testimonio de †¢Demetrio†. El apóstol le anuncia que espera verle †œen breve† para hablar †œcara a cara†. Pide que salude a los amigos, †œa cada uno en particular† (3Jn 1:1-15.
Fuente: Diccionario de la Biblia Cristiano
I. Antecedentes y circunstancias de 1 Juan
1 Juan tiene encabezamiento como epístola, pero no tiene nada de carácter “epistolar” en ella en el sentido estricto (en contraste con 2 y 3 Jn.), y es más bien un tratado que se ocupa de una situación particular.
El motivo de la misma fue la actividad de falsos maestros que se habían separado de la iglesia (o iglesias) a las que escribe el apóstol, y que trataban de seducir a los fieles (2.18s, 26). Formaban un grupo esotérico, que creía tener conocimientos superiores a los cristianos ordinarios (cf. 2.20, 27; 2 Jn. 9), y sentían poco amor por ellos (cf. 4.20).
Fueron precursores de los herejes posteriores generalmente conocidos como “gnósticos” (del gr. gnōsis, que significa “conocimiento”), que alardeaban de un conocimiento especial de Dios y la teología. La base de su doctrina parecería ser la negación de que Jesús era el Cristo (2.22), el que había venido en carne (4.2; 2 Jn. 7) para proporcionar salvación a los hombres (4.9s, 14). Pero la forma precisa que adoptó esta herejía es incierta. Generalmente se considera que tenía cierta afinidad con los puntos de vista que sostenía Cerinto en Asia Menor a fines del ss. I, aunque no era completamente idéntica con lo que conocemos de sus enseñanzas. Según Cerinto, Jesús fue un hombre, en quien vivió el Cristo celestial desde el momento de su bautismo hasta poco antes de su crucifixión (Ireneo,
Además, los falsos maestros pretendían ser “sin pecado” (1.8, 10), y posiblemente también que no necesitaban redención a través de la muerte de Jesucristo, mientras que en realidad eran mortalmente indiferentes y seguían los caminos del mundo (cf. 2.15), ignorando los mandamientos de Cristo (2.4), y haciendo literalmente lo que les daba la gana (sin caer, sin embargo, en pecados groseros). No se daban cuenta de que el pecado es una categoría moral, o sea injusticia (3.4, 7s), y, por consiguiente, consideraban que era lógico declararse sin pecado mientras practicaban el egoísmo y la falta de amor. Probablemente podemos ver aquí también la influencia de la distinción gnóstica entre el espíritu y la materia; como de todos modos el cuerpo (materia) estaba pervertido, y solamente el espíritu o alma (divinamente implantado) tenía importancia, su comportamiento corporal no tenía relación con su creencia cristiana.
Juan escribe para ofrecer un antídoto a tales enseñanzas, y podemos entender mejor el desarrollo de su argumentación si tenemos esto en cuenta. Se ha tratado de explicar su difícil estructura en función de la crítica de las fuentes (R. Bultmann; W. Nauck; J. C. O’Neill), pero este intento ha logrado poco apoyo.
II. Bosquejo del contenido de 1 Juan
Juan comienza anunciando que su propósito es el de explicar a sus lectores lo que ha oído y visto con respecto a la palabra de vida manifestada en Cristo Jesús, de modo que pueda haber una gozosa hermandad entre él, sus lectores, y Dios (1.1–4).
Luego presenta la proposición fundamental de que Dios es luz, y sobre la base de esta verdad universalmente aceptable procede a analizar ciertos lemas erróneos de sus oponentes (1.6a, 8a, 10a; 2.4a). A diferencia de estos afirma que sólo los que caminan en la luz pueden tener comunión con Dios, y purificación por medio de la sangre de Jesús. Negar que uno es pecador y que necesita purificarse es engañarse a sí mismo, pero los pecadores pueden tener la seguridad del perdón que les otorgará un Dios fiel a través del abogado justo, Jesucristo. Pretender tener un verdadero conocimiento de Dios sin obedecer sus mandamientos equivale a ser mentiroso (1.5–2.6).
