(gr., charismata). Término teológico que significa cualquier dote que viene por la gracia de Dios (Rom 1:11). Se daban los dones espirituales para tareas especiales en y por medio de las iglesias (Rom 12:6-8; 1 Corintios 12—14; 2Co 1:11; 1Pe 4:10). Incluyen la habilidad de hablar una lengua no aprendida (1Co 14:1-33), la interpretación de las lenguas (1Co 12:30; 1Co 14:27-28), el poder de echar los espíritus malvados (Mat 8:16; Act 13:7-12), la habilidad especial de sanar a los enfermos (1Co 12:9), la profecía (Rom 12:6), la sabiduría y el conocimiento especial (1Co 12:8). Pablo les dijo a los corintios que buscaran estos dones diligentemente (1Co 12:31) pero señaló que un camino aun más excelente era el amor (1Co 12:31; 1Co 13:13).
Todos son responsables por los dones que el Espíritu Santo les haya dado (1Co 4:7; Heb 2:4; 1Pe 4:10). Se han de probar las declaraciones de tener tales dones por la doctrina (1Co 12:2-3) y por fundamentos morales (Mat 7:15; Rom 8:9).
Fuente: Diccionario Bíblico Mundo Hispano
Son «carismas» o «talentos» que el Espíritu Santo da a quien quiere, para el bien de la comunidad: (1Co 12:1-7). Ver «Carismas».
San Pablo nos da, al menos, 4 listas de dones: Carismas o ministerios.
1- Nueve en 1Co 12:8-10 : – Palabra de Sabiduría.
– Palabra de Ciencia.
– Fe.
– Don de Curaciones.
– Operaciones de Milagros.
– Profecía.
– Discernimiento de los espíritus.
– Don de lenguas.
– Interpretación de lenguas.
(Cada uno esta explicado en este Diccionario, en su respectivo orden alfabético).
2- Nueve en 1Co 12:28-30.
– Apóstoles.
– Profetas.
– Doctores.
– Poder de milagros.
– Virtudes.
– Gracias de curación.
– De asistencia.
– De gobierno.
– Diversidad de lenguas.
3- Siete, en Rom 12:6-8 : – Profecía.
– Ministerio.
– Doctor.
– Predicador.
– Servicio.
– Presidente.
– De misericordia.
4- Cinco en Efe 4:11 : – Apóstoles.
– Profetas.
– Evangelistas.
– Pastores.
– Doctores.
Diccionario Bíblico Cristiano
Dr. J. Dominguez
http://biblia.com/diccionario/
Fuente: Diccionario Bíblico Cristiano
El término charismata («dones espirituales») sólo lo usa Pablo, con excepción de 1 P. 4:10. Charisma (el singular) significa redención o salvación como un don de la gracia de Dios (Ro. 5:15; 6:23); un don que capacita al cristiano para poder realizar su servicio en la iglesia (1 Co. 7:7); un don especial que capacita al cristiano para realizar un ministerio particular en la iglesia (p. ej., 12:28ss.). Este último sentido es el tema del presente artículo.
Pablo nos instruye en cuanto a los dones espirituales en Ro. 12:6–8; 1 Co. 12:4–11, 28–30; Ef. 4:7–12. Los dones espirituales eran manifestaciones desacostumbradas de la gracia de Dios (charis) bajo formas normales y anormales. No todo don espiritual afectaba la vida moral de aquel que lo ejercía, pero su propósito fue siempre la edificación de la iglesia. El ejercicio de un don espiritual implicaba el servicio a la iglesia. Este aspecto práctico jamás se pierde de vista en el NT. Los dones espirituales del NT comúnmente se dividen entre milagrosos y no milagrosos; pero dado que algunos son sinónimos con deberes específicos, deberían clasificarse según su significado para la predicación de la palabra, por un lado, y el ejercicio de ministerios prácticos, por el otro.
La última clase incluye cinco dones: (1) «el hacer milagros» (1 Co. 12:10, 28–29). «Milagros» es la traducción de dunameis (poderes). En Hechos dunameis se refiere al echar fuera espíritus malignos y a la sanidad de dolencias físicas (8:6s., 13; 19:11s.). Esto podría explicar «hacer milagros,» pero este don no es sinónimo con el «don de sanidad». Probablemente el primero fue más espectacular que el segundo, y podría haber incluido el resucitar de los muertos (Hch. 9:36ss.; 20:9ss.). Pablo mismo ejerció este don de «hacer milagros» y era para él la prueba de su apostolado (2 Co. 12:12), autenticando tanto las buenas nuevas que se predicaban como su derecho a proclamarlas (Ro. 15:18ss.).
