La primera virtud que se necesita para afrontar seriamente el mundo futuro es la honradez intelectual puesta por encima de la emotividad; la honradez del que quiere conocer a fondo las cosas. Una honradez intelectual acerca de todos los problemas que hay planteados; una honradez intelectual que luego tiene que convertirse en método de vida, de investigación, de expresión cultural. Es indudable que todavía estamos lejos de esa honradez que tiene que caracterizar la investigación, la palabra, el lenguaje. Es, por tanto, un deber gravísimo alcanzar una honradez intelectual sobre el problema de la guerra y de la paz, de los armamentos y del desarme, sobre la búsqueda de las condiciones necesarias para el bienestar, para el desarrollo, el trabajo, para resolver el paro, para un mayor rigor moral, para una reestructuración económica. Se impone la honradez intelectual en el lenguaje político, en las propuestas y en los programas, en la ciencia y en la divulgación de los descubrimientos. También se impone en el lenguaje religioso, porque demasiadas veces el hombre se inclina hacia conclusiones rápidas, hacia atajos intelectuales no siempre legítimos, con tal de afirmar algo que le interesa, con tal de buscar la aprobación o de crear una determinada opinión a favor de alguien. Si no se educa en la honradez intelectual, el hombre no puede estar en condiciones de afrontar los desafíos del tiempo presente en una sociedad compleja como la nuestra. De ahí también la importancia de la escuela y la de todo lenguaje —desde la comunicación pública hasta el lenguaje periodístico y televisivo— para educar en el respeto a la verdad, en el espíritu crítico, en la capacidad de moderar el uso de las palabras —y yo diría que de los adjetivos y los adverbios—, en la capacidad de considerar las situaciones desde un punto de vista objetivo.
Carlo María Martini, Diccionario Espiritual, PPC, Madrid, 1997
Fuente: Diccionario Espiritual