GRECIA

Dan 8:21 el macho cabrío es el rey de G, y el
Dan 10:20 al terminar .. el príncipe de G vendrá
Dan 11:2 levantará a todos contra el reino de G
Zec 9:13 despertaré a .. contra tus hijos, oh G
Act 20:2 después .. de exhortarles .. llegó a G


Grecia (heb. Yâwân; gr. Hellás). Los nombres Grecia y griegos* nos llegan a través del lat. Graecia y graecus. En el sur de Italia los romanos usaban el sustantivo Graikós; así­ llamaban a las tribus griegas que se habí­an establecido allí­. Nombre dado a la parte sur de la Pení­nsula Balcánica. La antigua Grecia estaba limitada 503 al norte por Macedonia, al este por el Mar Egeo y al oeste por el Mar Jónico. Desde sus montañas al norte (donde la cumbre más alta, el monte Olimpo, alcanza los 2.985 m) hasta su extremo sur (el cabo Matapán) hay unos 400 km. La Grecia continental es montañosa, de modo que las conexiones terrestres son difí­ciles, pero su costa es tan dentada que la mayor parte del paí­s puede alcanzarse fácilmente desde el mar. Por eso, el mar no ha sido considerado como un obstáculo para el tráfico, sino más bien un puente. Muchas islas de los mares Egeo y Jónico pertenecieron a Grecia. Los antiguos griegos también establecieron colonias en el Asia Menor, la región del Mar Negro, el sur de Italia, Cerdeña y Sicilia, el norte de ífrica y el sur de Francia. Véase Hellas en el Mapa XIII, B-1; Acaya en el Mapa XIX, D-10. I. Grecia histórica. A. Orí­genes. Los antiguos griegos remontaban su origen a la legendaria Helena, de donde proviene los nombres «helenos» (que se aplicaban a sí­ mismos) y «Hellas» (que tiene el paí­s hasta hoy). Entre los primeros griegos aparecen 4 grupos: aqueos, eolios, jonios y dorios. Hablaban diferentes dialectos de una lengua común y tení­an los mismos rasgos étnicos. Los aqueos jugaron su mayor papel en el perí­odo más antiguo, y Homero a veces se refiere a todos los griegos con el nombre de aqueos. Los jonios y los dorios fueron los grupos étnicos de mayor gravitación en tiempos posteriores, quienes fundaron, respectivamente, Atenas y Esparta, las 2 ciudades más destacadas de la Grecia continental. Los jonios también levantaron muchas ciudades costeras importantes en el oeste del Asia Menor. El AT llama a Grecia y a los griegos con el heb. Yâwân, «Jonia», quizá porque los jonios fueron los más destacados y los más representativos de todas las tribus griegas. Véase Javán. B. Grecia clásica. Por falta de documentos escritos anteriores, la historia griega comienza en el s. VIII a.C. El perí­odo anterior está envuelto en el misterio. Algunas leyendas y epopeyas versan sobre la época heroica primitiva, a las que se pueden agregar ahora los resultados de las excavaciones en sitios prehistóricos, como Micenas y Troya, que arrojan luz sobre algunas de ellas. Cuando Grecia entra en la historia, la encontramos dividida en muchas ciudades-estados, cada una de las cuales perseguí­a sus propios intereses, aunque unidas por una cultura y una lengua comunes. Ocasionalmente habí­a guerras entre ellas, pero los juegos olí­mpicos, cada 4 años, serví­an como un lazo de unión. Grecia apareció en el horizonte del pueblo hebreo como un paí­s muy lejano (Isa 66:19; Eze 27:13, 19; Dn 8:21; 10:20; 11:2; Jl. 3:6; Zec 9:13), durante los 2 siglos (700-500 a.C.) anteriores a las guerras médicas (greco-persas), mientras se poní­an los fundamentos de la literatura, la arquitectura, el arte y la filosofí­a griegos, factores determinantes de toda la cultura occidental y que sirvieron de modelo por muchos siglos. El 1er papel destacado de Grecia en la historia mundial surgió de las guerras médicas. Comenzaron en tiempos de Darí­o I, mucho después que Ciro habí­a incorporado a sus dominios las ciudades jónicas (griegas) del oeste del Asia Menor, que habí­an pertenecido a Lidia. Pero cuando los persas entraron en la patria de los griegos, ese pueblo pequeño reveló sus mejores cualidades. Los hasta entonces invencibles persas, que habí­an aplastado las fuerzas de imperios y reinos como los de Media, Lidia, Babilonia y Egipto, quedaron asombrados al padecer una humillante derrota tras otra a manos de los pequeños ejércitos griegos. Que los persas podí­an ser vencidos quedó demostrado por la vez en Maratón (490 a.C.), luego en Salamina, Platea, Micala y Eurimedón, y en otras batallas en siglos siguientes. Como resultado de estas guerras, las ciudades-estado griegas se unieron por un tiempo bajo el liderazgo de Atenas; sin embargo, apenas pasó el peligro, se dividieron otra vez. Desde aproximadamente el 479 al 431 a.C., Atenas fue el centro de los estados griegos y experimentó su siglo de oro, particularmente bajo Pericles. Luego vino la guerra del Peloponeso (431-404 a.C.), que comenzó con una pelea entre Atenas y sus colonias, pero luego incluyó a todos los estados griegos y sus flotas, y terminó con la caí­da de Atenas y la consiguiente supremací­a temporaria de Esparta (404-371 a.C.), que a su vez fue reemplazada por una breve supremací­a de Tebas (371-362 a.C.). Unos años más tarde (338 a.C.) prácticamente toda Grecia cayó en manos de Felipe de Macedonia, y poco después llegó a ser parte del Imperio Macedónico de su hijo Alejandro Magno. II. Imperio Greco-Macedónico-Perí­odo Elení­stico. En este nuevo papel los helenos, o griegos, ahora unidos con sus parientes macedonios, desempeñaron un papel importante en el poder mundial. Se deberí­a notar que la «Grecia» que venció a Persia (Dan 8:20, 21) no era la Grecia clásica de la historia, compuesta por una cantidad de ciudades-estado y de la que Atenas sobresalió, sino más bien este Imperio Greco-Macedónico de Alejandro, que siguió al perí­odo clásico, después que la 504 Grecia propiamente dicha fuera absorbida por Macedonia. A. Las conquistas de Alejandro en el Oriente. Alejandro Magno, un macedonio educado en Grecia, promovió la difusión de la lengua y la