JOSUE Y JUECES

Introducción

AUTOR Y FECHA

Los eruditos difieren tanto en la fecha como en el autor de este libro anónimo, porque usan diferentes métodos.
Sobre el problema del autor algunos eruditos, siguiendo el Talmud (c. 500 d. de J.C.d. de J.C. Después de Jesucristo), asignan el libro al mismo Josué. Se apoyan en que se dice que Rajab todaví­a estaba viva en la fecha en que se escribió (6:25) y que el autor, usando †œnosotros†, se incluye a sí­ mismo entre quienes cruzaron el Jordán (5:1). Sin embargo, la observación acerca de Rajab en 6:25 puede referirse a sus descendientes, y otros textos heb. dicen †œellos†, no †œnosotros† en 5:1. Igualmente, como en 5:6, el autor pudo haber usado †œnosotros† en un sentido de solidaridad con la generación que entraba a la tierra.
El problema de la fecha en ocasiones también se ha decidido enteramente sobre la base de observaciones dentro del libro de Jos., y algunos eruditos que usan este método datan el libro en una época entre la muerte de Josué y sus contemporáneos que lo sobrevivieron (24:29–31) y el tiempo de Samuel (c. 1050 a. de J.C.a. de J.C. Antes de Jesucristo). Porque Sidón se reconoce como la ciudad principal de Fenicia (11:8) y Tiro la conquistó por el año 1200 a. de J.C.a. de J.C. Antes de Jesucristo, algunos favo recen esa fecha como la de la terminación del libro. Otros indicadores internos de la fecha del libro son que Jebús, la antigua Jerusalén, y Gezer, todaví­a no habí­an sido conquistadas (15:63; 16:10). Jerusalén finalmente cayó con David (2 Sam. 5:6–10) y Gezer con Salomón (1 Rey. 9:16). También en el 13:2, 3 los filisteos, quienes invadieron la planicie de la costa de Judá en 1175 a. de J.C.a. de J.C. Antes de Jesucristo, están presentes, aunque esta pudo haber sido una adición escrituraria posterior.
Más recientemente, los eruditos han comenzado a investigar fuera del libro mismo para decidir el problema de la fecha. Algunos de ellos ven ví­nculos entre Jos. y el Pentateuco. Piensan que hay una continuación de los pretendidos elementos literarios del Pentateuco: a saber, E en los caps. 2–11 y P en 13–22, con varias agregados de otras fuentes. Otros han llegado a la conclusión que en Deut., Jos., Jue., Sam. y Rey. hay una unidad más o menos estrecha, o por lo menos conformada. El lenguaje, el estilo y la teologí­a de estos libros apoyan la conclusión de que un así­ llamado deuteronomista (un individuo o una escuela) reunió una va riedad de fuentes de varios perí­odos y los entretejió en un todo completo durante el exilio. Esto significarí­a que Josué fue escrito c. 550 a. de J.C.a. de J.C. Antes de Jesucristo Estos libros están ligados por conclusiones e introduccio nes que se sobreponen. Jos. 1:1 se equipara con Deut. 34:1–12, especialmente el v. 5, donde a Moisés se le llama por primera vez †œsiervo del Señor†. La misma señal se confiere a Josué, también por pri mera vez, al final de Jos. (24:29). La conclusión de Josué (24:29–31) se repite como parte de la introducción a Jue. (2:6–9). El estilo del deuteronomista es más evidente en los discursos de despedida de Moisés (Deut. 31), Josué (Jos. 23), Samuel (1 Sam. 12), David (1 Rey. 2:1–4) y Salomón (1 Rey. 8:54–61), coronados por el resumen editorial del propio deuteronomista (2 Rey. 17).
Los judí­os siempre han reconocido la unidad de Jos., Jue., Sam. y Rey., llamándolos los †œProfetas Anteriores†. Este arreglo tiene las ventajas de llamar la atención a la integridad de cada libro y de distinguir entre el Pentateuco, que describe la organización de Israel como el pueblo de Dios bajo el pacto mosaico, y Jos., Jue., Sam. y Rey. que interpretan la historia de Israel en términos de ese pac to. Sin embargo, el acercamiento moderno pone énfasis en los fuertes ví­nculos entre Deut. y estos libros. G. J. Wenham ha encontrado cinco temas teológicos que unen a Deut. y Jos.: La guerra santa de conquista, la distribución de la tierra, la unidad de todo Israel, Josué como el sucesor de Moisés y el pacto.
El acercamiento moderno es también un avance sobre el punto de vista tradicional porque observa fuentes dentro de Jos. a Rey. y enfoca el uso teológico que el deuteronomista hace de ellas. Jos. explí­citamente menciona el libro de Jaser como una fuente (10:13) y algunos de los problemas dentro del libro se explican mejor mediante un análisis de las fuentes. Por ejemplo, en 11:21 se describe a Josué llevando a los anaquitas fuera de Hebrón, pero en 14:12 se da el crédito a Caleb por esa hazaña. Esta diferencia no es una contradicción, porque a Josué como jefe del ejército se le pudieron haber acreditado las proezas de su subalterno. Pero esto pue de explicarse mejor en términos de fuentes diversas.
El deuteronomista asumió que sus lectores conocí­an las historias antiguas del Pentateuco. Por ejemplo, se habla de los huesos de José en Gén. 50:25, que son sacados de Egipto en Exo. 13:19 y sepultados en Siquem en Jos. 24:32; y la herencia prometida a Caleb en Núm. 14:24, 30 encuentra su cumplimiento en Jos. 14:6–15.

LA FECHA DE LA CONQUISTA

El intento por fijar fecha a la conquista de la tierra por Israel, lo obstaculiza la naturaleza de la escritura de la historia bí­blica, la forma en que la Biblia calcula fechas y la ambigüedad de los descubrimientos arqueológicos.
Los hombres que compilaron las historias de la Biblia tení­an como meta principal enseñar teologí­a, no escribir sobre meros hechos, de modo que a veces se pasan por alto los detalles. Sin embargo, algunas de las reconstrucciones que los historiadores modernos han hecho de lo que realmente sucedió, parten demasiado radicalmente de la Biblia para tomarlas en serio.
Tomando las fechas que se dan en 1 Rey. 6:1 y Jue. 11:26 al pie de la letra, uno podrí­a fijar la fecha de la conquista c. 1400 a. de J.C.a. de J.C. Antes de Jesucristo Sin embargo, uno no puede asumir que la Biblia sencillamente suma los años en esta forma. No obstante, la evidencia arqueológica desde Jericó y Hazor apuntan a esta fecha. En Jericó, el estudio de los restos de cerámica, los escarabajos reales, la actividad sí­smica en la región, la destrucción por fuego y aun las ruinas de los muros derribados junto con el uso de carbono-14 reúne una evidencia impresionante de que la ciudad fortificada fue destruida finalmente por el año 1400. En Hazor, hay niveles de destrucción en los años 1400, 1300 y 1230 a. de J.C.a. de J.C. Antes de Jesucristo Casi todos los eruditos asignan la destrucción del 1300 al faraón Seti I, dejando cualquiera de las otras a Israel. La referencia en Jue. 4:2 de Hazor como una ciudad cananea, en oposición a las tres o cuatro generaciones de Israel después de Josué, excluye una fecha posterior, a menos que uno suponga ya sea que la narración bí­blica en Jue. 4 es imperfecta o que la evidencia arqueológica es in completa. Hai, si se identifica correctamente, carece de evidencia de una destrucción israelita, presentando un problema para cualquiera de los puntos de vista (ver sobre 7:2). J. Bimson ha establecido el año 1400 a. de J.C.a. de J.C. Antes de Jesucristo como la fecha de la conquista sobre base más firme, refinando las fechas de los perí­odos arqueológicos en cuestión.
Por otro lado, la evidencia arqueológica de Pitón y Ramesés en Egipto (Exo. 1:11), la falta de datos corroborando los reinos establecidos de Edom y Moab al oriente del Jordán antes del siglo XIII a. de J.C.a. de J.C. Antes de Jesucristo, y los cientos de nuevos asentamientos de pastores nómadas que se esparcieron en Israel alrededor del año 1200 en contraste con su ausencia en el perí­odo anterior, todo favorece fijar la fecha de la conquista en la segunda mitad del siglo XIII.
Sin embargo, la fecha de la conquista no afecta en realidad la teologí­a o el mensaje de Josué, en tanto hubo una conquista.

TEOLOGIA
El libro de Josué trata de la tierra prometida: Su posesión (caps. 1–12), su distribución (caps. 13–21) y su conservación (caps. 22–24). Por otro lado, trata también del desposeimiento de †œlos perver sos† de esa tierra. La tierra digna de reyes fue dada a un pueblo digno de ser reyes (ver Jos. 12).

La tierra como don

El Creador de toda la tierra (Sal. 24:1, 2; 47:4) y único dueño de Palestina (Lev. 25:23) hizo depositarios a los patriarcas de una tierra digna de reyes, que fluí­a leche y miel (Deut. 31:20). Prometió darla a sus descendientes como una herencia permanente (Gén. 17:8; Exo. 32:13). La ocupación de la tierra, que serí­a tomada por etapas (ver 13:1–7), fue iniciada dramáticamente por Josué. Fue entonces †œdistribuida† por Dios a las tribus de Israel por sorteo (Núm. 33:50–54), y así­ se convirtió en su posesi ón inalienable que nadie podí­a tomar de ellos por la fuerza. Solamente los levitas no recibieron tie rra propia; en su lugar, ellos †œheredaron† al Señor mismo, abriendo el camino para un entendimiento espiritual de la herencia (13:14).
Con la resurrección y ascensión de Cristo y con el derramamiento del Espí­ritu, se hizo claro que Josué es un sí­mbolo de Cristo y que la tierra es un sí­mbolo, una metáfora, de la salvación de la iglesia en Cristo (cf.cf. Confer (lat.), compare 1 Cor. 10:1–4). Tanto la tierra como la salvación en Cristo son un don (1:2, 6; cf.cf. Confer (lat.), compare Rom. 6:23), poseí­do únicamente a través de la fe (1:7, 9; cf.cf. Confer (lat.), compare Rom. 10:8–21; Ef. 1:8, 9). Son tanto un lugar de bendición (Exo. 3:8; Núm. 13:27; Ef. 1:3, 14), un hogar de reposo (Jos. 1:13; Heb. 4:1–11) y un lugar santo en donde de manera única uno encuentra a Dios (Exo. 15:17; Col. 3:1–4; 1 Tim. 2:5, 6). Ambos demandan también un estilo de vida que se conforme a la ley de Dios (1:7, 8; 8:30–35; 1 Cor. 10:1–13). A través del nuevo pacto Cristo califica a su iglesia para vivir en esta †œtierra† digna de reyes (Eze. 37:26). Y aunque la iglesia hoy hereda la vida eterna y el reposo en Cristo Jesús, después de su resurrección gozará de una †œtierra† más sólida, apropiada a ese estado (cf.cf. Confer (lat.), compare 1 Cor. 15:50–54; Heb. 11:39–40). La †œtierra† permanece como un don ya recibido pero todaví­a no experimentado plenamente.

Unidad de la generación fundadora
El autor pretende vincular a Josué con Moisés e identificar al pueblo que entró en la tierra como los representantes de aquellos que salieron de Egipto (ver 24:7, 17). Aunque el éxodo y la conquista duraron más de dos generaciones, el autor de Jos. trata a esas generaciones fundadoras como una. Vincula a Moisés y su ayudante Josué a través del libro. Por ejemplo, Dios prometió estar con ambos (1:5); ambos guí­an a Israel a través de aguas formidables que asombrosamente se secan y así­ son exaltados a los ojos del pueblo (3:7); ambos se quitan sus sandalias en la presencia del Señor (5:13–15); ambos interceden por el pueblo cuando peca (7:7); ambos poseen la tierra y la distribuyen (12:7–8; 14:1–5); ambos bendicen al pueblo (22:6); y ambos median el antiguo pacto (cap. 24). La generación bajo es tos dos dirigentes vio las maravillas asombrosas del Señor en el éxodo y la conquista (24:7, 17) y entró en pacto con él; son los primeros dirigentes de la nación gobernada por Dios.

Unidad de todo Israel
El autor también está interesado en pintar la unidad de las 12 tribus, usando †œtodo Israel† y términos similares frecuentemente (p. ej.p. ej. Por ejemplo 3:1, 7, 17; 18:1; 22:14). A los hombres de las tribus orientales que lucharon no se les despidió hasta después que se completó la conquista (1:14, 15; 22:1–9), y el malentendido de su altar †œrival† causó consternación en tre las otras nueve y media tribus (22:10–34). Doce hombres, uno de cada tribu, tomaron una piedra del Jordán para edificar un memorial nacional (4:1–9) y todas las tribus renovaron el pacto mosaico en Siquem (8:33, 34).

Fidelidad del pacto

La generación de Josué probó el tema dominante de esta historia; a saber, que el Señor cumplió su pro mesa a los patriarcas y dio a Israel la tierra y el reposo. Se afirma y reafirma en puntos clave en el libro: En el prólogo antes de la conquista (1:1–9), después de la conquista (11:23) y después de la distribución de la tierra (21:43–45). Las menciones sobre las sepulturas, al final del libro, también simbolizan esta verdad (24:28–33). Esta historia sagrada establece la confesión de Israel: †œEl Dios de dioses, Jehovah†, él es su Dios (22:22), y la motivación para guardar su pacto (caps. 23–24). Estimula a los fieles a poseer la tierra que queda (13:1–7; 14:6–15; 19:49, 50), dejando a los infieles sin ex cusa (18:3), y pone pensativos a todos con la sombrí­a realización de que Dios también cumple las maldiciones de su pacto (23:15–16; 24:19–24).
Israel, por su parte, debe cumplir sus obligaciones del pacto tomando, distribuyendo y reteniendo la tierra a través de la obediencia de fe en el Señor, mostrando su fe en él en la obediencia a su ley.

Guerra santa

La obediencia al pacto implicaba que Israel lucharí­a de acuerdo con las reglas de la guerra santa dadas en Deut. El Señor inicia la batalla y, si Israel obedece de todo corazón, asegura su triunfo (1:2–9; cf.cf. Confer (lat.), compare Núm. 27:18–21), interviniendo en ocasiones en las formas más asombrosas como en Jericó (6:20) y Gabaón (10:11, 14). Mientras estimulaba a Israel a ser fuerte en su fe en él, Dios destruye a sus enemigos antes de que principie la batalla haciendo que cunda el pánico en sus corazones (2:9–11, 24).
†œAl vencedor pertenecen los despojos† y así­, todos los malvados cananeos deben ser †œdedicados† (heb. herem) al Señor (6:17). La exterminación de los cananeos tuvo el propósito de salvar a Israel de la tentación (Deut. 7:1–5). Como lo describe G. A. Cooke: †œCualquier cosa que pudiera poner en peligro la vida religiosa de la comunidad, se le poní­a fuera del camino en que podí­a dañar prohibiéndose su uso humano; para asegurar esto efectivamente, debe ser totalmente destruida.† Cuando Acán fracasó en dedicar al Señor lo que por derecho era suyo, Acán y todo lo que él poseí­a fueron destruidos (7:15). Algunas veces el Señor reservaba el botí­n para él y otras veces recompensaba a su ejército con él (8:27). Los cananeos fueron exterminados de acuerdo con el recto juicio del Señor y no por que Israel tuviera sed de sangre. La prostituta Rajab se arrepintió y encontró un lugar permanente en Israel (6:25). Sin embargo, en la mayor parte Dios endureció los corazones de los cananeos que es taban maduros para el juicio (11:19, 20). Su destrucción prefigura el castigo eterno de los impí­os (Mat. 25:46), como la destrucción de Sodoma y Gomorra siglos antes. Israel poseyó su tierra porque el propósito del Señor era santificarla. Esa es la razón por la cual el autor coloca el relato de la renovación del pacto en Siquem justo en el corazón de las historias de las batallas (8:30–34). Si no reco nocemos estos paralelos entre el juicio de Israel sobre los cananeos y el juicio final, fracasaremos en ver por qué a Israel se le instruyó actuar en esta forma.

