IGNACIO DE LOYOLA. SAN

[954] (1491-1556)

Fundador de La Compañí­a de Jesús en 1537, fue la respuesta divina a las necesidades de la Iglesia, atormentada por la rebeldí­a protestante. Su experiencia de soldado se transformó en proyecto de conquista divina.

Su nombre fue Iñigo Lope de Recalde, aunque luego en Roma él mismo se firmaba Ignacio, añadiendo como apellido el lugar de su nacimiento, Loyola.

Su lema, «A la mayor Gloria de Dios» (A.M.D.G), dice todo lo que fue el espí­ritu que animó su vida. Su instrumento predilecto fueron sus «Ejercicios espirituales». Y su fidelidad a la Iglesia fue su estilo inconfundible, simbolizado en el voto de obediencia al Papa original y firme.

En Roma, en el sucesor de Pedro que viví­a entre los dorados oropeles del Renacimiento paganizante, vio Ignacio, con la fe, al mismo Cristo. Y se puso a su servicio para la empresa desafiante de reconstrucción cristiana. La fe le hizo posible fraguar una respuesta eficaz al hambre de conversión que se respiraba en la cristiandad. Y, desde Roma, al estilo de las compañí­as militares en las que habí­a participado para defender reinos terrenos, organizó una «Compañí­a de Jesús» para el servicio del Evangelio.

– El trabajo y la lucha, la amplitud y la fortaleza de la voluntad, la ascesis de la inteligencia y de la voluntad fueron sus recursos preferidos.

– Su método fue la presentación de la verdad, sin la menor concesión al error o a la ambigüedad.

– El instrumento predilecto que usó fueron sus «Ejercicios espirituales», que tantos corazones llevaron a Dios a lo largo de los siglos, con hábil aliento a las almas sinceras.

Lutero habí­a pretendido cambiar la Iglesia desde la soberbia y la rebeldí­a. Ignacio de Loyola, con toda humildad pero con toda valentí­a, lo consiguió desde la fe, la obediencia y el amor ilimitado a los hombres. Por ello, se acercó a los prí­ncipes y a los mendigos, a los creyentes y a los ateos, a los sabios y a los ignorantes, a los niños y a los ancianos, siempre con la ilusión de hacer lo que sirviera para la mayor gloria de Dios y bien de las almas.

Ignacio nació en Loyola, Guipúzcoa, en 1491. Su padre, Beltrán Yáñez de Oñaz, y su madre, Marí­a Sáez de Licona, gozaban de buena posición. Fue el pequeño de once hermanos. Su madre murió pronto. En 1506, poco antes de la muerte del padre, fue enviado a Arévalo como paje de Juan Vélez de Cuéllar, Contador Mayor de los Reyes Católicos. Viajó por toda Castilla y vivió los avatares de la Corte castellana.

En 1517, al morir D. Juan Vélez, pasó al servicio del Duque de Nájera, Antonio Manrique, Virrey de Navarra. Participó en varios hechos de armas y actuó en múltiples litigios. En 1521, el 20 de Mayo, fue herido en el sitio de Pamplona por los franceses. Una bala de cañón le lastimó ambas piernas y hubo de regresar herido al hogar. En la convalecencia, leyó la Vida de Cristo, de Ludolfo de Sajonia, y vidas de santos en Flos Sanctorum, de Jacobo de Vorágine. Impresionado por tales lecturas, decidió dejar las armas y dedicarse a Dios
En 1522 peregrinó a Monserrat. Hizo confesión general y se dedicó a hacer penitencia en una cueva de Manresa. En Febrero de 1523 se embarcó en Barcelona como peregrino hacia Tierra Santa. Llegó a fines de Marzo a Roma. Y en Abril se encaminó a Venecia, desde donde zarpó el 29 de Junio. Llegó a Jerusalén el 4 de Septiembre. Pero hubo de abandonar la ciudad el 23 de Septiembre, por imposición de los Franciscanos, ante el peligro que su vida corrí­a por predicar al público.

Por Venecia, regresó a Barcelona en Febrero de 1524. Comenzó a estudiar latí­n. Luego fue a Alcalá para estudiar Filosofí­a. En 1527 fue a Salamanca para estudiar Teologí­a. Al prohibí­rsele predicar, decidió ir a Parí­s, donde estudió Gramática, Artes y Teologí­a. Fueron siete años de estudios, de amistad con estudiante jóvenes y de formación.

Con algunos de los compañeros, el 15 de Agosto de 1534 hizo en la Capilla de Montmartre votos de pobreza, castidad y de viajar a Tierra Santa.

