HECHOS, LIBRO DE LOS

“Los hechos de los apóstoles” (gr. praxeis apostolōn) es el título que se le dio, a partir de los últimos años del ss. II d.C., al segundo tomo de una historia de los comienzos cristianos, cuyo primer tomo conocemos como el “Evangelio según Lucas”.

I. Bosquejo del contenido

Este libro retoma la historia a partir de donde termina el evangelio (“el primer tratado”, Hch. 1.1), con las apariciones de Jesús después de la resurrección, para comenzar relatando su ascensión, la venida del Espíritu Santo, y la formación y el curso inicial que siguió la iglesia de Jerusalén (1–5). Luego describe la dispersión de los miembros helenísticos de dicha iglesia (hecho que siguió a la ejecución de su líder Esteban), la evangelización que efectuaron los mismos en regiones más distantes, hasta llegar a Antioquía en el N, y el comienzo de la misión gentil en dicha ciudad. En el curso de este relato encontramos también la descripción de la conversión de Pablo, y la evangelización por parte de Pedro de la llanura de Sarón, que culmino con la conversión de la primera familia gentil en Cesarea. Esta sección de Hechos termina con la llegada de Pablo a Antioquía para tomar parte en la misión gentil, y la partida de Pedro de Jerusalén, luego de haber escapado a la muerte a manos de Herodes Agripa I (6–12). A partir de ese momento el ministerio apostólico de Pablo constituye el tema principal de Hechos: con Bernabé evangeliza Chipre y Galacia del S (13–14), participa en el concilio de Jerusalén (15), con Silas cruza a Europa y evangeliza Filipos, Tesalónica, y Corinto (16–18), con otros colegas evangeliza la provincia de Asia desde la base constituida en Éfeso (19), hace una visita a Palestina, donde es rescatado de manos de una multitud que le hace violencia, y se lo mantiene custodiado por dos años (20–26), es enviado a Roma para que su caso sea escuchado por el emperador, a pedido de él mismo, y pasa dos años allí detenido en su casa, con entera libertad para predicar el evangelio a cuantos lo visitan (27–28). Si bien no cabe duda de que el evangelio fue llevado por todas las rutas que partían de Palestina, el país de origen, Hechos centra su atención en el camino que va de Jerusalén a Antioquía, y de allí a Roma.

II. Origen y propósito

El prefacio al “primer tratado” (Lc. 1.1–4) corresponde por igual a ambas partes de la obra: toda la obra tenía como fin el que un tal *Teófilo contase con un relato consecutivo y fiel del surgimiento y la expansión del cristianismo, tema sobre el que ya tenía cierto grado de información.

La fecha no se indica con precisión; Hechos no puede haber sido escrito antes del último acontecimiento que relata, o sea los dos años durante los cuales Pablo estuvo detenido en Roma (Hch. 28.30), período que probablemente abarca los años 60 y 61, pero cuanto tiempo después puede haber sido escrito resulta incierto. Si pudiera establecerse su dependencia de las Antigüedades de Josefo, entonces su fecha no podría ser anterior al año 93 d.C., pero esa dependencia es improbable. Podemos pensar en un momento cuando ocurrió algo que estimuló el interés en el cristianismo entre los miembros responsables de la sociedad romana, de los que Teófilo pudiera considerarse representante. Un momento de esta naturaleza fue la última parte del principado de Domiciano (81–96 d.C.), cuando el cristianismo había penetrado en la familia imperial. Hasta se ha sugerido que Teófilo pudiera ser un seudónimo del primo de Domiciano, Flavio Clemente. Una ocasión anterior podría encontrarse en los últimos años de la década del sesenta, cuando el momento parecía oportuno para disociar al cristianismo de la revuelta judía en Palestina, o más temprano todavía, en los primeros años de la misma década, cuando el propagador principal del cristianismo llegó a Roma como ciudadano romano por haber apelado al tribunal imperial. La nota optimista con que termina Hechos, con Pablo proclamando el reino de Dios en Roma sin estorbo ni impedimento, podría sugerir una fecha anterior a la iniciación de la persecución del año 64 d.C. Aquí resultan pertinentes las pruebas internas para fechar el libro de Lucas, pero si se piensa que Lucas, tal como lo conocemos hoy, debe fecharse después del año 70 d.C., podría considerarse la posibilidad de que “el primer tratado” de Hch. 1.1 fuese el “Proto-Lucas” (así C. S. C. Williams y otros). Por cierto que la remisión del caso de Pablo a Roma obligaría a ciertos funcionarios imperiales a analizar el carácter del cristianismo con más seriedad de lo que se había hecho necesario anteriormente; el autor de Hechos bien puede haber considerado prudente proporcionarles una relación adecuada de los hechos.