BOSQUEJO DEL CONTENIDO

1:1-18 Prólogo
1:1-9 El Señor ordena a Josué
1:10-15 El mandato de Josué al pueblo
1:16-18 La respuesta del pueblo a Josué

2:1—5:15 Entrada a la tierra
2:1-24 El informe de los espí­as: «Canaán derrotada»
3:1—4:24 Cruce del Jordán
5:1-14 Preparaciones rituales

6:1—12:24 La toma de la tierra
6:1-27 La batalla de Jericó
7:1—8:29 La batalla de Hai
8:30-35 El pacto renovado en el monte Ebal
9:1-27 Tratado con Gabaón
10:1-43 Conquista del sur
11:1-15 Conquista del norte
11:16-23 Resumen de la conquista
12:1-24 Apéndice: lista de los reyes derrotados

13:1—21:45 Distribución de la tierra
13:1-7 Tierra todaví­a por conquistar
13:8-33 Distribución de la tierra al oriente del Jordán
14:1—19:51 Distribución de la tierra al occidente del Jordán
20:1-9 Ciudades de refugio
21:1-42 Ciudades leví­ticas
21:43-45 Resumen: la maravillosa fidelidad de Dios

22:1—24:33 Reteniendo la tierra
22:1-34 El altar de testimonio de las tribus orientales
23:1-16 Discurso de despedida de Josué
24:1-28 Renovación del pacto en Siquem
24:29-33 Postdata: menciones sobre sepulturas
Comentario
1:1-18 PROLOGO

1:1-9 El Señor ordena a Josué

1:1 Trasfondo histórico. La referencia a la muerte de Moisés (1) vincula el libro de Jos. con Deut. 34:5 (cf.cf. Confer (lat.), compare Jue. 1:1; 2 Sam. 1:1; 2 Rey. 1:1) y señala el tiempo para reanudar la conquista. Moisés es llamado siervo de Jehovah tanto para honrarlo como para legitimar sus instrucciones para poseer la tierra.
Moisés le dio a Oseas (que significa †œsalvación†) el nuevo nombre JosueÅ’, que significa †œJehovah es salvación† (Núm. 13:16). El nombre más adelante llegó a ser yesua de donde proceden el gr. Iesous y el castellano †œJesús†.
El tí­tulo de Josué, ayudante de Moisés (cf.cf. Confer (lat.), compare 1 Sam. 3:1; 1 Rey. 19:21) recuerda que Josué habí­a sido preparado para este liderazgo por habilidad, entrenamiento y experiencia (cf.cf. Confer (lat.), compare Exo. 17:8–15; 24:12, 13; Núm. 14:6–12; 27:12–23; 32:12; Deut. 1:37–38; 34:9).
1:2–9 El mandato del Señor. Las palabras del Señor evocan aquellas de Moisés en Deut. (cf.cf. Confer (lat.), compare v. 2 con Deut. 10:11; v. 3 con Deut. 11:23, 24; v. 5a con Deut. 7:24; vv. 5b–7a, 9, con Deut. 31:6–8). Los vv. 7b, 8 recuerdan textos en Deut. que lo identifican como †œel libro de la Ley† y ponen énfasis en la importancia de meditar sobre y obedecer esta ley (ver Deut. 5:32, 33; 30:10). La promesa: Como estuve con Moisés, estaré contigo (5) recuerda la respuesta de Dios a la objeción de Moisés en Exo. 3:12. El libro de Jos. recoge el hilo de la historia donde termina el Pentateuco.
Los mandamientos y las promesas en los vv. 2–9 destacan la relación de pacto entre Dios y su pueblo. De parte de Dios, escogió a Israel para heredar la tierra (6). Del lado de Israel, debí­an ahora por fe reclamar el don (3, 4). No es tanto un asunto de obediencia, cruzar el Jordán, tan importante como lo es, sino un asunto de confianza en Dios (6, 7, 9). El les da razón para confiar: promete su presencia con ellos (5, 9b). De la misma manera, la iglesia que confí­a obedece el mandato de su Señor de evangelizar el mundo (Mat. 28:18–20). El mandato de no temer es una regla de la guerra santa.
2–5 La primera orden es cruzar el Jordán. El v. 2 dice lit.lit. Literalmente: †œAhora, levántate, pasa †¦ † (es decir, †œcruza inmediatamente, no te demores†). Cristo ordena a la iglesia: †œSí­gueme† y él tampoco permite demoras (cf.cf. Confer (lat.), compare Luc. 9:59–62). En el v. 4 se definen las fronteras extremas de la tierra, aunque la frontera sur está incompleta. Sólo durante el reinado de Salomón Israel llegó a tener el control de esa área (ver 13:1–7). El desierto se refiere al desierto oriental que principia en Transjordania. El Lí­bano se incluye en la tierra prometida en Jos. 13:5.
6 La segunda orden es tomar posesión de la tierra. †œTomar posesión† recuerda la concesión de la tierra que Dios dio a los patriarcas como una recompensa por su servicio fiel. Ahora, Josué debe conquistarla (caps. 1–12) y distribuirla (caps. 13–21).
7–9 La tercera orden, ser valiente y meditar en la Ley, vv. 7, 8, muestra que la posesión de la tierra depende de la obediencia en fe al libro de la Ley. La confianza y la obediencia se besan, no se pelean (cf.cf. Confer (lat.), compare Rom. 1:5; 16:26; Stg. 2:14–26). Aunque Josué fue preparado para esta guerra, la obediencia, no el poder, garantizaron el éxito de la operación. Los cristianos bajo el nuevo pacto tienen la doble ventaja de que Cristo satisfizo las demandas de la ley y las promesas (Mat. 5:17; Rom. 3:21–26) y a través del Espí­ritu ha escrito la ley sobre sus corazones (2 Cor. 3:3–6; Heb. 8:7–13; 10:15–18).

1:10-15 El mandato de Josué al pueblo

Los mandatos de Josué, tanto a los oficiales (10, 11) como a las tribus del oriente (12–15), evocan Deut. Compare el v. 11 con p. ej.p. ej. Por ejemplo Deut. 1:8; 4:1; 6:18; 8:1; 9:1, y note que, como el texto mismo lo dice, la instrucción de Josué a las tribus orientales está tomada casi palabra por palabra del mandamiento de Moisés (Deut. 3:18–20; cf.cf. Confer (lat.), compare Núm. 32).
1:10, 11 Mandato a los oficiales. El modelo de mandamiento divino seguido ahora por la obediencia cuidadosa y de todo corazón de Josué, muestra có mo debe conducirse una guerra santa. La preocupación del narrador con la preparación espiritual, la causa real de la victoria, no con los detalles marciales, la aparente causa del éxito, se refleja en la falta de especificidad sobre alimentos en el v. 11 (cubriendo todo lo necesario para una guerra violenta) y la falta de detalle en el mandato. Israel, reconocido ahora como un campamento armado, necesitó tres dí­as (es decir, parte de hoy, mañana y par te del siguiente dí­a) para prepararse para la batalla antes de levantar el campo en Sitim (11; cf.cf. Confer (lat.), compare Miq. 6:5). Toma tiempo alistarse para la batalla (cf.cf. Confer (lat.), compare Gál. 1:17–18). Estos tres dí­as anteriores al levan tamiento del campamento, en el 6 de Nisan (abril) (ver 4:19), no son los mismos que los tres dí­as después de que habí­an dejado Sitim y acampado en el Jordán (cf.cf. Confer (lat.), compare 2:16, 22; 3:2).
1:12–15 El mandato a las tribus orientales. Dios prometió reposo a su pueblo, esto es, paz de los ataques enemigos, después de tomar posesión de la tierra (13–15). La promesa de reposo surge de la relación de pacto con Dios (Exo. 33:12–16). El reposo al cual Moisés y Josué condujeron a Israel prefigura el reposo final y perfecto al cual Jesús dirige a su iglesia fiel (Heb. 4:1–11).

Canaán antes de la conquista

1:16-18 La respuesta del pueblo a Josué
El pueblo respondió con fe y obediencia de todo corazón (todas las cosas †¦ dondequiera), garantizando el éxito continuado de la conquista. Prome tieron dar muerte a los infieles y ellos mismos le mandaron a Josué, ¡ †¦ esfuérzate y sé valiente!

2:1-5:15 ENTRADA A LA TIERRA
Esta sección muestra cómo el Señor, sin ayuda, llevó a Israel a la tierra, y cómo la nación fue preparada espiritualmente para las batallas por delante.

2:1-24 El informe de los espí­as: †œCanaán derrotada†

Aunque los espí­as fueron enviados para ayudar a Josué a hacer planes para su campaña militar, el valor principal de su informe fue mostrar que Canaán no estaba preparada espiritualmente.
2:1 Los espí­as son enviados. El nombre Sitim (lit.lit. Literalmente †œLas Acacias†) sugiere un medio ambiente áspero.
Quizá en un intento de evitar despertar sospechas como extranjeros, los espí­as a quienes Josué envió entraron secretamente a la casa de una prostituta, quien indudablemente tení­a muchos visitantes. Hay que notar que aunque el heb. lit.lit. Literalmente dice †œdurmieron†, no †œpasaron†, el narrador categóricamente dice que durmieron allí­, no con ella (1), aunque esta fue la suposición de los hombres de Jericó. El mis mo verbo se traduce †œacostar† en el v. 8 sin ninguna connotación sexual. Claramente, el autor no trataba de decir que habí­an tenido relaciones sexuales con Rajab.
2:2–7 Rajab oculta a los espí­as. El reconocimiento, espionaje y el engaño son necesarios en la guerra, aun en la guerra santa (ver 1; cf.cf. Confer (lat.), compare Jue. 7:9–16). Rajab escondió a los espí­as y engañó a los explo radores del rey de Jericó con mentiras (2–7). Clandestinamente dejó que los espí­as escaparan y los instruyó sobre la forma de evitar ser descubiertos, escondiéndose en las cuevas de las montañas al occidente de la ciudad, lo opuesto a lo que podrí­a esperarse como una posibilidad (16, 17). Los engaños de Josué y Rajab producen dudas. ¿Cómo pueden esos engaños ser una parte legí­tima de la guerra santa? (Cf. Mat. 5:33–37; Ef. 4:14, 15.)
Las analogí­as indirectas de situaciones donde el engaño y la desinformación son correctos y necesarios, pueden ayudar. Los cazadores usan trampas y escondrijos; los pescadores, cebos y anzuelos. En los deportes, los jugadores con frecuencia tratarán de engañar a sus oponentes moviendo una pelota o adoptando posturas engañosas. En el ajedrez, un jugador engaña a su oponente tomando su pieza más débil para capturar la más fuerte; en los juegos de cartas uno conserva una †œcara seria†. Dios fue bondadoso con las parteras que engañaron al Faraón (Exo. 1:19–20) y †œpor la fe Moisés, cuando nació, fue escondido por sus padres durante tres meses† (Heb. 11:23). En todas estas situaciones no acusamos a los participantes de actuar de acuerdo con principios carentes de ética de que un fin recto justifica medios injustos. Más bien, reconocemos que en dichas situaciones el engaño es legí­timo, no erróneo. Así­ también el ATAT Antiguo Testamento reconoce que en la inteligencia de guerra, la contrainteligencia y las trampas son todas parte de †œel juego†. Josué preparó una emboscada (Jos. 8:9), y David usó a Husai como una estructura en conjunción con una red de espí­as (2 Sam. 15:32–37; 16:15–22). En el NTNT Nuevo Testamento, Pablo escapó de los judí­os bajo el amparo de la noche (Hech. 9:23–26), y el ángel tomó ventaja de los soldados dormidos para liberar a Pedro de las garras de Herodes (Hech. 12:6–10). Sin embargo, en la mayorí­a de las situaciones, las mentiras son incorrectas (Prov. 30:7, 8) y se requiere la verdad (Ef. 4:15). El creyente debe escuchar al Espí­ritu de Dios por medio de la Escritura y la conciencia para no racionalizar la situación.
2:8–14 Pacto con Rajab. La conversación nocturna de Rajab con los espí­as reveló su fe (9a, 11b), en contraste con el temor de los cananeos (9b, 11a). Los triunfos de Israel en contraste con el pá nico de los cananeos, la convenció de que el Señor habí­a dado la tierra a Israel (9) y que él es Dios (11; cf.cf. Confer (lat.), compare Deut. 4:39). A juzgar por la cerámica importada a Palestina en esta época y por la diplomacia inter nacional que se refleja en las Cartas de Amarna (c. 1350 a. de J.C.a. de J.C. Antes de Jesucristo), el éxodo y la conquista de Israel pudieron haber sido ampliamente difundidos por todo el mundo contemporáneo. Rajab y los cana neos respondieron a los mismos informes (10; cf.cf. Confer (lat.), compare Deut. 2:24–3:11). La fe de Rajab la guió a la vida, en tanto que la incredulidad de los cananeos los condujo a muerte (cf.cf. Confer (lat.), compare 2 Cor. 2:14–16).
El informe de Rajab que el miedo habí­a caí­do sobre los cananeos (9), persuadió a los espí­as de que el Señor habí­a entregado la tierra sin que ellos hubieran levantado una espada (24; cf.cf. Confer (lat.), compare 1:5; Exo. 15:13–16; 23:27; Deut. 2:25; 11:25). El valor de la nueva generación de guerreros de Israel (1:6–9) contrastó vivamente con la generación tí­mida que le precedió (Núm. 13–14; cf.cf. Confer (lat.), compare 1 Cor. 16:13; 1 Jn. 4:4).
Luego de su confesión de fe (9–11), la primera en la Biblia, Rajab buscó salvación dentro de la comunidad del pacto (12–13). En el v. 12 misericordia (heb. hesed) es una forma abreviada de decir †œayuda indefectible a un compañero de pacto en necesidad†. La salvación de Dios está accesible a todos los que lo buscan. Caracterí­sticamente, Rajab buscó la salvación de toda su familia (ver 24:15). La señal que ella querí­a era el juramento que le hi cieron los espí­as en el v. 14. Estos varones circuncisos aceptaron a esta prostituta convertida en el compañerismo pleno de la comunidad del pacto y estuvieron incluso dispuestos a morir por ella y su fami lia. El juramento con los gabaonitas en el cap. 9 es otro asunto. Ellos escucharon de la fama del Dios de Israel, pero nunca lo confesaron como su Señor.
2:15, 16 Rajab ayuda a los espí­as a escapar. Como Abraham y Rut, Rajab renunció a su paí­s en favor de Israel. De hecho, arriesgó su vida al identificarse con el Dios de Israel (4–7, 15, 16). El NTNT Nuevo Testamento honra la fe (Heb. 11:31) que produjo sus buenas obras (Stg. 2:25). Su fe incluso le ganó un lugar en el linaje de Jesús (Mat. 1:5).
2:17–21 Estipulaciones del pacto. La distinción que hicieron los espí­as entre la fiel Rajab y los desobedientes cananeos, encuentra su cumplimiento final en el juicio final (Mat. 25:31–46; Apoc. 20:11–15). Como Israel necesitó la sangre del cordero en sus dinteles para distinguirlos de los egipcios (Exo. 12:7, 13), así­ Rajab necesitó este cordón rojo que le proporcionaron los israelitas, para distinguirla a ella y a su familia de los cananeos destinados a muerte. Hoy, las familias creyentes aceptan por fe la señal demarcadora de Dios en el bau tismo (Hech. 2:38, 39; 16:31–33) y proclaman la muerte de Cristo cuando beben la copa del nuevo pacto en su sangre (Luc. 22:20; 1 Cor. 11:25, 26).
2:22–24 El informe de los espí­as. El informe exacto de los espí­as del testimonio de Rajab (cf.cf. Confer (lat.), compare 9, 24) subrayó el hecho que Dios habí­a derrotado espiritualmente a los cananeos.

