HEBREOS, EPISTOLA A LOS

El escritor de Hebreos no incluye su nombre en la carta. Primera de Juan es la única otra carta en el NT cuyo autor no incluye su nombre. Muchos cristianos han considerado que Pablo es el autor de Hebreos, pero otros han pensado que pudo haber sido Apolos, Bernabé u otro.

La carta se conoció en primera instancia en Roma y en el Occidente. Sus primeros lectores fueron judí­os cristianos que hablaban y escribí­an el gr. La breve declaración: Os saludan los de Italia (Heb 13:24) ciertamente favorece la idea de que el escritor se encontraba en Italia. El escritor conoce muy bien a los lectores. Se refiere a su inmadurez espiritual (Heb 5:11-14), su ministerio fiel a los santos (Heb 6:9-10), y sus experiencias después de su conversión (Heb 10:32-36). El término usado para referirse a sus lí­deres espirituales o gobernantes es hoi hegoumenoi (Heb 13:7, Heb 13:17, Heb 13:24), un término técnico que no se encuentra en ningún otro lugar en el NT; pero otros escritos procedentes de Roma y del Occidente tienen este mismo término (p. ej., 1 Clemente 1:3; 21:6; el Pastor de Hermas 2, 2:6; 9:7 [proegoumenoi]). Parece que sus primeros lí­deres ya habí­an muerto (Heb 13:7), mientras que los dirigentes actuales están continuamente involucrados en la tarea de velar sobre el rebaño (Heb 13:24).
Un bosquejo del libro revela la centralidad de Jesucristo en el libro de Hebreos.
I. Prólogo: Proceso y clí­max de la revelación divina (Heb 1:1-3) .

II. La preeminencia de Cristo (Heb 1:4—Heb 4:13) .

A. La superioridad de Cristo sobre los ángeles (Heb 1:4-14) .

B. Advertencia: El peligro de la indiferencia ante estas verdades (Heb 2:1-4).
C. Razones por las cuales Cristo se humanó (Heb 2:5-18) .

D. Superioridad de la posición de Cristo a la de Moisés (Heb 3:1-6) .

E. Advertencia: los efectos temporales y eternos a causa de la incredulidad (Heb 3:7—Heb 4:13).
III. El sacerdocio de Cristo (Heb 4:14—Heb 10:18) .

A. La importancia de su sacerdocio para la conducta del creyente (Heb 4:14-16) .

B. Requisitos de un sumo sacerdote (Heb 5:1-10) .

C. Advertencia: sobreponiéndose a la inmadurez y apostasí­a sólo por la fe, paciencia y esperanza (Heb 5:11—Heb 6:20a) .

D. El sucesor eterno de Melquisedec (Heb 6:20b—Heb 7:28) .

E. El santuario celestial y el nuevo pacto (Heb 8:1-13) .

F. El sacerdocio bajo el antiguo y el nuevo pactos (Heb 9:1-28) .

G. La ineficacia de los sacrificios bajo la ley en contraste con la eficacia y finalidad del sacrificio de Cristo (Heb 10:1-18) .

IV. Perseverancia de los cristianos (Heb 10:19—Heb 12:29) .

A. Las actitudes que deben cultivarse y las que deben evitarse (Heb 10:19-39) .

B. La fe en acción: ejemplos insignes del pasado (Heb 11:1-40) .

C. Incentivos para la acción en el presente escenario y para la meta futura (Heb 12:1-29) .

V. Posdata: Exhortaciones, preocupaciones personales, bendición (Heb 13:1-25) .

Esta carta tiene mucho que decir en cuanto a Cristo. El es completamente Dios y completamente hombre. Está activo en la creación. El asunto del sacrificio de Cristo se discute en detalle, tanto en su papel de sacerdote como el de ví­ctima sacrificial. En su papel como sacerdote, él es el lí­der y guí­a. El también es quien revela a Dios. Se logra profundizar bastante en todas estas enseñanzas acerca de la persona y obra de Cristo.

El antiguo y nuevo pactos son comparados y se proveen las razones para la superioridad del nuevo o eterno pacto.

En Hebreos, la doctrina del pecado enfoca su atención sobre la incredulidad y el fracaso de continuar con Dios hacia la ciudad eternal.

La sombra y la realidad son cuidadosamente contrastadas. El cielo es la escena de la realidad. La tierra se preocupa con ambos: la sombra y la realidad. Cristo es el puente entre lo temporal y lo eterno.

El pueblo de Dios es visto como emigrando de un ambiente transitorio hacia una ciudad permanente. Esta emigración incluye la Palabra de Dios; el asunto de las pruebas, disciplina, o castigo; fidelidad; y la actividad santificadora de Dios; es decir, hacernos santos. La vida cristiana se desarrolla dentro del marco de esta era de peregrinaje celestial.

