GLORIA

v. Fama, Honor, Majestad
Exo 16:10 la g de Jehová apareció en la nube
Exo 24:16 la g de Jehová reposó sobre el monte
Exo 33:18 dijo: Te ruego que me muestres tu g
Exo 40:34 la g de Jehová llenó el tabernáculo
Lev 9:23 g de Jehová se apareció a todo el pueblo
Num 14:21 vivo yo, y mi g llena toda la tierra
1Sa 4:21 diciendo: ¡Traspasada es la g de Israel!
1Sa 15:29 el que es la G de Israel no mentirá, ni
1Ki 3:13 te he dado .. no pediste, riquezas y g
1Ki 8:11; 2Ch 5:14; Eze 43:5 la g de Jehová había llenado la casa
1Ch 16:24 cantad entre las gentes su g, y en
1Ch 29:11 tuya es, oh Jehová .. el poder, la g
1Ch 29:25 a Salomón .. le dio tal g en su reino
2Ch 1:11 no pediste riquezas, bienes o g, ni la
Ezr 10:11 g a Jehová Dios de vuestros padres
Job 19:9 me ha despojado de mi g, y quitado la
Psa 8:5 le has .. lo coronaste de g y de honra
Psa 19:1 los cielos cuentan la g de Dios, y el
Psa 29:2 dad a Jehová la g debida a su nombre
Psa 49:16 cuando aumenta la g de su casa
Psa 62:7 en Dios está mi salvación y mi g; en
Psa 63:2 para ver tu poder y tu g, así como te he
Psa 66:2 cantad la g de su nombre; poned g en
Psa 72:19 toda la tierra sea llena de su g. Amén
Psa 85:9 para que habite la g en nuestra tierra
Psa 89:17 porque tú eres la g de su potencia, y por
Psa 90:16 aparezca en tus .. tu g sobre sus hijos
Psa 96:3 proclamad entre las naciones su g, en
Psa 97:6 justicia, y todos los pueblos vieron su g
Psa 104:1 Jehová Dios mío .. te has vestido de g
Psa 104:31 sea la g de Jehová para siempre
Psa 111:3 g y hermosura es su obra, y su justicia
Psa 115:1 no a nosotros, sino a tu nombre da g
Psa 145:11 la g de tu reino digan, y hablen de tu
Pro 14:28 en la multitud del .. está la g del rey
Pro 25:2 g de Dios es encubrir un asunto; pero
Pro 25:27 es bueno, ni el buscar la propia g es g
Isa 5:14 descenderá la g de ellos, y su multitud
Isa 24:16 oímos cánticos: G al justo. Y yo dije
Isa 35:2 g del Líbano le será dada, la .. de Sarón
Isa 40:5 se manifestará la g de Jehová, y toda
Isa 40:6 hierba, y toda su g como flor del campo
Isa 42:8 y a otro no daré mi g, ni mi alabanza
Isa 43:7 para g mía los he creado, los formé
Isa 58:8 y la g de Jehová será tu retaguardia
Isa 60:1 y la g de Jehová ha nacido sobre ti
Isa 60:15 haré que seas una g eterna, el gozo de
Isa 61:3 que a los afligidos de Sion se les dé g en
Isa 66:18 las naciones .. vendrán, y verán mi g
Isa 66:19 publicarán mi g entre las naciones
Jer 2:11 trocado su g por lo que no aprovecha
Jer 13:16 dad g a Jehová Dios vuestro, antes que
Jer 33:9 me será a mí por nombre de gozo .. de g
Eze 1:28 esta fue la visión de .. de la g de Jehová
Eze 10:4, 18 la g de Jehová se elevó de encima del
Eze 39:21 pondré mi g entre las naciones, y todas
Hab 2:14 tierra será llena .. de la g de Jehová
Hab 3:3 su g cubrió los cielos, y la tierra se llenó
Hag 2:7 y llenaré de g esta casa, ha dicho Jehová
Mat 16:27 vendrá en la g de su Padre
Mat 24:30; Mar 13:26 vendrá en las nubes con gran poder y g
Luk 2:9 y la g del Señor los rodeó de resplandor
Luk 2:14 ¡g a Dios en las alturas, y en la tierra
Luk 2:32 a los gentiles, y g de tu pueblo Israel
Luk 4:6 te daré toda esta potestad, y la g de ellos
Luk 14:10 tendrás g delante de los que se sientan
Luk 17:18 ¿no hubo quien volviese y diese g a Dios
Luk 24:26 padeciera .. y que entrara en su g?
Joh 1:14 vimos su g, g como del unigénito del
Joh 2:11 Caná .. manifestó su g; y sus discípulos
Joh 5:41 g de los hombres no recibo
Joh 7:18 el que habla por su .. su propia g busca
Joh 8:50 yo no busco mi g; hay quien la busca
Joh 8:54 si yo me glorifico a mí .. mi g nada es
Joh 12:43 amaban más la g de los hombres que
Joh 17:5 glorifícame .. con aquella g que tuve
Joh 17:22 la g que me diste, yo les he dado, para
Joh 17:24 para que vean mi g que me has dado
Act 12:23 hirió, por cuanto no dio la g a Dios
Rom 2:7 que .. buscan g y honra e inmortalidad
Rom 3:23 todos .. están destituidos de la g de Dios
Rom 8:18 no son comparables con la g venidera
Rom 11:36 a él sea la g por los siglos. Amén
1Co 9:15 antes que nadie desvanezca esta mi g
1Co 10:31 cosa, hacedlo todo para la g de Dios
1Co 11:7 el varón .. él es imagen y g de Dios
1Co 15:40 une es la g de los celestiales, y otra la
1Co 15:43 se siembra en deshonra, resucitará en g
2Co 1:14 habéis entendido que somos vuestra g
2Co 3:7 si el ministerio de muerte .. fue con g
2Co 3:7 la g de su rostro, la cual había de perecer
2Co 3:11 si lo que perece tuvo g, mucho más
2Co 3:18 mirando .. en un espejo la g del Señor
2Co 4:6 conocimiento de la g de Dios en la faz de
2Co 4:17 cada vez más excelente y eterno peso de g
2Co 11:10 no se me impedirá esta mi g en .. Acaya
Eph 1:6 para alabanza de la g de su gracia, con la
Eph 3:21 a él sea g en la iglesia en Cristo Jesús
Phi 1:26 que abunde vuestra g de mí en Cristo
Phi 3:19 cuyo dios es el .. cuya g es su vergüenza
Phi 3:21 que sea semejante al cuerpo de la g suya
Phi 4:20 al Dios y Padre nuestro sea g por los
Col 1:27 dar a conocer las riquezas de la g de
Col 3:4 también seréis manifestados con él en g
1Th 2:6 ni buscamos g de hombres .. ni de otros
1Th 2:20 vosotros sois nuestra g y gozo
2Th 2:14 para alcanzar la g de nuestro Señor
1Ti 3:16 creído en el mundo; recibido arriba en g
Heb 1:3 siendo el resplandor de su g, y la imagen
Heb 2:7 le coronaste de g y de honra, y le pusiste
Heb 2:10 habiendo de llevar a muchos hijos a la g
Heb 3:3 de tanto mayor g que Moisés es .. digno
1Pe 1:11 el cual anunciaba .. las g que vendrían
1Pe 1:24 y toda la g del hombre como flor de la
1Pe 2:20 ¿qué g es, si pecando sois abofeteados
1Pe 4:13 en la revelación de su g os gocéis con
1Pe 5:1 participante de la g que será revelada
1Pe 5:4 recibiréis la corona incorruptible de g
1Pe 5:10 mas el Dios de .. que nos llamó a su g
2Pe 1:3 que nos llamó por su g y excelencia
2Pe 1:17 le fue enviada desde la .. g una voz que
Jud 1:24 presentaros sin mancha delante de su g
Jud 1:25 al único y sabio Dios .. sea g y majestad
Rev 4:11 digno eres de recibir la g y la honra
Rev 7:12 la g .. sean a nuestro Dios por los siglos
Rev 14:7 temed a Dios, y dadle g, porque la hora
Rev 19:7 gocémonos y alegrémonos y démosle g
Rev 21:23 la g de Dios la ilumina, y el Cordero


es la manifestación de los atributos de Dios. Del poder de Dios, como cuando sacó a los israelitas de Egipto: †œYo haré que el faraón se obstine y os persiga; entonces manifestaré mi g. sobre el faraón y sobre todo su ejército, y sabrán los egipcios que yo soy Yahvéh†, Ex 14, 4/17/ 18. En el A. T. la g. de Dios es la manifestación sensible de la presencia divina, como en el fuego en la cumbre del monte Sinaí­ ante los israelitas, Ex 24, 17; Dt 4, 36; 5, 24; la nube en el desierto, Ex 16, 10; cuando Moisés terminó los trabajos del Santuario, Yahvéh tomó posesión de él: †œLa Nube cubrió entonces la Tienda del Encuentro y la g. de Yahvéh llenó la Morada†, Ex 40, 34-35; igual sucedió en el Templo de Salomón; por lo que el rey dijo: †œYahvéh puso el sol en los cielos, pero ha decidido habitar en densa nube†, 1 R 8, 10-12. Ezequiel en su visión ve cómo la g. de Yahvéh abandona Jerusalén antes de su asedio y destrucción, Ez 9, 3; 10, 4 y 18-19; 11, 22-23; y retorna al nuevo Santuario, Ez 43.

