GENEROS LITERARIOS

ver, LITERATURA EN LA BIBLIA, EXEGESIS, GRIEGO BíBLICO, TEXTO Y VERSIONES CLíSICAS DE LA BIBLIA

vet, Es una expresión más común entre los exegetas y biblistas católico-romanos para expresar la disciplina del estudio de las fuentes que contribuyeron a la formación de los textos bí­blicos. La expresión es usada a partir de los estudios del dominico francés José Marí­a Lagrange, y oficialmente se empezó a usar en la Encí­clica «Spiritus Paraclitus» del papa Benedicto XV, y se hizo aún más aceptada por la de Pí­o XII «Divino Afflante Spiritu» (de 30 sept. 1943), que abrió las puertas a una investigación seria de la Biblia en la Iglesia de Roma, donde los biblistas fueron muchas veces perseguidos por no estar siempre de acuerdo sus investigaciones con la doctrina oficial de Roma. La frase «géneros literarios» encierra en realidad varias disciplinas que los protestantes habí­an cultivado ya desde el siglo XVIII tales como el estudio de las «unidades redaccionales» (Formgeschichte), el lugar y ambiente (Sitz im Leben), Alta Crí­tica (Higher Chriticism), Historiografí­a y Critica Textual (Lower Chriticism). Entre los protestantes destacan: Julius Wellhausen (1844-1918), Johann Gottefried Eichhorn (1752-1827), Rudolph Bultmann (1884-1979) y sus colegas Gunkel, H. Gressmann, O. Eissfeldt y A. Bentzen. Estos autores están considerados entre los exponentes de la llamada «Alta Crí­tica». En el estudio de la Crí­tica Textual, también llamada «Baja Crí­tica», los pioneros en el campo protestante son Konstantine von Tischendorf (1815-1874), los obispos anglicanos Brooke Foss Westcott (1825-1901) y Joseph Barber Ligthfoot (1828-1889), de Durham, y Rudolph Kittel (1853-1929) y su hijo Gerhard Kittel (1888-1948). Entre los católicos podemos enumerar al mismo José Marí­a Lagrange y al jesuita español José Marí­a Bover. La crí­tica textual ha dado muchos frutos para el estudio y edición de los textos cientí­ficos de la Biblia que redundan en la piedad y espiritualidad en las Iglesias cristianas. Esta disciplina es aceptada y apreciada también por los evangélicos conservadores, pero no así­ la llamada Alta Crí­tica. (Véanse LITERATURA EN LA BIBLIA, EXEGESIS, GRIEGO BíBLICO, TEXTO Y VERSIONES CLíSICAS DE LA BIBLIA).

Fuente: Nuevo Diccionario Bíblico Ilustrado

(v. Escritura)

(ESQUERDA BIFET, Juan, Diccionario de la Evangelización, BAC, Madrid, 1998)

Fuente: Diccionario de Evangelización

DJN
 
SUMARIO: 1. historia de las formas. -2. El método. – 3. Los géneros literarios del Antiguo Testamento. – 4. Los géneros literarios en el Nuevo Testamento: a) El evangelio. b) El género Hechos de los Apóstoles. c) El género de las Cartas: d) El género Apocalipsis. -5. Las formas literarias en el Nuevo Testamento. a) Los evangelios. b) Los dichos. c) Los paradigmas. d) Los diálogos. e) Historias de los milagros. fJ La historia de la Pasión. g) Otras formas literarias.

Los géneros literarios de la Biblia son la forma de poner por escrito un acontecimiento, un pensamiento, una descripción o una narración. La Sagrada Escritura es el libro de la literatura universal que con-tiene mayor número de géneros literarios y de diferentes expresiones para expresar la vivencia y convivencia de determinadas culturas en diferentes momentos de la historia. El lenguaje oral y escrito han de-terminado una colección de géneros y es-tilos literarios que han permitido a los autores, escritores, hagiógrafos y copistas de los textos sagrados poner por escrito una serie de acontecimientos que reflejan la historia de dos tradiciones, la judí­a -en el Antiguo Testamento- y la cristiana -en el Nuevo Testamento-. El lenguaje, ví­a de manifestación de estas tradiciones, ha si-do y es el canal de trasmisión de estas tradiciones. Sin embargo los distintos momentos, lugares y autores que participa-ron en la redacción de los textos sagrados nos obliga a hablar de estilos diferentes, formas variadas y multitud de expresiones de las que sólo podemos dar cuenta a través de la gran variedad de géneros literarios que se dan cita en los textos sagrados de la Biblia. Es necesario, por tanto, conocer, distinguir y tener en cuenta la variedad de géneros, estilos y culturas que intervienen en la redacción bí­blica para, de esta forma, entender el contenido de estos escritos, comprender su mensaje y, sobre todo, poder actualizarlos y hacerlos presente en la vida del creyente de cada tiempo.

Género es, por tanto, la «forma» en su mayor desarrollo y extensión, el estilo literario concreto y las caracterí­sticas determinadas que un autor o hagiógrafo ha utilizado a la hora de redactar un escrito. Mientras que «forma» de un texto es la unidad literaria más pequeña fijada oral-mente o por escrito que refleja una manera de hablar o de escribir determinada.

Los géneros literarios que aparecen en la Biblia son muy variados. Es necesario tener en cuenta sus propios contextos y, de manera especial, la cultura y antropologí­a en la que nacen y se desarrollan para descubrir la intencionalidad de los diferentes autores y el contenido de los mensajes que se transmiten. Aunque nuestro trabajo se limita al mundo del Nuevo Testamento y, de forma más precisa, a todo lo relacionado con Jesús a través de los escritos evangélicos, no podemos dejar de lado el Antiguo Testamento y el resto de la literatura del Nuevo Testa-mento. Igualmente, tenemos que reconocer que con el nacimiento del Nuevo Testamento y sus redacciones surgieron nuevos géneros que hasta el momento no se habí­an dado; como son los mismos evangelios y los Hechos de los Apóstoles.

1. La historia de las formas
El método de análisis de los géneros literarios depende directamente de la historia de las formas (Formgeschichte) que dio lugar al estudio de las pequeñas unidades literarias a la luz de determinados esquemas estilí­sticos. En otras palabras, el método de la historia de las formas par-te del supuesto de que los escritos de la Biblia y, en nuestro caso del Nuevo Testa-mento, pertenecen a diversos géneros literarios a través de los cuales el biblista debe descubrir sus formas -elementos formales-. De manera que el método de la historia de las formas es el sistema que trata de explicar el origen de los textos bí­blicos, de determinar el grado de historicidad que poseen a través del análisis de las formas o géneros literarios y su evolución, teniendo en cuenta el contexto de cada uno de esos escritos. Esta forma de estudio de la Biblia dio lugar a un nuevo acercamiento a los escritos sagrados más literario y filológico en un intento de recuperar las intenciones originarias de los escritores y hagiógrafos y de descubrir el verdadero sentido y significado de los escritos analizados. Las bases para este tipo de acercamiento a los textos bí­blicos las puso J. G. von Herder (1744-1803) cuan-do se acercó a los escritos del Antiguo Testamento como textos literarios. Pero fue H. Gunkel quien, a finales del siglo XIX establece la metodologí­a especí­fica de la historia de las formas y los géneros literarios al estudiar analí­ticamente los escritos del Antiguo Testamento. En 1910 Gunkel publica un comentario al Génesis analizando las pequeñas unidades literarias de la obra bí­blica. A la nueva metodologí­a bí­blica propuesta por Gunkel se suma H. Gressmann aplicando el método a los textos proféticos. Rápidamente el método pasó al Nuevo Testamento. En 1919 M. Dibelius llevará la metodologí­a a los escritos evangélicos. A Dibelius se unen K. L. Schmidt y R. Bultmann dando lugar a una escuela -la escuela de la historia de las formas- a la que poco a poco se irí­an incorporando los principales exégetas y biblistas del campo católico y protestante.

