40 dias de preparación, antes del Viernes Santo yDomingo de Resurrección, recordando los 40 días.
– de Cristo ayunando: Mat 4:2, Luc 4:2.
– El diluvio: Gen 7:17, Gen 8:6.
– Promulgación de la Ley: Exo 24:38.
– Explorar a Canaan, Num 13:26 : (25).
– Desafío del gigante Goliat, 1 Sam.17.16.
– Viaje de Elías a Horeb, 1Re 19:8.
– Anuncio de Jonás a Nínive, Jo.3:4.
– 40 años con el maná en el desierto: Exo 16:35, Num.1,Exo 4:33, Sal 95:10.
Diccionario Bíblico Cristiano
Dr. J. Dominguez
http://biblia.com/diccionario/
Fuente: Diccionario Bíblico Cristiano
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Tiempo de cuarenta días penitenciales que precede a la celebración de la Pascua cristiana y tiene un sentido de piadosa preparación y de oración. La piedad cristiana asoció este tiempo a los cuarenta días que dice el texto evangélico que Cristo pasó en el desierto orando y ayunando antes de su predicación. (Lc. 4.2)
Los testimonios de los primitivos escritores sobre una preparación inmediata para la Pascua se remontan al siglo II, siendo el de S. Ireneo al más antiguo. La idea de hacer un ayuno riguroso de cuarenta horas procede de Alejandría en el siglo III y la extensión a los cuarenta días de oración y ayuno se encuentra prescrita en el Concilio de Nicea en el 325. Los testimonios se multiplican con Eusebio de Cesara, S. Cirilo de Jerusalén y San Jerónimo, que ya habla del ayuno cuaresmal hacia el 330.
La Edad Media conoció esta práctica de manera universal. En el siglo XI se inició un tiempo previo de tres días para despedirse de la carne (carnaval), que no iba a poder comerse durante los cuarenta días (abstinencia). Luego se añadieron algunos ritos recordatorios del sentido penitencial y del mensaje de Jesús: «Si no hacéis penitencia, todos pereceréis.» (Mt. 3.2). Así nació el rito de la ceniza en el llamado «Miércoles de ceniza».
El tiempo cuaresmal fue siempre propicio a la formación religiosa de los cristianos, práctica que se difundió en las regiones fieles a Roma a partir de la Reforma protestante.
Las conferencias cuaresmales y las catequesis penitenciales como tendencia frecuente y repetida son del siglo XIX, cuando el espíritu de la «restauración» se adueñó de Europa después de la Revolución francesa y de las campañas napoleónicas. Fueron respuesta a la persuasión de que había sido la ignorancia la que trajo los males revolucionarios.
Es bueno mantener en la catequesis la práctica de algunos períodos de especial formación cristiana y de actualización de la fe. Se debe aprovechar este tiempo penitencial de la cuaresma, sobre todo con los adultos, con conferencias, catequesis, lecturas, reuniones de formación, diálogos, práctica que por lo demás se ha extendido en las parroquias, centros de educación y otras diversas instancias educativas.
De manera especial, la cuaresma ha tenido especial importancia en la formación valores cristianos básicos como son la oración, el sentido de la penitencia y el descubrimiento de los misterios de la Redención de los hombres.
Pedro Chico González, Diccionario de Catequesis y Pedagogía Religiosa, Editorial Bruño, Lima, Perú 2006
Fuente: Diccionario de Catequesis y Pedagogía Religiosa
La «cuaresma» de Jesús y de la Iglesia
Recordando los cuarenta días que Jesús pasó en el desierto, orando y haciendo penitencia, la Iglesia practica la «cuaresma» con esta misma actitud, preparándose para celebrar la fiesta de la Pascua o de la resurrección del Señor. El itinerario de la cuaresma es una catequesis catecumenal para preparar el bautismo o la renovación de las promesas bautismales, que tendrá lugar la noche pascual. Se vive intensamente el significado de la iniciación cristiana, en un clima de exigencias catecumenales y de disciplina penitencial.