Los cristianos, por lo tanto, han sido llamados a obedecer el nuevo mandamiento de Dios. Aunque en realidad es antiguo, ahora se presenta de nuevo como la ley de la nueva era de luz que ya ha comenzado a brillar en las tinieblas del antiguo mundo pecaminoso. Juan puede dirigirse a sus lectores en esta forma porque ya han entrado en esta nueva era, y gozan de los privilegios del perdón, el conocimiento, y el poder, y, además, los exhorta a no aferrarse al mundo pecaminoso que está condenado a pasar (2.7–17).
Una de las marcas del comienzo de esta nueva era es la aparición de falsos maestros que ya han dejado su morada temporaria en la iglesia. Su enseñanza es una negación de que Jesús es el Cristo, el Hijo de Dios, lo que en realidad significa que están negando a Dios Padre mismo. Pretenden tener conocimientos especiales, pero Juan asegura a sus lectores que en vista de su ungimiento por Dios (
Luego les aconseja permanecer en Cristo, el Santo y Justo, y probarse a sí mismos y a sus maestros por su semejanza con él. Esto los llevará a pensar en el gran privilegio de los cristianos como hijos de Dios, y en el aun mayor privilegio de que a la venida de Cristo llegarán a ser completamente como él, todo lo cual constituye un poderoso incentivo para la vida santa (2.28–3.3).
¿Cuál es, entonces, el carácter de los hijos de Dios, en contraste con el de los hijos del diablo? Como Cristo vino para borrar los pecados, se desprende que los hijos de Dios no pecan, y en realidad no pueden hacerlo, mientras que los hijos del diablo ni hacen lo que es correcto ni demuestran amor. Con esta declaración intransigente, que debemos estudiar en relación con 1.8, Juan quiere expresar que el cristiano como cristiano no puede pecar: está hablando del carácter ideal del cristiano; en contraste con los falsos maestros, que ni siquiera tratan de alcanzar este ideal (3.4–10).
En realidad, los cristianos deben esperar que los hijos del diablo los odien, así como Abel fue muerto por Caín; en cambio, la marca del verdadero cristiano es el amor, que se ve, no en el homicidio sino en el sacrificio de uno mismo y la caridad práctica (3.11–18).
Por medio de estos actos de amor el hombre sabe que es cristiano, de modo que aunque a veces su conciencia lo condena, puede tener la perfecta confianza delante de su Juez, el Dios que conoce su deseo de amarlo y servirlo (cf. Jn. 21.17); por cierto que armado con esta confianza puede ser audaz en la plegaria, ya que sabe que está agradando a Dios al guardar sus mandamientos de amor, y además, que recibirá la confirmación interna del Espíritu de Dios (3.19–24).
¿Pero cómo puede estar seguro el cristiano de que tiene el Espíritu de Dios? Porque los falsos maestros también aseguran tener el Espíritu. Juan responde que la creencia correcta en Jesucristo venido en carne es el signo seguro de la verdadera inspiración. Los falsos maestros, sin embargo, están motivados por el espíritu del anticristo (4.1–6).
Después de esta digresión, Juan vuelve al tema del amor. El amor, repite, es la prueba de que un hombre es nacido de Dios, porque como se vio en el sacrificio de Cristo, Dios es amor. (Esta es la segunda gran declaración de Juan sobre la naturaleza de Dios.) Aun si los hombres no pueden ver a Dios, pueden saber que él vive en ellos si muestran amor (4.7–12).
Seguidamente Juan resume los fundamentos de la seguridad cristiana: la posesión del Espíritu, la confesión de Jesucristo, y la práctica del amor. Estos son signos de que Dios vive en nosotros, y de que nos da confianza para el día del juicio, ya que no puede haber temor donde hay amor. Pero aun así, para evitar cualquier mal entendido antinómico o “espiritualista”, Juan recalca que tal amor a Dios va inevitablemente acompañado por el amor hacia los hermanos. Todos los que confiesan a Jesucristo aman a Dios y a su prójimo. Tampoco es difícil guardar este mandamiento, porque por la fe los que son nacidos de Dios pueden dominar las fuerzas contrarias (4.13–5.4).