Fuente: Diccionario Bíblico Mundo Hispano

Libro que en la colección del NT se coloca después de las epí­stolas de Pablo. Se considera a H. como uno de los escritos neotestamentarios más difí­ciles de analizar, en parte porque no se tienen detalles especí­ficos sobre las circunstancias que la motivaron, ni quiénes eran los destinatarios, ni quién la escribió. Es evidente que los destinatarios eran creyentes hebreos, pero no se sabe si viví­an en Israel o si pertenecí­an a la dispersión. El texto no da testimonio directo de la presencia de gentiles entre ellos, aunque los principios que enuncia sean aplicables a todos los cristianos. También es claro que esos creyentes sufrí­an la tentación de retornar a los rudimentos del AT. La carta se propone demostrarles que el Nuevo Pacto es muy superior al Viejo.

Autor. En ciertos manuscritos aparece con un tí­tulo o encabezamiento que dice que fue el apóstol Pablo, pero el texto mismo no lo dice. Se nota que era costumbre de Pablo declarar abiertamente su autorí­a en las cartas que escribí­a y se duda que escribiera anónimamente. Los eruditos han entendido que el mencionado encabezamiento fue puesto a causa de una tradición que no era unánime en la historia de la Iglesia, pues mientras así­ se pensaba en el Oriente, los cristianos de Occidente negaron la autorí­a paulina tan temprano como el Siglo III y IV. Se argumenta que aunque las ideas son parecidas a las de Pablo, el estilo es completamente diferente. De todas maneras, se sabe que Clemente, Policarpo, Justino y otros de los llamados padres de la Iglesia la citaron. Pero Marción no la incluyó en su canon. Tampoco figura en el Fragmento Muratoniano ( †¢Canon del NT). Algunos sugieren que el autor fue †¢Bernabé. Otros que fue †¢Apolos. No hay, entonces, seguridad sobre quién escribió H.

Fecha. La forma en que el autor se refiere a actividades relacionadas con el †¢templo podrí­a sugerir que cuando se escribió esta carta el mismo todaví­a existí­a (Heb 8:4, Heb 8:13; Heb 9:4-9; Heb 10:1-10; Heb 13:10-11). De ser así­, se estima que fue escrita alrededor de los años 67 al 69 d.C.

Desarrollo. El autor comienza señalando que Dios se manifestó antes †œa los padres por los profetas†, pero que †œen estos postreros dí­as nos ha hablado por el Hijo†, pasando enseguida a explicar que esta última es la suprema revelación de Dios. Cristo es †œsuperior a los ángeles†, dice, probándolo con diversas citas del AT sobre el Señor Jesús como Hijo de Dios, heredero y Rey, que no se puede comparar con los ángeles, que no son más que †œespí­ritus ministradores†. él ha sido †œcoronado de gloria y de honra† tras haber gustado la muerte, cosa para la cual se encarnó (Heb 1:1 al 2:1-18).
én Cristo, puesto que es Hijo de Dios, es superior a Moisés. Los israelitas que bajo Moisés no hicieron caso a la voz del Espí­ritu Santo †œcayeron en el desierto†, pero el autor espera que los hermanos no tengan semejante †œcorazón malo de incredulidad†. Deben temer no alcanzar el reposo de Dios y considerar a †œJesús el Hijo de Dios† como sumo sacerdote y acercarse †œal trono de la gracia, para alcanzar misericordia† (Heb 3:1 al 4:16).
ás Cristo, como sacerdote, es superior a Aarón. Su sacerdocio es †œsegún el orden de Melquisedec†. Los creyentes deben dejar †œlos rudimentos de la doctrina de Cristo† y adelantarse en la fe, guardando lo básico del evangelio. La promesa de Dios a Abraham fue hecha bajo juramento. Dios promete y jura. Esto representa †œun fortí­simo consuelo† a los que se agarran de Cristo, la esperanza. Se ofrecen más explicaciones sobre la grandeza de Melquisedec, señalando las implicaciones de la decisión de Dios de hacer a Cristo sacerdote según el orden de este personaje y no por el linaje de Aarón. Esto significa el cambio de un pacto a otro. Enfatiza el rol de Cristo como †œministro del santuario†, pero del verdadero, el de †œlas cosas celestiales† y declara que †œal decir: Nuevo pacto† Dios ha dado †œpor viejo al primero; y lo que se da por viejo y se envejece, está próximo a desaparecer† (Heb 5:1 al 8:13).
autor da detalles sobre el †¢tabernáculo para reiterar que Cristo es †œsumo sacerdote de los bienes venideros†. Declara que †œla sangre de los toros y de los machos cabrí­os† no podí­an quitar los pecados, pero †œla sangre de Cristo† limpiarí­a sus †œconciencias de obras muertas† para que sirvieran a Dios. El sacrificio de Cristo fue hecho †œuna sola vez para llevar los pecados de muchos†. La ley sólo tení­a †œla sombra de los bienes venideros†. Por eso los sacrificios habí­a que repetirlos una y otra vez. †œPero Cristo, habiendo ofrecido una vez para siempre un solo sacrificio por los pecados, se ha sentado a la diestra de Dios†, por lo cual debí­an acercarse a él †œcon corazón sincero†, en pureza y manteniéndose †œsin fluctuar†, especialmente después que habí­an sostenido †œgran combate† tras su conversión. Les anima a no perder esa confianza †œque tiene grande galardón† (Heb 9:1 al 10:39).
ello es necesario vivir por la fe. Les pone muchos ejemplos de hombres que sirvieron a Dios mediante ella, animándoles a seguir su ejemplo, †œpuestos los ojos en el autor y consumador de la fe†, que es Cristo Jesús. En el combate contra el pecado ellos experimentarí­an la disciplina de Dios, la cual les demuestra que él les trataba como verdaderos hijos †œporque ¿qué hijo es aquel a quien el padre no disciplina† (Heb 11:1 al 12:11).
a los hermanos a levantar †œlas manos caí­das†, a andar en lo recto, siguiendo la paz y la hospitalidad, tratando de †œalcanzar la gracia de Dios†. Les recuerda la historia de Esaú, que después de menospreciar su primogenitura no tuvo †œoportunidad para arrepentimiento†. El caso de los h. era mucho más fuerte. No se habí­an acercado a un monte fí­sico como el Sinaí­, sino †œal monte de Sion, a la ciudad del Dios vivo, Jerusalén la celestial, a la compañí­a de muchos millares de ángeles … a Jesús el Mediador del nuevo pacto…†. Termina con otros consejos prácticos sobre el amor cristiano, la atención a los presos, el matrimonio, el cuidado de los pastores, etcétera (Heb 12:12 al 13:25).