Desde el ss. II en adelante, el autor ha sido considerado (acertadamente, con toda probabilidad) como Lucas, el médico de Pablo, y su compañero de viajes (Col. 4.14; Flm. 24; 2 Ti. 4.11). Lucas era griego, de Antioquía, según el prólogo antimarcionita de su evangelio, prólogo escrito a fines del ss. II (su origen antioqueno está implícito también en la lectura “occidental” de Hch. 11.28). Su presencia en algunos de los hechos que registra se indica discretamente por la transición de la tercera a la primera persona del plural en el relato; las tres secciones en plural son Hch. 16.10–17; 20.5–21.18; 27.1–28.16. Aparte de los períodos cubiertos por estas secciones, tuvo amplias oportunidades de trazar el curso de los acontecimientos desde el principio, por cuanto tenía acceso a información de primera mano, que le podía proporcionar la gente con la que se encontraba de tanto en tanto, no sólo en Antioquía sino también en Asia Menor y Macedonia, en Jerusalén y en Cesarea, y finalmente en Roma. Entre dichos informantes un lugar importante se ha de conceder a quienes lo hospedaban en las diversas ciudades, tales como Felipe y sus hijas en Cesarea (21.8s), y Mnasón, miembro fundador de la iglesia de Jerusalén (21.16). No parece haber usado las epístolas de Pablo como fuente.

III. Carácter histórico

La veracidad histórica de la narración de Lucas ha sido ampliamente confirmada por descubrimientos arqueológicos. Si bien el autor tiene intereses apologéticos y teológicos, estos no disminuyen su detallada exactitud, aun cuando regulan la selección y la presentación de los hechos. Ubica su relato en el marco de la historia contemporánea; sus páginas están llenas de referencias a los magistrados de las ciudades, a gobernadores provinciales, a reyes vasallos, y otros, y dichas referencias vez tras vez resultan exactamente lo que corresponde al lugar y al momento en cuestión. Con un mínimo de palabras trasmite el color local acertado de las ciudades tan diversas mencionadas en su relación. Su descripción del viaje de Pablo a Roma por mar (27) sigue siendo en la actualidad uno de nuestros documentos más importantes sobre la navegación en la antigüedad.

IV. Énfasis apologético

Es evidente que a Lucas le importa, en ambas partes de su obra, demostrar que el cristianismo no constituye una amenaza a la ley y el orden imperiales. Esto lo hace principalmente mencionando el juicio de gobernantes, magistrados, y otras autoridades en diversas partes del imperio. En su evangelio tres veces Pilato declara a Jesús inocente del cargo de sedición (Lc. 23.4, 14, 22), y cuando a sus seguidores se les acusa en forma similar en Hechos la causa no puede sustentarse. Los pretores de Filipos encarcelan a Pablo y Silas por interferir con los derechos de la propiedad privada, pero tienen que soltarlos con disculpas por su acción ilegal (16.19ss, 35ss). Los politarcas de Tesalónica, ante quienes Pablo y sus compañeros son acusados de sedición contra el imperio, se conforman al encontrar ciudadanos del lugar que están dispuestos a garantizar el buen comportamiento de los misioneros (17.6–9). Galión, procónsul de Acaya, toma una decisión más significativa, ya que desecha el cargo de propagación de una religión ilícita que contra Pablo hacen los líderes judíos de Corinto; la implicancia práctica de su decisión es que el cristianismo comparte la protección que la ley romana le acuerda al judaísmo (18.12ss). En Éfeso Pablo disfruta de la amistad de los asiarcas (* Asia, Autoridades), y es exculpado por el secretario del cargo de insultar al culto de la *Artemisa efesia (19.31, 35ss). En Judea el gobernador Festo y el rey subalterno Agripa II están de acuerdo en que Pablo no ha cometido ningún delito que merezca la muerte o la prisión, y que de hecho hubiera podido ser liberado de inmediato si no hubiese apelado a la jurisdicción superior del César (26.32).

