(gr., daimonia). Espíritus malignos (Mat 8:16; Luk 10:17, Luk 10:20; comparar Mat 17:18 y Mar 9:25). Pablo (Eph 2:2; Eph 6:12) y Juan (Rev 16:4) hablan de la naturaleza inmaterial e incorpórea tanto de Satanás como de sus huestes demoníacas.
Como seres o personalidades puramente espirituales, los demonios operan más allá de las leyes del reino natural y son invisibles e incorpóreos. Sin embargo, pueden ser vistos (2Ki 2:11; 2Ki 6:17). En una visión apocalíptica, Juan vio la terrible erupción de los demonios en forma de langostas del abismo en el día final (Rev 9:1-12), así como los tres horribles espíritus que emanan de la trinidad satánica como ranas (el dragón, la bestia y el falso profeta) en la tribulación para juntar los ejércitos del mundo para su suerte predestinada en Armagedón (Rev 16:13-16).
Como personalidades espirituales, los demonios tienen una naturaleza intelectual por medio de la cual tienen conocimiento sobrehumano. Las Escrituras muestran la astucia de los demonios. Lo conocen a Jesús (Mar 1:24), se postran ante él (Mar 5:6), lo describen como Hijo del Dios Altísimo (Mar 5:7), le ruegan (Luk 8:31), le obedecen (Mat 8:16), corrompen la sana doctrina (1Ti 4:1-5), esconden la verdad de la deidad encarnada de Cristo y la salvación única (1Jo 4:1-3) y comprenden la profecía y su destino inevitable (Mat 8:29). Los médiums espiritistas consultan a los demonios y se dejan controlar por los espíritus malvados para fines oraculares (1Sa 28:1-25; Act 16:16), como se ve en el espiritismo tanto antiguo como moderno, erróneamente llamado †œespiritualismo†.
En su naturaleza moral, todos los demonios (como ángeles caídos) son malvados y pervertidos, en contraste con los espíritus buenos (los ángeles no caídos), que no tienen pecado. Afectan a sus víctimas mental, moral, física y espiritualmente, y frecuentemente se los llama inmundos (Mat 10:1; Mar 1:27; Luk 4:36; Act 8:7; Rev 16:13).
Causan contaminación carnal y gratificación sensual baja (Luk 8:27), carnalidad flagrante y pecado sexual (2Ti 3:1-9; Rev 9:20-21).
Los demonios tienen una terrible fuerza física que imparten al cuerpo humano (Luk 8:29) y con la cual sujetan a sus víctimas como con cadenas y con defectos físicos y deformidades (Luk 13:11-17) como la ceguera (Mat 12:22), la locura (Luk 8:26-36), la mudez (Mat 9:32-33) y la manía suicida (Mar 9:22).
Los demonios pertenecen a dos clases: los que están libres, habitando la tierra y el aire (Eph 2:2; Eph 6:11-12; Col 1:13), y los que están aprisionados en el abismo (Luk 8:31; Rev 9:1-11; Rev 20:1-3).
El abismo sólo es una cárcel temporaria; su destino final será el fuego eterno (Mat 25:41), la habitación eterna de Satanás, los demonios y todos los seres humanos no salvos.
Fuente: Diccionario Bíblico Mundo Hispano
(espíritus malignos).
Son muchos. Ver «Diablo».
Diccionario Bíblico Cristiano
Dr. J. Dominguez
http://biblia.com/diccionario/
Fuente: Diccionario Bíblico Cristiano
Los pueblos antiguos estaban conscientes de la existencia de unos seres intermedios entre dios y hombre, llamados en griego daimon, que podían hacer tanto bien como mal a los hombres. En el AT no hay abundancia de referencias a los d. Los hebreos llamaban shedim y se†™irim a los dioses extraños, pero los traductores prefirieron usar el término †œdemonio† en cada caso. Sacrificar a dioses extraños era hacerlo a los d. (Lev 17:7; Deu 32:17; Sal 106:37).