El objetivo principal del estudio de los géneros literarios era descubrir la historia de las formas literarias o preliterarias y su inserción en la vida social descubriendo las fuentes de los escritos sagrados que han llegado hasta nosotros en su redacción final y definitiva. Este descubrimiento sólo se podí­a lograr a través del análisis de las pequeñas unidades literarias y del reconocimiento de los diferentes géneros literarios de los escritos. La búsqueda del im Leben se convirtió en el punto final del análisis. Se trata de descubrir el punto de inserción en la vida de la comunidad de cada unidad literaria así­ como el contexto en el que los textos fueron escritos y las razones que influyeron y condicionaron su redacción. El conocimiento del contexto Sitz im Leben- es una de las mejores ayudas para comprender el contenido de los escritos y las razones que llevaron a su autor a ponerlos por escrito. El paso siguiente era establecer una historia de la redacción y de la tradición del texto, el proceso de evolución, los cambios a los que el texto se vio sometido, su historia hasta la elaboración del texto definitivo, así­ como las incorporaciones textuales y manipulaciones redaccionales del escrito hasta su fijación definitiva.

2. El método
El método del estudio de los géneros literarios sigue un proceso diacrónico teniendo en cuenta la historia y la vida de los textos bí­blicos. El primer paso del análisis de los géneros literarios nos obliga a trabajar desde una perspectiva crí­tica con el texto teniendo en cuenta su contexto social, cultural, polí­tico; comparándolo con otros escritos paralelos o de otras culturas; a través de ciencias afines como la arqueologí­a, la crí­tica literaria. El paso siguiente consiste en aislar las más pequeñas unidades literarias y clasificarlas a la luz del género literario concreto teniendo en cuenta las caracterí­sticas propias del género en concreto. Se trata de definir el texto teniendo en cuenta el análisis riguroso del género por inducción. A continuación, el biblista pone en relación el género literario del texto con su contexto, esto es, teniendo en cuenta las necesidades y conveniencias de un momento social o histórico determinado, una psicologí­a concreta, el ambiente colectivo general. A través de estos pasos el biblista se va haciendo con la historia del texto y se hace con el contexto que influyó el escrito para descubrir el pretexto del autor como la intencionalidad última y definitiva que le llevó a ponerlo por escrito.

A través del descubrimiento de los géneros literarios y de la historia de su redacción el biblista descubre el desarrollo progresivo de las tradiciones que rodea-ron la redacción del texto a partir de unidades literarias concretas y definidas para llegar a los grandes documentos u obras literarias. Por otro lado el biblista descubre la influencia de la sociologí­a y la antropologí­a cultural del momento sobre el escrito y valora las condiciones sociales, económicas y polí­ticas que determinaron y configuraron el texto. Finalmente, a través del estudio de los géneros literarios y su historia, el biblista compara su documento con otros escritos de caracterí­sticas semejantes y, de esta forma, clasifica escritos de orí­genes y procedencias distintas pero que tienen caracterí­sticas similares y forman parte de familias literarias afines.

3. Los géneros literarios del Antiguo Testamento
En el Antiguo Testamento la diferencia entre la poesí­a y la prosa, los oráculos y los géneros gnómicos son más fáciles de reconocer. Los textos en prosa del Antiguo Testamento son los mejores canales de trasmisión y fijación de los géneros literarios de origen oral como son el discurso, la oración, la plegaria y la predicación, a los que tenemos que añadir los textos procedentes de la tradición legal del judaí­smo como son las colecciones de le-yes de estilo apodí­ctico, casuí­stico, ritual, festivo y los escritos epistolares. A esta colección de escritos en prosa proceden-tes de las viejas tradiciones orales tenemos que añadir los escritos legendarios, mitos, fábulas y otras narraciones que se transmití­an de generación en generación de forma oral y popular. Por otro lado están los escritos provenientes de tradiciones escritas que recogen datos históricos, acontecimientos biográficos, descripciones de lugares, escenarios, fisonomí­as y visiones.

La literatura poética del Antiguo Testamento nos sitúa ante nuevos géneros literarios entre los que podemos destacar las loas y cantos de victoria, las canciones nupciales y poemas amorosos, los himnos de guerra y los cantos funerarios, escritos sapienciales así­ como la amplia colección de oraciones poéticas en forma de salmos, himnos y cánticos para ser usa-dos en la liturgia y en las celebraciones festivas del pueblo.

Finalmente tenemos que destacar las sentencias, proverbios, máximas y otros escritos que formaban parte del patrimonio cultural del pueblo y que son recogidos y destacados en los escritos del Antiguo Testamento como ilustraciones y referentes para los oráculos, profecí­as y otros escritos de tipo histórico.

4. Los géneros literarios en el Nuevo Testamento
Hablar de géneros literarios en el Nuevo Testamento es hablar de partes o libros del mismo. Los cuatro evangelios pertenecen y configuran al género evangelio; la amplia colección de cartas a las primeras comunidades cristianas pertenecen y forman el llamado género epistolar. De manera que la mayorí­a de los escritos del Nuevo Testamento son, por su propia naturaleza, géneros en sí­ mismos. La gran aportación literaria de Jesús es la creación del género «evangelio». Sin embargo estos grandes géneros o géneros mayo-res están formados, a su vez, por otros géneros que los configuran y caracterizan. De esta manera dentro de los evangelios podemos encontrar discursos, parábolas, acontecimientos históricos, alegorí­as, milagros; y dentro de la literatura epistolar tenemos himnos, cánticos, sentencias, catequesis.

Así­ pues, en el Nuevo Testamento podemos hablar de géneros literarios mayo-res como son los evangelios, los Hechos de los Apóstoles, las cartas y el Apocalipsis. Estos cuatro géneros mayores configuran el escaparate literario del Nuevo estamento. Dentro de cada uno de ellos podemos hablar de géneros literarios menores o subgéneros. De los cuatro géneros neotestamentarios, las cartas o literatura epistolar y el Apocalipsis eran géneros ya existentes que el Nuevo Testa-mento asume como parte de su literatura. Sin embargo, el género evangelio y el de los Hechos de los Apóstoles son géneros nuevos que nacen con la redacción y composición del Nuevo Testamento. Los evangelios y los Hechos son, por tanto, creaciones cristianas.

