DANIEL, LIBRO DE

Aunque aparece como el último de los profetas mayores en la Biblia en español, este libro aparece en el AT heb. (que consiste en la Ley, los Profetas y los Escritos) como uno de los Escritos. Porque aunque Cristo habló de la función de Daniel como profética (Mat 24:15), su posición era la de oficial gubernamental y escritor inspirado en vez de profeta ministrante (Act 2:29-30).

La primera mitad del libro (capí­tulos 1—6) consiste de seis narraciones sobre la vida de Daniel y de sus amigos: su educación (605—602 a. de J.C.), la revelación del sueño-imagen de Nabucodonosor por Daniel, la predicción de la locura de Nabucodonosor por Daniel, su interpretación de la escritura en la pared (539, la caí­da de Babilonia) y su prueba en el foso de los leones (comparar también Ver DANIEL; Ver SADRAC). La segunda mitad consiste de cuatro visiones apocalí­pticas que predicen el curso de la historia mundial.

Daniel 7 presenta el surgimiento de cuatro bestias: un león, un oso, un leopardo y un monstruo con dientes de hierro, explicados como representaciones de cuatro reyes sucesivos (o reinos, Dan 7:23). Se piensa que estos reinos representan respectivamente a Babilonia, Persia, Grecia y Roma. La visión además describe la desintegración de Roma en una distribución del poder en diez partes (Dan 2:42; Dan 7:24; Rev 17:12, Rev 17:16), el surgimiento final del anticristo durante un perí­odo indefinido de tiempos (Dan 7:8, Dan 7:25) y su destrucción cuando venga alguien como un Hijo del Hombre con las nubes del cielo (Dan 7:13). La mayorí­a de los estudiosos entienden que esta imagen es la del Mesí­as porque Cristo mismo se aplicó esta imagen a sí­ mismo (Mat 24:30), aunque algunos entienden que simboliza a los santos del Altí­simo (Dan 7:18, Dan 7:22). La profecí­a de las 70 semanas en 9:20-27 ha recibido diversas interpretaciones.

Dan 2:4b-Dan 7:28 está compuesto en el idioma internacional (arameo); el resto está en heb. Hay referencias al libro en el NT (Mat 24:15; Heb 11:33-34). El libro fue diseñado para inspirar a los judí­os exiliados con confianza en el Altí­simo (Dan 4:34-37).

Fuente: Diccionario Bíblico Mundo Hispano

Este libro ha sido quizá el más discutido de los que componen el canon del AT. Aunque era considerado como sagrado o †œcanónico† por los judí­os, desde el Siglo II d.C. comenzó una serie de crí­ticas en su contra cuando Porfirio, filósofo neoplatonista que escribió varios libros en contra de los cristianos, negó la fecha tradicionalmente atribuida al libro (Siglo VI a.C.) y alegó que debió haber sido escrito en tiempos de los macabeos, esto es, en los alrededores del siglo II a.C. Las razones para esta crí­tica residen, precisamente, en el admirable carácter profético de D. Para buscar una explicación racional a la forma exacta en que describe acontecimientos que en el momento de escribirse eran muy futuros, muchos quieren pensar que el texto fue compuesto †œdespués† de consumados los hechos, considerándolo, por lo tanto, un libro de relatos, no de profecí­a.

Todos los esfuerzos que se hacen para desacreditar al libro de D. tienen el propósito de negar la realidad de la profecí­a bí­blica. Con este fin se le han hecho, antigua y modernamente, diversas crí­ticas que incluyen observaciones de tipo lingüí­stico y supuestos errores históricos. Sin embargo, el desarrollo de la lingüí­stica y las investigaciones históricas más recientes, especialmente de la arqueologí­a, han venido a refutar esas crí­ticas. Para poner un solo ejemplo, baste señalar que en †¢Qumrán se encontraron porciones de D. a las cuales se aplicó la famosa prueba del carbono 14, y se determinó que esos manuscritos habí­an sido hechos antes del siglo III a.C. Si ya para esa fecha era considerado sagrado por los judí­os, no hay otra conclusión que no sea entender que para entonces (Siglo III a.C.) era muy antiguo. De manera que estos descubrimientos †œcriticaron la crí­tica†, y quedó vindicada la tradición judí­a y cristiana que acepta a D. como un libro inspirado, sagrado y sobrenaturalmente profético.
no era necesario esperar por esas recientes confirmaciones en favor del libro de D. El Señor Jesús aludió de manera directa a este libro, diciendo: †œPor tanto, cuando veáis en el lugar santo la abominación desoladora de que habló el profeta D. … entonces los que estén en Judea, huyan a los montes† (Mat 24:15-16; Mar 13:14). Además, utilizó de manera repetida, aludiendo a él mismo, el apelativo de †œHijo del Hombre† (Mat 8:20; Mat 12:8; Mar 2:10; Mar 8:31; Luc 6:5; Luc 17:22; Jua 1:51; Jua 12:23). Este tí­tulo se menciona primeramente en Dan 7:13-14 (†œHe aquí­ con las nubes del cielo vení­a uno como un hijo de hombre…. Y le fue dado dominio, gloria y reino, para que todos los pueblos, naciones y lenguas le sirvieran; su dominio es dominio eterno, que nunca pasarᆝ). El uso del libro de D. por parte del Señor Jesús es la mejor prueba de su autoridad sagrada.
cuanto a la autorí­a del libro, aunque éste no lo dice especí­ficamente, todo apunta hacia aquel a quien el Señor Jesús llamó el †œprofeta D.†, quien lo escribirí­a en el siglo VI a.C., y llegarí­a hasta nosotros después de ser copiado innumerables veces a través del tiempo. El libro tiene por propósito principal dar testimonio de que Dios controla los acontecimientos de la historia. Los movimientos de las naciones, su poderí­o y aparente victoria, comparada con las desgracias de Israel, debí­an ser vistas desde esa perspectiva, pero sabiendo que Dios no desampararí­a a su pueblo. El libro trae consuelo a los judí­os explicándoles que su exilio no serí­a para siempre y que vendrí­a el momento cuando retornarí­an a Sion. Más aun: que la esperanza de Israel se centraba en la venida de un Mesí­as. Los lectores debí­an entonces dirigir sus ojos, no tanto hacia la aparente preponderancia del mal y las naciones, sino hacia el retorno a su tierra y al Ungido, el Hijo del Hombre.
primeros seis capí­tulos de D. incluyen el relato histórico de los acontecimientos en los cuales se vieron envueltos el joven exiliado y sus amigos en la corte de Nabucodonosor ( †¢Daniel. †¢Sadrac). Entre ellos se destacan las interpretaciones que dio D. a dos sueños que tuvo Nabucodonosor. A partir del capí­tulo 7, quien sueña es D. mismo, quien inquiere y recibe †œla interpretación de las cosas† (Dan 7:16). Desde el punto de vista de los sueños y revelaciones descritos en D., se puede hacer el siguiente resumen:

