IRA

v. Ardor, Enojo, Furor, Indignación
Gen 27:45 aplaque la i de tu hermano contra ti
Gen 49:7 maldito su furor .. y su i, que fue dura
Num 11:1 ardió su i, y se encendió en ellos fuego
Num 12:9 la i de Jehová se encendió contra ellos
Num 22:22 la i de Dios se encendió porque él iba
Num 24:10 encendió la i de Balac contra Balaam
Deu 13:17 que Jehová se aparte del ardor de su i
Deu 29:20 humeará la i de Jehová .. sobre el tal
Jdg 2:12 adoraron; y provocaron a i a Jehová
1Sa 20:30 se encendió la i de Saúl contra Jonatán
2Ki 22:13; 2Ch 34:21 grande es la i .. que se ha
2Ch 30:8 ardor de su i se apartará de vosotros
Ezr 10:14 apartemos .. ardor de la i de nuestro
Neh 9:17; Psa 145:8; Nah 1:3 tardo para la i, y
Est 3:5 y vio Amán .. Mardoqueo .. y se llenó de i
Est 5:2 es cierto que al necio la mata la i, y al
Est 9:13 Dios no volverá atrás su i, y debajo de
Est 32:2 encendió en i contra Job_.. por cuanto
Est 36:18 no sea que en su i te quite con golpe
Psa 2:12 se enoje .. pues se inflama de pronto su i
Psa 34:16 la i de Jehová contra los que hacen mal
Psa 37:8 deja la i, y desecha el enojo; no te
Psa 69:24 derrama sobre ellos tu i, y el furor
Psa 76:7 estar en pie .. cuando se encienda tu i?
Job 76:10 la i del hombre te alabará . de las i
Psa 85:4 Dios .. haz cesar tu i de sobre nosotros
Psa 90:7 con tu furor .. con tu i somos turbados
Psa 90:11 ¿quién conoce el poder de tu i, y tu
Psa 110:5 quebrantará a los reyes en el día de su i
Pro 12:16 el necio al punto da a conocer su i; mas
Pro 15:1 la blanda respuesta quita la i, mas la
Pro 16:14 la i del rey es mensajero de muerte
Pro 19:12 como rugido de .. león es la i del rey
Pro 19:19 el de grande i llevará la pena; y si usa
Pro 27:3 la i del necio es más pesada que ambas
Pro 27:4 cruel es la i, e impetuoso el furor; mas
Pro 29:8 en llamas; mas los sabios apartan la i
Isa 9:19 por la i de Jehová .. se oscureció la tierra
Isa 48:9 por amor de mi nombre diferiré mi i
Isa 54:8 con un poco de i escondí mi rostro de
Isa 63:5 me salvó mi brazo, y me sostuvo mi i
Jer 2:35 soy inocente .. su i se apartó de mí
Jer 4:8 la i de Jehová no se ha apartado de
Jer 6:11 por tanto, estoy lleno de la i de Jehová
Jer 7:19 ¿me provocarán ellos a i? dice Jehová
Jer 10:10 a su i tiembla la tierra, y las naciones
Jer 25:6 ni me provoquéis a i con la obra de
Jer 25:38 asolada fue la .. por la i del opresor
Jer 44:6 se derramó, por tanto, mi i y mi furor
Eze 20:8 dije que derramaría mi i sobre ellos, para
Eze 21:17 batiré mi mano .. y haré reposar mi i
Dan 9:16 apártese ahora tu i .. de sobre tu pueblo
Hos 5:10 derramaré sobre ellos como agua mi i
Mic 5:15 con i .. haré venganza en las naciones
Mic 7:9 la i de Jehová soportaré, porque pequé
Nah 1:6 ¿quién permanecerá delante de su i?
Hab 3:2 en la i acuérdate de la misericordia
Zep 1:15 día de i aquel día, día de angustia y de
Zep 2:2 antes que el día de la i de Jehová venga
Zep 3:8 derramar sobre ellos .. el ardor de mi i
Mat 3:7; Luk 3:7 ¿quién os enseñó a huir de la i
Luk 4:28 todos en la sinagoga se llenaron de i
Joh 3:36 vida, sino que la i de Dios está sobre él
Act 19:28 se llenaron de i, y gritaron
Rom 1:18 la i de Dios se revela desde el cielo
Rom 2:5 atesoras .. i para el día de la i y de la
Rom 2:8 pero i y enojo a los que son contenciosos
Rom 4:15 la ley produce i; pero donde no hay ley
Rom 5:9 mucho más .. por él seremos salvos de la i
Rom 9:22 queriendo mostrar su i .. los vasos de i
Rom 12:19 no os .. sino dejad lugar a la i de Dios
Gal 5:20 celos, i, contiendas, disensiones
Eph 2:3 y éramos por naturaleza hijos de i, lo
Eph 5:6 por estas cosas viene la i de Dios sobre los
Eph 6:4 no provoquéis a i a vuestros hijos, sino
Col 3:6 por las cuales la i de Dios viene sobre los
Col 3:8 ahora dejad .. todas estas cosas: i, enojo
1Th 1:10 esperar .. Jesús, quien nos libra de la i
1Th 2:16 pues vino sobre ellos la i hasta el extremo
1Th 5:9 no nos ha puesto Dios para i, sino para
1Ti 2:8 oren .. levantando manos santas, sin i ni
Heb 11:27 dejó a Egipto, no temiendo la i del rey
Jam 1:20 la i del hombre no obra la justicia de
Rev 11:18 y tu i ha venido, y el tiempo de juzgar
Rev 14:10 beberá del vino de la i de Dios, que ha
Rev 15:1 porque en ellas se consumaba la i de Dios
Rev 16:1 y derramad .. las siete copas de la i de
Rev 16:19 darle el cáliz del vino del ardor de su i


Ira (heb. Srá’, tal vez «vigilante [despierto]»). 1. Jaireo, sacerdote o jefe de David (2Sa 20:26). 2. Tecoí­ta, uno de los valientes de David (2Sa 23:26; 1Ch 11:28). 3. ltrita, también uno de los valientes de David (2Sa 23:38; 1Ch 11:40).

Fuente: Diccionario Bíblico Evangélico

cólera, enojo. En el A. T., Dios es presentado de manera antropomórfica. Dios no tiene cuerpo, sin embargo, sus actos en las Escrituras se describen como si los tuviera; se le atribuyen pensamientos y sentimientos como si se tratara de un humano. El antropomorfismo es corriente en la Biblia: Dios conoce, ama, recompensa, rechaza, siente celos, ira, cólera. Habiendo Dios escogido a Israel como su pueblo, habiendo establecido con él una Alianza y habiéndole dado unos preceptos, cuyo cumplimiento es condición de la Alianza, la i. de Dios se desata y castiga por el incumplimiento del pacto por parte del hombre, por su infidelidad, por su pecado de idolatrí­a. Cuando los israelitas se hicieron un becerro de oro, en el desierto, y se pastaron ante él, Yahvéh le dice a Moisés: †œDeja que se encienda mi ira contra ellos y los devore†, Ex 32, 10.

Cuando los israelitas se prostituyeron tras el Baal de Peor se encendió la i. de Yahvéh y ordenó a Moisés que empalara a los jefes del pueblo, †œasí­ cederá el furor de la cólera de Yahvéh contra Israel†, Nm 25, 3-4.

Igualmente en Dt 29, 24-27, se dice: †œPorque han abandonado la alianza que Yahvéh, Dios de sus padres, habí­a concluido con ellos al sacarlos de Egipto; se han ido a servir a otros dioses… Por eso se ha encendido la i. de Yahvéh… los ha arrancado de su tierra con i., furor y gran indignación…†.

El mal trato a los semejantes al forastero, a la viuda y al huérfano, enciende la i. de Yahvéh, Ex 22, 20-22; sobre esto también se pronunciaron los profetas y anunciaron el castigo de la i. de Yahvéh, Jr 5, 28.

Pero la i. de Yahvéh no sólo se manifiesta contra su pueblo sino también contra otras naciones por ensañarse con su pueblo, como se lee en los oráculos del profeta Jeremí­as contra las naciones, Jr 46; 47; 48; 49; 50; 51. En otros textos, se lee que Yahvéh usa a otros pueblos como instrumento de su i. para castigar a Israel, Is 10, 5-6; 13, 5.

Diccionario Bí­blico Digital, Grupo C Service & Design Ltda., Colombia, 2003

Fuente: Diccionario Bíblico Digital

Traduce muchas palabras heb. y gr. con amplia variación de tono, intensidad y efectos (2Ch 26:19; Est 1:12; Psa 85:4; Mat 2:16). La primera exhibición de ira hu-mana registrada en la Biblia (Gen 4:5-6) es seguida por numerosos relatos de desastres producidos por la ira del hombre, que nunca lleva a cabo la justicia de Dios (Jam 1:20) y nunca es más que tolerada (Eph 4:26; Psa 37:8; Rom 12:19). La ira de un Dios justo, puro y santo es espantosa para los malhechores (Num 11:1-10; Heb 10:26-31); sin embargo, Dios es lento para la ira y pronto en perdonar (Psa 103:8-9), y así­ debemos ser nosotros (Eph 4:31-32). Aunque no está mencionada tan a menudo en el NT como en el AT, la ira de Dios no es menos terrible, está revelada más dramáticamente en la ira del Cordero (Joh 1:29; Rev 6:16) y permanece sobre los incrédulos (Joh 3:36).

Fuente: Diccionario Bíblico Mundo Hispano

(Persona) (Burro, pollino). Nombre de personas del AT.

1. Sacerdote de tiempos del rey David. Era descendiente de †¢Jair (2Sa 20:26).

. Uno de los valientes de David, natural de Tecoa. Hijo de †¢Iques (2Sa 23:26). Comandaba una división de veinticuatro mil hombres que serví­an en el sexto mes (1Cr 27:9).

. Uno de los valientes de David, llamado †œitrita† (2Sa 23:38).