Bien podemos preguntarnos por qué, entonces, la expansión del cristianismo estuvo señalada tan frecuentemente por disturbios públicos, si los cristianos eran tan sumisos a la ley como lo indica Lucas. La respuesta es que, aparte del incidente en Filipos, y la demostración promovida por el gremio de plateros de Éfeso, los tumultos que acompañaban a la proclamación del evangelio eran instigados invariablemente por los opositores judíos. Así como el Evangelio de Lucas muestra a los principales sacerdotes saduceos de Jerusalén persuadiendo a Pilato a sentenciar a Jesús a muerte, a pesar de su propio criterio, así también en Hechos los enemigos más encarnizados de Pablo, en un lugar tras otro, son los judíos. A la vez que Hechos registra el firme avance del evangelio en los grandes centros gentiles de la civilización imperial, registra también el progresivo rechazo del mismo por la mayoría de las comunidades judías en todo el imperio.

V. Interés teológico

En el aspecto teológico el tema dominante de Hechos es la actividad del Espíritu Santo. La promesa del derramamiento del Espíritu, hecha por el Cristo resucitado en 1.4ss, se cumple para los discípulos judíos en el cap(s). 2, y para los creyentes gentiles en el cap(s). 10. Los apóstoles cumplen su cometido en el poder del Espíritu, que se manifiesta mediante señales sobrenaturales; la aceptación del evangelio por sus conversos también viene acompañada por manifestaciones visibles del poder del Espíritu. Este libro podría llamarse, en efecto, “Los hechos del Espíritu Santo”, por cuanto es el Espíritu quien controla el avance del evangelio en todo momento; el Espíritu dirige los movimientos de los predicadores, p. ej. los de Felipe (8.29, 39), los de Pedro (10.19s), los de Pablo y sus compañeros (16.6ss); el Espíritu guía a la iglesia de Antioquía a apartar a Bernabé y a Pablo para el servicio más amplio al que él mismo los había llamado (13.2); el Espíritu ocupa el primer lugar en la carta que trasmite la decisión del *concilio de Jerusalén a las iglesias gentiles (15.28); habla por medio de los profetas (11.28; 20.23; 21.4, 11), como lo hacía en los días del AT (1.16; 28.25); es el Espíritu el que en primera instancia designa a los ancianos de una iglesia para que se hagan cargo de ella en lo espiritual (20.28); el Espíritu es el testigo principal de la verdad del evangelio (5.32).

Las manifestaciones sobrenaturales que acompañan la difusión del evangelio señalan, no sólo la actividad del Espíritu, sino también la inauguración de la nueva era en la que Jesús reina como Señor y Mesías. El elemento milagroso, como sería de esperar, ocupa un lugar más prominente en la primera parte del libro que en la última: “Observamos una constante reducción de la importancia del aspecto milagroso de la obra del Espíritu, que se corresponde con el desarrollo de las epístolas paulinas” (W. L. Knox, The Acts of the Apostles, 1948, pp. 91).

VI. El libro de Hechos en la iglesia primitiva

A diferencia de la mayoría de los libros del NT, las dos partes de la historia de Lucas no parecen haber estado asociadas inicialmente con iglesias cristianas, ya sea en el sentido de que estuvieran dirigidas a ellas a que circulasen en su seno. Es posible que Martin Dibelius tenga razón cuando piensa que esta obra circuló por medio del comercio librero de la época, para beneficio del público lector gentil al que estaba destinada. Por lo tanto puede haber habido un lapso de tiempo entre la primera publicación de ambas obras y su circulación más generalizada en las iglesias como documento cristiano autorizado.

En los primeros años del ss. II, cuando los cuatro escritos evangélicos fueron reunidos en una sola colección y circularon como un grupo cuádruple, las dos partes de la historia de Lucas fueron separadas, y a partir de entonces siguieron caminos independientes. Mientras que el futuro de Lucas estaba asegurado en virtud de su incorporación al grupo de los otros tres evangelios, Hechos alcanzó, en forma creciente, un lugar tan destacado como documento cristiano que con justicia puede llamársele, en las palabras de Harnack, el libro pivote del NT.

