ESTEBAN

Act 6:5-8:2.
Act 11:19 persecución que hubo con motivo de E
Act 22:20 se derramaba la sangre de E tu testigo


Esteban (gr. Stéfanos, «guirnalda», «corona de victoria»; nombre común en las inscripciones antiguas). Primer mártir cristiano. Su nombre griego sugiere un fondo helení­stico. La tradición 408 dice que él y Felipe estuvieron entre los 70 enviados por Jesús (Luk 10:1-17). La 1ª mención a Esteban aparece en Act 6:5, donde se lo designa como uno de los 7 hombres escogidos por la iglesia de Jerusalén y ordenados para supervisar la diaria distribución de alimentos a sus miembros pobres (vs 1-6), en armoní­a con el sistema comunitario adoptado por la nueva iglesia (4:32, 34, 35). Los hombres en este cargo debí­an ser «de buen testimonio, llenos del Espí­ritu Santo y de sabidurí­a» (6:3). 211. La Puerta de Esteban en Jerusalén. Luego se menciona a Esteban realizando milagros y predicando con poder como consecuencia de su fe y de la gracia que le otorgó el Espí­ritu Santo (Act 6:8). El éxito de sus labores y la convicción que despertaba su predicación del evangelio suscitaron el antagonismo de ciertos hombres «de la sinagoga llamada de los libertos, y de los de Cirene, de Alejandrí­a, de Cilicia y de Asia» (v 9). Estos hombres eran aparentemente judí­os devotos de la dispersión que habí­an venido de sus paí­ses para adorar en Jerusalén. Llegando a la conclusión, por la predicación de Esteban, de que estaba propagando ideas destinadas a disminuir la importancia del templo y las costumbres de Moisés (vs 13, 14), en primer lugar procuraron debilitar su influencia y anular su predicación disputando con él. Sin embargo, su lógica, su percepción espiritual y el poder que acompañaba su predicación superó todos los argumentos de ellos (6:10). Habiendo fracasado su estrategia, instigaron a ciertos hombres a acusarlo de blasfemia (v 11). Esto despertó la indignación del pueblo y de los dirigentes; fue arrestado y arrastrado ante el concilio* (v 12). Allí­ lo acusaron de haber hablado contra el templo y la ley, y de haber enseñado que Jesús destruirí­a el templo (6:13-15; 7:1). En su defensa, Esteban presentó un resumen de la historia del pueblo escogido de Dios comenzando con Abrahán (7:2), y demostró que los hebreos habí­an rechazado sistemáticamente la dirección divina y que ahora habí­an rechazado al Mesí­as. Al sentir, evidentemente por la reacción de sus oyentes, que su defensa habí­a fracasado y que sus enemigos estaban decididos a quitarle la vida, abruptamente terminó su razonamiento y comenzó una severa denuncia contra sus acusadores (Act 7:51-53). Finalmente, como sus enemigos manifestaban una ira asesina (v 54), él, «lleno del Espí­ritu Santo», recibió una visión de Jesús sentado a la diestra de Dios (v 55). Al describir esta visión, su audiencia se tapó los oí­dos ante lo que consideraba una blasfemia, y lo arrastraron fuera de la ciudad, donde lo apedrearon (vs 56-58). «Y hombres piadosos llevaron a enterrar a Esteban, e hicieron gran llanto sobre él» (8:2). La muerte de Esteban, que ocurrió sólo unos pocos años después de la vida terrenal de Jesús, inició la 1ª ola de persecución contra la iglesia. Los creyentes se vieron obligados a abandonar Jerusalén, y con ello la semilla del evangelio de Jesucristo fue dispersada hasta muy lejos (v 1).