cultura griegas en todos los paí­ses conquistados por medios pací­ficos o violentos. En pocos años (334-323 a.C.) aplastó a los ejércitos persas de Darí­o III, el último rey persa, y condujo a sus soldados macedonios y griegos victoriosamente, a través del Asia Menor, Siria y Palestina, a la antigua tierra del Nilo, que cayó fácilmente en sus manos. Luego tomó Mesopotamia y la patria persa, siguiendo hasta llegar al valle del Indo. Finalmente sus soldados rehusaron continuar más allá la conquista de tierras y reinos desconocidos. Luego se dedicó a consolidar su imperio y establecer una unión entre el Oriente y el Occidente, eligiendo la antigua ciudad de Babilonia como su capital y residencia; pero su muerte acabó con sus planes de un Imperio Greco-Macedónico-Oriental. Sin embargo, uno de los resultados de sus conquistas permaneció: aunque sus sucesores lucharon por décadas entre sí­, y dividieron la herencia de Alejandro en regiones de diversos tamaños y fortaleza, éstos siguieron promoviendo la difusión de la lengua y la cultura griegas por el mundo al este del Mediterráneo. Mapa XIII. B. La civilización helení­stica. Esta cultura -que llamamos helení­stica para distinguirla de la helénica o clásica que la precedió- sobrevivió al poder polí­tico de los reinos macedonios durante siglos y modeló la civilización romana. Se la llama helení­stica por causa de que la lengua, la cultura y las costumbres griegas se esparcieron por todo el Cercano Oriente gracias a las conquistas de Alejandro, que no eran puramente griegas, sino modificadas por las costumbres macedónicas de los gobernantes y la civilización oriental de los pueblos subyugados. Pero en la región al este del Mediterráneo se llegó a hablar el griego casi universalmente, habí­a colonos griegos en casi todas partes, y las costumbres griegas fueron aceptadas por los habitantes anteriores. (Por esto los judí­os que resistieron el proceso de helenización no distinguí­an entre los griegos y los orientales helenizados, sino que hablaban de todos sus contemporáneos no judí­os como de «griegos».) C. El imperio dividido. Este mundo helení­stico, compuesto por Grecia, Macedonia y el Oriente helenizado, permaneció más o menos como una civilización greco-macedónica-oriental unificada por sus elementos griegos mucho después que perdiera su unidad polí­tica. Después de la muerte de Alejandro Magno sus lí­deres macedonios pusieron sobre el trono a su hermanastro Felipe, un retardado mental, y al hijo póstumo de Alejandro, también llamado Alejandro. Los sucesivos regentes de estos reyes tí­teres trataron de mantener unido el imperio, pero otros, que gobernaban diversos territorios como sátrapas del imperio, lucharon por dividirlo entre sí­. Apenas pasaron 20 años después de la muerte de Alejandro cuando el último pretendiente al poder central fue derrotado en la batalla de Ipso (301 a.C.) por una coalición de 4 generales (Tolomeo, Casandro, Lisí­maco y Seleuco) que dividieron el imperio en 4 reinos. En otros 20 años los 4 quedaron reducidos a 3 cuando Seleuco I, gobernante de la región oriental, conquistó la del norte. Desde entonces el territorio del imperio de Alejandro comprendió 3 reinos helení­sticos principales, más numerosos estados pequeños, inestables y de corta duración. Estos 3 reinos, regidos por los descendientes de los generales de Alejandro fueron Macedonia (incluyendo Grecia), Egipto y el Imperio Seléucida (más tarde llamado Sirio, al perder sus tierras más orientales); y continuaron hasta que el mundo helení­stico fue tomado, parte tras parte, por el creciente poder de Roma. Aunque Macedonia (146 a.C.), Siria (64/63 a.C.) y Egipto (30 a.C.) fueron anexadas como provincias romanas, los territorios retuvieron la influencia del pensamiento griego. El griego siguió siendo la lengua de la mitad oriental del Imperio Romano. Mapa XIII. III. La pení­nsula griega bajo el dominio macedónico y romano. Durante el perí­odo helení­stico, la patria griega pasó por las manos de sucesivos gobernantes macedonios, quienes con éxito parcial intentaron mantenerla bajo control. Atenas siguió siendo reconocida como lí­der intelectual del mundo griego, pero perdió su importancia comercial, mientras que Esparta intentó, sin mucho éxito, llegar a ser la dirigente polí­tica de Grecia. El resto de la nación fue en su mayor parte incorporado en una de las 2 confederaciones regionales: la Liga Etolia (que abarcaba la mayor parte de la Grecia central) y la Liga Aquea (la mayor parte del Peloponeso). En el s II a.C. cayó bajo los romanos, quienes intervinieron repetidamente en los asuntos griegos. Cuando Mumio destruyó la Liga Aquea y Corinto (146 a.C.), Grecia fue puesta bajo el gobernador de Macedonia, anexada en esa época como provincia romana. En el 27 a.C. Grecia fue organizada como una provincia separada bajo el nombre de Acaya,* con el que aparece en el NT (excepto en Act 20:2). 505 Griega, Lengua. Idioma de los antiguos griegos, de la familia indoeuropeo de lenguas. Los descubrimientos hechos después de comienzos del s XX han mostrado que se debe hacer una distinción entre el griego clásico (usado por escritores como Herodoto) y el griego posterior, llamado koine, hablado en los paí­ses que rodean la parte oriental del Mar Mediterráneo después que la conquista de Alejandro difundiera la lengua hacia el este. A esta clase de griego fue traducido el AT en Alejandrí­a durante los ss III y II a.C., versión comúnmente llamada Septuaginta (LXX), las Escrituras griegas que usaban los que hablaban griego en el tiempo de Jesús y los apóstoles. También los libros del NT fueron escritos en koine. Al usarse la lengua popular, la Biblia llegó a ser el libro del pueblo, y no una obra literaria que sólo pudiera interesar a unas pocas personas de mucha educación (fig 249). Véase Escritura. 506 ALFABETO Y NUMERALES DEL GRIEGO CLíSICO Y BíBLICO

