ESPIRITU SANTO (EL)

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SUMARIO: . Visión global de los tres bloques: a) Mateo y Marcos; b) Lucas y Hechos; c) El cuarto evangelio. – II. El misterio de Jesús visto desde el Espí­ritu Santo. 1. El Espí­ritu Paráclito en cuanto «otro» Jesús: a) El Paráclito es dado por el Padre; b) Permanencia del Paráclito con los discí­pulos; c) Incomprensión del Paráclito por el mundo; d) La experiencia del Espí­ritu Paráclito; e) El contexto del proverbio. 2. El Espí­ritu Paráclito como «Maestro»: a) Visión retrospectiva y futura; b) Dos épocas; c) Las dos épocas se fusionan en una; d) La «enseñanza» y el «recuerdo»; e) El «recuerdo» del Paráclito como realidad viva y vivificadora; f) El Paráclito enviado «en mi nombre». 3. El Paráclito en cuanto «testigo»: a) El Espí­ritu Paráclito enviado por Jesús; b) El doble proceso; c) El Paráclito procede del Padre; d) El testimonio de los discí­pulos. 4. El Espí­ritu Paráclito como «juez»: a) Retorno de Jesús al Padre; b) La palabra y su interpretación; c) El Paráclito demostrará los errores del mundo. 5. El Espí­ritu Paráclito como Revelador: a) Jesús es el Revelador; b) Distintos niveles de la revelación; c) La perspectiva del futuro; d) La verdad completa; e) La tarea especí­fica del Paráclito; f) Realidad divina y percepción humana. 6. Sí­ntesis final.

Para la primitiva comunidad cristiana, el Espí­ritu Santo fue antes una realidad viva, un dato de experiencia, que un objeto de exposición doctrinal. Y, en principio, el N. T. se mantiene fiel a la concepción fundamental del Antiguo: el Espí­ritu Santo es la realidad divina presente y operante. Indica la acción de Dios en el hombre. Esta acción de Dios no queda enmarcada dentro de la acción general de Dios en el mundo o en la historia. Se refiere, más bien, a una acción extraordinaria que irrumpe en la historia. Y esta acción extraordinaria indica que ha comenzado el tiempo escatológico. Durante este tiempo escatológico, el último, el tiempo en el que nosotros vivimos, cada uno de los autores o bloques del N. T. indican con rasgos distintos la acción del Espí­ritu.

1. VISIí“N GLOBAL DE LOS TRES BLOQUES
a) Mateo Marcos. – El punto de partida en Mateo y Marcos, en orden a poder comprender su actitud y manifestaciones sobre el Espí­ritu Santo, es el siguiente: La acción escatológica de Dios se hizo presente en Jesucristo. Por tanto, las afirmaciones de estos dos evangelistas sobre el Espí­ritu tienen carácter funcional, es decir, no tratan de afirmar o definir algo sobre el Espí­ritu Santo, sino sobre Cristo; tienen una función, por tanto ógica. Pretenden afirmar que Jesús de Nazaret es el fin, el último estadio o fase, la meta última de los caminos de Dios; que ésjaton, lo último, se ha hecho ya realidad en él.

Siguiendo la pauta del judaí­smo, según la cual el Espí­ritu se habí­a apagado desde la muerte de los grandes profetas, el Espí­ritu volverí­a a aparecer en los tiempos últimos. Y apareció en él, en Jesucristo. En esta afirmación todo el N. T. es unánime. Jesucristo es el poder de Dios, el que únicamente es capaz de dar al hombre el poder actuar por encima de las potencialidades humanas. Precisamente por eso:

Comete un pecado imperdonable aquel que no reconoce al Espí­ritu de Dios en Jesús, en las expulsiones que hací­a de los demonios y, por el contrario, las atribuye al poder del diablo (Mc 3, 28-30). En cambio, la señal definitiva de que ya ha llegado el reino de Dios es la acción Espí­ritu en Jesús. Afirmación que se hace también a propósito de la expulsión de los demonios por Jesús (Mt 12, 28).

La donación del Espí­ritu distingue a Jesús del Bautista (Mc 1, 8-9). Este administra un bautismo de penitencia, sí­mbolo de la conversión moral. Es la preparación de los tiempos mesiánicos que inaugura Jesús con su Espí­ritu. Su bautismo es bautismo del Espí­ritu.

La venida del Espí­ritu marca a Jesús como el salvador escatológico (Mc 1, 10-11), al descender el Espí­ritu sobre él con ocasión del bautismo. Recuérdese que el A. T. habí­a anunciado que el Mesí­as serí­a el portador del Espí­ritu. Un dato tanto más importante cuanto que se habí­a generalizado la convicción de que el Espí­ritu Santo habí­a dejado de manifestarse. La presencia actual del Espí­ritu indicaba, por tanto, el comienzo de un tiempo nuevo.

Jesús es llevado por el Espí­ritu al desierto, donde, como un segundo Adán (1 Cor 15, 45-47), supera la tentación a la que sucumbió el primer Adán (Mc 1, 12).

Jesús enviará el Espí­ritu a los discí­pulos perseguidos (Mc 13, 11 y par.). Este es un dato muy importante. De él se deduce que el Espí­ritu no es considerado como una realidad perteneciente al pasado. El Espí­ritu Santo es el poder de Dios presente y actuante. Es el don que Jesús concede y gracias al cual la ayuda divina se hace presente y asiste al creyente en los momentos difí­ciles y en los últimos, iniciados con la aparición de Jesús en nuestra historia.

Resumiendo, dirí­amos que en Mateo y Marcos, de forma general, el Espí­ritu Santo está en la misma lí­nea del A. T.: el Espí­ritu Santo es el poder extraordinario de Yahvé puesto en acción. Es el mismo Espí­ritu aplicado y actuando en la persona y en la obra de Jesús.

Pensemos, a modo de ejemplo, en el relato de la ón virginal (Mt 1, 18-20), se una paternidad humana para que su venida al mundo es la obra del poder salví­fico de Dios, frecuentemente mencionado en el A. T. Dios actúa en Jesús y por Jesús. Más aún: ús es la y actuación misma de Dios. Así­, la concepción virginal de Jesús por obra y gracia del Espí­ritu Santo expresa la acción creadora de Dios, de ese Dios que es el autor de la vida y que es quien crea la vida de ese niño excepcional.