Pero en el período intertestamentario se elabora más sobre el tema de los ángeles entre los judíos y se ofrecen nombres de d., como es el caso de Asmodeo, en el libro apócrifo de †¢Tobías, y †¢Azazel, en el pseudoepigráfico Primer Libro de Esdras. Este último nombre de d., piensan muchos, fue tomado de Lv. 16. Ya a esa altura se tenía el concepto de que los d. eran †œespíritus inmundos† al servicio del mal.
En los tiempos del NT esta era la opinión que prevalecía. En Apo 9:11 se ofrece otro nombre: †œel ángel del abismo, cuyo nombre en hebreo es Abadón, y en griego, Apolión†. La interpretación universalmente aceptada es que se trata de †¢Satanás, de quien la Biblia habla categóricamente como cabeza de unas huestes de ángeles caídos, que comparten su rebelión y le acompañarán también en su destino final (Mat 25:41; Apo 12:9). Se les llama d. No se sabe cuándo y cómo se rebelaron. Judas habla de los ángeles que †œno guardaron su dignidad, sino que abandonaron su propia morada†, a los cuales Dios †œha guardado bajo oscuridad, en prisiones eternas, para el juicio del gran día† (Jud 1:6). Al mismo tiempo, cita al libro de Enoc (Jud 1:14). Es en ese pseudoepigráfico, llamado Primer Libro de Enoc, donde se ofrecen los detalles que la tradición judía guardaba sobre el relato de Gen 6:1-2, donde se habla de unos †œhijos de Dios† que cohabitaron con hijas de los hombres. También allí se mencionan las †œprisiones eternas† a que están sujetos. No hay manera de saber hoy si son los mismos que acompañan la acción de Satanás en la tierra, pero sabemos por los evangelios que los d. tienen una tendencia a buscar cuerpos para encarnarse en ellos (Mat 8:28-34; Mar 5:1-20; Luc 8:26-39).
les relaciona con la presencia de distintas enfermedades. Así, el Señor Jesús curó a una persona que tenía un d. que le ocasionaba mudez (Mat 9:33), a un joven al cual otro d. le causaba epilepsia (Mat 17:14-20) y a muchos otros a los cuales distintos d. hacían sufrir de enajenaciones mentales (Mat 8:16; Mar 5:1-20). También dio poder a sus discípulos para hacer lo mismo (Mat 10:8). Los líderes religiosos de tiempos del Señor Jesús le acusaron de echar fuera los d. por el poder de †œBeelzebú, príncipe de los d.† él contestó que Satanás no puede echar fuera a Satanás (Mat 12:24-28). El nombre †¢†œBeelzebú†, de difícil etimología, fue repetido por el Señor Jesús en esa ocasión. Los d., por otra parte, reconocían al Señor Jesús como Hijo de Dios y temían que viniera a atormentarlos †œantes de tiempo† (Mat 8:29). El libro de Santiago confirma que los d. †œcreen y tiemblan† (Stg 2:19).
actividad de los d. es continua en su afán de oposición a Dios. Pablo recordó lo dicho en Lev 17:7, que lo que se sacrifica a los ídolos †œa los d. lo sacrifican† (1Co 10:20-21). También advierte sobre hombres que escucharían †œa espíritus engañadores y a doctrinas de d.† (1Ti 4:1). Y todavía en el final de los tiempos, según narra Apocalipsis, los hombres adorarán a los d. (Apo 9:20), pues éstos harán maravillas (Apo 16:14). †¢Exorcismo. †¢Posesión demoníaca.