Fuente: Diccionario Bíblico Evangélico

griego Hellas. Pení­nsula en sureste de Europa, limita al este con el mar Egeo, al sur con el Mediterráneo, y al oeste con el Jónico.

Comprendí­a un territorio peninsular y gran número de islas. Griegos es una palabra derivada del nombre en latí­n de una pequeña tribu del Epiro.

Helenos nombre con que se llamaban a sí­ mismos los griegos, que procede del de otra tribu del sur de Tesalia, según el aeda Homero. Según la mitologí­a griega, el antepasado de los griegos fue Heleno, hijo de Pirra y Deucalión, salvados del diluvio con el que castigó Zeus a la humanidad por sus costumbres depravadas. Heleno fue el padre de los pueblos griegos: sus hijos Eolo y Doro son los padres de los eolios y de los dorios, y su hijo Juto padre de los aqueos y de los jonios. En el A. T., son pocas las referencias a G., a la cual se le designa con la palabra hebrea Yaván, una variación del nombre de Ionia, Jonia, región cuyos habitantes eran llamados iones o iavones. Los jonios tomaron ítica y parte de Eubea, gran parte de las islas del mar Egeo y la estrecha franja a lo largo de la costa oeste de Asia Menor conocida como Jonia.

En el A. T. Yaván, hijo de Jafet y nieto de Noé, es el padre de esta raza de los griegos, Gn 10, 2 y 4; 1 Cro 1, 5 y 7; Is 66, 19; Ez 27, 13. G. o Yaván fueron nombres que usaron los profetas para referirse al Imperio macedonio de Alejandro Magno y al reino de los seléucidas, Dn 8, 21; 10, 20; Za 9, 13; en 1 M 1, 1, se encuentra el término Hélada, con lo que se designa una región más amplia que la misma G.

En el N. T. se usa el adjetivo griego para los nacidos en G. Otras veces, para referirse a los pertenecientes a la cultura helénica, no a su raza, como la mujer sirofenicia de nacimiento, llamada †œgriega† en Mc 7, 26; o cuando se oponen griegos a bárbaros, Rm 1, 14. Otras para indicar a los gentiles en general, como los simpatizantes del judaí­smo mencionados en Jn 12, 20; o cuando se habla de griego por oposición a los judí­os, Hch 11, 20; 17, 4 y 12; 18, 4; 19, 10 y 17; 20, 21; 21, 28; Rm 1, 16; 2, 9-10; 3, 10; 10, 12; 1 Co 1, 22-24; 10, 32; 12, 13; Ga 3, 28; Col 3, 11; en este mismo sentido, se dice helenistas en vez de griegos, Hch 9, 29. En el N. T., entiende por G. la provincia romana de Acaya, la misma provincia romana de Aquea, pues en el año 22 a. de C., Augusto, primer emperador romano, separó G. de Macedonia, Hch 20, 2; estando Pablo en Corinto, los judí­os lo prendieron y lo llevaron Galión, procónsul romano en Acaya, entre los años 51 y 52, Hch 18, 12. En esta época Corinto era la capital de Acaya, ciudad cosmopolita y comercial, con una colonia importante de judí­os y muchos habitantes de origen romano. Era famosa por las costumbres licenciosas de sus moradores.

