DIRECCION ESPIRITUAL

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Dirección en general es acción y efecto de orientar, gobernar, señalar procedimientos de acción por parte de quien adquiere responsabilidad sobre un grupo, sea por elección, por designación o por imposición.

Pero en los ámbitos religiosos se alude con la expresión de «dirección espiritual» a la animación que se realiza en el terreno moral y espiritual a determinadas personas que aspiran a la perfección.

La tendencia a la dirección personal surge ya en los tiempos antiguos, en los desiertos y en los monasterios. Se actualiza con la devoción moderna en el siglo XV y se mantiene como una práctica propia de los llamados estados de perfección. Por lo tanto es práctica ascética que se relaciona con el «don de Consejo» que el Espí­ritu Santo concede a algunos.

El Director espiritual es quien se especializa en el discernimiento de espí­ritus y en la animación moral y espiritual de las conciencias. En su peculiar apostolado cultiva las virtudes de prudencia, de caridad, de fortaleza para dirigir.

El dirigido practica la humildad, la obediencia, la dependencia y la entrega a las exigencias del Espí­ritu Santo.

La dirección espiritual en sus diversas formas es práctica excelente en los tiempos de la formación de la personalidad. Pero no conviene exagerar su influencia en la vida, ni siquiera de las más dotados espiritualmente, pues siempre las opciones espirituales deben ser personales.

Pedro Chico González, Diccionario de Catequesis y Pedagogí­a Religiosa, Editorial Bruño, Lima, Perú 2006

Fuente: Diccionario de Catequesis y Pedagogía Religiosa

Fundamentación

Desde los primeros siglos de la Iglesia hasta nuestros dí­as, se ha ido practicando el consejo espiritual, que también se ha llamado dirección o guí­a espiritual. La fundamentación de esta práctica está en la realidad de ser Cuerpo Mí­stico de Cristo, Iglesia comunión, familia de hermanos que se ayudan según los carismas recibidos. La Iglesia es un conjunto de «mediaciones», que corresponden a los diversos carismas, vocaciones y ministerios.

El «consejo» es un don del Espí­ritu Santo que todos hemos recibido. Pero hay personas en quienes este don aparece de modo especial, siempre para el bien de toda la comunidad eclesial. Los «carismas» del Espí­ritu son para servir y para construir la comunión en el corazón y en la comunidad (cfr. 1Cor 12-14). Todo creyente necesita discernir la acción del Espí­ritu Santo, también con la ayuda de los demás hermanos. El primer «consejero» o «director» espiritual es el Espí­ritu Santo.

Objetivo, proceso, práctica

El objetivo de la dirección espiritual consiste principalmente en discernir la voluntad de Dios o las mociones del Espí­ritu, en todo el camino de la perfección y, por tanto, en el campo de la propia vocación, en el itinerario de la oración-contemplación, en la vida fraterna y en la misión. A este objetivo se añade, especialmente en ciertos momentos de formación la consulta moral, la expansión confiada, el asesoramiento para elegir una vocación.

El proceso del consejo o dirección espiritual sigue unas etapas que se entrecruzan conocimiento propio, confianza en al amor de Dios, decisión de perfección o de donación total. Siempre es un proceso armónico de purificación, iluminación, unión. Es un proceso en el que el «dirigido» se forma en cuanto a criterios, escala de valores y actitudes cristianas, a la luz de las bienaventuranzas y del mandato del amor.

En la práctica, es conveniente tener en cuenta una programación de la vida espiritual, especialmente en cuanto a los medios que se refieren al trato con Dios (oración), al camino de santidad (virtudes), a los propios deberes personales, comunitarios y sociales.

Cualidades del director y del dirigido

Las cualidades del «director» o guí­a son especialmente tres ciencia (conocimiento o estudio), experiencia y prudencia (cfr. San Juan de la Cruz, Llama 3). Todas ellas suponen un sentido de acogida y escucha, disponibilidad y responsabilidad, paternidad y amistad respetuosa, que se integran en el don de consejo. Así­ se evitarán los defectos de paternalismo, personalismo, imposición, visión unilateral, vanidad, curiosidad, celos de otros directores, afectos humanos condicionantes, pérdida de tiempo, prisas exageradas…

Las cualidades del «dirigido» se resumen en la apertura, sinceridad, confianza, constancia, generosidad, puesta en práctica de los medios de santificación (sacramentos, oración, sacrificio…). Habrá que tener en cuenta una buena elección del director, la libertad de corazón (no sentirse atado), la fidelidad, la periodicidad de la consulta, la relación entre gracia (carismas) y naturaleza (psicologí­a, cultura, etc.). El eventual cambio de director debe ser siempre posible y libre.