El sueño de la imagen de Nabucodonosor (Dan 2:31-45). Su interpretación revela una especie de sinopsis histórica de los tiempos comprendidos entre el reino babilónico y la implantación del reinado del Mesí­as. Las diferentes caracterí­sticas de la imagen son generalmente interpretadas como aplicables a la sucesión de reinos o imperios babilónico, medo-persa, griego, y romano. Pero las diferencias de opinión son muchas cuando se trata de interpretar el †œcalendario† de los eventos que conducen a la destrucción de la imagen por parte de la piedra no cortada con mano y el establecimiento del reino de Cristo. Esas diferencias dependen mayormente de la posición milenarista o amilenarista que se adopte.

El sueño del árbol cortado de Nabucodonosor (Dan 4:10-37). El rey ve un gran árbol que es cortado, aunque se deja en tierra su raí­z. D. declara que vendrí­a una locura temporal a Nabucodonosor. Esto le acontece cuando se jacta de haber logrado con su brazo las grandes obras de Babilonia. Después de un tiempo de trastorno mental, el rey se recupera y alaba a Dios.

La visión de †¢Belsasar (Dan 5:1-31). Profanando los vasos del †¢templo de Jerusalén, Belsasar estaba festejando con ellos cuando vio unos dedos de mano de hombre que escribí­an sobre la pared: †œMene, Mene, Tekel, Uparsin†. D. interpreta esto diciendo que Dios habí­a hecho una evaluación del reino de Belsasar, lo habí­a †œhallado falto† y que los medos y los persas lo tomarí­an. Así­ sucedió, en efecto.

Visión de las cuatro bestias (Dan 7:1-28). Estas bestias surgen del mar y tienen caracterí­sticas muy feroces (león, oso, leopardo, etcétera) La cuarta bestia, con muchos cuernos, quitó †œa las otras bestias su dominio†. Vino †œuno como hijo de hombre†, a quien el Anciano de dí­as le dio †œdominio, gloria y reino†. La interpretación que recibe D. es paralela a la descripción de los reinos que figura en la visión de la imagen vista por Nabucodonosor.

Visión del carnero y el macho cabrí­o (Dan 8:1-27). Describe la lucha entre estos dos animales, uno que representaba al imperio persa y el otro al imperio griego, pelea de la cual sale victorioso el segundo. Pero el cuerno de éste es quebrado cuando estaba †œen su mayor fuerza† y en su lugar salen cuatro cuernos. Uno de ellos actúa contra †œla tierra gloriosa†, quita †œel continuo sacrificio† y profana el santuario. Gabriel es quien da la interpretación. Es casi unánime la opinión de que se trata de una referencia a la lucha de Darí­o y Alejandro Magno, la victoria de éste, su muerte y la repartición final de su imperio en cuatro reinos encabezados por sus generales. La exactitud de esta predicción es una de las cosas que tientan a los incrédulos para decir que D. fue escrito después de estos acontecimientos.

Visión de las setenta semanas (Dan 9:1-27). El hombre de Dios, haciendo ayuno y oración, confiesa los pecados del pueblo y los propios, queriendo saber sobre el futuro de su pueblo y de Jerusalén. Gabriel le habla de un perí­odo de setenta semanas en el cual: a) se terminarí­a la prevaricación; b) se pondrí­a fin al pecado; c) se expiarí­a la iniquidad; d) se traerí­a la justicia perdurable; e) se sellarí­a la visión y la profecí­a; f) se ungirí­a al santo de los santos (Dan 9:24). También menciona que †œdesde la salida de la orden para restaurar y edificar a Jerusalén hasta el Mesí­as Prí­ncipe, habrá siete semanas†. Asimismo que †œdespués de las sesenta y dos semanas se quitará la vida al Mesí­as† (Dan 9:25-26). Se ha discutido mucho esta visión, pero la mayorí­a entiende que Dios complació a D. dándole una idea de lo que acontecerí­a con su pueblo, con su ciudad santa y con el Ungido que vendrí­a. Las opiniones e interpretaciones difieren en cuanto al calendario y las fechas de los acontecimientos, no en cuanto a su esencia. De nuevo influye en esto mucho el punto de vista (milenarista o amilenarista) que se adopte. A pesar de todo eso, resalta la singularidad de la profecí­a que habla de la muerte del Mesí­as.