Fuente: Diccionario de la Biblia Cristiano

I. Bosquejo del contenido

El tema doctrinal: la superioridad de Cristo. 1.1–10.18

a. La persona de Cristo, 1.1–4.13

(i) Cristo es superior a los profetas (1.1–4). Los profetas son aquí representativos de la revelación del AT en general.

(ii)     Cristo es superior a los ángeles (1.5–2.18). Esto se demuestra mediante una apelación a diversas Escrituras, y luego la aparente inferioridad de Cristo por el sufrimiento recibe explicación.

(iii)     Paréntesis (2.1–4). Solemnes advertencias se hacen a quienes descuidan la revelación de Dios.

(iv)     Cristo es superior a Moisés (3.1–19). Ya que Moisés no era mas que un siervo, el carácter de Hijo que ostenta Cristo establece su superioridad sobre el gran dador de la ley. Esta superioridad se ve también por el hecho de que Moisés, a diferencia de Cristo, no pudo conducir a su pueblo al descanso.

(v)     Cristo es superior a Josué. (4.1–13). Si bien Josué condujo a los israelitas a su herencia, para el pueblo de Dios hay todavía un descanso mejor, que está todavía en el futuro.

b. La obra de Cristo, 4.14–10.18

Esto se ejemplifica particularmente en su oficio como sacerdote.

(i)     Su sacerdocio ha sido divinamente ordenado (4.14–5.10). En esta sección se realza la compasión de Cristo, como condición esencial para el sumo sacerdocio.

(ii)     Su sacerdocio es según el orden de Melquisadec (5.11–7.28). Esta sección comienza con una larga digresión consistente en reproche, solemne advertencia, y exhortación (5.11–6.8). Luego se explica el orden de Melquisedec. Su sacerdocio es perpetuo (7.1–3); es anterior al levítico, y por lo tanto mayor (7.4–10); muestra las imperfecciones del sacerdocio levítico (7.11–19). El sacerdocio de Cristo se ve como el perfecto cumplimiento del orden de Melquisedec, porque fue establecido por juramento, no ha sido afectado por la muerte, ni manchado por el pecado (7.20–28).

(iii)     Su obra se realiza dentro del nuevo pacto (8.1–9.10). Cada aspecto del antiguo orden tiene su contrapartida en el nuevo. Hay un nuevo santuario en el que el Mediador de un nuevo pacto ha entrado a fin de ministrar.

(iv)     Su obra se centra en una expiación perfecta (9.11–10.18). Nuestro Sumo sacerdote ofreció un sacrificio único (su misma persona), y porque esta ofrenda se hizo “mediante el Espíritu eterno” es superior a las ofrendas levíticas (9.11–15). La necesidad de la muerte de Cristo se demuestra mediante una ilustración tomada del testamento legal (9.16–22). Su sacrificio perfecto pone de manifiesto los defectos del sistema levítico (10.1–10). Su ministerio, a diferencia del aarónico, es completo y efectivo (10.11–18).

La aplicación práctica del tema doctrinal. 10.19–13.25

a. Exhortaciones a mantenerse firmes, 10.19–25

b. Paréntesis, 10.26–37

(i) Seria advertencia contra la apostasía (10.26–31).

(ii)     Aliento basado en las experiencias anteriores de los lectores (10.32–37).

c. Ejemplos tomados del pasado, 11.1–40

El escritor apela a los héroes de la fe con el fin de inspirar a sus lectores a la acción heroica.

d. Sugerencias con respecto a los sufrimientos presentes, 12.1–29

(i) Las pruebas presentes han de considerarse como correcciones (12.1–13).

(ii)      Advertencias basadas en la historia de Esaú (12.14–17).

