EVOLUCION

La teorí­a materialista de la evolución, sostiene que la materia es eterna, increada, y que las especies evolucionan desde las plantas hasta el hombre. Teorí­a condenada, contraria a la Biblia, Ge.l y 2.

La «teorí­a de evolución deí­sta», sostiene que la materia fue «creada» por Dios, y su «teorí­a de la Evolución» es válida, siempre que afirme que Dios «crea» cada alma de cada persona en particular.

De todas formas, siempre hay que tener en cuenta que son «teorí­as», no «hechos cientificos».

Diccionario Bí­blico Cristiano
Dr. J. Dominguez

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Fuente: Diccionario Bíblico Cristiano

†¢Creación.

Fuente: Diccionario de la Biblia Cristiano

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Acción y efecto de cambiar o transformar una persona, una sociedad o un grupo humano a través de diversas etapas o estadios.

Los grupos humanos han ido evolucionando desde estadios primitivos y animales, como queda patente en las exploraciones cientí­ficas. Y las personas humanas también van atravesando diversas etapas evolutivas que van desde el nacimiento hasta la muerte.

En ambos aspectos, antropológicos y psicológico, hay que estudiar los procesos evolutivos para entender al hombre.

Pero también se habla de evolución o tras dimensiones no menos importantes, como cuando se alude a la Evolución de la Iglesia, de la liturgia, de la moral o del dogma cristiano.

Pedro Chico González, Diccionario de Catequesis y Pedagogí­a Religiosa, Editorial Bruño, Lima, Perú 2006

Fuente: Diccionario de Catequesis y Pedagogía Religiosa

Por evolución se entiende genérica mente todo proceso de transformación de formas menos perfectas en formas más perfectas de vida, tanto en el plano cósmico como en el bio1ógico y en el antropo1ógico. Por eso, el evolucionismo indica en general una concepción o teorí­a según la cual toda la realidad creada se caracteriza por una serie de dinamismos de crecimiento. Esto significa que también el hombre representa el punto de llegada de un proceso que parte de los organismos vivientes inferiores.

En el origen de esta hip6tesis está el trabajo cientí­fico de J. B. P. de Monet de Lamarck (1744-1829) y de Ch. Darwin (1809-1882); este último, en su obra The Origin of Species (1859) propone una hip6tesis que contrasta con el relato bí­blico: el hombre no es creado inmediatamente por Dios, sino que constituye el resultado de un proceso evolutivo.

Se comprende fácilmente que esta hip6tesis no dejara indiferentes al Magisterio de la Iglesia y a los te61ogos; a lo largo del tiempo, han ido pasando de una actitud inicial de abierta hostilidad contra la hip6tesis evolucionista a una postura de valoración más equilibrada de la misma e incluso de convivencia pací­fica.

La dificultad de acoger la hip6tesis evolucionista nací­a en el pasado del hecho de que aparece en claro contraste con algunos datos importantes de la fe eclesial, procedentes de la Escritura o elaborados por el Magisterio y la teologí­a. Por ejemplo, en el sí­nodo de Colonia de 1860 se afirma que «va totalmente en contra de las sagradas Escrituras y de la fe la opini6n de los que se atreven a afirmar que el hombre se deriva, en cuanto al cuerpo, de una naturaleza imperfecta a través de una Aunque transformación espontánea». .

con algunas excepciones, siglo siendo muy fuerte la desconfianza del Magisterio y de muchos te61ogos frente al evolucionismo, al menos hasta mediados del siglo xx. Un singular intento de aceptación del paradigma evolucionista en teologí­a es el de P. Teilhard de Chardin (1881-1895); pero sus hip6tesis resultaron poco convincentes, tanto desde el punto de vista teo1ógico como desde la perspectiva de las ciencias naturales.

Se va abriendo camino una valoración más equilibrada y una acogida parcial de la hip6tesis evolucionista gracias a dos factores: a) con el paso del tiempo, ha dejado de presentarse como un elemento de propaganda materialista y atea; b) el desarrollo de los estudios bí­blicos, que conduce a una interpretación más madura de algunos textos de la Escritura. Una vez terminada la polémica y la contraposición entre ciencia y fe cristiana en la creación, conscientes del propio ámbito de competencia y de los lí­mites de su misma reflexión, los teólogos pueden valorar con suficiente equilibrio los datos que ofrecen las ciencias naturales a propósito de la evolución.

Actualmente, la investigación teológica ha llegado a las siguientes conclusiones: existen algunos elementos imprescindibles de la fe eclesial, que se basan en la revelación y que han sido expresados por el Magisterio en su enseñanza. El primero se refiere a la creación, que es obra de Dios; sobre el modo (de manera directa o bien dando impulso a un proceso evolutivo), no es posible apelar a la Escritura; en efecto, la Escritura no intenta enseñar el modo, sino el hecho de que en el origen de la existencia de todas las criaturas está el Dios trascendente. Por eso, «una vez admitido el dato de fe incontrovertible, transmitido por Gn 1 -2, de que Dios es absolutamente trascendente y de que con su palabra lo ha llamado todo de la nada a la existencia, no constituye ningún problema el que haya podido insertar en el universo un dinamismo evolutivo que se extiende a cada uno de los vivientes, hasta el hombre» (A. Marranzini).