) El evangelio. – Como hemos afirmado anteriormente, los evangelios del Nuevo Testamento pertenecen a un género literario nuevo para la literatura bí­blica que no existí­a en el Antiguo Testamento y que forma parte de la novedosa creación literaria de los escritos cristianos que es el género evangelio. El género, como su nombre indica, quiere decir: mensaje de salvación, buena noticia comunicada oral-mente que tiene como tema y contenido central la figura de Jesucristo. El género evangelio tiene la misión de presentar a Jesús como el Cristo, el Señor y el Hijo de Dios. Para conseguir esta finalidad el autor -hagiógrafo del evangelio- presenta los momentos más importantes de la vida de Jesús como puntos centrales de fe a la luz de su pasión, muerte y resurrección. En ningún caso podemos considerar el evangelio o los evangelios como «vidas» de Jesús al estilo biografí­as, pero de la misma forma no podemos considerar los evangelios como colecciones de historias y dichos en el sentido de los memoriales clásicos. Ni tan siquiera podemos considerar el género evangelio como una cronologí­a de la vida de Jesús. De esta forma se presenta a Jesús y su mensaje como acontecimiento mesiánico y de salvación. Los evangelios pretenden dar testimonio de la fe, garantizar y afianzar la fe de los cristianos.

Todo esto nos permite establecer una serie de caracterí­sticas que definen el género evangelio: En primer lugar, el evangelio queda vinculado a la proximidad a la Tradición, en donde el evangelista se sitúa perfectamente en el marco de su evangelio y es capaz de hacer una visión retrospectiva de la vida de Jesús para sacar a la luz los momentos más importantes en forma de catequesis, descripción o elaboración literaria. En segundo lugar, el evangelio se sitúa ante un marco común que se configura a través del kerigma anunciado. El evangelio comienza con la descripción de los acontecimientos relacionados con el nacimiento de Jesús y concluye con el testimonio de su resurrección y el nacimiento de las primeras comunidades cristianas. El tercer elemento que caracteriza al género evangelio es su estilo histórico literario. Sin tratar de hacer historia de los acontecimientos, los evangelistas elaboran sus evangelios como si estuvieran haciendo una exposición histórica de acontecimientos de la vida de Jesús. El cuarto y último elemento que caracteriza al evangelio como género literario es su necesaria actualización. Su predicación permanente a lo largo de la historia y su lectura y anuncio en la Iglesia hace que el evangelio tenga que ser constantemente actualiza-do en un lugar y tiempo determinado y ante una comunidad concreta.

El género evangelio es, como su nombre indica, buena noticia. Su redacción y elaboración literaria tiene como finalidad anunciar y predicar que Cristo está presente y actúa en la Iglesia de forma permanente. Esta predicación y anuncio es lo que elaboran y redactan los evangelistas dando lugar a los evangelios en los que confluyen datos narrativos de carácter histórico, social y cultural propios de la época y del lugar. El evangelista es el en-cargado de hacer coincidir todos estos datos. Su papel consiste en hacer hablar a Jesús a través de sus escritos. El que es-cribe el evangelio es el evangelista pero no es él quien habla, sino que por medio de su redacción y elaboración literaria ha-ce hablar a Jesucristo que es, en definitiva, el que orienta y dirige a la comunidad a la que va destinado el escrito en su momento inicial. Todo esto hace que el evangelista sea una persona autorizada, un personaje responsable del texto que está escribiendo, el que conoce el contexto de lo que está escribiendo y el que sugiere el pretexto y la actualización de la redacción final del escrito.

b) género Hechos de los óstoles. – El otro género propio y novedoso de la literatura cristiana primitiva es el que aparece reflejado en una única obra del Nuevo Testamento, el libro de los Hechos de los Apóstoles. Estamos ante una obra que configura un género que sirvió de referencia para escritos cristianos posteriores. Si bien es verdad que el libro neotestamentario es continuación del evangelio atribuido a Lucas, hemos de reconocer que la continuidad se convierte en diferencia con respecto al resto de los escritos del Nuevo Testamento. Los Hechos de los Apóstoles por sí­ solos, aunque en conexión y continuidad con el evangelio lucano, forman un nuevo estilo literario que podemos definir como un nuevo género literario del que la Biblia no conserva ningún otro ejemplo. Tenemos que recurrir a la literatura apócrifa intertestamentaria y cristiana posterior para encontrarnos obras que figuran bajo la denominación de «hechos». Sin embargo la mayorí­a de los biblistas señalan abundantes diferencias entre los Hechos apócrifos como género literario y el género del canónico Hechos de los Apóstoles. En todo caso hemos de reconocer que el libro de los Hechos de los Apóstoles, continuación del evangelio de Lucas, es un caso único dentro de la literatura bí­blica del Nuevo Testamento. Estamos, por tanto, ante un género neotestamentario.

Las caracterí­sticas que definen y de-terminan el género literario de la obra y que la hacen singúlar con respecto al resto de los escritos del Nuevo Testamento tienen -como lo tení­a el género evangelio-un especial interés por la tradición y encuentra en la predicación la mejor forma de su presentación doctrinal y tienen, también, una especial tendencia hacia su actualización. En este sentido, y dado que sólo podemos hablar de una obra para este género, tenemos que afirmar que el género de los Hechos de los Apóstoles es un género singular que pretende hacer una exposición y presentación ideal de la vida de las primeras comunidades cristianas a la luz y como resultado de la doctrina evangélica. A través de la experiencia y de los acontecimientos vividos por las prime-ras comunidades cristianas, el género literario pretende convertir su escrito en un modelo de conducta y ofrecer a otras comunidades cristianas nacientes un ejemplo a seguir y una actitud a tener en cuenta.

) El género las Cartas. – Otro género literario del Nuevo Testamento aun-que ésta ya no es propiamente creación de la literatura cristiana es el de las cartas o escritos epistolares. De los veintisiete libros del Nuevo Testamento un total de veintiuno son cartas y pertenecen a ese género epistolar. Se trata de una forma de escritura habitual en la literatura griega y que los primeros cristianos asumieron como propia a la hora de comunicar y transmitir el mensaje de Jesús. La principal caracterí­stica de este género reside en su estructura literaria. Son escritos que siguen un esquema que, con leves modificaciones, se repite en todos ellos. Un es-quema que encuentra su origen en el formulario helení­stico que sigue el esquema: Remitente, nombre del destinatario, saludo inicial y fórmula de fe, cuerpo y contenido de la carta, acción de gracias, saludos de despedida y bendición final. Todas estas cartas eran, como su nombre indica, documentos escritos que se destinaban a determinadas comunidades -los destinatarios- a las que una persona con autoridad apostólica -Pablo, Pedro, Santiago…- o atribuidas a ellos, escribe animando, exhortando o comunicando cualquier tipo de mensaje escrito con la finalidad de poner en contacto a las diferentes comunidades cristianas distribuidas por los diferentes lugares por los que los primeros creyentes predicaron el evangelio y fundaron comunidades cristianas.