(iii)      Contraste final entre lo viejo y la mayor gloria de lo nuevo (12.18–29).

e. Responsabilidades cristianas, 13.1–25

(i) Diversas exhortaciones que afectan la vida social y personal del creyente (13.1–8).

(ii)     Advertencia final a los lectores a salir fuera de campamento (del judaísmo), y algunas referencias finales de carácter personal (13.9–25).

II. Paternidad y fecha

La cuestión de la paternidad revestía mayor importancia en la iglesia primitiva que en la actualidad, porque de ella dependía la canonicidad de la epístola. La tradición antigua con relación a la paternidad consistía en diversas opiniones. Tertuliano (De Pudicitia 20) la atribuía a Bernabé, mientras que Orígenes informa que muchos antiguos sostenían que pertenecía a Pablo, punto de vista compartido por Clemente de Alejandría. Este último parece haber considerado que fue escrito en el dialecto heb. pero traducido por Lucas, y parecería haber recibido esta tradición de su predecesor Panteno (el presbítero amado). Orígenes menciona que algunos en su época la atribuían a Clemente de Roma, y otros a Lucas, pero él mismo consideraba que los pensamientos pertenecían al apóstol, aunque no las palabras. Su propia conclusión con respecto a la paternidad era la de que sólo Dios sabe a ciencia cierta quién escribió la epístola, pero esta reserva no fue imitada por los alejandrinos posteriores, que optaron tan decididamente por la paternidad paulina, que alcanzó la canonicidad no sólo en el oriente sino también en occidente, donde las dudas habían sido fuertes anteriormente. No fue, sin embargo, hasta la época de Jerónimo y Agustín que se resolvió definitivamente la cuestión de la canonicidad en occidente. La tradición de la paternidad paulina no volvió a plantearse seriamente hasta la época de la Reforma, cuando Erasmo, Lutero, y Calvino lo hicieron nuevamente. La idea de Lutero de que Apolos fue el autor es aceptada por muchos eruditos modernos, aunque ninguno de ellos dejaría de admitir que tiene carácter meramente especulativo. Grocio retomó la idea más antigua, la de que Lucas fue el autor, y la crítica moderna ha sugerido muchas otras soluciones. Pero resulta significativo que pocos especialistas modernos han intentado apoyar la teoría de la paternidad paulina. Esta última teoría se desploma por diferencias de estilo, como lo indicó Orígenes cuando reconoció que el lenguaje era “más griego”; por los diferentes modos de composición, tales como la ausencia de saludos, la forma de presentar las exhortaciones, el método de argumentación, y la falta de firma paulina; por la diferencia en la situación histórica en que se ubica el autor, porque, mientras que Pablo jamás se cansaba de afirmar que había recibido el evangelio por revelación, este autor deja bien aclarada su deuda para con la información recibida de segunda mano (2.3–4); y por la diferencia del fondo o marco, claramente evidente en la ausencia, en el caso de esta epístola, de toda crisis espiritual pasada que domine el pensamiento del autor, y la ausencia, también, de las familiares antítesis paulinas.

Dos interesantes sugestiones alternativas son la de Ramsay, que sufrió que Felipe escribió la epístola desde Cesarea después de un contacto con Pablo y la envió a la iglesia de Jerusalén, y la de Harnack, que argumentó a favor de Aquila y Priscila como coautores. Pero en el mejor de los casos estas sugerencias no pasan de ser conjeturas ingeniosas, y la crítica moderna haría bien en hacer suya la cautela de Orígenes, y dejar que el autor permanezca en el anonimato.

Si bien la información disponible para fijarle fecha es escasa, hay suficiente como para posibilitar que se determine el período más probable. Ya que fue citada por Clemente de Roma (ca. 95 d.C.) tiene que haber sido compuesta algún tiempo antes de dicha fecha. Con toda probabilidad fue escrita antes del 70 d.C., ya que no se hace mención alguna de la caída de Jerusalén, y por cuanto la situación eclesiástica concuerda con una fecha más temprana (cf. 13.7, 17, donde los que están a cargo se llaman vagamente “dirigentes”, así °vp, p. ej.). Sin embargo, tiene que haber un intervalo de tiempo entre la fundación de la iglesia a que está dirigida y la composición de la carta, a fin de que los “días pasados” de persecución puedan considerarse retrospectivamente. Si la persecución fue la de Nerón se podría pensar en una fecha alrededor del 67–68 d.C., pero probablemente la referencia sea a una oposición general solamente, en cuyo caso sería posible aceptar una fecha anterior al 64 d.C. Algunos especialistas fechan la epístola en los años 80–90 d.C. aprox., tomando como base el uso que hace el autor de las epístolas paulinas, pero como la fecha de la reunión de estas epístolas está envuelta en el misterio, y dado que el autor no evidencia haber sido influido por todas esas cartas, poca importancia puede asignarse a esta línea de pensamiento.