(2) «Dones de sanidad» (1 Co. 12:9, 28, 30). Tal como ya sugerimos, estos se parecían a los dones de hacer milagros (poderes). Considérese el ejemplo del ministerio del Señor (Mt. 4:23s.), de los doce (Mt. 10:1), y de los setenta (Lc. 10:8s.). Los dones de sanidad también fueron algo prominente en la iglesia después de Pentecostés (Hch. 5:15s.; cf. también Stg. 5:14). «Dones» en plural apunta a la variedad, tanto de enfermedades sanadas como de medios para realizarlas. La persona que ejerce el don y la persona que es sanada tienen una cosa en común—fe en Dios. Los escritos de los Padres de la Iglesia prueban que «los dones de sanidad» fueron ejercidos siglos después del período apostólico. Después de esto, el don ha aparecido en forma intermitente en la iglesia. Por largo tiempo «los dones de sanidad» estuvieron en suspenso, pero hoy en día ramas reconocidas de la iglesia creen que están empezando a reaparecer. Desafortunadamente, la forma en que actúan algunos que afirman haber recibido el don ha traído mala reputación sobre dicho don. El tipo de dolencias que fueron sanadas en el NT, la naturaleza y lugar de la fe, el significado del sufrimiento en la economía de Dios, la importancia del subconsciente y la naturaleza de su influencia sobre el cuerpo, la relación entre los «dones de sanidad» y la ciencia médica (¡había un doctor entre los compañeros de viaje de Pablo!), todas estas cosas no han recibido la atención que deberían el día de hoy. Los «dones de sanidad» son un don permanente del Espíritu para la iglesia, pero sólo será correctamente ejercido por hombres del Espíritu, de humildad y fe.
(3) El don de los que «ayudan» (1 Co. 12:28). El significado de este don puede sacarse de Hch. 20:35, donde Pablo exhorta a los ancianos de Éfeso a trabajar, «a ayudar a los necesitados» (o «débiles»), y nos recuerda constantemente las palabras de nuestro Señor, «más bienaventurado es dar que recibir». Pablo apoya esta exhortación con su propio ejemplo. La iglesia antigua parecía tener una preocupación especial por los necesitados de entre sus miembros, y aquellos que ayudaban a los indigentes se les consideraba capacitados por el Espíritu para esta labor. No sería imposible que el oficio de anciano se originara en el don de gobierno o dirección, de la misma forma el oficio o deber de diácono pudo haberse originado en este don de «ayuda». El diácono era aquel que servía o ministraba a los necesitados (Hch. 6:1).
(4) El don de los que «administran» (1 Co. 12:28), o del que «preside» (Ro. 12:8). La organización de la iglesia estaba todavía en desarrollo. Los oficios oficiales todavía no se habían establecido, ni todavía había oficiales debidamente nombrados para gobernar la iglesia. Era, entonces, necesario que ciertos miembros recibieran y ejercieran el don de la administración o el gobierno de la asamblea local de los creyentes. Este don tomaría la forma de consejo sabio y juicio sobrio en la dirección de los asuntos de la congregación. Por supuesto que, en forma gradual, este don de administrar o presidir en los asuntos de la iglesia sería identificado de tal manera con ciertos individuos que empezarían a asumir responsabilidades de una naturaleza casi permanente. Serían los oficiales reconocidos en la iglesia, desempeñando deberes bien definidos en la administración de la comunidad cristiana. Pero al principio se reconoció que algunos cristianos habían recibido el don de gobierno, y tenían libertad de usarlo. Además de la administración, los asuntos prácticos en cuanto a la conducción del culto público requerirían sabiduría y visión; y aquí también, aquellos que reconocidamente hubieran recibido el don de gobierno, serían los que legislarían.