Fuente: Diccionario de la Biblia Cristiano
I. Problemática hermenéutica
Teniendo en cuenta la manera como los – ángeles y los d. aparecen en el Antiguo y en el Nuevo Testamento (– angelología, diablo), así como el indiscutible uso en el AT y el NT de concepciones que se dan también fuera de la revelación, las cuales en la sagrada Escritura pertenecen a la forma y no al contenido de la afirmación (p. ej., el ámbito sublunar de los d. [Ef 2, 2; 6,12]); y teniendo en cuenta finalmente que en la Biblia se atribuyen a los d, ciertos fe nómenos sumamente naturales (p. ej., determinadas enfermedades); hemos de mostrarnos muy reservados frente al método tradicional, que, sin distinguir debidamente entre forma literaria y contenido en los diversos textos, situaba en igual plano los datos dispersos de la Escritura e intentaba armonizarlos y sistematizarlos. De hecho en tal procedimiento no se toma en consideración lo inseguro del límite entre contenido y modo de afirmación en la sagrada Escritura. Y en cuanto a la doctrina de la Iglesia acerca de los d., hemos de advertir que el m concilio de Letrán (Dz 428; cf. Dz 237, 427) lo que hace es aplicar una doctrina general a los ángeles y d., presuponiendo su existencia. El propósito del Lateranense lv es reafirmar con todo vigor que, fuera del único Dios, absolutamente todo ostenta un carácter radicalmente creado y que no hay ningún principio malo desde su origen, sino que solamente existe un mal finito que se produjo por decisión de la ->libertad creada. Y a este respecto el concilio presupone también que, antes de la decisión libre del individuo y del hombre en general, existía ya en el mundo la dimensión del mal y de lo contrario a Dios (->pecado original). Pero hemos de decir, sin duda, que estas definiciones incluyen la existencia de seres personales distintos del hombre; cosa que acreditan también el magisterio ordinario y la tradición (cf. Dz 2318). Esto supuesto, con ayuda de los principios generales de la revelación cristiana, se pueden enunciar otras verdades sobre tales seres. Pero siempre hay que mantenerse cerca del punto de partida, limitándose a expresar en forma más explícita lo que ya está contenido en la Biblia.
Aquí hay que tener siempre en cuenta: a) que en último término se trata precisamente de desenmascarar el brillo aparentemente fascinador del mal (cf. Jn 12, 31). A pesar de los visos de desmitización, esa apariencia repercute todavía en el romanticismo alemán, posteriormente en M. Scheler y en una vulgar y poco ilustrada piedad cristiana, que convierte el mal personal de tipo demoníaco en un poder contrario a Dios, del mismo rango que él y con facultad de entrar en lucha o en diálogo con él (lo cual sólo compete a la criatura buena e investida de. la gracia).
b) Que el punto teológico de partida de la doctrina de los demonios prohíbe describir la esencia y la operación de estos poderes demoníacos. En efecto, su auténtica esencia y acción se hallan allí donde la realidad que podemos experimentar dentro del mundo muestra una profundidad y un poder (aunque creados) que el hombre no puede dominar; ahora bien, no es posible ni licito delimitar dónde termina lo mundano y comienza lo diabólico. Pero si se pone en duda la substancialidad y la personalidad de estos poderes, ya no se puede decir seriamente que «del mundo, como creación buena de Dios, se alza una resistencia no fundada en lo mundano contra la acción divina, una resistencia que no es explicable antropológica o sociológicamente», y no puede decirse porque falta todo portador de esa oposición (GLoEGE: RGG3 n, 3). Cabe perfectamente pensar que tales poderes personales no son espíritus (a manera de duendes) que se encuentran » en» el mundo, sino que son precisamente los (regionales) «poderes y fuerzas» del mundo y de su historia bajo la modalidad del no a Dios, de la tentación del hombre y de la inversión del mundo.
II. La Escritura
1. Antiguo Testamento
La primitiva experiencia humana del mal se sedimentó dentro del antiguo oriente en una demonología compleja, bajo cuya influencia está también el AT en sus inicios. Este, sin embargo, no conoce una denominación bajo la cual queden compendiados tales seres. Cuanto más se une la fe en el dominio universal de Yahveh con la doctrina de la creación, tanto más quedan identificados los demás dioses con los d. y su culto es calificado de idolatría (Dt 18, 9-13). Existen «espíritus malos» que son enviados por Dios (Is 34, 14) y otros como el d. del desierto » Azazel», al cual es enviado el macho cabrío de expiación en el día de la reconciliación (Lev 16, 10). Papel especial tienen los conjuros a los espíritus de los muertos (1 Sam 28, 13); también ellos causan impurezas, lo mismo que el hecho de tocar cadáveres; por esto tales conjuros se prohíben en Dt y Lev (Lev 19, 31; 20, 6.27; Dt 18, 11). Más tarde los Setenta llevaron a cabo consecuentemente en su terminología la identificación entre d. y dioses paganos. Hablan del Saci.óvLov (adjetivo substantivado) e introducen así la concepción del S»tl,wv griego (ser con poder divino, las más de las veces de carácter maligno, al que se hacen conjuros mágicos); y también usan el término g»-rat» (vana). Con el influjo creciente de la demonología persa (?) en tiempo del exilio (Tob: «Asmodeo»), en el judaísmo tardío los d. aparecen subordinados a Satán como ángeles caídos (Jub 10,8.11); de la «caída» de los d. se habla en distintas imágenes míticas (p. ej., lucha entre las estrellas, cf. Is 14, 12). En el bando opuesto luchan, capitaneados por Miguel, los &yyeaoL, los poderes que median entre Dios y el hombre (Dan 10, 13).