El otro dato fundamental, que surge del relato bí­blico y que es indiscutible para los creyentes, se refiere al hombre: el hombre ha sido querido por Dios como vértice de la creación; a pesar de ser «pariente» de la tierra, la criatura humana trasciende el orden de la vida orgánica y animal, debido a una acción especial de Dios para con él y en virtud de la posesión de una dimensión espiritual (alma), que Dios le da expresa y directamente.

Bajo esta luz puede conciliarse un cierto evolucionismo antropológico con el dato de fe. La Escritura quiere fundamentalmente transmitirnos este dato: el hombre (como varón y mujer) es querido por Dios como criatura eminente y es llamado por él a ser compañero inteligente y libre de un designio de salvación: esto es posible en virtud de la singular condición del hombre mismo, que ha sido creado a imagen y semejanza de Dios y es lo que es en virtud de la ruah recibida del Creador.

Pero una vez más, el modo de transmitirnos este dato está claramente condicionado por la culturas del autor humano del Génesis; no pertenece a los intereses de la Escritura saber si Dios creó al hombre de manera directa o indirecta.

Por lo que se refiere a la afirmación de pí­o XII sobre la creación inmediata y de la nada del alma espiritual humana (cf. encí­clica Humani generis: DS 3896), hay que señalar que lo que desea recordar – es precisamente la especial acción creadora, ejercida por Dios con el hombre; éste no podrá ser considerado nunca, por parte de los creyentes, como puro Fruto de un proceso evolutivo a partir de organismos inferiores o de un dinamismo de crecimiento de lo imperfecto a lo perfecto. Su presencia entre los seres creados es Fruto de una dimensión espiritual; no es Fruto de un desarrollo de orden biológico, sino que trasciende ontológicamente a este orden, a pesar de constituir con la dimensión corpórea el único sujeto humano (cf. alma – y cuerpo ).

1.III G. M. Salvati Bibl.: A, Manzini, Evolución, en NDT 1, 516 534; J de Fraine, La Biblia y el origen del hombre. Bilbao 1966: H. Haag – H. Haas – 1. Huerzeler, Evolución y Biblia, Barcelona 1965; K. Rahner El problema de la hominización, Cristiandad, Madrid 1974; Ch. Montenat – L. Plateaux P. Roux, Para leer la creación en la evolución, Verbo Divino, Estella 1985.

PACOMIO, Luciano [et al.], Diccionario Teológico Enciclopédico, Verbo Divino, Navarra, 1995

Fuente: Diccionario Teológico Enciclopédico

Etimológicamente «evolución» (latín evolutio = desplegar un rollo) se refiere a un proceso que envuelve la aparición de rasgos hasta ahora ocultos. En la biología puede referirse al desarrollo de (a) el embrión (uso antiguo de la palabra) o (b) de la raza (uso moderno).

Hoy se declara a menudo que en la evolución (uso moderno), la verdadera novedad se levanta de novo. Pero, ¿cómo y cuándo ocurre esto? La palabra evolución se confunde ahora a menudo con una o más de las varias posibles respuestas a estas preguntas. Así, la evolución puede significar: (1) «generación con modificación» (Darwin) como un mero proceso de cambio; (2) generación con modificación como un proceso creativo, formas simples de vida que espontáneamente comienzan a ser más complejas; (3) como en (2) pero con la inferencia de que el proceso ocurre en una manera particular (p. ej., por la «supervivencia de los más fuertes»); (4) como en (2) pero con la adición de que la materia sin vida espontáneamente llegó a tener vida; (5) como en (2) y posiblemente (4), no como un resultado de una fuerza residiendo dentro de la materia, sino como un resultado de una frecuente o continua intervención de Dios (evolución teísta) o algún otro poder (cf. «la evolución» del automóvil).

Se levantan más posibilidades si se distinguen las partes del hombre. De esta manera, algunos sostienen que puede ser que el cuerpo y el alma del hombre evolucionaran, pero que Dios implantó el espíritu o los poderes síquicos.

Se observará que hablar de creer o no creer en la evolución es altamente ambiguo.

  1. La enseñanza bíblica. La Escritura no da una respuesta clara a las cuestiones presentadas. En Gn. 1 y 2 se usan dos palabras: «creado» y «hecho». «Creado» entendemos generalmente que significa «creado de la nada», aunque esto es a veces discutido. Se afirma que Dios «creó (barāʾ) los cielos y la tierra, las criaturas que nadan, los pájaros y al hombre; y que «hizo» (ʿāśāh) el firmamento, las bestias de la tierra, todo lo que se arrastra y, una vez más, al hombre. En el Génesis se menciona primero la vida visible sobre la tierra: «Dijo Dios, produzca la tierra hierba verde … y fue así». Aquí el lenguaje es semejante en forma a: «Júntense las aguas … y fue así». En este último evento, por lo menos, las fuerzas naturales estaban trabajando. ¿Pudieron ellas ser las responsables de la vida vegetal también? La pregunta queda lanzada.

