ESTADO

Eze 16:55 tus hermanas .. volverán a su primer e
1Co 7:20 cada uno en el e en que fue llamado, en


(gobierno).

1- Hay que obedecer las autoridades del estado, porque vienen de Dios, Ro.13:l-7, Tit 3:1, 1Ti 2:2, 1Pe 2:13-17, Mat 22:21, Mat 17:24-27.

2- La patria del cristiano está en el el cielo, Flp 3:20, Heb 13:14, Jua 19:36.

3- Estado de vida: Soltero, casado, religioso, viudo.

Diccionario Bí­blico Cristiano
Dr. J. Dominguez

http://biblia.com/diccionario/

Fuente: Diccionario Bíblico Cristiano

[810]

Forma organizativa en cuanto a leyes, organismos, personas de una nación, paí­s o patria
El concepto de Estado hace referencia a la constitución o estructura legal. Es por lo tanto un concepto jurí­dico y es bueno diferenciarlo de otras realidades análogas: nación es un concepto social y cultural. Patria alude a una dimensión afectiva y moral. Paí­s tiene referencia prioritaria a los geográfico y material.

En lo referente a los valores religiosos y espirituales, el Estado y cuantos hacen posible su funcionamiento tienen que ser respetuosos con los derechos humanos individuales y colectivos. Según las tradiciones y la voluntad de los ciudadanos, el Estado puede ser más confesional, más plural o más laico. Pero siempre su nivel de actuación debe definirse por los derechos humanos, que están por encima de las leyes positivas que puedan existir en la sociedad, apoyadas por la mayorí­a.

Todo lo que tiene que ver con la conciencia individual: creencias y preferencias, prácticas religiosas y cultos, asociacionismo y expresión de la propia fe, debe ser objeto de tacto polí­tico, pero también de respeto absoluto. Ningún Estado, por confesional que sea, puede coaccionar las creencias ni puede, por laico que resulte, limitar el derecho de expresión religiosa.

Con todo, bueno es recordar que los derechos de los ciudadanos nunca son absolutos, incluidos los religiosos. Los de un ciudadano terminan donde comienzan los del vecino. Al estado corresponde regular la convivencia en general y exigir el orden cuando el conflicto surge entre individuos, entre grupos, entre individuos y grupos.

Pedro Chico González, Diccionario de Catequesis y Pedagogí­a Religiosa, Editorial Bruño, Lima, Perú 2006

Fuente: Diccionario de Catequesis y Pedagogía Religiosa

(v. sociedad)

(ESQUERDA BIFET, Juan, Diccionario de la Evangelización, BAC, Madrid, 1998)

Fuente: Diccionario de Evangelización

El concepto de «Estado» no tiene un carácter universal, sino que designa una forma de ordenamiento polí­tico que surgió en torno al siglo XIII y que ha sufrido un amplio proceso de transformación. En efecto, con el término «Estado» se indica la ordenación estable de un pueblo formado por ciudadanos que residen en un territorio bajo una autoridad suprema, la cual – según la conocida teorí­a de Max Weberejerce el monopolio de la fuerza legí­tima. Es importante en este sentido la distinción entre el Estado-aparato y el Estado-comunidad. El primero está constituido por los que mantienen el poder legal y los órganos de dirección; el segundo está representado por el conjunto de ciudadanos miembros de la comunidad polí­tica y por los grupos en que se articula la sociedad civil.

