DENARIO DEL CESAR

(-> tributo, dinero, economí­a, mamona, riqueza). El tema del impuesto al césar divide a los judí­os. Unos aceptan el orden imperial, que se expresa como racionalidad económica y polí­tica, y lo sitúan en un plano distinto del de la fidelidad religiosa israelita. Otros rechazan el imperio, que entienden como enemigo de Israel; de esa forma interpretan la religión y vida israelita como algo absoluto, que abarca todos los planos de la vida humana; los israelitas deberí­an tener un Estado y una economí­a de tipo teocrático, regulada exclusivamente por la ley de Dios.

(1) Una pregunta capciosa. Desde ahí­ se entiende la pregunta que, según Mc 12,13, dirigen a Jesús los fariseos y herodianos, partidarios, en principio, de pactar con el Estado (con Roma). Es una pregunta capciosa y responda Jesús como responda podrán acusarle: si defiende el tributo, podrán decir que es colaboracionista, desprestigiándole ante parte del pueblo; si niega el tributo le podrán llamar insumiso, antirromano. Jesús rompe la alternativa: pide una moneda con la efigie del césar que todos, partidarios o enemigos, utilizan en sus intercambios; pregunta por los signos que lleva (imagen e inscripción que ratifican su valor de curso legal) y cuando le dicen que ellos son del césar responde: «Devolved al césar lo que es del césar y a Dios lo que es de Dios», (a) Esta moneda no es en sí­ diabólica, como han pensado celotas o sicarios, que están empeñados en negar, por razones de sistema nacional (mesiánico), la moneda del sistema romano, pero están dispuestos en acuñar la suya tan pronto como triunfen y establezcan su Estado tras la guerra (una de las primeras cosas que hacen los rebeldes de Bar Kokba en el levantamiento del 123-125 es acuñar moneda), (b) Pero la moneda no es Dios, ni es un signo de mesianismo. Sin duda, ella es importante, pues regula los cambios económicos, apareciendo así­ como signo fundamental del sistema del césar, centrado en el ejército, la economí­a y burocracia. Ella regula el orden externo de un sistema, con sus complejidades y poderes, y en ese sentido también los celotas necesitan alguna forma de moneda, a no ser que desplieguen un tipo de reino de total gratuidad.

(2) Las cosas de Dios. Pues bien, fuera del campo de la moneda (del sistema) quedan las cosas de Dios, que regulan y definen el misterio más hondo de la vida, en clave de gratuidad y comunión personal. En el fondo, partidarios y enemigos del tributo se mueven en el mismo plano: sitúan el problema de la vida en un nivel de economí­a. Los únicos que podrí­an rechazar honradamente toda moneda serí­an algunos profetas escatológicos como Juan Bautista, que salí­an fí­sicamente del sistema, no aceptando su vestido, ni comiendo su comida. Pues bien, a diferencia de Juan, Jesús no ha demonizado el sistema, no ha identificado el denario del tributo con el Diablo. Ciertamente, sabe que hay un riesgo de mamona, es decir, de divinización del dinero o capi tal, en el que caen aquellos que identifican las cosas del césar con la de Dios (cf. Mt 6,24). Pero hay también un riesgo de fanatismo sagrado, propio de aquellos que quieren absolutizar las cosas de Dios sin dejar espacio alguno para las del césar. El mismo Jesús que derriba por el suelo las monedas del templo (que son signo de una utilización económica de la religión: Mc 11,15-17 par), deja que funcione la moneda del césar: no es divina, pero puede realizar servicios, siempre que no impida que los hombres y mujeres devuelvan a Dios las cosas de Dios, es decir, compartan la vida en gratuidad. Esta respuesta de Jesús no resuelve todos los problemas que se puedan dar en este campo, pero ayuda a plantearlos, permitiendo que los cristianos superen un tipo de fundamentalismo religioso y económico que a veces existió en la misma Iglesia, destacando, al mismo tiempo, la exigencia de anunciar y ofrecer el Evangelio* a los pobres*.

PIKAZA, Javier, Diccionario de la Biblia. Historia y Palabra, Verbo Divino, Navarra 2007

Fuente: Diccionario de la Biblia Historia y Palabra