En el N. T. el verdadero reflejo de la g. de Dios es Jesús, su hijo, Hb 1, 3; en él hemos contemplado la g. de Dios, Jn 1, 14. La g. de Jesús se manifestó en los signos que hizo, el primero de los cuales fue el llevado a cabo en las bodas de Caná, Jn 2, 6-11; en la resurrección de Lázaro, Jn 11, 4; sin embargo, estos signos son una pequeña muestra de su g., mientras llega su plena manifestación con la resurrección, como les dice Jesús a los judí­os, de manera figurada, sin que lo entendieran, cuando le pidieron un signo; †œDestruid este santuario y en tres dí­as lo levantar醝, Jn 2 , 18-19; y es que Jesús, según el oráculo del profeta, Is 52, 13, debí­a ser levantado, morir en la cruz, para volver al Padre, de donde habí­a venido, y a la g. que tení­a a su lado, †œantes que el mundo fuese†, Jn 17, 5. Con la ascensión, Jesús fue glorificado y está †œsentado a la diestra de Dios†, Mc 16, 19; Lc 22, 69; Col 3, 1; Rm 8, 34; Hb 12, 2. Esteban, cuando iba a ser lapidado, vio la g. de Dios y a Jesús de pie a la diestra de Dios, Hch 5, 55-56. El cristiano justificado por la fe, está llamado a la g., Rm 5, 1-2;de suerte que los sufrimientos presentes son nada comparados con la g. que se ha de manifestar en el creyente, la resurrección, Rm 8, 18-23; 1 Ts 4, 13-18; la herencia de los santos, Ef 1, 18; la vida eterna, Tt 1, 2; la visión de Dios, 1 Jn 3, 2; la salvación, 1 Ts 5, 9. Por la redención llevada a cabo por Jesús en la cruz, el creyente refleja como en un espejo la g. del Señor, se va transformando en esa misma imagen cada vez más glorioso, el cristiano se transforma por el Espí­ritu en una imagen cada vez más perfecta de Dios en Cristo, 2 Co 3, 18. G. también, es la alabanza que el hombre rinde a Dios por su infinita grandeza y bondad, como las ® doxologí­as que se encuentran en las Escrituras. Hay en éstas exhortaciones a alabar la g. de Dios, Sal 29 (28), 1-2; 95 (94), 6; 96 (95), 7-8; 149, 5; 150.

Diccionario Bí­blico Digital, Grupo C Service & Design Ltda., Colombia, 2003

Fuente: Diccionario Bíblico Digital

La palabra heb. traducida así­, kabod, significa el peso y por lo tanto el valor de algo, como cuando decimos que la palabra de alguien tiene peso. La gloria de Dios es el valor de Dios, la presencia de Dios en la plenitud de sus atributos en algún lugar o por todas partes (Exo 16:10; Exo 29:43; Exo 33:19—Exo 34:8; Isa 6:3). La presencia moradora de Dios se definió más tarde como shekinah (morada interior).

Las referencias del NT a la gloria shekinah aparecen en Joh 1:14 y Rom 9:4. Se ve la gloria como algo tanto fí­sico como espiritual, como se aprecia en Luk 2:9 (y la gloria del Señor los rodeó de resplandor) y Joh 17:22, donde se refiere a la gloria del Padre que Jesús les dio a sus discí­pulos. En cuanto a los santos, la gloria culmina en cambiar sus cuerpos en la semejanza de su Señor glorificado (Phi 3:21).

Fuente: Diccionario Bíblico Mundo Hispano

(fama grande, alabanza).

1- Gloria de Dios: – Es lo que tenemos que hacer en esta vida, Mat 6:9, Jua 9:24, Jua 17:4, Hec 3:12, Hec 12:23, Sal 95,96, el Gran Halle: (Sals.111 a 118, y 134 a 139) y el pequeno Halle: (Sals.145 a 150).

– En todas las cosas.

1Co 6:20, 1Co 6:1031, Fi12Cr 1:20, Col 3:17, Tit 2:10.

– Alabar a Dios, dándole gracias con con gozo , «por todo» y «en todo», es el secreto del gozo en la tierra, 1Te 5:16-18, Efe 5:20.

2- De ella participaron Pedro, Santiago y Juan en el Tabor, Mt. 17, Mc.9. 3- La única gloria del cristiano debe ser sólo la cruz de Cristo, Gal 6:14.

4- La Gloria es el destino eterno de los creyentes, el Cielo, donde todo lo que haremos será cantar gozosos sin descanso, las glorias del Padre, del Hijo y del Espí­ritu Santo, unidos a todos los ángeles y santos, Rev 4:8, Rev 4:11, Rev 4:5 y 7 y 19. Ver «Cielo».

Diccionario Bí­blico Cristiano
Dr. J. Dominguez

http://biblia.com/diccionario/

Fuente: Diccionario Bíblico Cristiano

Valor y esplendor de algo, especialmente de una persona. En el hebreo se utiliza la palabra kabod, que apunta a la idea de †œpeso†, especialmente relacionada con metales preciosos. Por eso cuando el arca cayó en manos de los filisteos y la mujer de Finees dio a luz, †œllamó al niño Icabod, diciendo: ¡Traspasada es la g. de Israel!† (1Sa 4:21). La g. de una persona envuelve las ideas de su riqueza, su esplendor, su honor, su belleza. También, por comparación con el brillo de los metales preciosos, su brillantez. Estas cosas quiso Moisés ver de Dios (†œTe ruego que me muestres tu g.† [Exo 33:18]), pero eso sólo era posible parcialmente. Dios le reveló parte de su g., pero no la plenitud (†œ… porque no me verá hombre y vivirᆝ [Exo 33:20]).

La expresión †œla g. de Jehovᆝ se utiliza para indicar una manifestación visible de Dios. †œEn la nube† que guió a los israelitas por el desierto estaba la g. de Dios (Exo 16:7-10). En el monte Sinaí­, cuando fue dada la ley, Dios mostró †œsu g. y su grandeza† (Deu 5:24) mediante †œtruenos y relámpagos, y espesa nube sobre el monte, y sonido de bocina muy fuerte† (Exo 19:16). También †œla g. de Jehová apareció a todo el pueblo† tras la santificación del †¢tabernáculo (Lev 9:23). De igual manera en ocasión de la contradicción de Coré (Num 16:19). En otra oportunidad, cuando faltó agua en la congregación y ésta †œhabló contra Moisés…. la g. de Jehová apareció sobre† Moisés y Aarón (Num 20:6). En la inauguración del †¢templo, †œcuando los sacerdotes salieron del santuario, la nube llenó la casa de Jehovᆝ. Eso fue señalado diciendo que †œla g. de Jehová habí­a llenado la casa† (1Re 8:10-11; 2Cr 7:1). Cuando Isaí­as †œvio su g.† (Jua 12:41), el Señor estaba †œsentado sobre un trono alto y sublime, y sus faldas llenaban el templo† (Isa 6:1). Ezequiel tuvo visiones de †œla g. de Jehovᆝ que trató de describir hablando de †œuna gran nube, con un fuego envolvente y alrededor de él un resplandor, y en medio del fuego algo que parecí­a como bronce refulgente…† (Eze 1:4).
tema de la g. de Dios es abundante en los Salmos. Dios ha puesto su g. en los cielos (Sal 8:1) y ellos †œcuentan la g. de Dios† (Sal 19:1), pero su g. es †œsobre los cielos† (Sal 113:4). Jehová es †œel Rey de la g.† (Sal 24:7-10). El deseo del creyente es ver su g. (Sal 63:2). Dios se ha vestido †œde g. y de magnificencia† (Sal 104:1). †œDar g. a Dios† significa reconocer su riqueza, su esplendor, su honor, su belleza, su grandeza, su santidad, en una actitud de acatamiento, admiración y sumisión. Así­, el salmista dice: †œTributad a Jehová, oh hijos de los poderosos, dad a Jehová la g. y el poder† (Sal 29:1; Sal 96:7), †œCantad la g. de su nombre† (Sal 66:2).
el griego del NT la palabra es doxa, que significa †œreputación† u †œopinión† en el sentido de renombre, o reputación, o fama. El término †œdoxologí­a† se aplica a expresiones que hablan de estos atributos divinos, alabándolos. Los reinos del mundo tienen g. (Mat 4:8). Salomón tuvo mucha g. (Mat 6:29). Pero cuando el término se refiere a Dios, indica su perfección y majestad. Los hombres †œcambiaron la g. del Dios incorruptible en semejanza de imagen de hombre corruptible† (Rom 1:23). Todos †œpecaron, y están destituidos de la g. de Dios† (Rom 3:23). Pero Dios manifestó su g. en su Hijo Jesucristo. En la transfiguración, †œuna nube de luz† cubrió al Señor Jesús y a dos de sus discí­pulos, Juan y Pedro, después que †œles aparecieron Moisés y Elí­as, hablando con él† (Mat 17:1-8). Más tarde Juan dio testimonio de ello †œ(y vimos su g., g. como del unigénito del Padre), lleno de gracia y de verdad† (Jua 1:14). Pedro hizo lo mismo (†œPues cuando él recibió de Dios Padre honra y g., le fue enviada una voz desde la magní­fica g..† [2Pe 1:17]). El sentido de la palabra g. incluye aquí­, de nuevo, su riqueza, su esplendor, su honor, su belleza, su grandeza, su santidad, etcétera. Cristo es †œel resplandor† de la g. de Dios, †œy la imagen misma de su sustancia† (Heb 1:3). De modo que Dios buscó una manera de manifestarse plenamente al hombre sin que éste muriera. La g. de Dios manifestada en este sentido hace énfasis en su carácter (†œEl que me ha visto a mí­, ha visto al Padre† [Jua 14:9]).
NT habla de que Cristo disfrutaba, †œantes que el mundo fuese† de una especial g. con su Padre (Jua 17:5). Además de esto, Dios, cuando †œle resucitó de los muertos†, le dio g. (1Pe 1:21), premiando así­ su obra de satisfacción de la justicia divina. Como eso fue posible por su muerte en la cruz, ella vino a ser, entonces, causa de su g. El Señor Jesús lo sabí­a antes de ser crucificado, por lo cual dijo: †œHa llegado la hora para que el Hijo del Hombre sea glorificado† (Jua 12:23). Eso hace posible que Dios nos llame hoy †œa su reino y g.† (1Te 2:12), haciéndonos †œpara alabanza de la g. de su gracia† (Efe 1:6). De esta manera, el Señor Jesús es †œla esperanza de g.† para todos aquellos que creen en él (Col 1:27), pues es su propósito llevar †œmuchos hijos a la g.† (Heb 2:10). †œPorque el Hijo del Hombre vendrá en la g. de su Padre con sus ángeles, y entonces pagará a cada uno conforme a sus obras† (Mat 16:27).

