INTERPRETACION

v. Lengua, Sueño
Gen 40:8 les dijo José: ¿No son de Dios las i?
Dan 2:4 dí el sueño a tus .. y te mostraremos la i
Dan 2:45 y el sueño es verdadero, y fiel su i
Dan 4:18 este sueño .. Beltsasar, dirás la i de él
Dan 5:12 llámese .. a Daniel, y él te dará la i
Dan 5:26 esta es la i del asunto: Mene: Contó
2Pe 1:20 que ninguna profecía .. es de i privada


Entre los eruditos, se llama hermenéutica (del griego, hermeneutike) al conjunto de normas que se utilizan para interpretar cualquier texto, en tal caso se denomina †œhermenéutica general†. La hermenéutica sacra, o bí­blica es la que se dedica a la interpretación de las Sagradas Escrituras. Es tanto un arte como una ciencia. Cuando se aplica la hermenéutica a un texto, lo que se hace es una exégesis. Este término proviene de una palabra griega que significa †œguiar, exponer, explicar†. Se usa mayormente en teologí­a con referencia a la explicación del texto bí­blico, la cual debe hacerse con atención a las reglas establecidas en la hermenéutica.

En la tradición judí­a se fue formando en un proceso de siglos la literatura talmúdica, que no es más que una compilación de análisis exegéticos y hermenéuticos de los libros de la ley (la Torá). El principio de esta tradición se remonta a †¢Esdras, a quien se considera el fundador de lo que luego serí­a la institución del escriba, aquellos hombres que se dedicaban a estudiar y explicar los Sagrados Libros. En términos generales, los métodos de interpretación judí­os se dividí­an en cuatro tipos: el peshat, que buscaba la traducción literal, el remez que indagaba por los significados implicados en el texto, el derash, más orientado a una explicación homilética y el sod, que se interesaba por lo mí­stico y lo alegórico en el texto. Las interpretaciones del texto hechas en esa forma aparecen en el Talmud como los midrash, que son exposiciones exegéticas que tení­an el objeto de investigar las posibles explicaciones y aplicaciones de la ley.
í­a diferencias entre los principios de interpretación que aplicaban los judí­os que viví­an en Israel y los de la †¢dispersión, especialmente aquellos de †¢Alejandrí­a. Los primeros se inclinaban por la interpretación literal, mientras que los segundos hací­an énfasis en la interpretación alegórica, estando bajo la influencia de la filosofí­a de Platón. Según ésta, no debe creerse nada que nos parezca indigno de la Deidad. Por lo tanto, cuando un intérprete alejandrino tropezaba con algunos pasajes del AT preferí­a pensar que se trataba de una alegorí­a. Esta tradición judí­a influyó, como es natural, a los estudiosos bí­blicos cristianos. Los creyentes de Alejandrí­a, con Clemente y Orí­genes a la cabeza, propusieron que toda Escritura debí­a interpretarse en forma alegórica. Mientras que otra escuela de interpretación, la de Antioquí­a, especialmente a través de Teodoro y Juan Crisóstomo, se inclinó por la interpretación literal. Tiempo después, los escolásticos enseñaban que la interpretación de la Biblia debí­a hacerse en sentido literal, o alegórico, o moral, o analógico.
la interpretación y explicación adecuada de las Escrituras debe, antes que nada, asegurarse de que el texto utilizado es el que más razonablemente se acerque al arquetipo o documento original. Para esto hay que consultar, no sólo los documentos mismos, sino también las referencias históricas o citas que se hagan de ellos en escritos antiguos, así­ como también las versiones paralelas del mismo texto. La historia, la arqueologí­a, la filologí­a, la antropologí­a, la sociologí­a, y otras, son ciencias auxiliares del intérprete, pues una vez que tiene ante sí­ el texto, ha de preocuparse por ponerlo dentro del contexto, es decir, teniendo en cuenta el entorno cultural, de palabras, hechos, costumbres, etcétera, dentro del cual éste se produjo. De igual manera, el intérprete ha de considerar el género literario de la obra que analiza, cuál fue el propósito con el cual fue escrita, sus circunstancias, los aspectos relacionados con la personalidad del autor, etcétera. Finalmente, no debe olvidarse el principio hermenéutico básico enfatizado por la Reforma protestante: La Biblia se interpreta a sí­ misma. De manera que la explicación de un pasaje ha de estar en perfecta armoní­a con lo que la misma Escritura dice en cualquier otro lugar. El método de i. llamado †œgramático-histórico† procura estudiar las formas y estilos literarios, así­ como las construcciones gramaticales, juntamente con un conocimiento del ambiente histórico y las diferentes situaciones en las cuales se escribieron los libros de la Biblia, a fin de entenderlos adecuadamente.

