DANIEL (LIBRO)

tip, LIBR ESCA CRIT LIAT

ver, CANON, ANTICRISTO, HIJO DEL HOMBRE, BELSASAR, DARíO

vet, En la LXX, así­ como en nuestras versiones españolas, figura después de Ezequiel, entre los profetas del AT, en tanto que en el canon hebreo se halla en la tercera división del canon, entre los Hagiógrafos (véase CANON). Daniel recibe el nombre de profeta (Mt. 24:15; Ant 10:15, 4, 6) y es además contado entre los mayores (Ant. 10:11, 7). Su vida difirió de la de los otros profetas en que él fue un funcionario estatal, ocupado en los asuntos públicos del reino de Babilonia. La mayor parte de su libro está en hebreo, pero un fragmento se halla en arameo, la lengua comercial y diplomática de su tiempo (cp. un fenómeno análogo en Esdras); este fragmento en arameo relata casi exclusivamente la vida de los judí­os en tierra extraña, las acciones de los reyes gentiles, y las profecí­as con respecto a los imperios gentiles; empieza en el cap. 2, a mitad del v. 4, y termina en el v. 28 del cap. 7. (a) Secciones: El libro de Daniel puede dividirse en 3 secciones: (A) Introducción: Daniel y sus 3 compañeros se preparan para su obra (Dn. 1). (B) En una corte extranjera, entre personas mayoritariamente paganas, Dios se sirve del testimonio de los 4 jóvenes para manifestar su omnipotencia, controlando los poderes de este mundo y la relación de ellos con el reino de Dios (Dn. 2-7). Esta sección está escrita en arameo. Incluye: el sueño que tuvo Nabucodonosor de una estatua hecha de cuatro materiales distintos y el relato de su destrucción (Dn. 2), la tentativa de matar a los 3 compañeros de Daniel y su liberación del horno de fuego ardiente (Dn. 3), el sueño de Nabucodonosor acerca del árbol talado que era una representación de él mismo (Dn. 4), la escritura sobre la pared durante el banquete de Belsasar (Dn. 5), el complot contra la vida de Daniel, y su liberación del foso de los leones (Dn. 6), la visión que tuvo Daniel de 4 animales y de uno semejante a un hijo del hombre (Dn. 7); este último pasaje en orden cronológico constituye la transición entre las secciones B y C. (C) Visiones complementarias y relativas al destino del pueblo de Daniel (Dn. 8-12). Se trata de 3 visiones de Daniel: (I) La cesación del sacrificio continuo, la profanación del santuario y la oposición al Prí­ncipe de los prí­ncipes (Dn. 8; cp. 8:13 y 25). (II) A continuación Daniel se prepara ante el próximo fin de los 70 años de cautiverio que habí­an sido profetizados, confiesa los pecados de su pueblo, e implora el perdón de Dios. Después de las profecí­as precedentes, se podrí­a suponer que el reino mesiánico se establecerí­a a partir del fin del cautiverio; pero una visión revela a Daniel que tendrí­an que transcurrir 70 «semanas» después de la promulgación del edicto para reconstruir Jerusalén antes que hubiera expiación e instauración del reino de justicia perdurable (Dn. 9). (III) Después, una nueva visión informa a Daniel, en el tercer año de Ciro, el fundador del imperio persa, que este Estado caerá, que se abatirá la persecución sobre el pueblo de Dios, y que después los santos serán finalmente liberados y levantados en una gloriosa resurrección (Dn. 10-12). (b) Los cuatro imperios de Daniel. Las cuatro partes de la estatua que es hecha caer por una piedra, y los cuatro animales a los que les sucede uno semejante a un hijo de hombre (Dn. 7; cp. Dn. 7:13-14, 17-18) designan 4 poderes mundiales a los que finalmente sucederá el reino de Dios. La estatua los muestra de manera que a un gobernante pagano le parecerí­an de un esplendor imponente; los cuatro animales las representan ante el profeta en su feroz brutalidad. Son más de 4 imperios los que han existido sobre la tierra; pero solamente tienen carácter profético los que tienen un papel en relación directa con la nación de Israel reconocida como tal en Palestina. Cubren todos ellos los «tiempos de los gentiles» (Lc. 21:24), que