En relación con el Espí­ritu Santo tiene Mateo un texto extraordinariamente importante: «Id, pues, y haced discí­pulos a todos los hombres, bautizándolos en el nombre del Padre y del Hijo y del Espí­ritu Santo» (Mt 28, 19).

Fuera de este texto, difí­cilmente podrí­a hablarse del Espí­ritu Santo como un ser «personal» en estos dos primeros evangelios. Sin duda alguna que, al mencionar al Padre, al Hijo y al Espí­ritu Santo bajo el denominador común de «el nombre», se intenta destacar la personalidad propia de cada uno. El Espí­ritu Santo serí­a una persona distinta frente al Padre y al Hijo. Pero nótese que este texto de Mateo representa -como frecuentemente ocurre en este evangelista- una fórmula ya evolucionada de la fe cristiana. Aquí­ nos encontramos con una fórmula bautismal.

Concluirí­amos este primer apartado diciendo que ni Mateo ni Marcos son especialistas en este artí­culo de fe. Transmiten, simplemente, la herencia recibida y, naturalmente, escriben sus evangelios desde la convicción de la presencia del Espí­ritu en Jesús y en la Iglesia.

b) y Hechos. — El verdadero campeón del Espí­ritu Santo en los evangelios sinópticos es Lucas, sobre todo en el libro de los Hechos (precisamente por eso nos hemos decidido a utilizarlo aquí­). La segunda obra de Lucas ha sido justamente llamada «el libro del Espí­ritu». Para proceder con la lógica debida distinguiremos las dos obras de Lucas, el evangelio y el libro de los Hechos:

1º) Ya en evangelio aparecen rasgos caracterí­sticos que suponen un avance importante frente a Marcos y Mateo. No se limita a considerar al Espí­ritu como una fuerza divina que cae sobre el hombre. Jesús no es sólo un «objeto» en el que actúa el Espí­ritu de Dios. Nacido del Espiritu, Jesús es al mismo tiempo el podel Espí­ritu.

El nacimiento de Jesús fue cuidadosamente preparado por el Espí­ritu. Así­ nos lo dice la anticipación que se hace de su precursor. El Espí­ritu está ya en acción en él. Y los cantos-himnos que celebran su nacimiento son inspirados por el Espí­ritu Santo.

En su bautismo aparece la declaración solemne de su filiación divina: «tú eres mi Hijo». Pero con la peculiaridad de que se está citando a Isaí­as en un texto en el que se dice «sobre él he puesto mi Espí­ritu» (Is 42, 1).

El discurso programático de Jesús en la sinagoga de Nazaret gira en torno a esta expresión: Espí­ritu del Señor está somí­. Y, sin repetirlo más veces, Lucas afirma claramente que el Espí­ritu acompañó a Jesús toda su vida, como lo recuerda el libro de los Hechos: «Dios ungió a Jesús de Nazaret con el Espí­ritu Santo y con poder» (Hch 10, 38).

Este Espí­ritu de Dios llega, a través de Jesús, a la comunidad cristiana. Y llega a ella no sólo como un poder autónomo que actúa de forma pasajera y cae sobre ella, sino como un principio dinámico que impregna toda la existencia cristiana, que está dentro de ella y, por otra parte, tan por encima de ella como lo está Dios del hombre.

El Espí­ritu Santo actúa como un poder o fuerza de Dios para hacer capaz al hombre de dar testimonio, el testimonio adecuado, sobre Jesús (Lc 12, 10-12). Lucas relaciona así­ al Espí­ritu Santo con el Espí­ritu de profecí­a.

Lucas considera al Espí­ritu Santo como el don de Dios por excelencia (Lc 11, 33, que debe compararse con el texto paralelo de Mt 7, 11: donde el texto de Mateo habla de que Dios dará «cosas buenas» a los que acuden a él, Lucas sustituye las cosas buenas por «el Espí­ritu Santo»).

2°) En el libro de los se destaca lo siguiente:

El Espí­ritu Santo es comunicado a cada cristiano en el bautismo, cumpliéndose así­ las profecí­as antiguas que prometí­an el Espí­ritu al pueblo del tiempo último (Hch 19, 2; 2, 38-39…).

El Espí­ritu Santo es dado como preparación o disposición en orden a cumplir una misión concreta en un momento determinado.

En los momentos importantes de la vida de la Iglesia y de su expansión evangelizadora interviene el Espí­ritu Santo con indicaciones precisas sobre lo que debe hacerse.

La Iglesia surge de la acción del Espí­ritu y congrega gentes de todo el mundo (Hch 2, 7-11); lo que ocurrió en Jesús, cuya vida, ya desde el principio, estuvo determinada por el Espí­ritu (Lc 4, 1), ocurre también en la comunidad cristiana.

En medio de las dificultades y persecuciones, la Iglesia es ayudada y sostenida por el Espí­ritu; el secreto de su poder, lo mismo que ocurrió en Jesús, es la posesión e impulso del Espí­ritu.

En la Iglesia, gracias a la acción del Espí­ritu, tenemos la garantí­a de la auténtica tradición de Jesús, de la adecuada transmisión de su doctrina y de la imagen verdadera de su persona y obra.

Se establece el principio de la gran libertad del Espí­ritu, que no se ata a nada ni a nadie (aunque tenga cauces «normales» de actuación, como veremos más adelante).

) El cuarto evangelio. En este tema el que llega a la cumbre es . Los escritos joánicos, el evangelio y la primera carta, son verdaderos especialistas en nuestra cuestión. Las consideraciones más importantes sobre el Espí­ritu Santo son las siguientes:

El Espí­ritu indica el mundo de lo divino, de lo de arriba, en oposición al mundo terreno (Jn 3, 6; 6, 63).

La presencia del Espí­ritu es la confirmación de que ha tenido lugar el nuevo comienzo, los tiempos nuevos, la nueva realidad. No olvidemos que la caracterí­stica más acusada de los tiempos nuevos serí­a precisamente la presencia del Espí­ritu. Pues bien, en el momento de la muerte de Jesús, el cuarto evangelio nos dice que «entregó el Espí­ritu». Se nos habla de «entregar» en el sentido de comunicar. No dice, como hacen los sinópticos, que Jesús «expiró». En el momento de la muerte Jesús entrega o comunica el Espí­ritu. Dicho de otro modo: es la muerte de Jesús la que comunica el Espí­ritu (Jn 7, 39). Al morir, Jesús comunica su Espí­ritu a los suyos, a la Iglesia, como hiciera Elí­as.