Fuente: Diccionario Bíblico Evangélico

griego corona. En la Iglesia de Jerusalén existí­an en tiempos apostólicos, judí­os de cultura griega, los llamados †œhelenistas†, que habí­an vivido fuera de Palestina y leí­an las Escrituras en griego, convertidos al cristianismo. Los helenistas se quejaron de desatención frente a los nacidos en Palestina, que hablaban arameo. Los Doce convocaron la asamblea de los discí­pulos a fin de escoger siete asistentes, diáconos, que se encargaran de atender las cuestiones cotidianas de los fieles, mientras ellos dedicaban al ministerio de la Palabra. Uno de los siete fue E., helenista, †œhombre lleno de fe y de Espí­ritu Santo†, Hch 6, 1-7. Como E., †œlleno de gracia poder†, realizaba milagros, algunos judí­os de la sinagoga de los Libertos se pusieron a discutir con él y como no podí­an rebatir sus argumentos, decidieron perderlo, para lo cual consiguieron unos testigos venales que lo acusaron ante el Sanedrí­n de blasfemia contra Moisés y contra Dios, Hch 6, 8-15. E., entonces, pronunció su discurso, que comenzó por la historia de Abraham, José y Moisés. E. les dijo a sus detractores que sus padres fueron infieles a Dios, persiguieron y mataron a los profetas que anunciaron la venida del Justo, Cristo; como sus padres, ellos traicionaron y asesinaron a Cristo. †œÂ¡Vosotros siempre ofrecéis resistencia al Espí­ritu Santo†, les enrostró E. Los que lo oí­an se llenaron de ira, Hch 7, 1-54. Cuando E. dijo: †œEstoy viendo los cielos abiertos y al Hijo del hombre de pie a la diestra de Dios Padre†, se le fueron encima y lo sacaron a las afueras de la ciudad, donde lo lapidaron. Entre los que aprobaron este crimen, se hallaba un joven llamado Saulo, quien serí­a después de su conversión llamado por antonomasia †œel Apóstol†, es decir, Pablo. E., antes de morir, pidió al Señor, como Cristo en la cruz, perdón para sus enemigo, Hch 7, 55-60. E. es considerado el primer mártir del cristianismo.

Diccionario Bí­blico Digital, Grupo C Service & Design Ltda., Colombia, 2003

Fuente: Diccionario Bíblico Digital

(gr., Stephanos, corona). Uno de los siete nombrados para supervisar la distribución diaria a los pobres en la iglesia primitiva (Act 6:1-6). Hizo grandes prodigios y señales, enseñó en la sinagoga y allí­ debatió con los judí­os de la dispersión. Hechos 7 registra la notable apologí­a de Esteban ante el Sanedrí­n. La exclamación de Esteban al concluir su discurso es de particular importancia para entenderlo apropiadamente: ¡He aquí­, veo los cielos abiertos y al Hijo del Hombre de pie a la diestra de Dios! (Act 7:56). Esta es la única vez en el NT que el tí­tulo Hijo del Hombre aparece en los labios de alguien que no fuera Jesús mismo, lo cual revela la comprensión mesiánica del término por Esteban. Un pensamiento tan radical fue demasiado para los oyentes del Sanedrí­n. Esteban murió apedreado.

Fuente: Diccionario Bíblico Mundo Hispano

(corona).

Uno de los primeros 7 diáconos de la Iglesia: (Hec 6:1-6). Primer mártir cristiano: (Hch.7). Pablo tuvo en sus manos las ropas de los que lo apedreaban.

Diccionario Bí­blico Cristiano
Dr. J. Dominguez

http://biblia.com/diccionario/

Fuente: Diccionario Bíblico Cristiano

(Del gr., Corona). Uno de los †œsiete varones de buen testimonio, llenos del Espí­ritu Santo y de sabidurí­a† seleccionados †œpara servir a las mesas† en el principio de la comunidad cristiana. No se da detalles de su actividad en ese sentido, pero se nos dice que E. †œlleno de gracia y de poder hací­a grandes prodigios y señales entre el pueblo†. Unos judí­os se levantaron a disputar con él †œpero no podí­an resistir a la sabidurí­a y al Espí­ritu con que hablaba†, por lo cual sobornaron falsos testigos y †œsoliviantaron al pueblo, a los ancianos y a los escribas†. Traí­do a juicio, †œal fijar los ojos en él vieron su rostro como el rostro de un ángel†.

E. hizo una hermosa defensa basándose en la historia del pueblo de Israel y el continuo rechazo de éste a las acciones salví­ficas de Dios. Al final de lo cual llamó †œduros de cerviz e incircuncisos de corazón† a sus acusadores, diciéndoles que resistí­an al Espí­ritu Santo al igual que sus padres. †œPuestos los ojos en el cielo, vio la gloria de Dios y a Jesús que estaba a la diestra de Dios†, lo cual expresó a viva voz. Por lo cual †œechándole fuera de la ciudad† le apedrearon. †œUn joven que se llamaba Saulo† estuvo presente y †œconsentí­a en su muerte† (Hch 6:1-15; Hch 7:1-60; Hch 8:1). Como secuela de estos hechos se desató una persecución que al parecer cayó mayormente sobre los creyentes que vení­an del mundo helenizado, lo que permitió a los apóstoles quedarse en Jerusalén. †œPero los que fueron esparcidos iban por todas partes anunciando el evangelio† (Hch 8:4).