Fuente: Diccionario de la Biblia Cristiano

ver, TEOFANíA

vet, Heb. «kabod», «peso»; gr. «doxa». (a) El primer sentido es el de ornamento: Salomón, en toda su gloria, va revestido de ropajes regios (Mt. 6:29), el cabello es la gloria de la mujer (1 Co. 11:15), la fuerza es la gloria de los jóvenes (Pr. 20:29), los padres son la gloria de los hijos (Pr. 17:6). También se menciona la gloria del Lí­bano (Is. 35:2) y la gloria de las naciones (Ap. 21:26) (b) La gloria de Dios es el resplandor que emana de su persona, el aura cegadora de todas sus perfecciones. Esta gloria, comparable a un fuego devorador (Ex. 24:17), anonada, abate e inspira temor, respeto y adoración; el hombre no puede ver la gloria real de Dios y seguir vivo (Ex. 33:18, 20, 22). Así­, todos aquellos que han tenido un encuentro con el Señor reciben algo de ella: Israel y Moisés ante el tabernáculo (Ex. 40:34, 35). Salomón en la dedicación del Templo (1 R. 8:11). Isaí­as en el momento de su llamamiento (Is. 6:3), Ezequiel en su visión (Ez. 1:28), los pastores de Belén (Lc. 2:9), Esteban ante la muerte (Hch. 7:55), etc. La gloria divina se revela en la creación (Sal. 19:2), y de manera particular en el hombre hecho a imagen de Dios (1 Co. 11:7); se manifiesta en medio de juicios (Nm. 16:42-46, etc.), se muestra en medio de las naciones (Sal. 97:6); sobre todo, aparece en la redención ofrecida al mundo entero (Is. 40:5). (c) La gloria manifestada en Jesucristo. La gloria inaccesible del Dios de Israel se ha acercado a nosotros: en Cristo la hemos podido contemplar y amar sin ser consumidos por ella (Jn. 1:14; 17:5, 24; He. 1:3). Jesús ha mostrado esta gloria: por sus milagros (Jn. 2:11; 11:4), por su santidad perfecta (Jn. 17:4), en su transfiguración (2 P. 1:17), en su resurrección (Ro. 6:4), en su ascensión (Lc. 24:26; Jn. 17:5; He. 2:9). Y el Señor de la gloria ha de volver pronto (1 Co. 2:8; Stg. 2:1), con todo el resplandor de su majestad, para juzgar y reinar (Mt. 16:27; 25:31). En principio, El ya nos ha dado su gloria (Jn. 17:22); contemplándola como a través de un espejo, somos transformados a su imagen de gloria en gloria por el Espí­ritu (2 Co. 3:18). Está próximo el momento en el que recibiremos la gloria eterna (2 Ti. 2:10), cuando apareceremos con Cristo en gloria (Col. 3:4), teniendo nuestro mismo cuerpo su parte en esta glorificación (1 Co. 15:43). Entonces, y para siempre, seremos iluminados por la gloria de Dios, la única lumbrera de la santa ciudad (Ap. 21:23). El es verdaderamente el rey de la gloria, y todo en su palacio proclama: ¡Gloria! (Sal. 24:9-10; 29:9). (d) Dar gloria a Dios es alabarle, darle honra, exaltarle y celebrar sus perfecciones (Dt. 32:3; Sal. 29:1-2; 115:1; Lc. 17:18; Ro. 14:11). De aquí­ viene el término «doxologí­a» (del gr. «doxa», renombrado, honor), que es una fórmula de oración en la que se rinde gloria a Dios (cp. Sal. 41:14; 72:18-19; Mt. 6:13 b; Ro. 11:36; 16:25-27; Jud. 24-25; Ap. 1:5-6, etc.). Glorificar a Dios es también rendirle homenaje, reconocerlo como el único soberano, y la fuente de todo bien (Dn. 4:34; 5:23; Lc. 5:25; 17:15). Jesús, por su vida santa y perfecta obediencia, glorificó a Dios sobre la tierra (Jn. 17:4). Pedro debí­a glorificar a Dios al sufrir el martirio (Jn. 21:19). El creyente se glorí­a en Dios y en Cristo el Salvador (Ro. 5:11; 15:17). El que se glorifica a sí­ mismo comete el grave pecado de robarle a Dios el honor que le es debido (Sal. 49:7; 52:3; 75:5); el Señor da su salvación gratuitamente a los humildes, «a fin de que nadie se jacte en su presencia» (1 Co. 1:29; Ef. 2:9). Será al fin glorificado por sus juicios, por cuanto éstos restablecerán su autoridad y su reino, rechazado todo ello por los impí­os (Lv. 10:3; cp. Is. 5:16). Para «Shekinah», la presencia gloriosa de Dios en el santuario, véase TEOFANíA.

Fuente: Nuevo Diccionario Bíblico Ilustrado

[221]

En general es el equivalente de honor, dignidad, buena reputación, fama, celebridad y popularidad. Y en terminologí­a popular, alude al lugar o situación de los que se han salvado y esperan en el «cielo» el juicio final y la confirmación de su salvación eterna. Con todo en el lenguaje bí­blico tiene un sentido de epifaní­a o manifestación de Dios en sus poder y majestad.

En el Antiguo Testamento «häbod» es el término que se emplea para la manifestación del poder de Dios, tal como aconteció en el Sinaí­ (Ex. 24. 15; Ex. 33.18; Ex. 40.34); como se manifestó ante Salomón, al inaugurar el Templo: 1 Rey. 8.11; como reclamaron con frecuencia los profetas de Israel: Is. 3.8 y 6.3; Jer. 2.2; Ez. 9.3; Sal 8.6; Sal 21.6

En el Nuevo Testamento la idea de gloria de Dios se convierte en concepto básico y decisivo de relación con Dios Padre y Creador, en boca de Jesús y en los mensajes de todos sus seguidores.

El término griego «doxa» (fama, gloria, opinión excelente) aparece en los 27 Escritos neotestamentarios 235 veces en forma simple o compuesta. De ellas, 28 se atribuyen a los labios de Jesús en alusión a la gloria del Padre o a la gloria que el Padre tributa al Hijo (Lc. 9.26; Mt. 24.30; Jn. 12.28). Las demás se reparten en inmensidad de referencias, desde los ángeles que entonaban «Gloria a Dios en la alturas» (Lc. 2.14) al nacer el Salvador, hasta las palabras finales del centurión encargado de la ejecución de Jesús que «se volví­a dándose golpes de pecho y glorificaba a Dios diciendo: «Verdaderamente este hombre era justo.» (Lc. 23.47)

Los cristianos de todos los tiempos recogieron este mensaje de la gloria como esperanza, como deber y como recompensa. Como esperanza, en cuanto se sintieron siempre invitados a la salvación, es decir a trabajar por llegar a la gloria de Dios como Jesús (Mc. 2.12).

Pero la participación en la gloria de Jesús supone aceptar los sufrimientos de la vida (Lc. 24.24), buscar solo la gloria de Dios (Jn. 5.41), vivir según los planes trazados por el mismo Dios. (Mt. 6.13)

Como deber, pues, es la misión de toda criatura que ha sido creada por el Ser Supremo. Consiste en reconocerle como Creador y como Padre y darle gracias por sus beneficios: Lc. 13. 13; Lc. 17. 15). Así­ lo entendieron siempre los cristianos desde los primeros dí­as apostólicos (Hechos 4.21) hasta las consignas de los santos de todos los tiempos: «ad maiorem Dei gloriam» (lema de San Ignacio de Loyola»: AMDG).

Y además se entiende la idea de gloria como recompensa, participando en la de Jesús muerto y resucitado (Jn 16.14; Lc. 9.26; Mt. 24.30), que permanece para siempre a la derecha del Padre.

Precisamente ese triunfo escatológico es la recompensa de quienes le aman. Y se completará con visión eterna de la majestad divina en la plenitud celeste, pues en eso consistirá la vida eterna, «en conocerte a Ti, solo Dios verdadero y a Jesucristo a quien Tú has enviado». (Jn. 17.3) (Ver Cielo 3 y ver Creación. 4.3)

Pedro Chico González, Diccionario de Catequesis y Pedagogí­a Religiosa, Editorial Bruño, Lima, Perú 2006

Fuente: Diccionario de Catequesis y Pedagogía Religiosa

(v. cielo, gloria de Dios)

(ESQUERDA BIFET, Juan, Diccionario de la Evangelización, BAC, Madrid, 1998)

Fuente: Diccionario de Evangelización

DJN
 
Gloria (en hebreo ) significa fundamentalmente peso, pesadez, gravedad, carga; también significa riqueza (Gén 31,1; 1 Re 3,13; Is 10,18); lo que es fuerte y pesado inspira «respeto y honor»; por eso, gloria tiene también la significación de honor (Gén 45,13; Ez 28,2), no sólo objetivamente considerado, es decir, la capacidad de un ser o de una cosa para infundir respeto, veneración y honor, sino el honor subjetivo, el sentimiento experimentado ante la presencia de eso que inspira el honor. Dios, al manifestar su gloria, quiere que se rinda honor a esa gloria (Sal 29). La gloria es una manifestación de poder (Ex 14,4; Is 26,15; Sab 18,8); gloria significa éxito y triunfo (Gén 45,13). La gloria significa también el ser del hombre, el alma (Sal 15,9; 108,12).