La aparición del nuevo comienzo, de la nueva realidad, únicamente puede ser descubierta gracias a la acción del Espí­ritu. Solamente bajo la acción e inspiración del Espí­ritu es posible penetrar en el misterio de Jesús. El Espí­ritu es el auténtico principio del conocimiento en relación con el misterio de Jesús: «Conocemos que permanece en él y él en nosotros en que nos dio su Espí­ritu» (1Jn 3, 24; 4, 13).

El Espí­ritu recibido y experimentado en la comunidad joánica es el Espí­ritu de Jesús. Es como «otro» Jesús, otro Paráclito (Jn 14, 16), el representante de la realidad verdadera en oposición a cualquier clase de apariencia. En el Paráclito es Jesús mismo quien viene a los suyos. Se identifica con él y se distingue de él. Gracias a la acción del Espí­ritu, los discí­pulos pueden comprender quién es realmente Jesús (Jn 14, 26; 16, 13).

Los escritos joánicos consideran al Espí­ritu como principio vital, como «ser engendrados de Dios» o «nacer de arriba». De esta forma se dice que, gracias a la acción del Espí­ritu, el mundo de Dios ha dejado de ser inaccesible al hombre.

El Espí­ritu nos hace hijos de Dios. Abre, profundiza, asegura y mantiene limpia la revelación de Cristo (Jn 16, 12). Nos lleva a descubrir en el Jesús histórico al Hijo de Dios. El Espí­ritu da testimonio a favor de los creyentes y en contra del mundo, en relación con la figura de Jesús y la actitud que el hombre mantiene ante ella.

II. EL MISTERIO DE JESÚS VISTO DESDE EL ESPíRITU SANTO
El desarrollo que haremos a continuación presupone lo afirmado en el artí­culo sobre Espí­ritu de Jesús, en el que hemos adelantado algunos aspectos importantes del Espí­ritu Santo. Por eso, aquí­, limitaremos nuestra exposición a los cinco proverbios o sentencias sobre el Espí­ritu Santo o el Espí­ritu Paráclito en su actuación en los creyentes y en la comunidad cristiana.

1. Espí­ritu Paráclito en cuanto «otro» Jesús:
«Y yo rogaré al Padre para que os enví­e otro Paráclito, que os ayude y está siempre con vosotros; es el Espí­ritu de la verdad que no pueden recibir los que son del mundo, porque ni lo ven ni lo conocen. Vosotros, en cambio, le conocéis, porque vive en vosotros y estará con vosotros» (Jn 14, 16-17).

) El Paráclito es dado el Padre. Se hace del Paráclito la misma afirmación con la que se define la misión de Jesús. Jesús fue dado, entregado, enviado por el Padre (Jn 3, 16). Esto nos introduce en el terreno exacto en el que debe moverse la misión del Espí­ritu: tiene su centro de interés en el campo de las relaciones entre Dios y el hombre. Se trata, por tanto, de ahondar en la nueva ón entre Dios el hombre, iniciada con la presencia de Jesús en nuestro mundo. Gracias a la acción del Espí­ritu, el hombre -el discipulado cristiano, por supuesto- tomará conciencia del nuevo modo de presencia de Dios en él. Dios ha quedado al alcance del hombre.

La presencia actuante del Paráclito presupone la presencia reveladora de Jesús y se desarrolla a partir de ella y sobre ella. Por supuesto, dentro de una esencial inseparabilidad, ya que el Paráclito sigue haciendo presente a Jesús. Es como el Jesús glorificado que actúa en la comunidad cristiana, ya que el contenido fundamental y permanente de la instrucción del Paráclito es el propio Jesús y su palabra. El Espí­ritu Santo es «otro» Paráclito. El anterior habí­a sido Jesús.

b) del Paráclito con los discí­pulos. – El Paráclito es enviado que esté con vosotros para siempre, para que la obra de Jesús, limitada por el tiempo y por la geografí­a, trascienda todos los momentos y lugares. La vida y obra de Jesús, en cuanto que es la gran revelación, la comunicación y la presencia de Dios estará siempre con nosotros gracias a la presencia del Paráclito.

Según las esperanzas judí­as, Dios derramarí­a su Espí­ritu en los corazones cuando llegase la alianza definitiva que desde siempre quiso sellar con los hombres. Hasta ese momento, el Espí­ritu habí­a sido concedido temporalmente a determinadas personas: reyes, jueces, profetas… Ahora será dado a todos los miembros del pueblo y los animará desde dentro. El texto de Juan anuncia que, a diferencia de la presencia terrena de Jesús, el Paráclito estará con los discí­pulos y «en» ellos para siempre.

Aunque a veces llamamos al Espí­ritu Paráclito «sucesor» de Jesús, en realidad no lo es. Precisamente es el evangelio de Juan el que más insiste en el papel del Hijo, que continúa presente y operante en los suyos después de su partida. El dolor de la partida se halla ampliamente compor la alegrí­a del retorno (Jn 16, 22).

) Incomprensión del Paráclito por el mundo. – El mundo está definido en nuestro texto por un no ver ni conocer al Paráclito. Esta falta de visión y de conocimiento significa el rechazo de la revelación: no hay peor ciego que el que no quiere ver. El Espí­ritu Paráclito no es algo que primero se conoce y después se posee o que primero se posee después se conoce. , recibir y conocer son simultáneos e intercambiables. El Paráclito caracteriza la existencia cristiana, que es una existencia en el Espí­ritu; lo mismo que su rechazo y no aceptación es la caracterí­stica del mundo. Porque Espí­ritu es asequible únicamente a la fe. (Para la comprensión de la expresión «Espí­ritu de la verdad» remitimos a la voz «El Espí­ritu de Jesús»).
) La experiencia del Espí­ritu Paráclito. – La tarea y quehacer del Espí­ritu Paráclito fue descubierto desde la experiencia profunda de su acción en el creyente individual y en la comunidad cristiana como tal. Y dicha experiencia fue canalizada y expresada a través de los profetas y teólogos cristianos que se abrieron de manera plena a la acción de dicho Espí­ritu. Fue la acción y presencia del Espí­ritu la que hizo descubrir el misterio salvador de Dios revelado en Cristo y, como consecuencia, de llegar a la «alta» cristologí­a reflejada en este cuarto evangelio. Nadie hubiese podido profundizar tanto en el misterio cristiano, ni formularlo con tanta novedad, claridad, profundidad y cercaní­a sin haber tenido una experiencia personal í­ntima y profunda de la que podí­a participar el grupo que constituí­a las comunidades joánicas.
) El contexto del proverbio. – Este primer proverbio se halla como determinado por el contexto inmediatamente anterior. En él se establece, como criterio del amor a Jesús, la observancia de los mandamientos. En realidad se trata de algo más profundo. Es la misma orientación de la vida desde las enseñanzas o desde las palabras de Jesús, lo que está en juego. La frase que mejor traduce el pensamiento que intentamos exponer es la canonizada por el apóstol Pablo cuando habló de obediencia de la fe. Sólo desde ella es posible o se hará posible la realidad nueva.

