HISTORIA Y FE, EN LOS EVANGELIOS

DJN
 
La fe y la historia pertenecen a dos esferas diferentes del conocimiento humano. Mientras que la historia es una ciencia que tiene su fundamento en la verificación de los hechos que narra, la fe es una virtud sobrenatural, cuya certeza se basa en la aceptación de la Revelación como Palabra de Dios y otorga al creyente la confianza en lo que esa Palabra comunica, supone un salto en el vací­o en que el fundamento del saber no es la demostración sino el fiarse. De ahí­ que una historia cuya única base es la fe, es cientí­ficamente incierta, y una fe cuyo fundamento sea exclusivamente histórico deja de ser fe, para convertirse en ciencia. La historia necesita una comprobación cientí­fica, la fe nace de la confianza.

Por tanto, desde un punto de vista objetivo, la historia y la fe no se necesitan. Existe la historia humana documentada, que prescinde totalmente de la fe y es posible la existencia de una fe, y su vivencia en una religión, que tenga su base en una revelación desencarnada, espiritual, directa de Dios al hombre, que se sustente en una manifestación mí­stica, sentida y vivida como experiencia fundante, sin necesidad de un acto empí­rico que la fundamente.

Teniendo claro que fe e historia son dos saberes distintos y autónomos, no por ello son incompatibles, sino que en la fe bí­blica existe una estrecha relación entre ambas. La Biblia muestra un Dios que ha querido revelarse a través de la historia, haciendo de ésta el medio de su manifestación a los hombres. En el Antiguo Testamento se mostró, de muchas maneras, a un pueblo que fue conociéndole a través de los siglos y al llegar el momento culminante de la historia lo hizo a través del Hijo quien, habitando junto a Dios, lo ha contado a los hombres (Jn 1,18). El cristianismo basa las raí­ces de su fe en la historia de un pueblo y el fundamento de la misma en una persona, Jesús de Nazaret, que habiendo vivido en un momento histórico, reveló todo lo que conocí­a a unas personas concretas que le siguieron. Desde el momento mismo de la encarnación, fe e historia se relacionan. El Verbo de Dios se hizo hombre, habitó en medio del mundo y es en sus palabras y en sus obras donde se fundamenta la fe. La fe tiene una base histórica sin la cual el cristianismo serí­a distinto a lo que es.

Cuando en el cristianismo se separan la fe y la historia, se cae en dos posturas igualmente erróneas. Sin el reconocimiento de la historia que subyace en los evangelios, se cae en un docetismo, que ignora la encarnación, y dirige su interés a la experiencia creyente de la Pascua, negándole toda historicidad, y considerándola una certeza subjetiva con la que Dios se revela directamente a los hombres. Quienes así­ lo afirman se ven obligados a negar toda veracidad a los evangelios, defendiendo que son unos escritos, o apostólicos o de la comunidad, sin ninguna relación con los hechos. Las objeciones que hay que hacer a esta postura están ya insinuadas en lo anteriormente expuesto: el docetismo, con la negación del valor salví­fico de la encarnación; la dificultad que supone admitir que diferentes comunidades muy distanciadas entre sí­ transmitan su evangelio como un testimonio histórico sobre Jesús, sus palabras y sus hechos. Si los evangelios no tienen una base histórica habrí­a que aceptar un muy improbable acuerdo en la primerí­sima comunidad que aunara los criterios sobre la forma de la trasmisión y el mensaje a predicar. Y todo ello, cuando si lo que se querí­a era comunicar una nueva fe, lo podrí­an haber hecho, a la manera como la predicó san Pablo, sin apenas referencias al Jesús histórico.

Pero también existe un segundo error, el de un historicismo apologético, que confiesa que los evangelios contienen la verdad histórica de la vida de Jesús, a la manera de una biografí­a o acta de los sucesos. Considerarlo así­ lleva el peligro de convertir en conocimiento histórico lo que se trasmite como fe. Es necesario tener en cuenta que los evangelios escritos desde la fe y para suscitar fe, ofrecen una verdad salví­fica en la que se confiesa a Jesús de Nazaret como el Salvador, el Hijo de Dios, la Palabra reveladora, y este salto supera a la historia y solamente se puede dar desde la fe. Los evangelios transmiten un mensaje que va más allá de la historia y exigen una superación de la misma para poder afirmar que comunican fielmente lo que Jesús hizo, en nombre de Dios, para la salvación de la humanidad. Es evidente que los evangelios superan lo puramente histórico y se adentran en el campo de la fe. De ahí­ que la instrucción de la Pontifica Comisión Bí­blica «La interpretación de la Biblia en la Iglesia» (15-IV-93), afirme que al rechazo de la historia de la exégesis histórico-crí­tica, no debe suceder el olvido de la historia en la exégesis.

Los evangelios son una proclamación de fe basada en hechos históricos. La fe necesita de la historia como fundamento y la historia ayuda a una mejor comprensión de la fe. Fe e historia en los evangelios son inseparables. Un estudio exegético de los evangelios ha de tener en cuenta estas dos dimensiones, sin renunciar a ninguna de las dos, ya que éstos predican una verdad salví­fica que proviene de lo que Jesús hizo y enseño. -> (el Jesús de la h.); historicidad; hermenéutica.

BIBL. – PANNENBERG, W (edt), Revelación como historia, Sí­gueme Salamanca, 1977.

. Fernando Cuenca, ofm

FERNANDEZ RAMOS, Felipe (Dir.), Diccionario de Jesús de Nazaret, Editorial Monte Carmelo, Burbos, 2001

Fuente: Diccionario de Jesús de Nazaret