2. Nuevo Testamento
Esta concepción de los d. continúa en el NT; aquí los d. aparecen ante todo como causas de -> enfermedad y de ->posesión diabólica (Mt 17, 15.18). La enfermedad (a veces física: Me 9, 14-29; pero mayormente psíquica: Mc 9, 20ss) es un signo del estado desgraciado del mundo. Sin embargo, las faltas morales o la perdición eterna no son atribuidos a los d., y no toda clase de enfermedad se atribuye a ellos. Eso supuesto, en los d. y en su superación por jesús lo que se hace visible -pero esto en forma sumamente plástica- es la perdición o salvación de la concreta existencia humana. Estamos lejos de todo espiritualismo: la curación real del hombre es «I,elov, signo del comienzo del reino de Dios. Puesto que este reino está ligado de manera definitiva a jesús, los d. sometidos a Satán (Mc 3, 20ss par) luchan contra aquél. El poder del diablo y de los espíritus a él sometidos, poder que en el NT se muestra ante todo en el fenómeno de la posesión diabólica, ha quedado roto ya ahora, puesto que con la presencia y la acción de Jesús ha empezado ya el reino de Dios. La comunidad recoge con jesús la fe en los d. propia del judaísmo apocalíptico. Jesús posee el nveü~toc espíritu «puro» y lucha contra los d., contra los espíritus «impuros». La afirmación de jesús de que él puede expulsar demonios, y puede hacerlo por la virtud del nveú~ta espíritu «santo», es uno de los importantes puntos de apoyo cristológicos antes del suceso pascual y constituye una decisiva condición previa para el título de «Hijo de Dios». El hecho de que en el NT los d. aparezcan primariamente como una dimensión antropológica y sólo accesoriamente como una dimensión cósmica, hace comprensible el intento de interpretar los d. como la esfera de lo que no debería existir en el hombre, lo cual no se identifica con él mismo. La lucha de Jesús contra los d. es continuada por sus discípulos (Mt 7, 22; Mc 9, 38s; Mc 6, 7.13 par; Lc 10, 17-20;Mc 16, 17) y por las comunidades (Act 8, 7; 19, 11-17). Pero la disputa de la Iglesia primitiva en torno a la creencia en el poder de los d. implicaba también la negación de toda –> magia y -> superstición (Act 13, 8ss; 19, 18s), así como de la adivinación (Act 16, 16), entre otras cosas. El conocimiento de los espíritus que conducen al error y al engaño (1 Cor 12, lss) sólo es posible en virtud del nveG~ta santo (1 Cor 12, 10). La Iglesia primitiva esperaba que, junto con la venida del Kyrios glorificado, se había de producir también la derrota definitiva de Satán y de sus d. (Ap 20, ls; 7-10).