Camino catecumenal de bautismo y de renovación pascual
Durante la cuaresma, los catecúmenos se preparan para el bautismo, los fieles se reconcilian con Dios y toda la comunidad se prepara para celebrar la Pascua del Señor, pasando de las tinieblas del pecado a la luz de la nueva vida en Cristo. Así se participa en la muerte y resurrección del Señor. Durante los días de cuaresma tenían lugar, en los primeros siglos, los escrutinios o exámenes de los candidatos al bautismo, así como las catequesis sobre los temas fundamentales del cristianismo. Los textos litúrgicos reflejan estos contenidos. La imposición de la ceniza al iniciar la cuaresma (miércoles de ceniza) recuerda la penitencia pública de otros tiempos, invitando ahora a la penitencia voluntaria por medio de la oración, limosna y ayuno.
La cuaresma es un tiempo fuerte de renovación cristiana y de revisión de la acción pastoral, en el que los creyentes se disponen a escuchar la palabra de Dios con mayor fidelidad, a orar con más intensidad y a cambiar de vida («penitencia»), para ser consecuentes con las gracias del Espíritu Santo recibidas en el bautismo. En este sentido es un tiempo privilegiado de «penitencia» oración, predicación, sacrificio, ayuno, limosna, mejora de costumbres personales, familiares y sociales.
Este camino pasa por la Semana Santa, en la que se vive la pasión, muerte y resurrección del Señor (la «Pascua»), y se dirige finalmente hacia un Pentecostés misionero, en el que el Espíritu Santo hace misionera a toda la comunidad eclesial. El bautismo en el Espíritu (cfr. Jn 1,33), que es el mismo sacramento, es fruto del bautismo de Jesús (que asume los pecados de los hombres) y de la redención obrada por su muerte y resurrección. La Iglesia realiza un constante camino de «bautismo» (como «penitencia» y renovación), para que cada ser humano pueda participar en la filiación divina de Jesús y el Padre pueda decir a cada uno «Este es mi Hijo amado» (Mt 3,17; 17,5).
Itinerario de santidad y de misión
La celebración organizada de la cuaresma en Roma (siglo IV) recuerda una comunidad que quiere acompañar a los numerosos catecúmenos («paganos» o habitantes de los «pagos» cerca de Roma), que se preparaban para el bautismo. Por este profundo sentido bautismal y penitencial, orientado hacia la Pascua, la cuaresma es tiempo privilegiado para que la comunidad se comprometa activamente en el itinerario de la santidad y de la misión. «El tiempo cuaresmal prepara a los fieles, entregados más intensamente a oír la palabra de Dios y a la oración, para que celebran el misterio pascual, sobre todo median¬te el recuerdo o la preparación del bautismo y mediante la peni¬tencia» (SC 109).
Referencias Año litúrgico, bautismo, catecumenado (neo- catecumenado), conversión, cruz, Misterio pascual, oración, Pascua, penitencia, redención, sacrificio.
Lectura de documentos SC 109-110; CEC 540, 1095, 1438; CIC 1250.
Bibliografía A. BERGAMINI, Cuaresma, en Nuevo Diccionario de Liturgia (Madrid, Paulinas, 1987) 497-501; A. CHAVASSE, La preparación de la Pascua, en A.G. MARTIMORT, La Iglesia en oración (Barcelona, Herder, 1967) 764-777; TH. MAERTENS, La cuaresma, catecumenado de nuestro tiempo (Madrid, Marova, 1964); A. NOCENT, Contemplar su gloria. Cuaresma (Barcelona, Estela, 1966); V. RYAN, Cuaresma. Semana Santa (Madrid, Paulinas, 1986).
(ESQUERDA BIFET, Juan, Diccionario de la Evangelización, BAC, Madrid, 1998)
Fuente: Diccionario de Evangelización
El evangelio describe las tres grandes tentaciones que Jesús venció por nosotros. Ellas son el símbolo de todas las tentaciones humanas y de todo cuanto se opone a la misión mesiánica, salvadora, de Jesús. Jesús contesta a Satanás de tres maneras. — Ante todo, apoyándose en la palabra de Dios: «No sólo de pan vive el hombre, sino de toda palabra que sale de la boca de Dios». — En segundo lugar, rechazando el camino fácil de los milagros espectaculares y entrando, en cambio, en el camino de la humildad, en el camino escondido y sencillo del deber cotidiano. — Finalmente, rechazando todo poder terrenal, todo triunfo mundano, para proclamar la absoluta primacía de Dios. Porque la primacía de Dios es la raíz de todo lo que es justo y recto, mientras que la negación de dicha primacía es la raíz marchita de una cultura incapaz de defender los valores más sustanciales de la honradez, y de promover la vida precisamente donde está más amenazada. Por tanto, Jesús nos enseña a vivir la cuaresma apoyándonos en la Palabra de Dios, meditada a diario en las lecturas de la liturgia; viviendo nuestra vida con serenidad y humildad, sin buscar cosas espectaculares ni extraordinarias, sino escondiéndonos en el servicio y en el amor que el Señor nos pone delante; proclamando siempre y en todas partes la primacía de Dios, del Dios sumamente amado, del Dios que está por encima de todo: «Adorarás al Señor, y a él sólo servirás».