Y esto significa que dicha realidad nueva será posible gracias a la presencia del Espí­ritu. Así­ lo confirman las palabras de Jesús que siguen inmediatamente a la formulación del proverbio: os é huérfanos, volveré a vosotros (Jn 14, 18). Jesús se refiere a su vuelta en la Pascua y en el Espí­ritu Paráclito, a la parusí­a joánica. La presencia ininterrumpida de Jesús por medio del Espí­ritu Paráclito sustituye a la representación tradicional-apocalí­ptica de la vuelta-parusí­a de Cristo al fin de los tiempos.

. El Espí­ritu Paráclito como «Maestro»
«Os he dicho todo esto durante el tiempo de mi permanencia entre vosotros; pero el Paráclito, el Espí­ritu Santo, a quien el Padre enviará en mi nombre, hará que recordéis todo lo que yo os he enseñado y os lo explicará todo» (Jn 14, 25-26).

) Visión retrospectiva y futura. – Mientras vivió Jesús los discí­pulos no tuvieron problemas. Entre otras razones porque todaví­a no eran discí­pulos. El discipulado cristiano, en sentido estricto, no existe sin la fe en la resurrección. Antes de la resurrección de Cristo, los discí­pulos de Jesús eran sus «acompañantes, admiradores, aprendices, aspirantes, novicios, alumnos…»; hombres atraí­dos por la doctrina, por la bondad y por la personalidad extraordinaria de aquel gigante del espí­ritu. Pero la resurrección de Jesús cambió radicalmente las cosas. La acentuación garantizada de la resurrección de Jesús le constituí­a en Señor Cristo, en Hijo poderoso de según el Espí­ritu santificador (Hch 2, 36; Rom 1, 3). Esto significaba que el acompañamiento de aquellos hombres se convirtió en seguimiento incondicional; la admiración por un hombre extraordinario en aceptación de su señorí­o único; el aprendizaje ilusionado en discipulado maduro, estable y definitivo; el noviciado en profesión perpetua; el alumnado en dependencia permanente.

) Dos épocas. – El Paráclito es presentado como maestro. En la historia de la salvación, en su fase última, existen dos épocas: la de Jesús y la de la Iglesia. Entre ellas hay una diferencia clara, que se manifiesta en nuestro texto mediante la partí­cula adversativa, , que tiene la finalidad de introducir una distinción entre lo anterior y lo posterior. Se apunta, por tanto, hacia una novedad en el campo de las palabras o de la enseñanza. Esto sugiere que la revelación no ha terminado, que espera y camina hacia su cumplimiento que será suministrado por el Paráclito.
El problema no se resuelve, sin embargo, hablando sólo de «novedad». Sencillamente porque la novedad aludida no consistirá en decir cosas nuevas. La novedad consistirá en enseñar recordar lo que Jesús í­a dicho. Novedad no cuantitativa, sino cualitativa: discontinuidad sobre la base de la continuidad; novedad sobre la base de lo ocurrido en el pasado; proclamación actual fundamentada en lo transmitido; actualización sobre la base de la tradición; actuación del Espí­ritu sobre la base de lo dicho y hecho por Jesús. Las dos épocas se diferencian cronológicamente, con todo lo que la cronologí­a significa en este campo, y se unifican ógicamente.

c) Las dos épocas se en una. – Gracias a la acción del Paráclito, las dos épocas de la historia de la salvación en su fase última, se fusionan en una, de tal manera que la segunda completa la primera y la primera es el verdadero fundamento de la segunda. Así­ como Jesús fue el hermeneuta o exégeta de Dios (Jn 1, 18), así­ Paráclito es hermeneuta o exégeta de Jesús. El Paráclito es a Jesús lo que Jesús es al Padre. La palabra de Dios, o Dios mismo en cuanto palabra, llegó a nosotros en Jesús. Las «cosas que Jesús ha dicho», la frase, en cuanto tal, recoge y resume toda la obra reveladora del Padre mediante y a través de Jesús. Sus múltiples palabras son la expresión y el ensayo para hacer comprensible la Palabra única. Pero esto no era posible en la época primera. Era imprescindible la segunda, en la que el Paráclito os lo ñará todo y os á todo lo que yo os he dicho.

Considerar al Paráclito como el verdadero maestro de toda la Iglesia, si se toma en serio, supera el esquema de las dos clases en que se divide la Iglesia: la docente y la discente (como antes se decí­a y como, en la práctica, se sigue todaví­a entendiendo a menudo, como si de un dogma intangible se tratara). Dentro de la comunidad, enseñar y aprender son conceptos mutuamente subordinados que sólo unidos representan todo el proceso doctrinal. La enseñanza incluye el aprendizaje, y éste debe capacitar para la labor docente, por cuanto libera en la fe para la autonomí­a cristiana. En una comunidad cristiana todos son a la vez maestros y discí­pulos. En definitiva, también a eso debe contribuir el recuerdo de Jesús (J. Blank).

d) «enseñanza» y el «recuerdo». – Cuando se habla de la enseñanza de Jesús se hace referencia a revelación definitiva de los tiempos ógicos. Pues bien, el Paráclito hará presente y patente la revelación de Jesús. Y esto lo llevará a cabo mediante un proceso interiorización de la enseñanza de Jesús. En la terminologí­a actual esto podrí­a traducirse así­: el Paráclito tendrá la finalidad de descubrir la ás alta cristologí­a, pero partiendo de jesusologí­a (manifestando, dando a conocer, desvelando, todo lo que Jesús fue e hizo). El Paráclito es persona del recuerdo. Nos traerá a la memoria lo enseñado por Jesús.