Fuente: Diccionario de la Biblia Cristiano

tip, BIOG HOMB HONT

vet, (gr. «stephanos» = «corona»). La primera mención de este protomártir de la fe cristiana se halla encabezando la lista de los siete que los cristianos de Jerusalén eligieron bajo sugerencia de los apóstoles, para presidir la distribución de las limosnas en la iglesia (Hch. 6:5). Los helenistas (judí­os de la diáspora, de habla griega) se quejaron de injusticias que se cometí­an con respecto a sus viudas. La elección de Esteban, que tení­a un nombre griego, hace suponer que él mismo era helenista, probablemente procedente de fuera de Palestina. Fue de este mismo medio helenista que se suscitó la persecución (Hch. 6:9). Esteban era un hombre destacado, lleno de fe y del Espí­ritu Santo (Hch. 6:5); predicaba el camino, y llevaba a cabo grandes milagros (Hch. 6:8). En vista de su actividad, los judí­os de la dispersión, que tení­an sinagogas en Jerusalén, empezaron a oponerse a la iglesia. Los primeros perseguidores fueron los de la sinagoga de los Libertos y de los de Cirene, de Alejandrí­a, de Cilicia, y de Asia Menor (Hch. 6:9). Acusaron a Esteban de haber blasfemado contra Moisés y contra Dios, afirmando que Jesús destruirí­a el Templo y que cambiarí­a las costumbres que vení­an de Moisés (Hch. 6:11-14). Lucas declara que se presentaron falsos testimonios contra Esteban, como habí­a sucedido con Cristo. Esteban, presentado ante el sanedrí­n, pronunció el discurso recogido en Hch. 7:2-53. Para mostrarles con claridad que Dios habí­a dirigido a Israel hacia una meta precisa, Esteban les recordó que Dios habí­a elegido a los patriarcas (Hch. 7:2-22). Después les expuso cómo en la época de Moisés, y posteriormente, los israelitas se opusieron sin cesar a los designios de Dios (Hch. 7:23-43), y cómo no supieron discernir el carácter temporal y simbólico del Tabernáculo ni del Templo (Hch. 7:44-50). Al llegar a este punto del discurso, censuró a sus oyentes, acusándolos de resistir al Espí­ritu Santo como lo habí­an hecho sus padres, y de no haber observado la Ley (Hch. 7:51-53). En este momento, los judí­os, rechinando los dientes, estaban dispuestos a lanzarse contra él; Esteban vio a Jesús de pie a la diestra de Dios, como listo para recibir a su testigo. Ante esta revelación de Esteban, los judí­os se apoderaron de él, lo sacaron a las afueras de la ciudad, y lo apedrearon. La ley romana prohibí­a la ejecución de quien fuera sin antes haber visto la causa la autoridad romana. La muerte de Esteban fue un linchamiento debido al fanatismo de sus adversarios. Pedro demuestra que el cristianismo es el cumplimiento de las profecí­as. Esteban expone que la historia de Israel desembocaba en el nuevo pacto. En su declaración de que el judaí­smo no puede limitar al cristianismo, Esteban no revela el aspecto universal del Evangelio. Tampoco da ninguna indicación acerca de la doctrina de la Iglesia. Estas cuestiones serí­an reveladas por medio de Pablo. La persecución que siguió al martirio de Esteban dispersó a los cristianos. Como consecuencia, se evangelizó a los samaritanos y, posteriormente, a los gentiles. Las últimas palabras del diácono, cuyo rostro se parecí­a al de un ángel (Hch. 6:15), fueron una oración en favor de sus perseguidores: «Señor, no les tomes en cuenta este pecado» (Hch. 7:60). Saulo de Tarso habí­a dado su aprobación a la muerte de Esteban, y guardó las ropas de sus verdugos (Hch. 7:58; 8:1). En vista de una muerte tan triunfal, se suscita la reflexión de si uno de los «aguijones» que Jesús mencionó a Saulo en el camino de Damasco no habí­a sido este mismo hecho (Hch. 9:5). La muerte de Esteban fue un aparente fracaso. Pero, si su muerte habí­a sido un medio para empezar a tocar la conciencia de Saulo, ¿no fue en realidad una gran victoria?