3:1-4:24 Cruce del Jordán

El cruce del Jordán marcó el momento en que Israel rompió la última barrera a la tierra prometida y así­ escapó del desierto. El guerrero divino, simbolizado por su arca, los condujo hasta el crecido Jordán, lo secó, los protegió en su recorrido y los guió a la tierra prometida.
La mayor parte del año el Jordán puede vadearse fácilmente (cf.cf. Confer (lat.), compare Jue. 3:28; 8:4), pero Dios esperó has ta el principio de la primavera (cuando estaba en plena creciente, principalmente por las nieves derretidas del monte Hermón) para conducir a los israelitas al otro lado, exaltando así­ a Josué a los ojos de la nación (7) y haciendo saber a Israel que el Dios viviente estaba en medio de ellos (8, 13).
3:1-17 El Jordán se abre. Bajo el liderazgo fiel de Josué, la guerra santa prosiguió en forma majestuosa, ordenada, sin prisa o demora.
1 Israel calculó que los actos poderosos de Dios conectados con el cruce del Jordán se iniciaron en Sitim (cf.cf. Confer (lat.), compare Miq. 6:5). Como el pueblo subió del Jordán el 10 de Nisán (4:19), el primer mes del año lu nar correspondiente a nuestro abril, no pudieron haber llegado a la orilla oriental del Jordán antes del 8 de Nisán, tres dí­as antes (3:2, 5). El tiempo adicional entre su llegada al Jordán y el cruce del mis mo, era necesario para la preparación espiritual del pueblo (5).
Hay cuatro discursos preparando al pueblo para el cruce: Uno por los oficiales del pueblo (2, 4), uno por Josué al pueblo y a los sacerdotes (5, 6), uno por el Señor a Josué (7–8) y uno por Josué a toda la nación (9–13). Cada discurso revela un poco más sobre la maravilla que iba a acontecer, llegando a un clí­max en el discurso final de Josué.
2–4 Los oficiales ordenaron al pueblo seguir el arca. El arca, un cofre dorado de 120 cm.cm. Centí­metro x 60 cm.cm. Centí­metro x 60 cm.cm. Centí­metro; ver Exo. 25:10–22, simbolizaba el trono de Dios y en ocasiones era llevado a una batalla (ver Núm. 10:35; 1 Sam. 4–6). Pero no era sólo un sí­mbolo, Dios realmente estaba presente allí­ dirigiendo a los sacerdotes que lo llevaban (cf.cf. Confer (lat.), compare 4:11; Deut. 10:8; 1 Sam. 6:7–12). Siendo el lugar donde se guardaban los Diez Mandamientos, la constitución de Israel (Deut. 10:1–4; 31:26), el arca representaba las reglas éticas de Dios y la relación de pacto de Israel con él. También simboliza el evangelio porque, además de guardar la ley por la cual todos serán juzgados (ver Rom. 2:12–16), su tapa, el asiento de la misericordia, rociado con sangre expiatoria, prefigura la sangre purificadora de Cristo (Heb. 9).
La orden de mantener una distancia de 2.000 codos (900 m.m. Metro) entre ellos y el arca, dio a todo Israel una perspectiva total del liderazgo maravilloso de Dios.
5, 6 El 9 de Nisán, Josué dio instrucciones al pueblo de consagrarse (cf.cf. Confer (lat.), compare Núm. 11:18), haciendo énfasis en la santidad del ejército. Esta santificación implicaba el lavamiento de sus vestiduras (cf.cf. Confer (lat.), compare Exo. 19:10) y abstenerse de relaciones sexuales (cf.cf. Confer (lat.), compare Exo. 19:15). El 10 de Nisán, Josué instruyó a los sacerdotes que tomaran el arca.
7, 8 En este momento crí­tico, Dios recompensó la fe de Josué, prometiendo que cuando los sacerdotes estuvieran de pie en el Jordán engrandecerí­a a Josué, como lo habí­a hecho con Moisés. Josué pre figura a Cristo, quien guí­a a su iglesia por el desierto de este mundo para cruzar el rí­o de la muerte en su peregrinar a la ciudad celestial.
9–13 Josué se dirigió solemnemente al pueblo. En el v. 10, el Dios vivo evoca un contraste con los dioses locales que murieron y volvieron a la vida otra vez de acuerdo con las épocas, pero no pudie ron mantener control sobre la historia. Se mencionan siete naciones, probablemente porque siete representa lo cabal (cf.cf. Confer (lat.), compare Deut. 7:1). En el v. 12 Josué aparta a 12 hombres para que lleven piedras al Jordán a fin de proporcionar una base firme en el lecho lodoso del rí­o para los sacerdotes que llevaban el arca pesada (cf.cf. Confer (lat.), compare 4:9). (Nota del Editor: En 4:9 se menciona que se erigió un monumento después del cruce, no antes.)
En la culminación de su discurso, Josué predijo que el Jordán se detendrí­a como en un embalse, mostrando que Dios, no causas naturales, era responsable de ello. El discurso profético de Josué lo calificó como digno sucesor de Moisés.
14–17 La narración enfoca ahora tanto la obediencia perfecta del pueblo —todo procedió exactamente de acuerdo con las instrucciones previas— como el carácter sorprendente del evento. El texto se sale de su curso para enfatizar que el cruce tuvo lugar en abril en la primera cosecha (ver 5:10, 11), cuando el rí­o se desbordaba. Conforme a otros paralelos propuestos entre Moisés y Josué, el cruce aconteció en la misma época del año en que Israel cruzó el mar Rojo.
El cruce probablemente tuvo lugar cerca del vado que los árabes llaman Al-Maghtas, 12 km.km. Kilómetro(s) al sudeste de Jericó y 13 km.km. Kilómetro(s) al occidente de Tell el-Hammam. La ciudad de Adán, hoy Tell-ed-Damiye, donde se juntaron las aguas, está a 27 km.km. Kilómetro(s) rí­o arriba desde Jericó, de modo que una amplia extensión del lecho del rí­o, más de 30 km.km. Kilómetro(s), quedó expuesto para que toda la nación cruzara rápidamente. Un derrumbe de tierra cerró el rí­o en 1267 y en 1906. Un terremoto que sucedió el 11 de julio de 1927 cerró la corriente sinuosa durante 21 horas y media. Estos paralelos dan credibilidad al relato sin restar nada a la predicción de Josué y a la asombrosa oportunidad del evento.
4:1–24 El cierre del Jordán y el memorial nacional. El narrador continúa dando énfasis al carácter asombroso del cruce (18), pero se concentra en el monumento nacional de piedras. Este memo rial fue uno en una serie conmemorando los hechos poderosos de Dios (cf.cf. Confer (lat.), compare Exo. 13:3–6; 1 Sam. 7:12), culminando en el pan y la copa que proclaman †œla muerte del Señor hasta que él venga† (1 Cor. 11:26).
1–4 Una vez más Dios, como comandante en jefe, inició la acción. Su orden de elegir doce hombres asume que los doce que fueron apartados en 3:12 habí­an colocado piedras como una plataforma firme para los seis sacerdotes. (Ver la Nota del Editor en la página anterior). El número doce se repite cinco veces en los vv. 1–8, llamando la atención sobre la unidad de las doce tribus que constituyeron una nación bajo el liderazgo de Josué (cf.cf. Confer (lat.), compare Exo. 24:4; 1 Rey. 18:31–35). 1 Enfatiza la salvación de todo Israel y sirve como prenda que todo el verdadero Israel será salvo, tanto judí­os (Rom. 11:25–27) como gentiles (Gál. 6:15, 16). Cristo no perderá una sola de sus ovejas; todas serán salvas (Juan 10:27, 28).
5–7 Una vez más, el comandante de Dios en el escenario terrenal obedeció sus instrucciones. Las 12 piedras iban a servir para siempre como una señal y como un memorial (cf.cf. Confer (lat.), compare Exo. 12:26, 27; Deut. 6:20–25). La memoria desempeña un papel importan te en cualquier sociedad. Sin memoria, una persona pierde su identidad, y sin una historia que la sustente, una sociedad y el mundo alrededor llegan a convertirse virtualmente en fantasmas. Cualquier sociedad que espera perdurar debe convertirse, como lo expresan los sociólogos, en †œuna comunidad de memoria y esperanza†. En el antiguo Israel, los monumentos y los rituales como la Pascua (Exo. 13–14), serví­an a esta función. Los numerosos memo riales que se mencionan en Jos. y que todaví­a perduran (p. ej.p. ej. Por ejemplo 7:26; 8:29; 10:27), más tarde fueron reemplazados por los libros bí­blicos que sostienen a la iglesia. Se asume que las historias que explican los monumentos fueron transmitidas fielmente en forma oral hasta el tiempo en que se escribieron; de otro modo no hubieran comunicado ninguna convicción y no hubieran podido sostener al pueblo en realidad (cf.cf. Confer (lat.), compare 2 Ped. 1:16). Algunos eruditos invierten su función. De acuerdo con ellos, estos monumentos estimularon a Israel para crear historias para explicar su existencia, ¡no para recordarles lo que de hecho habí­a acontecido!
8, 9 En el v. 9, el heb. dice lit.lit. Literalmente: †œy Josué erigió doce piedras en medio del Jordán†, esperando que el lector entienda que estas fueron otras 12 piedras (como aclara la traducción gr.). La sólida plataforma de piedra que se removió de debajo de los pies de los portadores en el lecho lodoso del rí­o para hacer el memorial, tení­a que ser reemplazada. Obviamente, estas piedras de reemplazo sumergidas, no podí­an servir como un memorial nacional pero, para quien tuviere interés, estaban allí­ todaví­a como señales al tiempo que se escribió el relato, fuera del alcance de vándalos. (Nota del Editor: Aunque respetamos la interpretación del autor del comentario, consideramos que el texto bí­blico menciona dos monumentos: uno en el mismo lecho del rí­o y otro en el lugar del campamento después de pasar el rí­o.)
10–13 Los sacerdotes subieron desde el Jordán y el arca reasumió la dirección solamente después de que todo se habí­a cumplido propiamente. Se muestra así­ que el Señor y sus sacerdotes permane cieron en el lugar de peligro, no el pueblo que se apresuró para cruzar. 12 Añade que las tribus de oriente fueron adelante de las otras (ver 1:12, 13). Aunque armados para la batalla, los 40.000 soldados nunca levantaron una espada porque el Señor peleó por ellos, como lo habí­a hecho por la milicia armada en el mar Rojo (cf.cf. Confer (lat.), compare Exo. 13:18; 14:13–31). La palabra heb. que tradicionalmente se traduce †œmil†, probablemente significa un contingente de cinco a 14 hombres, como en los censos de Núm. 1 y 26. Algunos soldados se quedaron atrás sobre el lado orien tal del Jordán, para proteger sus hogares (cf.cf. Confer (lat.), compare 22:8). El pueblo cruzó delante de Jehovah sobre la orilla occidental, como si estuvieran frente a una tribuna. El comandante en jefe divino una vez más asumí­a su posición como Rey en medio del campo de batalla.
14 Como lo prometió el Señor, Josué fue exaltado. El 10 de Nisán (ver sobre el 3:1), el dí­a que se seleccionaba el cordero de la Pascua (Exo. 12:3), fue un dí­a cuando Israel aprendió nuevamente a te mer a Dios (24; 3:10) y a Josué.
15–18 Conforme el Jordán volví­a a su cauce normal, parecí­a como si se hubieran cerrado puertas detrás del Rey divino y sus súbditos, al entrar a la heredad real. El momento preciso del cierre del Jordán fue tan asombroso como su apertura (cf.cf. Confer (lat.), compare 3:15).
19–24 En ese mismo dí­a, Israel erigió el memorial nacional en Gilgal (cf.cf. Confer (lat.), compare 4:2). Gilgal puede localizarse en el Khirbet el-Mefjir. El memorial nacional conmemoraba en estas preguntas y respuestas de generación en generación (21, 24) que el Señor habí­a secado el Jordán (22, 23; cf.cf. Confer (lat.), compare Exo. 14:22), probablemente por las razones que se sugieren en 3:7. Asociar el cruce del Jordán con el del mar Rojo subrayó la unidad tipológica de los dos eventos en la salvación y la historia. El pronombre vosotros (plural) en el v. 23, representa a todo Israel como un cuerpo unido. Todos los creyentes podemos estar presentes en alguna forma en estos eventos históricos a través de la Escritura, la imaginación y la fe. Aun más, a través del monumento todos los pueblos de la tierra conocerí­an que la mano de Dios es poderosa (cf.cf. Confer (lat.), compare 2:10; 3:10; Exo. 15:14–16) e Israel temerí­a, es decir, darí­a su lealtad sincera a Jehovah (ver Deut. 5:29; 8:6 etc.) Hoy, estos propósitos se cumplen a través de la proclamación de la muerte de Cristo por el pecado y su resurrección de los muertos (cf.cf. Confer (lat.), compare Rom. 10:6–9).