(5) Es probable que el don de «fe» (1 Co. 12:9) también debiera incluirse entre los dones que estaban íntimamente relacionados con la vida práctica y el desarrollo de la iglesia. Estos dones espirituales fortalecerían naturalmente a los creyentes en su fe, y convencerían a los incrédulos de la autenticidad del mensaje de la iglesia (Mt. 17:19s.), manteniendo, además, firmes a los creyentes en medio de la persecución. De manera que, estos cinco dones espirituales tienen referencia especial a los asuntos prácticos de la vida de la iglesia, el bienestar físico de los creyentes y el orden de su culto y conducta.
El resto de los dones del Espíritu tienen que ver con el ministerio de la Palabra de Dios. Hasta ese punto eran más importantes que los ya mencionados, aunque estos últimos eran, por cierto, dones espirituales. En origen y naturaleza eran el resultado de capacidades especiales dadas por el Espíritu.
(6) En cuanto a los dones que eran especialmente significativos para la predicación de la Palabra, Pablo da un lugar de honor a la gracia del apostolado: «Y a unos puso Dios en la iglesia, primeramente apóstoles» (1 Co. 12:28). La designación «apóstol» (véase) empezó a aplicarse en el NT a otras personas aparte de los doce, especialmente a Pablo. Él estimó a tal grado el don del apostolado que el Espíritu le había conferido, que en una ocasión se esforzó mucho por probar su validez (cf. Gá. 1:12; 1 Co. 9:1ss.). Los apóstoles creían que ellos habían recibido este don espiritual a fin de ser capacitados para cumplir con el ministerio de la Palabra de Dios; así que, no se debía permitir que nada impidiera que ellos cumplieran con su importantísima labor (Hch. 6:2). También podemos inferir por lo que Pablo dice que el don del apostolado se ejercía mayormente entre los incrédulos (1 Co. 1:17), mientras que otros dones espirituales estaban más íntimamente relacionados con las necesidades de los creyentes. El apostolado de Pablo debía realizarse entre los gentiles; el ministerio de la Palabra de Pedro debería realizarse entre los judíos (Gá. 2:7s.). Obviamente, el don del Espíritu del apostolado no estaba limitado a un grupo cerrado de hombres, cuyo don de apostolado les hacia ipso facto unidades especiales de gracia divina o autoridad. Sin duda que su función era la más importante, hasta donde tiene que ver el ministerio de la palabra, pero veremos que el suyo era sólo uno entre un número de dones espirituales como esos. La iglesia estaba fundada sobre profetas así como sobre apóstoles (Ef. 2:20), los primeros ministrando la palabra a la iglesia, los segundos a los incrédulos. Dado, entonces, que el don del apostolado era espiritual, lo mismo se puede decir de la autoridad de los apóstoles. Siempre permaneció una prerrogativa del Espíritu Santo, y jamás llegó a ser oficial en el sentido que uno pudiera comunicarlo a otros por su propia voluntad. La autoridad de los apóstoles la ejercían en forma democrática, no autocrática (Hch. 15:6, 22). Tuvieron mucho cuidado de incluir a los «ancianos» y a los «hermanos» cuando sostenían la validez de las regulaciones que promulgaron para las iglesias. Aun cuando se le pidió a Pablo que legislara para las iglesias, él fundó su autoridad, no en su apostolado, sino en una palabra del Señor (1 Co. 7:10).
(7) Los «profetas» siguen en importancia a los «apóstoles» en la enumeración que Pablo hace de los dones espirituales (1 Co. 12:2ss.). Ya hemos hecho una diferencia entre el don de profecía y el don del apostolado sobre la base de la esfera en la que eran ejercidos. En un sentido, el deseo de Moisés (Nm. 11:29) había sido realizado en la experiencia de la iglesia como un todo (Hch. 2:17s.; 19:6; 1 Co. 11:4s.); pero parecería que algunos individuos estuvieron especialmente adornados con esta gracia (Hch. 11:28; 15:32; 21:9s.). Estos profetas de la iglesia del NT parece que fueron predicadores itinerantes. Yendo de iglesia en iglesia edificaban a los creyentes en la fe por la enseñanza de la palabra. Su ministerio parece que estuvo caracterizado por espontaneidad y poder, ya que parece haber incluido el hablar por revelación (1 Co. 14:6, 26, 30s.). No obstante, en estos pasajes lo que decían los profetas se entendía con toda claridad comparándose con el don de lenguas. En ocasiones, Dios hacía saber su voluntad por medio del profeta (Hch. 13:1ss.), o bien se predecía un acontecimiento futuro (Hch. 11:28; 21:10s.); pero el don especial del profeta era la edificación, exhortación, consolación e instrucción de las iglesias locales (1 Co. 14). En el período que siguió al apostólico, el profeta todavía podía tomar precedencia sobre el ministro; pero no estaba lejos el día en que este don pasaría a los pastores locales que predicaban la palabra para edificar a los miembros de la comunidad cristiana.