Fuente: Diccionario de la Biblia Cristiano

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Aclaración o explicación oficial que se hace un texto, de una ley, de un pacto, de un hecho. Puede ser «autorizada y documentada», cuando la hace quien tiene poder legal para ello; y puede ser no oficial, debida a quien tiene conocimiento y voluntad de hacerla con autoridad sólo moral y cultural.

Es concepto muy usado en derecho, tanto civil como eclesiástico; pero se puede también emplear en otras esferas como las artí­sticas, las literarias, las religiosas, etc.

Pedro Chico González, Diccionario de Catequesis y Pedagogí­a Religiosa, Editorial Bruño, Lima, Perú 2006

Fuente: Diccionario de Catequesis y Pedagogía Religiosa

(v. Escritura)

(ESQUERDA BIFET, Juan, Diccionario de la Evangelización, BAC, Madrid, 1998)

Fuente: Diccionario de Evangelización

(v. Escritura)

(ESQUERDA BIFET, Juan, Diccionario de la Evangelización, BAC, Madrid, 1998)

Fuente: Diccionario de Evangelización

El problema de la interpretación ocupa un lugar privilegiado en la filosofí­a contemporánea y en la teologí­a.

Para Schleiermacher es » el arte de evitar el malentendido», haciendo comprensible lo que intenta decir un texto o un discurso. Para Heidegger, por su parte, el interpretar (Auslegung) toma su sentido originalmente de la circularidad hermenéutica del interpretar y del comprender. Estas dos breves alusiones bastan para señalar la complejidad de lo que se intenta decir al hablar de «interpretación» (también se habla de «hermenéutica», del griego ermeneuein = hacer comprensible una cosa, arte y ciencia de la interpretación de los textos). Se pueden distinguir diversos tipos según se siga una orientación positivista (el polo objetivo ocupa el primer plano), antropocéntrico (es decisivo el polo subjetivo), cultural (comprende la realidad a través de las mediaciones culturales objetivadas de varias maneras), metafí­sico (plantea el problema de la misma verdad de lo real). Para la teologí­a tiene especial importancia el problema de la relación entre la verdad y la historia: la verdad no puede ser más que única y universal: sin embargo, en todo lo que el hombre conoce, dice y hace está históricamente condicionado. Este problema atañe sobre todo a la cuestión de la interpretación del «dogma» como verdad revelada, transmitida en la parádosis (Tradición) de la Iglesia, como universalmente válida e inmutable en su substancia. Esta cuestión tiene como trasfondo la comprensión teológica de la verdad y de la realidad. Desde el punto de vista teológico, desemboca en la otra cuestión de las relaciones entre una verdad universal y siempre válida, por un lado, y la historicidad de los dogmas, por otro. Suponiendo la doctrina católica sobre la infalibilidad, se dirá que todo artí­culo de fe » es un modo de percibir la verdad divina, que nos orienta hacia ella» (san Isidoro, citado por S. Th. 11-11, q. 1, a. 6). En cuanto tal, mientras que atestigua la verdad divina, remite más allá de él mismo hacia esa misma verdad. Por este motivo la interpretación del dogma procede de las palabras y de los conceptos hacia la verdad de las cosas que éstos contienen. Como cualquier otra verdad humana sobre Dios, también los dogmas tendrán que comprenderse analógicamente, es decir, con un valor obligante respecto a la verdad salví­fica de Dios.

