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Literalmente significa en griego «substrato», (hipostasis, substancia, lo que hay debajo). En la Teología y en la Historia teológica se traduce por «persona», por «realidad personal». Por eso ha sido frecuentemente usado este concepto y término para explicar conceptos teológicos, como hace Santo Tomás en la Suma Teológica (III. q. 2. art. 3)
En Dios hay tres personas, (hipóstasis) en unidad de naturaleza, de dignidad, de infinitud. En Jesús hay una hipóstasis, una persona, que unifica las dos naturalezas (unión hipostática). Es unión personal entre el hombre Jesús y el Verbo divino o Segunda persona de la Trinidad.
Es una unidad misteriosa, inexplicable con terminologías humanas, revelada para poder ser conocida. Se establece entre Dios y el hombre Jesús, de modo que dos naturalezas, la divina y la humana, se unen en una persona singular, única, la de Jesús Hijo de Dios e hijo de María.
Pedro Chico González, Diccionario de Catequesis y Pedagogía Religiosa, Editorial Bruño, Lima, Perú 2006
Fuente: Diccionario de Catequesis y Pedagogía Religiosa
Concepto filosófico-teológico, equivalente a persona, central para la comprensión cristiana del misterio de Dios Trinidad, de Jesucristo, Hijo de Dios encarnado, y de la verdad del hombre.
Tiene una larga y tortuosa historia que tuvo su origen en el terreno teológico y que se extendió luego al filosófico-antropológico. Etimológicamente se deriva del término griego hvpostasis, en latín substantia, essetia, en español substancia, esencia. Este significado original en la teología cristiana se abandonó cuando el término griego ousía, que significa también esencia, substancia, se reservó para expresar la esencia divina común al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo. Desde la segunda mitad del siglo 1V tras el decisivo impulso de los Padres capadocios (Basilio, Gregorio Nacianceno y Gregorio Niseno), el término hypóstasis empezó a usarse gradualmente para expresar lo que las divinas Personas tienen de propio e incomunicable en su dar Y – en su recibir intradivino.
De esta forma la reflexión de los Padres griegos venía a encontrarse con la de los latinos, que va con Tertuliano (cf Adv. Prax.6, 1; 8~ 18, 2) se había introducido en teología el concepto de persona (término quizás de origen etrusco, ligado al culto de Persu Y que significaba careta, personaje, individuo) para indicar todo lo que el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo tienen de propio dentro de la divinidad Y han revelado en la historia de la salváción. Agustín, resumiendo la visión latina y – griega, subrayó la dimensión relacional de las personas divinas, arraigada en su relación de origen (cf. De Trin.).
A esta reflexión en el terreno trinitario se añadió otra, elaborada en la controversia sobre la copresencia Y la relación de la naturaleza divina y -humana (dos ousías) en el único e idéntico sujeto (hypostasis) Jesucristo, a saber la que se refiere a la subsistencia. La naturaleza humana de Cristo, íntegra e inconfusa, no posee esa subsistencia y por tanto no es hipóstasis, ya que la hipóstasis del Verbo divino, identificada gradualmente con la persona (prósopon), la unió consigo dándole su propia subsistencia (unión » según la hipóstasis» kat’hypostasis: cf. DS 250; 426; 428;’ 430).
Estas conquistas no fueron suficientemente valoradas en los siglos sucesivos en el terreno antropológico filosófico, como se deduce con claridad de la famosa definición de persona dada por Severino Boecio: nnaturae rationalis individua substantia» (Lib. de persona, III: PL 64, c. 1343 C), o sea, «substancia individual de persona racional «, en donde no se menciona para nada ni la relacionalidad ni la subsistencia. La definición de Boecio fue recogida por los escolásticos medievales, que le añadieron sin embargo algunas precisiones.
Tomás de Aquino, por ejemplo, afirma que la hipóstasis/persona es una substancia intelectual individual, pero añade que es un ser «subsistente (subsistens)» (cf. 5. Th. 1, q. 29, a. 3) «incomunicable» (cf. Ib. ad 4um), o bien una «incommunicabilis subsistentia» (In Sent.30, 4). En este concepto de hipóstasis/persona se subrayan la subsistencia y la identidad, pero- no se da ningún valor especial a la relacionalidad constitutiva, dimensión que santo Tomás, meditando en el misterio de Dios tras las huellas de Agustín, destaca de forma luminosa, hasta el punto de que llega a decir que el ser mismo de las Personas divinas es relación, relacionalidad constitutiva. Buenaventura enseña que la relacionalidad es constitutiva de la persona cuando escribe: «La persona humana es para el otro y por tanto, entreteje relaciones» (ISent., d.9, a. un., q. 2, sol. 3); sin embargo, no desarrolla adecuadamente esta intuición, al menos en el plano antropológico. J D. Escoto ve a la persona como realidad relacional (cf. Ordin., III., d. 2, q. 1 : «La esencia y la relación constituyen a la persona»), pero que en ultima instancia sigue siendo dependiente de los demás, gozando de su ultima solitudo (cf. Ib., d. 1, q. 1, «. 17. «La personalidad exige la ultima solitudo, quiere ser libre de toda dependencia real o derivada del ser respecto a otra persona'»). Estas profundas afirmaciones de carácter metafísico con humus teológico no se ordenaron de forma sistemática. En la filosofía-teología escolástica posterior gracias entre otras cosas a ciertas orientaciones teológicas, se subrayó de forma privilegiada la subsistencia-identidad incomunicable, dejando de lado la dimensión relacional.