III. Visión sistemática
a) Puesto que estos seres espirituales y personales, varios en número y distintos del hombre, son criaturas, en primer lugar hemos de decir sobre ellos lo mismo que acerca de la esencia natural de los ángeles.
b) En armonía con la doctrina de fe acerca de su existencia, hemos de sostener con igual firmeza la pluralidad de tales poderes no humanos. La división antagónica del mal en el mundo, incluso dentro de sí mismo (a pesar de Mt 12, 26), puede valorarse como un indicio experimental de esto.
c) Los d., en su esencia personal (puramente espiritual, es decir, no sometida a las condiciones del espacio y del tiempo terrestres), deben ser concebidos de tal manera que tengan una relación esencial (natural, y por ello personal) con el mundo, con la naturaleza, y así con la historia de -> salvación y de perdición (cf. Mt 4, lss; 2 Cor 12, 7; Lc 22, 31; 1 Tes 3, 5; Jn 8, 44; 1 Pe 5, 8; Sant 4, 7; Ef 6, 11.16; Dz 428, 793, 806, 894, 907, 909; –> posesión diabólica); relación que ellos realizan natural y personalmente en virtud de una inalienable ordenación esencial, pero a la vez con una oposición culpable.
d) Podemos aceptar, con la opinión común en la actualidad (y contra Hugo de San Víctor, Pedro Lombardo, Alejandro de Hales y Buenaventura), que los d. estaban objetivamente ordenados a la perfección sobrenatural, lo mismo que los ángeles buenos, pero se opusieron a su destinación (cf. también Dz 1001, 1003s).
e) Del principio general antes citado se deduce que los d. se cerraron libre, culpable y definitivamente a una perfección que habían de recibir de Dios (cf. Jn 8, 4; Jds 6; 2 Pe 2, 4; 1 Jn 3, 8; Mt 25, 41; Ap 20, 9; Dz 211, 237, 427ss). Esta decisión, de acuerdo con lo dicho en c) y d) debe tener una relación con la finalidad sobrenatural del mundo en Cristo. La victoria de Cristo sobre el pecado en general equivale, por tanto, a la destrucción del poder de los d. (Lc 10, 18; Mt 12, 28; cf. también Dz 1261, 1933).
Adolf Darlap
K. Rahner (ed.), Sacramentum Mundi. Enciclopedia Teolσgica, Herder, Barcelona 1972
Fuente: Sacramentum Mundi Enciclopedia Teológica
El semblante de los demonios, seres espirituales maléficos, no se esclareció sino lentamente en la revelación. En un principio los textos bíblicos utilizaron ciertos elementos tomados de las creencias populares, sin ponerlos todavía en relación con el misterio de *Satán. Al final todo adquirió sentido a la luz de Cristo, venido al mundo para liberar al hombre de Satán y de sus satélites.
AT. 1. En los orígenes de la creencia. El antiguo Orientedaba un rostro personal a las mil fuerzas oscuras, cuya presencia se sospecha por detrás de los males que asaltan al hombre. La religión babilónica tenía una demonología complicada y en ella se practicaban numerosos exorcismos para librar a las personas, a las cosas, a los lugares hechizados; estos ritos esencialmente mágicos constituían una parte importante de la medicina, ya que toda *enfermedad se atribuía a la acción de algún espíritu maligno.
El AT, en sus principios, no niega la existencia y la acción de seres de este género. Utiliza el folklore, que puebla las ruinas y los lugares *desiertos con presencias oscuras, mezcladas con las bestias salvajes: sátiros velludos (Is 13,21; 34,12), Lilit, el demonio de las noches (Is 34,14)… Les entrega lugares malditos, como Babilonia (Is 13) o el país de Edom (Is 34). El ritual de la expiación ordena que se abandone al demonio Azazel el buco cargado con los pecados de Israel (Lev 16,10). En torno al hombre enfermo se interroga también a las fuerzas malignas que lo atormentan. Primitivamente, males tales como la peste (Sal 91,6; Hab 3,5) o la fiebre (Dt 32,24; Hab 3,5) son considerados como azotes de Dios, que los envía a los hombres culpables, como envía su mal espíritu a Saúl (lSa 16,14s.23; 18,10; 19,9) y el *ángel exterminador a Egipto, a Jerusalén o al ejército asirio (Ex 12,23; 2Sa 24,16; 2Re 19,35).
Pero después del exilio se establece mejor la separación entre el mundo angélico y el mundo diabólico. El libro de Tobías sabe que son los demonios los que atormentan al hombre (Tob 6,8) y que los ángeles tienen la misión de combatirlos (Tob 8,3).