Diccionario Bí­blico Digital, Grupo C Service & Design Ltda., Colombia, 2003

Fuente: Diccionario Bíblico Digital

Pení­nsula y archipiélago de Europa, llamada «Javán» en el primer catálogo de naciones: (Gen 10:3), y «Acaya» en el N.T.

(Hec 19:21, Hec 20:2, Rom 15:26, Dan 8:21, Zac 9:13).

En Griego se escribió el N.T., y una parte del A.T. son traducciones griegas del original hebreo.

Diccionario Bí­blico Cristiano
Dr. J. Dominguez

http://biblia.com/diccionario/

Fuente: Diccionario Bíblico Cristiano

tip, DIOS PAIS HIST RELI

ver, JAVíN, ALEJANDRO, EPICÚREOS, ESTOICOS, FILIPOS, AREí“PAGO, TESALí“NICA, GNOSTICISMO, ALEJANDRO, DANIEL

sit, a7, 260, 189

vet, El pequeño y famoso paí­s del sudeste de Europa, Javán para los hebreos, aparece en la Tabla de Naciones (Gn. 10:2, 4; cp. 1 Cr. 1:5, 7). Mencionado asimismo en Is. 66:19. (Véase JAVíN.) Su lí­mite norte no ha quedado nunca exactamente determinado, pero se puede hacer pasar por la cadena del Olimpo. Al sur, el lí­mite era el Mediterráneo, al este el Egeo, al oeste el Jónico y el Adriático. Comprende también el archipiélago de la Hélade, y, antiguamente, la zona costera occidental de la actual Turquí­a. En la época en que el Mediterráneo era el gran vehí­culo de la civilización, Grecia gozó, gracias a su situación, de privilegios singulares. La verdadera historia de Grecia comienza con sus primeros documentos, desde la primera Olimpiada, en el año 776 a.C. Antes, durante el perí­odo conocido como heroico, la historia está tan mezclada con las leyendas que es difí­cil desentrañar entre hechos y mitos. Sin embargo, parece cierto que los griegos descendí­an de cuatro tribus. Afirmaban tener un antepasado común, Heleno. En el seno de estas tribus, los eolios y los aqueos jugaron un gran papel durante la era heroica. En ocasiones, Homero aplica el nombre de aqueos a todos los griegos. Las otras dos tribus, los dorios y los jonios, ascendieron en importancia en la época histórica; los atenienses descendí­an de los jonios; los espartanos, de los dorios. Así­, la época heroica, señalada por la expedición de los Argonautas, la guerra de Troya, etc., acaba con una época de transición, y a su fin, después de una serie de invasiones, hallamos a los dorios en el Peloponeso, a los eolios en el centro del paí­s, a los jonios en Esparta. (a) CIUDADES: Las ciudades se organizaban de manera independiente e incluso de manera sumamente contrapuesta. Se puede seguir brevemente el desarrollo histórico de Grecia hasta Alejandro Magno con el hilo conductor de las siguientes ciudades: Atenas, Esparta, Corinto y ciudades de Jonia. Atenas. Tras la destrucción de Micenas, hubo una emigración de micenos a Atenas, que aportaron sus artes y conocimientos a un esplendoroso desarrollo de la ciudad. Una rebelión llevó en el año 700 a.C. al final de la monarquí­a en la ciudad, que vino a ser gobernada por un consejo de nobles. Estos oprimieron a los campesinos bajo un régimen feudal. Esta situación abocó a un gran malestar social y, en el año 564 a.C., un noble llamado Solón propuso una reforma agraria. Esta fue rechazada, y el estallido se hizo inevitable. Tras una revolución, se impuso un poderoso guerrero, Pisí­strato, en el año 560 a.C., como Tirano. Este desterró a los nobles, e implantó la reforma agraria. Vino un esplendoroso desarrollo de las artes y de las letras, llegando Atenas a ser el centro cultural de Grecia. A la muerte de Pisí­strato hubo un cierto periodo de turbulencia. Su sucesor, Cleí­stenes, destruyó totalmente el poder de los nobles que se habí­an vuelto a levantar y estableció un régimen de gobierno que condujo gradualmente a una especie de democracia popular. Las cuestiones de legislación y de gobierno se dirimí­an en una asamblea popular, participando en ésta todos los ciudadanos mayores de 20 años. Se debe tener en cuenta que no eran ciudadanos ni los esclavos ni las mujeres, y desde luego tampoco los extranjeros. Esta asamblea popular era asesorada por un Consejo de los Quinientos, que era elegido por suertes entre todos los ciudadanos, no por elección. En este régimen de gobierno es donde se destacaron personajes como Pericles y Demóstenes, grandes y elocuentes oradores. En Atenas privaba el sentido civil de la vida. Esparta. Esparta presentaba un acusado contraste con Atenas. Era un estado totalitario y guerrero, donde el individuo sólo viví­a en función del estado. Toda la cultura y organización se centraba en afianzar el dominio sobre los pueblos sometidos como esclavos, mediante la creación de una fiera casta de soldados que fueran imbatibles. Su sentido de la vida era militar, no civil. Sus contribuciones a la literatura, arte o arquitectura fueron mí­nimas. Corinto. Corinto, por su parte, estaba gobernada por dictadores que debí­an mantener el apoyo de sus ciudadanos. Notable entre ellos