El pensamiento filosófico moderno, por un lado, ha prestado gran atención a la realidad de la persona; por otro, la ha olvidado e incluso ha llegado a negarla. Ha perdido de vista su dimensión ontológica, dada la antipatía general que la reflexión moderna siente por la metafísica. La corriente liberal burguesa ha visto la persona en el sujeto como concreción individual del universal humano consciente y libre, sujeto inviolable de derechos y de deberes (cf. especialmente J Locke, G. W von Leibniz, 1. Kant); la corriente solidario-socialista la ha visto en el individuo inserto en el contexto más amplio de la sociedad, de la que recibe vida y cultura y a cuyo progreso tiene que orientar sus potencialidades; el pensamiento marxista-leninista ha disuelto a la persona, reduciéndola a las relaciones sociales que vive y orientándola totalmente al progreso de la colectividad. En la corriente fenomenológica y existencialista laica se ha prestado atención a la dimensión interior y dialógica de la conciencia de la persona, pero no se ha captado muchas veces la última raíz ontológica de su identidad profunda y de su relacionalidad. Algunos filósofos con raíces culturales judías (F. Rosenzweig, F Ebner, M. Buber, E. Lévinas) y cristianas (R. Guardini, J Lacroix, E. Mounier, etc.) han atribuido a la apertura del sujeto humano a lo trascendente las dimensiones específicas de su ser personal.
La teología contemporánea, empleando esta perspectiva dialógica, dinámica y existencial de la experiencia y – del pensamiento bíblico, así como las adquisiciones del pensamiento teológico y cristológico de los Padres y de los escolásticos, y dejándose iluminar por las conquistas válidas del pensamiento moderno (especialmente de G. W F Hegel, de L. Feuerbach, del personalismo dialógico y del personalismo comunitario), ha elaborado y trabaja en el terreno teológico-trinitario, cristológico y antropológico con un concepto de hipóstasis/persona que tiene como elementos fundamentales tanto la irrenunciable identidad incomunicable como la relacionalidad, raíz ontológica de toda comunión y solidaridad. Más aún, iluminando esta realidad con la luz que provectan el misterio de Dios Trinidad y el de Jesucristo Verbo hecho hombre, arraigan estos elementos de la hipóstasis/persona en la realidad misma de Dios Trinidad (comunión total de personas, que siguen conservando su identidad) y de Jesucristo. Como hipóstasis divina-del Hijo que ha sido y sigue siendo sujeto de una historia hÚmana, Jesucristo da a todo sujeto humano un valor único y sagrado, e inyecta en la historia el flujo comunional de vida de las Personas divinas, llevando a las personas humanas y a la humanidad en su conjunto, que se abren a él en la fe, la participación de la comunión beatificante y eterna de la vida divina. De esta manera queda analiza da e iluminada teológicamente en su fundamento y en su destino más profundo y más íntimo la experiencia humana personal, la reflexión humana sobre el hombre persona y sobre la sociedad humana como comunión y comunidad de personas.
G. Iammarrone
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PACOMIO, Luciano [et al.], Diccionario Teológico Enciclopédico, Verbo Divino, Navarra, 1995
Fuente: Diccionario Teológico Enciclopédico
La palabra es una transliteración del griego hupostasis, «sustancia», «naturaleza», «esencia» (de hufistaszai, «estar bajo», «subsistir», que viene de hupo «bajo», y histanai, «hacer estar») y denota una subsistencia personal real o persona. En filosofía significa la parte subyacente o esencial de una cosa, diferentemente de los atributos que son variables. Se desarrolló teológicamente como la palabra que describe a cualesquiera de las tres existencias reales y distintas en la sustancia o esencia de Dios (véase), única e indivisible, y especialmente la única y unificada personalidad de Cristo el Hijo en sus dos naturalezas, humana y divina. La clásica definición de Dios de Calcedonia, una esencia en tres hipóstasis (mia ousia, treis hupostaseis), desafortunadamente fue traducida al latín como «una sustancia (griego hupostasis) en tres personas» (una substantia, tres personae). Esto no solamente confundió sustancia triple con la única ousia (latín essentia, «esencia»), sino que a los griegos la palabra latina persona («rostro» o «máscara») les sonó a monarquianismo sabeliano modalista. El Concilio de Alejandría (362) trató sin éxito de resolver el conflicto definiendo hypostasis como sinónimo con la muy diferente palabra persona. Aunque aún reina mucha confusión, la ortodoxia generalmente ha sostenido la sustancia única de Dios, conocida en las tres personas del Padre, el Hijo y el Espíritu Santo.
BIBLIOGRAFÍA
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Fuente: Diccionario de Teología