Fuente: Nuevo Diccionario Bíblico Ilustrado

(-> templo, helenistas). Era el primero de los Siete, que habí­an entendido el Evangelio como experiencia de servicio a los huérfanos y viudas (Hch 6,1-3), promoviendo así­ la apertura del Evangelio, superando los lí­mites de la ley nacional israelita. Posiblemente habí­a conocido a Jesús en los dí­as finales de su ministerio en Jerusalén, pero su memoria está vinculada a la experiencia pascual de la «iglesia helenista» de Jerusalén. Su visión mesiánica y su obra misionera suscitó un fuerte rechazo: los judí­os más conscientes de su diferencia «religiosa» se sienten amenazados y reaccionan persiguiendo y matando a Esteban, representante de los Siete. «Esteban, lleno de gracia y poder, realizaba grandes prodigios y señales en medio del pueblo. Unos cuantos de la sinagoga llamada de los libertos, oriundos de Cirene, Alejandrí­a, Cilicia y Asia, se pusieron a discutir con Esteban, pero no logrando hacer frente al espí­ritu con que hablaba, sobornaron a algunos para que dijeran: Lc hemos oí­do pronunciar blasfemias contra Moisés y contra Dios. Alborotaron al pueblo, a los ancianos y a los escribas, agarraron a Esteban por sorpresa y lo condujeron al Consejo, presentando testigos falsos que decí­an: Este individuo no cesa de hablar contra el Lugar santo y contra la Ley. Lc hemos oí­do decir que ese Jesús el Nazareno destruirá este lugar y cambiará las tradiciones que recibimos de Moisés» (Hch 6,8-14).

(1) La provocación de Esteban. Aunque el texto diga que los testigos eran falsos, sus acusaciones eran probablemente ciertas. Parece que Esteban se habí­a mostrado crí­tico ante el templo y ante un tipo de interpretación particular de la ley israelita. Todo nos hace suponer que, partiendo quizá de tradiciones judí­as anteriores, radicalizadas por Jesús, habí­a llegado a la conclusión de que el templo no formaba parte de la esencia de Israel: era preciso abandonarlo, superando un culto que encerraba al pueblo en un cí­rculo sagrado de observancias religiosas. En este contexto podemos afirmar que «iba en contra de la Ley» y que su rechazo del templo estaba vinculado a su opción a favor de las mesas y las viudas. La verdadera presencia de Dios, lo que vincula a los creyentes y les abre de un modo católi co a todos los hombres, no es un edificio religioso, regulado por leyes de separación sagrada, sino la solidaridad con los excluidos. Esto que separa a Esteban de otros judí­os es algo absolutamente revolucionario, pero al mismo tiempo tradicional, pues se entronca con la mejor experiencia israelita. Muchos judí­os destacaban el valor del Templo y de la Ley para salvaguardar su identidad social y religiosa: eran elegidos de Dios y debí­an esforzarse por destacar esa elección y esa exigencia, a través de distinciones y ceremonias religiosas. Esteban no rechaza la historia santa de Israel ni el contenido de sus tradiciones; pero añade que esa historia y tradiciones han de abrirse a todos los hombres, en la lí­nea de los huérfanos* y viudas (de los extranjeros y exiliados), como sabí­a la más antigua Ley de Israel (cf. Ex 20,20-22; Dt 10,18; 14,29; 16,1114). Por eso considera negativo y superado todo aquello que separa, que limita a Israel frente a otros pueblos: un tipo de templo y de leyes nacionales. Por eso tienen razón los testigos cuando dicen que blasfema contra el templo y contra las tradiciones de Moisés. Lógicamente, los representantes del Templo oficial (particular) se sienten amenazados, como si perdieran sus cimientos. No es de extrañar que reaccionen de un modo explosivo. Esteban les ha combatido con la palabra y la denuncia rnesiánica, porque quiere abrir caminos y ofrecer espacios de comunicación, con un tipo de violencia profética (verbal), que se funda en el mensaje básico de Jesús y de Israel. Los sacerdotes responderán con la violencia sacrificial o de sangre, que es la única que ellos controlan. En ese contexto evocamos el discurso de Esteban (Hch 7,253), con sus dos grandes acusaciones.