tuvieron su inicio con la destrucción de Jerusalén y de la nación judí­a por Nabucodonosor, rey de Babilonia, y que tendrá fin cuando el reinado de la Bestia sea destruido por el Señor a Su retorno. (A) El Primer Imperio es Babilonia (Dn. 2:37-38), que expulsó a los judí­os de su paí­s. (B) El Segundo Imperio aparece en tres ocasiones (Dn. 2:32, 39; 7:5; 8:3-7). Se hallan repetidamente sus caracterí­sticas (p. ej., su dualidad) en los brazos y el torso de la estatua, en los costados desiguales del segundo animal, y en los dos cuernos desiguales del carnero. Dn. 8:20 lo identifica de manera expresa con los reyes de Media y de Persia. Ellos fueron los que permitieron el retorno de los exiliados (cp. Esd. 1:1-2). (C) El Tercer Imperio es Grecia (Dn. 2:32, 39; 7:6; 8:5-8). Sus principales caracterí­sticas son la velocidad y la extensión de sus conquistas; domina toda la tierra (Dn. 2:39); es rápido como el leopardo y como el ave (Dn. 7:6); iba por toda la tierra sobre su superficie, sin tocarla (Dn. 8:5); su primer rey, Alejandro, murió súbitamente sin dejar descendientes (Dn. 8:8; 11:4); su imperio fue dividido en cuatro (Dn. 7:6; 8:8; 11:4); este imperio recibe de una manera expresa el nombre de Javán (Grecia, Dn. 8:21). Los judí­os retornados a Palestina sufrieron terriblemente en su propio territorio la guerra incesante que mantuvieron dos de las divisiones del imperio griego, el Egipto de los Ptolomeos (el rey del sur), y la Siria de los Seléucidas (el rey del norte: cp. Dn. 11). El peor perseguidor de Israel fue un rey de Siria, Antí­oco IV Epifanes (175-164 a.C.), prefigurado por el «cuerno pequeño» de Dn. 8:9-14, 23-25; 11:21, 36 ss. Loco de soberbia, pretendiendo proceder de Júpiter, quiso imponer a la fuerza su culto; intentó destruir todas las copias de la Ley, profanó el templo de Jerusalén y erigió lo que el profeta habí­a denominado «la abominación de desolación» (Dn. 8:11-12; 11:31). A causa de todo esto, este rey, por otra parte insignificante, es considerado como un tipo de Anticristo (Véase ANTICRISTO). (D) El Cuarto Imperio no es nombrado, pero no puede ser otro que el de Roma. Este es, efectivamente, el que en la historia sucedió al de Grecia. Aplastando toda resistencia, estableció un imperio todaví­a más universal (Dn. 2:40; 7:7, 19, 23). Fue Roma la que crucificó al Mesí­as, y destruyó Jerusalén el 70 d.C., expulsando a los judí­os de Palestina (Dn. 9:26). Su imperio estuvo largo tiempo dividido en dos partes, como las piernas de la estatua. En su visión profética, Daniel vio subsistir este cuarto imperio hasta el fin de los tiempos, bajo la forma de una confederación de 10 caudillos (Dn. 2:34; 7:7, 24). Es de su seno que surgirá el Anticristo, terrible perseguidor del pueblo de Dios, que será destruido por la venida victoriosa del Hijo del hombre (Dn. 7:8, 11, 13-14, 21-27). El Apocalipsis vuelve a tomar la imagen de la bestia monstruosa con 10 cuernos. Allí­ esta bestia representa al Anticristo y su imperio con toda su crueldad, su revuelta contra Dios, su dominio universal (Ap. 13:1-8), su confederación de 10 dictadores (Ap. 17:12, 17), su evidente relación con Roma (Ap. 17:9, 18). Juan expresa en estos términos el hecho de que, según la profecí­a bí­blica, el cuarto imperio de Daniel existirá aún al fin de los tiempos: «La bestia que has visto, era, y no es; … y los moradores de la tierra… se asombrarán viendo la bestia que era y no es, y será» (Ap. 17:8). Lo que ha dejado de existir en el territorio del antiguo imperio romano es la cabeza común. El Anticristo será el agente coordinador y, a partir de esta base, llevará a cabo el viejo sueño de todos los conquistadores: imponer que toda la raza le adore (Ap. 13:3, 7-8). (c) 70 Semanas. La profecí­a de las 70 semanas trata asimismo de los sufrimientos inherentes al establecimiento del reino de Dios (Dn. 9:24-27). El profeta habí­a pedido el perdón y la salvación de su pueblo, así­ como