La gloria de Dios, en el A. T., es, en definitiva, la misma persona de Dios en cuanto se manifiesta, se revela a los hombres. Dios es el invisible (Ex 33,19; Jn 6,46). Se hace visible a través de su gloria (Jn 12,41). Y su gloria se hace presente a través de las criaturas (Sal 19,2), de los fenómenos fí­sicos (la tormenta, el trueno, el relámpago, el fuego, la nube) (Ez 24,1517; 33,18-23; Dt 5,19-21).

La gloria de Dios se presencializa de una manera especial en el arca de la Alianza (Ex 25,21-22; 1 Sam 4,20-22), que es «el trono de su gloria» (Jet 14,21); llena el tabernáculo (Ex 40, 34ss; Núm 14,10; 16,19); en el templo de Salomón establecerá su morada permanente (1 Re 8,19); la gloria de Dios llena el cielo (Is 63,15; Sal 19,2), la tierra (Is 2,10; Sal 57,6), la Jerusalén mesiánica (Is 52,1; Jer 3,16); se manifiesta a los profetas (Is 6,1-4; 40 4-5; Ez 1,4.26; 8,4; 10,4.18-19; 43,1-5; 44,4). Para Ezequiel, la gloria de Dios es el mismo Dios (cf. Ez 9,3 y 9,4) rigiendo los destinos de la historia, es la misma persona de Dios revelada en la historia con su continua intervención, poderosa y protectora, del pueblo (Núm 14,22; Dt 5,24). Toda esta manifestación del poder y de la gloria de Dios exige una respuesta en el hombre, el reconocimiento y la alabanza, la glorificación de la gloria. La gloria está esencialmente ordenada a ser percibida por los sentidos; por eso se presenta siempre como algo luminoso y deslumbrante.

A la palabra corresponde en el N. T. la palabra . Doxa tiene también una significación muy compleja; etimológicamente significa opinión, distinción o fama (Mt 4,8; 6,29); adquiere luego el significado pleno de la , el poder de Dios, el esplendor de su presencia, su misma persona. La , en los evangelios, es casi siempre la gloria de Dios, que se manifiesta en Cristo, en el nacimiento, en la vida, en la muerte y en la exaltación de Jesús. En los evangelios sinópticos la gloria se emplea para expresar el estado glorioso, al que fue exaltado Jesucristo en la resurrección y en la ascención (Mt 16,27; 19,28; 24,30; 25,31; Mc 8,38-39,1; 10,37; 13,26; Lc 9,26). Jesucristo, para pasar a la gloria, tuvo que pasar antes por el dolor (Lc 9,26.32; 24,26). El hombre debe glorificar a Jesucristo, es decir, reconocer su poder sobrenatural y proclamar su origen divino (Lc 7,16; 4,15; 17,18; 13,13; 23,47; 18,43). San Juan es el evangelista que ha elaborado con la mejor perfección el concepto de gloria: los apóstoles vieron la gloria de Jesucristo (Jn 1,14), la manifestación de su divinidad en sus hechos y en sus palabras, pues Jesucristo es la encarnación y la manifestación de la Divinidad; la gloria de Jesucristo es la misma del Padre (Jn 1,18), se abre paso a través de los milagros (Jn 2,11; 11,4), como en el A. T. la gloria de Dios. Los hombres deben glorificar a Cristo mediante la fe en El. Jesucristo pide al Padre su propia glorificación, es decir, que le manifieste tal y como El es Jn 12,28; 17,1). Esta glorificación se realiza en la pasión, muerte, resurrección y ascensión. Para San Juan, la pasión es, por sí­ misma, una glorificación de Jesucristo: es a la hora» de su gloria (Jn 3,14-15; 8,28; 12,32). Su muerte es su exaltación, pues a través de ella van a reconocer que El era Hijo de Dios. La manifestación definitiva y total de la gloria de Dios la contemplaremos en la otra vida (Jn 17,1.24), donde aparecerá la gloria sin velo, la Divinidad toda revelada.

E. M. N.

FERNANDEZ RAMOS, Felipe (Dir.), Diccionario de Jesús de Nazaret, Editorial Monte Carmelo, Burbos, 2001

Fuente: Diccionario de Jesús de Nazaret

(-> honor, cielo). Pertenece ante todo a Dios, a quien la Biblia presenta como glorioso, en terminologí­a de tipo estético y sacral, más que económico o racionalista, como viene destacando la antropologí­a cultural. En el Antiguo Testamento, la gloria (en hebreo kabod) de Dios se expresa en su victoria sobre el Faraón (cf. Ex 14,4.17) y de un modo especial en el monte Sinaí­ (Ex 33,18-22) y en el tabernáculo, al que Dios mismo cubre como nube (cf. Ex 40,34-35; 1 Re 8,11). En esa lí­nea se sitúa la gloria del Dios de Isaí­as (Is 6,3), la gloria de la nueva Jerusalén (Is 61,1), la gloria (en griego doxa) del nacimiento de Jesús (Lc 2,14). La gloria de Dios se expande a los hombres, que así­ aparecen también como gloriosos, sobre todo en una perspectiva escatológica*. En ese sentido, la culminación de la vida de los hombres (el reino* de Dios) puede presentarse y describirse también como gloria y así­ se dice que el Hijo del Hombre vendrá en su gloria (Mt 25,31), que es la Gloria de Dios, es decir, el mismo ser divino (cielo*). En ese sentido, lo contrario a la gloria del cielo no serí­a una condena* entendida en términos de sufrimiento, sino un tipo de deshonor o vergüenza.

PIKAZA, Javier, Diccionario de la Biblia. Historia y Palabra, Verbo Divino, Navarra 2007

Fuente: Diccionario de la Biblia Historia y Palabra

1. Vocabulario.- Al traducir kabOd , doxa con el inexpresivo término «gloria «, difí­cilmente consigue la Vulgata descubrir el rico contenido de las correspondientes voces hebrea y griega. aj KabOli. El verbo de la raí­z kbli tiene como derivaciones nominales importantes el adjetivo kabed (pesado) y el substantivo kabOli (peso, honor gloria, esplendor). El paso del significado de pesadez, riqueza, al de importancia, estima, honor, es fácil de explicar: lo vemos en el funcionamiento del verbo kbli: la persona «de peso» por causa de su riqueza y de su importancia social recibe el reconocimiento, es decir, el honor por ello. Por tanto, el honor no es algo que proviene del que da honor, sino del que es honrado es el reflejo de la importancia de la persona. En las grandes teofaní­as Dios manifiesta su «peso’ por medio de los prodigios que lo acompañan (Ex 24,16-17). El reconocimiento de este » peso-poder» por parte de la criatura es el honor que se rinde a Dios. En la obra del Cronista y en los Proverbios aparece a menudo la pareja «riqueza y – honor».

bj Dóxa. La versión de los Setenta cambia el sentido de «opinión» que tení­a esta palabra en el griego clásico, usándola para traducir el hebreo kabOli. Sin embargo, este cambio se habí­a preparado ya antes de los Setenta, sobre todo por obra de algunos filósofos griegos, como Parménides. En la versión de los Setenta, doxa adquiere un valor profundamente religioso, bien sea cuando se le atribuye a Dios o bien cuando se le atribuye al hombre.

Generalmente doxa traduce kabod de una manera mecánica (sobre todo en el Pentateuco); sin embargo, no hay que olvidar ciertos matices que más tarde ejercerán una notable influencia en el Nuevo Testamento: su equivalencia con doterí­a y con dynamis.

2. Antiguo Testamento
A) Gloria de Dios. El concepto expresado por kabod/dóxa representa una de las categorí­as más densas semánticamente de la Biblia. Si la santidad, qaosh/agioSyme, expresa la trascendencia, kabOli define su inmanencia, su manifestación. Hay un kabOli que se refiere particularmente a la acción de Dios en la historia y otro kabOli que representa más bien el reconocimiento cultual del primero. Así­ en el salmo 115,1: «Â¡No a nosotros, Señor, no a nosotros, sólo a tu nombre da gloria!»; se intenta invocar la intervención liberadora de Dios por amor a su kabOd En la celebración cultual son significativos algunos pasajes de los salmos, como Sal 138,5: «Porque el kabOli del Señor es grande».

B) Gloria del hombre. La «gloria»‘, en sentido religioso, se atribuye también al hombre. En Job se establece una contraposición entre Dios omnipotente, Señor de la «gloria», y el hombre privado de la misma (Job 19,9, contraposición más acentuada en los Setenta). El hombre es semejante a Dios en cuanto que está coronado de «gloria'» (Sal 8,5.6). El judaí­smo tardí­o habla de la gloria de Adán en el paraí­so terrenal, una gloria perdida con el pecado. Uno de los objetivos de la comunidad de Qumrán es que al final se reproduzca para los elegidos la gloria de Adán (1 Qh 17, 15; CD 3, 20).

3. Nuevo Testamento.- El término dóxa aparece 165 veces. entre ellas 77 en los escritos paulinos. También en Juan es un término privilegiado. El uso neotestamentario de dóxa/doxázO está completamente en lí­nea con los Setenta y también, aunque en menor grado, con el Antiguo Testamento hebreo.

