1.Las doce tribus
((-> antepasados, conquista). A lo largo de varios siglos, los antepasados* de Israel siguieron viviendo como una federación de doce tribus, asociadas, pero no unificadas, en el ámbito social y religioso. Más que un rey o una estructura nacional de tipo político o administrativo, les vinculaba la fe en un mismo Dios, con un proyecto religioso compartido. De esa forma conservaron (o crearon) una fuerte conciencia de autonomía familiar y libertad, pues cada casa, clan y tribu se sentía independiente, sin centro superior, ni imperativo social unificado. Esta federación se había formado a partir de diversos grupos raciales y sociales, vinculados desde su marginación: (1) Algunos habían sido pastores trashumantes (a veces nómadas), de cultura en general aramea, provenientes de la estepa oriental, de más allá del Jordán, que conservaban tradiciones de viejos antepasados llamados patriarcas (Abrahán, Isaac y Jacob), que no eran todavía israelitas estrictos, sino antepasados suyos.
(2) Otros habían sido hebreos evadidos de Egipto, vinculados a la memoria de Moisés y al encuentro con Yahvé, el Dios de la montaña, que les había hecho la promesa de que conquistarían la tierra prometida (Palestina).
(3) Otros eran campesinos y soldados pobres, arrendatarios y esclavos de los antiguos reinos cananeos de la actual Palestina, que no hablaban arameo, ni egipcio, sino hebreo (= la lengua de la tierra de Canaán).
(4) Pueblo de pacto. La historia oficial del libro de Josué unifica esos tres orígenes, suponiendo que los hebreos liberados eran hijos de los pastores (patriarcas) y hermanos de los buenos habitantes de la tierra; ellos habrían venido de Egipto y conquistaron la tierra de Palestina con violencia, matando a los habitantes anteriores. Pero otros libros de la Biblia (entre ellos el de los Jueces) muestran con claridad que los patriarcas árameos de oriente y los hebreos de Egipto pactaron de diversas formas con muchos habitantes de la tierra, que se integraron en su «federación de tribus», para formar así el pueblo de Israel, es decir, la federación de los que creen en Yahvé, Dios protector de los oprimidos.
(5) Pueblo separado, pueblo aliado. En un sentido, los israelitas posteriores han sido siempre un pueblo separado y así han permanecido, al menos en parte (por lo que toca al judaismo nacional), hasta el día de hoy. Pero, en otro sentido, ellos nacieron de la unión de diversos pueblos y gentes, integrando en su territorio y en su federación a las ciudades principales de la tierra (Hebrón y Jerusalén, Betel y Silo, Siquem y Meguido, etc.). Los tres grupos citados consiguieron el milagro de crear una alianza de familias y clanes, reunidos en forma de tribus, sin un Estado superior de tipo sagrado, es decir, sin unos reyes divinizados, como los que había en las ciudades cananeas (dominadas por un rey y templo), sin milicia permanente (todos los varones en edad militar acudían en caso de peligro) y sin economía centralizada o administración superior, pues les unía la misma fe en el Dios de libertad y la conciencia de asumir un mismo ideal de solidaridad social. Evidentemente, el número doce tiene un carácter simbólico y puede encontrarse también en otros lugares; la misma Biblia recuerda los doce grupos y tribus de los ismaelitas (Gn 25,12-16). Los federados de las doce tribus (que reciben los nombres de los doce hijos de Jacob*: Rubén, Simeón, Leví, Judá, Dan, Neftalí, Gad, Aser, Isacar, Zabulón, José y Benjamín; cf. Gn 35,22-26) fueron un símbolo importante para el mismo Jesús, que nombró a doce «apóstoles», como signo de las doce tribus de Israel. Ellos ofrecen todavía un ideal de concordia y fraternidad para los pueblos actuales de la tierra (no sólo de Palestina, sino del mundo entero).
Cf. N. K. GOTTWALD, The Tribes of Yaliweli, SCM, Londres 1980; R. DE VAUX, Instituciones del Antiguo Testamento, Herder, Barcelona 1985; Historia Antigua de Israel I-II, Cristiandad, Madrid 1975.
FEDERACIí“N
2. Judaismo sinagogal
(-> judaismo, rabinisrno). Desde el tiempo de Jesús, el templo de Jerusalén fue perdiendo importancia para muchos judíos y creció el valor de las sinagogas donde el pueblo se vincula y edifica, en torno a la Ley, cobrando así una nueva conciencia de su identidad. Las sinagogas nacieron cuando fueron necesarías para cultivar la experiencia israelita. Antes no lo habían sido: los judíos se definían y distinguían por su vida social, como un grupo más entre los pueblos del entorno. Pero en un momento dado eso no era suficiente: cesó la monarquía, el templo estaba lejos (sobre todo para la diáspora) y no cubría las necesidades religiosas y sociales de quienes intentaban cultivar su vocación sacral de un modo más intenso. Las tribus habían sido grupos naturales de campesinos libres, asociados de manera familiar y social (militar) por vínculos de cercanía y fe religiosa, parcialmente semejantes a otros grupos del entorno. Las sinagogas, en cambio, son grupos libremente vinculados por la Palabra de Dios y las tradiciones o leyes de los antepasados, no por ejército o nación, en el sentido usual. Ese modelo de unidad sinagogal, preparado en siglos anteriores, que madura en tiempos de Jesús y se expande en los siglos posteriores (desde el II d.C.), constituye una aportación fundamental del judaismo. Nunca había surgido tal cosa: un pueblo religioso que abandona las prácticas sacrales ordinarias del entorno, sin templo, Estado o sacrificios y mantiene y desarrolla su diferencia social y religiosa en casas y reuniones especiales (eso significa sinagoga), donde acuden sus miembros para compartir problemas y orar, para escuchar los textos de su historia y fortalecer su vocación como pueblo elegido de Dios. Cayó el templo (el 70 d.C.), como había caído la monarquía (587 a.C.), pero la identidad del judaismo se mantuvo y creció en esa crisis, porque estaba ya fundada sobre bases de vinculación sinagogal. De un modo externamente traumático (guerra, derrota, destrucción), pero internamente lógico, el pueblo salió fortalecido de la crisis. El templo empezó a ser lo que ya era para muchos: importante como signo de pureza, innecesario como realidad externa (ruinas veneradas). En lugar de los sacerdotes vinieron los rabinos. Junto a la Biblia, Ley escrita, se fueron codificando las tradiciones de la Ley oral, que recibieron tras el siglo II d.C. la forma y nombre de Misná. En esa línea podemos hablar de cuatro momentos de la historia israelita. La federación de tribus estaba regida por un consejo de ancianos, representantes de los clanes, aunque hubo caudillos militares (jueces) de tipo carismático, no institucional. La monarquía había elevado al rey sobre unos funcionarios, entre los cuales están los sacerdotes. La comunidad del templo estaba dirigida por el Sumo Sacerdote y su consejo. Pues bien, de ella han surgido sinagoga e Iglesia, de manera que ésta (la Iglesia) no es un cuerpo desgajado de Israel, sino una forma universal (católica) de culminación israelita.
Cf. S. W. BARí“N, Historia social y religiosa del mundo judío I-VII, Paidós, Buenos Aires 1968; H. KÜNG, El judaismo: pasado, presente y futuro, Trotta, Madrid 1993; A. RODRíGUEZ, La religión judía. Historia v teología, BAC, Madrid 200f.
PIKAZA, Javier, Diccionario de la Biblia. Historia y Palabra, Verbo Divino, Navarra 2007
Fuente: Diccionario de la Biblia Historia y Palabra