Las cartas del Nuevo Testamento son, en realidad, libros que forman parte de la colección de obras que forman la literatura canónica neotestamentaria. Pero, al mismo tiempo configuran el género literario de carta o epí­stola. Tienen su propio destinatario al que están dirigidas que suele ser una iglesia particular o un personaje concreto de la tradición del cristianismo naciente. La novedad y caracterí­stica más destacada del género literario de las cartas del Nuevo Testamento está en que, a pesar de estar dirigidas a una comunidad en concreto, con un contexto determinado y con una finalidad especí­fica y, en la mayorí­a de los casos, puntual; al mismo tiempo, están dirigidas a todas las comunidades cristianas de la Iglesia universal, superan el espacio geográfico inicial y siguen siendo actuales a pesar del paso del tiempo.

Todo parece indicar que la carta como género literario del Nuevo Testamento surgió de forma más o menos casual. El primero que utiliza la carta como género literario en la literatura cristiana primitiva fue Pablo, y su decisión vino motivada por su situación geográfica y la imposibilidad de hacerse presente en un momento determinado en una comunidad que él mismo habí­a fundado como fue la de la Iglesia de Tesalónica. La primera carta que se escribe del Nuevo Testamento y, en realidad, el primer escrito del Nuevo Testamento es la primera carta que Pablo escribe a los Tesalonicenses. Una serie de circunstancias llevaron a Pablo a escribir este texto y, a la vista del éxito de su escrito, puso en mar-cha la elaboración de nuevas cartas a otras comunidades. El ejemplo de Pablo llevó a otros a imitar la fórmula epistolar dando como resultado la colección de cartas que hoy tenemos en el Nuevo Testamento y que forman el género literario de la carta.

Cada una de las cartas, no sólo sigue un esquema preciso y bien determinado que las constituye como escrito epistolar, sino que estas cartas ofrecen todo tipo de materiales como son himnos, oraciones litúrgicas, fórmulas parenéticas, discusiones breves y demás temas de interés preciso que la exégesis ha identificado como «formas» dentro del género literario.

d) género Apocalipsis. – El último género literario del Nuevo Testamento corresponde con el último libro de la Biblia, el Apocalipsis de Juan. Estamos, como sucedí­a con el libro de los Hechos de los Apóstoles, ante una obra que ha dado nombre a todo un género literario en el Nuevo Testamento. Sin embargo, y a diferencia del libro de los Hechos de los Apóstoles, el género apocalipsis ya existí­a antes de la redacción del último libro de la Biblia. El género apocalipsis tiene sus ejemplos en escritos de la literatura profética y sapiencial del Antiguo Testamento, pero son los apócrifos tanto del Antiguo como del Nuevo Testamento en donde podemos encontrar el mayor número de obras pertenecientes a este género literario.

El género apocalipsis habí­a nacido para dar respuesta a las preguntas que el sabio de Israel, a través de la literatura sapiencial, no habí­a sido capaz de solucionar. Las preguntas de la sabidurí­a sobre el sentido de la vida, las consecuencias del bien y del mal, el problema de la muerte y la justicia de Dios cobran en la apocalí­ptica una dimensión nueva y, sobre todo esperanzadora. La apocalí­ptica, situada en el marco de la literatura intertestamentaria (150 a.C. – 150 d.C.), dio lugar a una gran variedad de escritos de entre los que sobrasale de manera particular los identificados como apocalipsis o revelación de lo que hasta ese momento permanecí­a oculto al ser humano: Apocalipsis de Henoc, Abrahán, Moisés, Elí­as, Baruc… Con el Apocalipsis de Juan nace la literatura apocalí­ptica cristiana y el apocalipsis como género literario hace su aparición en el Nuevo Testamento que dará paso a nuevos Apocalipsis -estos ya apócrifos- como son el Apocalipsis de Pedro, de Pablo, del Pastor de Hermas…

El género apocalipsis se presenta en la mayorí­a de las veces en forma de sueños y visiones. El libro del Apocalipsis no es una excepción y en él vemos a Juan rodeado de una amplia colección de apariciones, visiones, sueños y manifestaciones extraordinarias. En general el autor de un escrito del género apocalipsis describe lo contemplado o escuchado a través de sí­mbolos y signos, de alegorí­as, imágenes y metáforas para describir lo que no es fácil de comprender por salirse de la situación normal y habitual para el ser humano. En el género apocalipsis está presente el juego con el lenguaje y con los números. La cábala, la simbologí­a numérica, la guematrí­a y demás apoyos literarios convierten al texto del género apocalipsis en un documento que debe ser tratado e interpretado desde las claves en las que fue escrito.

La finalidad más destacada del género apocalipsis está en lograr el fortalecimiento de la fe en los momentos de dificultad. Los apocalipsis son libros esperanzadores, documentos que buscan consolar a los cristianos en medio de las inclemencias de una sociedad en oposición a la fe cristiana. A través del género apocalipsis el autor se convierte en un mediador entre Dios y el cristiano que recibe el libro en clave. En el Apocalipsis de Juan está claro el mensaje consolador y de esperanza a través de la confianza en Dios y en Cristo en medio del conflicto y la lucha contra el poder del enemigo.

El Apocalipsis de Juan es el único re-presentante del género apocalipsis del Nuevo Testamento, pero eso no le exime de ser uno de los mejores representantes de su género literario. En la obra de Juan confluyen elementos de la apocalí­ptica judí­a tardí­a, de la literatura profética y sapiencial pero, sobre todo, de la experiencia de vida de las primeras comunidades cristianas sometidas a persecución. Esta situación hacen del Apocalipsis de Juan una obra singular dentro del género de los apocalipsis como una de las grandes elaboraciones exclusivamente cristianas. En el Apocalipsis de Juan encontramos elementos propiamente cristianos que no están presentes en otros apocalipsis con-temporáneos, ni tan siquiera posteriores, como son: el acontecimiento de la resurrección como punto de partida, el cumplimiento de las esperanzas mesiánicas en la figura de Jesús, la presencia de la Iglesia como nexo de unión entre las comunidades nacientes, el sacrificio de la cruz y el carácter judicial del final de los tiempos. La esperanza del Apocalipsis del Nuevo Testamento reside precisamente en el anuncio de la nueva venida de Cristo, la parusí­a como consumación de los tiempos y momento clave en el acontecimiento salví­fico para los creyentes.

5. Las formas literarias en el Nuevo Testamento
Los géneros literarios son el mayor desarrollo y extensión de un estilo literario concreto y con unas caracterí­sticas determinadas que un autor o hagiógrafo ha utilizado a la hora de redactar un escrito. Dentro de cada género literario están las formas literarias que son subgéneros literarios menores de los géneros. La forma de un texto es la unidad literaria más pequeña fijada oralmente o por escrito que refleja una manera de hablar o de escribir determinada. A la forma pertenecen la mayorí­a de los materiales de la tradición incorporados posteriormente a la totalidad de la obra.

