ESPADA DE DIOS

(-> macabeos). Tanto en su forma militar como simbólica, la espada constituye un signo de gran importan cia en la Biblia. Entre las más importantes están éstas: (1) Espada de fuego de los querubines que cierran el paso de vuelta al paraí­so, obligando a los hombres a mantener su estancia en el mundo, sin refugiarse en un tipo de retomo a la seguridad materna del principio (Gn 3,24).

(2) La espada del Jefe del Ejército de Yahvé, que se aparece a Josué en el momento en que va a iniciar la conquista de Palestina, junto a Jericó (Jos 5,13-15). Evidentemente, el portador de la espada es el mismo Dios, que aparece aquí­ de forma guerrera, en una teofaní­a cuyos rasgos son semejantes a los de Ex 3,1-22, aunque están mucho más estilizados.

(3) La espada de los débiles que vencen a los fuertes. Salen sin espada, contra enemigos terribles que llevan la espada, pero les vencen con la ayuda de Dios y les quitan la espada para cortarles con ella la cabeza. Así­ hace David con Goliat, así­ hace Judit con Holofernes (cf. 1 Sm 17,51; Jdt 13,6-8).

(4) La espada de Judas Macabeo. Forma parte de la historia de Judas, que aparece como nuevo David, celoso de la Ley de Dios, exhortando al ejército con textos de la Ley y los Profetas (2 Mac 15,6-10). Se acerca el combate final contra Nicanor, general del ejército sirio, y Judas, «con objeto de armar a cada uno de los soldados, no tanto con la seguridad de los escudos y lanzas, sino con el consuelo que hay en las buenas palabras, narró un sueño digno de fe con el que alegró a todos. La visión fue así­: Oní­as, el que fue sumo sacerdote… extendí­a las manos y oraba por toda la comunidad de los judí­os. Después se apareció de la misma manera un hombre distinguido, con pelo blanco y gran dignidad, rodeado de una majestad admirable y magní­fica. Oní­as, tomando la palabra, dijo: Este es el que ama a sus hermanos, el que ora mucho por el pueblo y por la Ciudad Santa, es Jeremí­as, el profeta de Dios. Entonces, Jeremí­as, extendiendo la derecha, entregó a Judas una espada de oro y al dársela le dijo: Toma la Santa Espada, don de Dios, con la cual destruirás a los enemigos» (2 Mac 15,11-16). Estamos ante una teofaní­a* militar, semejante a la de Jos 5,13-16, donde el Prí­ncipe del Ejército de Yahvé se aparece a Josué, con la Espada en la mano, asegurándole la victoria. Pues bien, ahora, por medio de Jeremí­as, Dios ofrece su espada a unos combatientes humanos (a Judas) en gesto de victoria escatológica.

(5) La espada escatológica de 1 Henoc. En una lí­nea semejante se sitúa un pasaje central de la tradición apócrifa de Henoc: «y vi que se dio a las ovejas una gran Espada y salieron las ovejas contra todas las bestias salvajes a matarlas» (1 Hen 90,19). Con esta espada empieza el último acto de la lucha en que los buenos, con la ayuda de Dios (su gran Espada), destruirán sobre el mundo a los perversos. Entendida como signo de la victoria de Dios, esa espada aparece en diversos textos judí­os (Is 11,4; 49,2; 4 Esd 13,4) y también en algunos cristianos (Heb 4,11; 2 Tes 2,9).

(6) La espada de Marí­a, la madre de Jesús. El anciano Simeón* le dice: «Mira, éste [Jesús] ha sido constituido para caí­da y resurrección de muchos en Israel, como señal discutida; y una espada [romphaia] atravesará tu propia alma, para que sean revelados los pensamientos de muchos corazones» (Lc 2,34-35). Marí­a conservaba en su corazón las cosas de Jesús (Lc 2,19.51) y de esa forma comparte su misma suerte, apareciendo así­ como madre sufriente. Su figura de madre sufriente se encuentra ya en el fondo de los textos que la presentan al lado de la Cruz de Jesús (veladamente en Mc 15,40.47 par; claramente en Jn 19,25-27). Marí­a recoge sin duda la experiencia de otras mujeres de Israel que habí­an sufrido por la muerte de sus hijos (cf. Mt 2,16-18). Así­ viene a presentarse como madresufriente del Mesí­as, pues la espada del dolor mesiánico atraviesa su alma. Así­ la vemos como signo de Israel, que se divide y sufre ante el surgimiento mesiánico de Jesús, y como signo de la Iglesia, que lleva en su corazón el padecimiento de sus hijos (como supone Col 1,24-29). Ella es el sí­mbolo de la maternidad sufriente, que aparece en muy diversos lugares de la historia humana.

(7) La espada del Apocalipsis. Recibe dos nombres: Makhaira (de makhé, guerra) es el instrumento bélico por excelencia; la lleva el segundo jinete, haciendo que los hombres se maten entre sí­ (Ap 6,4), poniendo en peligro la vida de la Bestia, envuelta en contiendas civiles (13,14). Romphaia, sable largo de dos filos, de origen tracio, que constituye, con el hambre, peste y fieras, un signo universal de muerte (6,8). El Ap la entiende, sobre todo, de manera simbólica: de la boca de Jesús, como palabra poderosa de culminación creadora, brota la romphaia aguda que destruye los poderes de las bestias y ofrece salvación a los creyentes (Ap 1,16; 2,12.16; 19,15.21); ella viene a presentarse de esa forma como signo de la transformación cristiana de la guerra. De la boca del Hijo del Hombre sale una espada, que regirá las naciones (Ap 1,16; 2,12.16): es el poder de la palabra, que está por encima de todos los poderes; es el «arma de Jesús» en la batalla escatológica, venciendo con ella a las naciones e instaurando así­ el reino de la palabra (Ap 19,15).

Cf. P. BENOIT, «Et toi-méme, un glaive te transpercerá l†™áme (Lc 2,35)», CBQ 25 (1963) 251-261; K. BERGER, «Das Canticum Simeonis (Lk 2,29-32)», MT 27 (1985) 27-39; P. GRELOT, «Lc cantique de Siméon (Luc 2,29-32)», RB 93 (1986) 481-509.

PIKAZA, Javier, Diccionario de la Biblia. Historia y Palabra, Verbo Divino, Navarra 2007

Fuente: Diccionario de la Biblia Historia y Palabra