Del Antiguo Testamento procede el significado de esplendor, gloria, magnificencia. La gloria divina, que en otros tiempos se manifestaba en el Sinaí­, en el templo, etc., se manifiesta ahora en Jesús y a través de Jesús.

Juan atribuye la gloria a Cristo durante su vida terrena, ya que es la manifestación de Dios, mientras que Pablo, Mateo, Marcos y Lucas (prescindiendo de Lucas en el episodio de la transfiguración: Lc 9,35) sólo se la atribuyen después de la resurrección. En el Verbo encarnado está presente la gloria de Dios, lo mismo que en el Antiguo Testamento estaba presente en el tabernáculo y en el templo (Jn 1,14). Cristo resucitado es el Señor de la gloria (1 Cor 2,8). «Dar gloria a Dios» significa reconocer el poder salvador de Dios que se ha manifestado en Jesucristo (Lc 2,14. 19,38). Cristo comunica a los que creen en él aquella gloria que él mismo ha recibido del Padre (Rom 3,33). La justificación es fundamentalmente una participación de la «gloria» escatológica (Rom 8,30).

F. Raurell

Bibl.: H, Kittel – G, von Rad. Dóxa, en TWNT, 11, 235-274; S. Aalen, Gloria, en DTNT 11,227-231.

PACOMIO, Luciano [et al.], Diccionario Teológico Enciclopédico, Verbo Divino, Navarra, 1995

Fuente: Diccionario Teológico Enciclopédico

La palabra que con más frecuencia se traduce por †œgloria† en las Escrituras Hebreas es ka·vóhdh, cuyo sentido primario es †œpeso†. (Compárese con Na 2:9, donde la palabra ka·vóhdh se traduce †œpesada cantidad†, y 1Sa 4:18, donde la forma adjetiva ka·védh se traduce †œpesado†.) Por consiguiente, la palabra gloria puede usarse con referencia a aquello que puede hacer que una persona parezca más importante o influyente, como riquezas (Sl 49:16), posición o reputación. (Gé 45:13.) El vocablo griego correspondiente es dó·xa, cuyo significado primario era †œopinión; reputación†, pero en las Escrituras Griegas Cristianas adquirió el sentido de †œgloria†. Entre los diversos sentidos que el término comunica están: fama u †œhonra† (Lu 14:10), resplandor (Lu 2:9; 1Co 15:40) y aquello que honra a su dueño o hacedor. (1Co 11:7.)
En las Escrituras se emplea con cierta frecuencia la palabra gloria en relación con Jehová Dios. Respecto al significado que la palabra adquiere en estos casos, el Theological Dictionary of the New Testament dice: †œSi en lo que respecta al hombre, [ka·vóhdh] se refiere a aquello que lo hace importante y reclama reconocimiento, bien por cuanto posee o por lo llamativo de su persona [por su dignidad o relevancia], en lo que respecta a Dios, tiene que ver con aquello que le hace impresionante para el hombre† (edición de G. Kittel, traducción de G. Bromiley, 1971, vol. 2, pág. 238). Por ello, el uso del término con relación a Dios bien pudiera referirse a una manifestación impresionante de su fuerza todopoderosa. De ahí­ que pueda decirse que los cuerpos celestes †œestán declarando la gloria de Dios†. (Sl 19:1.) En el monte Sinaí­, †œla gloria de Jehovᆝ se manifestó mediante fenómenos sobrecogedores, como el de un †œfuego devorador†. (Ex 24:16-18; compárese con 16:7, 10; 40:34.)
La Biblia dice con respecto al primer milagro de Jesús que él †œpuso de manifiesto su gloria† (Jn 2:11), gloria que en este caso se refiere al impresionante testimonio del poder milagroso que identificó a Jesús como el esperado Mesí­as. (Compárese con Jn 11:40-44.) En otra ocasión, Jesús oró: †œPadre, glorifí­came al lado de ti mismo con la gloria que tení­a al lado de ti antes que el mundo fuera†. (Jn 17:5.) Empleó aquí­ este término para referirse a la posición exaltada que tuvo en los cielos, antes de venir a la Tierra. En respuesta a su oración, Jehová †˜glorificó a su Siervo, Jesús†™, resucitándolo y llevándolo nuevamente a los cielos. (Hch 3:13-15.) Cuando Jesús se transfiguró, los apóstoles que estaban con él pudieron †˜ver su gloria†™ (Lu 9:29-32), que en este caso tení­a que ver con la †œmagnificencia† real que recibirí­a al tiempo de su †œpresencia† en el poder del Reino. (2Pe 1:16.)
A los siervos de Dios se les aconseja que †œhagan todas las cosas para la gloria de Dios†. (1Co 10:31.) La gloria de Dios se hace manifiesta por la honra y la alabanza que sus siervos le dan. El comportamiento del cristiano puede hacer que otras personas †˜den gloria a Dios†™. (Mt 5:16; 1Pe 2:12.) Los cristianos que responden a la dirección de Jehová son †œtransformados […] de gloria en gloria†, es decir, progresan de continuo en su empeño por reflejar la gloria de Dios. (2Co 3:18.) No obstante, los cristianos deben guardarse de buscar la gloria que proviene de los hombres como hicieron algunos en el primer siglo. (Jn 12:42, 43.) Tanto Jesús como el apóstol Pablo pusieron un sobresaliente ejemplo al no buscar ni aceptar la gloria de los hombres. (Jn 5:41; 8:50; 1Te 2:5, 6.)

Fuente: Diccionario de la Biblia

A. Nombre tipFuente: Diccionario Vine Antiguo Testamento

I. LA GLORIA EN GENERAL. En la Biblia hebraica la palabra que significa gloria implica la idea de peso. El peso de un ser en la existencia define su importancia, el respeto que inspira, su gloria. Para el hebreo, pues, a diferencia del griego y de nosotros mismos, la gloria no designa tanto la fama cuanto el valor real, estimado conforme a su peso.

Las bases de la gloria pueden ser las *riquezas. A Abraham se le llama ,muy glorioso» porque posee «ganado, plata y oro» (Gén 13,2). La gloria designa también la elevada posición social que ocupa un hombre y la autoridad que le confiere. José dice a sus hermanos: «Contad a mi padre toda la gloria que tengo en Egipto» (Gén 45,13). Job, arruinado y humillado, exclama: «Â¡Me ha despojado de mi gloria!» (Job 19,9; 29,1-25). Con el *poder (Is 8,7; 16, 14; 17,3s; 21,16; Jer 48,18), implica la gloria la influencia que irradia una persona. Designa el resplandor de la belleza. Se habla de la gloria del vestido de Aarón (Ex 28,2.40), de la gloria del templo (Ag 2,3.7.9) o de Jerusalén ([s 62,2), de la «gloria del Lí­bano» (1s 35,1s; 60,13).

La gloria es, por excelencia, patrimonio del rey. Dice, con su riqueza y su poder, el esplendor de su reinado ((Par 29,28; 2Par 17,5). Salomón recibe de Dios «riqueza y gloria como nadie entre los reyes» (lRe 3, 9-14; cf. Mt 6,29). El hombre, rey de la creación, es «coronado de gloria» por Dios (Sal 8,6).

II. CRíTICA DE LA GLORIA HUMANA. El AT vio la fragilidad de la gloria humana: «No temas cuando se enriquece el hombre, cuando se acrecienta la gloria de su casa. Al morir no puede llevarse nada, su gloria no desciende con él» (Sal 49,17s). La Biblia supo ligar la gloria a valores morales y religiosos (Prov 3,35; 20,3; 29,23).

La obediencia a Dios está por encima de toda gloria humana (Núm 22,17s). En Dios se halla el único fundamento sólido de la gloria (Sal 62,6.8). El sabio que ha meditado sobre la gloria efí­mera de los impí­os, no quiere ya «tener» más gloria que a Dios: «En tu gloria me asumirás» (Sal 73.24s). Esta actitud, llevada a su perfección, será la de Cristo. Cuando Satán le ofrezca «todos los reinos del mundo con su gloria», responderá Jesús: «Al Señor tu Dios adorarás y a él sólo rendirás culto» (Mt 4,8ss).

III. LA GLORIA DE YAHVEH. La expresión «la gloria de Yahveh» designa a *Dios mismo, en cuanto se revela en su majestad, su poder, el tesplandor de su santidad, el dinamismo de su ser. La gloria de Yahveh es, pues, epifánica. El AT conoce dos tipos de manifestaciones o de epifaní­as de la gloria divina: las altas gestas de Dios y sus apariciones.

1. Las altas gestas de Dios. Dios manifiesta su gloria por sus deslumbrantes intervenciones, sus *juicios, sus «signos» (Núm 14,22). Tal es por excelencia el *milagro del mar Rojo (Ex 14,18); tal, el del *maná y de las codornices: «Por la mañana veréis la gloria de Yahveh» (Ex 16,7). Dios viene en socorro de los suyos. La gloria es entonces casi sinónimo de *salvación (Is 35,1-4; 44,23; comp. Is 40,5 y Lc 3,6). El Dios de la *alianza pone su gloria en salvar y levantar a su pueblo; su gloria es su poder al servicio de su *amor y de su *fidelidad: «Cuando Yahveh reconstruya a Sión, se le verá en su gloria» (Sal 102,17; cf. Ex 39,21-29). También la obra *creadora manifiesta la gloria de Dios. «La gloria de Yahveh llena toda la tierra» (Núm 14.21); entre los fenómenos naturales, la *tormenta es uno de los más expresivos de su gloria (Sal 29,3-9; cf. 97,1-6).