(8) La naturaleza de este don de profecía era tal que el peligro de falsos profetas debió de haber estado siempre presente. De manera que, el Espíritu comunicaba un don que capacitaba a algunos de los que escuchaban a los profetas para reconocer la verdad o falsedad de sus palabras. Esto no era una penetración natural o un juicio astuto, sino un don sobrenatural. Pablo describe este don espiritual como «discernimiento de espíritus». El hecho de que el profeta habló por revelación hizo que la aparición de falsos profetas fuese casi inevitable; por consiguiente, mientras Pablo instaba a sus convertidos a no despreciar la profecía, no obstante les aconsejaba a examinarlo todo (1 Ts. 5:20s.). El don de discernimiento de espíritus era esencial. Sólo entonces podían los creyentes hacer diferencia entre lo falso y lo verdadero, cuando un profeta itinerante pretendía estar inspirado para hablar por revelación (1 Co. 14:29).
(9) Claramente relacionado con el don de profecía, pero cuidadosamente diferenciado del tal, estaba el don de enseñanza (1 Co. 12:28s; Ro. 12:7). El profeta era un predicador de la Palabra; el maestro explicaba lo que el profeta proclamaba, reduciendo su predicación a afirmaciones doctrinales, y aplicándola a la situación en la que la iglesia vivía y testificaba. El maestro ofrecía instrucción sistemática (2 Ti. 2:2) a las iglesias locales.
(10) Después viene el don de exhortación (Ro. 12:8). El que poseía este don realizaría un ministerio íntimamente relacionado con el del profeta y maestro. La diferencia era que el don de exhortación tenía un enfoque más personal. Si sus exhortaciones tuvieron éxito tendrían que ser dadas en el poder persuasivo del amor, entendimiento y simpatía. Su meta era hacer que los cristianos viviesen un tipo de vida superior con una dedicación personal a Cristo aun más profunda. Así, el Espíritu junto con comunicar el don de exhortación (véase) también comunicaba persuasión y simpatía espiritual.
(11) El don de poder hablar la «palabra de sabiduría» (1 Co. 12:8) era también una parte importante de los dones del Espíritu hasta donde tiene que ver la comunidad cristiana. El don comunicaba la habilidad de poder recibir y explicar «las cosas profundas de Dios» (Ro. 11:33). Hay mucho misterio en la forma en que Dios trata con el hombre, y el cristiano ordinario con frecuencia tiene la necesidad de que se le diga algo que le hará entender su situación; y es «a través del Espíritu» que la persona capacitada por el Espíritu da la «palabra de sabiduría». A causa del fuerte énfasis en la revelación o penetración que la frase implica es posible que este don fuese similar a lo que el profeta cristiano decía.
(12) Por otro lado, el don de hablar «palabra de ciencia» (1 Co. 12:8) sugiere una palabra que se dice sólo después de larga y cuidadosa consideración. Por supuesto que esta actividad mental no estaba del todo desprovista de ayuda; llegaría un punto en el que el Espíritu comunicaría conocimiento, entendimiento, lo que podría describirse como intuición. Pero ya que Pablo afirma que tanto la «palabra de sabiduría como la «palabra de ciencia» se comunican «según» o «a través de» el Espíritu, el énfasis recae en la recepción de la palabra, no en su interpretación.
(13) No obstante, Pablo menciona otro don espiritual. El Espíritu da «diversos géneros de lenguas» (1 Co. 12:10, 28). La naturaleza de este don se explica en 1 Corintios 14: (a) La lengua en la que la persona hablaba no se podía entender, y por tanto, no edificaba a la asamblea cristiana (vv. 2–4); (b) la lengua (glōssa) no era un idioma extranjero (fōnē, vv. 10–12); (c) el que hablaba en lenguas se dirigía a Dios a quien probablemente oraba y alababa (vv. 14–17); (d) la lengua edificaba al que hablaba (v. 4); (e) el que hablaba en lenguas perdía el control de sus facultades intelectuales (vv. 14–15), siendo la lengua probablemente una serie de expresiones estáticas inconexas y altamente acentuadas, similares a las lenguas habladas en la iglesia en tiempos de avivamiento espiritual que se experimentan en forma intermitente.