Fuente: Diccionario de la Biblia Cristiano

ver, INCREDULIDAD, DíA, CASTIGO ETERNO, JUICIO, PACIENCIA

vet, La ira, cuando se adueña del hombre, es generalmente una manifestación de la naturaleza pecaminosa del hombre que monta en cólera, y queda patente la desaprobación de Dios hacia ella y sus efectos. «La ira del hombre no obra la justicia de Dios» (Stg. 1:20), y las Escrituras insisten una y otra vez en contra de este estado de ánimo (Sal. 37:8; Pr. 12:16; 15:1; 19:19; 26:17; 27:4; 29:11; 2 Co. 12:20; Gá. 5:20; Ef. 4:31; Col. 3:8; 1 Ti. 2:8). La ira, en el hombre, es pecaminosa en cuanto es fruto de su naturaleza caí­da, de su egoí­smo. Por la ira, el hombre puede llegar a perder el dominio propio, cosa que Dios detesta. El creyente es exhortado a ser sobrio (1 Ts. 5:6; Tit. 1:8; 2:2, 12; 1 P. 1:13; 4:7; 5:8), lo cual implica evidentemente sobriedad en su manera de actuar, el dominio de sus emociones, para gloria de Dios.

Fuente: Nuevo Diccionario Bíblico Ilustrado

[329]

Actitud, expresión o gesto que implica rechazo violento de un hecho, persona o situación. Es el pecado capital (capital, cabeza de otros) que se combate con la fortaleza, con la paciencia y con el dominio de sí­ mismo. Es enemigo de la mansedumbre y de la caridad par con el prójimo.

Y es interesante contrastar que en el Antiguo Testamento siempre se condena cuando se refiere a la ira humana (Prov. 15. 18; Ecclo. 27.30); y se mira con respeto y temor, cuando frecuentemente se refiere a Dios. Se muestra como respuesta a los pecados de los hombres (Ex. 9.14; Num. 11.1; Jue. 2.14), lo cual se hace presente muchas veces en las amenazas de los profetas: Ez. 16.41; Jer. 11.20; Salm. 91.10; Miq. 5.14.

Esa diferencia se hace de nuevo presente en el Nuevo Testamento. Jesús la condena: Mt. 5.22. Los Apóstoles la recuerdan: Ef. 4.31: Col. 3.8; 1 Cor. 13.5. Pero también recuerdan que Mt. 21.12; Mc. 3.5. De las 49 veces que se recoge el término «orgé» (cólera, ira, enfado) o de las 20 que se usa «zymos» (furor, furia, enojo), sólo en 4 aparece en los labios de Jesús, hablando de la cólera divina. Las demás son reflejo de las prevenciones aludidas por los otros hagiógrafos, apóstoles o no, que hacen alusión al santo temor divino.

Pedro Chico González, Diccionario de Catequesis y Pedagogí­a Religiosa, Editorial Bruño, Lima, Perú 2006

Fuente: Diccionario de Catequesis y Pedagogía Religiosa

(v. vicios capitales)

(ESQUERDA BIFET, Juan, Diccionario de la Evangelización, BAC, Madrid, 1998)

Fuente: Diccionario de Evangelización

(-> juicio, gracia, salvación). Los apocalí­pticos suponen que la humanidad se encuentra en manos de la «ira de Dios», entendida como gran irritación o enojo que se expande de manera amenazante sobre el conjunto de una humanidad que no le ha obedecido. Como pregonero de esa ira de Dios elevó su palabra Juan Bautista (Mt 3,7: orgé). También Pablo ha retomado en Rom 1,18; 2,5.8 el tema de la ira (orgé) de Dios, pero lo ha reinterpretado desde el mensaje y pascua de Jesús como experiencia de gracia*. El descubrimiento de la gracia de Dios que se expresa y triunfa desde el fondo de la ira apocalí­ptica constituye quizá la mayor novedad de la antropologí­a cristiana. Desde esa base pueden y deben reinterpretarse los diversos pasajes en los que el Apocalipsis habla de la ira final de los enemigos de Dios y de la ira del mismo Dios salvador, pasajes que tomados en sí­ mismos pueden parecer una expresión de pura violencia destructora. (1) La ira (thymos) del Dragón perdedor (Ap 12,12) se expresa de un modo especial a través de la perversión de Babilonia que emborracha con el vino de ira de su prostitución a todos los pueblos (14,8), haciendo que ellos participen de su injusticia (18,3) y de su muerte (cf. 17,6; 18,24). (2) La ira de Dios empieza siendo una respuesta a la maldad de la Prostituta, en claves de talión: beberán vino de cólera aquellos que han sembrado cólera en su vida (14,10; 16,19). Frente a la orgé de los que pretenden destruir la obra de Dios se alza la orgé de Dios que se lo impide. (3) Copa de la ira. El Apocalipsis habla también de una copa de la ira de Dios (potérion tés orgés: 14,10; 17,4), expresada a través de las siete copas (phialé) de las plagas finales de la ira de Dios (15,1.7; 16,1.19). En ese contexto se puede hablar de la ira del mismo Cristo (Cordero airado: 6,16), que aparece pisando en el lagar de la ira de Dios, en contra de los pueblos perversos (19,15). Estos duros signos han de interpretarse desde el conjunto del mensaje del Apocalipsis, que transmuta la ira de Dios en gracia salvadora, que culmina en las bodas finales de Ap 21-22.

Cf. X. Pikaza, Apocalipsis, Verbo Divino, Estella 1999.

PIKAZA, Javier, Diccionario de la Biblia. Historia y Palabra, Verbo Divino, Navarra 2007

Fuente: Diccionario de la Biblia Historia y Palabra

SUMARIO: I. El antropomorfismo del AT. II. El Dios celoso: Más ira que gozo. III. Motivaciones de la ira: Efectos de la ira.

I. EL ANTROPOMORFISMO DEL AT. En el AT no encontramos expresiones filosóficas a propósito de Dios y de su acción; al contrario, el Dios del AT se nos presenta como una persona que tiene el aspecto, la forma, los gestos de una existencia corporal, a pesar de que se le describe siempre infinitamente por encima del hombre y de que nunca se dice de él que tenga un cuerpo semejante al del hombre. Pero si no tiene un cuerpo de carne y de sangre, su aspecto y sus actos se presentan siempre como si tuviera un cuerpo parecido al de los hombres.

Dios tiene un rostro del que el hombre puede alejarse y esconderse: «Tú me echas lejos de tu rostro…»; «Caí­n se alejó del rostro del Señor» (Gén 4:14.16; Jon 1:3.10; etc.). La expresión «cara a cara» supone una persona de la que se desea ver el rostro (Exo 33:11; Deu 34:10). Así­ se dice que Dios vuelve su rostro en favor de un hombre o en contra de él: «Que el Señor haga resplandecer su rostro sobre ti… Que el Señor vuelva hacia ti su rostro» (Núm 6:25-26), y hacia el pecador: «Yo volveré mi rostro contra ese hombre y lo extirparé de en medio de su pueblo» (Lev 20:3), mientras que sobre el fiel Dios hace brillar su rostro (Sal 31:17). En esta perspectiva se le atribuyen a Dios ojos, nariz, boca, dientes, labios, lengua, orejas: Dios ve, mira, oye, se cansa, descansa. Y así­, con un realismo inusual para nosotros, un poeta escribe: «No, no duerme ni dormita el guardián de Israel» (Sal 121:4); o también: «Se despertó el Señor como de un sueño, cual gigante vencido por el vino» (Sal 78:65).

La atribución a Dios de pensamientos y de sentimientos propios del alma humana crea mayores dificultades: el pensamiento pertenece al terreno de lo impalpable, y no se puede hablar ya de los sentimientos de un Dios si su existencia se considera de forma puramente espiritual e invisible; pero si se ve al ser divino bajo el aspecto humano, ¿por qué no seguir adelante por el mismo camino y hablar de sus sentimientos en los mismos términos de la existencia humana? Es esto precisamente lo que constatamos en el AT cuando los hagiógrafos quieren presentar las diversas expresiones del pensamiento de Dios. No van en busca de palabras particulares, de términos que se puedan aplicar solamente a Dios, sino que hablan de él con lenguaje humano, el mismo lenguaje con que se dan a conocer los sentimientos humanos comunes. El antropomorfismo bí­blico se completa así­ con el antropopatismo que los textos no se preocupan lo más mí­nimo de ocultar, y que constituye el fondo especí­fico de la teologí­a del AT. Dios ama, conoce, se arrepiente, encuentra placer, recompensa, desprecia, rechaza, odia, se venga, etc.

En todo este contexto de sentimientos atribuidos a Dios encontramos también los celos. «Yo, el Señor, tu Dios, soy un Dios celoso» (Exo 20:5), se dice en el texto del / decálogo y en otros muchos textos, de los que se deduce que los celos de Dios se manifiestan comúnmente a propósito del culto a los í­dolos o divinidades paganas, que según la concepción del AT es como una prostitución del pueblo infiel a su Dios. Por consiguiente, es en un sentido muy humano como los celos de Dios se manifiestan con su pueblo: son como los celos de un marido por la mujer, que corre detrás de otros amantes. En las normas de la / alianza leemos: «Lo provocaron con dioses extranjeros, lo irritaron con acciones horribles. Sacrificaron a demonios y no a Dios» (Deu 32:16-17; cf 4,24; 5,9; 6,15; etc.).

II. EL DIOS CELOSO. En un perí­odo en que el paganismo circundante se habí­a infiltrado profundamente en el culto oficial de Jerusalén (probablemente bajo el reinado de Manasés) se colocó en el templo lo que el profeta Ezequiel llama «el í­dolo que provoca los celos» (Eze 8:3-5). Por otros textos sabemos que esta imagen era el «í­dolo de Asera», es decir, de una divinidad cananea (2Re 21:7; cf Jer 7:30). Por extensión se habla de los celos de Dios no sólo frente a la idolatrí­a, sino también frente a cualquier forma de pecado y de desobediencia: ante el mal y ante las transgresiones de sus mandamientos, Yhwh es celoso y manifiesta su cólera con los hombres. Los celos se convierten en sinónimo de cólera y de furor, términos que encontramos a menudo unidos y que moderan un tanto el significado inicial de los celos: «El Señor no le perdonará, sino que la ira y la indignación del Señor se encenderán contra él, y todas las maldiciones escritas en este libro caerán sobre él hasta borrar su nombre de debajo de los cielos» (Deu 29:19). Expresiones por el estilo asumen en muchos casos un valor general, pues indican los celos de Dios que se manifiestan contra su pueblo, contra una categorí­a de personas o contra algún individuo concreto, y también contra las naciones paganas que se sitúan contra Israel.