En el Nuevo Testamento las formas literarias deben ser clasificadas a la luz de su estructura y por sus caracterí­sticas de la siguiente manera:

a) evangelios. – Coincidiendo con el género evangelio podemos hablar de los evangelios como formas literarias. Se trata de un artificio literario creado con la finalidad de anunciar y predicar el mensa-je de Jesús a través de un escrito que previamente ha vivido una etapa de formación oral. En el Nuevo Testamento tenemos dos formas literarias de evangelios: por un lado están los evangelios sinópticos y por otro el cuarto evangelio o evangelio joánico.

) Los dichos. – También conocidos como «logia» que se refieren a la salvación y que los redactores ponen en boca de Jesús en forma de enseñanza doctrinal y salví­fica. Los dichos del Nuevo Testamento pueden tener a su vez, determinadas caracterí­sticas que nos permiten hacer de ellos una clasificación: 1) Dichos proféticos: Son aquellos que hablan de la proximidad del reino de Dios (Lc 12,32; Mt 8,11; 13,16). 2) Dichos sapienciales: Se trata de aquellas fórmulas literarias en forma de dicho que transmiten una experiencia sapiencial al estilo del Antiguo Testamento, como pueden ser frases o fórmulas hechas, refranes, proverbios… (Mc 6,4; Mt 12,41-42). 3) Dichos legales: Son aquellos dichos o fórmulas verbales que formaban parte del lenguaje jurí­dico o administrativo, sentencias apodí­cticas o fórmulas oficiales propias de la época (Mt 7,6; Mc 8,38). 4) Dichos comparativos: Como su nombre indica son aquellas formulas empleadas en el lenguaje que ponen en conexión ideas, imágenes o secuencias entre sí­ con el fin de mostrar y demostrar el dualismo de lo mejor frente a lo peor, el bien ante el mal, la bondad y la maldad… (Lc 15,4-17; Mt 24,43-44; Mc 2,21-22). 5) Los «yos»: Son aquellas alusiones puestas en boca de Jesús que ponen de manifiesto su mesianismo, autoridad, filiación o santidad. Los «Yos» son las fórmulas literarias a través de las cuales Jesús expresa su conciencia de ser el enviado por Dios, el Hijo de Dios (Mc 2,17; 10,45).
) Los paradigmas. – Son aquellas narraciones cortas -relatos breves- que se utilizan como ejemplos, modelos a tener en cuenta o simples ilustraciones de un contexto determinado. El carácter de los paradigmas nos permite identificarlos como relatos de estilo edificante siempre religiosos. Merece la pena destacar algunos de los más representativos como son: la curación del paralí­tico (Mc 2,1-12); los discí­pulos arrancando las espigas en sábado (Mc 2,23-28); el hombre de la mano seca (Mc 3,1-6); la unción en Betania (Mc 14,3-9). Al grupo de paradigmas tenemos que añadir la colección de relatos vocacionales del Nuevo Testamento como modelos de aceptación y cumplimiento de la voluntad de Dios.

d) Los álogos. – A este grupo pertenecen todas las descripciones de diálogos, enseñanzas, polémicas y diatribas que aparecen en el Nuevo Testamento. El diálogo era una forma de poner de manifiesto el mensaje de Jesús a través de su dialéctica, del enfrentamiento con sus oponentes y de la exposición de su doctrina para demostrar su poder, autoridad y su personalidad. Por medio de los diálogos, Jesús enseña a sus discí­pulos, a la gente que lo escucha y a grupos como los fariseos su mensaje. Esto hace que la gran mayorí­a de la predicación del mensaje de Jesús haya llegado hasta nosotros en forma de diálogos con distintas personas y grupos.
) Historias de los milagros. – Las descripciones evangélicas de los milagros ponen de manifiesto una nueva forma literaria que consiste en describir detallada-mente los acontecimientos extraordinarios realizados por Jesús. La finalidad de las historias de milagros es doble: por un lado pretenden demostrar su poder, autoridad y trascendencia al realizar hechos que sobrepasan las fronteras de la capacidad humana. Por otro lado, las historias de los milagros pretenden dejar por escrito aquellos acontecimientos que sirvieron para la conversión de las personas que habí­an sido objeto del hecho milagroso o habí­an contemplado el suceso sobrenatural. Las curaciones y sanaciones son, en la mayorí­a de los casos, los hechos milagrosos que realiza Jesús y que han re-cogido los evangelistas en forma de narraciones extraordinarias o como manifestación del poder de Jesús.

) La historia de la ón. – Sin duda una de las novedades literarias del Nuevo Testamento es la creación de la historia de la Pasión. La descripción pormenorizada de los momentos previos a la muerte y resurrección de Jesús constituyen el centro de la literatura del Nuevo Testamento. La historia de la Pasión es, por sí­ sola, una forma literaria a la que da cuenta de los acontecimientos puntuales que rodearon a los momentos descritos.

g) Otras literarias. – Podrí­amos seguir enumerando otras formas literarias del Nuevo Testamento. La riqueza de los escritos bí­blicos nos permite hablar de textos eucarí­sticos, disputas, narraciones históricas, dichos proféticos, dichos sapienciales, dichos legislativos, comparaciones, cartas menores, himnos, confesiones de fe y otros conjuntos narrativos menores. -> + ; parábolas; antí­tesis; hermenéutica; historia.

BIBL. A. M. ARTOLA – J. M. SíNCHEZ CARO, y Palabra de Dios, Verbo Divino, Estella 1990; J. J. BARTOLOME, Evangelio y Jesús de Nazaret, CCS, Madrid 1995; . BULTMANN, de la tradición sinóptica, Sí­gueme, Salamanca ; W. EGGER, del Nuevo Testamento, Verbo Divino, Estella 1990; P. GRELOT, evangelios y la historia, Herder, Barcelona 1987; P. GRELOT, palabras de jesucristo, Herder, Barcelona 1988; . MUí‘OZ IGLESIAS, géneros literarios y la interpretación de la Biblia, Casa de la biblia, Madrid 1968; J. O’CALLAGHAN, ón a la crí­tica textual del Nuevo Testamento, Verbo Divino, Estella 1999; PONTIFICIA COMISIí“N BíBLICA, interpretación de la Biblia en la Iglesia, Editrice Vaticana, Cittá del Vaticano ; W. STENGER, métodos de la exégesis bí­blica, Herder, Barcelona 1990; . THEISSEN – . MERZ, Jesús histórico, Sí­gueme, Salamanca, 1999; H. ZIMMERMANN, métodos histórico-crí­ticos en el Nuevo Testamento, BAC, Madrid 1969.