Notemos, sin embargo, que el recuerdo bí­blico no se limita a traer algo a la memoria o a evocar cosas pasadas. El recuerdo se centra en actualización de dicho pasado; pretende afirmar que lo ocurrido en el pasado se convierte en acontecimiento ocurrente, en algo que sigue ocurriendo y que ahora es comprendido desde una luz o perspectiva nueva; el recuerdo se refiere al proceso vivo de aplicación y de nueva apertura de la historia de Jesús a las circunstancias cambiantes que van surgiendo. Y esto debe hacerse no mediante una mera repetición, sino a la luz de la Pascua y de la presencia operante del Espí­ritu Paráclito; se trata de un recuerdo creador y creativo, no de un recuerdo meramente repetitivo ni añorante de los mejores tiempos ya pasados. El Espí­ritu Paráclito no es poste repetidor, sino central generadora de energí­a, de luz y de vida.

La presencia del Espí­ritu Paráclito, con su acción de «maestro», que enseña, recuerda, actualiza y critica, se extiende a toda la comunidad y en modo alguno debe ser acaparado por un cí­rculo privilegiado de portadores oficiales del Espí­ritu Paráclito. La arrogancia injustificada y «petulante» de la posesión del Espí­ritu Santo en exclusiva va directamente en contra del evangelio.

) El «recuerdo» del Paráclito como realidad viva y vivificadora. – Lo problemático -entonces lo mismo que ahora y que siempre- es lograr la armonia necesaria entre lo nuevo y lo viejo; entre los necesarios conceptos y representaciones nuevas para ofrecer la verdadera imagen actual de Jesús y de su doctrina con la más genuina tradición que descansa en Jesús mismo. El problema de esta difí­cil armoní­a es el que se halla presente y latente en nuestro texto. Se trata de conjurar dos elementos igualmente peligrosos: un a ultranza, al estilo de las antiguas vidas de Jesús, con un desenraizado de todo lo terreno. Sólo el Espí­ritu Paráclito es capaz de proporcionar la visión de lo trascendente y sobrehumano existente en la vida terrena de Jesús. Pero sin la consideración y acentuación de dicha historia terrena de Jesús, las experiencias del Espí­ritu Santo podrán conducir a puros y peligrosos desvarí­os subjetivos.

) El Paráclito enviado «en mi nombre». – La primera sentencia sobre el Paráclito nos dice que éste será enviado por el Padre sobre la base de la petición que haga Jesús. En este segundo proverbio aparece un cambio: el Paráclito será enviado por el Padre, no a petición de Jesús, sino en su nombre: el Padre enviará en mi nombre. Las dos fórmulas son prácticamente paralelas y vienen a decir lo mismo. Lo peculiar de la segunda es que más la de su unión con Jesús. Cuando se dice que el Paráclito actúa en nombre de Jesús se pone de relieve que su acción procede de la unión del Padre y del Hijo.

El Paráclito es enviado para revelar a Cristo, para dar a conocer toda su dignidad, para manifestar su condición de Hijo, para suscitar la fe en Jesús en cuanto Hijo de Dios y revelador del Padre. Así­ el Espí­ritu Paráclito lleva a su plenitud y perfección la obra reveladora de Jesús.

En todo caso, esta segunda fórmula, «en mi nombre», tiene subyacente toda la teologí­a tan importante sobre «el nombre». El nombre indica toda la realidad de la persona. Cuando se habla del nombre de Jesús, la referencia no se limita al nombre propio en cuanto tal. El «nombre» de Jesús connota toda su categorí­a y dignidad e incluye, por tanto, todos los demás nombres o tí­tulos utilizados para expresarlas.

. El Paráclito en cuanto «testigo»
«Cuando venga el Paráclito, el Espí­ritu de la verdad, que yo os enviaré y que procede del Padre, él dará testimonio favorable sobre mí­. Vosotros mismos seréis mis testigos, porque habéis estado conmigo desde el principio» (Jn 15, 26-27).

) El Espí­ritu Paráclito enviado por Jesús. – Jesús mismo enví­a al Espí­ritu Paráclito directamente a los discí­pulos. Debe notarse la eliminación de los «intermediarios» y la acentuación de su origen «de junto al Padre» y de su misma naturaleza: «proviene» (el Paráclito) del Padre. De este modo se hace patente que quien está hablando es el Resucitado. La misión confiada al Espí­ritu de la verdad es dar testimonio sobre Jesús. El verbo griego utilizado, , que nosotros traducimos por «dar testimonio, atestiguar», es muy frecuente en el evangelio de Juan (aparece en él 33 veces). Sin embargo, es significativo que no lo hubiese hecho hasta este momento en los discursos de despedida. Si lo hace aquí­ es porque quiere afirmar la función pareja del Paráclito y de los discí­pulos.

) El doble proceso. – El Paráclito es presentado como testigo de Jesús. Cuando hablamos de testigos suponemos un proceso. Aplicado al Paráclito, dicho proceso se desarrolla en dos frentes: en proceso interno, que es el de la iluminación de los discí­pulos en orden a la comprensión del misterio de Jesús. El Espí­ritu Paráclito es enviado a los discí­pulos para afianzarlos en la fe. Y en el proceso , al que ha sido y es sometida la comunidad cristiana por parte de los dirigentes judí­os (Jn 9, 22; 12, 42; 16, 2). El Espí­ritu Paráclito actuará como testigo de la causa de Jesús, de la autenticidad, legitimidad y derecho de la fe de la Iglesia a través de los discí­pulos. Desde el primer momento este testimonio se hizo claro en las persecuciones sufridas por los discí­pulos a causa de su fe. Y a lo largo de la historia de la Iglesia el «testimonio» en este proceso externo» ha sido incesante.
) El Paráclito procede del Padre. – Cuando se afirma que el Paráclito «procede del Padre» se quiere decir que es enviado por él. Bastarí­a para demostrarlo subrayar las dos frases siguientes, que son paralelas: yo os é de parte del Padre (Jn 15, 26). El sentido del enví­o o de la misión del Paráclito por el Padre no admite duda alguna. La segunda frase, paralela y yuxtapuesta a la anterior, afirma que el Espí­ritu procede Padre. Las dos frases subrayadas expresan la misma realidad. Decir que el Espí­ritu procede del Padre es sinónimo de afirmar que el Espí­ritu es enviado por el Padre. Esto significa que esta «procesión» no puede aplicarse ni explicarse como su «procesión eterna», con la cual hicieron filigranas tan primorosas las especulaciones teológicas del pasado.