En algunos contextos, la palabra hebrea usada para calificar los «celos» asume un sentido colateral, que los traductores vierten en singular por «celo»: también el celo es fuego devorador que inflama de pasión por alguien, y Yhwh lo manifiesta con su pueblo; no como los «celos» en contra, sino en favor. Así­, por ejemplo, un pasaje de Isaí­as, después de describir la misión del mesí­as –en el célebre texto de Isa 9:1-6-, termina: «El celo del Señor omnipotente hará todo esto». Aquí­ se ha traducido este término por «celo», ya que Dios está celoso de su honor, de su nombre y despliega un celo devorador para hacer brillar su gloria. Este aspecto de los celos está especialmente realzado en el profeta Ezequiel: «Me compadeceré de toda la casa de Israel y me mostraré celoso de mi santo nombre» (Isa 39:25). «Â¡Vean tu celo por el pueblo y se avergüencen, y el fuego preparado para tus enemigos los devore» (Isa 26:11). «El celo del Señor todopoderoso lo hará» (Isa 37:32; cf JI 2,18; Zac 1:14; Zac 8:2).

MíS IRA QUE GOZO. Es curioso observar cómo los textos de la Biblia en los que se dice que Dios siente placer y gozo son extraordinariarnente pocos en relación con los que hablan de su cólera. El motivo es evidente. En sus relaciones con la humanidad Dios se encuentra en contacto con la desobediencia y el pecado mucho más frecuentemente que con una actitud fiel. Por eso no hay que asombrarse de constatar que en las páginas del AT los pasajes en los que se presenta a Dios como juez severo predominan notablemente sobre los otros en que se presenta como amable y misericordioso; se trata de aspectos que coexisten, pero con un claro desequilibrio en favor de la severidad.

Así­ se comprende que en el AT no haya un solo libro que no hable de la ira de Dios. Las mismas expresiones y las mismas palabras utilizadas para la ira humana aparecen igualmente para Dios; más aún, de la ira de Dios se habla tres veces más que de la del hombre. La ira del hombre se dirige generalmente contra otros hombres. Sus motivaciones son múltiples: la consideración de sus acciones como injustas, desordenadas, etc. (Gén 27:45; Gén 30:2; Gén 39:19; etc.). Aunque se trata de casos raros, encontramos también textos en los que la ira del hombre se dirige contra Dios. Y aquí­ la motivación es uniforme: el hombre, en ciertos casos particulares, no encuentra la justificación del obrar divino (Gén 4:5; 2Sa 6:8; J14,1.9). En la inmensa mayorí­a de los casos la ira del hombre es juzgada, sin embargo, negativamente, nunca de forma positiva: Gén 4:5-7 (el obrar de Caí­n) y Gén 49:6-7 : «En su furor mataron hombres… ¡Maldito su furor, tan violento, y su cólera, tan cruel!» Es en Job, en los Proverbios y en el Sirácida donde con mayor frecuencia aparecen juicios severos sobre la ira: «Cruel es el furor e impetuosa la ira, pero ¿quién podrá resistir contra la envidia?… Pesada es la piedra y pesada la arena, pero la ira del insensato es más pesada que ambas cosas» (Pro 27:3-4); «oprimiendo la ira se suscita la querella» (Pro 30:33); «El sabio es comedido en sus palabras, y el inteligente mantiene la calma» (Pro 17:27); por eso se advierte: «El que presto se enoja hace locuras… El tardo a la ira es rico en inteligencia, el que cede al arrebato hace muchas locuras» (Pro 14:17.29).

III. MOTIVACIONES DE LA IRA. También Yhwh es irascible, y a propósito de ello se utilizan los términos usuales para el hombre; incluso encontramos algunos vocablos raros y expresiones singularmente llamativas. Las motivaciones de la ira divina no siempre son claras: casos ejemplares son la lucha nocturna de Jacob (Gén 32:23-33) y la circuncisión de Moisés (Exo 4:24-25); pero en la inmensa mayorí­a de los casos la ira divina es suscitada por la actividad del hombre. Una causa general es la relación singular de Israel con Dios a causa de la alianza, con las condiciones anejas a la misma. En efecto, la alianza pone al pueblo en una doble situación: «Yo, el Señor, tu Dios, soy un Dios celoso, que castigo la iniquidad…, pero demuestro mi fidelidad por mil generaciones» (Exo 20:5-6). A menudo los textos mencionan expresamente tanto la alianza como la infidelidad del pueblo: «Porque han abandonado la alianza del Señor, el Dios de sus padres, la alianza que hizo con ellos…, por eso la ira del Señor se encendió contra esta tierra…, los ha arrancado de su tierra con ira, furor y gran indignación…» (Deu 29:24.27).

Otras veces, ciertamente no pocas, la causa de la ira, como hemos visto, es la idolatrí­a, que debe entenderse también en sentido figurado; el Deuteronomio, por ejemplo, designa esta infidelidad con una terminologí­a que se ha hecho técnica para la teologí­a de este libro. Se dice muchas veces que la ira de Dios ha sido suscitada por la desobediencia del pueblo: «Todaví­a tení­an la carne entre los dientes, sin haberla aún acabado, cuando el Señor montó en cólera contra el pueblo y lo hirió con una gran plaga» (Núm 11:33). Entre las causas de la ira divina no faltan las motivaciones sociales y el comportamiento injusto con otras personas: «No maltratarás a la viuda y al huérfano; si los maltratas…, mi ira se encenderá y os mataré a filo de espada; vuestras mujeres serán viudas y huérfanos vuestros hijos» (Exo 22:22-23).

Aparte de las leyes, esta motivación de la ira divina contra el pueblo se subraya especialmente en los profetas (Isa 1:15-20; Jer 5:28; Amó 5:7.10-12; Miq 3:1). Entre las causas de la ira se menciona a veces de forma genérica el olvido de las obligaciones de la alianza, el culto sincretista, el sentimiento injustificado de seguridad basada en el templo de Jerusalén (cf Jer 6:14; Eze 13:10-12). Especialmente en el perí­odo posterior al destierro, la ira de Yhwh se manifestó además contra otros pueblos, motivada por el hecho de que se habí­an ensañado contra Israel en los dí­as de su manifiesto infortunio (cf Jer 46-51; Ez 25-32). Por otra parte, algunos textos presentan a los enemigos de Israel como instrumento de la ira de Yhwh para castigar a su pueblo: «Â¡Ay de Asiria, vara de mi cólera, bastón que blande mi furor!» (Isa 10:5); «Vienen de paí­ses lejanos, de los confines del cielo, el Señor y los instrumentos de su cólera a devastar toda la tierra» (Isa 13:5; cf Jer 50:25; Lam 3:1). Las expresiones que aparecen con mayor frecuencia para significar la ira de Yhwh proceden del vocabulario concreto de las lenguas semí­ticas, que traducen los sentimientos humanos de una forma fí­sica.

EFECTOS DE LA IRA. Los escritores sagrados no tení­an el menor reparo en hablar de la ira divina, que se exterioriza en las llamas y el fuego que brotan de la nariz y de la boca de Dios y que manifiestan su irritación y la explosión de su paciencia (Isa 13:13; Isa 30:30; Miq 7:9; Deu 3:26; Jer 7:29; Eze 21:36; etc.). Entre estas expresiones pintorescas no faltan los sentimientos de venganza y de odio. La venganza de Dios sigue dos direcciones: en contra de su pueblo, por culpa de las infidelidades que comete; y contra los pueblos vecinos, por las injurias y por la sangre que han derramado entre su pueblo: Yhwh es un «Dios de la venganza» (Sal 94:1); y el dí­a del juicio es designado muchas veces como «el dí­a de la venganza» (Isa 61:2; Isa 63:4; Jer 46:10). Se dice igualmente que, en su ira, Yhwh odia, desprecia, guarda rencor contra los que se dirigen contra él: «Porque nos odia, el Señor nos ha hecho salir de Egipto…» (Deu 1:27; Deu 9:28; Pro 3:32; Amó 5:21; etc.). «Os aborreceré» (Lev 26:30). Y el Sirácida advierte: «Aunque es misericordioso, también se enfurece y su furor descarga sobre los pecadores… De repente se desata la ira del Señor, yen el dí­a de la venganza serás aniquilado» (Sir 5:6-7).

Sean cuales fueren las concepciones teológicas, simples o evolucionadas, y cualesquiera que fueren las palabras y las imágenes usadas, abstractas o brutalmente concretas, de un extremo al otro del AT es siempre el mismo Dios el que se presenta en contacto directo y personal con el hombre: le habla, le muestra su / amor, su / justicia; pero también su ira y su odio. Así­ es el Dios de la Biblia; no el de los filósofos, impasible ante los sucesos humanos. Esta crudeza de imágenes es también un preludio de la doctrina fundamental de la encarnación. El Dios que se nos dibuja en el AT, casi a imagen del hombre, es el mismo que, al llegar el tiempo establecido por él, se rebajó encarnándose en Jesús: ¡el Verbo se hizo carne! Ante expresiones tan humanas se puede ciertamente recordar que el antropomorfismo del AT tiene su prolongación connatural en la encarnación: en ella tiene cumplimiento todo lo que hasta entonces no era más que expresión verbal. Los hagiógrafos del AT están siempre ligados a la tierra, han conocido todas las asperezas y las vicisitudes accidentadas de la historia humana, y por esto están mucho más inmersos en la realidad que los filósofos y que algunos teólogos. Su Dios que se enfurece y que odia no tiene nada que ver con aquel Dios lejano e impasible de Platón o de Aristóteles, sino que es el Dios del NT y el que los nuevos hagiógrafos nos presentarán como «amor» (1Jn 4:8; Rom 8).