Sin embargo, para presentar al peor de ellos, al que mata, el autor no tiene reparo en recurrir todavía al folklore persa, dándole así el nombre de Asmodeo (Tob 3,8; 6, 14). Se ve que el AT, tan tajante acerca de la existencia y la acción de los espíritus malignos como de la de los *ángeles, no tuvo durante mucho tiempo sino una idea bastante flotante de su naturaleza y de sus relaciones con Dios.
2. Los demonios divinizados. Ahora bien, para los paganos era una tentación constante tratar de granjearse a estos espíritus elementales tributándoles un culto sacrificial, en una palabra, haciendo de ellos dioses. Israel no estaba al abrigo de la tentación. Abandonando a su creador, se volvía también hacia los «otros dioses» (Dt 13,3.7.14) o, dicho con otras palabras, hacia demonios (Dt 32,17), llegando hasta a ofrecerles sacrificios humanos (Sal 106,37). Se prostituía a los sátiros (Lev 17,7), que merodeaban sus altos lugares ilegales (2Par 11,15). Los traductores griegos de la Biblia sistematiza-ron esta interpretación demoníaca de la *idolatría, identificando formal-mente con los demonios a los dioses paganos (Sal 96,5; Bar 4,7), introduciéndolos incluso en los contextos en que el original hebreo no hablaba de ellos (Sal 91,6; Is 13,21; 65, 3). Así el mundo de los demonios se convertía en un universo rival de Dios.
3. El ejército satánico. En el pensamiento del judaísmo tardío se organiza este mundo en forma más sistemática. Se considera a los demonios como ángeles caídos, cómplices de *Satán, venidos a ser sus auxiliares. Para evocar su caída se utiliza unas veces la imaginería mítica de la *guerra de los *astros (cf. Is 14,12) o del combate primordial entre Yahveh y las *bestias que personifican al *mar, otras veces se recurre a la vieja tradición de los hijos de Dios enamorados de las mujeres (Gén 6, lss; cf. 2Pe 2,4), otras se los representa en sacrílega rebelión contra Dios (cf. Is 14,13s; Ez 28,2). De todos modos los demonios son considerados como espíritus impuros caracterizados por la soberbia y la lujuria. Atormentan a los hombres y se esfuerzan por arrastrarlos al mal. Para combatirlos se recurre a exorcismos (Tob 6,8; 8,2s; cf. Mt 12,27). Estos no son, como en otro tiempo en Babilonia, de orden mágico, sino de orden deprecatorio: se espera, en efecto, que Dios reprima a Satán y a sus aliados, si se invoca el poder de su *nombre (cf. Zac 3,2; Jds 9). Se sabe, además, que Miguel y sus ejércitos celestes están en lucha perpetua con ellos y que vienen en ayuda de los hombres (cf. Dan 10,13).
NT. 1. Jesús, vencedor de Satán. La vida y la acción de Jesús se sitúa en la perspectiva de este duelo entre dos mundos, cuyo objeto es en definitiva la salvación del hombre. Jesús afronta personalmente a Satán y reporta contra él la victoria (Mt 4, 11 p; Jn 12,31). Afronta también a los espíritus malignos que tienen poder sobre la humanidad pecadora y los vence en su terreno.
Tal es el sentido de los numerosos episodios en que entran en escena posesos: el endemoniado de la sinagoga de Cafarnaúm (Mc 1,23-27 p) y el de Gádara (Mc 5,1-20 p), la hija de la sirofenicia (Mc 7,25-30 p) y el muchacho epiléptico (Mc 9,14-29 p), el endemoniado mudo (Mt 12, 22ss p) y María de Magdala (Lc 8, 2). Las más de las veces se entre-mezclan posesión diabólica y enfermedad (cf. Mt 17,15.18);’ así, unas veces se dice que Jesús cura a los posesos (Lc 6,18; 7,21) y otras que expulsa a los demonios (Mc 1,34-39). Sin poner en duda casos muy claros de posesión (Mc 1,23s; 5,6), hay que tener en cuenta la opir’ón de la época, que atribuía directamente al demonio fenómenos que hoy son de la esfera de la psiquiatría (Mc 9, 20ss). Sobre todo, hay que recordar que toda enfermedad es signo del poder de Satán sobre los hombres (cf. Lc 13,11).