(14) Obviamente, entonces, el don de «interpretación de lenguas» (1 Co. 12:10, 30) era un corolario necesario al don de lenguas, así como el don de «discernimiento de espíritus» lo era al del profeta que hablaba por revelación. El que hablaba en lenguas también podía ejercer el don de interpretar lenguas (1 Co. 14:13), pero usualmente otros lo ejercían (vv. 26–28; 12:10). Aunque el consejo de Pablo en 1 Co. 14:13 es interesante, esto implicaría dar significado a expresiones extáticas sin sentido así como un crítico de arte interpreta a un inexperto, una sinfonía, alguna música o un cuadro; con la excepción de que el intérprete de lenguas no dependía de algún conocimiento natural (14:13).
A Pablo le interesaba acentuar la naturaleza práctica de los dones cuando intruía a los cristianos. El Espíritu reparte sus charismata para la edificación de la iglesia, la formación del carácter cristiano y el servicio de la comunidad. De modo que la recepción de un don espiritual traía consigo serias responsabilidades, ya que era esencialmente una oportunidad para darse en sacrificio al servicio de los demás.
Los dones más espectaculares (dones, sanidades, milagros) necesitaban ser ordenados a fin de evitar su uso indiscriminado (1 Co. 14:40). Los espíritus de los profetas deben sujetarse a los profetas (v. 32). Pablo insiste claramente en que los dones espectaculares eran inferiores a los que servían para instruir a los creyentes en la fe y la ética y para evangelizar a los no cristianos. No se prohibía hablar en lenguas (v. 39), pero infinitamente superiores eran la exposición inteligente de la palabra, la instrucción en la fe y ética y la predicación de evangelio. El criterio para saber el valor relativo de los dones espirituales era doctrinal (1 Co. 12:3), moral (1 Co. 13) y práctico (1 Co. 14).
El problema era dónde fijar los límites. El más grande de los peligros era que se llegase a acentuar demasiado los dones que tendían a exaltar los oficios que se originaron en ellos. Esto llevó inevitablemente al eclesiasticismo institucional, y la pérdida inevitable y correspondiente de la consciencia que la iglesia tenía de la presencia de Espíritu y del poder del Espíritu.
BIBLIOGRAFÍA
T.C. Edwards, Commentary on 1 Corinthians; Robertson and Plummer, 1 Corinthians (ICC); y véase la bibliografía para Espíritu Santo.
James G.S.S. Thomson
ICC International Critical Commentary
Harrison, E. F., Bromiley, G. W., & Henry, C. F. H. (2006). Diccionario de Teología (193). Grand Rapids, MI: Libros Desafío.
Fuente: Diccionario de Teología
I. Nombre y naturaleza
La expresión “dones espirituales” es la interpretación común en castellano del sustantivo neutro plural gr. jarismata, que se forma del vocablo jarizesthai (mostrar favor, dar libremente), que está relacionado con el sustantivo jaris (gracia); son la expresión concreta de jaris, el efecto visible de la gracia en palabras o en hechos. La forma singular se utiliza para describir el don divino de la salvación por medio de Cristo (Ro. 5.15s; 6.23) y de cualquier gracia o misericordia especiales (Ro. 1.11; 1 Co. 1.7; 7.7; 2 Co. 1.11). La forma plural se utiliza principalmente en sentido técnico para describir los dones extraordinarios del Espiritu Santo concedidos a los cristianos para un servicio especial, y en unos cuantos casos la forrna singular se utiliza igualmente en sentido distributivo o semicolectivo (1 Ti. 4.14; 2 Ti. 1.6; 1 P. 4.10).