El apóstol y la dirección espiritual

El apóstol necesita este medio eclesial de santificación, aunque el modo y la periodicidad de consulta pueden variar. Habrá que buscar el consejo espiritual especialmente en momentos de soledad, fracasos, madurez afectiva, actitudes de obediencia y pobreza, equilibrio entre oración y acción, etc. Siempre será posible consultar con alguien en ciertos momentos del año, especialmente con ocasión de retiros y Ejercicios, tiempos fuertes, acontecimientos personales o eclesiales. Los importante es mantener el tono de generosidad evangélica para una disponibilidad misionera. De esta experiencia personal, el apóstol podrá pasar fácilmente al servicio o ministerio de la dirección espiritual de los demás.

Referencias Discernimiento del Espí­ritu, dones del Espí­ritu Santo (consejo), espiritualidad, revisión de vida.

Lectura de documentos PO 18; OT 3,8,19; CEC 2690; can. 239, 246, 630, 719; PDV 40, 50, 81; Dir 39, 54, 85, 92.

Bibliografí­a AA.VV., Direction Spirituelle, en Dictionnaire de Spiritualité, III, 1002-1214; AA.VV., La direzione spirituale oggi (Milano, Ancora, 1982); AA.VV., Common Journey, Different Paths. Spiritual Direction in cross-cultural perspective (New York, Orbis Books, 1992); A. BERNARD, L’aiuto spirituale personale (Roma, Rogate, 1978); G. CRUCHON, La entrevista pastoral (Madrid, Razón y Fe, 1970); J. ESQUERDA BIFET, Caminar en el amor, dinamismo de la vida espiritual (Madrid, Sociedad Educación Atenas, 1989) cap. VI,3; B. GIORDANI, Encuentro de ayuda espiritual (Madrid, Soc. Educ. Atenas, 1985); B. JIMENEZ DUQUE, La dirección espiritual (Barcelona, Flors, 1962); L.M. MENDIZABAL, Dirección espiritual, teorí­a y práctica ( BAC, Madrid, 1982; F.K. NEMECK, M.T. COOMBS, El camino de la dirección espiritual (Madrid, EDE, 1987); C. PEREZ MILLA, Direzione spirituale amicizia in Cristo? (Roma, Teresianum, 1985); Y. RAGUIN, Maestro y dicí­pulo. El acompañamiento espiritual (Madrid, Narcea, 1988); G. RODRIGUEZ MELGAREJO, Formación y dirección espiritual (Bogotá, OSLAM-DEVIM, 1994); C. TALAVERA, El crecimiento espiritual (Buenos Aires, Paulinas, 1987).

(ESQUERDA BIFET, Juan, Diccionario de la Evangelización, BAC, Madrid, 1998)

Fuente: Diccionario de Evangelización

Si echamos una ojeada a la evolución de la formación cristiana y religiosa, resulta constante la presencia de «Padres espirituales», dispuestos a responder a la necesidad espontánea de quienes desean tratar con una persona y dispuesta a acompañarles preparada en su camino hacia Dios. En el curriculum de formación de las personas que se entregan directamente a Dios (sacerdotes, religiosos, religiosas, personas consagradas) la práctica de la dirección espiritual ha tenido siempre un papel fundamental.

La psicologí­a humanista-existencial, con el nuevo concepto de persona que ha elaborado y a través del método terapéutico que se inspira en ella, ha ejercido una fuerte influencia en las relaciones interpersonales y en el modo de promover un proceso de maduración a nivel tanto psicológico como espiritual. Así­ se ha ido formando una sensibilidad cada vez más inclinada a poner a la persona en el centro de la obra formativa, relegando al papel de «acompañante» al que antes tení­a un papel autoritario indiscutible y era el actor principal de la formación.

El nuevo planteamiento ha supuesto en el ámbito de la dirección espiritual un cambio radical de método. Los principios de inspiración para llevar a cabo una dirección espiritual, no va verticalista y autoritaria, sino basada en una interacción dirigida a estimular los recursos humanos y espirituales presentes en cada uno, se han sacado del método terapéutico » centrado-en la-persona», ideado por C. Rogers y desarrollado luego por sus discí­pulos.