III. Destino y propósito

Las frases iniciales de la epístola no dan indicación alguna de la ubicación o la identidad de los destinatarios, pero el título tradicional la atribuye simplemente “a los hebreos”. Si bien esto no es parte del texto original, no puede ignorarse enteramente, ya que puede constituir tradición genuina. Si esto es así, debe referirse a judíos cristianos, y no simplemente a judíos. No obstante, una teoría que ha obtenido algún apoyo en tiempos modernos es la de que el título no es más que una inferencia basada en el contenido de la epístola, y que en realidad fue enviada a gentiles. El apoyo para esta noción se sustenta en el consecuente uso de citas de la LXX más bien que del texto heb. del AT, y en el supuesto fondo helenístico en el que se proyecta el autor. De ser así la epístola cumplirá la función de proclamar ante el mundo gentil el carácter absoluto del cristianismo, mostrando que viene a reemplazar a todos los otros credos, especialmente los cultos de misterio. Pero no hay nada en la epístola que corresponda a las religiones de misterio o a la falta de confianza en la religión en general.

Semejante a esta última teoría es la sugerencia de que esta epístola era una respuesta a una herejía pregnóstica similar a la que se combate en Colosenses. El pasaje que muestra la superioridad de Cristo sobre los ángeles (He. 1.4–14) daría, por cierto, una respuesta efectiva a la tendencia a ofrecer culto a los ángeles (cf. Col. 2.18). T. W. Manson hasta llegó a sugerir que Apolos escribió esta epístola a la iglesia de Colosas en respuesta a las dos tendencias principales a depender de mediadores (lo que tiene su respuesta en los cap(s). 1–4) y de prácticas rituales (cap(s). 5–10). Pero no hay indicios de tendencias pregnósticas en la situación que se advierte en Hebreos, como las que existían claramente en Colosas.

El punto de vista que se sostiene más ampliamente es el de que la epístola estaba dirigida a cristianos judíos a fin de prevenirlos sobre la posibilidad de apostatar y volver al judaísmo. Esto se basa en las serias exhortaciones en los cap(s). 6 y 10, que presuponen la existencia de peligro de una apostasía concreta, que equivaldría nada menos que a crucificar nuevamente al Hijo de Dios (6.6) y profanar la sangre del pacto (10.29). En vista de que el autor se dirige a personas que han probado ya la bondad de Dios (6.4–5), y que por lo tanto están en peligro de abandonar el cristianismo por su antigua fe, y teniendo en cuenta que la epístola proclama la superioridad del cristianismo frente al ritual del AT, resulta natural suponer que se está pensando en cristianos judíos. Surge entonces la pregunta sobre si dichos cristianos judíos pueden definirse en forma algo más específica, y a esta cuestión se le ha dado diversas respuestas: (a) que la epístola estaba destinada en general a todos los cristianos judíos; (b) que estaba destinada a una pequeña comunidad de cristianos que vivían en una misma casa, y que tenían la capacidad necesaria para ser maestros (cf. 5.12), pero que no estaban ejercitando dicha capacidad; y (c) que los lectores eran sacerdotes judíos convertidos. La primera sugerencia resulta difícil a causa de las notas personales en la conclusión (13.22–25), y la forma personal directa en muchas partes del cuerpo de la epístola. Por lo tanto el segundo punto de vista es preferible, a que parecería tenerse presente una situación histórica particular, y los lectores constituían, evidentemente, un grupo aparte del cuerpo principal de la iglesia, ya que 5.12 no podría en propiedad aplicarse a toda la comunidad. Más aun, el lenguaje y los conceptos de la epístola presuponen un grupo culto, y esto acuerda apoyo a la idea de una camarilla intelectual en el seno de la iglesia local. En cuanto a la ubicación de estos cristianos judíos, se han hecho diversas sugerencias, que dependen parcialmente de las teorías sobre la paternidad. Tanto Palestina como Alejandría tienen sostenedores, la primera especialmente por los que consideran que el autor es Bernabé, pero Roma recibe mayor apoyo, debido a la alusión más bien ambigua en 13.24 (“los de Italia os saludan”). No deja de tener significación en este sentido el hecho de que la indicación más antigua del uso de esta epístola se relaciona con los escritos de Clemente de Roma. La tercera alternativa mencionada arriba, e. d. la de que los lectores eran sacerdotes convertidos, ha conquistado apoyo en los que sostienen que el argumento de la epístola habría de ser de gran pertinencia para los que acababan de apartarse de las prácticas rituales judaicas, y especialmente para los que hubiesen tenido relación con el templo de Jerusalén (Hechos señala que una gran cantidad de estas personas se convirtieron a través del ministerio de Esteban). Se ha objetado que no hay indicios de la existencia de comunidades sacerdotales separadas en el período primitivo, pero esta epístola podría, no obstante, constituir la prueba necesaria. No pareciera haber ninguna razón concluyente en contra de esta teoría, y tendrá que quedar como una interesante conjetura.