la restauración de la ciudad y del santuario del Señor (Dn. 9:17-19). Dios le dio como respuesta que habí­a un periodo de tiempo determinado para expiar la iniquidad, terminar la prevaricación, poner fin al pecado, traer la justicia perdurable, finalizar y consumar todas las profecí­as, y ungir al Mesí­as ejecutor de estas cosas (Dn. 9:24). Para todo esto tienen que transcurrir 70 «semanas» (en hebreo «setenas», o grupos de 7). La «mitad de la semana» de Dn. 9:27 se corresponde con la duración de la gran tribulación, durante la que el Anticristo hará cesar el sacrificio y la ofrenda. Según Daniel y Apocalipsis, esta tribulación durará 42 meses, 1.260 dí­as, esto es, 3 1/2 años (Ap. 11:2, 3; 12:6, 14; 13:5; Dn. 7:25; 12:7); se puede llegar a la conclusión de que una «semana» entera se corresponde con 7 años, y que 70 semanas son 490 años. (A) ¿Cuál es el punto de partida de las 70 semanas? Según Dn. 9:25, tienen su inicio «desde la salida de la orden para restaurar y edificar Jerusalén». Se mencionan otros decretos con respecto al retorno de la cautividad: (I) 1 de Ciro (Esd. 1:1-3), (II) 1 de Darí­o (Esd. 6:3-8), y (III) 2 de Artajerjes (Esd. 7:7; Neh. 2:1-8). Los comentaristas han diferido a este respecto, pero parece más lógico tomar como punto de partida el último, el único que menciona la reconstrucción, no sólo del templo, sino de la ciudad. Este decreto se promulgó en el año 445 a.C. Los 3 perí­odos indicados se sitúan a partir de esta fecha de la siguiente manera: (I) Habrá 7 semanas durante las que la ciudad y sus murallas serán reconstruidas, tiempos de angustia de 49 años (7 x 7), lo cual se corresponde con las épocas difí­ciles de Esdras y Nehemí­as; (II) después hay 62 semanas entre esta época y la manifestación del Mesí­as, seguida de su muerte. Ello suma, para los dos primeros perí­odos, un total de 69 semanas, o 483 años (69 x 7), que transcurrieron sin interrupción. Ello nos lleva exactamente al perí­odo de la manifestación pública y triunfal de Jesús del Domingo de Ramos, su entrada en Jerusalén, cuando fue aclamado con «hosannas al hijo de David». Recuérdese que en esta ocasión, a diferencia de las precedentes en que el pueblo querí­a proclamarle rey, aceptó las aclamaciones, y reprendió a los que querí­an acallarlas. Para evidenciar la cronologí­a exacta del cumplimiento de la profecí­a hasta el Mesí­as Prí­ncipe, se tiene que contar el año como los profetas, un año de 360 dí­as (42 meses = 1.260 dí­as) para restablecer la correspondencia entre el calendario judí­o y el calendario juliano (cp. Sir R. Anderson, «El Prí­ncipe que ha de venir», Portavoz Evangélico, Barcelona 1980, especialmente PP. 138-144). (III) Después de las sesenta y dos semanas se quita la vida al Mesí­as (Dn. 9:26). Nótese la clara implicación de este versí­culo de que el inicio de la semana 70 no es consecutivo al final de la semana 69, porque tienen lugar una serie de hechos después del final de las primeras 62 semanas, y antes del inicio de la última. Esta última semana se relaciona claramente con la carrera del Anticristo, y conduce directamente al final de los tiempos de las naciones, esto es, hacia el milenio, y al cumplimiento de todas las promesas relacionadas con Israel, y dadas en el v. 24. La profecí­a divide en dos partes iguales los 7 años de esta «semana», un perí­odo de paz, que quizá siga a la guerra del bloque del norte (cp. Ez. 38-39), y un perí­odo de gran tribulación correspondiente a los 3 1/2 años indicados expresamente por los textos citados; esto es lo que sigue de la indicación de la ruptura de la alianza (con Israel) por parte del Anticristo «a la mitad de la semana» (Dn. 9:27). Si la profecí­a con respecto a la primera venida de Cristo se cumplió de una manera tan admirable, ¿cómo se puede dudar de la exactitud de los sucesos y del tiempo anunciado para la última etapa (la septuagésima semana)? Es también entre la semana 69, que se cierra