2. Las apariciones de «la gloria de Yahveh». En el segundo tipo de manifestaciones divinas la gloria, realidad visible (Ex 16,10), es la irradiación fulgurante del Ser divino. De ahí­ la oración de Moisés: «Â¡Hazme, por favor, ver tu gloria!» (Ex 33,18). En el Sinaí­ la gloria de Yahveh adoptaba el aspecto de una llama que coronaba la *montaña (Ex 24,15ss; Dt 5,22ss). Moisés, por haberse acercado a ella en la *nube, retorna «con la piel del rostro radiante» (Ex 34,29) «con una gloria tal, dirá san Pablo, que los hijos de Israel no podí­an contemplarlo fijamente» (2Cor 3,7). Después del Sinaí­, la gloria invade el santuario: «Será consagrado por mi gloria» (Ex 29,43; 40,34). Consiguientemente Israel está al servicio de la gloria (Lev 9,6.23s), vive, camina y triunfa bajo su irradiación (Núm 16,1-17,151; 20,1-13; 40,36ss). Más tarde la gloria llenará el *temple (1 Re 8, l Oss). Entre esta concepción local y cultual de la gloria y la concepción activa y dinámica hay una relación muy estrecha. En uno y otro caso Dios se revela *presente a su *pueblo para salvarlo, santificarlo y regirlo. El ví­nculo entre las dos nociones aparece claramente en la consagración del santuario. Dios dijo entonces: «Sabrán que yo, Yahveh, su Dios, soy quien los sacó del paí­s de Egipto para permanecer entre ellos» (Ex 29,46).

Isaí­as contempla la gloria de Yahveh bajo el aspecto de una gloria regia. El profeta ve al *Señor, su trono elevado, la cola de su ropaje que llena el santuario, su corte deserafines que clama su gloria (Is 6, lss). Esta es un *fuego devorador, santidad que pone al descubierto la impureza de la criatura, su nada, su radical fragilidad. Sin embargo no triunfa destruyendo, sino purificando y regenerando, y quiere invadir toda la tierra. Las visiones de Ezequiel dicen la libertad trascendente de la gloria, que abandona el templo (Ez 11,22s) y luego irradia sobre una comunidad renovada por el *Espí­ritu (36,23ss; 39,21-29).

La última parte del libro de Isaí­as une los dos aspectos de la gloria: Dios reina en la ciudad santa, a la vez regenerada por su *poder e iluminada por su *presencia: «Â¡Levántate y resplandece, que ya se alza tu *luz, y la gloria de Yahveh resplandece para ti» (Is 60,1). *Jerusalén se ve «erigida en gloria en medio de la tierra» (62,7; cf. Bar 5,3). De ella irradia la gloria de Dios sobre todas las *naciones, que vienen a ella deslumbradas (Is 60,3). En los profetas del exilio, en los salmos del reino, en los apocalipsis alcanza la gloria esta dimensión universal, de carácter escatológico: «Vengo a reunir las naciones de todas las lenguas. Ellas vendrán a ver mi gloria» (66,18s; cf. Sal 97,6; Hab 2,14).

Sobre este fondo luminoso se destaca la figura «sin belleza, sin esplendor» (Is 52,14) del personaje que, sin embargo, está encargado de hacer irradiar la gloria divina hasta las extremidades de la tierra: «Tú eres mi *siervo, en ti revelaré mi gloria» (49,3).

IV. LA GLORIA DE CRISTO. La elevación esencial del NT está en el nexo de la gloria con la persona de Jesús. La gloria de Dios está totalmente presente en él. Siendo *Hijo de Dios, es «el resplandor de su gloria, la efigie de su sustancia» (Heb 1,3). La gloria de Dios está «sobre su rostro» (2Cor 4,6); de él irradia a los hombres (3.18). El es «el Señor de la gloria» (ICor 2,8). Su gloria la contemplaba ya Isaí­as y «de él hablaba» (Jn 12,41). La gloria es una de las lí­neas de la revelación de la divinidad de Jesús.

1. Gloria escatológica. La manifestación plenaria de la gloria divina de Jesús tendrá lugar en !a parusí­a. «El *Hijo del hombre vendrá en la gloria de su Padre con sus *ángeles» (Mc 8,38; cf. Mt 24.30: 25,31) y manifestará su gloria por la consumación de su *obra, a la vez *juicio y *salvación. El NT está orientado hacia esta «aparición de la gloria de nuestro gran Dios y Salvador, Cristo Jesús» (Tit 2,13s). hacia la «gloria eterna en Cristo» (1 Pe 5,10).a la que Dios nos ha llamado (ITes 2,12) y que «ha sido revelada» (IPe 5,1): «la ligera tribulación de un momento nos prepara, muy por encima de toda medida, un peso eterno de gloria» (2Cor 4,17). La *creación entera aspira a la revelación de esta gloria (Rom 8.19). Juan ve a la nueva Jerusalén descender del *cielo bañada de claridad: «La gloria de Dios la ha iluminado y el *cordero le sirve de lumbrera» (Ap 21,23).

2. Gloria pascual. Por la *resurrección y la *ascensión ha «entrado» ya Cristo (Lc 24,26) en la gloria divina, que el Padre, en su amor, le habí­a dado antes de la creación del mundo» (Jn 17,24) y que le pertenece como a Hijo al igual que al Padre. El Hombre-Dios fue tomado en la *nube divina, arrebatado (Act 1,9. 11), «ensalzado en la gloria» (ITim 3.16). «Dios lo resucitó… y le dio la gloria» (IPe 1.21). «Glorificó a su siervo Jesús» (Act 3,13). Esta gloria, como la «gloria de Yahveh» en el AT, es esfera de pureza trascendente, de santidad, de luz, de poder, de vida. Jesús resucitado irradia esta gloria en todo su ser. Esteban ve al morir «la gloria de Dios y a Jesús de pie a la *diestra de Dios» (7,55). Saulo queda deslumbrado y cegado por su «gloria luminosa» (22,11). En su comparación no es nada la gloria del Sinaí­ (2Cor 3,10). La gloria de Cristo resucitado deslumbra a Pablo como la *luz de una nueva *creación: «El Dios que dijo: ;Brille la luz del seno de las tinieblas!, es . el que ha brillado en nuestros corazones para hacer resplandecer el conocimiento de la gloria de Dios, que está en el *rostro de Cristo» (4,6).

3. La gloria en el ministerio terrenal y en la pasión de Cristo. La gloria de Dios se manifestó no sólo en la resurrección, sino en la vida, en el ministerio y en la muerte de Jesús. Los evangelios son doxofaní­as, sobre todo, entre los sinópticos, el de Lucas. En la escena de la anunciación, la venida del *Espí­ritu Santo sobre *Marí­a evoca el descenso de la gloria al santuario del AT (Lc 1,35). En la natividad «la gloria del Señor» circunda de claridad a los pastores (2,9s). Esta gloria se transparenta en el bautismo de Jesús y en su *transfiguración (9,32.35; 2Pe 1,17s), en sus *milagros, en su *palabra, en la santidad eminente de su vida, en su muerte. Esta no es sólo el pórtico que introduce al *Mesí­as en su «gloria» (Lc 24,26); los signos que la acompañan revelan en el crucificado, mismo al «*Señor de la gloria» (ICor 2,8).

En Juan aparece todaví­a más explí­cita la revelación de la gloria en la vida y en la muerte de Jesús. Jesús es el Verbo encarnado. En su *carne habita y se revela la gloria del Hijo único de Dios (Jn 1,14.18). Se manifiesta desde el primer «signo» (2,11). Aparece en la unión trascendente de Jesús con el Padre que le enví­a, más todaví­a en su *unidad (10,30). Las *obras de Jesús son las obras del Padre que, en el Hijo, las «cumple» o realiza (14,10) y revelasu gloria (11,40), *luz y *vida para el *mundo. Esta gloria resplandece por encima de todo en la pasión. Esta es la *hora de Jesús, la más alta de las teofaní­as. Jesús se «consagra» a su muerte (17,19) con toda lucidez (13,1.3; 18,4; 19,28) por obediencia al Padre (14,31) y para gloria de su *nombre (12,28). Hace libre don de su vida (10,18) por amor a los suyos (13,1). La *cruz, transfigurada, se convierte en el signo de «la elevación» del Hijo del hombre (12,23.31). El Calvario ofrece a las miradas de todos (19,37) el misterio del YO SOY divino de Jesús (8,27). El *agua y la *sangre, que manan del costado de Cristo, simbolizan la *fecundidad de su *muerte, fuente de *vida: tal es su gloria (7,37ss; 19,34.36).

4. La gloria eclesial. La glorificación de Cristo se consuma en los cristianos (Jn 17,10). En ellos el sacrificio de Jesús da su *fruto para gloria del Padre y del Hijo (12,24; 15,8). El *Espí­ritu Santo, enviado por el Padre y el Hijo es, con el agua y la sangre sacramentales (1Jn 5,7), el artí­fice de esta glorificación. Los cristianos entran por él en el *conocimiento y en la posesión de las *riquezas de Cristo (Jn 16,14s; 2Cor 1,22; 5,5). La gloria de Cristo resucitado se refleja ya en ellos, transformándolos a su *imagen «de gloria en gloria» (3,18; Col 1,10s; 2Tes 1,12). Por el Espí­ritu queda transfigurado el mismo *sufrimiento (IPe 4,14).