Este método, a su vez. se inspira en una visión particular del hombre y en la función determinante de unos dinamismos interiores en el proceso de maduración.

La concepción del hombre que subyace a este método presenta una doble connotación: es positiva, en cuanto que admite el impulso interior hacia la realización plena de sí­ mismo, y es abierta en cuanto que tiende naturalmente hacia unos valores trascendentes (Y. Frankl). El método «centrado en – la – persona» intenta facilitar en el individuo una clara toma de conciencia de los propios recursos interiores, explotar la situación presente poniéndola en confrontación con la meta a la que tiende, despertar el deseo de comprometerse en un camino de perfección.

La tarea del padre espiritual consiste en estimular y en sostener a la persona a lo largo del camino, limitándose a acompañarla, sin precederla ni sustituirla en la valoración de las situaciones y en la decisión o en la asunción de responsabilidades. Está comprometido a promover en el individuo un nuevo aprendizaje, capaz de iniciar un proceso de conversión, o de purificación, o de ulterior perfeccionamiento en las relaciones con Dios.

El término «director espiritual» expresa exactamente todo lo contrario de la función que requiere este método, indicado también como «no-directivo». De aquí­ la propuesta de sustituir este término por otras denominaciones, como: consejero, consultor, acompañante, animador, facilitador.

El tipo de ayuda que ofrece este método no consiste en dar algo va confeccionado (exhortaciones, – consejos, prohibiciones), sino en promover en la persona un proceso de maduración y de perfección en el que los elementos dinámicos están constituidos por los recursos psicológicos y espirituales que actúan en el individuo. Se podrí­a expresar la tarea del padre espiritual diciendo que «ayuda a la persona a ayudarse».
Desde un punto de vista metodológico, el encuentro de ayuda espiritual se basa en algunas actitudes mediante las cuales el padre espiritual intenta estimular en la persona una reacción especí­fica que la deberí­a llevar a comprometerse en el proceso hasta asumir ella misma la iniciativa y – la responsabilidad del camino. Esquematizando las actitudes del padre espiritual y las respuestas de la persona que acude a él, podrí­amos decir que él: – acoge con bondad y escucha con interés a la persona («prestar atención»); – interviene poniéndose en la perspectiva del otro y respetando el significado que tiene ia situación para el individuo («responder»); – ayuda a descubrir y a aceptar la parte de responsabilidad que corresponde a la persona («personalizar»); – estimula a la acción apelando a unos motivos a los que sea sensible la persona («iniciar»). A estas intervenciones del padre espiritual, la persona que acude a él responde normalmente con comportamientos que señalan un camino construido, como: – interesarse y comprometerse a comunicar su propia situación interior; – tomar conciencia de la situación en que se encuentra; – tomar en cuenta el camino que de be recorrer para acercarse gradualmente a la meta deseada; – asumir con sentido de responsabilidad el compromiso para actuar el plan programado de acuerdo con el padre espiritual.

Son éstos los momentos que ponen ritmo al encuentro de ayuda espiritual inspirado en el método terapéutico «centrado – en – la – persona» que surgió en los Estados Unidos por los años 40.

La aplicación de este método a la dirección espiritual, realizada casi inmediatamente en América (el Pastoral Counseling), se introdujo a continuación en los paí­ses del norte de Europa y en la América Latina. Sólo en los años 60 comenzó también entre nosotros una sensibilización a la propuesta de preparar a los futuros padres espirituales según un método que, además de corresponder a las esperanzas y a la nueva sensibilidad de la gente, ofrece indicaciones válidas y comprobadas para llevar a cabo un acompañamiento eficaz en el camino espiritual.

B. Giordani

Bibl.: Dirección espiritual, en DE, 1, 618 618; AA. VV , Praxis de dirección espiritual, Fomento de centros de enseñanza, Madrid 1974; G, Cruchon, La entrevista pastoral, Razón Y Fe, Madrid 1970; Ch. A. Curran, La psicoterapia autogógica, counseling y sus aplicaciones educativas y pastorales, Razón y Fe. Madrid 1963; J. Laplace, La dirección de conciencia. El diálogo espiritual, Apostolado de la Prensa, Zaragoza 1967; A. Mercatali, Padre espiritual NDE. 1046-1061.