con la manifestación del Mesí­as Prí­ncipe en la entrada triunfal en Jerusalén (cp. Mt. 21:1-9; Mr. 11:1-11; Lc. 19:28-40, especialmente Lc. 19:38, 40; Jn. 12:12-16) y la semana 70, que inaugura la carrera del Anticristo, que se tiene que situar necesariamente dentro de este intervalo, la era de la Iglesia, durante la que Israel no es reconocido por Dios (cp. André Lamorte, «La Vocation d’Israël et la Vocation de l’Eglise, Librarie Protestante, Parí­s 1957, PP. 53-57). (d) Alusiones al libro de Daniel. Las alusiones al libro de Daniel por parte de los escritores de otros libros de la Biblia muestran la amplitud de su perspectiva profética. (A) Nuestro Señor eligió el tí­tulo «Hijo del hombre» en preferencia a cualquier otro, y es también una cita de Dn. 7:13, 14. Jesús puso también en evidencia el aspecto de Su ministerio y de Su reino que revela este tí­tulo de «Hijo del hombre». (Véase HIJO DEL HOMBRE). (B) Cristo advirtió a Sus oyentes que la abominación de la desolación, de la que habí­a hablado el profeta Daniel, serí­a puesta en el lugar santo (Mt. 24:15; Mr. 13:14; cp. Dn. 11:31; 12:11, y nótese el texto gr. de Dn. 9:27; cp. 2 Ts. 2:1-12). Según las palabras de Cristo, es evidente que estas profecí­as no hallaron su pleno cumplimiento cuando Antí­oco Epifanes (1 Mac. 1:54) erigió un altar idólatra en el templo de Jehová. La profecí­a comporta frecuentemente cumplimientos sucesivos en ciclos históricos, más y más inclusivos, y el concepto de la «abominación de la desolación» parece materializarse cada vez que aparece en la historia como principio de violencia. Para los apóstoles el pequeño cuerno del cuarto animal (Dn. 7:24) y el rey que profiere palabras inicuas contra Dios (Dn. 11:36) pertenecen al futuro, y tienen que revelarse todaví­a (2 Ts. 2:4; Ap. 13:5, 6). Ciertas caracterí­sticas del conflicto entre el mundo y el reino de Dios se relacionan indudablemente con la lucha encarnizada de la época de Antí­oco Epifanes, pero no únicamente a aquella época. Cristo y Sus apóstoles veí­an en las profecí­as de Daniel una revelación del provenir. Tienen, indudablemente, una gran importancia en cuanto a la irrupción definitiva del reino mesiánico. En Apocalipsis, Juan no vio a los 4 imperios de Daniel de forma aislada, sino que percibió de forma colectiva todos los reinos del mundo a la vez. Los considera como un solo imperio, a pesar de sus diferencias externas. Los poderes mundiales no les son presentados ni a Daniel ni a Juan bajo su aspecto polí­tico, sino solamente como la expresión de la hostilidad del mundo hacia el reino de Dios. El principal objetivo de la profecí­a no es precisamente el destino de las naciones, sino su relación con el reino de Dios. Este hecho importante permite descubrir el sentido de la revelación de los capí­tulos 11 y 12 del libro de Daniel. En efecto, el objeto de estos capí­tulos no es el de exponer la historia polí­tica de los hombres, sino especialmente el de bosquejar, en estilo apocalí­ptico, los grandes movimientos de este mundo en relación con el reino de Dios. Los enemigos de Sión vinieron y siempre vienen o del norte o del sur. Desarrollando en estilo apocalí­ptico esta constante histórica, la visión describe un conflicto entre los poderes en lucha por la hegemoní­a: Una guerra llena de vicisitudes, la derrota gradual del rey del sur, el triunfo final del rey del norte, y finalmente su enfrentamiento a ultranza contra el reino de Dios. Este cuadro se corresponde con Ez. 38 y Ez. 39. Daniel habla de los tiempos del fin, el de la consumación. Es el tiempo final de la cólera divina (Dn. 8:19; cp. Dn. 11:36); el juicio de los poderes mundiales tiene entonces lugar, y se instaura el reino eterno de Dios (cp. Dn. 10:14) a lo que sigue la consumación final (Dn. 12:1-3). Es el último tiempo de enfrentamiento entre los poderes de este mundo y el reino de Dios, con una victoria total por parte de este último (Dn. 