BIBL.: EICHROOr W., Teologí­a del A T 1. Dios rsupueblo, Cristiandad, Madrid 1972, 236-246; KLEINKNECHT H. (y otros), orghE en GLNTVIII, 1073-1254; MICHAeu F., Dieuál’imagedel’homme, Delachaux et Niestlé, Neuchátel 1950.

L. Moraldi

P Rossano – G. Ravasi – A, Girlanda, Nuevo Diccionario de Teologí­a Bí­blica, San Pablo, Madrid 1990

Fuente: Nuevo Diccionario de Teología Bíblica

Véase Cí“LERA.

Fuente: Diccionario de la Biblia

(Asno Adulto).

1. Jairita mencionado entre los oficiales principales del rey como †œsacerdote de David†. (2Sa 20:26.) Quizás descendiera del Jaí­r que se menciona en Números 32:41, por lo que, en ese caso, la denominación de †œsacerdote† podrí­a significar †œministro principal† o †œprí­ncipe†. Aunque no hay prueba bí­blica de que los jairitas fueran levitas, si lo que dice la Peshitta siriaca es correcto, Irá podrí­a haber sido un sacerdote de la ciudad levita de Jatir (Jathir). (Compárese con 2Sa 8:18; 1Cr 6:57; 18:17.)

2. Hijo de Iqués el teqoí­ta; uno de los hombres poderosos de las fuerzas militares del rey David. (2Sa 23:24, 26; 1Cr 11:26, 28.)

3. Itrita; otro de los hombres poderosos del rey David. (2Sa 23:38; 1Cr 11:40.)

Fuente: Diccionario de la Biblia

Sumario: 1. El antropomorfismo del AT. II. El Dios celoso: Más ira que gozo. III. Motivaciones de la ira:
Efectos de la ira.
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1. EL ANTROPOMORFISMO DEL AT.
En el AT no encontramos expresiones filosóficas a propósito de Dios y de su acción; al contrario, el Dios del AT se nos presenta como una persona que tiene el aspecto, la forma, los gestos de una existencia corporal, a pesar de que se le describe siempre infinitamente por encima de! hombre y de que nunca se dice de él que tenga un cuerpo semejante al del hombre. Pero si no tiene un cuerpo de carne y de sangre, su aspecto y sus actos se presentan siempre como si tuviera un cuerpo parecido al de los hombres.
Dios tiene un rostro del que el hombre puede alejarse y esconderse: †œTú me echas lejos de tu rostro…†; †œCaí­n se alejó del rostro del Señor† (Gn 4,14; Gn 4,16; Jon 1,3; Jon 1,10 etc. ). La expresión †œcara a cara† supone una persona de la que se desea ver el rostro (x 33,11; Dt 34,10). Así­ se dice que Dios vuelve su rostro en favor de un hombre o en contra de él: †œQue el Señor haga resplandecer su rostro sobre ti… Que el Señor vuelva hacia ti su rostro† (Nm 6,25-26), y hacia el pecador: †œYo volveré mi rostro contra ese hombre y lo extirparé de en medio de su pueblo† (Lv 20,3), mientras que sobre el fiel Dios hace brillar su rostro (Sal 31,17). En esta perspectiva se le atribuyen a Dios ojos, nariz, boca, dientes, labios, lengua, orejas: Dios ve, mira, oye, se cansa, descansa. Y así­, con un realismo inusual para nosotros, un poeta escribe: †œNo, no duerme ni dormita el guardián de Israel† (Sal 121,4); o también: †œSe despertó el Señor como de un sueño, cual gigante vencido por el vino† (Sal 78,65).
La atribución a Dios de pensamientos y de sentimientos propios del alma humana crea mayores dificultades: el pensamiento pertenece al terreno de lo impalpable, y no se puede hablar ya de los sentimientos de un Dios si su existencia se considera de forma puramente espiritual e invisible; pero si se ve al ser divino bajo el aspecto humano, ¿por qué no seguir adelante por el mismo camino y hablar de sus sentimientos en los mismos términos de la existencia humana? Es esto precisamente lo que constatamos en el AT cuando los ha-giógrafos quieren presentar las diversas expresiones del pensamiento de Dios. No van en busca de palabras particulares, de términos que se puedan aplicar solamente a Dios, sino que hablan de él con lenguaje humano, el mismo lenguaje con que se dan a conocer los sentimientos humanos comunes. El antropomorfismo bí­blico se completa así­ con el antropopa-tismo que los textos no se preocupan lo más mí­nimo de ocultar, y que constituye el fondo especí­fico de la teologí­a del AT. Dios ama, conoce, se arrepiente, encuentra placer, recompensa, desprecia, rechaza, odia, se venga, etc.
En todo este contexto de sentimientos atribuidos a Dios encontramos también los celos. †œYo, el Señor, tu Dios, soy un Dios celoso† (Ex 20,5), se dice en el texto del / decálogo y en otros muchos textos, de los que se deduce que los celos de Dios se manifiestan comúnmente a propósito del culto a los í­dolos o divinidades paganas, que según la concepción del AT es como una prostitución del pueblo infiel a su Dios. Por consiguiente, es en un sentido muy humano como los celos de Dios se manifiestan con su pueblo: son como los celos de un marido por la mujer, que corre detrás de otros amantes. En las normas de la / alianza leemos: †œLo provocaron con dioses extranjeros, lo irritaron con acciones horribles. Sacrificaron a demonios y no a Dios† (Dt 32,16-17 cf Dt 4,24; Dt 5,9; Dt 6,15 etc. ).
1365
II. EL DIOS CELOSO.
En un perí­odo en que el paganismo circundante se habí­a infiltrado profundamente en el culto oficial de Jerusalén (probablemente bajo el reinado de Manases) se colocó en el templo lo que el profeta Ezequiel llama †œel í­dolo que provoca los celos† (Ez 8,3-5). Por otros textos sabemos que esta, imagen era el †œí­dolo de Asera†, es decir, de una divinidad cananea (2R-21 7; Jr 7,30). Por extensión se habla de los celos de Dios no sólo frente a la idolatrí­a, sino también frente a cualquier forma de pecado y de desobediencia:
ante el mal y ante las transgresiones de sus mandamientos, Yhwh es celoso y manifiesta su cólera con los hombres. Los celos se convierten en sinónimo de cólera y de furor, términos que encontramos a menudo unidos y que moderan un tanto el significado inicial de los celos: †œEl Señor no le perdonará, sino que la ira y la indignación del Señor se encenderán contra él, y todas las maldiciones escritas en este libro caerán sobre él hasta borrar su nombre de debajo de los cielos† (Dt 29,19). Expresiones por el estilo asumen en muchos casos un valor general, pues indican los celos de Dios que se manifiestan contra su pueblo, contra una categorí­a de personas o contra algún individuo concreto, y también contra las naciones paganas que se sitúan contra Israel.
En algunos contextos, la palabra hebrea usada para calificar los †œcelos† asume un sentido colateral, que los traductores vierten en singular por †œcelo†: también el celo es fuego devorador que inflama de pasión por alguien, y Yhwh lo manifiesta con su pueblo; no como los †œcelos† en contra, sino en favor. Así­, por ejemplo, un pasaje de Isaí­as, después de describir la misión del mesí­as-en el célebre texto de 159,1-6-, termina: †œEl celo del Señor omnipotente hará todo esto†. Aquí­ se ha traducido este término por †œcelo†, ya que Dios está celoso de su honor, de su nombre y despliega un celo devorador para hacer brillar su gloria. Este aspecto de los celos está especialmente realzado en el profeta Ezequiel: †œMe compadeceré de toda la casa de Israel y me mostraré celoso de mi santo nombre† (39,25). †œiVean tu celo por el pueblo y se avergüencen, y el fuego preparado para tus enemigos los devore† (Is 26,11). †œEl celo del Señor todopoderoso lo harᆝ (Is 37,32; JI 2,18; Za 1,14; Za 8,2).
Más ira que gozo: Es curioso observar cómo los textos de la Biblia en los que se dice que Dios siente placer y gozo son extraordinariamente pocos en relación con los que hablan de su cólera. El motivo es evidente. En sus relaciones con la humanidad Dios se encuentra en contacto con la desobediencia y el pecado mucho más frecuentemente que con una actitud fiel. Por eso no hay que asombrarse de constatar que en las páginas del AT los pasajes en los que se presenta a Dios como juez severo predominan notablemente sobre los otros en que se presenta como amable y misericordioso; se trata de aspectos que coexisten, pero con un claro desequilibrio en favor de la severidad. Así­ se comprende que en el AT no haya un solo libro que no hable de la ira de Dios. Las mismas expresiones y las mismas palabras utilizadas para la ira humana aparecen igualmente para Dios; más aún, de la ira de Dios se habla tres veces más que de la del hombre. La ira del hombre se dirige generalmente contra otros hombres. Sus motivaciones son múltiples: la consideración de sus acciones como injustas, desordenadas, etc.
Gn 27,45; Gn 30,2; Gn 39,19 etc. ). Aunque se trata de casos raros, encontramos también textos en los que la ira del hombre se dirige contra Dios. Y aquí­ la motivación es uniforme: el hombre, en ciertos casos particulares, no encuentra la justificación del obrar divino (Gn 4,5; 2S 6,8; JI 4,1; JI 4,9). En lá inmensa mayorí­a de los casos la irá del hombre es juzgada, sin embargo, negativamente, nunca de forma positiva:
Gen 4,5-7 (el obrar de Caí­n) y Gen 49,6-7: †œEn su furor mataron hombres… ¡Maldito su furor, tan violento, y su cólera, tan cruel!†™ Es en Jb, en los Proverbios y en el Sirácida donde con mayor frecuencia aparecen juicios severos sobre la ira: †œCruel es el furor e impetuosa la ira, pero ¿quién podrá resistir contra la envidia?… Pesada es la piedra y pesada la arena, pero la ira del í­nsensato es más pesada que ambas cosas† (Pr 27,3-4); †œoprimiendo la ira se suscita la querella†™ (Pr 30,33); †œEl sabio es comedido en sus palabras, y el inteligente mantiene la calma† (Pr 17,27); por eso se advierte: †œEl que presto se enoja hace locuras… El tardo a la ira es rico en inteligencia, el que cede al arrebato hace muchas locuras† (Pr 14,17; Pr 14,29).
1366
III. MOTIVACIONES DE LA IRA.
También Yhwh es irascible, y a propósito de ello se utilizan los términos usuales para el hombre; incluso encontramos algunos vocablos raros y expresiones singularmente llamativas. Las motivaciones de la ira divina no siempre son claras: casos ejemplares son la lucha nocturna de Jacob (Gn 32,23-33) y la circuncisión de Moisés (Ex 4,24-25); pero en la inmensa mayorí­a de los casos la ira divina es suscitada por la actividad del hombre. Una causa general es la relación singular de Israel con Dios a causa de la alianza, con las condiciones anejas a la misma. En efecto, la alianza pone al pueblo en una doble situación: †œYo, el Señor, tu Dios, soy un Dios celoso, que castigo la iniquidad…, pero demuestro mi fidelidad por mil generaciones† (Ex 20,5-6). A menudo los textos mencionan expresamente tanto la alianza como la infidelidad del pueblo: †œPorque han abandonado la alianza del Señor, el Dios de sus padres, la alianza que hizo con ellos…, por eso la ira del Señor se encendió contra esta tierra…, los ha arrancado de su tierra con ira, furor y gran indignación…† (Dt 29,24; Dt 29,27).
Otras veces, ciertamente no pocas, la causa de la ira, como hemos visto, es la idolatrí­a, que debe entenderse también en sentido figurado; el Deu-teronomio, por ejemplo, designa esta infidelidad con una terminologí­a que se ha hecho técnica para la teologí­a de este libro. Se dice muchas veces que la ira de Dios ha sido suscitada por la desobediencia del pueblo: †œTodaví­a tení­an la carne entre los dientes, sin haberla aún acabado, cuando el Señor montó en cólera contra el pueblo y lo hirió con una gran plaga†™ Nm 11,33). Entre las causas de la ira divina no faltan las motivaciones sociales y el comportamiento injusto con otras personas: †œNo maltratarás a la viuda y al huérfano; silos maltratas…, mi ira se encenderá y os mataré a filo de espada; vuestras mujeres serán viudas y huérfanos vuestros hijos† (Ex 22,22-23).
Aparte de las leyes, esta motivación de la ira divina contra el pueblo se subraya especialmente en los profetas (Is 1,15-20; Jr 5,28; Am 5,7;Am 5, Am 2 Miq Am 3,1). Entre las causasde la ira se menciona a veces de forma genérica el olvido de las obligaciones de la alianza, el culto sincretista, el sentimiento injustificado de seguridad basada en el templo de Jerusalén (Jr 6,14; Ez 13,10-12). Especialmente en el perí­odo posterior al destierro, la ira de Yhwh se manifestó además contra otros pueblos, motivada por el hecho de que se habí­an ensañado contra Israel en los dí­as de su manifiesto infortunio (Jr 46-51; Ez 25-32 ). Por otra parte, algunos textos presentan a los enemigos de Israel como instrumento de la ira de Yhwh para castigar a su pueblo: †œ Ay de Asirí­a, vara de mi cólera, bastón que blande mi furor!† (Is 10,5); †œVienen de paí­ses lejanos, de los confines del cielo, el Señor y los instrumentos de su cólera a devastar toda la tierra† (Is 13,5; Jr 50,25; Lm 3,1). Las expresiones que aparecen con mayor frecuencia para significar la ira de Yhwh proceden del vocabulario concreto de las lenguas semí­ticas, que traducen los sentimientos humanos de una forma fí­sica.
Efectos de la ira. Los escritores sagrados no tení­an el menor reparo en hablar de la ira divina, que se exterioriza en las llamas y el fuego que brotan de la nariz y de la boca de Dios y que manifiestan su irritación y la explosión de su paciencia (Is 13,13; Is 30,30 Miq Is 7,9; Dt 3,26; Jr 7,29; Ez 21,36 etc. ). Entre estas expresiones pintorescas no faltan los sentimientos de venganza y de odio. La venganza de Dios sigue dos direcciones: en contra de su pueblo, por culpa de las infidelidades que comete; y contra los pueblos vecinos, por las injurias y por la sangre que han derramado entre su pueblo: Yhwh es un †œDios de la venganza† (Sal 94,1); y el dí­a del juicio es designado muchas veces como †œel dí­a de la venganza† Is 61,2; Is 63,4; Jr 46,10). Se dice igualmente que, en su ira, Yhwh odia, desprecia, guarda rencor contra los que se dirigen contra él: †œPorque nos odia, el Señor nos ha hecho salir de Egipto…† (Dt 1,27; Dt 9,28; Pr 3,32; Am 5,21 etc. ). †œOs aborrecer醝 (Lv 26,30). Y el Sirácida advierte: †œAunque es misericordioso, también se enfurece y su furor descarga sobre los pecadores… De repente se desata la ira del Señor, y en el dí­a de la venganza serás aniquilado† (Si 5,6-7).
Sean cuales fueren las concepciones teológicas, simples o evolucionadas, y cualesquiera que fueren las palabras y las imágenes usadas, abstractas o brutalmente concretas, de un extremo al otro del AT es siempre el mismo Dios el que se presenta en contacto directo y personal con el hombre: le habla, le muestra su ¡ amor, su ¡justicia; pero también su ira y su odio. Así­ es el Dios de la Biblia; no el de los filósofos, impasible ante los sucesos humanos. Esta crudeza de imágenes es también un preludio de la doctrina fundamental de la encarnación. El Dios que se nos dibuja en el AT, casi a imagen del hombre, es el mismo que, al llegar el tiempo establecido por él, se rebajó encarnándose en Jesús: el Verbo se hizo carne! Ante expresiones tan humanas se puede ciertamente recordar que el antropomorfismo del AT tiene su prolongación connatural en la encarnación: en ella tiene cumplimiento todo lo que hasta entonces no era más que expresión verbal. Los ha-giógrafos del AT están siempre ligados a la tierra, han conocido todas las asperezas y las vicisitudes accidentadas de la historia humana, y por esto están mucho más inmersos en la realidad que los filósofos y que algunos teólogos. Su Dios que se enfurece y que odia no tiene nada que ver con aquel Dios lejano e impasible de Platón o de Aristóteles, sino que es el Dios del NT y el que los nuevos hagiógrafos nos presentarán como †œamor† (1Jn 4,8; Rm 8).
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BIBL.: Eichrodt W., Teologí­a del AT. Dios y su pueblo. Cristiandad, Madrid 1972,236-246; Kleinknecht H. (y otros), orghten GLNTVUI, 1073-1 254; Michaeli F., Dieual†™imagedel†™hom-me, Delachaux et Niestlé, Neuchátel 1950.
L. Moraldi.