Esto lleva a Juan de vuelta al tema de la fe. La fe del verdadero cristiano está centrada en Jesucristo, quien no sólo llegó a las aguas del bautismo, sino que también derramó su sangre sobre la cruz, y de quien el Espíritu da testimonio (Jn. 15.26). Estos tres—el Espíritu, el agua, y la sangre—constituyen el testimonio seguro de Dios para confirmar la fe en Cristo. Posiblemente Juan quiere significar también que la actividad salvadora del Espíritu en la iglesia (o en el creyente individual) y los sacramentos del bautismo y la Cena del Señor continúan este testimonio. No creer este testimonio es hacer a Dios mentiroso, y rechazar la vida eterna que ha dado a los hombres en su Hijo (5.5–12).
En conclusión, Juan declara que su propósito es dar seguridad a sus lectores en cuanto a su salvación. Como pueden estar seguros de la respuesta divina a sus oraciones, deben recuperar a los hermanos extraviados, por medio de la oración (aunque la oración no surte efecto en el caso de pecado mortal, sea lo que fuere lo que el apóstol haya querido significar con esto). Finalmente vienen las tres grandes declaraciones—que los cristianos tienen poder para no pecar, que pertenecen a Dios y que están en Cristo Jesús, quien es su gran instructor—y una admonición final para evitar la idolatría (e. d. la adoración de dioses paganos, aunque el significado es incierto) (5.13–21).
III. Antecedentes y contenido de 2 y 3 Juan
2 y 3 Juan son verdaderas cartas, de una longitud suficiente para caber dentro de una hoja de papiro de tamaño normal (25 x 20
2 Juan
3 Juan
IV. Corroboración externa de las epístolas
Papías (ca. 140) empleó 1 Juan, según Eusebio, y Policarpo (ca. 110–120) la menciona, como así también probablemente Justino (ca. 150–160). Fue aceptada como obra del cuarto evangelista, el apostol Juan, por Ireneo (ca. 180), el canon muratorio (ca. 180–200), y Clemente de Alejandría (ca. 200). Según Eusebio, nunca hubo duda sobre su autenticidad. Probablemente 2 y 3 Juan figuren en la lista del canon muratorio (J. Stevenson,
V. Origen, paternidad, y fecha
El origen asiático de los cinco escritos de Juan todavía resulta el más probable. Para las epístolas está el apoyo de las enseñanzas en Cerinto, a las que dichas epístolas se oponían, como también el de las tradiciones que relacionan al autor con Éfeso.
En cuanto al apóstol Juan como autor de los escritos que se le atribuyen, existen problemas que todavía no han sido solucionados. En primer lugar, es indudable que el mismo autor escribió las tres epístolas, aunque Jerónimo, y más recientemente R. Bultmann (op. cit., pp. 1s), lo han negado. 1 Juan es anónima, pero actualmente podemos afirmar, también, que “el anciano” fue su autor.
En segundo lugar, es prácticamente seguro que el mismo autor escribió el Evangelio de Juan y 1 de Juan. Esto no es aceptado por C. H. Dodd (pp. xlvii-lvi; más plenamente en “The First Epistle of John and the Fourth Gospel”, BJRL 21, 1937, pp. 129–156) ni por C. K. Barrett (The Gospel According to St. John, 1955, pp. 49–52), pero hay pruebas convincentes que han sido propuestas por A. E. Brooke (pp. i-xix), W. F. Howard (The Fourth Gospel in Recent Criticism and Interpretation4, 1955, pp. 281–296), y W. G. Wilson
Tercero, debemos considerar la relación entre Apocalipsis (que se atribuye al apóstol Juan por fuertes indicios externos) y el Evangelio de Juan y 1-3 Juan. Es difícil sostener la teoría de que los cinco libros fueron escritos por la misma persona, como en época temprana pudo comprobarlo Dionisio de Alejandría (J. Stevenson, op. cit., Nº 237). Hay considerables diferencias teológicas entre Apocalipsis y los otros escritos joaninos, aunque también hay estrechas similitudes. Además, el gr. de Apocalipsis es diferente al de los demás libros del NT; a pesar de las sugerencias de que fue escrito en arameo, y, en consecuencia, posiblemente por la misma persona que escribió el Evangelio de Juan y 1 Juan en griego, tiene que quedar en duda la teoría de un autor común.
En vista de ello han aparecido varias teorías con respecto a la paternidad, tres de las cuales merecen nuestra atención.