La evolución del Estado moderno está caracterizada por el paso de una concepción absolutista, teorizada por Maquiavelo y que culminó en la filosofí­a alemana del siglo XIX, a una concepción democrática, que tuvo primero su expresión en el Estado liberal burgués y luego en el llamado Estado social (Welfare state). Así­ pues, el esfuerzo que se fue realizando gradualmente fue el de establecer una relación no conflictiva entre el Estado y la sociedad. Esto se consiguió, en una primera fase, mediante la fijación legal de los derechos y deberes de los ciudadanos y a través del dispositivo de la distinción de los poderes (legislativo, ejecutivo y judicial), a fin de delimitar los ámbitos de ejercicio de la autoridad y frenar cualquier albedrí­o; en una segunda fase, mediante la composición armónica de los derechos de libertad con los derechos sociales, y por consiguiente con una atención particular a las necesidades de las clases subalternas, a fin de integrarlas en el entramado social. La concepción elitista del Estado, propia de la ideologí­a liberal, que dio vida a un régimén de democracia formal, se vio sustituida por entonces por una concepción más participativa y solidaria, marcada por la búsqueda de una democracia substancial.

El Magisterio social de la Iglesia ha concurrido a esta maduración. La afirmación de la dignidad de la persona y de la inviolabilidad de sus derechos, la superación de la teorí­a de la indiferencia respecto a los diversos tipos de gobierno, la insistencia en el concepto de bien común y sobre todo la formulación de los principios de solidaridad y de subsidiaridad, son los parámetros éticos que están en la base de una doctrina católica del Estado. Se impone gradualmente la convicción de que la democracia es el único sistema aceptable de gestión de la cosa pública, que sin embargo tiene necesidad de ser vivificada por un gran sentido ético y por formas amplias de participación solidaria. El Magisterio más reciente – en particular el de Pablo VI y el de Juan Pablo II- dilata ulteriormente la perspectiva, poniendo de relieve la exigencia de superar los lí­mites de la soberaní­a nacional con vistas a la actuación de una auténtica comunidad internacional, dirigida a sanear los desequilibrios que existen entre el Norte y el Sur de nuestro planeta.

A pesar de estas solemnes afirmaciones de principio, la realidad está hoy muy lejos de sus niveles óptimos. Todaví­a se dan situaciones de Estados totalitarios, en los que se niegan de hecho los derechos fundamentales de la persona, mientras que donde se ha aplicado el método democrático afloran problemas de gran envergadura, como los que se refieren a la definición de la representación y a la realización de una igualdad efectiva entre los ciudadanos. La plena realización de la democracia supone por tanto una profunda renovación estructural, que exige una redefinición del sistema económico y polí­tico. Es decir, se trata de replantear de raí­z el concepto de Estado en la óptica de una relación más estrecha con la sociedad y de una apertura universalista que permita vencer las tentaciones nacionalistas, En otras palabras, se trata de dar al Estado moderno nuevos contenidos de valor que garanticen una construcción de más fecunda del bien colectivo.

G. Piana

Bibl.: U. Matz, Estado en CFF 11, 39-57. R, Coste, Moral internacional, Herder, Barcelona 1967; H. A. Rommen, El Estado e» el pensamiento católico, Instituto de Estudios Polí­ticos, Madrid 1956; M. Garcí­a-Pelayo, Las transformaciones del Estado contemporáneo, Alianza, Madrid 1977; L. Passerin d’Entreves, La noción del Estado, Euroamérica, Madrid 1970.

PACOMIO, Luciano [et al.], Diccionario Teológico Enciclopédico, Verbo Divino, Navarra, 1995

Fuente: Diccionario Teológico Enciclopédico

klesis (klh`si», 2821), llamamiento, vocación. Se traduce «estado» en 1Co 7:20 (RV, VM: «vocación»; RVR77, margen: «llamamiento»). Véase LLAMAMIENTO.

Fuente: Diccionario Vine Nuevo testamento

El interés moderno en las formas democráticas de gobierno, la venida de nuevos poderes totalitarios, y la infatuación reciente con programas que buscan un gobierno mundial, son cosas que han provocado nuevas investigaciones en cuanto a la idea bíblica del estado.