PACOMIO, Luciano [et al.], Diccionario Teológico Enciclopédico, Verbo Divino, Navarra, 1995

Fuente: Diccionario Teológico Enciclopédico

La d.e. tiene su origen en el monacato de la Iglesia primitiva, primero entre los anacoretas, que en su soledad necesitaban de consejo, y después en los monasterios, donde los «seniores» dotados carismáticamente se dedicaban a la dirección espiritual, que también ejercí­an los superiores, lo cual originó conflictos. En el monacato occidental parece que el oficio de superior se ha impuesto más fuertemente en su función espiritual que en el monacato oriental. En el punto culminante de este desarrollo el superior, en virtud de su oficio, es también padre espiritual; así­ en la compañí­a de jesús, cuyo ejemplo imitaron otras órdenes. Se llegó a ciertos abusos especialmente donde la d.e. estaba unida con la confesión. Contra eso ha luchado el movimiento que ha terminado separando la función oficial y la d.e.

Ya en la Iglesia primitiva también algunos laicos se confiaron a la d.e. ejercida por monjes. Pero la d.e. fuera de los monasterios se hizo importante por primera vez en los movimientos espirituales de laicos, entre el siglo xii y el xv; también algunos seglares podí­an ser directores espirituales (p. ej., Catalina de Siena, Nicolás de Flue). El siglo xvti es, principalmente en Francia, la época de apogeo de la d.e. (Francisco de Sales, Vicente de Paúl, Pedro de Bérulle).

Hoy se habla de una crisis de la d.e. Sin duda se deben buscar nuevos caminos para la ayuda espiritual. Se ha mostrado especialmente fructí­fero el diálogo en pequeños grupos: el diálogo de meditación, el diálogo en ejercicios comunes, la revisión de vida, el «sensitivity training». Tales diálogos sólo son posibles en grupos homogéneos; no suplen la conversación en privado (la d.e.), pero lo complementan, sobre todo de cara a la acción comunitaria. Dada la aversión contra el carácter institucional de la d.e. en el oficio del padre espiritual, hay aquí­ una auténtica posibilidad.

Ante todo se requiere una nueva reflexión acerca de la esencia y el cometido de la d.e. Esta es a la vez un encuentro humano y religioso. Sólo en el encuentro con el prójimo llega el hombre a sí­ mismo; aquí­ está el lugar antropológico de la d.e. En la Iglesia, que es el cuerpo de Cristo, la pertenencia mutua de los hombres es todaví­a más í­ntima; y esta pertenencia es el contexto teológico de la d.e. En general, hasta ahora el aspecto teológico y religioso de la d.e. ha recibido una acentuación demasiado unilateral. No se vio suficientemente que el crecimiento espiritual sólo es existencialmente posible dentro de un esbozo de vida dado previamente por la naturaleza y la historia. Por más que en la d.e. se trate de la iniciación religiosa, de la introducción en el encuentro imprevisible y siempre singular con el misterio de Dios y de su palabra, en la discreción de espí­ritus y el hallazgo de la voluntad de Dios en un caso concreto, e incluso, por más qué ahí­ esté su núcleo; sin embargo, todo esto debe quedar integrado en la existencia total. Lo espiritual o lo religioso no puede ser una supraestructura de lo humano. La d.e. no está relacionada solamente con lo religioso, como si esto fuera un ámbito aislado, sino también con los hombres concretos y sus problemas. En consecuencia los cometidos decisivos de la d.e. son los siguientes: 1 °, la guí­a hacia el propio conocimiento; 2 °, la preparación para aceptarse a sí­ mismo; 3 °, la ayuda para desprenderse del propio yo; 4 °, la búsqueda común de la voluntad concreta de Dios.

