A ROMA se la representó en la profecía bíblica mediante una bestia †œespantosa y terrible y extraordinariamente fuerte† que tenía dientes de hierro. (Da 7:7.) Jehová permitió que este imperio destruyera Jerusalén en el año 70 E.C.
Roma era tolerante con casi cualquier tipo de práctica religiosa, siempre y cuando los fieles también adoraran al emperador. Como se pensaba que esta adoración era un factor importante para la unidad del imperio, a cualquiera que se negara a participar en ella se le consideraba un enemigo del Estado. Los cristianos no participaron en tal adoración, de modo que a pesar de ser ciudadanos honrados, a menudo llegaron a ser objeto de persecución enconada. Algunos de los instigadores de esta persecución fueron los emperadores Nerón, Domiciano, Marco Aurelio y Diocleciano. Por conveniencia política, el gobernador de Judea Poncio Pilato hasta llegó a ordenar la ejecución de Jesucristo cuando lo presionaron los líderes religiosos judíos.
[Fotografía en la página 534]
César Augusto. Jesús nació durante su gobierno
[Fotografía en la página 534]
Moneda con la efigie de Tiberio César. La ejecución de Jesús ocurrió durante su reinado
[Fotografía en la página 534]
Claudio César, quien expulsó a los judíos de Roma
[Fotografía en la página 534]
Nerón, ante quien se juzgó al apóstol Pablo
[Fotografía en la página 534]
Vespasiano. La ciudad y el templo de Jerusalén fueron destruidos cuando él gobernaba
[Fotografía en la página 534]
Moneda con la efigie de Tito, hijo de Vespasiano. Se le proclamó emperador nueve años después de la destrucción de Jerusalén
[Fotografía en la página 534]
Domiciano. La persecución oficial de los cristianos alcanzó su mayor virulencia durante su gobierno; una de sus consecuencias probablemente fue el cautiverio del apóstol Juan
[Fotografía en la página 535]
Ruinas de un acueducto romano en Cesarea, ciudad portuaria construida por Herodes el Grande y residencia oficial de los procuradores romanos que gobernaban Judea
[Fotografía en la página 535]
Estas columnas, que se encuentran donde estaba la antigua Samaria, dan testimonio de la influencia romana en la zona
[Ilustración en la página 535]
Dibujo de la Fortaleza Antonia. Estaba situada en el extremo noroccidental del patio del templo de Jerusalén, por lo que los romanos la utilizaron para vigilar lo que ocurría en el recinto del templo
[Fotografía en la página 535]
Maqueta del hipódromo de Jerusalén, que debió construir Herodes el Grande. En este hipódromo se celebraban, como en Roma, carreras de carros y luchas de condenados con animales salvajes
[Fotografía en la página 536]
El Arco de Tito, que se encuentra en Roma, conmemora la victoria de los romanos sobre Jerusalén en el año 70 E.C.; uno de los relieves muestra a los soldados romanos llevándose los utensilios sagrados del templo
[Fotografía en la página 536]
Las ruinas del Coliseo romano se alzan como un recordatorio del entretenimiento cruel que fue popular en la antigua Roma
[Fotografía en la página 536]
Altar dedicado a la adoración del César. Los cristianos llegaron a ser objeto de persecución enconada por no quemar incienso al emperador
[Mapa en la página 533]
(Véase la publicación para ver el texto completo)
Océano Atlántico
BRITANIA
GERMANIA
GALIA
ESPAí‘A
ITALIA
Roma
GRECIA
Constantinopla
Efeso
Antioquía
Río Tigris
Río Eufrates
Mar Negro
Mar Caspio
Jerusalén
Mar Mediterráneo
EGIPTO
Alejandría
Cirene
Cartago
íFRICA
[Recuadro en la página 533]
CIUDADES PRINCIPALES
Roma: Capital occidental del imperio; tras la división del
imperio en 395 E.C., Roma y Constantinopla llegaron a tener
sus propios emperadores; el Imperio de Oriente duró casi mil
años más que el de Occidente
Constantinopla: Constantino transfirió la capital del imperio de
Roma a Bizancio, a la que cambió el nombre en su propio honor
Fuente: Diccionario de la Biblia