11:40-12:4). Los apóstoles hablan asimismo de este perí­odo, que ellos denominan la hora final, los últimos tiempos, o los dí­as postreros. Dicen que ya habí­a empezado en tiempo de ellos, que no ha escapado, y que llegará a una manifestación del Anticristo (2 Ts. 2:2-4; 2 Ti. 3:11; 1 Jn. 2:18; Jud. 18). Los hombres del NT vieron con claridad la envergadura y el significado de las profecí­as de Daniel con respecto al tiempo del fin. Incluso tuvieron la consciencia de que ellos inauguraban el perí­odo predicho. (e) Unidad y autenticidad del libro de Daniel. Los hay que han pretendido que la sección aramea (en los capí­tulos 2 a 6) es un texto independiente, redactado 1, 2 o 3 siglos antes de la época de los Macabeos. A pesar de esto, se admite por lo general que el libro tiene una unidad esencial y un solo autor. En los 7 primeros capí­tulos se habla de Daniel en tercera persona, y, en ocasiones, en términos elogiosos (Dn. 1:19, 20; 2:14; 5:11, 12; 6:3; cp. Pablo, hablando de sí­ mismo, 2 Co. 2:15; 10:8; 11:5, 23 ss 12:1-6). Desde Dn. 8 el profeta habla en primera persona. Numerosos crí­ticos niegan que Daniel sea el autor del libro pretendiendo que el profeta no escribió ni las secciones donde figura en primera persona, ni aquellas en las que figura en tercera persona. Estos exegetas pretenden, por lo general, que la obra fue escrita hacia el año 168 o 167 a.C., en la época de los Macabeos, para sostener la fe de los judí­os durante las terribles persecuciones de Antí­oco Epifanes. Sus principales argumentos contra la autenticidad de este libro son: (A) El hijo de Sirach, que escribió el libro del Eclesiástico hacia el año 200 a.C. no menciona a Daniel, en tanto que cita a Ezequiel, a Nehemí­as, y a los Profetas Menores (cap. 49). (B) El autor del libro de Daniel emplea palabras griegas, lo que implicarí­a que habí­a vivido dentro del periodo griego. (C) Se alega que hay inexactitudes históricas, lo que demostrarí­a que el autor, bien lejos de haber sido un testimonio ocular de los acontecimientos que describí­a, habrí­a vivido en otra época. (D) Las profecí­as no dan detalles históricos a partir de la muerte de Antí­oco Epifanes. Refutación de estos argumentos: (A) Es cierto que el hijo de Sirach no menciona a Daniel; pero tampoco cita a Esdras, ni a otros hombres eminentes, como Gedeón, Sansón y Josafat. (B) El empleo de palabras griegas se limita a algunos términos musicales, que no figuran más que en un solo pasaje, que se repite en cuatro ocasiones en el mismo capí­tulo (Dn. 3:5, 7, 10, 15). El origen griego de por lo menos dos de estos nombres es innegable: «p’sant’rin», para el término griego «psalterion», y «sumpson’ya» para «sumphonia». Pero esto no permite en absoluto llegar a la conclusión de que este libro no hubiera sido escrito por Daniel en Babilonia hacia el año 530 a.C. En efecto, en esta época se utilizaban estos instrumentos musicales en la cuenca del Tigris y del Eufrates. Además, está demostrado que en esta región la música era un acompañamiento de las procesiones triunfales y de los acontecimientos de la corte. Los cautivos llevados de paí­ses lejanos tocaban sus propios instrumentos musicales. Assurbanipal tení­a músicos elamitas, Senaquerib deportó de Judea a cantores y a cantoras. Se les pidió a los presos judí­os que cantaran los cánticos de Sión y que tocaran el arpa (Sal. 137:1-3). Las relaciones que los imperios situados a lo largo del Tigris mantení­an con los pueblos occidentales habí­an llevado a la introducción en Caldea de los instrumentos musicales griegos, junto con sus nombres. Además, los monarcas precedentes, algunos reyes asirios, a partir de Sargón (772 a.C.) habí­an llevado cautivos a presos de Chipre, de Ionia, de Lidia, y de Cilicia, recibiendo tributos de estos paí­ses griegos. Nabucodonosor atacó las ciudades mediterráneas. Estos conquistadores tení­an la costumbre de hacer figurar en su corte a músicos de habla