DUELO (DOLOR)

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Situación de pena, dolor o llanto ante una desgracia o hecho negativo, especialmente la muerte de un ser querido.

El duelo es un hecho natural en todo ser humano e inteligente. Y en muchos pueblos adquirió desde antiguo un sentido religioso previo al enterramiento, durante las inhumaciones y a lo largo de un perí­odo posterior dedicado a recuerdos y a sufragios por el difunto y de variada significación social.

Los gestos de duelo que aparecen en la Sda. Escritura son múltiples: llorar y gemir (2 Sam. 19.1), rasgarse las vestiduras (Gen. 37.29; Mt. 26.65), ponerse vestidos distintivos (Gen. 37.34; Ez. 26.16; Jon. 3.6), arrancarse la barba (2 Sam. 29. 25), cubrirse de ceniza la cabeza (2 Sam. 13.19; Jos. 7.6; Mt. 11.21; Apoc. 18.19), no comer ni beber (1 Sam. 31.13; Dan. 10.3).

Todos estos gestos tienen la misma finalidad: expresar un dolor interior.

Ellos tienen sentido, si se entiende su significado; por una parte, para exteriorizar lo que bulle en el interior y, por otra parte, para hacer compartir a los demás lo que hay en cada uno (hecho humano); Y también para hacer presente a la divinidad la petición de ayuda, protección y consuelo (hecho religioso).

El tiempo de duelo también significó una expresión de cierto estado de culto en favor y honor de los difuntos: siete dí­as en la mayor parte de las veces (Gen. 50.10; 1 Sam. 31. 13; Judit 16.29) y treinta en otras ocasiones (Num. 20.29; Deut. 34.8).

Desde la perspectiva religiosa conviene educar al cristiano en las manifestación de los sentimientos y gestos de duelo en doble sentido: social y espiritual, aunque no se fácil determinar la intensidad de cada una de ellas.

Hay una dimensión social que debe ser respetada, aunque sea la menos espiritual, y depende de las costumbres y tradiciones culturales. Pero hay un aspecto religioso personal y de intimidad que también debe ser tenido en cuenta. Es la referencia a Dios autor de la vida y de su terminación. Hay que superar lo supersticioso que en ocasiones puede haber en las manifestaciones: flores, luces, ayunos. Y hay que descubrir la dimensión providencial de proximidad divina y la relación con lo trascendente. En este aspecto, hay que hablar de Dios, recordar a Dios, invitar a aceptar la voluntad de Dios, ya que «para los cristianos la vida se cambia, no se quita» (prefacio de la misa de difuntos). Sólo así­ se educa al hombre para los momentos de dolor desde la esperanza; y sólo así­ se vence el sufrimiento que conduce a la desesperanza y a la maldición.

Pedro Chico González, Diccionario de Catequesis y Pedagogí­a Religiosa, Editorial Bruño, Lima, Perú 2006

Fuente: Diccionario de Catequesis y Pedagogía Religiosa