Quien se confí­a a un d.e. no puede buscar solamente una confirmación de su punto de vista. Debe estar dispuesto a aceptar algo que hasta ahora no sabí­a o no querí­a tener por verdadero; y también ha de tomar conciencia de que el éxito de la d.e. depende esencialmente de él mismo, de su propia apertura, que condiciona fundamentalmente la obra del director espiritual, el cual, por tanto, debe ser ante todo un oyente. Sólo así­ se llega a un auténtico diálogo entre ambos. El director espiritual procura objetivar lo que se le comunica y esclarecerlo con discreción; así­ el que busca consejo se siente comprendido. La pregunta a¿quién soy yo?» o «¿dónde me hallo?» recibe su mejor respuesta mediante una simple narración histórica de la vida del que busca consejo, narración que, a diferencia de la confesión, no debe tener como objeto la cuestión de la culpa, de las derrotas y de los pecados, sino que abarca toda la vida en su desarrollo. Por esta narración se puede descubrir no sólo los lados inmediatamente visibles de un hombre, sino también las estructuras profundas de su esencia y de su carácter. En el transcurso dé la conversación se deberá volver muchas veces a la historia de la propia vida. El director del diálogo – que normalmente, pero no necesariamente, es un sacerdotedeberá esforzarse por asimilar lo que se le comunica, sobre todo en la primera entrevista.

Todo conocimiento de sí­ mismo, pero sobre todo el fundamentado religiosamente, contiene a la vez una exigencia moral: aceptarse a sí­ mismo tal como uno se ha conocido, responder de lo que uno es, no eludir la propia realidad. El hombre tiene la tendencia casi indestructible a hacer una imagen ideal de sí­ mismo, a enmascararse en un «papel» que él se ha elegido, para dejarlo caer con resignación cuando la realidad le descubre su mentira. Por ello necesita de una conversión, para afirmar el conocimiento más profundo de sí­ mismo que él ha obtenido con ayuda de otro. El director espiritual debe dar una orientación y una ayuda para este fin. Esa ayuda no ha de consistir principalmente en exhortaciones ascéticas, sino en mostrar la relación entre las diversas disposiciones – a veces poco armónicas- que van inherentes a la naturaleza del dirigido, así­ como en distinguir entre la estructura picológica o caracterológica, la cual es moral y religiosamente neutra, y las actitudes fundamentales de orden moral y religioso, las cuales son las únicas que deciden sobre el valor de un hombre. Además de esto queda siempre un espacio suficiente para una motivación religiosa consistente en el seguimiento de Cristo, allí­ donde se trata de soportar la insuficiencia y la falta de armoní­a en la propia naturaleza, así­ como de aceptar un destino duro, de enfrentarse con una situación.

Cuando uno aprende a aceptarse a sí­ mismo, con ello ha empezado también a despegarse y distanciarse de sí­ mismo. Lo cual encomienda una nueva tarea a la d.e. Esta debe ayudar a ver las proyecciones egocéntricas, a destruir el proyecto autónomo de la propia vida y a penetrar cada vez más en el esbozo de vida que se dibuja en las disposiciones propias y en la concreta historia personal, esbozo que se debe a la voluntad de Dios. Aquí­ se trata de alcanzar aquella actitud interna que en la tradición espiritual se ha llamado (en forma no exenta de confusión) pasividad (apatheia), abandono o indiferencia (Ignacio de Loyola). A este respecto es importante la -> discreción de espí­ritus, que en primera lí­nea debe ser obra del director espiritual.

Con ello se pone de manifiesto la finalidad propia de la d.e., a saber: hallar la voluntad de Dios «para mí­», descubriéndola en la lí­nea de la propia vida y en cada nueva situación concreta. Los -> ejercicios ignacianos tienden en su totalidad a esto. Esa voluntad de Dios, del Dios de la gracia, está para el hombre particular en la lí­nea de su naturaleza, incluso cuando ella debe ser crucificada en aras de su consumación. Cuando un hombre coincide consigo mismo, también coincide con Dios en lo más profundo. Lo cual deja intacto el hecho de que en este proceso espiritual la razón y la gracia no llegan a coincidir plenamente, de que hay un imprevisible e impenetrable «misterio de la cruz». En la ambigüedad de la historia individual y la colectiva tiene el director espiritual su cometido más importante: ayudar a buscar la voluntad de Dios en las circunstancias concretas de la vida.

Aunque la d.e. y la -> psicoterapia son cosas esencialmente distintas, pues la primera se relaciona con la salvación y la segunda con la curación, sin embargo los lí­mites entre ambas son elásticos, puesto que ni el director espiritual puede excluir el aspecto de la curación, ni el psicoterapeuta puede dejar de atender a la salvación religiosa del hombre, principalmente cuando tiene ante él a un hombre religiosamente comprometido.

Friedrich Wulj

K. Rahner (ed.), Sacramentum Mundi. Enciclopedia Teolσgica, Herder, Barcelona 1972

Fuente: Sacramentum Mundi Enciclopedia Teológica