ESCUELAS TEOLOGICAS ALEJANDRINA Y ANTIOQUENA

La escuela teológica alejandrina está ligada a los nombres de Panteno, Clemente, Orí­genes. Con ellos, entre la segunda mitad del siglo 11 y comienzos del III, se perfila en Alejandrí­a un centro de estudios superiores de exégesis de teologí­a, puesto bajo el control dél obispo local y orientado a la instrucción de los catecúmenos. Entre los objetivos de esta escuela o didaskaleion estaba la intención de enfrentarse con el predominio cultural que el gnosticismo, bastante difundido en Alejandrí­a, habí­a adquirido entre los cristianos cultos de la ciudad. Se trataba de dar origen a una «gnosis», ortodoxa, pero culturalmente abierta. Un signo evidente de esta apertura fue la utilización del método racional filosófico, aplicado a la doctrina revelada, así­ como el uso del método filológico en relación con el texto sagrado. El sistema que más influyó en la escuela alejandrina fue el platonismo.

La tradición presenta a Panteno y a Clemente como primeros maestros – de este didaskaleion, pero parece ser que se trataba todaví­a de una escuela «privada'». Fue con Orí­genes, alrededor del 220, cuando empezó a funcionar la escuela alejandrina, dividida en dos niveles (uno elemental, para la formación de los catecúmenos; el otro, de profundización teológica superior). La aportación de Orí­genes fue fundamental para la orientación cultural que sostení­a esta escuela. Fue Orí­genes, efectivamente, el que asumió y amplió el planteamiento dualista y espiritualista propio del platonismo a diversos ámbitos: en relación con la realidad, distinguiendo dos niveles, uno sensible y otro inteligible : en relación con los hombres, divididos en simples y en perfectos: en relación con el mismo Cristo, considerado en su realidad humano/divina: en relación con la mí­stica, entendida como una huida progresiva del mundo corporal: y hasta en relación con la sagrad-a Escritura interpretada literal o espiritualmente.

Este dualismo » sistemático» conferirá un carácter unitario a la cultura alejandrina. Representa una «clave de lectura» que le dará claridad y rigor metodológico. Debido a su carácter intelectualista, a su apertura a la filosofí­a platónica y – a la utilización del lenguaje religioso de la época, Clemente y Orí­genes lograron eliminar la gnosis heterodoxa que se levantaba sobre la presunción de una » superioridad » cognoscitiva y electiva, que también por su parte los católicos aseguraban poseer. Pero no es de extrañar que algunos de los cristianos «simples» mirasen con desconfianza este empeño intelectual («La plebe tiene miedo de la filosofí­a de los griegos, lo mismo que los niños de las máscaras, temiendo que aquélla se los vaya a llevar». Clemente, Stromata, VI, 80). La confirmación se tendrá en la condenación de Orí­genes y en su alejamiento de Alejandrí­a. Sin embargo, en este centro se siguió la orientación del maestro por obra de personajes como Heracles, Dionisio, Pierio, Dí­dimo, Rodón, prescindiendo solamente de algunos aspectos de su pensamiento (por ejemplo, la doctrina sobre la preexistencia de las almas, la resurrección espiritual.,.), El enfrentamiento que la orientación espiritualista alejandrina tuvo con la cultura asiática, de rasgos materialistas, y la confrontación posterior con la escuela teológica antioquena, que se mostraba crí­tica con el alegorismo, obligará a ciertos cambios en la orientación teológica alejandrina, que a su vez hará sentir todo su peso en las disputas cristológicas del siglo y (acentuación en Cristo del elemento divino sobre el humano), hasta llegar al monofisismo, última radicalización de la cristologí­a alejandrina.

Mientras que la escuela de Alejandrí­a creció en su confrontación con el gnosticismo y se desarrolló bajo la influencia de la filosofí­a platónica, la escuela de Antioquí­a siguió un camino distinto. Más ligada al aristotelismo y, desde un punto de vista filológico, el hebraí­smo rabí­nico, no constituyó una «escuela» en sentido estricto, aunque es considerada como tal, ya que en varios autores relacionados con Antioquí­a encontramos el mismo planteamiento exegético y teológico.