fue Periandro. Jonia. Jonia, las costas de Asia Menor, era la base de diversas ciudades fundadas por los griegos, como Efeso, Mileto, Pérgamo, etc. De esta manera, se puede decir que el mar Egeo, cerrado al norte por el Helesponto y al sur por la isla de Creta, era el mar del mundo griego. Las ciudades griegas siguieron así­ un desarrollo separado e independiente hasta la crisis del año 550 a.C. Creso de Lidia fue entonces derrotado por Ciro de Persia. En el año 500 a.C., hubo una rebelión de las ciudades griegas de Jonia contra Darí­o Histaspes, apoyadas por fuerzas provenientes del territorio europeo. Persia hizo una campaña de castigo victoriosa, destruyendo Mileto. Entonces emprendió Darí­o una campaña contra la Grecia propia. En el año 490 a.C. hubo una expedición naval en el mar Egeo. Entonces lograron los atenienses una gran victoria en Maratón sobre el ejército persa que habí­a desembarcado y avanzado hacia el interior del territorio griego. Con un ataque por sorpresa, el general Miltí­ades consiguió imponerse a un ejército persa muy superior. Esto llevó a la reacción del imperio persa bajo el sucesor de Darí­o, Jerjes (el Asuero del libro de Ester), que invadí­a Grecia y derrotaba a los griegos en las Termópilas en el año 480 a.C. Temí­stocles, con una astuta maniobra de sus ligeras naves, destruyó el poderí­o naval persa en la batalla de Salamis. En el año 479 quedaba definitivamente alejada la amenaza persa con la victoria griega de Plataea. De esta manera, la confederación griega bajo Atenas (Liga Delia) habí­a conseguido la liberación de Jonia, y la seguridad de la zona. Sin embargo, cuando algunas ciudades quisieron desligarse de una confederación hecha con fines provisionales, se encontraron con un poderí­o ateniense no dispuesto a perder su hegemoní­a. Frente a este intento de formación de un Imperio Ateniense se formó la Liga Espartana, empezando una serie de luchas intestinas, llamada la Guerra del Peloponeso (431-404 a.C.), que finalizó con la derrota de Atenas, el intento de Esparta a su vez de lograr la hegemoní­a, y la derrota de Esparta en Naxos (376 a.C.). Una situación que desembocó en una postración que llevó al final a la conquista de Grecia por parte de Filipo II de Macedonia, a pesar de los esfuerzos de Demóstenes, y que culminó en el año 338 a.C., tras la batalla de Cheronea. Su hijo Alejandro Magno se lanzarí­a a la conquista del Imperio Persa. (Véase ALEJANDRO.) Tras la división del imperio de Alejandro y de la gradual pérdida de poderí­o de Grecia, diversas circunstancias polí­tico-militares llevaron a los romanos a la conquista de Grecia, incorporada al Imperio desde el año 146 a.C. con el nombre de Acaya. (b) HISTORIA POSTERIOR. Incorporada en el año 146 a.C. al Imperio Romano, Grecia vino a formar parte del Imperio de Oriente, o Imperio Bizantino, durante la Edad Media. Los cruzados se posesionaron de ella en el siglo XIII. En el siglo XIV fue conquistada por los turcos, bajo cuyo yugo estuvo hasta la sublevación de 1821. Después de duras batallas se logró la independencia, con la ayuda de Francia, Inglaterra y Rusia, que destruyeron el poderí­o turco en la batalla naval de Navarí­n (1827). La independencia griega fue formalmente reconocida en la Conferencia de Londres (1830). Con los Tratados de Bucarest de 1919-1920 adquirió territorios en la misma Asia Menor, de la que fue expulsada por la revolución nacionalista turca (1922) iniciada en 1920 por Mustafá Kemal «Ataturk». Agredida por Italia en 1940, presentó una eficaz resistencia, que se derrumbó ante la intervención de las tropas alemanas en 1941. Liberada en 1944 de los alemanes, cayó en una guerra civil entre partisanos comunistas y tropas realistas. Después de varias incidencias es, desde 1974, una república. (c) RELIGIí“N EN GRECIA Fue durante las edades oscuras que los griegos desarrollaron sus ideas acerca de sus dioses y la vida. No se dan entre ellos dogmas ni magia, sacerdotes ni supersticiones. Sus dioses eran unos seres que habí­an sido humanos y que habí­an llegado a la inmortalidad. Se creí­a que los dioses griegos viví­an en palacios espléndidos, en la cumbre del monte Olimpo en el norte de Grecia. Sin embargo, en lugar de permanecer siempre allí­, descendí­an a la tierra con frecuencia, inmiscuyéndose muchas veces en los asuntos de los humanos. En los mitos se les ve con frecuencia actuando como niños malcriados, con regañinas entre ellos. En caso de que hubiera un hombre que llegara a ser un gran héroe, se le permití­a unirse a los dioses, llegando a formar parte de los inmortales. Un ejemplo de la mezquindad de los dioses griegos en la mitologí­a es que Zeus, el padre de los dioses, es presentado como un marido acobardado, siempre intentando que su vigilante esposa Hera no se enterara de lo que hací­a. Mitos célebres son los de Prometeo, robando