5. El honor cristiano. La conciencia de esta gloria engendra el sentimiento de la dignidad cristiana y del honor cristiano. Ya en el AT la grandeza de Israel consiste en ser el pueblo al que Dios ha revelado su gloria. A *Israel «pertenece la gloria» (Rom 9,4). Dios es «su gloria» (Sal 106,20). La *fidelidad a Dios se matiza ya en Israel con un sentido religioso del honor. El mandamiento divino es la gloria de Israel (Sal 119,5s), la *idolatrí­a, su suprema degradación, como su supremo pecado: Israel «cambia» entonces «su gloria por el í­dolo» (Sal 106,20). En medio de un mundo que se habí­a perdido por no querer dar a Dios la gloria que le es debida (Rom 1,21s), los cristianos saben que ellos son «ciudadanos de los cielos» (Flp 3,20); «resucitados con Cristo» (Col 3,1), «brillan como focos de *luz» (Flp 2,15s). Su honor consiste en que «los hombres, viendo sus buenas *obras, glorifiquen a su Padre, que está en los cielos» (Mt 5,16). Ante la gloria del nombre cristiano desaparece todo sentimiento de inferioridad social: «El *hermano de humilde condición se gloriará en su exaltación, y el rico en su humillación» (Sant 1,9), pues no hay lugar para «consideraciones de personas» (Sant 2,lss). El sentimiento del *orgullo cristiano se extiende hasta el *cuerpo, en el que los cristianos deben «glorificar a Dios» (1Cor 6,15.19s). Finalmente, padecer por el *nombre cristiano es una gloria (IPe 4,15s). La ambición del honor mundano es, según san Juan, la que ha cerrado a más de uno el acceso a la’ *fe (Jn 5,44; 12,43). Jesús, en cambio, indiferente a la gloria de los hombres (5,41), «despreció la infamia de la *cruz» (Heb 12,2). Su único honor consistí­a en cumplir su *misión, «no buscando su gloria», sino «la gloria del que le ha enviado» (Jn 7,18), dejando su honor en las solas manos de su Padre (8,50.54).

V. LA ALABANZA DE LA GLORIA. El deber del hombre es reconocer y celebrar la gloria divina. El AT canta la gloria del *creador, *rey, salvador y *santo de Israel (Sal 147,1). Deplora el pecado que la empaña (Is 52,5; Ez 36,20ss ; Rom 2,24). Arde en deseos de verla reconocida por todo el universo (Sal 145,10s; 57, 6.12).

En el NT la doxologí­a tiene por centro a Cristo. «Por él decimos nuestro *amén a la gloria de Dios» (2Cor 1,20). Por él asciende «al Dios solo sabio… la gloria por los siglos de los siglos» (Rom 16,27; Heb 13, 15). A Dios se le da gloria por su nacimiento (Lc 2,20), por sus milagros (Mc 2,12…) y por su muerte (Lc 23,47). Las doxologí­as jalonan el progreso de su mensaje (Act 11, 18; 13,48; 21,20), como van puntuando las exposiciones dogmáticas de Pablo (Gál 1,3s; etc.). Las doxologí­as del Apocalipsis recapitulan en una liturgia solemne todo el drama redentor (Ap 15,3s). Finalmente, como la *Iglesia es «el *pueblo que Dios ha adquirido para *alabanza de su gloria» (Ef 1,14), al Padre se da «gloria en la Iglesia y en Cristo Jesús por todas las edades y por todos los siglos» (3,21).

A la doxologí­a litúrgica añade el *mártir la doxologí­a de la sangre. El creyente, «despreciando la muerte hasta morir» (Ap 12,11), profesa así­ que la *fidelidad a Dios está por encima de toda gloria y todo valor humano. Como Pedro, al precio de su *sangre «glorifica a Dios» (Jn 21,18).

La última doxologí­a, al final de la historia, es el canto de las «bodas del *cordero» (Ap 19,7). La esposa aparece vestida de «una túnica de lino de una blancura resplandeciente» (19,8). En el fuego de la «gran tribulación» la Iglesia se ha ataviado para las bodas eternas con la única gloria digna de su esposo, las virtudes, las ofrendas, los sacrificios de los *santos.

No obstante, la gloria de la esposa le viene enteramente del esposo. En su *sangre se han «*blanqueado» las túnicas de los elegidos (7,14; 15,2), y si la esposa lleva este deslumbrante ataví­o, es porque «le ha sido dado» hacerlo así­ (19,8). Se ha dejado revestir dí­a tras dí­a por las «buenas *obras que Dios ha preparado de antemano para que las practiquemos» (Ef 2,10). En el amor de Cristo está el origen de esta gloria; en efecto, «Cristo amó a la Iglesia y se entregó por ella…; querí­a presentársela a sí­ mismo toda resplandeciente de gloria, sin mancha ni arruga ni cosa semejante, sino santa e inmaculada» (5,25.27). En este misterio de *amor y de *santidad se consuma la revelación de la gloria de Dios.

-> íngeles – Blanco – Fuego – Orgullo – Luz – Nube – Presencia de Dios – Poder – Revelación – Señor – Transfiguración.

LEON-DUFOUR, Xavier, Vocabulario de Teologí­a Bí­blica, Herder, Barcelona, 2001

Fuente: Vocabulario de las Epístolas Paulinas

La palabra hebrea principal para expresar este concepto es kāḇôḏ, y en el griego es doxa, que deriva de dokeō, «pensar» o «parecer». Estos dos significados dan razón de las dos líneas de importancia en el griego clásico, donde doxa significa opinión (lo que uno piensa por sí mismo) y reputación (lo que otros piensan de uno), lo que podría adquirir los matices de fama, honra o alabanza.

  1. Uso en el AT. Dado que kāḇôḏ viene de kāḇēḏ, «tener peso», permite la idea de que uno que posee gloria está cargado de riquezas (Gn. 31:1), poder (Is. 8:7), posición (Gn. 45:13), etc. A los traductores de la LXX les pareció que doxa era la palabra más adecuada para traducir kaḇôḏ puesto que llevaba la noción de reputación u honra que se halla en el uso de kāḇôḏ. Pero kāḇôḏ también denotaba la manifestación de la luz por la cual Dios se revelaba, sea en el relámpago o en el resplandor enceguecedor que frecuentemente acompañaba a las teofanías. La manifestación de la divina presencia en la nube que dirigía a Israel en el desierto y que se localizaba en el tabernáculo era de la misma naturaleza. De este modo doxa, como traducción de kāḇôḏ obtuvo un matiz de significado que antes no poseía. A veces kāḇôḏ tenía una penetración más profunda, denotando la persona o el ser. Cuando Moisés pidió a Dios «muéstrame tu gloria (Ex. 33:18) no estaba hablando de la nube luminosa que ya había visto, sino que estaba buscando una manifestación especial de Dios que no dejara necesidad de desear más (cf. Jn. 14:8). Moisés anhelaba conocer a Dios tal como era en sí mismo. En respuesta, Dios enfatiza su bondad («todo mi bien», Ex. 33:19). En este caso, la palabra podría traducirse «belleza moral». Sin esto, la eternidad de Dios como tema de la meditación humana podría ser deprimente. Este incidente que involucra a Moisés es el almácigo para la idea de que la gloria de Dios no está limitada a alguna señal externa que apele a los sentidos, sino que es lo que expresa su majestad inherente, que podría tener o no una señal visible. La visión de Isaías (6:1ss.) incluyó tanto la percepción de rasgos sensibles como también la percepción de la naturaleza de Dios, particularmente de su santidad (cf. Jn. 12:41). La dignidad intrínseca de Dios, su majestad inefable, constituye la base de las advertencias de no gloriarse en las riquezas, la sabiduría o el poder (Jer. 9:23) sino en el Dios que ha dado todas estas cosas y que es mayor que sus dones. En los profetas, la palabra gloria se usa con frecuencia para presentar la excelencia del reino mesiánico en contraste con las limitaciones del orden presente (Is. 60:1–3).
  2. Uso en el NT. En general, doxa sigue muy de cerca el patrón establecido en la LXX. Se usa para expresar honra en el sentido de reconocimiento o aclamación (Lc. 4:10), y de la vocalizada reverencia de la criatura por el Creador y Juez (Ap. 14:7). Con referencia a Dios, denota su majestad (Ro. 1:23) y su perfección, especialmente en relación con la justicia (Ro. 3:23). Se le llama Padre de gloria (Ef. 1:17). Como en el AT, la manifestación de su presencia en función de la luz es un fenómeno ocasional, como lo es en el AT (Lc. 2:9); pero en lo principal, este rasgo se transfiere al Hijo. La transfiguración es un caso único durante su ministerio terrenal, pero manifestaciones posteriores incluyen la revelación a Saulo en el tiempo de su conversión (Hch. 9:3ss.) y a Juan en la isla de Patmos (Ap. 1:12ss.) El hecho de que Pablo pueda hablar de la gloria de Dios en términos de riquezas (Ef. 1:18; 3:16) y poder (Col. 1:11) sugiere la influencia del AT sobre su pensamiento. La exhibición del poder de Dios al resucitar al Hijo de entre los muertos es llamada gloria (Ro. 6:4).

Cristo es el resplandor de la gloria divina (Heb. 1:3). Por medio de él se da a conocer a los hombres la perfección de la naturaleza de Dios. Cuando Santiago habla de él como «glorioso Señor» (2:1), parece que su pensamiento avanza según las líneas de la revelación de Dios en el tabernáculo. Allí la presencia divina era una condescendencia de su gracia, pero también un recordatorio constante de la disposición de Dios de señalar los pecados de su pueblo y de visitarlos con juicio. Así, los lectores de la epístola de Santiago reciben la amonestación de guardarse de la acepción de personas. Dios está en medio de su pueblo como antaño.

La gloria de Cristo como la imagen de Dios, el Hijo del Padre, fue velada de los ojos de los pecadores en los días de su carne, pero fue clara para los hombres de fe que se le unieron (Jn. 1:14).