Visión del varón con semejanza de hijo de hombre (Dan 10:1-21; Dan 11:1-45). Muchos consideran que este varón es una †¢teofaní­a. Otros dicen que no, porque él mismo dice que necesitó de la ayuda de †¢Miguel en su lucha contra el prí­ncipe del reino de Persia. De todos modos, se habla de una lucha en el mundo de los espí­ritus que tiene lugar en relación con los eventos históricos. De nuevo se habla a D. de la lucha de los persas contra los griegos, de la victoria de estos últimos y de su división en cuatro reinos. También se describen las luchas que se darí­an entre varios de esos reinos, las cuales afectarí­an al pueblo de Israel. La mayorí­a ve en esto alusiones muy claras a las dinastí­as de los Ptolomeos (†œrey del S† -Egipto) y los Seléucidas (†œrey del N† -Siria). Se menciona la aparición de un †œhombre despreciable†, que obtiene grandes victorias, cuyo corazón será †œcontra el santo pacto†, que †œdel Dios de sus padres no hará caso, ni del amor de las mujeres†. Este personaje es identificado universalmente con el †¢anticristo mencionado en el NT (Mat 24:4-5; Mar 13:21-22; 1Jn 2:18; 2Te 2:3-4; Apo 13:11-18).

El final de la historia (Dan 12:1-13). Se le dice a D. que la historia llegará a una culminación, en la cual se incluye un †œtiempo de angustia, cual nunca fue desde que hubo gente hasta entonces†, seguido por la liberación del pueblo de Israel, †œtodos los que se hallen escritos en el libro†. Luego la resurrección de buenos y malos. Los primeros †œpara vida eterna† y los segundos †œpara vergüenza y confusión perpetua†.
interpretación del libro de D., en general, es causa de muchas discusiones, agravadas por la posibilidad de que algunas de sus profecí­as puedan ser catalogadas como de doble referencia. Pero, por encima de las diferencias de opinión, aun los puntos en que todos coinciden son ejemplos admirables de la inspiración de las Escrituras, †œla palabra profética más segura, a la cual hacéis bien en estar atentos como a una antorcha que alumbra en lugar oscuro, hasta que el dí­a esclarezca y el lucero de la mañana salga en vuestros corazones† (2Pe 1:19).

Fuente: Diccionario de la Biblia Cristiano

Libro profético que en las Biblias en español por lo general aparece entre los profetas mayores, después de Ezequiel. Este es el orden que se sigue en la Versión de los Setenta griega y en la Vulgata latina. En el canon hebreo, Daniel está colocado en los †œEscritos† o †œHagiógrafos†.

Escritor. El propio libro constata que fue Daniel el escritor, pues dice: †œEn el primer año de Belsasar el rey de Babilonia, Daniel mismo contempló un sueño y visiones de su cabeza sobre su cama. En aquel tiempo puso por escrito el sueño mismo. La narración completa de los asuntos informó†. (Da 7:1.) Además, el que los capí­tulos 7 al 12 estén escritos en primera persona parece confirmar esta conclusión.
Los capí­tulos 1 al 6 están escritos en tercera persona, pero esto no quiere decir que Daniel no haya sido el escritor. En este caso, se puso en el lugar de un observador que relataba lo que estaba sucediéndole a él mismo y a otros. Otro escritor bí­blico, Jeremí­as, hizo lo mismo con cierta frecuencia (véanse Jer 20:1-6; 21:1-3 y caps. 26 y 36): aparte de escribir en tercera persona, también escribió en primera persona. (Jer 1, 13, 15, 18; véase DANIEL núm. 2.)

Cuándo y dónde se escribió. El marco del libro es Babilonia, excepto en una de las visiones, que se sitúa en Susa, junto al rí­o Ulai. No se puede precisar si Daniel estaba en realidad en Susa o si tan solo era una visión. El libro abarca el perí­odo que va de 618 a 536 a. E.C. aproximadamente, y es en esta última fecha cuando se terminó la escritura del mismo. (Da 8:1, 2.)

Autenticidad. Algunos crí­ticos que dudan de la autenticidad de Daniel adoptan la posición de Porfirio, un filósofo pagano del siglo III enemigo del cristianismo, quien argumentó que el libro de Daniel era una falsificación realizada por un judí­o palestino del tiempo de Antí­oco Epí­fanes. Según su teorí­a, este falsificador tomó acontecimientos del pasado y los presentó como si fuesen profecí­as. Sin embargo, no se vuelve a poner seriamente en duda la autenticidad del libro de Daniel hasta la primera parte del siglo XVIII. De todos modos, el hecho de que el propio Jesucristo aceptase la profecí­a de Daniel es una prueba de su autenticidad, más significativa que los comentarios de Porfirio. (Mt 24:15; Da 11:31.)