5:1-14 Preparaciones rituales

Cada uno de los párrafos en este capí­tulo pone de manifiesto un paralelo entre Moisés y Josué, forjando todaví­a más ví­nculos entre los dos dirigentes en la fundación de Israel. Ambos infunden temor en sus enemigos (1, cf.cf. Confer (lat.), compare Exo. 15:10–13); ambos iniciaron la circuncisión antes de entrar de lleno en la tarea (2–9; cf.cf. Confer (lat.), compare Exo. 4:24–26); ambos celebraron la Pascua como parte de la marcha hacia la tierra santa (10–12; cf.cf. Confer (lat.), compare Exo. 12); y ambos se quitaron las sandalias delante del Señor (13–15; cf.cf. Confer (lat.), compare Exo. 3:5).
5:1 Introducción. Este versí­culo, que describe la reacción de los cananeos al cruce del Jordán, vincula este capí­tulo con 4:24, pronosticando la reacción del mundo. Los reyes de los amorreos (es decir, aquellos de las ciudades-estados en las montañas al occidente del Jordán) y los reyes de los cananeos (es decir, aquellos de las ciudades-estados sobre las planicies al lado del mar), son una muestra de las siete naciones en 3:10. Estos reyes sabí­an del acto poderoso del Señor, pero en lugar de ir hacia él en fe, como habí­a hecho Rajab, sus corazones rebeldes se sumieron en temor y los inmovilizaron (cf.cf. Confer (lat.), compare 2:10; 11:20).
5:2–9 Renovación del pacto: la circuncisión. Breves narraciones de la circuncisión de Israel (2, 3, 8, 9) enmarcan una explicación detallada (4–7).
2–3 Una vez más, el Señor ordenó (2) y Josué ejecutó perfectamente (3). Josué indirectamente circuncidó a toda la nación a través de los padres (cf.cf. Confer (lat.), compare Gén. 21:4; Exo. 4:25). Se han propuesto dos in terpretaciones del porqué el narrador representa esta circuncisión como de nuevo (lit.lit. Literalmente †œuna segunda vez†). Por un lado, quizá esa porción de la milicia unida que tení­a 40 años y más y que fueron circun cidados en Egipto, era reconocida como la primera circuncisión; y aquellos de menos de 40, que no fueron circuncidados en el desierto, eran considerados la segunda. Esta interpretación es la que me jor acomoda a los vv. 4–7. Por otro lado, la porción de edad mayor de la milicia pudo haber tenido que circuncidarse nuevamente porque la circuncisión egipcia era incompleta, a diferencia de la circuncisión israelita completa. Esta interpretación explica mejor el énfasis en cuchillos de pedernal y la referencia a la afrenta de Egipto (9), la circuncisión incompleta. Estatuas de guerreros en Canaán durante el tercer milenio a. de J.C.a. de J.C. Antes de Jesucristo muestran a los soldados como circuncidados en forma completa. Ahora en la tierra los israelitas podí­an libremente circuncidarse correctamente y remover de su me dio la afrenta de Egipto. La colina de los prepucios puede haber sido el nombre de una pequeña loma cerca de Gilgal, que significa †œalejar, alejar† la afrenta (9).
4–7 La mayorí­a de la milicia, nacida durante los 40 años en el desierto (cf.cf. Confer (lat.), compare Núm. 14:20–22, 29–31; Deut. 2:14), tení­a que ser circuncidada por primera vez. Es necesario considerar dos preguntas relacionadas: ¿Por qué la circuncisión y por qué en Gilgal? En Egipto, parece que la circuncisión hací­a a alguien apto para la virilidad. En Israel, la circuncisión hací­a a alguien apto para la relación de pacto con Dios (Gén. 17:9–14) y de esta manera un heredero idóneo de la tierra prometida. J. A. Motyer ha comentado que †œla circuncisión †¦ es la prenda de la obra de la gracia donde Dios escoge y marca a los hombres como suyos†. También hizo no tar que †œla circuncisión estaba integrada al sistema mosaico en conexión con la Pascua† (cf.cf. Confer (lat.), compare Exo. 12:44). Aquí­ también el rito sagrado de iniciación tení­a que preceder a la Pascua (10). Si la generación incrédula hubiera circuncidado a sus hijos en el desierto, hubiera reducido este ritual de gracia a ligereza; por tanto, era apropiado mantenerlo en suspenso hasta la llegada de Israel a la tierra.
5:10–12 Comida del pacto: la Pascua. La celebración de la Pascua el 14 de Nisán al final de su jornada, recordaba a los israelitas que habí­an iniciado esta maravillosa jornada con Dios a través de su Pascua. Esta es precursora de Jesucristo (1 Cor. 5:7), cuya sangre provee a los cristianos salvación del juicio de Dios en el mundo de Satán (cf.cf. Confer (lat.), compare Exo. 12:1–7) y cuya carne, simbolizada por el pan, provee para su santificación (Exo. 12:8–11). Al siguiente dí­a (la frase se repite tres veces en los vv. 11, 12), empezaron a gozar el alimento que por tanto tiempo habí­an esperado en la tierra prometida. Habí­an pasado los 40 años cansadores de comer maná en el desierto (cf.cf. Confer (lat.), compare Núm. 11:4–9).
5:13–15 Adoración del comandante. La preparación final de Josué para la guerra santa implicó encontrarse con el Señor, porque su adoración todaví­a era demasiado imperfecta para la tarea por de lante. El hombre misterioso que Josué encontró no era el Señor sino el jefe del ejército celestial. Como a los mensajeros seculares se les igualaba completamente con quienes los enviaban (p. ej.p. ej. Por ejemplo 2 Sam. 3:12, 13; 1 Rey. 20:2–4), el ángel de Dios (cf.cf. Confer (lat.), compare Gén. 31:11; Exo. 3:2; 14:19) y su capitán angélico (cf.cf. Confer (lat.), compare Dan. 10:5, 20) eran tratados también con igual respeto. Le dice a Josué que no era ni de Israel ni de sus enemigos. El es el Jefe del Ejército de Jehovah, incluyendo sus ángeles (2 Rey. 6:15–17; Sal. 103:20, 21), no un aliado (3:10). Si Israel quebrantaba el pacto, el santo Dios volverí­a su espada contra ellos (Lev. 26:25; Deut. 28:15–26), como lo aprendieron Israel y Acán en la batalla de Hai (cap. 7). Josué propiamente se postró en homenaje ante este ser angélico. La respuesta a su segunda pregunta (14b) fue tan inesperada como la primera. En lugar de un esperado boletí­n para la batalla, se le ordenó una mejor adoración. Aunque postrado, todaví­a tení­a puestas sus sandalias sucias. Con Josué descalzo, la guerra santa puede empezar.

6:1-12:24 LA TOMA DE LA TIERRA
La conquista de la tierra llevó mucho tiempo (11:18) y muchas batallas (12:1–24). De éstas, el narrador selecciona cuatro por razones históricas y teológicas. Israel inició las primeras dos, que fueron contra las ciudades de Jericó (6:1–27) y Hai (7:1—:29), y varias coaliciones cananeas iniciaron las otras dos en el sur (10:1–43) y en el norte (11:1–15). Las batallas de Israel contra las dos ciudades centrales le dieron una firme cabeza de playa en la tierra, dividiéndola en dos. Las batallas contra Jericó y la coalición del sur están marcadas por intervenciones asombrosas del Señor. Las equilibran las batallas contra Hai y la alianza del norte, marcadas por una estrategia brillante. En el corazón de esta sección, Israel se comprometió a guardar la ley de Dios en la tierra (8:30–34). De esto se trataba toda la guerra.

Jericó, Hai y la renovación del pacto en Siquem

6:1-27 La batalla de Jericó

6:1 Introducción. Jericó (la moderna Tell es-Sultan), probablemente dedicada al dios de la luna (su nombre significa †œciudad de la luna†), estaba localizada estratégicamente, teniendo un gran oasis en una región donde el agua era preciosa y controlaba los caminos principales hacia el interior.
6:2–5 Las instrucciones del Señor. Las instrucciones del Señor a Josué revelan el carácter del pacto. Dios graciosamente dio a Israel la tierra, pero debí­an hacerla suya obedeciendo fielmente (Heb. 11:30; cf.cf. Confer (lat.), compare 1:2–9). La primera instrucción: Que el ejército marchara alrededor de la ciudad cerca de 600 m.m. Metro una vez al dí­a durante seis dí­as, sirvió de avi so de que el Rey divino estaba marcando la ciudad como suya. El rey de Jericó y sus fuerzas resistieron a Israel (24:11), pero estaban tan impotentes como Satanás y sus huestes ante Cristo y su igle sia (Mat. 12:22–29; Luc. 10:18; Ef. 6:10–18). La segunda instrucción: Que siete sacerdotes debí­an llevar siete cornetas de cuernos de carnero delante del arca, señaló el inicio de la gue rra santa. El arca es el trono santo de Dios (ver 3:3). La tercera instrucción: Los siete sacerdotes debí­an marchar siete veces el séptimo dí­a —el número siete se repite tres veces en v. 14—, significó perfección. La cuarta instrucción: Que el pueblo debí­a dar un grito que hiciera temblar la tierra cuando escucharan el sonido de las cornetas, dio voz a su fe. La quinta orden: Que cada guerrero debí­a atacar la ciudad de frente después que cayeran los muros, encontró su consumación cuando ellos †œdedicaron† la ciudad al Señor (17–20).
6:6, 7 Ordenes de Josué. Josué repitió las órdenes que se aplicaban a los sacerdotes y luego las que se aplicaban al pueblo. Se menciona primero el arca, porque Dios es el Rey (cf.cf. Confer (lat.), compare 3:2–4). Josué crea tivamente desplegó algunos hombres armados como vanguardia delante de los sacerdotes, tocando las cornetas, y otros como retaguardia detrás del arca (9). En esta forma, el Rey divino asumió su lugar propio en el corazón de sus guerreros sagrados. La extensión y la profundidad de la procesión no es importante.
6:8-14 Ordenes ejecutadas. Mientras el ejército santo estaba marchando en solemne procesión, los sacerdotes tocaban las cornetas y los hombres armados, según las órdenes de Josué, guardaban silencio absoluto. Esto duró seis dí­as. El estilo dramático de la narración compite con el de la marcha.
6:15–21 Cae Jericó. La tradición relata que el séptimo dí­a era el sábado, lo que no se permite que interfiera con la guerra santa. La orden de Josué de †œconsagrar† (heb. herem) la ciudad, implicaba ma tar a toda la gente en ella para prevenir el contagio espiritual de Israel (Deut. 20:16–18). A veces el herem implicaba quemar la ciudad (24; 11:13) y en otras ocasiones no incluí­a el saqueo de las ciudades conquistadas (cf.cf. Confer (lat.), compare 8:26, 27; 11:14). El principio se lleva a cabo en la iglesia a través de la excomunión (1 Cor. 5:13), un principio y procedimiento que puede necesitar a veces ser reaplicado el dí­a de hoy.
El ejército santo siguió las instrucciones perfectamente y con su tremendo grito cayeron los muros de Jericó. Grandes terremotos sacuden el valle del Jordán en un promedio de cuatro veces por siglo, y las excavaciones en Jericó han revelado clara evidencia de un derrumbe de al menos un muro de ladrillo de lodo. Esta información da credibilidad al evento épico sin detrimento de la maravilla que Dios lo predijo y ejecutó en el momento preciso.
6:22–25 Rajab vive y Jericó perece. La conclusión de la historia cambia entre el rescate de Rajab (22, 23, 25) y la destrucción de la ciudad (24, 26) para contrastar su destino. Tanto por repetición como por detalles extensos, se subraya que Dios cumple su pacto incluso con una prostituta cananea (17b, 22, 23, 25). A Rajab y su familia se les colocó primero fuera del campamento (23), porque eran impuros ceremonialmente (Lev. 13:46; Deut. 23:3), pero al tiempo en que se escribió la historia sus descendientes se habí­an asentado permanentemente en Israel. Hay un sentido en el cual ella continúa viviendo en el nuevo Israel a través de su descendiente, Jesucristo (Mat. 1:5).
El profeta Josué pronunció una maldición sobre cualquier persona que tratara de reconstruir los cimientos de esta ciudad †œconsagrada† al Señor (cf.cf. Confer (lat.), compare 1 Rey. 16:34). La maldición, aunque descriptiva y no prescriptiva, era apropiada, porque el primogénito pertenece al Señor (Exo. 13:1) y de esta manera toma el lugar de la ciudad †œconsagrada† al Señor.