Si el Paráclito debe dar testimonio de Jesús es porque lo conoce bien. Lo mismo que si Jesús puede hablarnos de Dios es porque lo conoce bien, por razón de su unión con el Padre, porque está el seno Padre (Jn 1, 18). La posibilidad y competencia en relación con el testimonio que el Paráclito puede dar sobre Jesús sitúa al Espí­ritu en el mundo de lo divino. Desde este mundo es enviado para revelar a Aquel que vino desde él.

d) testimonio de los discí­pulos. – Junto al testimonio del Paráclito es destacado también el que deben dar los discí­pulos. La razón del mismo es también el conocimiento y la unión: desde el principio estáis . La frase nos introduce de lleno en la paradoja de la fe. Por un lado, esta fe es únicamente posible desde la Pascua y bajo la acción del Espí­ritu Santo. Pero, por otro, la fe se inseparablemente unida a Jesús de , y a su vida y enseñanzas mientras vivió en nuestro mundo. Queremos destacar cuanto sea posible este aspecto, entre otras razones porque así­ lo ha hecho también el evangelista.

Frente a posibles desenraizamientos históricos y concretos de la revelación cristiana -representados en tiempos del evangelista por las corrientes gnósticas, que consideraban como irrelevante la persona de Jesús, o a lo sumo la valoraban como un «medium» utilizado por el Cristo celeste para comunicar su conocimiento-gnosis salvadora a los hombres- se acentúa la ón de la revelación con la historia, con lo histórico, con lo concreto y tangible. Es la única manera de evitar que el cristianismo se convierta en una ideologí­a. Por eso la primitiva comunidad cristiana dio una importancia excepcional a los testigos oculares, lo que habéis oí­do desde el principio, a los que estuvieron con él desde los mismos comienzos de su ministerio terreno. Esta es la única condición que se exige cuando se trata de completar el número doce para sustituir a Judas (Hch 1, 16ss).

. El Espí­ritu Paráclito como «juez»
Sin embargo, es más conveniente para vosotros que yo me vaya. Os digo la verdad. Porque si no me voy, el Paráclito no vendrá a vosotros, pero si me voy, os lo enviaré. Cuando él venga, pondrá de manifiesto el error del mundo en estos tres puntos: en relación con el pecado, con la justicia y con el juicio. En primer lugar en relación con el pecado, porque demostrará que hicieron mal al no creer en mí­. En segundo lugar, en relación con la justicia, porque demostrará que me voy al Padre, cuando haya desaparecido de entre vosotros. Finalmente, en relación con el juicio, porque demostrará que el prí­ncipe de este mundo ha sido condenado» (Jn 16, 7-11).

Al calificar al Paráclito como «juez» deberí­amos prescindir de las connotaciones que esta palabra tiene para nosotros. Es necesario advertir que, en todo proceso judicial, que investiga la culpa o inocencia de un procesado, debe haber un juez. También en el proceso de la fe. Y como en este cuarto proverbio sobre el Paráclito se trata del proceso de la fe, hemos elegido el vocablo en cuestión con la esperanza que su significado se aclarará en el comentario que haremos a continuación. Creemos conveniente, ya desde ahora, remitir a lo que dijimos a propósito de la tercera sentencia sobre el Paráclito, en la que era presentado como «testigo». Su aspecto o función de testigo puede proyectar alguna luz sobre su calidad de juez.

) Retorno de Jesús Padre. – Jesús nos habla de la «conveniencia» de su partida: más conveniente para vosotros el que yo me vaya. El Jesús histórico tení­a que irse para que su verdadera dimensión, la de ser Revelador, pudiera ser comprendida en toda su densidad y significado. El es el Revelador si continúa siéndolo, y continuará siéndolo si enví­a al Espí­ritu Paráclito. Pero sólo enviará el Espí­ritu cuando se haya ido. Lo afirma él mismo como razón o argumento para convencernos de la «conveniencia» de irse: si no me voy, el Paráclito no vendrá a vosotros, pero si me voy, os lo enviaré (Jn 16, 7). Teniendo en cuenta que la venida del Paráclito está condicionada por la partida de Jesús, nosotros no hablarí­amos de la conveniencia, sino de la necesidad de que Jesús se vaya. Sólo cuando se haya ido podremos conocerlo a fondo, gracias a la acción del Paráclito.

b) La palabra su interpretación. – Sólo el Espí­ritu hace comprensible el acontecimiento de la revelación. Jesús puso el hecho. El Paráclito pone la palabra que lo interpreta. Hecho y palabra simultáneamente, no separadamente, constituyen el acontecimiento revelador en cuanto tal. El hecho de Jesús en su sentido más estricto, en todo su alcance y contenido, implicaba su partida. Sólo desde ella y bajo la iluminación del Espí­ritu se harí­a posible la fe verdadera. Por eso, para aquellos primeros discí­pulos, era necesaria la partida de Jesús, y los creyentes posteriores no se encontrarán en desventaja frente a ellos por no haber visto a Jesús con los ojos de la cara. En consecuencia, Jesús debí­a irse para que pueda venir el Espí­ritu Paráclito. Pero, a pesar de su aparente separación, el Espí­ritu sigue ligado por entero a la obra de Jesús, de modo que hay que hablar del de Jesús el Espí­ritu Paráclito a su comunidad. Jesús vuelve en su Espí­ritu. En vez de la presencia histórica de Jesús entra ahora la presencia espiritual en la comunidad y en todos aquellos que lo aceptan como el Revelador.
) El Paráclito demostrará errores del mundo. – En su función de «juez» el Paráclito convencerá al mundo de sus errores. El verbo griego que traducimos por «convencer» (= égjo), tiene aquí­ el sentido de demostrar alguien está con las siguientes matizaciones que también puede incluir «sacar a la luz una intención engañosa, acusar, avergonzar, refutar». El Paráclito da a conocer la situación del mundo ante su creador, lo mismo que Jesús dio a conocer la situación del mundo, que en su tiempo eran los judí­os, ante Dios.

La tarea del Paráclito consistirá en demostrar que mundo se ó en reón con Jesús. Al mantener la misma actitud en relación con la fe en Jesús, por parte de sus discí­pulos o en relación con ellos, sigue en el mismo error perjudicial para él.