Aspecto histórico. En las cuevas del mar Muerto se han encontrado varios manuscritos que contení­an partes del libro de Daniel. El más antiguo data de la primera mitad del siglo I a. E.C. Para ese entonces se aceptaba el libro de Daniel como parte de las Escrituras y era muy conocido entre los judí­os, que ya habí­an hecho muchas copias. El escritor del libro apócrifo, aunque histórico, de Primero de Macabeos (2:59, 60) apoya el hecho de que en aquella época este libro se reconocí­a como canónico, pues hizo referencia a la liberación de Daniel del foso de los leones y a la de los tres hebreos del horno ardiente.
Además, tenemos el testimonio del historiador judí­o Josefo, quien declara que a Alejandro Magno se le mostraron las profecí­as de Daniel cuando entró en Jerusalén. Esto ocurrió alrededor de 332 a. E.C., más de ciento cincuenta años antes del perí­odo macabeo. Josefo dice de este suceso: †œLe enseñaron el libro de Daniel, en el cual se anuncia que el imperio de los griegos destruirá al de los persas; creyendo que se referí­a a él†. (Antigüedades Judí­as, libro XI, cap. VIII, sec. 5.) La historia también registra que Alejandro otorgó grandes favores a los judí­os, y se cree que esto fue debido a lo que Daniel dijo de él en su profecí­a.

Idioma. Las porciones de Daniel 1:1 a 2:4a y 8:1 a 12:13 fueron escritas en hebreo, mientras que la de Daniel 2:4b a 7:28 fue escrita en arameo. Con relación al vocabulario de la porción aramea de Daniel, la obra The International Standard Bible Encyclopedia (vol. 1, pág. 860) dice: †œCuando se examina el vocabulario arameo de Daniel, un 90% del mismo se puede comprobar en el acto contrastándolo con inscripciones semí­ticas occidentales o papiros del siglo V a. E.C. o anteriores. El porcentaje restante se ha encontrado en el arameo nabateo o el de Palmira, que es posterior al siglo V a. E.C. Si bien es posible decir, desde un punto de vista teórico, que este pequeño porcentaje debió originarse después del siglo V, es igualmente posible afirmar que si ya en el siglo V aparece en forma escrita, es porque estaba en uso en la lengua hablada. Sin embargo, la explicación que con gran diferencia parece más probable es la de que hoy carecemos del conocimiento necesario sobre la evolución lingüí­stica de aquella época, carencia que, esperamos, el tiempo nos permitirá subsanar† (edición de G. Bromiley, 1979).
Hay en el libro de Daniel algunas palabras que se supone que son persas, pero esto no es extraño en vista de los tratos frecuentes que tení­an los judí­os con los babilonios, los medos, los persas y gente de otras naciones. Además, la mayorí­a de los términos extranjeros usados por Daniel son nombres de oficiales, artí­culos de vestir, términos legales y expresiones similares para las que en el hebreo o en el arameo de aquel tiempo al parecer no habí­a voces correspondientes. Daniel escribí­a para su pueblo, que en su mayor parte estaba en Babilonia, pero en aquel entonces otros muchos israelitas estaban esparcidos por otros lugares. Por lo tanto, escribió en un lenguaje que todos entendieran.

Aspecto doctrinal. Hay crí­ticos que cuestionan la autorí­a de Daniel debido a su alusión a la resurrección. (Da 12:13.) Alegan que esta doctrina o bien se desarrolló más tarde o bien se tomó de una creencia pagana. Sin embargo, su alusión a la resurrección concuerda con el resto de las Escrituras Hebreas, en las que se hallan afirmaciones de fe en la resurrección. (Job 14:13, 15; Sl 16:10.) También hay en ellas relatos de resurrecciones. (1Re 17:21, 22; 2Re 4:22-37; 13:20, 21.) Por otra parte, una autoridad como el apóstol Pablo dijo que Abrahán tení­a fe en que los muertos se levantarí­an (Heb 11:17-19) y que otros fieles siervos de Dios de tiempos antiguos esperaban la resurrección. (Heb 11:13, 35-40; Ro 4:16, 17.) Jesús mismo declaró: †œPero el que los muertos son levantados, hasta Moisés lo expuso, en el relato acerca de la zarza, cuando llama a Jehová †˜el Dios de Abrahán y Dios de Isaac y Dios de Jacob†™†. (Lu 20:37.)
Los que afirman que el libro no es realmente profético, sino que se escribió después de que ocurrieron los acontecimientos, tendrí­an que atribuir su escritura a un perí­odo posterior a los dí­as del ministerio de Jesús en la Tierra, pues el capí­tulo 9 contiene una profecí­a concerniente a la aparición y sacrificio del Mesí­as. (Da 9:25-27.) Además, la profecí­a se proyecta hacia el futuro y relata la historia de los reinos que gobernarí­an hasta el mismo †œtiempo del fin†, cuando serí­an destruidos por el reino de Dios en las manos de su Mesí­as. (Da 7:9-14, 25-27; 2:44; 11:35, 40.)