7:1— 8:29 La batalla de Hai

Las dos partes de la batalla, la ruina (7:1–26) y la victoria (8:1–29), enseñan lecciones de fe.
7:1–26 La ruina. En forma directa, el narrador implica a todos los israelitas (6:18) en el pecado de Acán. El concepto de solidaridad nacional, la noción de que los actos de un individuo afectan a todo el grupo, arroja luz sobre otros pasajes (2 Sam. 21:1–9; Hech. 9:4; Col. 1:24) y es la base para la doctrina del pecado original de la humanidad en Adán, y para la justificación de los santos a través de Jesucristo (Rom. 5:12–19).
2–5 Hai significa ominosamente †œla ruina†. Es incierta su identidad moderna porque el sitio tradicional, et Tell, está desocupado en la actualidad. El desatino y la derrota de Israel deben verse a la luz de la ira de Dios (1). Una cosa fue enviar espí­as que reconocieran Jericó (2:1), pero fue una clara violación a la guerra santa y a las instrucciones de Dios a Josué al nombrarlo (Núm. 27:21), iniciar batalla sin consultar al Señor. Irónicamente, Josué tuvo que echar suerte después de la derrota (14). Los espí­as violaron las normas de la guerra santa con tando con †œmiles† (mejor, †œcontingentes†; ver comentario de 4:13), no con el Señor. Si los contingentes eran de 15 hombres cada uno, entonces 36 hombres constituí­an una pérdida de un 80%. Al explicar esta derrota, uno no debe culpar solamente a estas violaciones de la guerra santa, la causa última de la derrota, o solamente el error táctico de Josué al intentar un ataque de frente la causa inme diata: fueron ambas.
6–9 En gran desaliento, Josué y los ancianos rasgaron sus vestiduras (cf.cf. Confer (lat.), compare Gén. 37:29, 34; Jue. 11:35) y se postraron delante del arca, el lugar sagrado de consulta (cf.cf. Confer (lat.), compare Jue. 20:18, 23, 26–27). Se que jaron lastimosamente y consultaron osada y francamente de Dios la razón de su derrota (cf.cf. Confer (lat.), compare Isa. 6:11). Josué estuvo a punto de culpar a Dios como Israel lo habí­a hecho (cf.cf. Confer (lat.), compare Exo. 14:21; 16:2–8). Desde la perspectiva ignorante de Josué, la ruina parecí­a tonterí­a. Si los cananeos hubieran reconquistado su confianza y desde sus fortificaciones en las montañas hubieran descendido sobre los israelitas, atrapados por el crecido Jordán, la situación hubiera sido realmente desesperada.
10-15 El Señor respondió bruscamente, levántate y subrayó la culpabilidad de la nación: Israel ha pecado. Defraudando al santo Dios —poniendo sus gustos y valorando que sus juicios son me jores que la palabra de Dios—, los israelitas habí­an difamado su glorioso nombre. Dios protegió su honor convirtiéndolos en herem.
16–23 Para proveer un camino de salvación nacional, Dios ordenó al campamento profanado reconsagrarse (ver 3:5) y deshacerse del herem (13). Dios aisló a los culpables mediante respuestas de †œsí­† y †œno† de la suerte sagrada (cf.cf. Confer (lat.), compare 14:2; 18:6; Exo. 28:30), señalando a Acán mediante un proceso de eliminación (14, 17). Los culpables entonces confesaron el mal que habí­an hecho. Todas las cosas quedan desnudas delante de Dios (Heb. 4:13). El pecado quedarí­a cubierto quemando todo lo que pertenecí­a a Acán como el nuevo herem glorificador de Dios. Quizá la propiedad hurtada de Jericó hubiera infligido a Israel un contagio fí­sico y por eso debí­a ser sometido al fuego purificador (ver 6:17, 24). En tiempos bí­blicos, las familias actuaban más como una unidad bajo la dirección del pa dre, que en las culturas occidentales. Las familias entraban en pacto con Dios como un grupo (ver sobre 2:8–14, 18) y quebrantaban el pacto colectivamente, como en este caso. Acán probablemente escondió el botí­n en la tienda familiar, con el conocimiento pleno de toda su familia (cf.cf. Confer (lat.), compare Hech. 5:1, 2).
Confesando su pecado, Acán dio gloria a Dios (19), porque ello entrañaba reconocimiento de la omnisciencia, soberaní­a, verdad, celo y santidad de Dios. De manera significativa, el incrédulo Acán equivocó el nombre del herem llamándolo botí­n. Su punto de vista de la guerra santa era equivocado. Para él, Jericó era un trofeo que habí­a conquistado, no algo que el Rey divino habí­a ganado. De igual manera los materialistas consideran los re cursos de la tierra como suyos, no del Señor.
24–26 Todo Israel debí­a participar en la lapidación expiatoria (cf.cf. Confer (lat.), compare v. 1). El montón de piedras en Acor (que significa †œdesastre†) conmemora el trágico sacrilegio de Acán (cf.cf. Confer (lat.), compare 4:5–7).
8:1–29 Victoria en Hai. 1, 2 En el ataque renovado, se siguieron escrupulosamente las reglas de la guerra santa. Primero, el Señor ordenó el ataque y Josué, en forma perfecta e innovadora, cumplió los detalles. En segundo lugar, se ordenó al ejército no temer porque Dios le habí­a prometido la victoria (ver 1:7–9). La victoria fue tan segura al principio del segundo ataque, como la derrota fue cierta al inicio del primero.
No obstante, cada batalla en la conquista fue única. Las normas de la guerra santa generalmente imponí­an una fuerza reducida, de manera que la fe de Israel estuviera en el Señor y no en el poder militar (ver Deut. 17:16; Jue. 7:1–8). Sin embargo, en este caso Israel envió todo el ejército. En el primer ataque sin éxito, los números reducidos representaron la falsa confianza de Israel (ver 7:3). Ahora todo el ejército expresaba fe, subiendo nuevamente en contra del formidable enemigo. En esta batalla el herem del Señor incluí­a solamente la ciudad y la gente, no el ganado ni los metales preciosos (cf.cf. Confer (lat.), compare 6:17; 7:15). El plan de batalla requerí­a de una estrategia militar normal, una astuta emboscada, no una procesión sacerdotal como la que en forma asombrosa derribó los muros de Jericó. En el éxodo, el Señor de los Ejércitos maravillosamente usó el mar Rojo y el viento oriental, no los hombres armados de Israel, para destruir al poderoso ejército egipcio (Exo. 14:10–31), pero en la siguiente batalla contra los amalequitas confió la espada a Josué (Exo. 17:8–16; cf.cf. Confer (lat.), compare 1:1). De igual manera en la historia de la iglesia, en el tiempo de los apóstoles hubo actos asombrosos y después, otros no tan maravillosos (cf.cf. Confer (lat.), compare Heb. 2:3, 4). De ambas maneras Cristo edifica su iglesia (Mat. 16:19).
3–13 El Señor ordenó una emboscada engañosa (cf.cf. Confer (lat.), compare 2:2–7). No es claro el número involucrado en la emboscada. El v. 3 habla de 30 contingentes (ver comentario sobre 4:13), pero el v. 12 mencio na cinco. Se ha sugerido que el v. 3 se lea: †œél envió treinta de sus mejores hombres de guerra, uno de cada contingente† (Boling; ver abajo) (cf.cf. Confer (lat.), compare 2 Sam. 23:24–39). Toda la emboscada consistí­a de cinco con tingentes de hombres de milicia. Nótese el cambio de gente de guerra en el v. 3, a hombres sencillamente en el v. 12. Los de la emboscada ascendieron 20 km.km. Kilómetro(s) por la empinada montaña y al amparo de la noche se escondieron detrás de una colina o en cuevas, en el lado occidental de Hai (9, 13). A la mañana siguiente, Josué salió de Gilgal con la principal fuerza de guerra, teniendo una visión com pleta de Hai allende un valle al norte de la ciudad. Aquella noche, la segunda para los hombres de la emboscada que ya estaban listos, Josué reconoció el valle donde tendrí­a lugar la batalla, para asegurar el éxito de su maniobra engañosa.
14–17 Para el rey de Hai, la maniobra de Josué parecí­a una repetición. Temprano la mañana siguiente, se apresuró temerariamente a marchar hacia el norte al lugar asignado para la batalla, espe rando que se repitiera la derrota anterior. Josué fingió una retirada, usando la anterior para su ventaja, e indujo al rey a desechar toda precaución. Para aniquilar a su presa en huida, el rey reunió a todas sus tropas fuera de la ciudad, incluso del templo (llamado aquí­ Betel; cf.cf. Confer (lat.), compare Jue. 20:18), el último punto de defensa de una ciudad sobre su acrópolis. Aquí­ Betel (lit.lit. Literalmente †œcasa de Dios†) no es el nombre de un lugar sino una descripción del templo de Hai (R. G. Boling y G. E. Wright, Anchor Bible, Joshua, p. 240).
18–23 En el momento crí­tico, el Señor intervino y ordenó a Josué que levantara el kidon, la lanza, o mejor una espada curva, una cimitarra. Extendida hacia Hai, simbolizó la soberaní­a del Señor sobre la ciudad. El heb. del v. 19 sugiere que los hombres en la emboscada habí­an dejado ya rápidamente sus lugares de escondite. Tan pronto como Josué dio la señal, se apresuraron hacia la ciudad. El ejército principal de Israel se volvió contra sus desventurados perseguidores quienes, mirando atrás, vieron a su ciudad elevándose en humo y a las cinco unidades israelitas saliendo detrás de ellos.
24–27 De acuerdo con las normas de la guerra santa contra los cananeos, los 12 contingentes completos de Hai y sus esposas se convirtieron en el herem del Señor, destruidos (26).
28, 29 La ciudad incendiada, un montí­culo permanente de ruinas y la tumba del rey, un montón de piedras a la puerta, sirvieron como memoriales (cf.cf. Confer (lat.), compare 4:5–7) y prueba de que los eventos realmente acontecieron. El rey de Hai fue colgado de un árbol, quizá traspasado sobre una estaca, para mostrar que estaba bajo la maldición de Dios. De acuerdo con la ley, tení­an que bajarlo antes del anochecer (Deut. 21:23). Por contraste, el Rey de Israel †œnos redimió †¦ al hacerse maldición por nosotros† (Gál. 3:13). A él también lo bajaron a la puesta del sol (Juan 19:31).

8:30-35 El pacto renovado en el monte Ebal

En el corazón de sus historias de batalla, el narrador hace una pausa para relatar que Israel renovó el pacto en Siquem como Moisés les habí­a ins truido (Deut. 11:29). Se publicaron las demandas y los preceptos del Señor de Israel. El altar simbolizaba la demanda de Dios sobre la tierra (cf.cf. Confer (lat.), compare Gén. 12:8) y la ley definí­a el carácter de su reinado. Como las viñas sin podar (Lev. 25:5, 11) y el cabello sin cortar (Núm. 6:5) eran sí­mbolos en Israel de que estos objetos eran santos o dedicados al Señor, así­ un altar de piedras sin labrar mostraba que pertenecí­an al Creador. El monte Ebal está al norte de Siquem (la moderna Nablus), el sitio de mal agüero, y el monte Gerizim, el más bajo de los dos (33) al sur. Uno debe asumir que Israel tení­a libre acceso a esta área, ya sea porque tení­an un tratado con los siquemitas (ver cap. 24; cf.cf. Confer (lat.), compare Gén. 34; Jue. 9) o porque los cananeos, agazapados en sus fortificaciones, tení­an temor de confrontarlos en esta área poco poblada. El monte Ebal, el monte de las maldiciones, fue elegido como el sitio apropiado para el altar porque allí­ Dios quitó la maldición de los pecadores.
Los holocaustos simbolizaban la consagración total de Israel a Dios y sirvieron para rescatarlos. Las ofrendas de compañerismo, que se comí­an, celebraban su relación con Dios. Los mismos sacrificios se usaron en la ceremonia en el monte Sinaí­ cuando Israel inicialmente ratificó el pacto (Exo. 24:5). Prefiguran la sangre de Cristo del nuevo pac to (Luc. 22:20). Se ha encontrado un altar en el monte Ebal y de acuerdo con su descubridor, A. Zetal, toda la evidencia cientí­fica corresponde muy bien con la descripción bí­blica.
Como Josué estaba siguiendo la ley de Moisés, el lector debe asumir que las grandes piedras fueron cubiertas con cal y la ley inscrita sobre ellas (32; cf.cf. Confer (lat.), compare Deut. 27:1–8). No se especifica la extensión de la ley escrita a la vista de los israelitas reunidos solemnemente. El lector debe asumir también que en el anfiteatro natural con espléndidas propiedades acústicas, seis tribus sobre el monte Gerizim aclamaron las bendiciones sobre la obediencia y seis en el monte Ebal las maldiciones sobre la desobediencia (33; cf.cf. Confer (lat.), compare Deut. 27). Las tribus, compuestas de ciuda danos nativos y naturalizados, permanecieron en pie hacia los sacerdotes que llevaban el arca, el trono del Rey divino (ver 6:6, 7). Después, para que la escucharan todos los ciudadanos del reino de Dios, Josué leyó la ley, expresada a través de las bendiciones y las maldiciones, esencia del tratado de Israel con Dios (34, 35; cf.cf. Confer (lat.), compare Deut. 11:26; 30:1).

9:1-27 Tratado con Gabaón

El tratado con los gabaonitas fue una excepción obvia a la regla de la guerra santa. Este relato muestra que Israel podí­a determinar que bajo ciertas circunstancias podí­a y debí­a hacerse una excepción a la ley. A veces surgen situaciones comprometedoras como aquí­ (14) y p. ej.p. ej. Por ejemplo en casos de divorcio, porque no se buscó en primer lugar la palabra de Dios. En el tiempo de los jueces, Israel se enredó tanto con pactos de paz con las naciones condenadas, violando el herem (ver sobre 6:15–21), que el Señor ya no sacó a los cananeos (Jue. 2:1–5). Muchos en la iglesia hoy están optando por coexistir pací­ficamente con el mundo y están perdiendo su poder espiritual.
9:1, 2 Confederación cananea. La diplomacia excepcional de Gabaón se presenta en contraste con el trasfondo de la decisión de otras confederaciones cananeas de hacer la guerra contra Israel (10:1–11:23). Los gabaonitas arriesgaron la paz, no la guerra. Desafortunadamente, aunque temí­an a Dios, no optaron por una tercera solución, vasa llaje total dentro del pacto con Dios, como lo habí­a hecho Rajab (ver 2:8–14). Confrontada con Cristo y su evangelio, la gente de igual manera puede optar por una de estas tres posturas: Luchar contra él, coexistencia pací­fica sin sumisión a él, o ser miembro pleno en el nuevo pacto por medio de su sangre y del renacimiento espiritual.
9:3–13 El engaño de Gabaón. Gabaón y sus cuatro aliados son llamados heveos (7) para recordarnos que son una de las naciones sentenciadas. La identificación popular de Gabaón con el-Jib, 13 km.km. Kilómetro(s) al noroeste de Jerusalén, es cuestionable. Con términos de paz en sus bocas se acercaron a Josué, quien tuvo que aceptar la responsabilidad por lo que aconteció aunque es obvio que permitió que los ancianos participaran en las negociaciones (6, 8b, 15).
Los gabaonitas fincaban su esperanza de un tratado de paz en la norma de Israel de hacer paz con ciudades sumisas que estuvieran lejos de Israel y que no formaran parte de las naciones condenadas que podí­an corromperlos (Deut. 20:10–15). Por lo tanto, los gabaonitas pretendieron venir de lejos.
Si bien el engaño es una necesidad reconocida en la guerra, el engaño en hacer tratados es inaceptable (ver sobre 2:2–7), de modo que Josué los maldijo (23). En verdad, Josué y los ancianos se equivocaron también por depender de su juicio en lugar de consultar al Señor (14). La iglesia no debe sustituir su propio entendimiento, por atractivo que sea, por la palabra de Dios.
9:14, 15 Tratado con Gabaón. Quizá Israel tomó de las provisiones porque era parte del procedimiento para hacer pactos. En última instancia fue Israel, no Gabaón, quien hizo mal al no consultar al Señor.
9:16–18 El engaño de los gabaonitas descubierto. Sólo tres dí­as después, Israel descubrió el engaño de los gabaonitas y les tomó otros tres dí­as para hacer la jornada de 27 km.km. Kilómetro(s) de Gilgal a la liga gabaonita para confirmar el informe. Los cuatro pueblos que constituí­an esta liga controlaban las ví­as de acceso a Jerusalén desde el noroeste, de modo que viví­an en una arteria vital dentro de la confederación israelita. La asamblea tuvo razón en quejarse contra sus dirigentes, porque la existencia de Israel en la tierra estaba ahora amenazada por esta presencia pagana.
9:19–27 Acuerdo. Tres veces, en versí­culos sucesivos (18, 19, 20), se le da importancia al hecho de que Israel no debe quebrantar un juramento, aun cuando se hubiere hecho bajo una bandera falsa y así­ tomando en vano el nombre de Dios (cf.cf. Confer (lat.), compare Exo. 20:7; 2 Sam. 21:1–14; Mat. 5:33–37). Esta es una verdad que necesita ser reafirmada en una época en que se quebrantan los votos matrimoniales y los con tratos mercantiles. Los ancianos resolvieron el problema de asegurar un tratado irrevocable llevado a cabo con dolo, interpretando el término del tratado †œsiervo†, en la forma más onerosa: Los gabaonitas se convirtieron en cortadores de leña y portadores de agua para toda la congregación. Josué añadió servicio cúltico a las otras labores demandadas por los ancianos.