El mundo será acusado y «convencido» pecado: hicieron mal al no creer en él. En eso consiste fundamentalmente el pecado en el evangelio de Juan, en no aceptar a Jesús como el Revelador y el enviado del Padre (Jn 8, 21-34); en rechazar la oferta de la luz por creerse con suficiente visión, convirtiéndose, por esta actitud, en verdaderos ciegos (Jn 9, 40-41); en considerar equivocados, pecadores, a otros, precisamente por reconocer y aceptar a Jesús como lo que era. Los demás son pecado en la medida de su participación en el rechazo de Jesús. De este modo, concepto de pecado adquiere una trascendencia total; es aplicable al hombre de cada momento, cuando se glorí­a y presume de su total autonomí­a, rechazando la oferta divina de la salud-salvación.

El mundo estuvo y está equivocado relación con la justicia. El concepto de justicia, en nuestro caso, debe entenderse desde la ida de Jesús al Padre: me voy al Padre. Como se trata de un proceso, la justicia equivale a la inocencia, en el sentido de tener razón. Jesús tení­a la razón, como lo demuestra el hecho de su retorno al Padre. La pretensión de Jesús de ser el enviado de Dios, de ser uno con el Padre, fue considerada por los judí­os como insensata y blasfema. El Padre ha certificado que las pretensiones de Jesús eran correctas. Resucitando a Jesús de entre los muertos, Dios rubricó toda la obra de Jesús, sus hechos, dichos, enseñanzas, pretensiones.

El mundo estuvo equivocado también relación con el juicio. Esto quiere decir que el mundo, al condenar a Jesús, se autocondenó, porque Aquel al que condenó a muerte es el vencedor de la muerte. De este modo el proceso sigue abierto. La victoria de Dios significa la derrota de Satanás, su oponente, el prí­ncipe de este mundo, que es presentado como la personificación del mal y de la incredulidad. Este juicio se convirtió también en un acontecimiento que trasciende el tiempo, puesto que sigue realizándose mientras sea posible la confrontación de la revelación cristiana con el mundo. Y esto será posible mientras exista la comunidad cristiana.

. El Espí­ritu Paráclito como Revelador
«Tendrí­a que deciros muchas cosas más, pero no podrí­ais entenderlas ahora. Pero cuando venga Aquel, el Espí­ritu de la verdad, os iluminará para que podáis entender la verdad completa. El no hablará por su propia autoridad, sino que dirá únicamente lo que ha oí­do, y os anunciará las cosas venideras. El me honrará a mí­, porque todo lo que os dé a conocer lo recibirá de mí­. Todo lo que tiene el Padre es mí­o también; por eso os he dicho que «todo lo que el Espí­ritu os dé a conocer, lo recibirá de mí­» (Jn 16, 12-15).

a) Jesús es Revelador. – Jesús es el Revelador, porque ha manifestado el Nombre, la realidad divina, su revelación, a los hombres. La tarea del Paráclito, ¿añadirá algo a lo revelado por Jesús? La aportación del Espí­ritu es cuantitativa, sino cualitativa. Su acción consistirá en que, bajo el impulso de su presencia y de su iluminación, quedará desvelado el misterio de Jesús y de su revelación. Por tanto, la aportación del Espí­ritu está en la lí­nea de la verdad y del conocimiento de la palabra de Jesús. La verdad completa o plena se refiere a la revelación de Cristo entendida como una totalidad, como una magnitud única de sentido que ya ha sido dada y que es universal y trascendente.

b) Distintos de la revelación. – La densidad y concentración de lo expresado en el párrafo anterior nos obliga a volver sobre lo dicho en un intento de mayor explicación. No perdamos de vista el texto concreto sobre el que estamos reflexionando: venga Aquel, el Espí­ritu de la verdad, os á para que podáis llegar hasta verdad completa (Jn 16, 13). ¿Qué es la verdad completa? ¿Es distinta de la verdad enseñada por Jesús? ¿Existe otro nivel para ascender al cual se requiere la intervención del Paráclito? ¿Qué significa el «plus» que tiene que añadir el Paráclito a la revelación de Jesús? Ciertamente no debe entenderse en el sentido de que a Jesús no le dio el tiempo suficiente para explicar todo el programa y, por tanto, que le quedaron algunos temas sin explicar. Y si alguien podí­a terminar su tarea ése no podí­a ser más que el Paráclito.

) La perspectiva del futuro. – El «plus» del Paráclito o lo que éste debe añadir a lo dicho y hecho por Jesús debe verse desde la perspectiva de continuidad y pervivencia de la revelación en el futuro. Se trata, ni más ni menos, que de la existencia cristiana en el mundo. El futuro de la existencia cristiana estará condicionado por la palabra de Jesús captada desde la fe. Ahora bien, ¿cómo serí­a esto posible sin la acción del Paráclito? Sólo desde la presencia operante del Espí­ritu Paráclito los discí­pulos de Jesús serán guiados hasta la verdad completa. Sin el Espí­ritu no hay otra cosa que una suma de «muchas cosas» que resultan absolutamente incomprensibles y, por lo tanto, inaceptables.

Y estas «muchas cosas» no se entenderán de modo global, sino como una pluralidad de principios y dogmas particulares inconexos entre sí­. Sin embargo, las «muchas cosas» se reducen a una: la revelación y la fe, diversificada en el conjunto de artí­culos que la esclarecen y especifican. Los textos sobre el Paráclito están en la lí­nea de la afirmación de la primera carta de Juan: son instruidos por Dios… no tenéis de que nadie os enseñe (1Jn 2, 20. 27). Serán todos enñados por Dios (Jn 6, 45; Is 54, 13; Jer 31, 31-34).

d) verdad completa. – La verdad completa, considerada desde Dios, es camino, peregrinación, aprendizaje. Nunca meta definitivamente alcanzada. Si consideramos la verdad completa desde percepción humana, la incomprensión sigue haciendo patente el misterio. En este caso, el misterio del hombre. Su vida se construye en la decisión por la fe o la incredulidad. Pero, ¿qué significa esta alternativa? Por supuesto, la opción por la salvación y la vida, que es lo que significa la decisión a favor de la fe. Pero las consecuencias extremas y supremas de la decisión de la fe hoy son difí­cilmente aceptables, sobre todo cuando son presentadas como derivación de la fe «dogmática».

