Aunque la doctrina del descenso de Cristo al infierno se encuentra firmemente establecida en los primeros credos del cristianismo (aparece por primera vez en las fórmulas arrianas del ss. IV), en realidad su lugar en las Escrituras ocupa un lugar periférico. Se menciona explícitamente quizás dos veces (1 P. 3.19; 4.6), y hay referencias indirectas sólo en dos lugares mas (Hch. 2.27 y Ro. 10.7), donde se insinúa el tema mediante la reinterpretación de pasajes del AT, Sal. 16 en el casa de Hch., y Dt. 30. No está claro si corresponde insistir en una referencia al descensus ad inferos en E.f. 4.9s, ya que el amplio movimiento en estos versículos se entiende mejor si se considera que forma un paralelo con el pasaje “kenótico” de Fil. 2.5–11.
Las referencias en los dos pasajes petrinos son más directas, pero no por ello más claras. El contexto del primer pasaje (1 P. 3.19) es el padecimiento congruente de Cristo (cuya culminación fue su muerte) y del cristiano. Fue con posterioridad a su pasión y “en el espíritu” (pneumati) que el Señor “predicó” (el término técnico ekēryxen) a los *“espíritus encarcelados”. Como vencedor, y no ya como víctima, Cristo proclama su triunfo (kēryssein debe diferenciarse de euangelizein, 4.6) en forma inclusiva.
En 1 P. 4.6 la idea de predicar las buenas nuevas a los “muertos” nace de la consideración tanto del dolor como de la gloria de estar muertos al pecado. Esto, dice Pedro, bien puede comprender el sufrir por amor de Cristo, así como Cristo sufrió por nosotros (4.1s). Es este evangelio el que juzga a los “muertos”, y les da la oportunidad de compartir la vida eterna de Dios (v. 6). Esto bien puede referirse a los cristianos que han oído el evangelio en vida, y murieron antes del regreso del Señor (así Selwyn, Stibbs, y Dalton). Otros interpretan que “los muertos” se refiere a aquellos que están espiritualmente muertos; y un tercer punto de vista relaciona este versículo con 3.19, viendo en él una nueva referencia a los “espíritus encarcelados”. En este caso la idea del juicio (muerte, aquí) está subordinada a la de la vida (la plenitud de la vida de Dios, indicada por el vocablo zōsi, en contraposición a la transitoriedad de la vida del hombre, implícita en 4.2 por el verbo bioō, traducido en forma similar).
El intervalo entre la muerte y la resurrección de Jesús no puede considerarse como carente de significación. Pero el acontecimiento que según los cristianos se produjo en esos momentos, sea que Pedro lo tenga presente o no en los dos pasajes mencionados, es más bien asunto de teología que de cronología. Entonces el significado adquiere más importancia que el modo, y podemos interpretar el descensus como parte de la actividad triunfal de Cristo, que es Señor tanto del infierno como del cielo (cf. Ap. 1.18 y Fil. 2.10), y que de esta manera completa su intervención en todas las áreas imaginables de la experiencia.
Bibliografía. J. Kurzinger, “Descenso de Cristo a los infiernos”, °DTB, cols. 259–264; K. H. Schelkle, Teología del Nuevo Testamento, 1977, t(t). II, pp. 206–209; E. F. Harrison, “Descenso a los infiernos”,
Véanse los comentarios sobre 1 P., esp. los de E. G. Selwyn, 1946; A. M. Stibbs, 1959; J. N. D. Kelly, 1969; E. Best, 1971. Véase
Douglas, J. (2000). Nuevo diccionario Biblico : Primera Edicion. Miami: Sociedades Bíblicas Unidas.
Fuente: Nuevo Diccionario Bíblico