Importancia del libro. El libro de Daniel es sobresaliente por los perí­odos de tiempo proféticos que registra: las sesenta y nueve semanas (de años) que pasan desde el decreto de reedificar Jerusalén hasta la venida del Mesí­as; los acontecimientos que ocurrirí­an dentro de la septuagésima semana y la destrucción de Jerusalén que seguirí­a poco después (Da 9:24-27); los †œsiete tiempos†, a los que Jesús llamó †œlos tiempos señalados de las naciones† y que, según indicó, todaví­a estaban en curso cuando él estuvo en la Tierra, ya que su conclusión habrí­a de llegar mucho tiempo después (Da 4:25; Lu 21:24); los perí­odos de 1.290, 1.335 y 2.300 dí­as, y, por último, el perí­odo que corresponde a †œun tiempo señalado, tiempos señalados y medio†. El significado de todos estos perí­odos proféticos es esencial a fin de obtener un buen entendimiento de la relación de Dios con su pueblo. (Da 12:7, 11, 12; 8:14; véanse SETENTA SEMANAS; TIEMPOS SEí‘ALADOS DE LAS NACIONES.)
Daniel también dio detalles proféticos relacionados con la subida y caí­da de las potencias mundiales, desde el tiempo de la antigua Babilonia hasta el mismo momento en el que el reino de Dios las borre para siempre de la existencia. Sus profecí­as centran la atención en el reino de Dios, cuya dirección El ha encomendado a su rey nombrado y a los que con él están, los †œsantos del Supremo†. Este será un Reino que perdurará y resultará en la bendición de todo el que sirve a Dios. (Da 2:44; 7:13, 14, 27.)
La interpretación inspirada que el ángel dio de la profecí­a que tiene que ver con las bestias, interpretación según la cual estas representan potencias mundiales (Da 7:3-7, 17, 23; 8:20, 21), es de gran ayuda en la comprensión del simbolismo de las bestias de Revelación. (Rev 13:1-18; véase BESTIAS SIMBí“LICAS.)
El registro de Daniel relativo a la liberación de sus tres compañeros del horno ardiente por rehusar arrodillarse ante la gran imagen de oro de Nabucodonosor (Da 3) es una muestra del derecho de los adoradores de Jehová a darle devoción exclusiva, en el transcurso del dominio de la primera potencia mundial durante los †œtiempos de los gentiles†. Este registro también ayuda a los cristianos a discernir que su sujeción a las autoridades superiores es, como se menciona en Romanos 13:1, una sujeción relativa, lo que está en armoní­a con la postura de los apóstoles registrada en Hechos 4:19, 20 y 5:29. De igual manera, fortalece a los cristianos en su posición de neutralidad en cuanto a los asuntos de las naciones, y muestra que su actitud puede crearles dificultades, pero que tanto si Dios los libra en ese momento como si permite que mueran debido a su integridad, el cristiano adorará y servirá únicamente a Jehová Dios. (Da 3:16-18.)

[Recuadro en la página 628]

PUNTOS SOBRESALIENTES DE DANIEL
Profecí­as sobre la subida y caí­da de las potencias mundiales: desde Babilonia hasta el tiempo en que el reino de Dios las destruya y asuma el gobierno mundial
Escrito por Daniel, que estuvo en Babilonia desde 617 a. E.C. hasta después de 537 a. E.C., año en el que el pueblo judí­o regresó a Jerusalén después de un largo cautiverio

Daniel y sus tres compañeros demuestran lealtad a Jehová durante el exilio babilonio
Se abstienen del vino y de los manjares de la mesa de Nabucodonosor mientras se les prepara para servir en su corte; Dios los bendice con conocimiento y perspicacia (1:1-21)
Sadrac, Mesac y Abednego se niegan a adorar la gran imagen de Nabucodonosor; con entereza, afirman ante el airado rey que no adorarán a sus dioses; el rey hace que se les ate y arroje a un horno ardiente; un ángel los protege para que no sufran daño (3:1-30)
Impulsados por la envidia, ciertos funcionarios conspiran contra Daniel; a pesar de un edicto que prohibí­a orar a otros dioses, Daniel sigue orándole a Dios sin esconderse; se le arroja a un foso de leones; un ángel lo protege (6:1-28)

Sueños y visiones proféticos remiten al reino de Dios en manos de su Mesí­as
Una piedra cortada de una montaña sin intervención humana tritura una imagen inmensa que representa a las potencias mundiales que se suceden desde Babilonia en adelante; trituradas las potencias, son reemplazadas por el reino de Dios (2:1-49)
Se tala un árbol gigantesco; se ata el tronco por siete tiempos; su primer cumplimiento ocurre cuando el rey sufre una enajenación mental y vive como una bestia por siete años; al fin de ese perí­odo recobra el juicio y reconoce que el Altí­simo gobierna sobre toda la humanidad y da el gobierno a quien él escoge (4:1-37)
Mientras Belsasar profana los vasos del templo de Jehová para brindar por sus dioses, aparece una escritura en la pared; llaman a Daniel, quien sin temor reprende al rey, explica la escritura y le anuncia que su reino será dado a los medos y a los persas (5:1-31)
Se representa la marcha de las potencias mundiales con las figuras de un león, un oso, un leopardo, una bestia espantosa con diez cuernos y un cuerno pequeño que sale de la cabeza de esta última; luego, el Anciano de Dí­as entrega la gobernación sobre todos los pueblos a alguien semejante a un hijo del hombre (7:1-28)
Un carnero, un macho cabrí­o y un cuerno pequeño representan a las potencias mundiales que suceden a Babilonia; el cuerno pequeño desafí­a al Prí­ncipe del ejército de los cielos, pero es quebrado sin que medie mano (8:1-27)
Setenta semanas (de años); después de 7 + 62 semanas aparece el Mesí­as y luego es cortado; el pacto (abrahámico) permanece vigente en beneficio de los judí­os solo por una semana (9:1-27)
Lucha entre el rey del norte y el rey del sur; Miguel se pone de pie como libertador; acontecimientos posteriores (10:1–12:13)