Del mismo modo que el Hijo había vivido antes de su encarnación en un estado de gloria (sin pecado que estropease la perfección del modo divino de vida y de comunión) junto al Padre, según él estaba consciente (Jn. 17:5), así su regreso al Padre se puede llamar en propiedad una entrada en la gloria (Lc. 24:26). Pero aquí parece haber más que una simple participación con el Padre de aquello que había disfrutado en las edades pasadas. Dios ahora le da gloria (1 P. 1:21), en algún sentido como una recompensa por la fiel, plena consumación de la voluntad del Padre en relación con la obra de salvación (Fil. 2:9–11; Hch. 3:13). Así es que el acto de llevar a Cristo de la tierra (1 Ti. 3:16) y su segunda venida (Col. 3:4; Tit. 2:13), tanto como las representaciones de su presencia y actividad como futuro juez y rey (Mt. 25:31), se asocian también con una majestad y radiancia que faltan casi completamente en los retratos de Jesús en los días de su humillación.

Así que, aunque el contraste entre los sufrimientos de Cristo y la gloria (lit., las glorias) que los seguiría (1 P. 1:11) es válido, el Evangelio de Juan revela algo más, a saber, que los sufrimientos mismos pueden ser considerados una glorificación. Jesús estaba consciente de esto y se expresó al respecto en forma consecuente. «Ha llegado la hora para que el Hijo del hombre sea glorificado» (Jn. 12:23). En el cuarto Evangelio, esta palabra, hora, señala en forma regular hacia la muerte de Cristo. Jesús no estaba tratando de investir la cruz de un aura de esplendor que ésta no tenía, a fin de conjurar un antídoto psicológico para su dolor y vergüenza. Más bien, la gloria propiamente pertenece a la consumación de la obra que el Padre le había dado que hiciese, puesto que la obra representaba la perfecta voluntad de Dios.

La esperanza del cristiano es la gloria escatológica (Ro. 5:2). En este estado futuro tendrá un cuerpo nuevo moldeado en conformidad con el cuerpo glorificado de Cristo (Fil. 3:21), un instrumento superior a aquel con que está actualmente dotado (1 Co. 15:43). Cristo en el creyente es la esperanza de gloria (Col. 1:27). También él es el principal ornamento del cielo (Ap. 21:23).

La palabra gloria se encuentra en plural para denotar las potestades superiores (Jud. 8). No es fácil determinar si la referencia es a ángeles o a hombres honorables y de buena reputación en la comunidad cristiana.

Un uso algo especializado de la palabra es el que se le da en las doxologías, que son alabanzas a Dios por su dignidad y por sus obras (p. ej., Ro. 11:36).

En muchas ocasiones aparece el verbo gloriarse (kauchaomai) como en Gá. 6:14, y su significado es jactarse.

BIBLIOGRAFÍA

  1. Abrahams, The Glory of God; A. von Gall, Die Herrlichkeit Gottes; C.B. Gray y J. Massie en HDB; G. Kittel y G. von Rad en TWNT, II, pp. 235–258; H. Kittel, De Herrlichkeit Gottes; E.C.E. Owen, «Doxa and Cognate Words» en JTS 33:132–150, 265–279; A.M. Ramsay. The Glory of God and the Transfiguration of Christ; J. Schneider, DOXA.

Everett F. Harrison

LXX Septuagint

HDB Hastings’ Dictionary of the Bible

TWNT Theologisches Woerterbuch zum Neuen Testament (Kittel)

JTS Journal of Theological Studies

Harrison, E. F., Bromiley, G. W., & Henry, C. F. H. (2006). Diccionario de Teología (276). Grand Rapids, MI: Libros Desafío.

Fuente: Diccionario de Teología

I. En el Antiguo Testamento

“Gloria” generalmente representa el término heb. kāḇôḇ, cuya raíz da la idea de “pesadez” y, por lo tanto, de “peso” o “valor”. Se aplica a los hombres para describir su riqueza, esplendor, o reputación (aunque en el último sentido kāḇôḇ a menudo se trad. “honor”). La gloria de Israel no fueron sus ejércitos sino Yahvéh (Jer. 2.11). Esta palabra también podía significar el yo o el alma (Gn. 49.6).

El concepto más importante es el de la gloria de Yahvéh, que denota la revelación del ser de Dios, su naturaleza y su presencia ante la humanidad, a veces con fenómenos físicos.

En el Pentateuco la gloria de Yahvéh acompañó a su pueblo después de la liberación de Egipto, y se mostraba en la nube que los dirigió en el desierto (Ex. 16.7, 10). La nube se detuvo en el mte. Sinaí, en el que Moisés vio su gloria (Ex. 24.15–18). Nadie podía ver el rostro de Dios y quedar vivo (Ex. 33.20), pero él permitió que se tuviese alguna visión de su gloria (Ex. 34.5–8).

La gloria de Yahvéh llenaba el tabernáculo (Ex. 40.34–35), y aparecía especialmente a la hora del sacrificio (Lv. 9.6, 23). Estos pasajes parecen estar todos relacionados con teofanías en medio de tormentas eléctricas, pero también hay pasajes que sugieren más el carácter de Yahvéh que se hará conocer por todo el mundo (Nm. 14.21–22).

Los libros históricos dicen que el templo era el lugar en el que la gloria de Yahvéh se encontraba localizada en forma especial (1 R. 8.11; 2 Cr. 7.1–3).

En los profetas tenemos la concepción casi física de la gloria de Yahvéh, como en las visiones de Ezequiel (Ez. 1.28, etc.), y también una doctrina más espiritualizada (Is. 40.4–5; 60.1–3, etc.). La visión de Isaías en el templo parece combinar ambas ideas (Is. 6.1–4).

En los salmos también puede encontrarse la idea de la tormenta (Sal. 18; 29), como así también la idea de la futura revelación del carácter de Dios al mundo (Sal. 57.11; 96.3).

II. En el Nuevo Testamento

Aquí se sigue a la LXX en la trad. de kāḇôḇ, por doxa. En el gr. secular significa “opinión” o “reputación”. La primera idea desaparece completamente en la LXX y el NT, y términos similares a kāḇôḇ, también se trad. doxa.

En ciertos lugares del NT doxa se refiere al honor humano (Mt. 4.8; 6.29), pero su uso principal es la descripción de la revelación del carácter y la presencia de Dios en la persona y obra de Jesucristo. Él es la manifestación de la gloria divina (He. 1.3).

Los pastores vieron la gloria de Dios cuando nació Jesucristo (Lc. 2.9, 14), y sus discípulos pudieron verla durante su vida encarnada (Jn. 1.14). Se reveló particularmente en su sēmeia (Jn. 2.11) y en su transfiguración (Mt. 17.1–8; Mr. 9.2–8; Lc. 9.28–36), lo que recuerda la ascensión de Moisés al Sinaí (Ex. 24.15) y de Elías a Horeb (1 R. 19.8), y sus respectivas visiones de la gloria de Dios. Ahora Cristo ve y refleja la gloria divina, pero no es necesario construir tabernáculo alguno porque la Palabra de Dios ha instalado su tienda en la carne humana de Jesús (Jn. 1.14), y su gloria se revelará más completamente en el próximo éxodo en Jerusalén (Lc. 9.31), y finalmente en su parusía.

En el cuarto evangelio la hora de la dedicación a la muerte es esencialmente la hora de gloria (Jn. 7.39; 12.23–28; 13.31; 17.5; cf. He. 2.9).

La resurrección y la ascensión también se ven como manifestaciones de la gloria de Dios en Cristo (Lc. 24.26; Hch. 3.13; 7.55; Ro. 6.4; 1 Ti. 3.16; 1 P. 1.21). Pero en especial se revelará en su plenitud en la parusía (Mr. 8.38; 13.26, etc.).

El hombre, que fue creado como imagen y gloria de Dios (1 Co. 11.7) y para estar en relación con él, ha dejado de cumplir este destino (Ro. 3.23), que sólo Cristo, el segundo Adán, pudo cumplir (He. 2.6–9).

La iglesia puede ver y debe reflejar todavía la gloria de Dios en el rostro de Jesucristo (2 Co. 4.3–6). Es la gloria del nuevo pacto (2 Co. 3.7–11), y la comparten en forma especial, tanto ahora (1 P. 4.14) como en el futuro (Ro. 8.18), aquellos que sufren con Cristo. El objeto de la iglesia es hacer que el mundo reconozca la gloria que le pertenece a Dios (Ro. 15.9) y que se muestra en sus acciones (Hch. 4.21), en sus discípulos (1 Co. 6.20), y por sobre todas las cosas en su Hijo, el Señor de gloria (Ro. 16.27).

Bibliografía. °C. H. Dodd, La interpretación del cuarto evangelio, 1978; S. Aalen, “Gloria”, °DTNT, t(t). II, pp. 227–233; C, Westerman, “Ser pesado”, °DTMAT, t(t). I, cols. 1089–1113; E. F. Harrison, “Gloria”, °DT, 1986, pp. 248–250; E. Pax, “Gloria”, Conceptos fundamentales de teología, 1966, t(t). II, pp. 167–173; H. Bouessé, “Gloria de Dios”, Sacramentum mundi, 1972, t(t). III, cols. 287–291; W. Eichrodt, Teología del Antiguo Testamento, 1975, t(t). II, pp. 38–43; K. H. Schelkle, Teología del Antiguo Testamento, 1977, t(t). II, pp. 416–418.

A. M. Ramsey, The Glory of God and the Transfiguration of Christ, 1949; A. Richardson, An Introduction to the Theology of the New Testament, 1958, pp. 64ss; C. H. Dodd, The Interpretation of the Fourth Gospel, 1953, pp. 201ss; S. Aalen, NIDNTT 2, pp. 44–52; G. Kittel, G. von Rad, TDNT 2, pp. 233–255.

R.E.N.

Douglas, J. (2000). Nuevo diccionario Biblico : Primera Edicion. Miami: Sociedades Bíblicas Unidas.

Fuente: Nuevo Diccionario Bíblico