Otro punto de vista más, modificación del anterior, ve en la epístola un desafío a los cristianos judaicos restringidos, a que abracen la misión mundial. Esto se basa en ciertas semejanzas entre la epístola y el discurso de Esteban, tales como la concepción del cristianismo como sustituto del judaísmo, y el llamado preciso a los lectores a abandonar su posición presente. Pero las semejanzas no deben recalcarse excesivamente, porque el auditorio de Esteban no se componía de cristianos judíos. Sin embargo, es posible que el peligro de la apostasía fuese el rechazo del propósito divino en relación con la misión mundial. Un grupo de cristianos judíos que consideraban al cristianismo como poco más que una secta del judaísmo oficial habría de beneficiarse, por cierto, con los argumentos de la epístola, y es posible que este punto de vista logre mayor apoyo todavía.

IV. Canonicidad

Esta epístola tuvo una historia temprana interesante, en la que occidente en general se mostró más reacia a aceptarla que oriente. Mediante la influencia de Orígenes las iglesias orientales llegaron a aceptarla, mayormente sobre la base de su paternidad paulina. Mas a pesar de que ciertos Padres de la iglesia primitiva occidental la usaban (Clemente de Roma y Tertuliano), sufrió un período de eclipsamiento, hasta la época de Jerónimo y Agustín, por quienes fue plenamente aceptada, y la opinión de estos últimos resolvió la cuestión para las iglesias occidentales.

V. Fondo

Para una recta apreciación del pensamiento del autor resulta esencial comprender el ambiente en el cual se desenvolvía el autor, y sobre este tema ha habido mucha discusión. Podemos considerarlo baja cinco encabezamientos.

a. El Antiguo Testamento

Ya que todo el argumento de la epístola gira en torno a la historia y el ritual del AT, no puede negarse que el autor estaba profundamente influido por la enseñanza bíblica. De hecho, debemos notar que su perspectiva es bíblica y no judaica. Su reverencia para con el texto sagrado se desprende del cuidado con que lo cita, aunque siempre de la LXX, de la forma en que presenta las citas (p. ej. la repetición de “dice” en el cap(s). 1), y en la perspectiva estrictamente histórica con respecto a la historia del AT, por contraste con las tendencias alegóricas contemporáneas. El autor, bien versado como lo estaba en los conceptos veterotestamentarios, evidentemente ha meditado profundamente sobre el problema de la perspectiva cristiana ante el AT, y su enfoque principal gira en torno al cumplimiento en Cristo de todo lo que se anunciaba en el antiguo orden. Este tema se elabora aun más en la sección dedicada a la teología de la epístola, pero por ahora conviene notar que el autor no sólo acepta él mismo la plena autoridad de las Escrituras, sino que claramente espera que también lo hagan sus lectores.

b. El filonismo

Al final del ss. XIX existía un fuerte movimiento que suponía que la mente del autor estaba tan imbuida del pensamiento de Filón que sólo era posible entender su epístola en el marco de las exposiciones filosóficas y alegóricas de Filón. El exponente principal de este parecer fue E. Ménégoz, y una de sus presuposiciones era la de que existía una brecha entre la teología de este autor y la de Pablo, y cualquier semejanza era esgrimida con el fin de demostrar su deuda para con Filón y no con Pablo. Con todo, no es posible negar que existen algunas semejanzas. La noción del cielo como algo real, y de la tierra como nada más que un lugar de sombras, y las correspondientes antítesis entre el viejo y el nuevo pacto evidencian una tendencia semejante a la de Filón. Más aun, muchas palabras y frases pueden compararse paralelamente en ambos autores, algunas de las cuales no aparecen en ninguna otra parte del NT. C. Spicq encuentra que las semejanzas incluyen hasta cuestiones de estilo, esquemas de pensamiento, y psicología, y llega a la conclusión de que el autor era un discípulo de Filón convertido. Pero tal opinión debe ser considerada con reservas, por cuanto el autor difiere de Filón en una cantidad de cuestiones importantes. Su exégesis bíblica es más parecida a los métodos rabínicos que a los de Filón, su comprensión de la historia no es alegórica, como lo es la de Filón, y su idea de Cristo como Sumo sacerdote está lejos de las ideas abstractas de Filón sobre el Logos. Por cierto que un filonista cristiano transformaría las concepciones de su maestro, pero es dudoso que la cristología de Hebreos se encuentre en la línea de sucesión directa de Filón. Es posible que el autor se haga eco del lenguaje y las ideas de Filón, pero es indudable que sus raíces están en otra parte.

c. La tradición primitiva

Surge la cuestión de si esta epístola debe considerarse o no como una elaboración natural a partir de la teología cristiana primitiva, y si tiene conexiones íntimas con la teología paulina y la joanina, o, incluso, si constituye un intento independiente de algún autor para ocuparse del AT fuera de la corriente principal del pensamiento. Se evidencia actualmente un interés creciente en las raíces primitivas de la epístola. El intento de relacionarla con la catequesis de Esteban centra la atención en esto, pero pueden mencionarse otros aspectos de la tradición primitiva a modo de ilustración. La idea de la continuidad entre el nuevo y el viejo pacto, el interés en la vida terrena de Jesús, la comprensión de que su muerte tiene que ser interpretada, y la mezcla de intereses presentes y escatológicos, son todos elementos básicos de la tradición cristiana primitiva. El tema principal de esta epístola, con su interés predominante en el acercamiento del hombre a Dios, no podía menos que encontrar raíces en la predicación y la enseñanza primitivas. El autor ofrece muchos rasgos nuevos, tales como la entronización de Cristo, y su sumo sacerdocio celestial, pero no aporta nada que sea ajeno a esa tradición primitiva.