Al afrontar a la enfermedad, afronta Jesús a *Satán; otorgando la curación, triunfa de Satán. Los demonios se creían instalados en el mundo como dueños y señores; Jesús vino para perderlos (Mc 1,24). Ante la autoridad que manifiesta frente a ellos quedan las turbas estupefactas (Mt 12,23; Lc 4,35ss). Sus enemigos le acusan : «Por Beelzebub, príncipe de los demonios, expulsa a los demonios» (Mc 3,22 p); «¿no estará él mismo poseído por el demonio?» (Mc 3,30; Jn 7,20; 8,48s.52; 10,20s). Pero Jesús da la verdadera explicación: expulsa a los demonios por el espíritu de Dios, lo cual prueba que el *reino de Dios ha llegado ya a los hombres (Mt 12,25-28 p). Satán se creía fuerte, pero es desalojado por otro más fuerte (Mt 12, 29 p).
En adelante los exorcismos se efectuarán, pues, en el *nombre de Jesús (Mt 7,22; Mc 9,38s). Jesús, al enviar en *misión a sus discípulos les comunica su poder sobre los demonios (Mc 6,7.13 p). De hecho los discípulos comprueban que les están sumisos los demonios, prueba evidente de la caída de Satán (Lc 10,17-20). Tal será en todos los siglos uno de los signos que acompañarán a la predicación del Evangelio, juntamente con los milagros (Mc 16,17).
2. El combate de la Iglesia. Efectivamente, las liberaciones de posesos reaparecen en los Hechos de los apóstoles (Act 8,7; 19,11-17). Sin embargo, el duelo de los enviados de Jesús con los demonios adopta también otras formas : lucha contra la magia, contra las supersticiones de todas clases (Act 13,8ss; 19,18s) y contra la creencia en los espíritus adivinatorios (Act 16,16); lucha contra la idolatría, en que se hacen adorar los demonios (Ap 9,20) e invitan a los hombres a su mesa (lCor 10,20s); lucha contra la falsa sabiduría (Sant 3,15), contra las doctrinas demoníacas que en todo tiempo se esforzarán por engañar a los hombres (lTim 4,1), contra los que ejecutan prodigios engañosos, puestos al servicio de la *bestia (Ap 16,13s). Satán y sus auxiliares están en acción por detrás de todos estos hechos humanos que se oponen al progre-so del Evangelio. Incluso las pruebas del Apóstol se pueden atribuir a un ángel de Satán (2Cor 12,7). Pero gracias al Espíritu Santo se sabe ahora discernir los espíritus (lCor 12,10), sin dejarse embaucar por los falsos prestigios del mundo diabólico (cf. lCor 12,1ss). La Iglesia que, como Jesús, está empeñada en una guerra a muerte, conserva una esperanza invencible: Satán, ya vencido, sólo tiene ahora un poder limitado; el final de los tiempos verá su derrota definitiva y la de todos sus auxiliares (Ap 20,1ss.7-10).
-> íngeles – Astros – Bestia – Desierto – Espíritu – Enfermedad – Satán.
LEON-DUFOUR, Xavier, Vocabulario de Teología Bíblica, Herder, Barcelona, 2001
Fuente: Vocabulario de las Epístolas Paulinas
El demonio y sus obras: magia, brujería, adivinación, desobediencia eclesiástica En la Escritura y en la teología católica el término demonio (griego daimon y daimonion, latín daemonium) ha llegado a significar casi lo mismo que diablo y denota a uno de los espíritus malignos o ángeles caídos. Y de hecho, en algunos lugares del Nuevo Testamento donde la Vulgata, en acuerdo con el griego, tiene daemonium, nuestras versiones vernáculas leen diablo. La distinción precisa entre los dos términos en el uso eclesiástico puede verse en la frase usada en el decreto del Cuarto Concilio de Letrán: «Diabolus enim et alii daemones» (El diablo y los otros demonios), es decir, todos son demonios, y al jefe de los demonios se le llama diablo. Esta distinción se observa en el Nuevo Testamento de la Vulgata, donde diabolus representa al griego diabolos, y en casi todos los casos se refiere a Satanás mismo, mientras que a sus ángeles subordinados se les denomina, en concordancia con el griego, daemones o daemonia. Sin embargo, esto no se debe tomar para indicar una diferencia de naturaleza; a Satanás se le incluye claramente entre los daemones, en Stgo. 2,19 y en Lc. 11:15-18.