Carlo María Martini, Diccionario Espiritual, PPC, Madrid, 1997
Fuente: Diccionario Espiritual
SUMARIO: I. Origen de la cuaresma – II. La celebración litúrgica actual de la cuaresma – III. Teología y espiritualidad de la cuaresma – IV. La semana santa: 1. El domingo de ramos, «de passione Domini»; 2. El jueves santo: conclusión de la cuaresma; 3. La misa crisma].
Puede ser útil enmarcar el tema de la cuaresma en un contexto más amplio: introducirlo con la lectura de -> año litúrgico e integrarlo con la lectura de -> triduo pascual.
I. Origen de la cuaresma
No es posible saber con certeza dónde, por medio de quién o cómo surgió la cuaresma, sobre todo en Roma; sólo sabemos que se fue formando progresivamente. Antes todavía que de los cánones conciliares -hace notar el card. A.I. Schuster-, un tiempo de observancia preparatorio para la pascua tuvo que nacer del sentido mismo y del genio sobrenatural del cristianismo. Las primeras alusiones directas a un período prepascual las encontramos en Oriente a principios del s. Iv, y en Occidente a fines del mismo. Sin embargo, una praxis penitencial preparatoria de la pascua con ayuno se había comenzado a consolidar desde la mitad del s. n. Desde el final del s. ]v, la estructura de la cuaresma es la de los cuarenta días, considerados a la luz del simbolismo bíblico, que daa este tiempo un valor salvífico/redentor, del que es signo su denominación como sacramentum [-> infra, III]. Al desarrollo de la cuaresma contribuyó la disciplina penitencial para la reconciliación de los pecadores, que tenía lugar la mañana del jueves santo [-> infra, IV, 2], y las crecientes exigencias del 1 catecumenado, con la preparación inmediata al bautismo, celebrado en la noche de pascua [-> Iniciación cristiana, II-III].
II. Iniciación litúrgica actual de la cuaresma
El Vat. II había recomendado: «Puesto que el tiempo cuaresmal prepara a los fieles, entregados más intensamente a oír la palabra de Dios y a la oración, para que celebren el misterio pascual, sobre todo mediante el recuerdo o la preparación del bautismo y mediante la penitencia, dése particular relieve en la liturgia y en la catequesis litúrgica al doble carácter de dicho tiempo. Por consiguiente: úsense con mayor abundancia los elementos bautismales propios de la liturgia cuaresmal y, según las circunstancias, restáurense ciertos elementos de la tradición anterior» (SC 109). Fiel a estasdirectrices, la reforma ha vuelto a dar a la cuaresma ante todo su orientación pascual-bautismal; ha fijado su tiempo desde el miércoles de ceniza hasta la misa in coena Domini excluida; para conservar su unidad interna, se ha reducido el tiempo de pasión sólo el VI domingo, que da comienzo a la semana santa, es llamado domingo de ramos, de passione Domini. De este modo, la semana santa cierra la cuaresma y tiene como objeto la veneración de la pasión de Cristo desde su entrada mesiánica en Jerusalén.
Además de la riqueza de los textos eucológicos, en la actual cuaresma tenemos también una abundante serie de textos bíblicos. El leccionario dominical ofrece la posibilidad de una triple alternativa: a) una cuaresma bautismal (ciclo A) [t Iniciación cristiana, IV, 1; VI]; b) una cuaresma cristocéntrica (ciclo B); c) una cuaresma penitencial (ciclo C). Los textos del AT presentan de modo especial la historia de la salvación.