el fuego de los dioses y dándolo a los humanos, por lo que fue condenado a un suplicio eterno. Otro es el de Orestes. La madre de Orestes, Clytemnistra, habí­a dado muerte a su marido Agamenón, padre de Orestes. Clytemnistra murió a su vez a manos de Orestes, su propio hijo. Por este crimen de matricidio fue perseguido por las Furias. Los poemas de Homero, por su parte, representan a los dioses apareciendo a los hombres para dirigirlos, alentarlos o detenerlos. Así­, el panteón de dioses griegos puede recapitularse de la siguiente manera: Zeus, dios del cielo; Hera, su hermana y esposa, diosa del fuego doméstico y del matrimonio. Deméter, de la agricultura. Poseidón, del mar. Hefaí­stos, de la fragua y el fuego. Ares, de la guerra. Apolo, de la luz, la música, el conocimiento; Artemisa, su hermana, de la caza, el pudor, la inocencia. Hermes, de los ladrones y los comerciantes, la suerte y la riqueza. Atenea, del trabajo manual, la sabidurí­a, las artes y las ciencias. Dionisos, dios del vino (equivalente a Baco entre los romanos). Afrodita, diosa de la belleza y del amor. Posteriores desarrollos son las escuelas órfica y pitagórica, con las que aparecen nuevas creencias acerca de la existencia de una vida futura con recompensas y castigos. Los cultos de los misterios (Eleusis) aseguran a los iniciados una vida después de la muerte. Hay posteriores adiciones, entre las que se destacan la introducción del culto orgiástico de Dionisos, en el siglo VII a.C., y en el siglo IV el de Esculapio, el dios de la medicina. (d) FILOSOFíA EN GRECIA Frente a todas estas creencias y prácticas idolátricas, y una degeneración de las costumbres, surgió una profunda falta de satisfacción y descreencia en los mitos y dioses del politeí­smo. Surge así­ la corriente de la filosofí­a, que intenta buscar la verdad por los propios medios del razonamiento humano. Es una larga historia en el callejón sin salida de una búsqueda a tientas, en la que lo más válido fueron las preguntas planteadas. La respuesta sólo podrí­a ser dada por la revelación divina, que se deberí­a aceptar con una humildad difí­cilmente existente en la mentalidad racionalista. Se dio así­ una larga andadura explorando todas las posibles avenidas para llegar a conocer la razón de la existencia del hombre, su origen y destino, su naturaleza, la naturaleza y personalidad del Dios que se entreveí­a detrás de todo, si es que podí­a llegar a ser conocido. Son varias las escuelas de pensamiento que se desarrollaron: (A) Tales de Mileto puede ser considerado como el primer filósofo conocido (624-546 a.C.). Veí­a en el agua el principio fundamental de todo lo existente. (B) Anaximandro (611-546 a.C.) es el primero del que tenemos noticias que propusiera abiertamente el transformismo de las formas vivientes. Sugirió que los hombres provení­an de los peces. (C) Pitágoras de Samos (580-500 a.C.) funda una sociedad de iniciados que buscan en la armoní­a de los números la esencia última del universo, reduciéndolo todo a la matemática, y proponiendo la transmigración de las almas. (D) Parménides de Elea (475 a.C.) esboza la idea de que el pensamiento es la única y verdadera realidad, llegando a desarrollar un panteí­smo monista. (E) Empédocles (450 a.C.) enuncia el principio de que el universo está formado por cuatro elementos (el agua, el aire, la tierra y el fuego), que interaccionan entre sí­ en base a dos fuerzas, el amor (que busca la unión), y el odio (que busca la separación). (F) Demócrito de Abdera (nacido alrededor del año 470 a.C.) propone un sistema atómico, en el que una gran multitud de átomos, con gran diversidad de formas, y en movimiento, entrando en multitud de combinaciones, dan todas las formas existentes en el universo. Para él, todo, inclusive la vida, es materia y movimiento. Reconoce una naturaleza en la que hay ley, pero no propósito. Es el padre del materialismo mecanicista. Discí­pulos suyos fueron Epicuro y Lucrecio, que llevó a su extremo lógico de la desesperanza este sistema ateo. (G) Platón (427-347 a.C.), discí­pulo del célebre Sócrates (469-399 a.C.) se opone al relativismo y llega al idealismo, en el que la realidad última reside en el mundo de las Ideas, plasmadas sólo imperfectamente en el mundo de la materia. Propone un estado paternalista totalitario. (H) Aristóteles de Estagira (324-322 a.C.) fue discí­pulo de Platón. Fundó el Liceo de Atenas, y fue instructor de Alejandro Magno. En sus obras se dedicó a clasificar y sistematizar todo el saber de su época. Fue el fundador de la lógica formal o lógica aristotélica, intentando lograr un sistema coherente del universo en sus distintas relaciones. Después de Aristóteles, la filosofí­a griega entró en un lento proceso de decadencia. Se puede decir que Aristóteles habí­a sido el punto culminante. Tras él viene un descenso a