Fuente: Diccionario Católico de Teología Bíblica

1. orge (ojrghv, 3709), véase ENOJO, B, Nº 1. 2. thumos (qumov», 2372), véanse ENOJO, B, Nº 2 y Notas. Notas: (1) Para el verbo orgizo, traducido «se llenó de ira» (Rev 12:17), véanse AIRARSE, ENOJAR(SE), A, Nº 4, etc. (2) Para el verbo parorgizo, véase PROVOCAR (A CELOS, A IRA).

Fuente: Diccionario Vine Nuevo testamento

Nadie puede sin escándalo oí­r hablar de Dios encolerizado si no ha sido un dí­a visitado por su *santidad y por su *amor. Por otra parte, así­ como para entrar en la gracia debe el hombre ser arrancado del pecado, así­ para tener verdaderamente acceso al amor de Dios, debe acercarse el creyente al misterio de su ira. Querer reducir este misterio a la expresión mí­tica de una experiencia humana, es desconocer lo serio del pecado y lo trágico del amor de Dios. Cierto, la ira del hombre es la que ha permitido expresar esta realidad misteriosa, pero la experiencia del misterio es primera en relación con el lenguaje, y de un origen muy distinto.

LA IRA DEL HOMBRE. 1. Condenación de la ira. Dios condena la reacción violenta del hombre que se arrebata contra otro, ya sea envidioso como Caí­n (Gén 4,5), furioso como Esaú (Gén 27,44s), o, como Simeón y Leví­, vengue con exceso el ultraje hecho a su hermana (Gén 49,5ss; cf. 34, 7-26; Jdt 9,2); esta ira induce ordinariamente al homicidio. A su vez los sapienciales censuran la necedad del que se encoleriza (Prov 29,11), que no sabe dominar «el soplo de las narices», según la imagen original, pero admiran al sabio, que tiene «el aliento largo», por oposición a impaciente, «de aliento corto» (Prov 14,29; 15,18). La ira engendra la injusticia (Prov 14,17; 29,22; cf. Sant 1,19s). Jesús se mostró más radical todaví­a, equiparando la ira con su efecto habitual, el homicidio (Mt 5,22).

San Pablo la juzgará incompatible con la caridad (ICor 13,5): es un mal puro y simple (Col 3,8), del que hay que preservarse, sobre todo en razón de la proximidad de Dios (1Tim 2,8; Tit 1.7).

2. Las iras santas. Sin embargo, al paso que los estoicos reprobaban todo arrebato en nombre de su ideal de la apatheia, la Biblia conoce «iras santas» que expresan concretamente la reacción de Dios contra la rebelión del hombre. Así­ Moisés contra los hebreos cuando les falta la fe (Ex 16,20), apostatan en el Horeb (Ez 32,19.22), descuidan los ritos (Lev 10, 16) o no observan el anatema sobre el botí­n (Núm 31,14); así­ Pinhas, cuyo *celo alaba Dios (Núm 25,11); así­ Elí­as, que da muerte a los falsos profetas (IRe 18,40) o hace caer fuego sobre los emisarios del rey (2Re 1,10.12); así­ Pablo en Atenas (Act 17,16). Frente a los í­dolos, frente al pecado, estos hombres de Dios están, como Jeremí­as, «repletos de la ira de Yahveh» (Jer 6,11; 15,17), anunciando imperfectamente la ira de Jesús (Mc 3,5).