(2) Acusación de Esteban: rebeldí­as de Israel. Tras un prólogo donde cita de forma positiva la llamada de Abrahán y su promesa (Hch 7,2-8), Esteban condensa la historia de Israel en dos ciclos o episodios de rechazo, en contra de Dios y de sus enviados, según la tradición del deuteronomista. Un primer ciclo de rechazo se expresa en la historia de José (Hch 7,9-16). Movidos por la envidia, los patriarcas de Israel se alzaron en contra de su hermano y le vendieron a extraños (como los nuevos jefes de Israel han vendido a Jesús a Pilato). Pero Dios estaba con José, lo sacó de la cárcel y lo engrandeció y lo convirtió en el salvador de sus hermanos, que tuvieron que acogerse a su protección. Un segundo ciclo, más extenso y completo, ha recogido el rechazo de Moisés (Hch 7,17-43), que empezó a ofrecer su ayuda a los hebreos oprimidos (matando al opresor egipcio), pero éstos, sus hermanos, aplastados y humillados en la cárcel de Egipto, bajo el peso de trabajos forzados, no lo reconocen ni lo aceptan (Hch 7,23-29). Pues bien, ese rechazo ya creciendo y se ratifica a lo largo de Exodo: con la ayuda de Dios y con prodigios portentosos Moisés libera al pueblo, para que pueda ser fiel a la alianza de Dios y a la vida fraterna (en libertad, sin opresión egipcia), pero el pueblo en su conjunto le rechazó, entregándose al culto de los í­dolos (Hch 7,35-40).

(3) El templo como idolatrí­a. Esteban asume una tradición profética de Israel, que ha criticado un tipo de culto (e incluso todo culto del templo) como contrario a la justicia social y a la fraternidad. Pues bien, el último de los grandes crí­ticos del templo (rechazado igual que José y Moisés) ha sido Jesús, cuyo mensaje asume aquí­ Esteban. Lógicamente le acusan de atentar contra el templo y sus leyes (privilegios). El responde destacando el carácter perverso del templo que ha servido para legitimar un tipo de injusticia y división humana, como sabí­a ya el profeta: «Mi trono es el cielo, la tierra el estrado de mis pies. ¿Qué templo podréis construirme -dice el Señoro qué lugar para que descanse? ¿No ha hecho mi mano todo esto?» (Is 66,1-2: cita en Hch 7,49-50). El templo es según eso un edificio simplemente humano, alzado en contra de la voluntad de Dios y de su palabra. No es obra de Dios, sino de manos humanas (kheiropoiétos, lo mismo que los í­dolos: Hch 7,48). Aunque no lo diga de manera expresa, el contexto del discurso vincula la edificación del templo de Jerusalén con la fabricación del becerro en el desierto (Hch 7,41-43.44-50). No se podí­a haber dicho una palabra más dura dentro de un entorno sacerdotal. Al condenar el templo de Dios como lugar de idolatrí­a y principio de opresión, Esteban está rechazando todo el sistema religioso israelita. Así­ culmina su mensaje. En contra del templo, que él interpreta y entiende como estructura opresora, ha elevado Esteban la religión verdadera, que se centra en la acogida a los encarcelados y expulsados de la sociedad. Hay todaví­a más. Después de haber expuesto el ciclo de pecados-rechazos de Israel (contra José, Moisés y Jesús), que culminan en la idolatrí­a del templo (entendido como becerro), Esteban cierra su discurso con una acusación impresionante: «Â¡Rebeldes, infieles de corazón y reacios de oí­do! Siempre resistí­s al Espí­ritu Santo, lo mismo que vuestros padres. ¿Hubo un profeta que vuestros padres no persiguieran? Ellos mataron a los que anunciaban la venida del Justo y a él lo habéis traicionado y asesinado vosotros ahora; vosotros que recibí­s la Ley por mediación de ángeles y no la habéis observado» (Hch 7,51-53). Esta es la voz de un profeta como Isaí­as o Jeremí­as, no la de un escriba o mí­stico intimista. Es la más dura, más hiriente, que ha podido escucharse en el ámbito del templo. Pero es sólo una voz y busca conversión: un cambio social y personal. Esteban quiere que los magistrados de Israel puedan superar su sacralidad violenta y renuncien a sus privilegios, para iniciar el verdadero camino mesiánico, desde los pobres y las viudas. Así­ les acusa porque no han cambiado: no han borrado sus errores, no han superado sus culpas, sino todo lo contrario: han ratificado su maldad rechazando a Jesús, que ahora aparece como verdadero representante de una Ley más alta que los judí­os defensores del templo (sus acusadores) no han cumplido.