10:1-43 Conquista del sur

La campaña del sur consistió de dos partes: La derrota de los cinco reyes de los amorreos que sitiaron a Gabaón, y la captura subsecuente de las ciudades reales y la subyugación del territorio.
10:1–28 Batalla en Gabaón. 1–7 La conquista de Hai por Josué y, sobre todo, la sumisión de Gabaón, apresuraron al alarmado rey de Jerusalén pa ra formar una alianza con cuatro otras ciudades reales y sitiar Gabaón. Las ciudades-estado en el mundo de Israel con frecuencia uní­an fuerzas para resistir a un enemigo (cf.cf. Confer (lat.), compare Gén. 14:1–3). De una car ta en la correspondencia Amarna (c. 1350 a. de J.C.a. de J.C. Antes de Jesucristo), se puede inferir que Gabaón era parte de un reino de Jerusalén que incorporaba la mayor parte del territorio montañoso de Judea. Enfrentado con el ataque de esta coalición poderosa, Gabaón apeló a Josué para cumplir la obligación del tratado de Israel y venir en su ayuda. Israel respondió a esta primera prueba verdadera de su temple.
El rey de Jerusalén, Adonisedec (que significa †œmi Señor es justo†), gobernaba sobre una ciudad compuesta de amorreos y heteos, ambos pueblos †œdedicados† por muerte a Dios (ver sobre 6:15–21; cf.cf. Confer (lat.), compare Deut. 7:1). La perspectiva del mundo de Adonisedec le impidió entender que las victorias de Israel las debí­an al Señor, no a Josué, y así­ desde su marco de referencia era asunto de reunir ejércitos contra ejércitos. A diferencia de los gabaonitas, que habí­an oí­do la fama de Jehovah (9:9, 10), él habí­a oí­do de la fama de Josué. Los hombres †¦ valientes del rey (2), como los caballeros medievales (cf.cf. Confer (lat.), compare †œhombres de guerra† 6:2), estaban entrenados y eran lo suficientemente ricos para equiparse bien. En este tiempo los egipcios controlaban Canaán y Laquis (la moderna Tell ed-Duweir) era su capital provincial.
8–15 El campo de batalla de Gabaón proporcionó un escenario donde el guerrero divino hizo maravillas. Este es el tercero y último acto de las intervenciones asombrosas del Señor a favor de Israel (cf.cf. Confer (lat.), compare caps. 3; 4; 6). En las mejores tradiciones de la guerra santa, el Señor daba instrucciones, probablemente después de ser consultado; ordenaba a Israel no temer, prometiéndole la victoria (8); turbó con pánico al enemigo mientras Josué los tomaba por sorpresa después de ascender colina arriba toda la noche, 35 km.km. Kilómetro(s) sinuosos desde Gilgal a Hebrón (9–10); e hizo llover piedras de granizo mortales sobre los derrotados enemigos que huí­an hacia sus for talezas al pie de las montañas (11) (cf.cf. Confer (lat.), compare Exo. 14:24; Jue. 4:15; Sal. 77:17–19). Reflexionando sobre este drama, Isaí­as habla del Señor como levantándose a sí­ mismo (Isa. 28:21).
El narrador guarda la escena más espectacular para el final: la victoria en el paso de Bet-jorón (12–15). En esta escena, el séquito del Señor, el sol y la luna, desempeñan papeles de apoyo para Josué. Los cananeos, que vení­an subiendo por las laderas desde el occidente de Gabaón (a los cuales Josué habí­a llevado alivio después de su ascenso fatigoso de toda la noche), estaban viendo hacia el oriente el sol cegador sobre Gabaón cuando empe zó la batalla. Para mantener la ventaja, Josué, orando al Señor, ordenó al sol y a la luna, como subordinados del Señor, detenerse hasta que Israel se hubiera vengado a sí­ mismo (es decir, defensivamente vindicar su soberaní­a) de su enemigo. En forma asombrosa el Señor sometió a estos ayudantes celestiales a la voz de mando de un hombre sobre el escenario terrestre. El sol pudo haber sido la deidad principal en Gabaón, como la luna lo era en Jericó (ver 6:1). El narrador cita su fuente, el libro de Jaser (†œEl libro del justo†), un relato antiguo y probablemente poético o colección de cantos épicos nacionales celebrando a los héroes de Israel (cf.cf. Confer (lat.), compare 2 Sam. 1:18–27).
Ha habido muchos intentos de traducir el heb. de los vv. 12, 13 para proporcionar una interpretación más naturalista del evento. Algunos eruditos creen que se refiere a un eclipse solar. Otros sugieren que el sol dejó de brillar, no de moverse, y que casi un dí­a entero debe traducirse †œcomo cuando el dí­a ha terminado†. Una forma ligeramente modificada de esta posición, sostiene que el texto se refiere a una granizada muy temprano en la mañana que oscureció el cielo hasta que el enemigo fue vencido y traduce el v. 13: †œEl sol dejó de brillar en medio del cielo y no se apresuró a salir (así­ como era) como cuando el dí­a ha terminado.† Aunque las palabras heb. que se traducen pararse y detenerse pueden significar †œdejar de brillar†, especialmente en poesí­a, el calificativo prosaico del narrador a se detuvo en el v. 13b, en medio del cielo, en lugar de dejó de †œbrillar†, parece favorecer la interpretación tradi cional. De la misma manera, tomar las palabras que se traducen en la RVARVA Reina-Valera Actualizada no se apresuró a ponerse como †œno se apresuró a aparecer† es forzar el significado del heb. Esta interpretación, aunque in geniosa, parece motivada no por una lectura normal del texto, sino por un intento de satisfacer las reglas de la ciencia. Ha habido también intentos de clasificar este pasaje como un mito historicista (ver R. G. Boling en Anchor Bible), pero esa interpretación socava la credibilidad del autor inspirado.
Otros eruditos han rechazado explicaciones cientí­ficas considerando †œel fenómeno como uno de los milagros numerosos de los cuales nos habla la Biblia †¦ una †™señal†™ de la intervención divina extraordinaria que imparte una gracia inmerecida para el hombre e inconcebible en cualquier otra forma† (J. A. Soggin, Joshua [SCM, p. 123]). La orden de Josué al sol ha sido comparada con la oración de Agamenón a Zeus de no permitir que el sol se pusiera antes que los aqueos resultaran victoriosos.
16–21 Se reanuda ahora la epopeya de la batalla de Gabaón. Josué no detuvo a su ejército para ejecutar a los cinco reyes que, de acuerdo con los informes de su servicio de inteligencia se habí­an es condido en la cueva de Maqueda. Por el contrario, ordenó que una unidad bloqueara la entrada con piedras grandes y la guardaran, mientras su fuerza principal perseguí­a a los cananeos cortándoles la retirada a sus ciudades fortificadas en el occidente. Sin embargo, algunos escaparon (cf.cf. Confer (lat.), compare vv. 28–39). Entonces las tropas volvieron al campamento ahora en Maqueda. Nadie se atrevió a criticar a uno solo de los hombres de este ejército vencedor (cf.cf. Confer (lat.), compare Exo. 11:7, donde †œladrar† representa la misma palabra heb. que aquí­ se traduce dijera algo). Con esa reputación, pronto tendrí­an reposo.
22–27 Ahora era tiempo de matar a los cinco reyes. Josué usó la ocasión para fortalecer espiritualmente a sus tropas para las batallas futuras. Ante todo el ejército, instruyó a sus jefes para que si guieran una costumbre antigua ampliamente difundida de colocar sus pies sobre los cuellos de los reyes humillados (cf.cf. Confer (lat.), compare 1 Rey. 5:3; Sal. 110:1; 1 Cor. 15:25–28). Como el Señor le habí­a ordenado al principio de la conquista (1:8), Josué ahora les ordenaba a ellos no temer, porque estos reyes eran prenda de las futuras victorias de Dios. Luego Josué los mató. Como hizo con el rey de Hai, mantuvo a estos reyes colgados hasta la noche como un espectáculo público para inducir el temor del Señor, no de los cananeos. Las piedras frente a la cueva sirvieron como otro memorial de la conquista asombrosa de Josué (cf.cf. Confer (lat.), compare 4:5–7). La ejecución de los reyes prefigura la humillación y la derrota de Satanás (cf.cf. Confer (lat.), compare Gén. 3:15).
10:29-39 Aniquilación de siete ciudades amorreas. En una secuela, el narrador menciona rápidamente siete ejércitos reales que Josué destruyó y seis ciudades reales contra las que peleó, capturó y las añadió al herem.
10:40–43 Resumen. Las tres principales áreas geográficas de Judá, la región montañosa, el Néguev y la falda de las colinas, todas fueron sometidas en esta campaña. Aunque todaví­a faltaba mu cha tierra por ser conquistada (ver 13:1–7), el lomo de los cananeos condenados habí­a sido quebrantado; en ese sentido podí­a decirse que Josué habí­a dominado toda la región.

11:1-15 Conquista del norte

La campaña del norte, como la del sur, consistió también de dos partes: La derrota junto a las aguas de Merom (11:1–9) y la subsiguiente captura de las ciudades (11:10–15). Todas las naciones condenadas se reunieron contra Israel para esta batalla por la tierra, decisiva y culminante (cf.cf. Confer (lat.), compare 3:10; 9:1, 2).
11:1–9 Batalla junto a las aguas de Merom. 1–5 El convocador de la coalición cananea fue Jabí­n, de la dinastí­a gobernante de Hazor (ver Jue. 4:2). Hazor (la moderna Tell Qedah) era una ciudad grande, bien fortificada, en los tiempos de Josué, que cubrí­a unas 80 hectáreas con una población de cerca de 40.000. Era una de las ciudades principales sobre la ruta de comercio entre Egipto y Mesopotamia. La arqueologí­a y la literatura antigua del Cercano Oriente corroboran la afirmación: Hazor habí­a sido antes la capital de todos estos reinos (10).
El narrador presenta la convocatoria de Jabí­n a las armas concéntricamente. En el corazón del ejército estaba Jabí­n (1a). Reunidos a su derredor estaban tres reyes de Galilea: De Madón (cerca de Qarm Hattin en el corazón de Galilea), Simrón (sitio incierto) y Acsaf (en algún lugar en Aser, ver 19:25). Reforzándolos a ellos, estaban los reyes de las áreas circunvecinas: En el norte de las montañas en la Galilea Superior, en el sur del Quinéret y el valle del Jordán al sur del Quinéret, y en el occidente de Nafot-dor, un famoso puerto al sur del monte Carmelo (2). Para proporcionar máxima fuerza, se reunieron reyes desde las más remotas re giones al sur y al norte de ellos (3). En relación con el sur remoto, el v. 3a debiera decir: †œA los cananeos que habitaban al oriente y al occidente a los amorreos (entre ellos): a los heteos, a los ferezeos, a los jebuseos de la región montañosa.† Del norte remoto, los heveos que procedí­an de las faldas del monte Hermón en la región de Mizpa (sitio incierto que significa †œTener cuidado†). Estos aliados estaban equipados con el arma última de su tiempo, los carros ligeros tirados por caballos, que se podí­an desarmar y armar para la batalla en las planicies. Se reunieron para la batalla decisiva probablemente en la meseta al norte de Jebel Jermaq, a unos 4 km.km. Kilómetro(s) al noreste de Merom.
6–9 Una vez más, Israel siguió las reglas de la guerra santa: Josué consultó al Señor y él dio al ejército de Josué el estí­mulo que necesitaba frente a una superioridad que les hací­a vacilar; les habló tanto del tiempo de batalla como de la táctica que debí­an emplear. Cuando los hombres de Josué hubieran desjarretado los caballos, los aurigas serí­an obligados a huir y los israelitas podrí­an perseguirlos. Después podí­an regresar y quemar los carros con sosiego, que fue lo que hicieron (9). (Sobre la estrategia versus milagro, ver 8:1, 2; 9:1, 2; 10:8–15).
Josué y su experimentada gente de guerra atacaron sorpresivamente (7). La derrota santa estaba en marcha nuevamente (8; cf.cf. Confer (lat.), compare 10:9–11). La coalición impí­a se apartó, algunos huyeron al noroeste y otros al nordeste, pero todos apresurándose sin pensarlo a salir de la tierra. Siguiendo las reglas de la guerra santa, Josué no perdonó la vida a ninguno de ellos.
11:10–15 Captura de las ciudades. El destino de las ciudades capturadas es paralelo a la lista en 10:28–39. Como en el caso de Jericó, la jactanciosa ciudad de Hazor fue totalmente destruida (herem); nada se perdonó y la ciudad fue quemada (cf.cf. Confer (lat.), compare 6:15–21). (Para la evidencia arqueológica en Hazor ver Introducción: fecha de la conquista.) Sin embargo, a diferencia de Jericó, no se pronunció ninguna maldición sobre cualquiera que la ree dificara (cf.cf. Confer (lat.), compare Jue. 4:2). Los israelitas no quemaron las otras ciudades reales. Como en el caso de Hai, conservaron el botí­n (cf.cf. Confer (lat.), compare 8:24–27), como el Señor habí­a mandado a Moisés (Deut. 6:10, 11). El mandato de Moisés de †œno dejar con vida a nada que respire† (Deut. 20:16), debe referirse a la vida humana, no a rebaños y ganado, porque con la aprobación total del Señor, Israel se llevó el ganado (12–15).

La conquista de Hazor

11:16-23 Resumen de la conquista

El resumen al final de la campaña del sur (10:40–41), se equipara al resumen de toda la conquista. El Arabá, a diferencia del v. 2, es todo el valle desde el mar de Galilea hasta el golfo de Eilat. El monte Halac (†œmontaña desnuda†), es Jeleb Halaq, muy al sudeste de Beerseba y Seí­r es Edom. Baal-gad, el polo opuesto sobre el eje norte-sur, puede ser Banias, en la base del monte Hermón y el nacimiento del Jordán (17). A juzgar por la edad de Caleb, si los números se pueden tomar por su significado lit.lit. Literalmente, el mucho tiempo (18) de la conquista puede ser siete años. Caleb tení­a 85 al final de la conquista (ver 14:10) y 78 cuando empezó (cf.cf. Confer (lat.), compare 14:7 y Deut. 2:14).
Ninguno de los cananeos se arrepintió, excepto Rajab y su familia, y solamente los gabaonitas buscaron un tratado de paz, porque el Señor endureció los corazones del resto para destrucción (20; ver 9:1, 2). De la situación paralela del faraón contra Moisés, uno puede inferir que los corazones de los cananeos contra Josué eran, como los de toda la hu manidad, naturalmente duros (Exo. 7:11–14; 1 Cor. 2:14). Cuando se confrontaron con los hechos asombrosos del Señor por medio de su siervo, ellos, como Faraón, endurecieron sus corazones (cf.cf. Confer (lat.), compare Exo. 8:32; 9:34), después de lo cual el soberano Señor los endureció (cf.cf. Confer (lat.), compare Exo. 10:1). Toda la gente está muerta en pecado y merece el juicio de Dios; es sólo a través de la misericordia de Dios que él da nueva vida a algunos (Rom. 9:10–18).
El resumen en el v. 23 alude al 1:3. En todas las otras partes, el narrador advierte lo incompleto de la conquista en términos más precisos (ver 13:1; 15:63; 16:10). Para reposo, ver sobre 1:12–15 y 10:21. El Israel errante habí­a pasado. No habiendo resistencia organizada, el camino estaba listo para que la tierra fuera distribuida (23; ver 1:6).