Vázquez Allegue

FERNANDEZ RAMOS, Felipe (Dir.), Diccionario de Jesús de Nazaret, Editorial Monte Carmelo, Burbos, 2001

Fuente: Diccionario de Jesús de Nazaret

Cada uno de los textos literarios guarda relación con otros textos. a través de una red compleja de relaciones que se manifiesta, bien en la repetición o recuperación de determinados temas, bien en unas opciones formales especí­ficas. Este hecho determina la investigación sobre los géneros literarios, que representan las diversas formas o maneras de expresarse (orales o escritas) que se usan comúnmente en una época y región determinada y puestas en relación constante con determinados contenidos. La investigación sobre los géneros literarios en el terreno de la Biblia tuvo un notable impulso a partir de H. Gunkel (18621932), profesor de Antiguo Testamento en Giessen y en Halle. Según Gunkel, son tres los factores internos y uno externo los que constituyen el género literario: un tema peculiar, una estructura o forma interna propia, un repertorio de procedimientos frecuentes y dominantes (factores internos); el factor externo es la situación vital o circunstancia social, que Gunkel ha llamado Sitz im Leben. Por eso se puede afirmar que el género literario responde a una necesidad social especí­fica por medio de un contenido literario concreto que tiene su propia estructura, su vocabulario y su estilo. Gunkel, a pesar de las fuertes resistencias que encontró, tuvo pronto muchos discí­pulos, y su método (la «crí­tica de los géneros literarios «) se ha impuesto en la exégesis tanto del Antiguo Testamento como del Nuevo. En el campo católico este método de investigación se afirmó con la encí­clica Divino Aftlante Spiritu, de pí­o XII, y la Constitución dogmática Dei Verbum, del concilio Vaticano II.

En lingüí­stica se definen como ,»tipos textuales » los grupos de textos con caracterí­sticas comunes; los problemas relacionados con ellos, así­ como su identificación, se tratan en el capí­tulo «géneros literarios». La exégesis histórico-crí­tica habla de ellos en el capí­tulo de la «historia de las formas» (Fomzgeschichte), aunque actualmente se tiende a distinguir, por motivos de orden metodológico y de orden histórico, entre «crí­tica de las formas» y «crí­tica del género literario», entendiendo por «forma» el aspecto individual de cada texto y por «género literario» los aspectos comunes a varios textos.

F Dalia Vecchia

Bibl.: «. Lohfink, Exégesis bí­blicas y teologí­a. La exégesis bí­blica en evolución,. Sí­gueme, Salamanca 1969; J Schreiner Introducción a los métodos de la exégesis bí­blica, Herder, Barcelona 1974; A. M. Artola – J M, Sánchez Caro, Biblia y Palabra de Dios, Introducción al estudio de la Biblia, 11, Verbo Divino, Estella 41995, 322-326.

PACOMIO, Luciano [et al.], Diccionario Teológico Enciclopédico, Verbo Divino, Navarra, 1995

Fuente: Diccionario Teológico Enciclopédico

I. Concepto
1. El problema
El problema del g.l. de un escrito no es exclusivo de la ->exégesis. Por ej., en la literatura francesa de los siglos xvii y xviii la teorí­a de los g.l. ocupaba un lugar importante. Se distinguí­an los géneros: lí­rico, dramático, épico, cómico y trágico, a los que los «clásicos» pretendí­an señalar reglas precisas (contra la protesta de los románticos). Hoy dí­a se intenta esclarecer el fenómeno literario desde el «fenómeno social». En el g.l. se ve «una forma colectiva de pensar, sentir y expresarse en relación con una determinada época cultural» (A. Robert). El g.l. podrí­a compararse con el estilo de las artes plásticas, que depende de todo un conjunto de circunstancias (materiales, concepción reinante, etc.), y que el arquitecto, o el pintor, o el escultor ha de tener necesariamente en cuenta para hacerse entender en su generación. En consecuencia el g.1., estrechamente ligado a la forma de pensar, evoluciona en consonancia con la respectiva situación cultural. Sí­guese que cuanto más diferente de la nuestra es la civilización a que pertenece la obra estudiada, tanto más peligroso es juzgarla en función de los g.l. que nos son familiares, y tanto más importante se hace la tarea de determinar con precisión las leyes del género usado.

2. Historia de la cuestión de los géneros literarios en la exégesis bí­blica
Ningún exegeta ha puesto nunca en duda la existencia de varios g.l. en la Biblia: lí­rico, didáctico, histórico, etc.; nadie ha negado tampoco que la verdad de una composición poética, de una parábola o de una alegorí­a es muy distinta de la de un relato histórico. Muchos han trabajado por determinar las leyes de estos géneros diferentes, tal como existen entre los antiguos semitas. Se ha comprobado, p. ej., que la colección de los salmos contiene cantos de naturaleza muy diversa, los cuales obedecen a reglas de estilo, composición y contenido que se hallan más o menos en todo el oriente. Igualmente, los textos legislativos, las fórmulas de alianza y la predicación de los profetas siguen normas más o menos fijas, cuyo estudio es indispensable para la exégesis. Cierto que la predicación bí­blica rompe a menudo este marco; pero precisamente la comparación de las formas bí­blicas con las otras pone de manifiesto la originalidad de las primeras (cf. J. HARVEY, 195), tanto más por el hecho de que «intenciones muy distintas pueden manifestarse bajo formas iguales» o, quizá mejor, pueden ocultarse bajo «formas casi iguales» (ROBERT-FEUILLET, I, p. 138).

II. El magisterio eclesiástico
1. Antes de la encí­clica «Divino afflante Spiritu»
De hecho, entre los católicos, la cuestión se planteó principal, si no exclusivamente, a propósito de los libros que la Biblia presenta bajo la forma de relatos históricos. Como ciertos exegetas invocaban el g.l. para reducir muchos relatos bí­blicos a -> «mitos», en el sentido en que entonces se entendí­a generalmente este término, o a fábulas desprovistas de todo valor histórico, el magisterio eclesiástico se mostró por de pronto muy reservado. Sin embargo, ya la encí­clica Providentissimus de León xiii (1893) promulgaba el principio que debí­a dirigir la exégesis católica y que ya mucho antes habí­a formulado Agustí­n.

A propósito de la manera como la Biblia habla de la «figura del cielo», Agustí­n dice que los autores sagrados no tratan este problema, pues ellos «no enseñan cosas inútiles para la vida eterna». Más exactamente: Agustí­n presupone que los hagiógrafos conocí­an tales materias, «pero el Espí­ritu de Dios que hablaba a través de ellos no quiso enseñar a los hombres cosas cuyo conocimiento ningún provecho habí­a de traerles para su salvación eterna» (De Gen. ad lit. 2,9,20; PL 34,270; EnchB 121, citado en Div. af fl. Sp.: EnchB 539, y en el Vaticano II, Dei verbum, c. 3, n.<> 11, nota 5). Lo importante aquí­ no es tanto la aplicación particular, cuanto la razón invocada. Según la fórmula más clara todaví­a de Tomás, «el Espí­ritu Santo no quiso darnos por los autores inspirados otra verdad que la provechosa para nuestra salvación» (De ver., q. 12 a. 2; cf. también el Vaticano II, ibid.). No se trata ciertamente, como se ha pretendido a veces, de restringir la -» inspiración a ciertas partes privilegiadas de la Biblia, sino de precisar el fin que Dios se proponí­a al inspirar a los hagiógrafos y, por tanto, el sentido de la Escritura entera. En términos aristotélicotomistas: «el objeto formal de la revelación determina el objeto material enseñado por la Escritura» (P. Grelot). Con esto se señalaba una de las caracterí­sticas esenciales de toda la Escritura inspirada en cuanto tal, y se definí­a en cierto modo lo que podrí­a llamarse, si la expresión no fuera equí­voca, el «género literario inspirado» (la fórmula es de L. BILLOT, De inspiratione Sacrae Scripturae theologica disquisitio, R 41929, p. 166, que querí­a impedir así­ todo recurso a los g.l. para interpretar los relatos de la Biblia).