(4) Desenlace y muerte de Esteban. De esa forma se repite el tema del juicio de Jesús, al que acusaron de atentar contra el templo, mientras él respondí­a apelando al Hijo del Hombre, es decir, a la humanidad reconciliada (cf. Lc 22,66-71; Mc 14,55-64). Los representantes del sistema sacral de Israel «se recomí­an y rechinaban con los dientes», expresando de forma violenta su ira contra Esteban, porque destruí­a los cimientos de su religión particular y les ha dejado sin apoyo sobre el mundo. Por el contrario, Esteban, que resplandecí­a como un ángel (cf. Hch 6,15), eleva su voz y proclama ante todos que está viendo la gloria de Dios y a Jesús alzado su derecha: «Â¡Veo los cielos abiertos y al Hijo del Hombre en pie a la derecha de Dios!» (Hch 7,5457). Esta es su verdad, la religión uni versal del Cristo, que ya no habita en el templo, sino en los hombres necesitados, de manera que está en pie, ante Dios, asumiendo la suerte de todos los hambrientos y expulsados, enfermos y encarcelados de la historia (como aparece en Mt 25,31-46). Lógicamente, los acontecimientos se precipitan. Como los antiguos profetas de Israel, Esteban ha condenado la religión impositiva de los magistrados de su pueblo, defendiendo así­, desde la tradición de Israel, la causa de los hambrientos, huérfanos y viudas. Los magistrados del templo podrí­an haber reaccionado con indiferencia, despreocupándose de Esteban y sus acusaciones, dejándole hablar como quisiera, pues no era más que un loco, como Jesús, hijo de Anano, en la guerra del 67-70 (cf. Flavio Josefo: BJ VII, 12). También habrí­an podido convertirse, aceptando el mensaje de Esteban (de Jesús), como hicieron los ninivitas, según el libro de Jonás*, para iniciar un movimiento de conversión universal. Pero, conforme a la lógica del sistema, ellos se han sentido impotentes y han respondido con violencia, matando al profeta de Jesús.

Cf. J. A. Fytzmyer, LOS Hechos de los Apóstoles I, Sí­gueme, Salamanca 2003; M. Hengel, Between Jesús and Paul, SCM, Londres 1983; J. Rius-Camps, De Jerusalén a Antioqní­a. Génesis de la Iglesia cristiana. Comentario lingüí­stico y exegético a Hch 1-12, El Almendro, Córdoba 1989; J. Roloff, Hechos de los apóstoles, Cristiandad, Madrid 1984; M. H. Scharlemann, Stephen: A singular Saint, AnBib 34, Roma 1968.

PIKAZA, Javier, Diccionario de la Biblia. Historia y Palabra, Verbo Divino, Navarra 2007

Fuente: Diccionario de la Biblia Historia y Palabra

Papa (254-257), fue autor de dos cartas en relación con la validez del bautismo administrado por los herejes. La postura de Esteban era contraria a que los obispos obligaran a un nuevo bautismo a los que lo habí­an recibido de grupos heréticos (HE, VII, 5, 4; Cipriano, Epist. LXXII, 25) y eso le llevó a un enfrentamiento con Cipriano que, en este terreno, estaba actuando en contra de la tradición de la Iglesia y dificultando el retorno de los herejes a la comunión. Ver Cipriano de Cartago.

VIDAL MANZANARES, César, Diccionario de Patrí­stica, Verbo Divino, Madrid, 1992

Fuente: Diccionario de Patrística

(de una raí­z que significa: †œcorona; guirnalda†).
Primer mártir cristiano. Aunque de nombre griego, formaba parte del resto fiel de judí­os que aceptaron y siguieron al Mesí­as. (Hch 7:2.)