III. Teología y espiritualidad de la cuaresma
La cuaresma se interpreta teológicamente a partir del -> misterio pascual, celebrado en el -> triduo sacro y con los sacramentos pascuales, que hacen presente el misterio, para que sea participado y vivido [-> Participación].
La cuaresma no es un residuo arqueológico de prácticas ascéticas de otros tiempos, sino el tiempo de una experiencia más sentida de la participación en el misterio pascual de Cristo: «padecemos juntamente con él, para ser también juntamente glorificados» (Rom 8:17). Esta es la ley de la cuaresma. De aquí su carácter sacramental [-> Misterio, II]: un tiempo en el que Cristo purifica a su esposa, la iglesia (cf Efe 5:25-27). El acento se pone, pues, no tanto en las prácticas ascéticas cuanto en la acción purificadora y santificadora del Señor. Las obras penitenciales son el signo de la participación en el misterio de Cristo, que hizo penitencia por nosotros ayunando en el desierto. La iglesia, al comenzar el camino cuaresmal, tiene conciencia de que el Señor mismo da eficacia a la penitencia de sus fieles, por lo que esta penitencia adquiere el valor de acción litúrgica, o sea, acción de Cristo y de su iglesia. En este sentido, los textos de la eucología hablan de «annua quadragesimalis exercitia sacramenti» (Missale Romanum, colecta del primer domingo de cuaresma; la traducción castellana no refleja el sentido de la expresión latina); de «ipsius venerabilis sacramenti [quadragesimalis] exordium» (ib, sobre las ofrendas; la traducción castellana elimina también la palabra «sacramenti»); de «solemne jejunium» (= ayuno que se repite regularmente cada año: oración del sábado después de ceniza en el Missale anterior a la reciente reforma), mediante el cual «tú [ioh Dios!] refrenas nuestras pasiones, elevas nuestro espíritu, nos das fuerza y recompensa, por Cristo nuestro Señor» (actual prefacio IV de cuaresma).
La cuaresma tiene un carácter especialmente bautismal, sobre el que se funda el penitencial. En efecto, la iglesia es una comunidad pascual porque es bautismal. Esto se afirma no sólo en el sentido de que se entra en ella mediante el bautismo, sino sobre todo en el sentido de que la iglesia está llamada a manifestar con una vida de continua conversión el sacramento que la genera. De aquí también el carácter eclesial de la cuaresma. Es el tiempo de la gran llamada a todo el pueblo de Dios para que se deje purificar y santificar por su Salvador y Señor.
De la teología de la cuaresma que hemos expuesto nace, por tanto, una típica espiritualidad pascual-bautismal-penitencial-eclesial. Desde este punto de vista, la práctica de la penitencia, que no debe ser sólo interior e individual, sino también externa y comunitaria, se caracteriza por los siguientes elementos: a) odio al pecado como ofensa a Dios; b) consecuencias sociales del pecado; c) parte de laiglesia en la acción penitencial; d) oración por los pecadores.
Los medios sugeridos por la práctica cuaresmal son: a) la escucha más frecuente de la palabra de Dios; b) la oración más intensa y prolongada; c) el ayuno; d) las obras de caridad (cf SC 109-110).
La pastoral debe ser creativa para actualizar las obras típicas de la cuaresma (oración – ayuno – caridad), adaptándolas a la sensibilidad del hombre contemporáneo mediante iniciativas que, sin apartarlo de la naturaleza y del objeto propio de este tiempo litúrgico, ayuden a los fieles a vivir el bautismo en dimensión individual y comunitaria y a celebrar con mayor autenticidad la pascua. La vida cristiana, en efecto, está esencialmente guiada por la dinámica pascual.
La última semana de la cuaresma, denominada santa o semana grande, se ha desarrollado sobre todo por la exigencia de historización de los acontecimientos de la pasión del Señor. En Jerusalén, donde mejor que en otras partes se podían revivir en los mismos lugares los momentos últimos de la vida de Jesús, se desarrolló una rica liturgia que abarcaba el período de tiempo que va desde el domingo de ramos hasta la pascua. Nos la ha descrito la peregrina Egeria (fines del s. tv) en su Itinerarium.