Sin paradoja, sólo Dios puede airarse. Así­, en el AT, los términos de ira se emplean respecto de .Dios unas cinco veces más que respecto del hombre. Pablo, que sin embargo debió acalorarse más de una vez (Act 15,39), aconseja sabiamente: «No os toméis la justicia por vosotros mismos, antes dad lugar a la ira (de Dios); pues escrito está: «A mí­ la venganza, yo haré justicia, dice el Señor» (Rom 12,19).» La ira no es asunto del hombre, sino de Dios.

LA IRA DE DIOS. I. IMíGENES Y REALIDAD. 1. Es un hecho. Dios se encoleriza. Toda clase de imágenes afluyen bajo la inspiración bí­blica, que recoge Isaí­as: «Arde su cólera, sus labios respiran furor, su lengua es como fuego abrasador. Su aliento como torrente desbordado que sube hasta el cuello… su brazo descarga en el ardor de su ira, en medio de fuego devorador, en tempestad, en aguacero y en granizo… El soplo de Yahveh va a encender como torrente de azufre la paja y la leña acumulados en Tofet» (Is 30,27-33). *Fuego, soplo, tempestad, torrente. la ira abrasa, se vuelca (Ez 20,33), debe beberse en una *copa (Is 51, 17), como un *vino embriagador (Jer 25,15-38).

El resultado de esta ira es la *muerte, con sus auxiliares. David debe escoger entre hambre, derrota o peste (2Sa 24,13ss); otra vez son las plagas (Núm 17,11), la *lepra (Núm 12,9s), la muerte (1S s 6,19). Esta ira descarga sobre todos los culpables *endurecidos; primero sobre Israel, pues está más cerca del Dios santo (Ex 19; 32; Dt 1,34; Núm 25,7-13), sobre la comunidad (2Re 23,26; Jer 21,5) como sobre los individuos; luego también sobre las *naciones (lSa 6,9), pues Yahveh es el Dios de toda la tierra (Jer 10, 10). Casi no hay un solo documento ni un solo libro que no recuerde esta convicción.

2. Ante el hecho de un Dios animado de una pasión violenta se rebela la razón y quiere purificar a la divinidad de sentimientos que juzga indignos de ella. Así­, según una tendencia marginal en la Biblia, pero frecuente en las otras religiones (p.e., las Erinias griegas), *Satán viene a ser el agente de la ira de Dios (comp. lPar 21 y 2Sa 24). Sin embargo, la conciencia bí­blica no acogió el misterio indirectamente, mediante la desmitización o el traspaso. Es evidente que la revelación se transmite a través de imágenes poéticas, pero que no son meras metáforas. Dios parece afectado por una verdadera «pasión» que él mismo desencadena, que no calma (Is 9,11) y que no se aparta (Jer 4,8), o, por el contrario, que se desví­a (Os 14,5; Jer 18,20), pues Dios «vuelve» a los que vuelven a él (2Par 30,6; cf. Is 63,17). En Dios luchan dos «sentimientos», la ira y la *misericordia (cf. Is 54,8ss; Sal 30,6), los cuales dos significan la afección apasionada de Dios hacia el hombre. Pero se expresan diversamente : mientras que la cólera, reservada finalmente al *dí­a postrero, acaba por identificarse con el *infierno, el amor misericordioso triunfa para siempre en el *cielo, y ya aquí­ en la tierra en los *castigos que invitan al pecador a la *conversión. Tal es el misterio, al que Israel se fue acercando poco a poco por caminos variados.

II. IRA Y SANTIDAD. 1. Hacia la adoración del Dios santo. Un primer grupo de textos, los más antiguos, deja aparecer el carácter irracional del hecho. La amenaza de muerte pesa sobre todo el que se acerque inconsideradamente a la *santidad de Yahveh (Ex 19,9-25; 20,18-21; 33,20; Jue 13,22); Oza se ve fulminado cuando quiere sostener el arca (2Sa 6,7). Así­ interpretarán los salmistas las *calamidades, la *enfermedad, la *muerte prematura, el triunfo de los *enemigos (Sal 88,16; 90,7-10; 102, 9-12; Job). Tras esta actitud, lúcida, ya que toma el mal por lo que es, ingenua, pues atribuye todo mal inexplicable a la ira de Dios concebida como la venganza de un tabú, se oculta una fe profunda en la *presencia de Dios en todo acontecimiento, y un auténtico sentimiento de *temor ante la santidad de Dios (Is 6,5).

2. Ira y pecado. Según otros textos, el creyente no se contenta con *adorar perdidamente la intervención divina que pone en contingencia su existencia, sino que busca su motivo y su sentido. Lejos de atribuirla a algún *odio malicioso (la menis griega) o a un capricho celoso (el dios babilónico Enlil), lo cual serí­a todaví­a disculparse con otro, Israel reconoce su falta. A veces designa Dios al culpable castigando al pueblo impaciente (Núm 11,1), o a Miriam la deslenguada (Núm 12,1-10); a veces la comunidad misma ejecuta la ira divina (Ex 32) o echa las suertes para descubrir al pecador, como Akán (Jos 7). Si, pues, hay ira de Dios, es que ha habido *pecado del hombre. Esta convicción guí­a al redactor del libro de los Jueces, que escalona la historia de Israel en tres tiempos: apostasí­a del pueblo, ira de Dios, conversión de Israel.

Así­ sale Dios justificado del *proceso en que le empeñaba el pecador (Sal 51,6); entonces descubre el pecador un primer sentido de la cólera divina : los celos intransigentes de un amor santo. Los profetas explican los *castigos pasados por la infidelidad dei pueblo a la *alianza (Os 5,10; Is 9,11; Ez 5,13…); las terribles imágenes de Oseas (tiña, caries, león, cazador, oso…: Os 5,12.14; 7,12; 13,8) quieren mostrar lo serio del amor de Dios; el Santo de Israel no puede tolerar el pecado en el pueblo que ha elegido. También sobre las *naciones se volcará la ira en la medida de su *soberbia, que les hace traspasar la *misión confiada (Is 10,5-15; Ez 25,15ss). Si la ira de Dios se cierne sobre el mundo, es que el *mundo es pecador. El hombre, asustado por esta ira amenazadora, *confiesa su pecado y aguarda la *gracia (Miq 7,9; Sal 90,7s).

III. Los TIEMPOS DE LA IRA. Todaví­a no se ha terminado el itinerario de la conciencia religiosa : el hombre, después de haber pasado de la adoración ciega a la confesión de su pecado, después de haber reconocido la santidad que mata al pecado, debe adorar al *amor que vivifica al pecador.

1. Ira y amor. Dios no se comporta como un humano en las manifestaciones de su ira : Dios domina su pasión. Cierto que algunas veces se desencadena inmediatamente sobre los hebreos, «que tení­an todaví­a carne bajo los dientes» (Núm 11,33) o sobre Myriam (Núm 12,9), pero no por eso es impaciencia. Al contrario, Dios es «tardo a la ira» (Ex 34,6; Is 48,9; Sal 103,8), y su misericordia está siempre pronta para manifestarse (Jer 3,12). «No desencadenaré todo el furor de mi ira, no destruiré del todo a Efraí­m, porque yo soy Dios, no soy un hombre», se lee en el profeta de las imágenes violentas (Os 11,9). Cada vez va percatándose mejor el hombre de que Dios no es un Dios de ira, sino el Dios de la *misericordia, Después del castigo ejemplar del *exilio dice Dios a su esposa: «Por una hora, por un momento te abandoné, pero en mi gran amor vuelvo a llamarte. Desencadenando mi ira oculté de ti mi rostro; un momento me alejé de ti; pero en mi eterna misericordia me apiadé de ti» (Is 54,7s). Y la victoria de esta piedad supone que el siervo fiel ha sido herido de muerte por los pecados del pueblo, convirtiendo en *justicia la injusticia misma (Is 53,4.8).

2. Liberación de la ira. Dios, castigando a su tiempo y no bajo el impulso de una impaciencia, manifiesta al hombre el alcance *educativo de los castigos causados por su ira (Am 4,6-11). Esta ira, anunciada al pecador en un designio de misericordia, no lo paraliza como un espectro fatal, sino lo llama a *convertirse al amor (Jer 4,4).

Si Dios tiene una intención de amor en el fondo del corazón, Israel puede, pues, suplicar ser *liberado de la ira. Los *sacrificios, animados por la fe en la justicia divina, no tienen nada de las prácticas de magia, que quisieran conjurar a la divinidad; al igual que las *oraciones de intercesión, expresan la convicción de que Dios puede retractar su ira. Moisés intercede por el pueblo infiel (Ex 32,11.31s; Núm 11,1s; 14,11s…) o por tal culpable (Núm 12,13; Dt 9,20). Así­ también Amós por Israel (Am 7,2.5), Jeremí­as por Judá (Jer 14,7ss; 18,20), Job por sus amigos (Job 42.7s). Con esto disminuyen los efectos de la ira (Núm 14; Dt 9) o hasta quedan suprimidos (Núm 11; 2Sa 24). Los motivos invocados revelan precisamente que no se ha cortado entre Israel y Dios (Ex 32,12; Núm 14,15s; Sal 74,2): en este diálogo argumenta el hombre con su debilidad (Am 7,2.5; Sal 79,8) y recuerda a Dios que él es esencialmente *misericordioso y *fiel (Núm 14,18).