Su nombramiento para un ministerio especial. El nombre de Esteban aparece por primera vez en el registro bí­blico con relación al nombramiento de hombres para responsabilidades especiales de servicio en la congregación cristiana de Jerusalén. El relato lee: †œAhora bien, en estos dí­as, cuando aumentaban los discí­pulos, se suscitó una murmuración de parte de los judí­os de habla griega contra los judí­os de habla hebrea, porque a sus viudas se las pasaba por alto en la distribución diaria†. Los apóstoles vieron que era necesario dar atención especial a este asunto y dijeron a la congregación: †œPor eso, hermanos, búsquense siete varones acreditados de entre ustedes, llenos de espí­ritu y de sabidurí­a, para que los nombremos sobre este asunto necesario†. Luego los apóstoles nombraron a los hombres capacitados que se seleccionaron. (Hch 6:1-6.)
De este modo Esteban recibió un nombramiento para un ministerio especial. Es posible que tanto él como los otros seis varones nombrados †œsobre este asunto necesario†, la distribución del alimento, ya fueran ancianos o superintendentes. Estos hombres estaban †œllenos de espí­ritu y de sabidurí­a†, lo cual era necesario para hacer frente a esta emergencia. El asunto no consistí­a simplemente en distribuir alimento (tal vez cereales y otros alimentos comunes), sino que estaba también la cuestión administrativa. Es posible que tuvieran que encargarse de supervisar las compras, mantener registros, etc. Así­, aunque ese trabajo, en escala menor o en otras circunstancias, podrí­a haberlo efectuado un di·á·ko·nos o †œsiervo ministerial†, y no un superintendente o anciano, en este caso la situación era delicada, pues ya existí­an dificultades y diferencias en la congregación. Por lo tanto, se requerí­an hombres de juicio, discreción, entendimiento y experiencia notables. La defensa de Esteban delante del Sanedrí­n muestra que tení­a tales aptitudes.
Mientras atendí­a estos deberes ministeriales para los que habí­a sido nombrado, Esteban continuó dedicándose con empeño a la predicación cristiana. El cronista Lucas informa que †œEsteban, lleno de gracia y de poder, ejecutaba grandes portentos presagiosos y señales entre el pueblo†, y que recibí­a fuerte oposición de los judí­os pertenecientes a la llamada Sinagoga de los Libertos, así­ como de otros de Asia y ífrica. Pero Esteban habló con tal sabidurí­a y espí­ritu que no pudieron hacerle frente. Como habí­a sucedido en el caso de Jesús, estos enemigos consiguieron secretamente testigos falsos para acusarle de blasfemia ante el Sanedrí­n. (Véase LIBERTO, HOMBRE LIBRE.)

Defensa ante el Sanedrí­n. Esteban relató con denuedo los tratos de Dios con los hebreos desde el tiempo de su antepasado Abrahán, y concluyó denunciando firmemente a su auditorio de lí­deres religiosos. Cuando ellos, heridos en su corazón por la verdad de las acusaciones de Esteban, empezaron a crujir los dientes contra él, Esteban recibió una visión de la gloria de Dios, así­ como de Jesús de pie a la diestra de su Padre. Una vez que describió su visión, todos los que estaban reunidos comenzaron a gritar, se abalanzaron sobre él y lo echaron fuera de la ciudad. Luego, después de poner sus prendas de vestir exteriores a los pies de Saulo, lo lapidaron. Justo antes de †˜dormirse en la muerte†™, Esteban oró: †œJehová, no les imputes este pecado†. Ciertos varones reverentes fueron y le enterraron, lamentando su muerte. A continuación se levantó gran persecución contra los cristianos, a quienes se dispersó (aunque los apóstoles permanecieron en Jerusalén), y esto trajo consigo el que se propagasen las buenas nuevas. (Hch 6:8–8:2; 11:19; 22:20.)
El relato que Esteban hizo delante del Sanedrí­n recoge algunos detalles concernientes a la historia judí­a que no se hallan en las Escrituras Hebreas: la educación egipcia de Moisés, que tení­a cuarenta años cuando huyó de Egipto, los cuarenta años que pasó en Madián antes de regresar a Egipto y el cometido de los ángeles en lo relacionado con dar la ley mosaica. (Hch 7:22, 23, 30, 32, 38.)
Esteban fue el primero en dar testimonio de haber visto en una visión especial a Jesús resucitado en el cielo y a la diestra de Dios, tal como se habí­a profetizado en el Salmo 110:1. (Hch 7:55, 56.)

Fuente: Diccionario de la Biblia

(gr. stefanos, ‘corona’). Esteban fue uno de los siete hombres elegidos por los discípulos, poco después de la resurrección, para atender la distribución de la ayuda destinada a las viudas de la iglesia, de tal forma que los apóstoles mismos pudieran estar libres para sus tareas espirituales (Hch. 6.1–6). Todos estos hombres tenían nombres griegos, lo cual hace suponer que eran judíos helenísticos (por lo pronto uno de ellos, Nicolás de Antioquía, era prosélito). Esteban se destaca como sobresaliente en fe, gracia, poder espiritual, y sabiduría (6.5, 8, 10). Encontró tiempo para hacer más que el trabajo especial que le habían asignado, ya que se encontraba entre aquellos que se destacaron por su don para obrar milagros y predicar el evangelio.

