La delicadeza es una actitud vigilante hacia los demás, una mirada transparente, una rapidez en observar signos de sufrimiento a nuestro alrededor, en entregarnos. La delicadeza es un trémulo sobresalto del corazón cada vez que faltamos al respeto, al cuidado que hay que tener con los demás. La delicadeza es, por ejemplo, cuando vamos en coche o en moto, pararnos antes de llegar al paso de cebra si un peatón quiere cruzar, y no dar vueltas a su alrededor como si fuera un bolo. La delicadeza es abstenerse de fumar cuando a los demás les molesta. Es saber tomar la distancia correcta de uno mismo y de los acontecimientos, para entender lo que objetivamente ocurre. Por tanto, la delicadeza es amor verdadero, tierno, desinteresado, precavido. La delicadeza es también lo que siente una madre hacia la criatura que se está formando en su vientre; es la actitud de un padre hacia un niño que juega en el patio de al lado; es la atención de un anfitrión cortés y solícito, pero no entrometido. La delicadeza es una cualidad humana necesaria y previa al camino espiritual. Cada uno encontrará, seguramente, en su ex periencia, la ayuda necesaria para entrar en este estado de gracia de la existencia en el que se pueden hacer cosas magníficas. Es el mismo estado de gracia del que habla Jesús cuando dice: Tú te sorprendes de estas cosas, pues has de ver —e incluso hacer— cosas mucho mayores.
Carlo María Martini, Diccionario Espiritual, PPC, Madrid, 1997
Fuente: Diccionario Espiritual