12:1-24 Apéndice: lista de los reyes derrotados

Este capí­tulo, que hace un resumen de los reyes que mataron los israelitas y cuyas tierras tomaron, provee una transición entre la conquista de la tierra (caps. 1–11) y su distribución (caps. 12–21). Esta lista confirma los caps. 6–11.
Josué advierte repetidamente el cambio de los antiguos reyes malvados, y sus tierras, a Dios como el nuevo gobernante y sus tribus que santificarán la tierra prometida. Este cambio ilustra varias verdades. Primera, que el reino justo de Dios legí­timamente toma el lugar de los reinos injustos de este mundo que han usurpado su gobierno sobre la tie rra (ver 3:9–13; 8:30–35). Segunda, que en el tiempo del juicio Dios elimina decisivamente a los malvados. Tercera, que los malvados no pueden estar en pie frente a un ejército santo, que sigue la revelación de Dios y confí­a en él (1:5; 10:8). Cuarta, que el Dios eterno cumple sus promesas. Dios habí­a hecho pacto sobre esta tierra con los patriarcas y su simiente. Ahora ha cumplido esa promesa pero no la ha consumado todaví­a (ver 1:6). La conquista recuerda a la iglesia que el Dios que cumple pactos dará a su pueblo los nuevos cielos y la nueva tierra, como lo prometió, y en correspondencia ellos deben esperar pacientemente su herencia (Heb. 11:39, 40). Quinta, que el pueblo unido de Dios, en este caso las tribus del occidente y oriente del Jordán, desalojan a los gobernantes ilegí­timos y heredan la tierra prometida (ver 1:12–15).
Este resumen se divide en dos mitades: La conquista de Israel y el asentamiento en la tierra al oriente del Jordán (1–5), y la conquista de Josué de los reyes al occidente del Jordán (6–24).
12:1-6 Conquista de Moisés de la tierra al oriente del Jordán y su asentamiento. El narrador recuerda primero a sus lectores la transitoriedad de los reinos al oriente del Jordán.
1 La inmensa cañada del Arnón, wadi el-Mujib, sobre el lado oriental del Jordán al otro lado de Ein Gedi, es una frontera natural que antiguamente marcaba el lí­mite entre los moabitas al sur y los amorreos al norte (Jue. 11:18, 19). El Arabá aquí­ es el amplio valle del Jordán entre el mar de Galilea (Quinéret) y el mar Muerto (mar del Arabá). En tiempos de Josué la frontera norte era el monte Hermón, no la frontera prometida en el Eufrates (ver 1:4; 13:1–7).
2, 3 La conquista de Sejón, rey de los amorreos, se narra en Núm. 21:21–31 y en Deut. 2:24–37. Aroer (moderno Ar†™arah) está como a 10 km.km. Kilómetro(s) del mar Muerto sobre la ribera norte que domina el wadi el-Mujib. Simbolizaba el lí­mite sur de este territorio. El wadi Jaboc, que corrí­a rumbo a occidente al Jordán, cerca de 12 km.km. Kilómetro(s) al norte del mar Muerto, formaba la frontera norte de Sejón. A Israel no se le permitió pasar los lí­mites de la mitad oriental de la tierra perteneciente a los amonitas, que todaví­a no estaban organizados como un reino (ver 13:25). Galaad propiamente era la tierra boscosa y con colinas al norte de una lí­nea que llegaba hasta el occidente desde Hesbón al mar Muerto y se extendí­a hacia el norte a wadi Yarmuk, que se allana en planicies a unos 18 km.km. Kilómetro(s) al sur de Yarmuk. La extensión norte de estas planicies forma el territorio de Basán. Esta área boscosa la divide en mitades el wadi Jaboc.
4, 5 La conquista de Og, rey de Basán, se narra en Núm. 21:32–35 y Deut. 3:1–11. Los refaí­tas eran gigantes que habitaban la tierra antes que los israelitas. Fueron conocidos por sus sucesores, los moa bitas y amonitas, como los emitas y zomzomeos respectivamente (Deut. 2:11, 20, 21). Esta gente formidable, comparable en estatura con los anaquitas, estaban en la tierra prometida en el tiempo de Abraham (Gén. 15:20). Los gesuritas y maaquitas eran tribus arameas sobre el lí­mite oriental de Israel.
6 Estas tierras fueron conquistadas por Moisés quien, bajo la dirección de Dios, las entregó a las dos tribus y media leales al Señor, para santificar la tierra. Dos veces se llama a Moisés siervo de Jehovah (cf.cf. Confer (lat.), compare 1:1), probablemente para mostrar el legí­timo derecho de Israel a la tierra.
12:7-24 Conquista de Josué de la tierra al occidente del Jordán. La tierra que conquistó Josué es aproximadamente del tamaño del estado de Vermont en los Estados Unidos de América o Gales en la Gran Bretaña.
7, 8 Josué y los hijos de Israel en el v. 7 se equipara con Moisés †¦ y los hijos de Israel en el v. 6. (Para Baal-gad, ver sobre 11:17.) La lista en tér minos generales sigue los relatos de la conquista como se presentan en los caps. 6–11 y los completa. En ese tiempo, Israel tení­a su campamento en Gilgal y todaví­a no se habí­a establecido en la tierra ni ocupado sus ciudades.
9–24 Estos †œreyes† gobernaban sobre pequeñas ciudades-estado cuyo territorio se extendí­a solamente unos 5 km.km. Kilómetro(s) alrededor de la ciudad fortificada. En el 668 a. de J.C.a. de J.C. Antes de Jesucristo, después de su primera campaña en Siria-Palestina, Asurbanipal cobró tributo de 33 reyes.

13:1-21:45 DISTRIBUCION DE LA TIERRA

Se habí­a repartido tierra a algunas de las tribus (13:1–7) antes de tomar posesión de ella. El remanente de la tierra presentaba un reto continuo a la fe de estas tribus que todaví­a no se habí­an establecido.
Aunque todo Israel habí­a luchado concertadamente para establecerse en la tierra prometida, las tribus tomaron posesión de sus territorios en varias maneras, tiempos diferentes y con grados variables de éxito. Las dos y media tribus del oriente pidieron y recibieron de Moisés el área oriental del rí­o (13:8–33; cf.cf. Confer (lat.), compare 12:1–6). Al occidente del rí­o, Judá, Efraí­n y Manasés, habí­an tomado tierra para ellos y luego hicieron que Josué se las asignara (15:1–17:18). Sin embargo, las siete tribus restantes no tuvieron este éxito. En su caso, Josué hizo que se explorara la tierra, la dividió en siete áreas geográficas apropiadas y luego echó suertes para su distribución (18:1–19:51). Era entonces asunto de cada tribu reclamar su porción.

13:1-7 Tierra todaví­a por conquistar

El libro de Jos. presenta dos perspectivas de la naturaleza y alcance de la ocupación de Canaán por Israel: Batallas relámpago y espectacularmente exitosas en la conquista de toda la tierra (11:16–23; 21:43–45; cf.cf. Confer (lat.), compare Exo. 23:23), y una serie de muchas batallas durante un tiempo largo (11:18) con grandes áreas de territorio del que poco a poco tendrí­an que tomar posesión luego de la conquista (13:1–7; 18:3; cf.cf. Confer (lat.), compare Exo. 23:27–30; Jue. 1). La tensión se puede disipar haciendo ver dos factores:
Primero, los historiadores bí­blicos presentan su material de acuerdo con esquemas teológicos. A veces, como en el caso de los libros de Rey. y Crón. y de los Evangelios del NTNT Nuevo Testamento, los diferentes autores presentan la misma historia desde ángulos diferentes. Para enfatizar sus puntos, seleccionan material con cuidado, organizándolo por temas y no necesariamente en orden cronológico, y editándolo como sea necesario. Escriben una historia para provocar la memoria e inspirar la visión, no solamente como crónica de eventos. Nuestro narrador celebra que, cuando terminan las asombrosas campañas de Josué, se acaba la resistencia cananea. Por la †œtierra†, él implica tanto el territorio como sus habitantes. Ahora que los pueblos de la tierra han sido vencidos, puede decirse que toda la tierra —en su sentido geográfico— ha sido tomada. Esa memoria ayudó a Israel para darle fuerza y establecerse en la tierra que faltaba.
Segundo, la posesión de la tierra por parte de Israel y el resto que sucedió, son temas ampliados, porque la tierra fue tomada †œpoco a poco† (Exo. 23:30) pero nunca totalmente (Heb. 4:1–14). Las generaciones futuras debí­an desempeñar su parte (Jue. 3:1–4). El autor de Crón. usó Jue. 3:1–4 para presentar a David como mayor que Josué porque reinó desde †œel rí­o Sijor en Egipto hasta Lebo (la entrada a) Hamat†, usando vocabulario único de es tos dos textos. Isaí­as vio el cumplimiento de estas fronteras nacionales ideales en la era mesiánica (Isa. 11:12–16). En cualquier punto dado durante el proceso de posesión de la tierra, puede decirse que Dios cumplió su promesa. Además, cada cumplimiento individual fue parte del cumplimiento último y podí­a reconocerse como tal. El NTNT Nuevo Testamento presenta la misma tensión en relación con el reino de Dios: Ya está aquí­ pero en su más amplio sentido †œtodaví­a no†.
Las tierras que quedaban, eran:
2, 3 El territorio que se convirtió en Filistea, desde Sijor (†œrí­o de Horus†, el Nilo) hasta Gesur. Aunque más tarde gobernada por los filisteos (cf.cf. Confer (lat.), compare 11:22; Gén. 10:14), esta tierra era parte del territorio cananeo prometido a Israel. Los aveos vivieron en las cercaní­as de Gaza.
4 El territorio de los cananeos desde Ara (sitio desconocido) de los sidonios hasta Afec, al sudeste de Biblos, y los amorreos, probablemente el reino de Amurru en la región del Lí­bano.
5 El territorio de los gebalitas, es decir, el área de Biblos y todo el Lí­bano al oriente de Baal-gad al pie del monte Hermón a la entrada de Hamat.
Otras áreas todaví­a quedaban por ser tomadas: Ciudades estratégicas en el valle de Jezreel-Meguido, Taanac, Ibleam, Endor y Bet-seán (17:11, 12; cf.cf. Confer (lat.), compare Jue. 1:27).
La llanura costera, Afec, Gezer y Dor (13:4; 16:10; 17:11; cf.cf. Confer (lat.), compare Jue. 1:27, 29).
La ciudad de Jerusalén (15:63; cf.cf. Confer (lat.), compare Jue. 1:21) y los territorios de Gesur y Maaca (13:13).
Estos comentarios muestran que Israel cinceló su territorio en las montañas de Palestina, mientras las poblaciones nativas permanecieron en las llanuras porque intimidaron a Israel con sus carros de hierro (17:16; Jue. 1:19).
Dar por sorteo en el v. 6 significa †œhacer caer† (es decir, la porción gobernada por Dios; cf.cf. Confer (lat.), compare Núm. 33:54; Isa. 34:17; Miq. 2:4–5).

13:8-33 Distribución de la tierra al oriente del Jordán

Este capí­tulo trata de dar una idea total de la tierra al oriente del Jordán que Moisés distribuyó.
13:8–13 Reconocimiento de la tierra para las tribus orientales. La distribución se vincula con 12:1–5. La media tribu de Manasés se menciona primero para vincularla con el v. 7, no porque fuera más importante.

Rubén, Gad y Manasés oriental

13:14 La tribu de Leví­. Los vv. 14 y 33 hacen la función de un marco para una relación más detallada de la distribución de la tierra a las tribus orientales (15–31). En esta forma, la herencia de los levitas, el Señor y sus ofrendas, se enfatiza tanto como se distingue. La mejor herencia era el compañerismo con el Señor mismo, accesible a todos los que la desean (cf.cf. Confer (lat.), compare Sal. 16:5; 119:57; 142:5), mostrando que la herencia no estaba vinculada inextricablemente con la tierra misma.
13:15–23 La tribu de Rubén. Esta sección registra primero 12 ciudades capturadas (17–20) y luego la historia de la conquista de la tierra al oriente del Jordán (21–22; cf.cf. Confer (lat.), compare Núm. 21:21–32). Todo el reino de Sejón (21a) debe ser restringido, porque en el v. 27 parte de él le correspondió a Gad. Aquí­ se tiene en vista la parte que se extendí­a sobre la meseta. 21b–22 Se menciona la derrota de Sejón, rey de los amorreos añadiendo la de los jefes de Madián y de Balaam el adivino (24:9, 10; Deut. 23:4, 5), para subrayar el cambio polí­tico y espiritual de administración que Moisés, el legislador, habí­a llevado a cabo en la tierra (ver sobre 12:1–5). 23 Presenta un resumen.
13:24–28 La tribu de Gad. El v. 25 da un panorama y fija un lí­mite al oriente, en tanto que el v. 26 fija lí­mite al sur y al norte y el v. 27 hace una lista de los reclamos en el valle del Jordán. La fórmula introductora (24; cf.cf. Confer (lat.), compare vv. 15, 29) significa que nada menos que Moisés les dio este patrimonio (ver sobre 1:6). Incluí­a todas las ciudades de Galaad cercanas a Jazer en Galaad del sur (cf.cf. Confer (lat.), compare v. 31). La mi tad del territorio de los hijos de Amón se refiere a la parte occidental, entre el Arnón y el Jaboc, no la oriental (ver 12:1–5; Deut. 2:19). Este Aroer no debe confundirse con el que tiene a la vista la ribera del Arnón (ver 12:2; 13:16).
13:29–30 La media tribu de Manasés. La frontera más al sur para la tribu descendiente de Maquir, hijo de Manasés, se dice ser Majanaim, pero no se hace ningún intento para definir en forma precisa sus fronteras. Estas difí­cilmente encajan con la descripción en Deut. 3:4. 13–15 Manasés, como primogénito de Jacob, era excepcional por el hecho que recibió dos porciones, a pesar de la preferencia expresada por Jacob en Gén. 48.
13:31–33 Resumen. El resumen enmarca esta sección. La referencia a Leví­ promete al lector algo mejor (cf.cf. Confer (lat.), compare v. 14).