Para imitar a Jerusalén en ese revivir de los episodios descritos por los evangelistas, la liturgia occidental hizo algo parecido, organizando celebraciones particularizadas, que terminaron por dar origen a la semana santa. La reconstrucción demasiado anecdótica, si por una parte permitió un análisis atento del valor de cada uno de los episodios, por otra quebrantó la unidad del misterio pascual. En la edad media, en efecto, la semana santa se llamaba semana dolorosa, porque la pasión de Jesús era dramatizada, más que celebrada in mysterio, poniendo de relieve los aspectos del sufrimiento y de la compasión emotiva, con perjuicio del aspecto salvífico y de la victoria sobre la muerte por la resurrección. Aún corremos el mismo peligro si no estamos atentos o no tenemos las ideas claras, a pesar del esfuerzo realizado por la reforma del Vat. II para restablecer la unidad perdida.
Las principales celebraciones de la semana santa que cierran la cuaresma y preceden al I triduo pascual son las siguientes:
1. EL DOMINGO DE RAMOS, «DE PASSIONE DOMINI». En este día, como dice el Missale Romanum, la iglesia conmemora a Cristo, el Señor, que entra en Jerusalén para llevar a cumplimiento su misterio pascual. En todas las misas se debe hacer memoria de esta entrada del Señor: con la procesión solemne (forma I); con la entrada solemne (forma II) antes de la misa principal; o bien con la entrada simple (forma III) antes de las otras misas. La entrada solemne, aunque sin procesión, puede ser repetida antes de otras misas que tengan gran número de fieles.
Desde el punto de vista pastoral, hay que saber encontrar los modos más adecuados para dar realce de fe al reconocimiento mesiánico de Cristo en el hoy de la vida de la iglesia y del mundo por parte de nuestras asambleas. Por eso la celebración de la entrada de Jesús debe valorar no tanto los ramos de olivo cuanto sobre todo el misterio expresado a través de la -> procesión [III, 1], que proclama la realeza mesiánica de Cristo.
La liturgia de la palabra y la liturgia eucarística son una celebración de la pasión del Señor. En efecto, éste es el único domingo del año en que se celebra el misterio de la muerte del Señor con la proclamación del relato de la pasión. Este hecho no carece de significado teológico, ya puesto de relieve por los evangelistas: Jesús se dirige a la ciudad santa y entra en ella triunfalmente, pero para consumar su pascua de muerte y resurrección.
2. EL JUEVES SANTO: CONCLUSIí“N DE LA CUARESMA. Antiguamente, en la mañana del jueves santo se celebraba el rito de la reconciliación de los penitentes que ya habían cumplido todo su camino penitencial siguiendo una rígida disciplina para los pecados graves, que les habían excluido de la participación en la eucaristía. El miércoles de ceniza, el obispo les había impuesto el cilicio; después permanecían recluidos hasta el jueves santo, día en que eran absueltos para que participasen en la eucaristía de la noche de pascua. Hoy no existe ya esa antigua y rígida disciplina penitencial. Sin embargo, la comunidad cristiana está igualmente llamada, al final de la cuaresma, a celebrar el sacramento pascual de la reconciliación en las formas establecidas por el nuevo ritual de la penitencia, y según las necesidades de cada una de las comunidades.
3. LA MISA CRISMAL. El origen de la bendición de los santos óleos y del sagrado crisma es de ambiente romano, aunque el rito tenga huella galicana. Parece que hasta el final del s. VII, la bendición de los óleos se hacía durante la cuaresma, y no el jueves santo. El haberla fijado en este día no se debe al hecho de que el jueves santo sea el día de la institución de la eucaristía, sino sobre todo a una razón práctica: poder disponer de los santos óleos, sobre todo del óleo de los catecúmenos y del santo crisma, para la celebración de los sacramentos de la iniciación cristiana durante la vigilia pascual. Sin embargo, no se debe olvidar que este motivo de utilidad no resta nada a la teología de los sacramentos, que los ve a todos unidos a la eucaristía.
No es ésta la ocasión de hacer la historia del rito de la bendición de los santos óleos. Recordemos solamente que, «según la costumbre tradicional de la liturgia latina, la bendición del óleo de los enfermos se hace antes de finalizar la plegaria eucarística; la bendición del óleo de los catecúmenos y la consagración del crisma tiene lugar después de la comunión. Pero por razones pastorales se puede hacer también el rito de la bendición después de la liturgia de la palabra, observando el orden que se describe más adelante» (Misa crismal del jueves santo, nn. 11-12, en Ritual de Ordenes, apéndice II).