Fuente: Diccionario de la Biblia

I. Bosquejo de su contenido

Los cap(s). 1–6 son mayormente históricos en su contenido, y en ellos Daniel habla de sí mismo en tercera persona. El cap(s). 1 narra la forma en que fue llevado cautivo de Judá a Babilonia y su subsiguiente ascenso al poder. En los cinco capítulos siguientes aparece sirviendo como primer ministro e intérprete de sueños para varios reyes gentiles. Las visiones de los cap(s). 2, 4, y 5 se conceden a los reyes babilónicos Nabucodonosor y Belsasar, y revelan el destino de los reyes y los reinos gentiles. Al final del cap(s). 5 se menciona brevemente la captura de Babilonia por Darío el medo. A esto sigue el relato de la creciente influencia de Daniel, y la conspiración contra su vida. Esta sección histórica concluye con su milagrosa liberación, y una breve observación en el sentido de que “prosperó durante el reinado de Darío y en el reinado de Ciro el persa”.

En los cap(s). 7–12 el contexto histórico se pierde de vista en buena medida, ya que Daniel mísmo, hablando ahora en primera persona, se constituye en receptor de visiones que destacan el destino de Israel en relación con los reinos gentiles.

II. Paternidad literaria y fecha

La crítica moderna rechaza en forma prácticamente unánime este libro como documento del ss. VI a.C. escrito por Daniel, a pesar del testimonio del libro mismo y de la declaración de nuestro Señor de que la “abominación desoladora” es algo de lo cual “habló el profeta Daniel” (Mt. 24.15). Los críticos sostienen que fue compilado por un autor desconocido alrededor del año 165 a.C., porque contiene profecías acerca de reyes y guerras posbabilónicos que supuestamente se hacen cada vez más precisos a medida que se aproximan a dicha fecha (11.2–35). Además, se sostiene que fue escrito con el propósito de alentar a los judíos que se mantenían fieles en su lucha contra Antíoco Epífanes (cf. 1 Mac. 2.59–60) y que fue entusiastamente recibido por ellos como genuino y auténtico, e inmediatamente incorporado al canon hebreo.

Aparte de sus inferencias dudosas en cuanto a la profecía predictiva, este enfoque crítico debe ser rechazado por las siguientes razones.

1. La suposición de que el autor colocó a Darío I antes de Ciro e hizo que Jerjes apareciese como padre de Dario I (cf. 6.28; 9.1) ignora el hecho de que Daniel se está refiriendo a Darío el medo, que fue gobernador durante el gobierno de Ciro, y cuyo padre tenía el mismo nombre que el rey persa posterior. Los críticos no discuten el hecho de que el autor era un judío extremadamente brillante (cf. R. H. Pfeiffer, IOT, 1948, pp. 776). Pero ningún judío inteligente del ss. II a.C. hubiera cometido errores históricos de la magnitud de los que suponen los críticos, teniendo ante sí las declaraciones de Esd. 4.5–6, especialmente en razón de que coloca a Jerjes como cuarto rey después de Ciro en Dn. 11.2 (cf. A. A. Bevan, A Short Commentay on the Book of Daniel, 1892, pp. 109).

2. Si este libro estuviera tan plagado de errores históricos garrafales como aducen los críticos (cf. H. H. Rowley, Darius the Mede and the Four World Empires of the Book of Daniel, 1935, pp. 54–60), los judíos del período de los Macabeos nunca lo hubieran aceptado como canónico. Los palestinos cultos de aquella época tenían acceso a los escritos de Herodoto, Ctesias, Beroso, Menandro, y otros historiadores antiguos cuyas obras han desaparecido mucho tiempo ha, y estaban muy al corriente de los nombres de Ciro y sus sucesores al trono de Persia, pero ninguno de ellos encontró error histórico alguno en el libro de Daniel, aunque sí rechazaron obras tales como 1 Macabeos como indignas de figurar en el canon (cf. R. D. Wilson, Studies in the Book of Daniel, 1917, pp. 149).

3. El descubrimiento de fragmentos de manuscritos del libro de Daniel en la caverna 1 y la caverna 4 del uadi Qumrán que muestran los puntos de transición hebreo-arameo y arameo-hebreo en el texto ha despertado serias dudas en cuanto a la necesidad de postular una fecha macabea para el libro (cf. W. S. LaSor, Amazing Dead Sea Scrolls, 1956, pp. 42–44).

4. El autor evidencia poseer un conocimiento más exacto de la histona neobabilónica y persa (del período aqueménida primitivo) que ningún otro historiador conocido desde el ss. VI a.C. En cuanto a Dn. 4, Robert H. Pfeiffer escribió: “Es de presumir que nunca hemos de saber cómo llegó al conocimiento de nuestro autor el que la nueva Babilonia fue creación de Nabucodonosor (4.30), como lo han demostrado las excavaciones” (op. cit., pp. 758). Referente a Dn. 5, la descripción de Belsasar como co-rey de Babilonia bajo Nabonido ha sido brillantemente vindicada por los descubrimientos arqueológicos (cf. R. P. Dougherty, Nabonidus and Belshazzar, 1929; y J. Finegan, Light from the Ancient Past², 1959, pp. 228). Con respecto a Dn. 6, estudios recientes han demostrado que Darío de Media corresponde de manera extraordinaria a lo que se conoce por la Crónica de Nabonido y numerosos documentos cuneiformes contemporáneos de Gubaru, a quien Ciro designó “gobernador de Babilonia y la región allende el río”. No es posible seguir atribuyendo al autor el falso concepto de un reino medo independiente entre la caída de Babilonia y el ascenso de Ciro (cf. J. C. Whitcomb, Darius the Mede, 1959. Para un enfoque alternativo, véase tamb. * Darío). Por otra parte, el autor tenía el conocimiento necesario de las costumbres del ss. VI a.C. como para saber que Nabucodonosor podía promulgar y modificar las leyes de Babilonia con una soberanía absoluta (Dn. 2.12–13, 46), y al mismo tiempo describir a Darío el medo como imposibilitado de modificar las leyes de los medos y los persas (6.8–9). Además, representó con exactitud la modificación del castigo por fuego bajo el dominio babilónico (Dn. 3) por el del foso de los leones bajo los persas (Dn. 6), ya que el fuego era sagrado para los adoradores de Zoroastro (cf. A. T. Olmstead, The History of the Persian Empire, 1948, pp. 473).