En cuanto que su contenido está constituido por la Palabra de Dios, los dogmas deben interpretarse teológicamente de una forma indisolublemente ligada con la vida de comunión con Cristo en la Iglesia. La interpretación actualizante del dogma se lleva a cabo en y a través de la vida eclesial en su totalidad. A ello contribuyen el trabajo teológico, el estudio histórico de las fuentes, la aportación de las ciencias humanas, la hermenéutica, la lingUí­stica y la filosofí­a. El problema de la interpretación actual de los dogmas se concentra en el problema del valor permanente de las fórmulas dogmáticas. La teologí­a ha buscado siempre criterios válidos con esta finalidad (cf , por ejemplo, los siete principios sugeridos por J H. Newman: preservación del tipo, continuidad de los principios, poder de asimilación, consecuencia lógica, anticipación del futuro, influjo preservador del pasado, vigor duradero). Para la teologí­a católica es fundamental la función del Magisterio, a quien se le ha confiado la interpretación auténtica de la Palabra de Dios.

M. Semeraro

Bibl.: Commissione teologica internazionale, L’interpretazione dei dogmi, octubre 1g80: J M. Rovira Belloso, Hermenéutica, en DTF 52g-545; H. G. Gadamer, Verdad y método,’ 2 vols.. Sí­gueme, Salamanca 1977 1993; E. Schillebeeckx, Interpretación de la fe, Aportaciones a una teologí­a hermenéutica y crí­tica, Sí­gueme, Salamanca 1973.

PACOMIO, Luciano [et al.], Diccionario Teológico Enciclopédico, Verbo Divino, Navarra, 1995

Fuente: Diccionario Teológico Enciclopédico

En la Biblia se mencionan dos tipos de intérpretes: el traductor, que, oralmente o por escrito, transmite el significado de las palabras habladas o escritas en un idioma a personas que leen o hablan otro; y el que explica la profecí­a bí­blica mostrando a otros el sentido, el significado y la interpretación de sueños proféticos, visiones y mensajes de origen divino.

Traducción. La confusión del lenguaje del hombre durante la construcción de la Torre de Babel resultó en que la familia humana llegase a ser súbitamente una raza plurilingüe. Esto dio lugar, a su vez, a una nueva profesión, la de intérprete o traductor. (Gé 11:1-9.) Unos cinco siglos después, José empleó a un intérprete cuando se dirigió a sus hermanos hebreos en el lenguaje egipcio a fin de ocultarles su identidad. (Gé 42:23.) La palabra que en este texto se traduce †œintérprete† es una forma del verbo hebreo lits (mofarse; desdeñar). La misma palabra se traduce a veces †˜vocero†™ cuando hace referencia a un enviado versado en un lenguaje extranjero, como †œlos voceros de los prí­ncipes de Babilonia† enviados a conversar con el rey Ezequí­as de Judá. (2Cr 32:31.)
El don de hablar en lenguas extranjeras fue una de las manifestaciones del espí­ritu santo de Dios derramado sobre los fieles discí­pulos de Cristo en Pentecostés del año 33 E.C. Sin embargo, esto no fue una repetición de lo que habí­a ocurrido veintidós siglos antes en las llanuras de Sinar. En el caso de estos discí­pulos, no se reemplazó su idioma original con uno nuevo, sino que conservaron su lengua materna y al mismo tiempo se les facultó para hablar acerca de las cosas magní­ficas de Dios en otros idiomas. (Hch 2:1-11.) Junto con esta facultad de hablar en lenguas diferentes, a los miembros de la congregación cristiana primitiva se les otorgaron otros dones milagrosos del espí­ritu, entre los que estaba el don de traducir de un idioma a otro. También se les dieron instrucciones acerca del uso que habí­an de dar a este don. (1Co 12:4-10, 27-30; 14:5, 13-28.)