En la creación del hombre, el gobierno era espiritual; el Jardín del Edén era gobernado por los mandamientos de Dios. La teología bíblica reconoce que el estado es una orden divina para preservar la organización exterior de la vida caída. El estado es una autoridad ordenada divinamente (Ro. 13:1) a fin de promover justicia y evitar que el hombre caído decline hasta el caos social. Por tanto, el gobierno civil no puede ser autónomo ni negar que es responsable a Dios; todos los poderes son responsables a Dios, revelado en Cristo (Jn. 19:20s.; Mt. 28:18; Col. 1:16). El estado debe aprobar lo que es bueno, y reprender y castigar lo malo.

La Edad Media basaba el estado sobre la iglesia, dando posición divina a imperios perversos y pecaminosos. La Reforma, tratando de conseguir un regreso amplio al NT, insistió en que la iglesia y el estado son dos esferas distintas. Pero su doctrina del estado-iglesia no llegó a tener la misma separación que defendieron los fundadores de los Estados Unidos de América. El fascismo del siglo veinte, el nazismo y el comunismo, extendiendo la doctrina del Renacimiento sobre la autonomía del estado, le quitaron al estado toda responsabilidad para con Dios.

Mientras que la Biblia afirma que el estado es un poder divinamente establecido a causa del pecado a fin de promover justicia externa por medio de la coerción externa, también reconoce que el estado, vulnerable al pecado, puede él mismo irse al extremo de lo demoníaco. El estado se mueve entre los polos del estado divino (Ro. 13) y el estado bestial (Ap. 13). Cristo prometió el juicio de las naciones, lo cual nos recuerda que no importa cuán grande sea la diferencia entre los estados, esta diferencia es relativa; todos los gobiernos están predispuestos a ordenar leyes pecaminosas y a interferir con la libertad legítima.

La Escritura afirma que tanto el estado como sus ciudadanos están bajo la autoridad de Dios. Ambos tienen derechos y deberes que no deben frustarse. El cristiano debe estar sujeto al estado, no sólo por resignación; pero está también obligado por su conciencia a apoyarlo (Ro. 13:5ss.). Pero se excluye la doctrina del estado omnipotente; el estado no debe frustrar la obediencia que el hombre debe a Dios. El AT prohibía que los reyes tomaran la propiedad privada del pueblo (1 R. 21). Los apóstoles resistieron a los gobernantes que buscaron impedir la proclamación del evangelio (Hch. 4:19; 5:29).

No convence el intento de Oscar Cullmann por justificar la existencia y autoridad del estado exclusivamente en base a su participación en el triunfo redentivo de Cristo sobre los poderes demoníacos. Según Cullmann, el estado tiene su fundamento y poder legítimos sólo en la historia redentiva cristológica y no como una medida divina de preservación. Esta teoría parece dar al estado sólo un papel no-espiritual antes de la resurrección de Cristo. El mandamiento de Cristo de «dad al César lo que es del César» (Lc. 20:25) no fue, sin embargo, entregado sobre la suposición de que este mandamiento era obligatorio sólo sobre la base de la participación del estado en su triunfo redentivo. Realmente, ¿podemos creer que Jesús se sometió a Pilatos porque el poder político que éste tenía se conformaba a la justicia divina con miras al triunfo de Cristo? Por cierto, es del todo correcto encontrar un fundamento cristológico para el estado en el sentido de que el Logos es el agente en la creación y preservación del mundo. No obstante, este hecho no hace que la única justificación para el estado se encuentre en la conquista redentiva de Cristo. Es significativo que el pasaje paulino clásico en cuanto a la obediencia civil se dirigió a creyentes que estaban en el corazón del imperio mundial pagano de ese tiempo.

BIBLIOGRAFÍA

Karl Barth, Against the Stream; Oscar Cullmann, Christ and Time; The State in the New Testament; Jean Hering, A Good and a Bad Government; Adolf Keller, Church and State in the European Continent.

Carl F.H. Henry

Harrison, E. F., Bromiley, G. W., & Henry, C. F. H. (2006). Diccionario de Teología (232). Grand Rapids, MI: Libros Desafío.

Fuente: Diccionario de Teología