En 1905 la comisión bí­blica toma en consideración una posible aplicación a la historia: «Hay ciertos casos, raros, que sólo han de admitirse en virtud de sólidos argumentos, en que el hagiógrafo no querí­a relatar una historia verdadera y propiamente dicha, sino, bajo forma y apariencia de historia, referir una parábola, una alegorí­a, o proponer un sentido que se aleja de la significación propiamente literal o histórica de las palabras» (EnchB 161). Y en 1909 admite, p. ej., que en el relato de la creación el autor sagrado no habí­a presentado una enseñanza cientí­fica, como lo suponí­an las explicaciones concordistas, sino más bien una descripción popular (notitiam popularem), acomodada a la inteligencia de los hombres del tiempo (EnchB 432).

La expresión g.l. no se usaba aún. Aparece por primera vez en la enc. Spiritus paraclitus de Benedicto xv (1920). Sin duda el pasaje se propone directamente excluir «los g.l1 incompatibles con la entera y perfecta verdad de la palabra divina». Pero la encí­clica sólo condena un «abuso»; cuando reconoce «la rectitud de los principios, con tal que se mantengan dentro de ciertos lí­mites», parece que también se refiere al principio de los g.l. (EnchB 461).

2. Pí­o XII y la «Divino afflante Spiritu»
Toda la cuestión estaba en saber cuáles eran estos lí­mites y, señaladamente, en qué medida el exegeta católico podí­a recurrir al g.l. para interpretar un relato histórico. Este es el problema que aborda explí­citamente la encí­clica de Pí­o xii (1943). Las traducciones oficiales incluso introducen el pasaje con un subtí­tulo significativo: «Importancia del g.l., sobre todo en las obras históricas.»
Después de explicar a manera de introducción que la «norma suprema de toda interpretación» es «conocer y definir lo que el escritor querí­a decir», la encí­clica declara: «Para determinar lo que los antiguos autores orientales quisieron decir con sus palabras», no basta consultar «las leyes de la gramática, de la filologí­a o del simple contexto». «Es absolutamente necesario que el intérprete se traslade mentalmente a aquellos remotos siglos del oriente, para que, ayudado convenientemente por los recursos de la historia, arqueologí­a, etnologí­a y de otras disciplinas, conozca y distinga qué géneros literarios quisieron emplear y de hecho emplearon los escritores de aquella antiquí­sima edad» (EnchB 558). La razón es indicada a renglón seguido: «Porque los antiguos orientales no empleaban siempre las mismas formas y las mismas maneras de decir que nosotros hoy, sino, más bien, aquellas que estaban recibidas en el uso corriente de los hombres de sus tiempos y paí­ses. El exegeta no puede establecer de antemano cuáles fueron éstas, sino que ha de averiguarlas mediante la escrupulosa indagación de la antigua literatura del oriente.» Ahora bien, la encí­clica precisa que no quiere hablar sólo de «descripciones poéticas» o del «establecimiento de leyes y normas de vida», sino también «de la narración de hechos y acontecimientos» (EnchB 558). Es más, la encí­clica no vacila en hacer de esta «investigación del g.l. empleado por el hagiógrafo» una de las tareas más importantes, «que no puede descuidarse sin detrimento de la exégesis católica» (EnchB 560).

3. De la «Divino afflante Spiritu» al Vaticano II
Esta orientación, que puede calificarse como «una de las más innovadoras de la encí­clica» (J. Levie), se limitaba, sin embargo, a establecer el principio. En 1948, la comisión bí­blica hizo una primera aplicación a dos problemas cruciales, de los más discutidos por entonces: la autenticidad mosaica del –> Pentateuco y la historicidad de los once primeros capí­tulos del -> Génesis, recogiendo con ello y precisando las respuestas dadas en 1909, que atañí­an sólo a los tres primeros capí­tulos. Así­ declara que «estas formas literarias no responden a ninguna de nuestras categorí­as clásicas y no pueden ser juzgadas a la luz de los g.l1 grecolatinos o modernos. No es posible, consiguientemente, negar ni afirmar en bloque la historicidad de estos capí­tulos, a no ser aplicándoles indebidamente las normas de un g.l. bajo el cual no pueden clasificarse» (EnchB 581).

Dos años más tarde, haciendo referencia a esas mismas declaraciones, el magisterio se pronuncia con mayor claridad todaví­a bajo la modalidad de una encí­clica (Humani generis, 1950). Con relación a los 11 primeros capí­tulos del Génesis, dicha encí­clica afirma: a) que no responden de manera rigurosa al concepto de historia de los grandes escritores grecolatinos, ni al de los historiadores de nuestro tiempo; b) que, sin embargo, «pertenecen en cierto sentido verdadero al género histórico»; c) que «este sentido todaví­a debe ser investigado y determinado más ampliamente por los exegetas» (EnchB 618).

Así­, para el AT quedaba virtualmente resuelta por lo menos la cuestión de principio y una de sus aplicaciones más delicadas. Pero, hasta ahora, no se habí­a hecho aún oficialmente aplicación alguna al NT, y muchos incluso negaban que se le pudiera aplicar este principio. De ahí­ que la instrucción de la Comisión bí­blica, de 14 de mayo de 1964, titulada De historica evangeliorum veritate, comience recordando el deber del exegeta católico con relación al «examen del g.l. empleado por el escritor sagrado»; esta advertencia de Pí­o xix – se precisa – «enuncia una regla general de hermenéutica, con cuya ayuda han de interpretarse tanto los libros del AT como los del NT, dado que, al redactarlos, los hagiógrafos emplearon el modo de pensar y escribir usual entre sus contemporáneos». La instrucción aplica seguidamente los resultados positivos que la exégesis habí­a obtenido utilizando, con la prudencia requerida, el método llamado de la historia de las -> formas; y muestra en particular cómo en cada una de las tres etapas de la transmisión del mensaje evangélico hay que tener en cuenta el g.l. «El Señor mismo, cuando exponí­a oralmente su doctrina, seguí­a los modos de pensamiento y expresión propios de su tiempo, y así­ se acomodaba a la mente de sus oyentes.» Los apóstoles, a su vez, «dieron testimonio de Jesús y expusieron fielmente su vida y sus palabras; y, en la manera de predicar tuvieron en cuenta las circunstancias en que se hallaban sus oyentes…; pero enseñaban con una más plena inteligencia, que recibieron por los acontecimientos de la resurrección y por la luz del Espí­ritu de la verdad.» Además ellos, como Cristo, en su manera de predicar tuvieron en cuenta las condiciones de sus oyentes e «interpretaron las palabras y hechos del mismo Cristo según lo pedí­an las necesidades de aquéllos». Así­, precisa la instrucción, recurrieron a modos varios de expresión (varius dicendi modis), algunos de los cuales enumera: «catequesis, narraciones, testimonios, himnos, doxologí­as, oraciones y otras formas literarias por el estilo que la sagrada Escritura y los hombres del tiempo acostumbraban a emplear». Finalmente, en una tercera etapa, «esta primigenia predicación, transmitida primero de palabra y luego por escrito, para bien de la Iglesia fue consignada en los cuatro Evangelios, por el método acomodado al fin peculiar que cada uno se proponí­a». Porque «la doctrina y vida de Jesús no fueron simplemente referidas con el solo fin de conservarlas en la memoria, sino predicadas para dar a la Iglesia el fundamento de su fe y costumbres».