14:1-19:51 Distribución de la tierra al occidente del Jordán

Entre la introducción (14:1–5) y la conclusión (19:51), el narrador enmarca esta sección con la fe ejemplar de Caleb (14:6–15) y Josué (19:49, 50). Estos dos héroes, quienes por fe sobrevivieron a sus generaciones, reclamaron su herencia y la poseyeron.
14:1–5 Introducción. La introducción a la distribución del territorio al occidente del Jordán, menciona por nombre la tierra, los administradores, el método, las tribus y la garantí­a legal. Los egipcios se referí­an a esta tierra como †œCanaán†, el término administrativo usado aquí­ para el territorio en vista (ver 21:2; 22:9).
El Señor dirigió la distribución por medio de sorteo (ver 13:6) mientras que Eleazar el sacerdote, Josué y los jefes de las casas paternas de las tribus intervení­an en la decisión y la administraban. A Eleazar se le menciona primero porque Josué se puso frente a él a la entrada del tabernáculo de reunión y le pidió que consultara el Urim y el Tumim, instrumentos que daban respuestas de †œsí­† o †œno† a preguntas especí­ficas (18:1–10; cf.cf. Confer (lat.), compare Núm. 27:21).
Aquí­ están en mira las nueve tribus y media del occidente, no las dos tribus y media del oriente (cf.cf. Confer (lat.), compare 13:8–13). En Israel, los primogénitos recibí­an una doble bendición (Deut. 21:15–17). Sin embargo, Ja cob, el padre de todas las tribus, hizo una excepción. Pasó sobre Rubén, su primogénito de Lea, la esposa que no amaba (Gén. 29:31, 32) y en su lugar dio la doble porción a José, el primogénito de su amada Raquel. Lo hizo elevando a los dos hijos de José, Manasés y Efraí­n, a la posición de tribus completas junto con sus propios hijos Rubén y Simeón (Gén. 48:1–9). Más adelante la ley mosaica rechazó esta práctica. Se volvió a excluir a los levitas. En 13:14 se enfatiza su herencia espiritual; aquí­ se satisfacen sus necesidades prácticas (cf.cf. Confer (lat.), compare Núm. 18:21–32). Nada menos que Moisés, a quien se llama †œel siervo de Jehovah† (13:8; 14:7) y †œhom bre de Dios† (14:6), aprobó este procedimiento. Se repite el punto varias veces (2, 3, 5). Como las tribus siguieron a perfección la legislación de Moisés, sus reclamos fueron válidos.
14:6—17:18 Primeros repartos en Gilgal: Judá y José. 14:6–15 El nombre Caleb significa †œperro† y puede reflejar la posición honrosa de este fiel y humilde †œsiervo del Señor† (Núm. 14:24). En las cartas de Amarna (c. 1350 a. de J.C.a. de J.C. Antes de Jesucristo) y de Laquis (586 a. de J.C.a. de J.C. Antes de Jesucristo) los vasallos usan el término para ellos mismos para expresar su lealtad a los reyes. El narrador se refiere a él como un quenezeo por razón de su padre (1 Crón. 4:13–15). Su porción excepcional se le da primero por causa de su dedicación í­ntegra al Señor —que se repite tres veces para poner énfasis (8–9, 14)— y ejemplificaba la forma en que las tribus iban a reclamar su tierra aun en contra de enemigos formidables (ver 13:1–7). Con esa clase de fe, la tierra reposó de la guerra (15; cf.cf. Confer (lat.), compare 1:15; 11:23).
Después de una introducción (6a), la historia de Caleb tiene tres partes: Su derecho legal basado en la fe y la palabra de Dios (6b–9), su derecho de reclamarla por fe y guerra (10–12) y la concesión de Josué (13–15).
El reclamo de Caleb se basó en la promesa de Dios de darle a él y a Josué la tierra en conexión con su fidelidad en el reconocimiento desde Cades (Núm. 14:24, 30). La convicción de Caleb de no socavar la moral del pueblo, le ganó vida y una herencia (ver Núm. 13). La tierra sobre la cual habí­a caminado en aquella ocasión no era la ciudad de Hebrón o las tierras de pastoreo inmediatas, sino los campos y las aldeas alrededor (13; ver 21:11, 12).
La promesa de Dios aseguraba que la heredad de Caleb no debí­a determinarse por sorteo. Probablemente los hombres de Judá lo acompañaron para apoyar su petición. Su demanda ejemplifica la naturaleza del pacto con Dios. A él se le concedió el derecho a la tierra, en primer lugar, por razón de su fe (7–9), pero ahora debí­a poseerla reclamándola y arrojando fuera a los poderosos anaquitas (10–12; ver 1:6, 7; cf.cf. Confer (lat.), compare Mat. 25:34). Los cristianos heredan su salvación por medio de Cristo (Ef. 1:14; Col. 3:24; Heb. 9:15). Los anaquitas, sí­mbolos de los enemigos formidables de Israel, se mencionan al final de las batallas de Josué (ver 11:21–31) y ahora al principio de la distribución y la determinación de Caleb de echarlos fuera. Para que Caleb pudiera gozar plenamente su herencia, Dios no le permitió envejecer durante sus 38 años en el desierto cruel (11). Los cuerpos de los creyentes envejecen, pero no sus espí­ritus, y sus cuerpos serán levantados (2 Cor. 4:7–18).
Los santos que tienen la fe valiente de Caleb y Rajab son recompensados (13–15), y el narrador se empeña en puntualizarlo (ver 6:22–25). †œBendecir† significa hacer potente para reproducir y prevalecer (Gén. 22:17–18). Josué, quien también era anciano, ¡estaba haciendo potente a su compatriota de 85 años!
15:1–63 El narrador dice claramente por qué define las herencias de las tribus con tanto detalle: para mostrar que Dios cumple sus promesas (21:43–45). Estas definiciones precisas de las herencias de las tribus son un claro recordatorio de que Dios cumplió sus promesas de dar al pueblo de su pacto la tierra digna de reyes. El v. 1 vuelve al asunto del 11:23.
Primero, se delimitan sus fronteras: al sur (1–4), al oriente (5a), al norte (5b–11) y al poniente (12). La parte en el v. 1 se refiere a echar la †œsuerte† (ver 13:1–7). Como un presagio de la futura grandeza y liderazgo de Judá (Gén. 49:10; Jue. 1:1, 2; 20:18), se menciona primero su parte al occidente del Jordán (15:2–12).
Luego se menciona la heredad de Caleb (15:13–19), enfatizando una vez más cómo desposeyó a los antiguos habitantes para tomar posesión del don como un ejemplo para otros (ver 14:6–15 y no tar la similaridad de 14:15 y 15:13). Caleb mismo desalojó a los anaquitas de Hebrón y prometió su hija en matrimonio al hombre de fe semejante que tomara Debir (cf.cf. Confer (lat.), compare 1 Sam. 17:25; 18:17). Otoniel, su sobrino (cf.cf. Confer (lat.), compare Jue. 1:13), ganó tanto la tierra prometida como la novia, como hizo Cristo (cf.cf. Confer (lat.), compare Ef. 5:25; Heb. 4:1–14). Pidiendo audazmente a su padre, la hija de Caleb ganó fuentes de agua codiciadas (cf.cf. Confer (lat.), compare Luc. 11:1–13). Esta historia, vv. 13–19, no se presenta en orden cronológico. Caleb y Otoniel tomaron sus ciudades como parte de la campaña que se registra en 10:36–39.
Finalmente, se registraron las ciudades cananeas incluidas en la distribución, una por una (cf.cf. Confer (lat.), compare Deut. 6:10, 11), de acuerdo con la geografí­a de Judá. Primero el Néguev (21–32), luego las colinas del occidente (33, 34) y las costas habitadas por los filisteos (45–47). Luego por la región montañosa entre Jerusalén y Hebrón (48–60) y el desierto ha cia el mar Muerto (61, 62). Estas regiones se dividieron más adelante en 11 distritos. Obsérvese cómo casi cada una termina con un total de las ciudades incluidas (32, 36, 41, 43, 47, 51, 54, 57, 59, 60, 62).
63 Aunque Josué habí­a matado al rey de Jerusalén (10:1, 22–27), los judí­os no pudieron desalojar a los jebuseos de Jerusalén. De hecho, sin embargo, la frontera norte de Judá (15:8) corrí­a a lo largo de la ladera sur de Jebús (antigua Jerusalén) y por lo tanto no incluí­a a la ciudad misma que pertenecí­a a Benjamí­n (ver 18:16, 28; Jue. 1:21).
16:1—17:18 La presentación de la porción de José consiste de una vista de su frontera sur (16:1–4), el territorio de Efraí­n (16:5–10), el territorio de Manasés (17:1–13) y la queja de estas tribus sobre el tamaño de su heredad (17:14–18).
16:1–4 Esta introducción describe la frontera sur, la frontera de Efraí­n con Benjamí­n (cf.cf. Confer (lat.), compare 18:12, 13) y Dan. Para el significado de parte (1) y la significación teológica de esta distribución, ver comenta rios sobre 15:1–63. Aunque Efraí­n y Manasés fueron reconocidas como dos tribus (ver 14:4), ellos sacaron una sola parte, aunque no sin protesta (ver 17:14): Efraí­n en el sur, Manasés en el norte. La frontera norte de Manasés se define en su relación con Aser e Isacar (10), aunque retuvo las ciudades dentro de esas dos áreas tribales (11).
16:5–10 La heredad de Efraí­n se menciona antes de la de Manasés porque Jacob lo puso primero (ver Gén. 48:17–20). La presentación de la heredad de Efraí­n consiste de una delimitación de sus fronteras (5–8), una referencia a las ciudades y aldeas que heredó dentro de Manasés (9; ver 15:1–63) y una nota de fracaso (10). Josué derrotó a los jezeritas pero no tomó su ciudad (10:33; Jue. 1:29).
17:1–13 Maquir era el primogénito de Manasés (13:31; Gén. 50:23; Núm. 26:29). El texto heb. dice que era un gran guerrero y así­ habí­a heredado ya Galaad, que recibió el nombre por su hijo, y Basán al oriente del Jordán (ver 13:29, 30; cf.cf. Confer (lat.), compare Núm. 26:30, 31). Galaad también tení­a siete descendientes varones que heredaron tierra al occidente del Jordán (ver Núm. 26:30–32).
Zelofejad, un nieto de Galaad, no tuvo hijos varones porque murió en el desierto, pero le sobrevivieron cinco hijas. Para asegurar la sobrevivencia de las familias israelitas sin descendencia de varones, aun a pecadores como Zelo fejad, el Señor prometió que los derechos del padre se dieran a sus hijas (3–6; ver Núm. 26:33; 27:1–11). Como resultado, la heredad de Manasés se dividió entre diez familias: los cinco hermanos vi vos de Zelofejad y sus cinco hijas. Como Caleb, estas hijas apelaron por fe en la promesa del Señor, a quienes administraban la distribución de la tierra para que les entregaran lo que les correspondí­a (14:1–5, 6–15).
La incapacidad de Manasés y Efraí­n para desalojar a los cananeos, sirve como una transición a la sección siguiente (14–18). La falta de obediencia de fe socavó el compromiso espiritual de Israel y condujo a Israel a relacionarse en matrimonio con los cananeos y a su ruina (ver Deut. 7:1–6; 12:29–31; Jue. 3:1–6).
La petición y el fracaso del pueblo de José al final de la sección sobre los primeros repartos (17:14–18), contrasta vivamente con la petición y el éxito de Caleb de Judá al principio (14:6–15; Jue. 1:27, 28). La gente de José se quejó de que su porción era demasiado pequeña; Josué respondió que su fe era demasiado pequeña. A la luz del interés de este libro por la unidad de todo Israel, uno podrí­a añadir también que sus intereses eran demasiado egoí­stas.
Desde un punto de vista legal, su queja de que se les habí­a dado una sola †œsuerte† parece tener alguna justificación, porque eran reconocidas como dos tribus grandes (14; ver 16:1). Sin embargo, el Señor mandó la suerte y tanto a Efraí­n como a Manasés les habí­a sido dada tierra por separado. Manasés era el segundo al occidente del Jordán solamente después de Judá, y a la media tribu de Manasés le fue dada una gran porción de tierra al oriente del Jordán también.
Josué usó su reclamo: siendo nosotros un pueblo numeroso (lit.lit. Literalmente muchos/grande), contra ellos. Si eran †œgrandes†, debí­an deforestar las colinas y no sólo contentarse con las ciudades que los cananeos habí­an construido y los pastos que habí­an limpiado (15). La región montañosa de Efraí­n puede haber incluido las áreas boscosas a ambos lados del Jordán. El término se usa así­ en 2 Sam. 18:6 y los habitantes de esta área, los ferezeos y refaí­tas, se dice que viví­an respectivamente a ambos lados del rí­o (3:10; 12:4, 8; 13:12). Esto explica la afirmación de Josué que Efraí­n y Manasés no tendrí­a sólo una parte (17). Su reclamo de que no nos bastará a nosotros esa región montañosa. Además todos los cananeos que habitan en la tierra del valle tienen carros de hierro (16) puso al descubierto su fra caso espiritual: pereza, timidez y falta de visión.
Josué respondió con la confianza de la fe: vosotros lo deforestaréis †¦ [la región montañosa] †¦ porque echaréis a los cananeos (17–18).
18:1—19:51 Reparto para el resto de las tribus en Silo (ver mapa en la p. 252). 18:1–10 Josué movió su campamento de Gilgal (14:6) a Silo, en el corazón de Efraí­n, donde estaba instalado el tabernáculo de reunión del Señor (ver Exo. 33:7; Núm. 11:16; Deut. 31:14). Silo estaba en el centro de la tierra prometida y su paisaje encierra un anfiteatro natural. Distribuyendo la tierra en la presencia del Señor, se ponen de manifiesto la significación teológica de la conquista de la tierra y su distribución: era la tierra del Señor, para ser santificada por él (ver 8:30–35). Siguiendo su perspectiva teológica, el narrador repite que Israel habí­a sometido la tierra pero por fe todaví­a debí­a ser poseí­da (1, 2; ver 13:1–7).
Josué reprendió a las siete tribus restantes por su fracaso en cumplir las obligaciones de su pacto (3). La RVARVA Reina-Valera Actualizada traduce apropiadamente el sentido del heb., seréis negligentes: Dios les habí­a dado la tierra, pero ellos habí­an fallado para penetrar y poseerla por fe (3; ver 1:7–9, 11). Para estimularlos a obedecer en fe, Josué envió 21 hombres, tres de cada tribu, para inspeccionar la tierra restante, escribir una descripción de ella, ciudad por ciudad (9), con vista a prorratearla, y traerle un informe. Luego de que las tribus mismas la habí­an dividido en siete partes, Josué, a través de Eleazar el sacerdote y con los jefes de familias (cf.cf. Confer (lat.), compare 14:1–5; 19:51), echó las suertes delante del Señor (3–10). Les recordó que este modo de distribuir la tierra no se aplicó a Judá en el sur y a José al norte (5); a los levitas (7a; cf.cf. Confer (lat.), compare 13:14, 33) o a las tribus orientales (7b). Los 21 hombres eran exploradores, no espí­as (cf.cf. Confer (lat.), compare 2:1–24).
18:11–28 La palabra heb. para sorteo en el v. 6, se traduce †œparte †¦ en el sorteo† en 15:1; 16:1; 17:1. El primer sorteo le tocó a Benjamí­n, el segundo hijo de Raquel, después de José (cf.cf. Confer (lat.), compare 14:1–5). Los vv. 11–20 enumeran los lí­mites de esta área y los vv. 22–24 las ciudades incluidas dentro de esos lí­mites: 12 en el distrito oriental, seco y sin atractivo (21–24), y 14 apiñados sobre la deseable vertiente al norte y occidente de Jerusalén (25–28).
19:1–9 El segundo sorteo le tocó a Simeón, el segundo hijo de Jacob con Lea (Gén. 29:33). Al hacer los mapas de la tierra, se decidió que la porción de Judá, aunque designada por suerte, era más grande de lo que necesitaba y así­ se le dio a Simeón tierra dentro de la porción de Judá (9). Esto cumplió la maldición de Jacob sobre Simeón de que estarí­a disperso en Israel (Gén. 49:7). Al tomar posesión de la tierra, Judá y Simeón combatieron uno al lado del otro (Jue. 1:3). Las ciudades de Simeón se concentraron en las cercaní­as de Beerseba y al nordeste del Néguev, en donde los oasis no son nu merosos y los pozos profundos son esenciales para un continuo establecimiento.
19:10–16 El tercer sorteo le tocó a Zabulón, el hijo menor de Lea (Gén. 30:19, 20; 49:13).
19:17–23 El cuarto sorteo le tocó a Isacar, el quinto hijo de Jacob con Lea (Gén. 30:14–17; 49:14). Sus ciudades y fronteras no se trazaron allende tres puntos de referencia ciertos, Jezreel (18), monte Tabor y el rí­o Jordán (22).
19:24–31 El quinto sorteo le tocó a Aser, el segundo hijo de Jacob con la sierva de Lea, Zilpa (Gén. 30:12–13; 49:20).
19:32–39 El sexto sorteo le tocó a Neftalí­, el hijo menor de Jacob con la sierva de Raquel, Bilha (Gén. 30:7; 49:21). Su tierra incluí­a montañas atractivas, densamente arboladas y áreas bajas bastante fértiles. A través de esta tierra fértil de Galilea, corrí­a la mayor ruta de comercio entre Jezreel y puntos del norte.
19:40–48 El séptimo sorteo le tocó a Dan, el hijo mayor de Jacob con Bilha (Gén. 30:1–6; 49:16, 17). Aunque sólo se dan sus ciudades, se pueden inferir sus linderos de los de los territorios vecinos de Judá y Efraí­n. Los amorreos forzaron hacia el norte a esta tribu tí­mida y perezosa (Jue. 1:34). La historia completa de la conquista posterior de los de Dan en Lais, se narra en Jue. 18. Dan representa el clí­max del fracaso para poseer la tierra que el Señor habí­a dado a Israel. En su caso, los amorreos prevalecieron.
19:49–51 La conclusión consiste de dos partes: La herencia de Josué (49–50) y un informe final sobre los administradores del sorteo, el lugar donde se llevó a cabo y la distribución completa de la tie rra. El resumen es importante para la teologí­a de este libro. El pueblo unificado bajo la dirección de Dios, dio a Josué la ciudad de Timnat-séraj y él ejemplificó para ellos la obediencia de fe solicitándola como su herencia, poseyéndola y reconstruyéndola. Su ejemplo al final de la sección sobre la distribución de la tierra al occidente del Jordán, complementa la fe de Caleb al principio (14:6–15). Al echarse la suerte a la entrada del tabernáculo del Señor, se hací­a claro que esta era la tierra del Señor, un regalo a Israel, para ser tomado por fe. Aunque las tribus que fallaron dieron excusas, no tení­an ninguna.

20:1-9 Ciudades de refugio

Como una medida práctica para asegurar justicia, Dios instruyó a Moisés para que Israel ubicara seis ciudades, tres a cada lado del Jordán, donde cualquiera que hubiere matado a una persona accidentalmente y sin premeditación, pudiera huir y encontrar asilo del vengador de la sangre (heb. goFuente: Introducción a los Libros de la Biblia