Pronto, sin embargo, entró en conflicto con la sinagoga helenística, motivo por el cual fue llevado ante el sanedrín, acusado de blasfemia (6.9–14). Esteban, con su rostro como el de un ángel, respondió las acusaciones ofreciendo una reseña de la historia de Israel, y con un ataque a los judíos por haber continuado con la tradición de sus padres y haber dado muerte al Mesías (6.15–7.53), despertando de esta manera la furia del concilio contra su persona. Cuando sostuvo que en ese momento veía a Jesús ubicado a la diestra de Dios (probablemente como su abogado o como testigo en su defensa) fue llevado y muerto por apedreamiento (7.54–60). Enfrentó la muerte con valor, como lo hizo su Maestro, ante acusaciones de falsos testigos de que buscaba la destrucción del templo la ley (cf. Mt. 26.59–61). Oró como lo había echo Jesús (Lc. 23.34), rogando por el perdón de sus perseguidores, y encomendó su alma en las manos de Cristo (cf. Lc. 23.46). Fuera o no una ejecución legal, el hecho es que Pilato, quien normalmente vivía en Cesarea, fingió no tener conocimiento de lo que ocurría.

La muerte de Esteban tuvo notables consecuencias. La persecución posterior a este hecho (Hch. 8.1) llevó a una más amplia predicación del evangelio (8.4; 11.19). La muerte de Esteban también fue indudablemente un factor que influyó para que Saulo de Tarso aceptara a Cristo (7.58; 8.1, 3; 22.20). Pero, sobre todo, el discurso de Esteban se tradujo en el comienzo de una revolución teológica en la iglesia primitiva, ya que por primera vez se enunciaron claramente los principios de la misión universal. Lucas registra el hecho en todos sus detalles, lo cual indica la importancia que le asignaba al mismo.

El tema de Esteban al repasar la historia de Israel era el de que la presencia de Dios no puede quedar limitado a un solo lugar, y que el pueblo siempre se ha rebelado contra la voluntad de Dios. Demostró, en primer lugar, que Abraham vivió una vida de peregrino, sin haber heredado la tierra que se le había prometido (7.2–8). Luego pasó a demostrar que José también se fue de Canaán, vendido por sus hermanos en razón de su envidia (vv. 9–16). Una extensa parte del discurso se refiere a Moisés, contra quien se alegaba que había hablado Esteban (vv. 17–43). También demostró que Moisés fue rechazado por sus hermanos cuando se acercó a ellos con el propósito de liberarlos, no obstante lo cual fue vindicado por Dios cuando lo envió de nuevo a Egipto con el fin de sacar a su pueblo de la esclavitud. Pero una vez más se desviaron hacia la idolatría en el desierto y se negaron a obedecer a Moisés. Esta idolatría siguió hasta el cautiverio en Babilonia, debido a su afán de poseer dioses visibles.

La sección siguiente del discurso (vv. 44–50) se ocupa del tabernáculo y el templo. El tabernáculo era transportable y acompañó al pueblo de Dios en su peregrinaje. El templo era estable y muy fácilmente dio lugar a un concepto localizado de Dios. Pero el Altísimo no mora en casas hechas por manos (cf. Mr. 14.58). La religión judaica se había vuelto estática y no prosiguió hacia adelante, hacia el templo nuevo, o sea el cuerpo de Cristo.

Las referencias al tabernáculo y todo el concepto del culto cristiano real, pero invisible, se elabora debidamente en la Epístola a los Hebreos, de la que se ha señalado que tiene una marcada afinidad con este discurso. Es evidente que Pablo, también, elaboró los principios establecidos por Cristo y expuestos aquí por Esteban. Cuando dichos principios llegaron a ser comprendidos por la iglesia hubo una ruptura total con el antiguo culto del templo (Hch. 2.46). Los cristianos se dieron cuenta de que en la práctica no constituían simplemente una secta del antiguo Israel. Formaban, en cambio, el nuevo pueblo de Dios, con el verdadero templo, altar y sacrificio, vivían la verdadera vida de peregrinos, y eran rechazados por los judíos como lo habían sido los profetas y Jesús mismo.

Bibliografía. M. Balagué, “Esteban”, °EBDM, t(t). III, cols. 221–224; J. Roloff, Hechos de los apóstoles, 1984; A. Wikenhauser, Los hechos de los apóstoles, 1973.

M. Simon, St Stephen and the Hellenists in the Primitive Church, 1956; A. Cole, The New Temple, 1950; W. Manson, The Epistle to the Hebrews, 1951, pp. 25ss; R. J. McKelvey, The New Temple, 1969; F. F. Bruce, New Testament History, 1969, pp. 206ss.

R.E.N.

Douglas, J. (2000). Nuevo diccionario Biblico : Primera Edicion. Miami: Sociedades Bíblicas Unidas.

Fuente: Nuevo Diccionario Bíblico