Durante mucho tiempo se pensó que el presbí­tero Luciano de Antioquí­a, maestro de Arrio y defensor de una orientación exegética literalista, fue el fundador de la «escuela» teológica antioquena: sin embargo, lo poco que sabemos de él no permite avalar esta hipótesis. Lo cierto es que en el siglo III-1V surgió en Antioquí­a -bien por la persistencia de la cultura asiática. bien como reacción contra el origenismo alejandrino- una tendencia hacia la exégesis literalista y, en relación con Jesucristo, una plena valoración de su componente humano. El representante de esta doble orientación es Eustacio, obispo de Antioquí­a (323-330).

Fuertemente opuesto a Orí­genes, al que acusó de haber alegorizado toda la Escritura, y prudentemente cercano a las posiciones de Pablo de Samosata (monarquianismo moderado), Eustacio jugó un papel primordial en la condenación de Arrio en Nicea (325).

Parece ser que el verdadero iniciador de la escuela teológica antioquena fue Diodoro de Tarso (t 394), el primero que formuló la que a continuación se designarí­a como ncristologí­a antioquena», dirigida a separar en Jesucristo al Hijo de Dios del hijo de Marí­a, aun negando que se trata de «dos hijos». Discí­pulos de Diodoro de Tarso fueron Juan Crisóstomo y Teodoro de Mopsuestia. Mientras que el primero no se distinguió por ofrecer especiales aportaciones doctrinales, sino más bien por su actividad pastoral, Teodoro, nombrado obispo de Mopsuestia en el 392, debe considerarse como el exponente principal de la escuela teológica antioquena. Acentuó el papel de la humanidad asumida por el Verbo y su capacidad autónoma de obrar. Al mismo tiempo, intentó salvaguardar en todo lo posible la unidad de las dos naturalezas. Desde el punto de vista exegético, se nos presenta como el representante más cualificado de la exégesis antioquena, en contraposición con el alegorismo de la escuela alejandrina.

Discí­pulo de Teodoro fue Nestorio, patriarca de Constantinopla (428), cuya doctrina llevó a una confrontación abierta entre los seguidores de la teologí­a antioquena y los de la alejandrina.

Poniendo el acento en la integridad de las dos naturalezas en Cristo, no logró demostrar con suficiente claridad cómo las dos » naturalezas » pueden confluir en Cristo en una unidad personal. El conflicto se encendió sobre todo cuando Nestorio propuso sustituir el tí­tulo de theotókos de Marí­a por el de christotókos, tendiendo de este modo a resaltar el hecho de que Marí­a no engendró a la divinidad, sino al hombre unido inseparablemente a ella. La cristologí­a de Nestorio, desafortunada por la falta de instrumentos conceptuales adecuados, estaba en lí­nea sin embargo con la orientación de la escuela antioquena, empeñada en valorar el elemento humano en Cristo.

El último representante prestigioso de la orientación teológica antioquena fue Teodoreto, obispo de Ciro, que, implicado en la disputa sobre Nestorio, puso de manifiesto los peligros inherentes a la orientación teológica alejandrina y la distinción insuficiente entre la humanidad y la divinidad en Cristo. En contra de Eutiques, Teodoreto compuso en el año 447 una obra importante, Eranistes (El mendigo), en el que ofrecí­a una clara refutación del monofisismo, sostenido por el monje de Constantinopla. Condenado y depuesto en el llamado Latrocinio eféso (449), Teodoreto fue rehabilitado en el concilio de Calcedonia (451). En sus numerosas obras recoge los resultados de la escuela antioquena, hasta el punto de que se le considera como el último representante destacado de la ilustre tradición antioquena.

L. Padovese

Bibl.: M. Simonetti, Alejandrí­a (escuela de J, en DPAC, 1, 71-74; M, Simonetti, Antioquia de Sirí­a (escuela de), en DPAC, 1, 144-145; L Padovese, Inrroducción a la reologia patristica, Verbo Divino, Estella 1996.

PACOMIO, Luciano [et al.], Diccionario Teológico Enciclopédico, Verbo Divino, Navarra, 1995

Fuente: Diccionario Teológico Enciclopédico