El ejemplo más notable de traducción de un idioma a otro es el de traducir la Biblia a muchí­simos idiomas, una tarea monumental que ha tomado siglos. En la actualidad este libro existe, en su totalidad o en parte, en más de 1.800 idiomas. Sin embargo, ninguna de tales traducciones ni sus traductores han sido inspirados. La primera traducción se remonta al siglo III a. E.C., cuando se empezó a trabajar en la Versión de los Setenta, una traducción de las Sagradas Escrituras hebreas y arameas inspiradas por Dios (39 libros según el cómputo actual) al griego común o koiné, el idioma internacional de aquella época.
Los escritores bí­blicos de los 27 libros que componen las Escrituras Griegas Cristianas, con los que se completó el canon de la Biblia, citaron a menudo de las Escrituras Hebreas. Se observa que a veces usaron la Versión de los Setenta griega en lugar de traducir personalmente el texto hebreo de las Escrituras. (Compárese Sl 40:6 [39:7, LXX] con Heb 10:5.) Sin embargo, también hicieron sus propias traducciones, más bien libres, como puede verse al comparar Oseas 2:23 con Romanos 9:25. En Romanos 10:6-8 hallamos un ejemplo en el que se optó por parafrasear Deuteronomio 30:11-14 en lugar de traducirlo literalmente.
A menudo estos escritores bí­blicos traducí­an los nombres de personas, tí­tulos, lugares y expresiones para beneficio de sus lectores. Dieron el significado de nombres como Cefas, Bernabé, Tabita, Bar-Jesús y Melquisedec (Jn 1:42; Hch 4:36; 9:36; 13:6, 8; Heb 7:1, 2), así­ como el de los tí­tulos Emmanuel, Rabí­ y Mesí­as (Mt 1:23; Jn 1:38, 41), el de lugares como Gólgota, Siloam y Salem (Mr 15:22; Jn 9:7; Heb 7:2), y el de las expresiones †œTalithá kumi† y †œElí­, Elí­, ¿lamá sabakhthaní­?†. (Mr 5:41; 15:34.)
En un principio Mateo escribió su evangelio en hebreo, según el testimonio de Jerónimo, Eusebio de Panfilia, Orí­genes, Ireneo y Papí­as. No se sabe quién tradujo este evangelio posteriormente al griego. Algunos piensan que fue Mateo mismo quien lo hizo, en cuyo caso se tratarí­a de la única traducción inspirada de las Escrituras que se conoce.
La palabra griega her·me·néu·o suele significar en el griego clásico †œexplicar† o †œinterpretar†. En las Escrituras Griegas Cristianas tiene el significado de †œtraducir†. (Jn 1:42; 9:7; Heb 7:2.) Es similar al nombre del dios griego Hermes (Mercurio), a quien los antiguos mitólogos consideraban no solo el mensajero, enviado e intérprete de los dioses, sino también el patrón de los escritores, oradores y traductores. Los paganos de Listra llamaron †œHermes a Pablo, puesto que este era el que llevaba la delantera al hablar†. (Hch 14:12.) El prefijo me·tá quiere decir †œcambio†, y añadido a her·me·néu·o, forma la palabra me·ther·me·néu·o·mai, que también aparece varias veces en la Biblia, y significa †œcambiar o traducir de un idioma a otro†. Siempre aparece en voz pasiva: †œtraducido†. (Mt 1:23.)