movimientos como el epicureí­smo (véase EPICÚREOS), fundado por Epicuro (341-270 a.C.) y el estoicismo (véase ESTOICOS), fundado por Zenón de Kition (336-264 a.C.). Otra poderosa fuerza en esta decadencia es el nacimiento del escepticismo y la doctrina enunciada por Pirro (360-270 a.C.), que afirma la imposibilidad de un conocimiento cierto (agnosticismo). Se llega a una absoluta desconfianza en los sentidos y en la capacidad de raciocinio para llegar a un conocimiento verdadero. Se desemboca así­ en una postura ecléctica en la que todo cabe, por cuanto se ha llegado a una total desesperanza de poder llegar a conocer la verdad. Se rechazan los dogmas y sólo se admiten opiniones. Tenemos así­ en la filosofí­a griega la raí­z de la historia del pensamiento occidental en su intento de lograr un conocimiento verdadero aparte de Dios, por el solo raciocinio humano. A un optimismo inicial sigue una desesperanza total, y la asunción de posturas materialistas, fatalistas, y/o cómodas. (e) EVANGELIZACIí“N DE GRECIA El primer punto en el que el Evangelio fue proclamado en Europa fue Filipos, en Macedonia (véase FILIPOS). La siguiente ciudad que se menciona es Tesalónica (véase). Pero fue en Atenas donde el Evangelio chocó con la filosofí­a. Filósofos de los epicúreos y de los estoicos quisieron oí­r a Pablo, y le trajeron al Areópago, que estaba situado cerca de la Acrópolis (véase AREí“PAGO). Allí­ pronunció un discurso que inició con el tema de «EL DIOS NO CONOCIDO». Efectivamente, con todas sus especulaciones y pretensión, la sabidurí­a de este mundo no ha conocido a Dios (cp. 1 Co. 1:21, 22-30; 2:4-7). El hombre debe aceptar el conocimiento que sólo Dios puede impartir: el conocimiento verdadero acerca del hombre, de su origen, de su caí­da en pecado, de su necesidad, de la paciencia de Dios y de su juicio venidero, y de la provisión que El ha preparado en Cristo de salvación para todo el que cree. Todo esto lo esbozó Pablo en su discurso en el Areópago, ante aquella compañí­a de filósofos. Especialmente directa es su evaluación de todos los esfuerzos del hombre aparte de Dios: «Dios, habiendo pasado por alto los tiempos de esta ignorancia, ahora manda a todos los hombres en todo lugar que se arrepientan» (Hch. 17:30). Es de notar que la doctrina de la resurrección (Hch. 17:31-32) se enfrentaba abiertamente al concepto griego de liberación del alma del cuerpo. Allí­ es donde dejaron de escuchar, al no poder aceptar, como tantos hoy en dí­a, esta verdad fundamental e histórica sobre la que se basa nuestra fe: el Cristo verdadero y objetivamente resucitado, vencedor de la muerte, que nos introduce, una vez efectuada la reconciliación por su muerte, en la esfera de la vida de resurrección. «Unos se burlaban, y otros decí­an: Ya te oiremos acerca de esto otra vez» (Hch. 17: 32). «Los griegos buscan sabidurí­a» (1 Co. 22). Pero la sabidurí­a de Dios llega mucho más alto que la de los hombres. En su Primera Epí­stola a los Corintios, el apóstol Pablo tuvo que enfrentarse a las tendencias filosóficas que pretendí­an negar el hecho de la resurrección tratando de imponer en la iglesia las concepciones filosóficas griegas. Todo el capí­tulo 15 de dicha epí­stola es una vehemente defensa de este hecho capital frente a las especulaciones racionalizantes. Posteriormente, los efectos corruptores de la aplicación de los conceptos de la filosofí­a griega hallarí­an expresión en el gnosticismo, que era una mezcla de idealismo griego y dualismo persa con otros elementos mí­sticos y vocabulario cristiano (véase GNOSTICISMO). Más tarde, las filosofí­as de Platón y de Aristóteles serí­an usadas para la erección de unas teologí­as ajenas en su espí­ritu a la revelación de Dios en su palabra. La acción de los Reformadores nos devolvió el legado de la «Sola Scriptura», a la que nos encomendó el apóstol Pablo, en su discurso de despedida a los ancianos de Efeso: «Os encomiendo a Dios, y a la palabra de su gracia, que tiene poder para sobreedificaros y daros herencia con todos los santificados» (Hch. 20:32). Así­, la historia de la filosofí­a griega es la historia del pensamiento humano autónomo. Comenzando con grandes vuelos, llega a un punto culminante. No habiendo hallado una respuesta que satisfaciera al hombre entero, que sólo puede hallar su satisfacción en Dios (cp. Ec. 3:11) previa la reconciliación con El, la filosofí­a empieza su declinar, hasta que llega a la etapa existencialista desesperanzada. Este ciclo de la filosofí­a griega, hecho en ignorancia (cp. Hch. 17:30) se ha repetido en la civilización occidental a raí­z del «Renacimiento» e «Ilustración», sumida ahora en la «angustia vital». Pero en occidente no ha sido en ignorancia, sino en apostasí­a, con el deliberado abandono de una revelación dada en Cristo. (f) Grecia en la Profecí­a. Véanse ALEJANDRO y DANIEL.

