IDIOMAS. COMUNICACION DE

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En la teologí­a clásica se denominó con esta expresión a la «asociación y mutuo cambio de propiedades entre la naturaleza humana y la divina de Cristo».

Decimos con propiedad que Cristo, en quien sólo hay una persona o «individuo inteligente», aunque posee dos naturalezas «hipostáticamente» unidas, fue concebido por Marí­a y era el Verbo eterno, hizo milagros y fue capaz de sufrir, era infinito y murió en la cruz, estaba unido con el Padre y le decí­a en la cruz «por qué le habí­a abandonado»… Es decir, al mismo Cristo se le atribuyen rasgos divinos y humanos, poderes infinitos y limitaciones humanas.

El educador de la fe tiene que tener claro que esto no es confusión, sino «comunicación de idiomas» o de propiedades de cada dimensión natural en Jesús. En El hay dos naturalezas y dos manifestaciones naturales (saber, querer, sentir, vivir…), pero hay una sola Persona, la Segunda de la Trinidad, el Verbo eterno a la que se atribuyen las operaciones.

No tiene como catequista que arriesgarse a grandes explicaciones que los catequizandos ordinarios no van a entender, pero tiene que poseer con claridad la conciencia de quién es Jesús, de su unidad personal (hipostática), del misterio de su doble naturaleza unida, de la realidad humana de Jesús y de sus realidad divina de Verbo Encarnado. Lo demás le brota sólo con el uso de un lenguaje sencillo, tradicional, usual en los catecismos y frecuentemente empleado en los textos y en los programas.

Hay temas teológicos fronterizos que poco ayudan a clarificar la fe en la catequesis: si Cristo tení­a conciencia de su divinidad desde la infancia, si su poder taumatúrgico era radical o misional, si su humanidad poseí­a prerrogativas singulares (enfermedades, poderes «mágicos» o parapsicológicos, etc.) Son cuestiones marginales que en poco ayudan a clarificar la fe, que es aceptación de su misterio, y no especulación curiosa de su realidad divina y de los efectos de su identidad misteriosa.

En el trato catequí­stico, lo que se debe preferir es la sencillez de un lenguaje tradicional y asequible, el cual se fraguó en la Iglesia a medida que diversos «herejes» extendieron errores y sentencias inexactas, rechazadas por la Iglesia de los primeros siglos (Nestorio, Arrio, Eutiques, Macedonio, Pelagio, etc.)

Las formas expresivas pueden variar, pero la idea debe estar clara en el catequista: Jesús es uno, Dios y hombre, Verbo encarnado, Hijo de Dios y también hijo de Marí­a Virgen.

Pedro Chico González, Diccionario de Catequesis y Pedagogí­a Religiosa, Editorial Bruño, Lima, Perú 2006

Fuente: Diccionario de Catequesis y Pedagogía Religiosa