La circulación más amplia de Hechos en las iglesias puede haber tenido mucho que ver, hacia el final del ss. I, con la iniciativa de reunir las epístolas paulinas para formar un corpus. Si Pablo tendió a ser olvidado en la generación que siguió a su muerte, con seguridad que los Hechos volvió a hacerlo presente, como también a destacar lo interesante y lo extraordinariamente importante que era. Pero aunque pone de manifiesto la importancia del papel de Pablo, Hechos también da testimonio de la obra de otros apóstoles, especialmente de Pedro.

Por esta última razón Marción (ca. 140 d.C.) no pudo incluir el libro de Hechos en su canon, aun cuando sí incluyó su propia edición de Lucas como prefacio al corpus paulino. Si bien Hechos daba elocuente testimonio del apostolado de Pablo, al mismo tiempo asestaba un golpe a la posición de Marción, que insistía en que los apóstoles originales de Jesús habían sido infieles a las enseñanzas de su Maestro. Marción y sus seguidores constituyen probablemente el blanco principal de la acusación de inconsecuencia dirigida por Tertuliano a los herejes que confiadamente apelan a la autoridad apostólica exclusiva de Pablo, mientras que rechazan el libro que, por encima de todos los demás, proporciona un testimonio independiente de su apostolado (Prescripción 22s).

Por otro lado, para los campeones de la fe católica (usando esta última expresión en el sentido antiguo de “universal” o, especialmente en este caso, “según el todo”) el valor de Hechos aparecía ahora mas grande que nunca. Porque no sólo presentaba pruebas irrefutables de la posición y los logros de Pablo como apóstol, sino que también resguardaba la posición de los otros apóstoles, y justificaba la inclusión de los escritos apostólicos no paulinos, juntamente con la colección paulina, en el volumen que integraba las Sagradas Escrituras. A partir de esa época fue cuando comenzó a llamarse “Hechos de los apóstoles”, o incluso, como lo denomina la lista muratoriana con exageración antimarcionita, “Los hechos de todos los apóstoles”.

VII. Su valor permanente

El derecho de Hechos a ocupar su lugar tradicional entre los evangelios y las epístolas es claro. Por un lado, es la continuación natural y general al evangelio cuádruple (así como es la continuación natural de uno de los cuatro); por otro lado, proporciona el fondo histórico para las primeras epístolas, y da testimonio del carácter apostólico de la mayoría de los escritos cuyos nombres llevan.

Más aun, constituye un documento de incalculable valor para el estudio de los comienzos del cristianismo. Cuando comprenderemos lo escaso que es nuestro conocimiento del desenvolvimiento del evangelio en otras direcciones geográficas en las décadas siguientes al año 30 d.C., podemos apreciar la deuda para con Hechos por el relato relativamente detallado de la propagación del evangelio entre Jerusalén y Roma. El surgimiento y el adelanto del cristianismo es un estudio erizado de problemas, pero algunos de dichos problemas serían mucho más difíciles de lo que lo son si no contáramos con el relato de Hechos. Por ejemplo, ¿cómo fue que un movimiento que comenzó en el corazón del judaísmo se reconocía pocas décadas después como una religión claramente gentil? ¿Y cómo es que una fe que se originó en el Asia se haya asociado durante siglos, predominantemente, para bien o para mal, con la civilización europea? La respuesta está grandemente, si bien no enteramente, ligada a la carrera misionera de Pablo, apóstol de los gentiles y ciudadano de Roma; y de esa carrera, Lucas, en Hechos, es el historiador. Su relato constituye, en efecto, una fuente de primera magnitud para el estudio de una fase significativa de la historia de la civilización mundial.

Bibliografía. J. Kurzinger, Los hechos de los apóstoles, 1974; J. Roloff, Hechos de los apóstoles; A. Wikenhauser, Los hechos de los apóstoles, 1973; W. Barclay, Hechos de los apóstoles (El Nuevo Testamento comentado), 1974; Diálogo teológico, Nº 5, abril de 1975.

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F.F.B.

Douglas, J. (2000). Nuevo diccionario Biblico : Primera Edicion. Miami: Sociedades Bíblicas Unidas.

Fuente: Nuevo Diccionario Bíblico