«Os pido, pues, hermanos, por la misericordia de Dios, que os ofrezcáis como sacrificio vivo, santo y agradable a Dios. Este ha de ser vuestro auténtico culto. No os acomodéis a los criterios de este mundo; al contrario, transformaos, renovad vuestro interior, para que podáis descubrir cuál es la voluntad de Dios, qué es lo bueno, lo que le agrada, lo perfecto.» El cuerpo es el lugar, el instrumento de los en cuentros y de las relaciones de nuestro yo más profundo. El ofrecimiento de este cuerpo consiste, según Pablo, en no acomodarse a los criterios de este mundo, en dejarse transformar mediante la renovación de la mente, para poder descubrir cuál es la voluntad de Dios, qué es lo bueno, lo que le agrada, lo perfecto. Sin embargo, no se trata del simple ofrecimiento que un cristiano puede hacer cada mañana a Dios («Â¡te ofrezco mi jornada!»). Se trata más bien de saber decir —de la mañana a la noche y de la noche a la mañana— que «no» al tiempo presente, con sus pretensiones idólatras y mundanas. El cuchillo que va a realizar semejante sacrificio espiritual será el discernimiento, para descubrir cuál es la voluntad de Dios, qué es lo bueno, lo que le agrada, lo perfecto. Pero aún hay más. Para estar en la voluntad de Dios, no basta con conocer la ley y aplicarla, hay que saber tomar las decisiones correctas: «… tratad de descubrir cuál es la voluntad del Señor»; «… que vuestro amor crezca más y más en conocimiento y sensibilidad para todo. Así sabréis discernir lo que más convenga». Vivamos «el culto espiritual» de manera responsable a lo largo de nuestra existencia diaria, en conformidad con la conciencia de Cristo Jesús, obedeciéndole igual que él obedeció al Padre, buscando lo que agrada a Dios y no conformándonos con la aplicación material de la ley. El culto verdadero sólo podemos hacerlo mediante el culto hecho a Dios por el Hijo.
Carlo María Martini, Diccionario Espiritual, PPC, Madrid, 1997
Fuente: Diccionario Espiritual