El lenguaje de los dogmas eclesiásticos y de la predicación tradicional le resulta tan extraño al hombre de hoy que ha dejado de ser el adecuado para dirigirnos a él con la oferta de la fe. ¿Cómo se le puede pedir la decisión a favor de algo tan increí­ble e incluso tan inverosí­mil como resultan las formulaciones dogmáticas tradicionales? El punto de vista cultural se convierte de nuevo en una muralla infranqueable para la aceptación de las «muchas cosas» que se le dicen pertenecer al terreno irrenunciable de la fe. ¿Cómo puede vincularse el sentido de la vida, descubierto por la decisión de la fe, a opciones, propuestas o alternativas tan poco significativas si muchas de las palabras y fórmulas no son siquiera medianamente comprensibles? Para que la fe pueda ser presentada como el principio determinante del sentido de la vida tiene que estar más vinculada al misterio de la vida tal como fue anunciado y vivido por Jesús de Nazaret y tal como tiene que ser redescubierto por la presencia actuante de Paráclito. La aceptación de los distintos niveles únicamente puede ser posibilitada mediante la acción del Espí­ritu en nuestro espí­ritu. Sólo entonces nuestro espí­ritu podrá ensayar el camino hacia las alturas del Espí­ritu.

La verdad nunca es completa aisladamente. La verdad «completa» se completa en la interrelación de los dos misterios, el de Dios y el del hombre.

e) La tarea í­fica del Paráclito. – Llevar a la completa es una de las expresiones que mejor sintetizan el quehacer del Espí­ritu Paráclito presente y actuante en la comunidad cristiana. Consiste en:
Asegurar la conexión o vinculación con el pasado. La fe cristiana está centrada en hecho de Jesús; en lo hecho por él: su enseñanza y conducta en plena coherencia, lo hecho sobre Jesús, por los hombres que lo mataron y por Dios que le resucitó.

maduración en la , liberándola de las adherencias culturales que «se pegan» a toda creencia transmitida a lo largo de los siglos.

La «verdad completa» obliga al creyente, a la comunidad cristiana, a distinguir claramente entre la adaptación y la acomodación. La ón es una nueva interpretación que respeta la verdad y tiene delante a aquellos que deben captarla y vivirla. Esto significa que el momento presente, las circunstancias actuales, deben constituir una referencia esencial en la reflexión teológico-cristiana. Sólo así­ se producirá una verdadera ón.

La adaptación está exigida por los destinatarios del mensaje cristiano y en ellos tiene también sus limitaciones. Es lo que llamamos ón. Es difí­cil distinguirla de la adaptación. Pero creemos que las diferencias son decisivas. La acomodación no parte del mensaje sino de aquellos a los que se dirige; eleva a éstos a la categorí­a de principios normativos; los constituye en la medida de la verdad; el mensaje cristiano queda difuminado entre los criterios mundanos; no se lleva a cabo la adaptación del mensaje del evangelio a sus destinatarios, sino que es el evangelio el que debe ser adaptado a los criterios de los destinatarios del mismo.

) Realidad divina y percepción humana. – La verdad «completa» nunca puede ser completa. Porque la realidad completa es la realidad divina que sale al paso del hombre. La verdad completa, historificada y personalizada en Jesús de Nazaret, es la misma verdad de Dios. Algo inasible e inalcanzable, incomprensible para el hombre, según las mismas palabras de Jesús: «es lo mucho que él tiene que decirnos y que nosotros no podemos comprender». Es el Espí­ritu Paráclito el que progresivamente, siguiendo el ritmo del devenir histórico-cultural, irá proyectando la luz necesaria para la comprensión posible por parte del hombre. Por eso la tarea del Espí­ritu Paráclito no es «llevar» (como «es llevada» en brazos una persona o una cosa sin que ella se esfuerce lo más mí­nimo en la marcha y manteniendo una actitud de total pasividad), sino «guiar» a la verdad completa, «recordando» lo enseñado por Jesús.

. Sí­ntesis final
Al terminar nuestra exposición, repetimos una vez más, que la mejor forma de entender al Espí­ritu Paráclito es verlo como la personal dinámica y eficaz para la actuación de Jesús, haciendo operante la presencia renovada de Jesús en la historia, con la que va inseparablemente unido el acontecimiento de la fe en Jesús y el de su continuidad dentro de la diversidad. La presentación del Espí­ritu Paráclito en esta definición descriptiva es correcta. Puede resultar, sin embargo, algo teorizante, un tanto aérea, carente del aterrizaje necesario para una comprensión adecuada de todo el contenido implicado en ella. Tal vez sea conveniente, en aras de una mayor claridad, desglosarla y concretar aquí­ lo que se halla disperso a lo largo de la «voz».

Espí­ritu Paráclito es:

* El érprete de Jesús
* El sucesor de Jesús, con una clara actividad en el ejercicio de su «sucesión».

* El , en cuanto que es llamado por alguien o hacia alguien para que le ayude a resolver sus problemas.

* En cuanto abogado, se convierte en , ayudante, pasante y, en el ejercicio de estas funciones, hace las veces de .

 
* El í­ritu de la verdad, que une de forma personal la vida divina y la humana.

* El o mediador entre la comunidad cristiana y el mundo. El Paráclito es el Arquitecto que construye un puente entre Dios y el mundo para que puedan entenderse, desvelando el misterio de ambos y el lenguaje en que viene envuelto.

* El supremo concedido por Dios o por Jesús a la humanidad en el momento y a partir de su glorificación.

* El Jesús, estrechamente vinculado a él y a sus funciones.

* El que enseña lo dicho hecho por Jesús, uniendo el tiempo de su magisterio terreno con el de su presencia ausente o el de su ausencia presente en la vida del creyente y de la comunidad cristiana.

* El cualificado de Jesús tanto a nivel personal como social, comunitario y representativo.

* El por el Padre y por Jesús o en su nombre.

* El iluminador en el proceso interno de la fe.

* El denunciador de los que rechazaron a Jesús y siguen rechazándolo en sus discí­pulos.

* El que conduce al hombre a la verdad completa.

BIBL. – E. SCHWEIZER, y sus derivados en TWzNT, donde se nos ofrece una información casi exhaustiva; O. SEMMELROTH, í­ritu Santo, en «Conceptos fundamentales de la Teologia» II, Cristiandad, 1966; JOHN L. MCKENZIE, , en «Dizionario Biblico», traducción de «Dictionary of the Biblie; M. MIGUENS, Paráclito (In 14-16), Jerusalén, 1963; R. KocH, í­ritu, en J. B. BAUER, «Diccionario de Teologí­a Bí­blica», Herder, 1967.

F. Ramos

FERNANDEZ RAMOS, Felipe (Dir.), Diccionario de Jesús de Nazaret, Editorial Monte Carmelo, Burbos, 2001

Fuente: Diccionario de Jesús de Nazaret