Existe la opinión que el pasaje relata la prehistoria desde la posición de un observador imaginario. Ello explicaría por qué el sol, la luna y las estrellas se nos dice que son «hechos» cuando el cielo (firmamento) brilla lo suficiente como para hacerse visible. Del mismo modo, esto explicaría el hecho de que se omitan las pequeñas formas de vida del relato y que se mencionen los monstruos marinos debido a que eran más visibles.

El Génesis habla de dos actos creativos en conexión con el hombre: su cuerpo fue hecho del polvo y fue implantado en él aliento de vida. Una interpretación de esto es que, a través de largas edades, Dios preparó una criatura subhumana llamada hombre, la más noble de las bestias del campo, y que un día, por un hecho milagroso, él hizo al hombre a su propia imagen, implantando en él una medida de su propia naturaleza. En una manera similar, Gn. 2:21 se ve como un cuadro simbólico de cómo, sin el conocimiento de Adán, el primer hombre, la naturaleza propia que Dios le había dado fue implantada en la mujer también.

El punto de vista tradicional, según la Biblia, es igualmente posible: que el hombre tanto anatómica como espiritualmente fue una nueva creación. Aun así, algunos ven en la narración de Génesis una inferencia que las bestias del campo incluían criaturas como el hombre (o semejantes a él), ya que de otro modo, no se habría mencionado la posibilidad que él encontrara alguien idóneo (Gn. 2:20; cf. 4:14).

La variedad de posibles interpretaciones sirven para subrayar el hecho de que Dios no intentó iluminarnos acerca de cuestiones científicas. No obstante, sabemos que en muchos detalles el Génesis es científicamente verdadero; muchos hechos así lo indican.

  1. La evidencia científica. Podemos resumirla de la siguiente manera.

(1) En un tiempo no hubo vida en la tierra. Cuando se produjo la vida las formas aparentemente más simples y pequeñas comenzaron a originar formas aparentemente más grandes, complejas y especializadas.

(2) No hay evidencia que la vida primaria era más simple que la vida posterior. Los biólogos han quedado grandemente impresionados por la semejanza entre la evolución y el desarrollo de un huevo («repetición ontológica filogenia»). Las células sexuales (como todas las células) poseen una enorme complejidad. Estas se desarrollan en el crecimiento y se convierten en especializadas. En forma similar, la evolución puede consistir únicamente en el desarrollo de lo que ya estaba allí antes. Dios puede haber creado células que con el paso de los años, hayan desarrollado formas de vida en el presente. Este punto de vista explica muchos puntos controversiales de la evolución (J.L. Baldwin, New Answer to Darwinism, 1957, M. Baldwin, Manhattan Bldg., Chicago, 5.).

(3) Científicamente, la noción de que la materia llegara a cobrar vida está erizada de dificultades. Es verdad que la radiación produce aminoácidos en microprogramas a partir del amoníaco, dióxido de carbono, etc., pero también esto los destruye y sería altamente destructivo para las formas menores de vida una vez producidos. Las formas «menores» de vida encierran una complejidad insospechada, sugiriendo una gran ingeniosidad. Existe necesidad de un acto creativo para el comienzo de la vida.

(4) Es extremadamente difícil suponer que, en la evolución, mecanismos radicalmente nuevos de gran complejidad puedan originarse espontáneamente. La selección natural no puede funcionar a menos que cada etapa sea útil; de hecho puede probarse que esto no es siempre así. En un último análisis, todas las leyes científicas se basan en un desorden espontáneo de la materia, hecho que es difícil de reconciliar con la evolución «creativa».

Se ha sugerido, a menudo, que la materia, muerta o viva, posee propiedades internas que la capacitan para crear organización bajo condiciones especiales, o en grandes períodos de tiempo. Tal postura apela a postulados que son inobservables. Si debemos invocar lo inobservable, la gran objeción al punto de vista de la intervención de Dios en la creación desaparece. La ciencia sin reservas sugiere que la inteligencia ha estado obrando en la creación. Esta es también la enseñanza del Génesis.

III. El hombre. Anatómicamente, el hombre es como las bestias; aunque existen diferencias significativas que no deben olvidarse. La arqueología nos ha mostrado que hace 100.000 años o antes existieron criaturas que eran anatómicamente como el hombre.

Algunos argumentan que, a partir del relato bíblico, se puede ubicar al hombre entre 5.000 y 10.000 años a.C. en la Mesopotamia. Se nos dice que después de su arribo hubo una conmoción de invención tecnológica. Si se presta atención no a la anatomía del hombre sino a su capacidad mental, entonces la arqueología podría confirma tanto la fecha como el lugar: la civilización comenzó en una manera súbita y se esparció rápidamente. Cuando Dios hizo al hombre a su propia imagen la faz del mundo comenzó a cambiar y la historia comenzó.

Véase también Creación.

Robert E.D. Clark

Harrison, E. F., Bromiley, G. W., & Henry, C. F. H. (2006). Diccionario de Teología (243). Grand Rapids, MI: Libros Desafío.

Fuente: Diccionario de Teología