d. El paulinismo

Era inevitable que con la hipótesis de la paternidad paulina que privó durante tanto tiempo, la epístola se considerase como un aspecto de la teología paulina; mas con el rechazo de la paternidad paulina se inició una reacción desafortunada que rechaza toda influencia paulina. El apoyo a esta posición extrema ha disminuido; pero es innegable que hay algunas diferencias con Pablo que apoyarían la teoría de que el autor pertenecía a una corriente de tradición independiente, tal como, por ejemplo, el tratamiento diverso de la relación de Cristo con la ley, porque se nota una ausencia de esa lucha con la ley, que es tan evidente en la experiencia de Pablo. Pero las diferencias no deben transformarse en contrastes, y sigue siendo posible concebir que el autor haya estado bajo la influencia de Pablo, y al mismo tiempo reconocer su deuda para con otras influencias. De este modo se convierte en un testimonio independiente, en el sentido más real, de la reflexión cristiana primitiva sobre los grandes temas del evangelio.

e. El pensamiento joanino

El que haya relaciones estrechas entre la literatura joanina y esta epístola dependerá evidentemente de la fecha que se le asigne a la una y a la otra. Se ha sostenido que Hebreos se encuentra a mitad de camino entre Pablo y Juan en la línea del desarrollo teológico (así, por ejemplo, R. H. Strachan, The Historic Jesus in the New Testament, 1931), pero en vista de la creciente importancia que se le está acordando al carácter primitivo de la catequesis joanina, a lo cual han contribuido, en alguna medida, los testimonios de los rollos del mar Muerto, esta noción sobre el desarrollo teológico tiene que ser modificada. Los principales puntos de contacto entre Hebreos y la teología joanina son el uso común del paralelismo antitético, la concepción similar de la obra sacerdotal de Cristo, la descripción de Cristo como Pastor, la alusión a la obra propiciatoria de Cristo, y la atención que le prestan al carácter perfecto de dicha obra.

Resumiendo, el autor no es ningún anticuario cuya investigación sobre la revelación bíblica no posee pertinencia alguna para los cristianos en general, sean antiguos o modernos, sino un escritor que ofrece un aspecto vital del pensamiento cristiano, que se complementa con otras corrientes de tradición primitiva.

VI. La teología

Todo lo que ha precedido ha preparado el camino para la consideración más importante: la contribución teológica de la epístola. El punto de partida del autor consiste en considerar al cristianismo como la revelación perfecta de Dios. Esto significaba que el cristianismo no sólo vino a reemplazar a todos los otros credos, incluyendo al judaísmo, sino que él mismo no podía ser superado. La salvación que ofrece es eterna (5.9), también lo es su redención, su herencia, y su pacto (9.12, 15; 13.20), mientras que se afirma que el ofrecimiento de Cristo se ha efectuado “mediante el Espíritu eterno” (9.14). Esta idea de la perfección y del carácter perdurable del cristianismo abarca toda la epístola, y proporciona la clave para la comprensión de todos sus temas principales.

a. La cristología

La primera parte de la epístola está dedicada a demostrar la superioridad de Cristo sobre todo otro intermediario, los profetas, los ángeles, Moisés, Josué, y Aarón, pero el capítulo inicial ofrece la nota positiva y exaltada de su condición de Hijo de Dios. Dicha condición se concibe como única, por cuanto Cristo es heredero de todo y agente de la creación (1.2). Está todavía más íntimamente vinculado a Dios mismo en 1.3, donde se lo describe como la irrupción de su gloria en el mundo y la imagen misma de su naturaleza, y estas dos afirmaciones unidas excluyen los errores gemelos de la diferencia de naturalezas y la falta de distinción de personalidades. El autor parece tener claramente presente la preexistencia de Cristo. La afirmación adicional en 1.3, de que luego de efectuar la purificación, el Hijo se sentó a la diestra de la majestad en las alturas, liga esta declaración cristológica inicial con el tema posterior de la epístola, e. d. los procesos de redención. Si bien algunos han intentado, equivocadamente, descubrir en la epístola influencias del ritual de la entronización de los reyes en esa época, que se convertían en dioses, la idea de la exaltación de Cristo está firmemente arraigada en la tradición cristiana primitiva, y constituye un corolario natural de su ascensión. Cuando el autor llega posteriormente al tema del sumo sacerdocio, se propone, claramente, presentar ante sus lectores un Cristo exaltado que ya no necesita los medios litúrgicos para la purgación de los pecados.