Pero aunque la palabra demonio está ahora prácticamente restringida a este siniestro sentido, fue de otro modo con el antiguo uso de los escritores griegos. La palabra, que aparentemente se deriva de daio «dividir» o «repartir», originalmente significó un ser divino; ocasionalmente se aplicaba a los dioses y diosas supremos, pero se usó más generalmente para referirse a seres espirituales de un orden inferior, ubicado entre los dioses y los hombres. En su mayoría éstos eran seres benéficos, y su oficio era algo análogo al de los ángeles en la teología cristiana. Así, el adjetivo eydaimon, «feliz», significa propiamente uno que era guiado y protegido por un demonio bueno. Algunos de estos demonios griegos, sin embargo, eran diabólicos y malignos. Por lo tanto tenemos el contrario de eudamonia «felicidad», en kakodaimonia, que denotaba desgracia, o en su significado más original, estar bajo la posesión de un demonio maligno. En el griego del Nuevo Testamento y en el lenguaje de los primeros Padres, la palabra ya se limitaba al sentido siniestro, lo cual era bastante natural, ahora que aún los más elevados dioses griegos habían llegado a ser considerados como diablos.
Tenemos un ejemplo curioso de la confusión causada por la ambigüedad y variaciones en el significado de la palabra, en el caso del famoso «Daemon» de Sócrates. Algunos escritores cristianos han entendido esto en un mal sentido, que lo han hecho una materia de reproche, aduciendo que el gran filósofo griego estaba acompañado e impulsado por un demonio. Pero como el cardenal Manning muestra claramente en su escrito acerca del tema, la palabra aquí tiene un significado completamente distinto. Él apunta al hecho de que ambos, Platón y Jenofonte, usan la forma daimonion, la cual Cicerón correctamente interpreta como divinum aliguid, «algo divino». Y luego de un minucioso examen del relato del asunto dado por Sócrates mismo en los informes transmitidos por sus discípulos, él concluye que las incitaciones del «Daemon» eran los dictados de la conciencia, que es la voz de Dios.
Se puede observar que un cambio y deterioro similares del significado han tenido lugar en los lenguajes iraníes, en el caso de la palabra daeva. Etimológicamente es idéntica con el sánscrito deva, por la cual es traducida en la versión Neriosengh del Avesta. Pero mientras que el devas de la teología india son dioses buenos y generosos, los daevas del Avesta son odiosos espíritus del mal. (Vea también DEMONOLOGÍA)
Fuente: Kent, William. «Demons.» The Catholic Encyclopedia. Vol. 4. New York: Robert Appleton Company, 1908. 19 Dec. 2012
http://www.newadvent.org/cathen/04710a.htm
Traducido por Alonso Teullet. lhm
Enlaces internos
[1] P. Fortea responde al P. Amorth: Si hay satanismo en el Vaticano tiene que probarlo
[2] El P. Gabriele Amorth, famoso exorcista, reflexiona sobre la nueva ola satánica.
[3] Ataques al Papa son sugeridos por el demonio, dice el P. Amorth, famoso exorcista.
[4] Famoso exorcista: «Al diablo le gusta adueñarse de los que ocupan cargos políticos»
Enlaces externos
[5] Sermones sobre el demonio.
[6] Padre Amorth.
[7] El humo de Satanás.
[8] Exorcismo comentado por el Padre Amorth.
[9] Padre Amorth más de 70,000 exorcismos.
[10] Fortea cuenta todo lo que sabe y ha experimentado con el demonio.
[11] “Si al Diablo no se le abre la puerta, no puede poseernos”.
Fuente: Enciclopedia Católica