Una difusión general de los dones del Espíritu Santo, que caracterizaría a la nueva dispensación, fue predicha por el profeta Joel (2.28), y confirmada por las promesas de Cristo a sus discípulos (Mr. 13.11; Lc. 12.11s; Jn. 14.12; Hch. 1.8; cf. Mt. 10.1, 8 y pasajes paralelos; Mr. 16.17s). Estas profecías y promesas se cumplieron el día de Pentecostés (Hch. 2.1–21, 33). Mas tarde, Lucas menciona frecuentemente numerosos dones espirituales (Hch. 3.6ss; 5.12–16; 8.13, 18; 9.33–41; 10.45s, etc.), como también Pedro (1 P. 4.10) y Pablo (Ro. 12.6–8; 1 Co. 12–14), quien también los describe como “cosas espirituales” (gr. pneumatika, 1 Co. 12.1; 14.1), y “espíritus”, vale decir, distintas manifestaciones del Espíritu (gr. pneumata, 1 Co. 14.12). Los dones son distribuidos por el Espíritu Santo de acuerdo a su voluntad soberana (1 Co. 12.11) y el creyente puede recibir uno o más dones (1 Co. 12.8s; 14.5, 13).
II. Propósito y duración
El propósito de estos dones carismáticos es, en primer término, la edificación de toda la iglesia (1 Co. 12.4–7; 14.12), y, en segundo término, el convencimiento y la conversión de los incrédulos (1 Co. 14.21–25; cf. Ro. 15.18s). Un problema que es motivo de discusión es si deben considerarse dones concedidos en forma permanente a la iglesia, o únicamente en forma temporaria.
En una época se hizo muy popular el criterio de que los jarismata se concedieron para la fundación de la iglesia y cesaron durante el ss. IV cuando esta llegó a tener suficiente poder para continuar sin su ayuda, pero esto es contrario a la verdad histórica (B. B. Warfield, Counterfeit Miracles, 1972, pp. 6–21). Warfield mismo sostuvo el criterio de que los jarismata fueron dados para confirmar a los apóstoles como mensajeros de Dios; una de las señales de dicho apostolado era la posesión de tales dones, y la autoridad para concederlos a otros creyentes. Los dones cesaron gradualmente con la muerte de aquellos a quienes los apóstoles los habían concedido (
Por otra parte, en 1 Co. 13.8–12 hay fuertes indicios de la permanencia de los jarismata en la iglesia, pues allí Pablo hace referencia a su manifestación en forma continuada hasta el momento de la parusía. En tal caso, su aparición intermitente en los siglos posteriores de la historia quizás haya sido afectada por la fe y la espiritualidad fluctuantes de la iglesia, como también debido al propósito soberano del Espíritu mismo, quien distribuye los dones “como él quiere” (1 Co. 12.11).
III. Dones individuales
Las listas de jarismata que aparecen en el NT (Ro. 12.6–8; 1 Co. 12.4–11, 28–30; cf. Ef. 4.7–12) son evidentemente incompletas. Se han hecho diversas tentativas de clasificar los dones, pero la verdad es que la forma más sencilla es ubicarlos en dos categorías principales: aquellos que habilitan a sus poseedores para el ministerio de la Palabra, y aquellos que los dotan para el servicio práctico (cf. 1 P. 4.10s).
a. Dones de expresión
(i) *Apóstol (gr. apostolos,
(ii) *Profecía (gr. profēteia, Ro. 12.6; 1 Co. 12.10, 28s; cf. Ef. 4.11). La función principal del profeta del NT era la de comunicar revelaciones divinas de significación temporaria, que indicaban a la iglesia lo que tenía que saber y hacer en determinadas circunstancias. Su mensaje era de edificación, exhortación (gr. paraklēsis) y consolación (1 Co. 14.3; cf. Ro. 12.8), y en ciertos casos incluía ocasionales declaraciones autorizadas sobre la voluntad de Dios (Hch. 13.1s), y de vez en cuando predicciones acerca de acontecimientos futuros (Hch. 11.28; 21.10s). El ministerio del profeta estaba dirigido principalmentc a la iglesia (1 Co. 14.4, 22). Algunos profetas eran viajeros (Hch. 11.27s; 21.10), aunque probablemente había varios vinculados a cada iglesia (Hch. 13.1), como en Corinto, y algunos se mencionan por nombre (Hch. 11.28; 13.1.; 15.32; 21.9s).
