DIVINIZACION

Este término indica en la teologí­a cristiana la participaci6n del hombre en la vida divina, que nos hace posible el Dios trinitario. Gracias al don del Hijo y del Espí­ritu que hizo a la humanidad el Padre misericordioso, la naturaleza humana queda realmente renovada, transformada, elevada gratuitamente a la comuni6n beatificante con Dios, participando de su santidad, sin perder por ello sus propias caracterí­sticas onto1ógicas.

Esta novedad de vida, que nos hace posible Dios, se indica en el Nuevo Testamento con las expresiones regeneración, renovación en el Espí­ritu Santo (Tit 3,5), nueva criatura (2 Cor 5,17. Gál 6,15), nacimiento de lo alto o del Espí­ritu (Jn 3,3-8), nacimiento de Dios (Jn 1,13). En2 Pe 1,3-7 se recurre a palabras muy incisivas para expresar esta nueva situaci6n: el hombre se hace partí­cipe de la naturaleza divina. En este texto, recogiendo una expresi6n muy difundida entre los fi16sofos griegos, el autor afirma la posibilidad para los creyentes de gozar ciertas propiedades que son caracterí­sticas de Dios. Los Padres de la Iglesia, aunque evitan dar a la divinizaci6n un significado panteí­sta, no tuvieron reparo en entenderla en sentido real; contra cualquier interpretaci6n puramente moral y metaf6rica de la participaci6n en la vida de Dios por parte de los redimidos, piensan que son verdaderamente asumidos en la esfera de lo divino y que realmente Dios está presente en el hombre. valorando globalmente el pensamiento de los Padres, hay que reconocer que ellos. adoptarndo una perspectiva platonizante, consideraron la divinizaci6n más bien en el sentido de una regeneraci6n, de una participación en la iluminaci6n divina (Juan Damasceno), de una semejanza especial con Dios. Cuando la teologí­a adoptó la perspectiva filos6fica aristotélica, la realidad de la divinizaci6n se expres6 en términos más rigurosos. Tomás, por ejemplo, entenderá la gracia como «participaci6n en la naturaleza divina no s61o moral, sino fí­sica, no s61o virtual, sino formal, pero ana16gica, que imita imperfectamente -como accidente- lo que es Dios en substancian (R. Garrigou-Lagrange); se trata, en una palabra, de » una participaci6n de la divinidad como es en sí­n (R. Garrigou-Lagrange).

La concepci6n cat61ica de la divinizaci6n fue objeto de atenta consideraci6n por parte de los Padres del concilio de Trento, llamados a valorar la posici6n teo16gica de la Reforma protestante. Según Lutero, la justificaci6n no supone una renovaci6n verdadera e intrí­nseca del hombre; consistirí­a más bien en no imputar al hombre su pecado, en virtud de la justicia de Cristo; por eso tiene un carácter extrí­nseco y la hace suya el hombre gracias a la fe fiducial que tiene en el Señor Jesús.

En el Decreto sobre la justificación (DS 1520ss), el concilio de Trento enseña ante todo que el hombre no solamente es considerado justo por Dios, sino que queda verdaderamente renovado y es auténtico beneficiario del don de Dios, que está en él como una perfecci6n real y sigile estando permanentemente en él, dándole la capacidad de poner actos salví­ficos. A pesar de que no acoge totalmente la doctrina sobre las cualidades y los hábitos, el concilio de Trento vuelve a proponer la concepción escolástica de la gracia creada, que expresa con mayor eficacia y claridad la verdad de la transformación real del hombre, cuando es justificado.

La teologí­a contemporánea interpreta la realidad de la divinización no tanto en una perspectiva esencialista metafí­sica, sino más bien en una óptica marcadamente trinitaria y personalista. Partiendo del inaudito anuncio del Nuevo Testamento, se tiende a resaltar cómo el encuentro único entre la divinidad y la humanidad que se verificó en Cristo constituye el paradigma de la relación Dios-hombre; Jesús de Nazaret, verdadero Dios y verdadero hombre, muestra en su persona y en su historia que el hombre es tanto más auténticamente hombre cuanto más se diviniza. La comunión con Dios no es causa de aniquilamiento de lo humano, sino fundamento de su perfecta realización. Contra toda oposición entre antropocentrismo y teocentrismo, contra toda separación entre Dios y el hombre, se siente hoy la necesidad de reconocer y de afirmar que las antropologí­as sin teologí­a eluden el problema de la dimensión suprema de la condición humana. Las teologí­as sin antropologí­a falsean y desfiguran el misterio de Dios (D. Mongillo).

G. M. Salvati

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PACOMIO, Luciano [et al.], Diccionario Teológico Enciclopédico, Verbo Divino, Navarra, 1995

Fuente: Diccionario Teológico Enciclopédico