Primero, la teoría tradicional, apoyada por D. Guthrie (New Testament Introduction), atribuye los cinco libros al apóstol Juan. Se lo conocía como “el anciano” por excelencia en Asia Menor, por su edad y autoridad (cf. 1 P. 5.1 para un título similar). Por oposición a esta teoría debemos reconocer los problemas que presenta el libro de Apocalipsis, y la incertidumbre que muchos eruditos manifiestan con respecto a las pruebas externas en cuanto a la paternidad apostólica del Evangelio de Juan.
Una segunda solución, que resolvería la primera de estas dificultades, es que el apóstol Juan escribió el evangelio y las tres cartas que llevan su nombre, pero que Apocalipsis fue escrito por otro Juan que nos resulta desconocido. Esta fue esencialmente la teoría de Dionisio de Alejandría, actualmente apoyada por A. Wikenhauser (New Testament Introduction,
Una tercera solución, que evitaría la segunda de las dificultades en la teoría tradicional, es que un discípulo cercano al apóstol puede haber sido el autor del evangelio y las tres epístolas, y que Juan mismo escribió Apocalipsis. (Por falta de espacio no podemos aquí presentar las diferentes formas de esta teoría.) Según este punto de vista, el discípulo de Juan sería el que era conocido como “el anciano”.
A menudo se ha buscado apoyo para esta tercera teoría en un conocido pasaje de Papías (J. Stevenson, op. cit., Nº 31); Papías se refiere a algunos apóstoles, incluido Juan, aparentemente ya muertos, como “ancianos”, y luego a dos discípulos vivos del Señor, Aristión y el anciano Juan. Algunos eruditos piensan que este Juan el anciano era discípulo del apóstol Juan, y autor del evangelio y las tres epístolas de Juan. Pero esto es en extremo conjetural. No podemos saber a ciencia cierta si Papías se estaba refiriendo aquí a un mismo Juan (el apóstol) dos veces, o a dos Juanes distintos; para ambas interpretaciones podríamos invocar nombres de peso. Además, resulta claro que Papías aplicó el título de “anciano” a más de una persona (sin duda alguna incluyendo al apóstol Juan), y no es seguro que haya empleado este título en el mismo sentido al autor de 2 y 3 Juan. Por último, Papías no aclara si el hipotético “Juan el anciano” era discípulo de Juan el apóstol. Por lo tanto, no podemos tener ninguna certidumbre en cuanto a esta teoría de que el anciano de 2 y 3 Juan se llamaba Juan, o de que se trataba del “Juan el anciano” de Papías.
En general, lo más plausible sigue siendo que el evangelio y las tres epístolas sean obra de Juan el apóstol, o de algún discípulo allegado a él.
No podemos determinar con precisión la fecha de 1-3 Juan. Los hallazgos de Qumrán autorizan a pensar en la posibilidad de la existencia del tipo de teología que encontramos en la literatura joanina en una época más primitiva que lo que anteriormente se había creído posible. La indicación principal, sin embargo, es la naturaleza de la herejía que se ataca, y la situación de la iglesia; ambas sugieren una fecha entre las décadas del 60 y el 90 del ss. I. Nuestro conocimiento de la iglesia en ese período es tan limitado que resulta imposible establecer una fecha más precisa.
Bibliografía. °A. Wikenhauser, Introducción al Nuevo Testamento, 1978; J. Michl, Cartas católicas, 1977; R. Schnackenburg, Cartas de Juan, 1980; J. R. W. Stott, Las cartas de Juan, 1974; W. Thüsing, Las cartas de Juan, 1973; R. Díaz-Carbonell, “Juan, Epístolas de S.”, °EBDM, t(t). IV, cols. 666–672.
Comentarios: B. F. Westcott, 1883, reimpreso en 1966; A. E. Brooke,
W. Nauck, Die Tradition und der Charakter des ersten Johannesbriefes, 1953; J. C. O’Neill, The Puzzle of 1 John, 1966; E. Haenchen, Die Bibel und Wir, 1968, pp. 235–311 (=
Douglas, J. (2000). Nuevo diccionario Biblico : Primera Edicion. Miami: Sociedades Bíblicas Unidas.
Fuente: Nuevo Diccionario Bíblico