3. Ira y castigo. Al reducir Israel la ira, que extermina al pecador endurecido, a un castigo sufrido con miras a la corrección y a la conversión del pecador, no por eso ha anulado la ira en sentido propio, sino la ha situado en su puesto exacto, que es el *dí­a postrero. El dí­a de las tinieblas, de que hablaba Amós (Am 5,I8ss), se convierte en el «dí­a de la ira» (dies irae, Sof 1,15-2,3), del que nadie podrá escapar, ni los paganos (Sal 9,17s; 56,8; 79,6ss), ni los impí­os de la comunidad (Sal 7,7; 11,5s; 28,4; 94,2), sino únicamente el hombre piadoso, al que se ha perdonado su pecado (Sal 30,6; 65,3s; 103,3).

Así­ se ha operado una distinción entre ira e ira. Los *castigos de Dios a lo largo de la historia no son propiamente la ira de Dios que extermina para siempre, sino únicamente *figuras que la anticipan. A través de ellos, la ira del fin de los tiempos sigue ejerciendo su valor saludable, revelando bajo uno de sus aspectos el amor del Dios santo. Con referencia a esta ira, las *visitas de Dios a su pueblo pecador pueden y deben comprenderse como gestos de longanimidad que difieren el ejercicio de la ira definitiva (cf. 2Mac 6,12-17). Los autores de apocalipsis comprendieron bien que al tiempo de la gracia definitiva debe preceder un tiempo de la ira : «Anda, pueblo mí­o, entra en tu casa y cierra las puertas tras de ti; ocúltate por un poco mientras pasa la cólera» (Is 26, 20; cf.Dan 8,19; 11,36).

NT. Desde el mensaje del Precursor (Mt 3,7 p) hasta las últimas páginas del NT (Ap 14,10), el Evangelio de la *gracia mantiene la ira de Dios como un dato fundamental de su mensaje. Se renovarí­a la herejí­a de Marción si se eliminara la ira para no querer conservar más que un concepto falacioso de «Dios de bondad». Sin embargo, la venida de Jesucristo transforma los datos del AT, realizándolos.

1. LA REALIDAD Y LAS IMíGENES. 1. De la pasión divina a los efectos de la ira. El acento se desplaza. Cierto que las imágenes del AT sobreviven todaví­a: *fuego (Mt 5,22; 1Cor 3,13.15), soplo exterminador (2Tes 1,8; 2,8), *vino, *copa, cuba, trompetas de la ira (Ap 14,10.8; 16,1ss). Pero estas imágenes no pretenden ya tanto describir psicológicamente la pasión de Dios cuanto revelar sus efectos. Hemos entrado en los últimos *tiempos. Juan Bautista anuncia el fuego del *juicio (Mt 3,12), y Jesús le hace eco en la parábola de los invitados indignos (Mt 22,7); también, según él, el enemigo y el infiel serán aniquilados (Lc 19,27; 12,46), arrojados al fuego inextinguible (Mt 13,42; 25,41).

2. Jesús encolerizado. Más terrible que este lenguaje inspirado, más trágica que la experiencia de los profetas aplastados entre el Dios santo y el pueblo pecador, es la reacción de un hombre que es Dios mismo. En Jesús se revela la ira de Dios. Jesús no se conduce como un estoico que no se altera jamás (Jn 11,33); impera con violencia a Satán (Mt 4, 10; 16,23), amenaza duramente a los demonios (Mc 1,25), se pone fuera de sí­ ante la astucia diabólica de los hombres (Jn 8,44) y especialmente de los *fariseos (Mt 12,34), de los que matan a los profetas (Mt 23,33), de los *hipócritas (Mt 15,7). Como Yahveh, Jesús se alza encolerizado contra todo el que se alza contra Dios.

Jesús reprende también a los desobedientes (Mc 1,43; Mt 9,30), a los discí­pulos de poca fe (Mt 17,17). Sobre todo se irrita contra los que, como el envidioso hermano mayor del pródigo acogido por el Padre de las misericordias (Lc 15,28), no se muestran misericordiosos (Mc 3,5). Finalmente, Jesús manifiesta la cólera del juez: como el presidente del festí­n (Lc 14,21), como el amo del servidor inexorable (Mt 18. 34), entrega a la maldición a las ciudades sin arrepentimiento (Mt 11, 20s), arroja a los vendedores del templo (Mt 21,12s), maldice a la higuera estéril (Mc 11,21). Como la ira de Dios, tampoco la del cordero es una palabra vana (Ap 6,16; Heb 10,31).

II. EL TIEMPO DE LA IRA. 1. La justicia y la ira. Con su venida a la tierra determinó el Señor dos eras en la historia de la salvación. Pablo es el teólogo de esta novedad: Cristo, revelando la *justicia de Dios en favor de los creyentes, revela también la ira sobre todo incrédulo. Esta ira, análoga al castigo concreto de que hablaba el AT, es una anticipación de la ira definitiva. Mientras que Juan Bautista fundí­a en su perspectiva la venida del Mesí­as a la tierra y su venida al final de los tiempos, tanto que el ministerio de Jesús hubiera debido ser el *juicio final, Pablo enseña que Jesús ha inaugurado un tiempo intermedio, durante el cual se revelan plenamente las dos dimensiones de la actividad divina, la justicia y la ira. Pablo mantiene ciertas concepciones del AT, pdr ejemplo, cuando ve en el poder civil un instrumento de Dios «para ejercer la represión vengadora de la cólera divina sobre los malhechores» (Rom 13,4), pero se aplica sobre todo a revelar la nueva condición del hombre delante de Dios.

2. De la ira a la misericordia. Desde los orí­genes es el hombre pecador (Rom 1,18-32) y merece la muerte (3,20); es por derecho objeto de la ira divina, es «vaso de ira» pronto para la perdición (9,22; Ef 2,3), lo que transpone Juan diciendo: «la cólera de Dios está sobre el incrédulo» (In 3,36). Si el hombre es así­ congénitamente pecador, las más santas instituciones divinas han sido pervertidas a su contacto, así­ la santa *ley «produce la ira» (Rom 4,15). Pero el *designio de Dios es un designio de *misericordia, y los vasos de ira, si se *convierten, pueden volverse «vasos de misericordia» (Rom 9,23); y esto, sea cual fuere su origen, pagano o judí­o, «pues Dios incluyó a todos en la desobediencia a fin de usar con todos misericordia» (11,32). Como en el AT, Dios no da libre curso a s11 ira, manifestando así­ su poder (tolera al pecador), sino también revelando su bondad (invita a la conversión).

III. LA LIBERACIí“N DE LA IRA. 1. Jesús y la ira de Dios. Sin embargo, algo ha cambiado radicalmente con la venida de Cristo. De esta «ira que viene» (Mt 3;7) no nos libra ya la ley, sino Jesús «Tes 1,10). Dios, que «no nos ha reservado para la ira, sino para la salvación» (iTes 5,9), nos asegura que «justificados, seremos salvados de la ira» (Rom 5,9), y además, que nuestra fe nos ha «salvado» (lCor 1,18).

En efecto, Jesús ha «quitado el pecado del mundo» (In 1,29), ha sido hecho «*pecado» para que nosotros fuéramos justicia de Dios en él (2Cor 5,21), ha muerto en la *cruz, ha sido hecho «*maldición» para darnos la *bendición (Gál 3,13). En Jesús se han encontrado los poderes del amor y de la santidad, tanto que en el momento en que la ira descarga sobre el que habí­a «venido a ser pecado», el amor sale triunfante; el laborioso itinerario del hombre que trata ,de descubrir el *amor tras la ira se acaba y se concentra en el instante en que muere Jesús, anticipando la ira del fin de los tiempos para librar de ella para siempre a quien crea en él.

2. Mientras llega el dí­a de la ira. La Iglesia, plenamente liberada de la ira, sigue siendo, sin embargo, el lugar de combate con *Satán. En efecto, «el diablo, animado de gran furor, ha descendido entre nosotros» (Ap 12,21), persiguiendo a la *mujer y a su descendencia; por él, las *naciones han sido abrevadas con la ira divina (14,8ss). Pero la Iglesia no teme esta parodia de la ira, pues la nueva *Babilonia será vencida cuando el rey de reyes venga «a pisar en el lagar el *vino de la ardiente ira de Dios» (19,15), asegurando así­ en el último dí­a la *victoria de Dios.

-> Amor – Calamidad – Castigos – Copa – Fuego – Odio – Dí­a – Juicio – Misericordia – Paciencia – Vendimia – Venganza – Visita – Celo.

LEON-DUFOUR, Xavier, Vocabulario de Teologí­a Bí­blica, Herder, Barcelona, 2001

Fuente: Vocabulario de las Epístolas Paulinas

La ira, el enojo, y la indignación son básicos a la proclamación bíblica del Dios viviente en oposición al pecado. Mientras que el amor de Dios es espontáneo de su propio ser, su ira es producida por la maldad de sus criaturas. De manera que es la ofensa a este amor misericordioso, el rechazo a su misericordia, lo que evoca su santa ira. El acto de ira de Dios es su extraña obra (Is. 28:21). C.H. Dodd ha aseverado muy bien: «La ira es el efecto del pecado humano; la misericordia no es el efecto de la bondad humana, sino que es inherente al carácter de Dios».

Por otro lado, los estudios exhaustivos de Fichtner sobre el AT y los de Staehlin sobre el NT (véase Bibliografía), no apoyan la tesis que la ira es una retribución impersonal, automática, un resultado casual de una ley abstracta. En el AT, la ira es la expresión de la voluntad personal, libre y subjetiva de Jehová quien castiga activamente el pecado, tal como en el NT es la reacción personal de Dios, no una hipóstasis independiente. Frente al mal, el Santo de Israel no evade la responsabilidad de ejecutar el juicio. Él demuestra su enojo a veces en la forma más personal posible. «Yo Jehová soy el que castigo» (Ez. 7:8s.). En pasajes del NT, tales como Jn. 3:36; Ro. 1:18; Ef. 5:6; Col. 3:6; Ap. 19:15; 11:18; 14:10; 16:19; 6:16; cf. Ro. 9:22, la ira es descrita en forma específica como la ira de Dios, su ira, tu ira, o la ira del Cordero. La ira de Dios se revela continuamente desde el cielo, abandonando activamente al malo a la suciedad, a las pasiones viles, a las mentes réprobas, y castigándolas en el día de la ira y revelación del juicio justo (véase) de Dios (Ro. 1:18–2:6). En 2 Ts. 1:7–9 Pablo escribe una descripción personal y sin igual de la acción del Señor Jesucristo en castigar directamente al desobediente.