Fuente: Nuevo Diccionario Bíblico Ilustrado

Siempre fue un enigma determinar quiénes fueron los griegos. El idioma es indoeuropeo, y la ubicación más antigua que se conoce se encontraba en los estados micenios del Peloponeso (como se ha determinado por el reciente desciframiento de la escritura lineal B), en el 2º milenio a.C. Cuando irrumpen en la historia, ya avanzado el 1º milenio, pertenecen indistintamente a cualquiera de los lados del Egeo.

El primer florecimiento de las dos instituciones que fueron símbolo del helenismo, la filosofía especulativa y el gobierno republicano, se produjo, aparentemente, en la costa jónica de Asia Menor. Jonia es quizás la Javán del AT (Is. 66.19). La extensión que abarcaban los asentamientos griegos nunca se mantuvo estática. Desde muy temprano las repúblicas se establecieron en todo el mar Negro, Sicilia, y el S de Italia, y aun en lugares tan alejados hacia el O como Marsella y España. Después de Alejandro hubo estados griegos en oriente también, en lugares tan distantes como la India. Bajo el control seléucida, y especialmente el romano, las antiguas y ricas naciones del Asia Menor y el Levante fueron divididas sistemáticamente en muchos cientos de repúblicas griegas, y sólo las regiones más atrasadas quedaron bajo gobiernos autóctonos, reales o sacerdotales. Esta fragmentación política fue siempre característica de los griegos, como también la consiguiente subordinación a las potencias extranjeras. Grecia nunca fue una entidad política. “El rey de Grecia” (yāwān, Dn. 8.21) debe ser uno de los gobernantes macedonios, Alejandro o un Seleucida, que controlaba los asuntos de muchos estados griegos, pero nunca de todos. “Grecia” (Hellas) en Hch. 20.2 debe referirse a la provincia romana de *Acaya, que, si bien contenía muchos antiguos estados griegos, en esa época ya casi se había convertido en una zona más bien atrasada del helenismo.

Por otra parte, la siempre creciente difusión de las instituciones griegas produjo unificación a un nivel diferente. Todo el Mediterráneo oriental, y muchas otras regiones, alcanzaron el nivel general de civilización que proporcionaba el helenismo. Las espléndidas ruinas que hoy se encuentran indiscriminadamente por esas regiones son testigos mudos de la opulencia de los estados, y de su grado de uniformidad. La idea de una vida libre y cultivada en una pequeña comunidad autónoma, que una vez fue el orgullo de unos cuantos estados egeos únicamente, ya se aceptaba en forma prácticamente universal. *Atenas seguía siendo la cuna del saber, pero Pérgamo, Antioquía, y Alejandría, y muchas otras ciudades en el nuevo mundo, rivalizaban con ella o la eclipsaron.

Los estados no sólo proveían educación, sino también excelente entretenimiento, y una amplia variedad de servicios relacionados con la salud y el bienestar social, en mayor medida que la mayoría de las comunidades modernas. Ser miembro de una de esas repúblicas, y hablar la lengua griega, eran las marcas de una persona civilizada (Hch. 21.37–39). Esa persona podía considerarse griega, cualquiera fuera su raza (Mr. 7.26); todos los demás eran “bárbaros” (Ro. 1.14, °vm). El término “helenistas” en Hch. 6.1; 9.29 (°vm) indica, presumiblemente, que esta distinción se aplicaba aun dentro de la comunidad étnica judía. No obstante, el vocablo “griego” (hellēn, Hch. 11.20; 19.17; Ro. 1.16, etc.) es el que regularmente se emplea en el NT para los no judíos, y virtualmente equivalía a “gentil”. Con frecuencia había *griegos relacionados con las sinagogas como observadores (Jn. 12.20; Hch. 14.1; 17.4; 18.4), pero se preservaba celosamente la exclusividad de Israel como nación. El angustioso alumbramiento del evangelio desde esa matriz constrictiva fue lo que marcó el origen de la religión cristiana en su forma universal. La traducción del hebreo al griego abrió el evangelio a todos los hombres civilizados y produjo, también, el NT.

Bibliografía. L. Cummings, Alejandro el Grande, 1949; A. J. Toynbee, Civilización helénica, Edit. Emecé; W. Durant, La vida de Grecia, 1952 (2 tt.); M. Rostoutzeff, Historia social y económica del mundo helenístico, 1967 (2 t(t).) ; J. Leipoldt, W. Grundmann, El mundo del Nuuevo Testamento, 1973; H. Metzger, Las rutas de san Pablo en el oriente griego, 1962, pp. 7–12.

A H. M. Jones, The Greek City from Alexander to Justinian, 1940; M. I. Finley, The Ancient Geeks, 1963; A Andrewes, The Greeks, 1967; M. Hengel, Judaism and Hellenism, 1974.

E.A.J.

Douglas, J. (2000). Nuevo diccionario Biblico : Primera Edicion. Miami: Sociedades Bíblicas Unidas.

Fuente: Nuevo Diccionario Bíblico