griega. Además, el lenguaje del pasaje en cuestión (Dn. 3:5) es arameo y no babilonio. Los arameos habí­an tenido contacto con el occidente a lo largo de varios siglos. Este lenguaje era el de la diplomacia, de las relaciones internacionales (cp. 2 R. 18:26). Ellos llevaban a cabo el tráfico de mercancí­as de oriente a occidente. Debido a este contacto su lengua adquirió algunos términos extranjeros. El autor del libro de Daniel emplea el arameo e, indudablemente, los términos corrientes entre los arameos para designar los instrumentos musicales. Los que se basan en estas palabras para demostrar que el libro no es auténtico, deberí­an demostrar que estos términos no habí­an entrado en el arameo corriente antes del siglo VI a.C. (C) La historia no contradice lo que se pretende sean inexactitudes en el libro de Daniel, puesto que los que esto alegan no poseen datos históricos completos. No se ha podido demostrar que el relato de Daniel contradiga la historia. Por otra parte, nuestro conocimiento actual más extenso de la época de Ciro ha hecho disminuir constantemente la cantidad de estas pretendidas inexactitudes históricas. Se habí­a negado la existencia del rey Belsasar, afirmada en el libro de Daniel, pero la arqueologí­a ha revelado relatos contemporáneos de la toma de Babilonia, demostrando precisamente que se trata de un personaje histórico que fue bien conocido. El hecho de que sea llamado «hijo de Nabucodonosor» para decir descendiente concuerda con las costumbres de la época (cp. el hecho de que al mismo Cristo se le designa como «hijo de Abraham, hijo de David», Mt. 1:1). Estos relatos explican además por qué Belsasar otorgó a Daniel la tercera dignidad en el reino, y no la segunda; en efecto, Belsasar actuaba como rey en corregencia con su padre Nabónido, por lo que él mismo tení­a el segundo lugar en el reino; podemos ver también por medio de estos relatos por qué Belsasar, y no Nabónido, es designado como rey de Babilonia durante la toma nocturna de Babilonia. (Véase BELSASAR). Si la mención de Darí­o de Media ha sido un enigma durante mucho tiempo, los descubrimientos demuestran que el nombramiento de un regente de Babilonia por parte de Ciro era conforme a los usos establecidos; con respecto a la identificación de Darí­o con Gobryas véase DARíO. A la luz de las inscripciones cuneiformes, es una temeridad seguir afirmando que Daniel contiene inexactitudes históricas. (D) Es cierto que las profecí­as de Daniel no dan detalles históricos a partir de la muerte de Antí­oco Epifanes (Dn. 8). Pero estas profecí­as se encadenan asimismo con los tiempos del fin. El cuarto reino descrito en los caps. 2 y 7 no puede ser otro que el imperio romano (ver las consideraciones anteriores), que viene a ser una potencia mundial con posterioridad a Antí­oco, presentándose en el libro de Daniel un desarrollo posterior de una forma detallada. (E) Unos documentos recientemente descubiertos han demostrado que el arameo del libro de Daniel era un arameo ya normal al comienzo del siglo V a.C., al menos en occidente. Cristo afirma que la profecí­a de Daniel es auténtica, y que se cumplirá (Mt. 24:15). El historiador judí­o Josefo afirma que las profecí­as de Daniel existí­an ya antes de la época de Alejandro Magno, antes del año 330 a.C. (Ant. 11:8, 5), e incluso antes de Artajerjes (Contra Apión 1:8). La liberación de Sadrac, Mesac y Abed-nego, salvados del horno ardiente, y la de Daniel, salvado del foso de los leones, son mencionadas en 1 Mac. 2:59, 60 (cp. también 1:54 y Dn. 9:27; 11:31). Bibliografí­a: Anderson, Sir R.: «El Prí­ncipe que ha de venir» (Portavoz Evangélico, Barcelona, 1980); Boutflower, C.: «In and Around the Book of Daniel» (Kregel P., Grand Rapids 1923/1977); Carballosa, E. L.: «Daniel y el reino mesiánico» (Portavoz Evangélico, Barcelona 1979); Cul

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Fuente: Nuevo Diccionario Bíblico Ilustrado