El lenguaje bíblico, sin emplear necesariamente el término «libertad», nos describe su actitud interior. Recordemos, por ejemplo, estas expresiones recurrentes del Antiguo Testamento: «Buscad al Señor, humildes todos de la tierra, vosotros que ejecutáis sus órdenes… Buscad la justicia… Buscad la humildad». Quien se siente externamente marginado y oprimido, pone toda su confianza en Dios y, en su pobreza, sencillez y pequenez, se20 abandona totalmente al Padre, le entrega sus proyectos, y por eso es profundamente libre. A través de la fuerza de estas palabras, podemos llegar a comprender el camino de la libertad cristiana. Observemos la afinidad de lenguaje entre los versículos del Antiguo Testamento y el sermón de la montaña, las bienaventuranzas: «Dichosos los pobres en el espíritu, porque suyo es el reino de los cielos»; ellos poseen la libertad plena y perfecta del Reino porque están totalmente disponibles para el Padre. La pobreza equivale a la infancia espiritual, necesaria para entrar en el Reino. Precisamente en la renuncia a la posesión, al poder que siempre esclaviza al hombre a través de los ídolos, se experimenta la libertad del hijo, es decir, de aquel que, al confiar, sabe que recibirá todo aquello que necesita, por tanto, se mueve con libertad en su propio ambiente, también en el campo cultural, social y político. No nos encogemos, no nos apartamos, sino que, habiendo superado, en la gracia del Espíritu Santo, el miedo a los privilegios y al éxito, la tensión ansiosa por los juicios ajenos, nos movemos con libertad, con humildad, con una evangélica actitud filial.
Carlo María Martini, Diccionario Espiritual, PPC, Madrid, 1997
Fuente: Diccionario Espiritual