Pablo emplea esta frase (ho esō anthrōpos, en Ro. 7.22; 2 Co. 4.16; Ef. 3.16) para referirse a la verdadera identidad del cristiano, como la ve Dios y se la conoce (parcialmente) en forma consciente. (Para una confirmación del punto de vista de que Ro. 7.14–25 nos muestra a Pablo el cristiano, véase A Nygren, Romans, 1952, pp. 284ss (trad. cast. La epístola a los romanos, 1969). El contraste, por lo menos implícito si no explícito, es con ho esō anthrōpos, “el hombre exterior” (2 Co. 4.16), el mismo individuo visto por sus congéneres, un ser físicamente vivo y activo, conocido (en la medida en que se lo conoce) por medio de su comportamiento.
Este contraste difiere del que Pablo trazó entre el hombre viejo y el nuevo (e. d. entre la posición, la condición y las afinidades del hombre en Cristo y aparte de Cristo), y del que propusieron los platónicos entre el alma inmaterial e inmortal (el verdadero hombre) y su cuerpo material y mortal (su morada), o entre los impulsos racionales (superiores) y sensuales (inferiores) del alma. El contraste que nos ocupa es más bien entre la “apariencia exterior” y el “corazón” como aparece en 1 S. 16.7: “hombre interior” y *“corazón” son, en realidad, casi sinónimos. Este contraste refleja dos hechos. Primero, que Dios, el que escudriña los corazones, ve en los hombres cosas que están ocultas a su prójimo, el que sólo ve su exterior (cf. 1 S. 16.7; Mt. 23.27s, y la aseveración de Pedro de que la ternura y la serenidad adornan el “ser interno del corazón”, lo cual Dios toma en cuenta, si no lo hacen los hombres, 1 P. 3.3s, °ba). En segundo lugar, que la renovación de los pecadores en Cristo es una obra oculta (Col. 3.3s), de la cual los observadores humanos sólo ven ciertos efectos (cf. Jn. 3.8). La esfera del carácter, y de la obra transformadora del Espíritu, no es la del hombre exterior, sino la del interior. El punto exacto del contraste difiere en cada uno de los tres textos.
1. En 2 Co. 4.16 es entre el Pablo exterior, a quien veían los hombres, agotado por su constante labor, sus problemas de salud, la ansiedad, la tensión, y la persecución; y el Pablo que Dios conocía y que conocía a Dios, el Pablo que había sido recreado y en el que ahora moraba el Espíritu (2 Co. 5.5, 17), y que después de su disolución física sería “revestido” con un cuerpo de resurrección (2 Co. 5.1ss). El Pablo exterior se estaba deteriorando; el verdadero Pablo estaba siendo renovado cada día.
2. En Ro. 7.22s el contraste es entre la “ley (el principio activo) del pecado” en los “miembros” de Pablo, que influía sobre sus acciones exteriores; y la “ley de mi mente”, el deleite del corazón de Pablo en la ley de Dios, y el deseo de su corazón de guardarla, deseo que el pecado estaba continuamente frustrando.
3. En Ef. 3.16–19 el contraste es solamente implícito. El hombre interior, el corazón, el templo en el que mora Cristo, y la esfera de su acción fortalecedora, es el ser real, el que permanece, el ser que conoce el amor de Cristo y que pasará a formar parte de la plenitud de Dios; pero esta persona está oculta a los hombres. Por ello, Pablo se ve en la necesidad de exhortar a sus lectores a que muestren al mundo, mediante la calidad de su conducta exterior, lo que Dios ha hecho en ellos (Ef. 4–6).
Bibliografía. °R. Bultmann, Teología del Nuevo Testamento, 1981; H. W. Wolff, Antropología del Antiguo Testamento, 1975, pp. 93ss; M. Flick, Antropología teológica, 1971. Arndt, s.v. anthrōpos; R. Bultmann, Theology of the New Testament, 1, pp. 203.
Douglas, J. (2000). Nuevo diccionario Biblico : Primera Edicion. Miami: Sociedades Bíblicas Unidas.
Fuente: Nuevo Diccionario Bíblico