La capacidad para “[discernir] espíritus” (gr. diakriseis pneumatōn, 1 Co. 12.10; cf. 14.29) era complementaria de la de profecía, lo cual permitía a los oyentes juzgar en los casos en que se pretendía poseer inspiración profética (1 Co. 14.29) mediante la interpretación o evaluación de las expresiones proféticas (1 Co. 2.12–16), pudiendo así reconocer exitosamente las de origen divino (1 Ts. 5.20s; 1 Jn. 4.1–6), y distinguir al profeta verdadero del falso.
(iii) Enseñanza (gr. didaskalia, Ro. 12.7; 1 Co. 12.28s; cf. Ef. 4.11). Contrariamente al profeta, el maestro no daba a conocer revelaciones nuevas, sino que exponía y aplicaba la doctrina cristiana ya establecida, y su ministerio probablemente se imitaba a la iglesia local (Hch. 13.1; cf. Ef. 4.11). La “palabra de ciencia” (gr. logos gnōseōs, 1 Co. 12.8), expresión inspirada que contenía o incorporaba conocimiento, tiene relación con la enseñanza; pero la “palabra de sabiduría” (gr. logos sofias, 1 Co. 12.8), que evidenciaba discernimiento espiritual, quizá deba relacionarse más bien con los apóstoles y evangelistas (cf. 1 Co. 1.17–2.5,
(iv) Géneros de lenguas (gr. genē glōssōn, 1 Co. 12.10, 28ss) y la interpretación de *lenguas (gr. hermēneia glōssōn, 1 Co. 12.10, 30).
b. Dones para el servicio práctico
(i) Dones de poder. 1. Fe (gr. pistis, 1 Co. 12.9) no es la fe que salva, sino una medida mayor de fe por medio de la cual se realizan hazañas especiales y maravillosas (Mt. 18.19s; 1 Co. 13.2; He. 11.33–40). 2. Los dones de sanidades (gr. plural jarismata iamatōn, 1 Co. 12.9, 28, 30) se dan para llevar a cabo milagros de restauración de la salud (Hch. 3.6; 5.15s; 8.7; 19.12, etc.). 3. El hacer milagros (gr. energēmata dynameōn, 1 Co. 12.10, 28s), lit. de ‘poderes’. Este don confería la habilidad necesaria para obrar otros milagros de distintas clases (Mt. 11.20–23; Hch. 9.36s; 13.11; 20.9–12; Gá. 3.5; He. 6.5).
(ii) Dones de compasión 1. Ayudadores (gr. antilēmpseis, lit. ‘acciones de ayuda’, 1 Co. 12.28) describe la ayuda dada a los débiles por los fuertes (véase LXX de los Sal. 22.19; 89.19; el verbo aparece en Hch. 20.35), y se refiere a dones especiales para el cuidado de los enfermos y necesitados. Probablemente incluye el punto 2. el que da limosnas con liberalidad (gr. ho metadidous, Ro. 12.8) y 3. el que realiza actos de misericordia (gr. ho eleōn, Ro. 12.8). 4. Se refiere indudablemente al servicio (gr. diakonia, Ro. 12.7; cf. Hch. 6.1) del diácono (Fil. 1.1 ; 1 Ti. 3.1–13
(iii) Dones de administración. 1. Los administradores (gr. kybernēseis, lit. “acciones de orientación, dar instrucciones”) disfrutaban de los dones de la autoridad necesarios para gobernar y dirigir la iglesia local. 2. “El que preside” (Ro. 12.8;
Algunos dones, tales como los del apostolado, la profecía, y la enseñanza, se ejercitaban como parte del ministerio regular; otros dones, como el de lenguas y el de sanidad, se manifestaban ocasionalmente. En algunos casos los dones parecieran provocar la liberación o el acrecentamiento de las capacidades naturales, por ejemplo, los dones de enseñanza, de ayuda o de liderazgo; otros se presentan en forma inequívoca como investiduras especiales: fe, dones de sanidad, y el poder para obrar milagros.
Bibliografía. C. P. Wagner, Sus dones pueden ayudar a su iglesia a crecer, 1980; W. Hendricks, Dones espirituales, 1972; K. H. Schelkle, Teología del Nuevo Testamento, 1978, t(t). III, pp. 253ss; L Koch, “Carisma”,
A. Bittlinger, Gifts and Graces, 1967;
Douglas, J. (2000). Nuevo diccionario Biblico : Primera Edicion. Miami: Sociedades Bíblicas Unidas.
Fuente: Nuevo Diccionario Bíblico