Eso supuesto, la tarea del exegeta es la siguiente: «investigar la mente del evangelista al narrar un dicho o un hecho de este o del otro modo, o bien al ponerlo en un determinado contexto, pues, efectivamente el sentido de un enunciado depende también del contexto en que se halla… » Difí­cilmente podí­a expresarse más claramente la importancia del estudio del g.l1 para la interpretación exacta de los Evangelios.

4. El Vaticano II y la constitución «Dei verbum»
El concilio ha roborado esta doctrina en su Constitución dogmática sobre la revelación, concretamente en el capí­tulo tercero (sobre la inspiración e interpretación de la Escritura) y en el capí­tulo quinto (sobre la historicidad de los Evangelios).

El primer pasaje trata explí­citamente de los g.l. en la Biblia con fórmulas muy claras. Después de recordar la doctrina tradicional sobre la «verdad consignada en la sagrada Escritura para nuestra salvación», la Constitución enuncia el principio que la enc. Divino af flante Spiritu llamó «la ley suprema de toda interpretación» y del que se deriva precisamente la necesidad de considerar el g.l.: «Ahora bien, como quiera que en la sagrada Escritura Dios habló por medio de hombres y en forma humana, el intérprete de la sagrada Escritura, si quiere ver con claridad qué quiso comunicarnos Dios mismo, debe investigar atentamente qué pretendieron decir los hagiógrafos y qué quiso manifestar Dios a través de las palabras de éstos» (n .o 12). «Y para descubrir la intención de los hagiógrafos, entre otras cosas hay que atender a los g1.». No sólo está claro que «la verdad se expone de modo distinto según se trate de un relato histórico, de una profecí­a o de una poesí­a», sino que además la Constitución habla explí­citamente de «textos históricos en diverso sentido» (textibus vario modo historí­cis), y con ello confirma que un acontecimiento «histórico» puede marcarse en formas distintas, es decir, que hay diferentes g.l. históricos. En consecuencia carece ya de objeto la controversia que durante largo tiempo mantuvo dividida la exégesis católica.

«Es menester, por tanto, que el intérprete inquiera el sentido que el hagiógrafo, en determinadas circunstancias, dada la condición de su tiempo y de su cultura, quiso expresar y expresó con ayuda de los g.l. a la sazón en uso.» Y la razón se indica a renglón seguido: «Para entender rectamente lo que el autor sagrado afirma por escrito, hay que atender debidamente tanto a los usuales modos nativos de sentir, decir y narrar que estaban vigentes en tiempos del hagiógrafo, como a los que en aquella época se solí­an emplear en el trato cotidiano entre los hombres.» El párrafo final (nº 13) descubre el fundamento último de esa doctrina, que es corolario del misterio mismo de la encarnación del Verbo de Dios en la naturaleza humana y en palabras humanas: «Las palabras de Dios, expresadas en lenguaje humano, se han acomodado a la manera de hablar de los hombres, del mismo modo que un dí­a el Verbo del Padre eterno, ál asumir la flaqueza humana de la carne, se hizo semejante a los hombres.»
En el capí­tulo quinto la Constitución aplica estos principios a los Evangelios, recogiendo lo esencial de la instrucción de la comisión bí­blica (que hemos resumido antes) sobre la historicidad de los mismos. El concilio afirma claramente su historicidad, pero a la vez explica el sentido de este término. Los evangelistas no se contentaron con relatar meros hechos, sino que se propusieron también explicar su significación, que la mayorí­a de las veces ellos habí­an percibido a la luz del acontecimiento pascual: «Indudablemente, después de la ascensión del Señor, los apóstoles transmitieron a sus oyentes lo que él habí­a dicho y hecho, con aquella más plena inteligencia de que gozaban por la experiencia de la glorificación de Cristo y por la iluminación del Espí­ritu de verdad» (n° 19). Además, «seleccionaron algunas cosas de entre las muchas que ya se habí­an transmitido oralmente o por escrito, las resumieron de otro modo, o las explicaron de acuerdo con el estado de las Iglesias, pero siempre de tal modo que transmitieran un relato auténtico sobre la persona de Jesús». El concilio define así­ en cierta medida las caracterí­sticas esenciales del g.l. de los Evangelios.

5. Resumen
Así­, pues, aun abordando el estudio de los g.l. principalmente en función de la inerrancia de la Escritura (n° 12) o de la historicidad de los Evangelios (n° 19), la constitución Dei Verbum va más allá del punto de vista apologético, que anteriormente prevaleció en este problema. Efectivamente, el exegeta no recurre a los g.l. únicamente para resolver las dificultades que pueden presentar ciertos relatos históricos de la Biblia. En realidad, el estudio de los g.l. es importante para la exégesis de la Biblia entera, para la de los Salmos, p. ej., que fue precisamente la ocasión de las investigaciones de un Gunkel, y también para la de los libros proféticos y sapienciales, así­ como de los textos legislativos del Pentateuco, y lo es particularmente para la del Cantar de los cantares. Además, un mismo libro generalmente no ofrece un solo g.l, sino que está compuesto de elementos propios de g.l. muy varios, cada uno de los cuales ha de ser objeto de un estudio particular.

Si es, pues, cierto, como lo van poniendo de manifiesto las investigaciones recientes, que el sentido de las palabras o de las fórmulas está siempre más o menos condicionado por el g.l. del pasaje, se comprende que el exegeta, para entender exactamente lo que Dios ha querido decirnos por medio del escritor inspirado, considere el estudio del g.1. como uno de sus primeros deberes (cf. EnchB 560).

La fe en la inspiración de la Escritura, que es palabra de Dios, lejos de apartar al exegeta de esta tarea, se la impone con mayor apremio.

Stanislas Lyonnet

K. Rahner (ed.), Sacramentum Mundi. Enciclopedia Teolσgica, Herder, Barcelona 1972

Fuente: Sacramentum Mundi Enciclopedia Teológica