Sobre la base de una cuidadosa comparación de las pruebas documentales cuneiformes relativas a Belsasar con las declaraciones de Dn. 5, R. P. Dougherty llegó a la conclusión de que “la opinión de que el quinto capítulo de Daniel tuvo su origen en la época de los Macabeos está desacreditada” (op. cit., pp. 200). Pero, además, debe llegarse a la misma conclusión con respecto a los capítulos 4 y 6 de Daniel, como hemos señalado anteriormente. En consecuencia, desde que los críticos casi unánimamente admiten que el libro de Daniel es obra de un solo autor (cf. R. H. Pfeiffer, op. cit., pp. 761–762), podemos afirmar sin temor que el mismo no pudo en manera alguna haber sido escrito tan tardíamente, como lo sería la era de los Macabeos.

Finalmente, debemos afirmar que los argumentos clásicos a favor de una fecha en el ss. II a.C. no pueden admitirse. El hecho de que este libro fue ubicado en la tercera sección del canon hebreo (los Escritos), y no en la segunda (los Profetas), en el ss. IV d.C. en el Talmud bab. no es un factor determinante; porque 200 años antes Josefo colocó a Daniel entre los profetas (Contra Apión 1.8). R. L. Harris demuestra también que la teoría popular de la canonización en tres etapas “ya no puede sostenerse” (Inspiration and Canonicity of the Bible, 1969, pp. 148).

Además, el hecho de que Ben-Sirá, autor de Eclesiástico (180 a.C.), no mencione a Daniel entre los hombres famosos del pasado por cierto que no demuestra que no tenía ningún conocimiento de Daniel. Esto es evidente desde el momento que tampoco mencionó a Job o a los jueces (con excepción de Samuel), ni a Asa’, Josafat, Mardoqueo, o Esdras (Ecl. 44–49).

La presencia de los tres nombres gr. para instrumentos musicales (traducidos “arpa”, “zampoña”, y “salterio” en Dn. 3.5, 10), otro de los argumentos en defensa de una fecha tardía, ya no constituye un problema serio, porque se ha comprobado que la cultura de Grecia había invadido el Cercano Oriente mucho antes de la época de Nabucodonosor (cf.W. F. Albright, From Stone Age to Christianity², 1957, pp. 337; trad. cast. De la edad de piedra al cristianismo, 1962; E. M. Yamauchi en J. B. Payne (eds.), New Perspectives in the OT, 1970, pp. 170–200). Las palabras persas adoptadas para uso técnico son también compatibles con una fecha temprana. El nombre Daniel en arameo (2.4b–7.28) es muy parecido al de Esdras (4.7–6.18; 7.12–26) y los papiros elefantinos del ss. V a.C. (cf. G. L. Archer en J. B. Payne (eds.), New Perspectives in the OT, 1970, pp. 160–169), mientras que en hebreo se asemeja al de Ezequiel, Hageo, Esdras, y Crónicas más que al de Eclesiástico (180 a.C.; rf. G. L. Archer en J. H. Skilton (eds.), The Law and the Prophets, 1974, pp. 470–481).

III. Las profecías de Daniel

Este importante libro apocalíptico provee la estructura básica para la historia judía y gentil desde los tiempos de Nabucodonosor hasta el segundo advenimiento de Cristo. Es esencial la comprensión de sus profecías para una interpretación adecuada del discurso de Cristo en el monte de los Olivos (Mt. 24–25; Lc. 21), de la doctrina paulina del hombre de pecado (2 Ts. 2), y el libro de Apocalipsis. El libro de Daniel reviste, a la vez, gran importancia teológica en razón de sus doctrinas sobre los ángeles y la resurrección.

Entre los que adoptan el enfoque conservador en cuanto a la fecha y la paternidad literaria de Daniel existen dos escuelas principales de pensamiento con respecto a la interpretación de las profecías que contiene. Por un lado, algunos comentaristas interpretan las profecías de Daniel respecto a la gran imagen (2.31–49), las cuatro bestias (7.2–27), y las setenta semanas (9.24–27), con culminación en la primera venida de Cristo y los acontecimientos relacionados con ella, porque encuentran en la iglesia la nueva Israel, el cumplimiento de las promesas de Dios para los judíos, la antigua Israel. En consecuencia, la piedra que hiere a la imagen (2.34–35) señala la primera venida de Cristo y el subsiguiente crecimiento de la iglesia. Los diez cuernos de la cuarta bestia (7.24) no representan necesariamente reyes contemporáneos; el cuerno pequeño (8.9) no representa necesariamente a un ser humano; y la frase “tiempo, y tiempos, y medio tiempo” (7.25) ha de interpretarse simbólicamente. De la misma manera, las “setenta semanas” (9.24) son simbólicas; dicho período simbólico termina con la ascensión de Cristo, habiendo completado las seis metas propuestas (9.24). Es la muerte del Mesías lo que motiva la cesación de los sacrificios y ofrendas de los judíos, y “el desolador” (9.27) se refiere a la posterior destrucción de Jerusalén por Tito.