Interpretación de las profecí­as. Di·er·me·néu·o es una forma de her·me·néu·o con más fuerza e intensidad. Se usa con referencia a traducir idiomas, pero también significa †œexplicar completamente; interpretar completamente†. (Hch 9:36; 1Co 12:30.) Fue la palabra que Lucas usó para relatar cómo Jesús, mientras iba a Emaús con dos de sus discí­pulos, †œles interpretó cosas referentes a él en todas las Escrituras†, comenzando con los escritos de Moisés y los profetas. Posteriormente, los dos discí­pulos contaron a otros la experiencia de cómo Jesús les †˜abrió por completo las Escrituras†™. (Lu 24:13-15, 25-32.)

Dy·ser·me·neu·tos tiene un significado opuesto. Aparece únicamente en Hebreos 5:11, y Pablo lo usó con el significado de †œdifí­cil de interpretar†, es decir, †œdifí­cil de explicar†. (Véase Int.)
Otra palabra griega que se traduce †œinterpretación† es e·pí­Â·ly·sis, que se deriva de un verbo cuyo significado literal es †œaflojar o soltar†, y, por lo tanto, †œexplicar o resolver†. La profecí­a verdadera no procede de las opiniones o interpretaciones de los hombres, sino que se origina de Dios. Por eso Pedro escribe: †œNinguna profecí­a de la Escritura proviene de interpretación [e·pi·lý·se·os] privada alguna […], sino que hombres hablaron de parte de Dios al ser llevados por espí­ritu santo†. (2Pe 1:20, 21.) Así­ pues, las profecí­as bí­blicas nunca fueron el producto de astutas deducciones y predicciones de los hombres basadas en sus análisis personales de los acontecimientos o tendencias humanas.
El significado de algunas profecí­as era obvio, por lo que no se requerí­a ninguna interpretación. Un ejemplo de ello es la predicción de que la tribu de Judá †˜entrarí­a en cautiverio al rey de Babilonia durante setenta años†™, o que Babilonia llegarí­a a ser †˜un yermo desolado†™. Por supuesto, no siempre se conocí­a cuándo se cumplirí­an, aunque en algunos casos también se explicitaba. El entendimiento de muchas profecí­as o detalles de estas no era más que parcial cuando se dieron, a la espera de que el pleno entendimiento o interpretación llegara al debido tiempo de Dios, como en el caso de algunas profecí­as de Daniel y de las profecí­as sobre el Mesí­as y el secreto sagrado relacionado con él. (Da 12:4, 8-10; 1Pe 1:10-12.)
Todos los sacerdotes practicantes de magia y sabios de Egipto fueron incapaces de interpretar los sueños que Dios envió a Faraón. †œNo hubo intérprete de estos para Faraón.† (Gé 41:1-8.) Entonces se trajo a la atención de Faraón que José habí­a podido interpretar los sueños del jefe de los coperos y del jefe de los panaderos. (Gé 40:5-22; 41:9-13.) Sin embargo, José no se atribuyó ningún mérito a sí­ mismo, sino que lo atribuyó a Jehová, el intérprete de los sueños, pues dijo: †œ¿No pertenecen a Dios las interpretaciones?†. (Gé 40:8.) Por lo tanto, cuando se le llamó delante de Faraón para interpretar su sueño, José dijo: †œÂ¡A mí­ no se me tiene que tomar en cuenta! Dios anunciará bienestar a Faraón†. (Gé 41:14-16.) Después de escuchar la interpretación, hasta Faraón reconoció que José era uno †œen quien [estaba] el espí­ritu de Dios†, puesto que †˜Dios le habí­a hecho saber todo aquello†™. (Gé 41:38, 39.)
De manera similar, Dios se valió de Daniel para comunicar la interpretación de los sueños de Nabucodonosor. Después de primero orar a Dios para entender el secreto y haber obtenido la respuesta en una visión de la noche, se llevó a Daniel delante del rey con el fin de que le recordara el sueño olvidado y le diera la interpretación. (Da 2:14-26.) Como introducción, Daniel le recordó al rey que todos sus sabios, sortí­legos, sacerdotes practicantes de magia y astrólogos no habí­an podido interpretar el sueño. †œNo obstante —continuó diciendo Daniel—, existe un Dios en los cielos que es un Revelador de secretos, y […] en cuanto a mí­, no por ninguna sabidurí­a que exista en mí­ más que en cualesquiera otros que estén vivos me es revelado este secreto, excepto con la intención de que la interpretación se dé a conocer al rey.† (Da 2:27-30.)
En una segunda ocasión, cuando todos los sacerdotes practicantes de magia, sortí­legos, caldeos y astrólogos fueron incapaces de interpretar el sueño del rey concerniente al gran árbol que fue cortado, se volvió a llamar a Daniel, y de nuevo se resaltó el origen divino de la profecí­a. En reconocimiento de este hecho, el rey le dijo a Daniel: †œYo mismo bien sé que el espí­ritu de los santos dioses está en ti†, y †œtú eres competente, porque el espí­ritu de dioses santos está en ti†. (Da 4:4-18, 24.)
Años más tarde, la misma noche en que cayó Babilonia ante los medos y los persas, se llamó una vez más a este siervo de Jehová, Daniel, ya de edad avanzada, a fin de que interpretara un mensaje divino para el rey. En esta ocasión una mano misteriosa habí­a escrito MENE, MENE, TEKEL, PARSíN sobre la pared del palacio durante la fiesta de Belsasar. Todos los sabios de Babilonia fueron incapaces de interpretar la escritura crí­ptica. La reina madre recordó entonces que todaví­a podí­a contarse con Daniel, aquel †œen el cual hay el espí­ritu de dioses santos†, así­ como †œiluminación y perspicacia y sabidurí­a como la sabidurí­a de dioses†. Al interpretar la escritura, que en realidad era una profecí­a, Daniel ensalzó una vez más a Jehová como el Dios de profecí­as verdaderas. (Da 5:1, 5-28.)

Fuente: Diccionario de la Biblia