En 1535 obtuvo el grado de Maestro en Artes. En 1537 fue con sus compañeros a Venecia, pero no pudiendo viajar por la guerra contra los turcos, se dirigieron a Roma, donde el Papa Paulo III les indicó la conveniencia de recibir las Ordenes Sagradas. El 24 de Junio recibió ya la ordenación sacerdotal y se entregó con ardor a la predicación.

En Septiembre decidió con sus compañeros fundar una «Compañí­a» al servicio del Papa. El 17 de Septiembre de 1540 recibieron del Papa la aprobación, por la Bula «Regiminis Militantis Ecclesiae». Se dedicaron a la predicación y a difundir su Compañí­a de Jesús. En Abril de 1541 fue elegido Superior.

Ese año de 1541 Francisco Javier se embarcó, desde Portugal, para la India. Nuevas vocaciones se fueron incardinando en el grupo y las diversas obras fueron tomando cuerpo. En 1542 organizaron el Primer Colegio de la Compañí­a en Roma. El se dedicó a predicar, a enseñar el catecismo y a dar Ejercicios Espirituales a diversas personalidades.

En 1548 Paulo III, por el Breve «Pastoralis Oficii», aprobó el libro de los Ejercicios, redactado por Ignacio a partir de todo lo que habí­a ido preparando durante años. Siguió siempre en Roma, con el fin de recibir las órdenes del Papa.

En 1551 fundó y organizó el Colegio Romano, que serí­a como una escuela gratuita para enseñar Teologí­a, Filosofí­a, lenguas orientales. En 1552 inició el Colegio Germánico. Las fundaciones de colegios y centros siguieron a ritmo acelerado. Su labor de gobierno de la nueva Orden le exigió esfuerzo enorme. Se conservan de él nada menos que 6.795 cartas de esos años.

En 1556 su salud empeoró durante el verano. El 30 de Julio pidió los Santos Sacramentos. Dejados para el dí­a siguiente, ya no pudo recibirlos, pues entregó su alma a Dios al amanecer del 31. Dejaba al morir unas 100 casas y mil miembros de la Compañí­a.

Fue beatificado por Paulo V el 27 de Julio de 1609 y canonizado por Gregorio XV el 12 de Marzo de 1622. Su figura fue cobrando importancia con el paso de los años ensalzada por su seguidores.

Su Escritos, además del «Libro de los Ejercicios Espirituales», fueron una «Autobiografí­a», «Forma de la Compañí­a y obligación», «Deliberación sobre la pobreza», «Diario espiritual», «Constituciones de la Compañí­a», «Reglas de la Compañí­a». «Instrucciones diversas y Cartas».

En ellos se halla su espí­ritu y las consignas que durante cinco siglos han inspirado a los hombres de la Compañí­a de Jesús, la Congregación religiosa más apostólica, misionera, culta y comprometida de los últimos tiempos y la más perseguida por las fuerzas del mal.

Detrás de cada jesuita siempre latió el recuerdo de Ignacio de Loyola, con su infatigable habilidad para situarse en el mundo, con su audacia apostólica para abarcar toda empresa que redunde en la mayor gloria de Dios, con su sentido de fidelidad al Papa y a la Iglesia cristiana. Ignacio de Loyola: su pensamiento educativo «Ayudarí­a para la conversión de estos reinos, así­ al principio como en todo tiempo, que se hiciesen muchas escuelas de leer y escribir y otras letras; y también Colegios para instruir a la juventud o a quien lo haya menester…, tanto en doctrina como en buenas costumbres, pues esta serí­a la salvación de aquella nación. Creciendo ellos, tendrí­an afición a lo que al principio habrí­an aprendido…, con lo cual en breve se extinguirí­an los errores y abusos de los más viejos.»

(Carta Febrero 1555)

«Cuí­dese que, en los Colegios, todos sean bien instruidos en lo que mira a la Doctrina Cristiana. Que se confiesen cada mes o, a lo menos, que frecuenten los sermones. Téngase cuidado de que, con las letras humanas y terrenas, se adquieran también las costumbres del cristiano.» (Const.3.7) «Hay que cuidar mucho la enseñanza de la doctrina cristiana a los niños todos los domingos y fiestas y aun en los demás dí­as de la semana. (Carta 13 Junio 1551) «Para que los escolares aprovechen mucho, primero procuren tener el alma pura y la intención recta. No hay que buscar en las letras sino la gloria divina y el bien de las almas. Pidan a menudo en la oración la gracia de aprovecharse de la doctrina para este fin.» (Const. 3. 9)

Pedro Chico González, Diccionario de Catequesis y Pedagogí­a Religiosa, Editorial Bruño, Lima, Perú 2006

Fuente: Diccionario de Catequesis y Pedagogía Religiosa