Sin embargo, otros comentaristas (incluido el autor) interpretan que estas profecías culminan en el segundo advenimiento de Cristo, cuando la nación de Israel nuevamente ocupa un lugar prominente en las relaciones de Dios con la raza humana. Por consiguiente, la gran imagen de Dn. 2 representa “los reinos del mundo” dominados por Satanás (Ap. 11.15) en la forma de Babilonia, Medopersia, Grecia, y Roma, continuando esta última, de una forma u otra, hasta el final de la presente era. Este imperio inicuo termina finalmente en diez reyes contemporáneos (Dn. 2.41–44; cf. 7.24; Ap. 17.12), que son destruidos por Cristo en su segunda venida (2.45). Luego Cristo establece su reino sobre la tierra (cf. Mt. 6.10; Ap. 20.1–6), que se convierte en “un gran monte” que llena “toda la tierra” (2.35).

En Dn. 7 tenemos la descripción de las mismas cuatro monarquías como bestias salvajes, y la cuarta (Roma) produce diez cuernos que corresponden a los dedos de los pies de la imagen (7.7). Hay progreso, sin embargo, con relación al segundo capítulo, en el sentido de que el anticristo aparece ahora como un undécimo cuerno que derriba a tres de los otros diez reyes y persigue a los santos por “tiempo, y tiempos, y medio tiempo” (7.25). El que esta frase significa tres años y medio se puede comprobar comparando Ap. 12.14 con 12.6 y 13.5. La destrucción del anticristo, en quien se concentra finalmente el poder de las cuatro monarquías y los diez reyes (Ap. 13.1–2; 17.7–17; cf. Dn. 2.35), la lleva a cabo “uno como un hijo de hombre” (Dn. 7.13) que viene “en las nubes del cielo” (cf. Mt. 26.64; Ap. 19.11ss).

El “cuerno pequeño” de Dn. 8.9ss no se ha de tomar como el de 7.24ss (el anticristo), porque no surge de la cuarta monarquía sino de una división de la tercera. Históricamente, el cuerno pequeño de Dn. 8 es Antíoco Epífanes, el perseguidor seléucida de Israel (8.9–14). Proféticamente, desde el punto de vista personal del autor, este cuerno pequeño representa al rey escatológico del N que se opone al anticristo (8.17–26; cf. 11.40–45).

La profecía de las 70 semanas (9.24–27) se considera de crucial importancia para la escatología bíblica. El escritor piensa que las 70 semanas han de calcularse a partir del decreto de Artajerjes I para la reconstrucción de Jerusalén en el año 445 a.C. (Neh. 2.1–8) y que terminan con el establecimiento del reino milenial (9.24). Parece evidente que existe un claro o laguna que separa el final de la sexagésimo nona semana del principio de la septuagesima (9.26), pues Cristo colocó “la abominación desoladora” al final mismo de la era actual (Mt. 24.15 en contexto; cf. Dn. 9.27). Lagunas proféticas de esta naturaleza aparecen con cierta frecuenia en el AT (p. ej. Is. 61.2; cf. Lc. 4.16–21). Así, la septuagésima semana, según los premilenaristas dispensacionalistas, es un período de siete años inmediatamente anterior al segundo advenimiento de Cristo, en cuyo lapso el anticristo alcanza el dominio mundial y persigue a los santos.

En Dn. 11.2ss se preanuncia el surgimiento de cuatro reyes persas (de los que el cuarto es Jerjes); Alejandro Magno; y diversos reyes seléucidas y tolemaicos, que culminan con Antíoco Epífanes (11.21–32), cuyas atrocidades provocaron las guerras de los Macabeos (11.32b–35). Se considera que el vv. 35b proporciona la transición hacia los tiempos escatológicos. En primer lugar aparece el anticristo (11.36–39); y luego el último rey del N, quien, según algunos entendidos premilenaristas, ha de aplastar temporariamente tanto al anticristo como al rey del S antes de ser destruido sobrenaturalmente sobre las montañas de Israel (11.40–45; cf. Jl. 2.20; Ez. 39.4, 17). Mientras tanto, el anticristo se habrá recuperado del golpe fatal que recibió, para comenzar su período de dominio mundial (Dn. 11.44; cf. Ap. 13.3; 17.8).

La gran tribulación, que dura 3½ años (Dn. 7.25; cf. Mt. 24.21), se inicia con la victoria del arcángel Miguel sobre los ejércitos celestiales de Satán (Dn. 12.1; cf. Ap. 12.7ss), y termina con la resurrección corporal de los santos del período de la tribulación (Dn. 12.2–3; cf. Ap. 7.9–14). Aunque el período de la tribulación dura sólo 1.260 días (Ap. 12.6), parecen requerirse 30 días adicionales para la limpieza y la restauración del templo (Dn. 12.11), y otros 45 días antes de que se pueda disfrutar plenamente de las bendiciones del reino milenial (12.12).

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Fuente: Nuevo Diccionario Bíblico