En el cuadro bíblico completo, la ira de Dios no es una emoción o un estado de ánimo de enojo, como lo es la firme oposición de su santidad al pecado. Por consiguiente, la ira de Dios es vista en sus efectos, en el castigo al pecado por parte de Dios en esta vida y en la próxima. Estas penas incluyen pestilencia, muerte, exilio, destrucción de ciudades y naciones malas, endurecimiento de corazones, y la exterminación del pueblo de Dios por idolatría o incredulidad. Estos son parte de la vida para estar en las descripciones de Jesús sobre el castigo final, sobre un infierno de fuego, donde el gusano de ellos no muere, y el fuego nunca se apaga. El día de la ira es el juicio final de Dios contra el pecado, su condenación irrevocable a los pecadores impenitentes.

La descripción de Dios del AT como «lento para la ira y grande en misericordia» se entiende mejor como una revelación bendecida, llena de maravilla y admiración. Porque sólo el que aprende la realidad de la ira de Dios es dotado de poder por la magnitud de su misericordia, tal como se declara en Is. 54:7–10 o en Sal. 30:5, donde se lee: «Su enojo es sólo por un momento, su favor dura toda la vida». Así como la misericordia se impone en estos pasajes del AT, así la palabra principal del NT es la gracia de Nuestro Señor Jesucristo, el amor de Dios hecho nuestro en la comunión del Espíritu Santo.

Por lo tanto, la forma de escapar de la ira del Todopoderoso está claramente presentada en ambos Testamentos. Mientras los débiles esfuerzos del hombre son insuficientes, el propio corazón de amor de Dios provee una forma de salvación. Él llama a los hombres a arrepentirse, a volverse a él, a recibir su perdón y su renovación. Él recibe la intercesión de sus siervos Abraham, Moisés, Eleazar y Jeremías por su pueblo; y él mismo provee el sistema de sacrificio del AT, por medio del cual su ira puede ser apartada.

En el NT el llamado es a la fe, al arrepentimiento, al bautismo en el nombre del Señor Jesús, quien nos libra de la ira venidera (1 Ts. 1:9–10). Porque cuando seamos justificados por su sangre y reconciliados por su muerte seremos librados de la ira por su vida (Ro. 5:9–10). La palabra que expresa en forma más intensa el castigo de Dios es la ira del Cordero (véase) quien asumió y soportó los pecados del mundo.

BIBLIOGRAFÍA

  1. Buechsel, J. Fichtner y G. Staehlin en TWNT; comentarios sobre Romanos, especialmente los de C.H. Dodd y O. Michel; L. Morris, The Apostolic Preaching of the Cross; H.N. Snaith en RTWB; R.V.G. Tasker, The Biblical Doctrine of the Wrath of God.

William Childs Robinson

TWNT Theologisches Woerterbuch zum Neuen Testament (Kittel)

RTWB Richardson’s Theological Word Book

Harrison, E. F., Bromiley, G. W., & Henry, C. F. H. (2006). Diccionario de Teología (329). Grand Rapids, MI: Libros Desafío.

Fuente: Diccionario de Teología

(heb. ˒ı̂rā). 1. Un jaireo descrito como “sacerdote de David” (2 S. 20.26), descripción difícil de entender, por cuanto no era de la tribu de Leví. Sin embargo, la Pes. tiene “de Jatir”, que era una ciudad de Leví. Por otra parte, “sacerdote” puede significar aquí funcionano principal (cf. 2 S. 8.18, °vm; 1 Cr. 18.17, °vm).

2. Un itrita que fue uno de los valientes de David (2 S. 23.38). Puede ser la misma persona que 1 si la Pes. está acertada.

3. Otro de los héroes de David, hijo de Iques, tecoíta (2 S. 23.26).

M.A.M.

Douglas, J. (2000). Nuevo diccionario Biblico : Primera Edicion. Miami: Sociedades Bíblicas Unidas.

Fuente: Nuevo Diccionario Bíblico

La actitud permanente del Dios santo y justo cuando se enfrenta al pecado y al mal se denomina su “ira”. Resulta inadecuado considerar a este término simplemente como una descripción del “inevitable proceso de causa y efecto en un universo moral”, o como otro modo de hablar de los resultados del pecado. Es más bien una cualidad personal, sin la cual Dios dejaría de ser plenamente justo, y su amor degeneraría en sentimentalismo. Sin embargo, aun cuando su ira, igual que su amor, tiene que ser descrita en lenguaje humano, no es caprichosa, antojadiza, o espasmódica, como lo es siempre el enojo humano. Es un elemento tan permanente y tan consecuente de su naturaleza como lo es su amor. Esto se destaca claramente en el tratado de Lactancio, De ira Dei.

La injusticia y la impiedad de los hombres, por las que no tienen excusa, tiene que producir manifestaciones de la ira divina tanto en la vida de los individuos como en la de las naciones (véase Ro. 1.18–32) ; y el AT contiene numerosas ilustraciones de esto, tales como la destrucción de Sodoma y Gomorra y la caída de Nínive (véase Dt. 29.23; Nah. 1.2–6). Pero hasta el “día de la ira” final, que se anticipa en toda la Biblia y se pinta muy gráficamente en Apocalipsis, la ira de Dios está siempre atemperada por la misericordia, particularmente en lo que hace a su trato con el pueblo elegido (véase, p. ej., Os. 11.8ss). Sin embargo, si el pecador se aprovecha de esta misericordia, amontona ira sobre sí mismo “para el día de la ira”, cuando se revelará el justo juicio de Dios (Ro. 2.5). Pablo estaba convencido de que una de las razones principales que explican por qué Israel no pudo detener el proceso de deterioro moral radicaba en la reacción equivocada que adoptaron ante la paciencia de Dios, que tantas veces se abstuvo de castigarlos en la medida en que lo merecían. Se estaban abusando de las “riquezas de su benignidad, paciencia y longanimidad”, sin darse cuenta de que esta actitud divina tenía como fin llevarlos al arrepentimiento (Ro. 2.4).

En su estado irredento, la rebelión de los hombres contra Dios es, de hecho, tan persistente que se constituyen inevitablemente en objeto de su ira (Ef. 2.3), y en “vasos de ira preparados para destrucción” (Ro. 9.22). La ley mosaica tampoco los libera de esta situación, porque, como lo indica el apóstol en Ro. 4.15, “la ley produce ira”. Dado que ella exige la obediencia perfecta a sus mandamientos, las penas que se imponen por la desobediencia hacen al que ofende más vulnerable a la ira divina. Se debe únicamente a la misericordiosa provisión hecha para los pecadores en el evangelio que pueden dejar de ser objeto de dicha ira y hacerse receptores de la gracia. El amor de Dios para con los pecadores, expresado en la vida y la muerte de Jesús, constituye el tema dominante del NT, y este amor se manifiesta en que Jesús experimentó por cuenta del hombre y en su lugar la miseria, las aflicciones, el castigo y la muerte que corresponden a los pecadores sometidos a la ira de Dios.

En consecuencia, se puede describir a Jesús como el que “nos libra de la ira venidera” (véase 1 Ts. 1.10); y Pablo puede escribir diciendo, “pues mucho más, estando ya justificados en su sangre, por él seremos salvos de la ira” (Ro. 5.9). Por otra parte, la ira de Dios pende sobre todos los que, procurando frustrar el propósito redentor de Dios, son desobedientes al Hijo de Dios, por medio del cual únicamente se hace posible la justificación.

Bibliografía. °R. V. G. Tasker, La ira de Dios, 1967; H. Schonweiss, H. C. Hahn, “Ira”, °DTNT, t(t). II, pp. 355–362; W. Eichrodt, Teología del Antiguo Testamento, 1975, t(t). I, pp. 236–246; K. H. Schelkle, Teología del Nuevo Testamento, 1977, t(t). II, pp. 412–414.

R. V. G. Tasker, The Biblical Doctrine of the Wrath of God, 1951; G. H. C. Macgregor, “The Concept of the Wrath of God in the New Testament”, NTS 7, 1960–1, pp. 101ss; H.-C. Hahn, NIDNTT, 1, pp. 105–113.

R.V.G.T.

Douglas, J. (2000). Nuevo diccionario Biblico : Primera Edicion. Miami: Sociedades Bíblicas Unidas.

Fuente: Nuevo Diccionario Bíblico

El deseo de venganza. Su valuación ética depende de la cualidad de la venganza y de la cantidad de la pasión. Cuando éstas están en conformidad con las prescripciones de la razón balanceada, la ira no es un pecado. Es más bien una cosa encomiable y justificable con un celo propio. Se convierte en pecaminosa cuando se busca tomar venganza sobre uno que no se la merece, o en mayor medida de lo que se ha merecido, o en conflicto con las disposiciones de la ley, o a partir de un motivo impropio. El pecado es entonces mortal en un sentido general como opuesto a la justicia y la caridad. Sin embargo, puede ser venial porque el castigo planeado sea uno insignificante o por falta de plena deliberación. Del mismo modo, la ira es pecado cuando hay una excesiva vehemencia en la pasión misma, ya sea interior o exterior. Por lo general es entonces considerada un pecado venial a menos que el exceso sea tan grande como para ir seriamente contra el amor de Dios o el prójimo.

Fuente: Delany, Joseph. «Anger.» The Catholic Encyclopedia. Vol. 1. New York: Robert Appleton Company, 1907.
http://www.newadvent.org/cathen/01489a.htm

Traducido por Luz Hernández Medina.

Selección de imagen: José Gálvez Krüger

Fuente de la imagen: Fine Arts Museums of San Francisco [1]

Fuente: Enciclopedia Católica