Se menciona muchas veces la encarnación del Hijo. Fue hecho menor que los ángeles (2.9) a fin de gustar la muerte por todos, participó de la misma naturaleza que el hombre (2.14), fue hecho igual a sus hermanos en todo sentido (2.17), y puede conmiserarse de nuestras debilidades porque fue tentado en todo sentido como lo somos nosotros (4.15). Estas declaraciones constituyen un necesario preludio al tema del sumo sacerdocio, por cuanto se ha de ver que Cristo es verdaderamente representativo (cf. 5.1). La vida terrenal de Jesús recibe atención no sólo en las referencias a sus tentaciones (2.18; 4.15), sino también en las agonías experimentadas en la oración (5.7), en su perfecta obediencia (5.8), en su ministerio docente (2.3), y en su paciencia ante la hostilidad (12.3).

Pero es el oficio sacerdotal de Cristo lo que ocupa predominantemente el pensamiento del autor. El orden aarónico era bueno en su propio lugar y nivel, pero se destacan claramente sus fallas por contraste con el sacerdocio perfecto de Cristo. Esto lleva al autor a presentar el tema del misterioso *Melquisedec antes de sus exposiciones sobre la debilidad de la organización levítica (5.6, 10; 6.20–7.19). No hay forma de determinar si el autor mismo innovaba con este tema, o si lo recibió de la tradición primitiva, por cuanto no aparece elaboración alguna del mismo en ninguna otra parte del NT. Pero el Sal. 110, en el que aparece el tema, ejerció influencia poderosa en el pensamiento cristiano primitivo, principalmente por el uso que del mismo hizo nuestro Señor, y es razonable suponer que dicho salmo le proporcionó al autor su concepción de un orden sacerdotal superior. Cierto es que Filón ya había identificado a Melquisedec con el Logos, pero no es necesario apelar a Filón para dar cuenta del uso del mismo tema en esta epístola. Tampoco es justo sostener que la exposición sobre Melquisedec es enteramente especulativa, y que no tiene pertinencia moderna alguna, porque si bien el método de argumentación en 7.1ss bordea lo alegórico, el autor tiene clara la posición cristiana fundamental de que Cristo debe pertenecer a un orden superior al de Aarón, y al presentar el tema de Melquisedec justifica su afirmación de que, si bien Cristo no es sacerdote según el orden de Aarón, sin embargo no deja de ser sacerdote, y no sólo sacerdote sino también Rey.

b. La obra de Cristo

Contra Pelag el fondo de las debilidades del orden aarónico el autor destaca la neta superioridad de la obra de expiación de Cristo, y los factores principales que intervienen son: (i) el carácter definitivo del sacrificio de Cristo (7.27; 9.12, 28; 10.10); (ii) el carácter personal de su ofrecimiento, por el hecho de que se ofreció a sí mismo (9.14); (iii) el carácter espiritual del ofrecimiento (9.14); y (iv) los resultados permanentes de su obra sacerdotal, por cuanto con ella obtuvo la redención eterna (9.12). El orden aarónico, con su ritual constantemente repetido, no tenía comparación con el nuevo. Hasta la disposición del moblaje en el lugar santo y el santísimo entra en la argumentación (9.1ss), con el fin de contrastarla con el santuario más grande y más perfecto en el que entró Cristo una vez para siempre en virtud de su propia sangre. La culminación del argumento soteriológico se alcanza esencialmente en 9.14, donde Cristo aparece ofreciéndose a sí mismo “mediante el Espíritu eterno”, lo cual hace contrastar notablemente las indefensas y desafortunadas víctimas del ritual aarónico, y el ofrecimiento deliberado y voluntario que de sí mismo hizo nuestro Sumo sacerdote. La aplicación práctica de todo esto se encuentra en 10.19, donde se recomienda a los lectores la confianza en el acercamiento sobre la base de la obra sumo sacerdotal de Cristo, y esto conduce a la conclusión eminentemente práctica de la epístola.

c. Otros conceptos teológicos

Una de las palabras importantes de la epístola es “fe”, pero ella tiene un significado distinto del que tiene en el concepto paulino. Para este escritor hay muy poco del concepto dinámico de la fe que acepta la provisión de la salvación por parte de Dios (aun cuando 10.22 se aproxima a dicho concepto, y tiene que entenderse así). En el uso del concepto en la gran galería de los héroes del cap(s). 11, el escritor no nos ofrece una definición formal sino más bien una descripción de sus cualidades activas. Es esencialmente práctica, y corresponde a una perspectiva de la vida más que a una apropiación mística. De diversas maneras el autor deja aclarado el significado de la salvación cristiana, tema que lo ha impresionado profundamente por su grandeza 2.3). Se vale del Sal. 8 para presentar el hecho de que es mediante la humillación que Cristo conquistó el derecho a llevar “muchos hijos a la gloria” (2.5–10); concibe la salvación como liberación del poder del diablo (2.14–15), y también la pinta como un descanso al que acceden los creyentes como a una herencia (3.1–4.13). Los procesos de la salvación se describen como santificación (hagiasmos, 12.14; cf. 2.11; 10.10, 29; 13.12) y perfección (teleiōsis, 7.11; cf. 11.40; 12.23).

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Douglas, J. (2000). Nuevo diccionario Biblico : Primera Edicion. Miami: Sociedades Bíblicas Unidas.

Fuente: Nuevo Diccionario Bíblico