Las palabras escatología y apocalíptica, utilizadas frecuentemente para caracterizar la escritura o el pensamiento de Pablo, no aparecen empleadas por el apóstol. La apocalíptica (del griego apo-kalyptein, «desvelar o revelar») designa esencialmente un género literario particular que se inscribe en un tipo de literatura de revelación que descubre el secreto divino, es decir, el misterio o el proyecto de Dios en relación con el acontecimiento final; así ocurre en el Apocalipsis y en los elementos de estilo apocalíptico leídos en 1 Tes 4,13-17 y 1 Cor 15,51-53. Véase la palabra Revelar, p. 57).
Escatología designa más bien un discurso sobre el fin del hombre y del mundo (un logos sobre los eschata), y por tanto sobre la muerte y la consumación de los tiempos. El acento se pone entonces en el contenido u objeto de la revelación, y no en la forma apocalíptica que puede revestir.
Pablo utiliza el adjetivo eschatos, «último», para designar al último enemigo, la muerte (1 Cor 15,26) o al último Adán, a saber, Cristo (15,45). La expresión habitual «los últimos tiempos» o «los últimos días» se encuentra en Hch 2,17; 2 Tim 3,1; Heb 1,2; Sant 5,3; etc., pero no en Pablo, incluso cuando habla del fin de los tiempos (utiliza entonces telos, «el fin»: 1 Cor 10,11; 15,24).
Del mismo modo, el apóstol usa varias veces el verbo «descubrir» o «revelar» (apokalyptein) y el substantivo apokalypsis para significar la «revelación» del juicio divino, la de los elegidos y la del misterio o designio de Dios, y sobre todo la revelación última de Cristo el día de la parusía (Rom
2,5; 8,19; 16,25; 1 Cor 1,7). Pero el apóstol ha tenido ya la experiencia del apocalipsis del Hijo en el camino de Damasco (Gal 1,16), sin hablar de las otras revelaciones que jalonaron su vida (2 Cor 12,1.7).
Otra consideración importante para captar la importancia del primer lenguaje escatológico: en el siglo I de nuestra era, ya en Qumrán y en las primeras comunidades cristianas se asiste a una especie de perturbación de este lenguaje, proclamando que «los últimos tiempos» ya se han inaugurado, como en el discurso de Pedro en Hch 2,17. El mensaje escatológico no es ya un simple discurso «sobre el fin» o sobre la clausura de los tiempos, sino que se convierte ahora en un discurso sobre «la apertura de los tiempos»: incluso en Mc 13, el acento no se pone en la catástrofe cósmica, sino en la parusía del Hijo del hombre (véase Día del Señor).
Semejante convulsión de las antiguas representaciones judías se expresa ya desde el momento del acontecimiento pascual mediante la afirmación de la resurrección de Jesús, cuando todavía no ha llegado el fin de los tiempos con sus cataclismos y con su juicio final. Y esto, a diferencia del escenario escatológico judío, que sitúa la resurrección de los justos o la de todos los hombres solamente al fin de los tiempos. El Resucitado inaugura hoy el tiempo del mañana. Pablo olvidará casi por completo el escenario-catástrofe del fin de los tiempos para proclamar la cruz del Resucitado de hoy y la resurrección futura de los que creen en Cristo.
C. P.
La convicción de Pablo es que las Escrituras proclamaron de antemano el evangelio (Rom 1,2; cf. 10,5 y Gal 3,8). Permiten identificar a Cristo Jesús (1 Cor 15,3.4). Pablo llega a decir que fueron redactadas para nosotros, los que tocamos el fin de los tiempos (1 Cor 10,11). Encuentran sentido en la resurrección de los muertos (1 Cor 15,45). De esta manera ejercen un ministerio de consolación (Rom 15,4). Lo mismo se dice en 2 Tim 3,16; pero, al utilizar la palabra theopneusté («inspirada por Dios»), este servicio ha servido lamentablemente de base poco sólida a las teorías de la inspiración literal.
3. Letra. La Escritura puede entonces, en cualquier momento, tomarse por ella misma o ser objeto de una manipulación. Cuando el texto se aisla de Aquel que lo pronuncia, se convierte en «letra», lo mismo que se convierte en esqueleto el ser vivo privado de aliento. Por eso, apoyándose en la promesa de Jr 31,31ss, Pablo se siente ministro de esta alianza nueva, donde la ley se grabará en los corazones, basada no en la letra de la ley, sino en la fuerza del Espíritu; porque la letra mata, mientras que el Espíritu da vida (2 Cor 3,6). En Rom 2,29 repite: La genuina circuncisión es la del corazón, la que es obra del Espíritu y no de la letra. Jamás se opuso el apóstol a la Palabra y al Espíritu. La letra es la necrosis de la Palabra.
Finalmente, cuando llegaron a pedirle sus cartas credenciales, Pablo no pudo menos de exclamar: Corintios, nuestra carta de recomendación sois vosotros, una carta que llevamos escrita en el corazón, y que es conocida y leída por todos los hombres (2 Cor 3,3).
M. B.
AA. VV., Vocabulario de las epístolas paulinas, Verbo Divino, Navarra, 1996
Fuente: Vocabulario de las Epístolas Paulinas