De cualquier modo que se haga la bendición de los óleos, inmediatamente después de la homilía del obispo tiene lugar la renovación de las promesas sacerdotales (Misal Romano, jueves santo, misa crismal).
Esta solemne liturgia se ha convertido en ocasión para reunir a todo el presbiterio alrededor de su obispo y hacer de la celebración una fiesta del sacerdocio. Los textos bíblicos y eucológicos de esta misa manifiestan y recuerdan esta realidad. Aparece así, junto con el compromiso de fidelidad de los presbíteros a su misión sacerdotal, la naturaleza profética del sacerdocio ministerial del NT, llamado, como Cristo, «a evangelizar a los pobres, a predicar a los cautivos laliberación y a los ciegos la recuperación de la vista, a libertar a los oprimidos, y a promulgar un año de gracia del Señor» (Luc 4:18). Si el ministerio presbiteral está unido esencialmente a la eucaristía, es también verdad que este ministerio se ordena a la eucaristía ante todo con el anuncio del evangelio, y encuentra en ella toda la amplitud y profundidad de su dimensión profética.
A. Bergamini
BIBLIOGRAFíA: Chavasse A., La preparación de la Pascua, en A.G. Martimort, La Iglesia en oración, Herder, Barcelona 19672, 764-777; Della Torre L., Cuaresma, en DE 1, Herder, Barcelona 1983, 512-515; Farnes P., Las lecturas bíblicas en la Cuaresma, en «Oración de las Horas» 3 (1984) 81-90; Maertens Th., La cuaresma, catecumenado de nuestro tiempo, Marova, Madrid 1964; Nocent A., Contemplar su gloria. Cuaresma, Estela, Barcelona 1966; El año litúrgico. Celebrar a Jesucristo 3, Cuaresma, Sal Terrae, Santander 1979; Ramis G., Fuentes agustinianas de los textos de las misas dominicales de la Cuaresma hispánica, en «Ephemerides Liturgicae» 98 (1984) 212-225; Sancho Andreu J., Estructura y contenido teológico del Leccionario de Cuaresma del Misal Romano, en «Nova et Vetera» 8 (1979) 173-194; Secretariado de Liturgia, Un pueblo hacia la Pascua, Bilbao 1973; Tena P., La misa crismal. Una aportación catequética, en «Phase» 127 (1982) 67-70; VV.AA., Tiempo de septuagésima y de cuaresma, en «Asambleasdel Señor» 21, Marova, Madrid 1965; VV.AA., En el umbral de la Cuaresma, ib, 25, Marova, Madrid 1968; VV.AA., Jueves Santo, ib, 38, Marova, Madrid 1968; VV.AA., Lluita -(esta, Centro de Pastoral Litúrgica, Barcelona 1974; VV.AA., Cuaresma, «Dossiers del CPL» 8, Barcelona 1980; VV.AA., Semana Santa, ib, 11, Barcelona 1981; VV.AA., La Semana Santa, en «Phase» 145 (1985) 3-100. Véase también la bibliografía de Año litúrgico, Misterio pascual y Triduo pascual.
D. Sartore – A, M. Triacca (eds.), Nuevo Diccionario de Liturgia, San Pablo, Madrid 1987
Fuente: Nuevo Diccionario de Liturgia
Los cuarenta días de ayuno que preceden inmediatamente a la Pascua, empezando en el miércoles de ceniza (véase) y terminando en la Pascua de la pasión, que son días de fiesta. Parece que, en los primeros siglos, el ayuno era de cuarenta horas como parte de la preparación de los candidatos al bautismo de la Pascua. No fue sino mucho más tarde (ca. del siglo séptimo) que los cuarenta días vinieron a ser universalmente reconocidos en honor al ayuno de nuestro Señor en el desierto (Mt. 4:2). Como tiempo de abstinencia, limosnas y actos de devoción, la cuaresma tiene el fin de preparar para el festival de la Pascua.
Frank Colquhoun
Harrison, E. F., Bromiley, G. W., & Henry, C. F. H. (2006). Diccionario de Teología (149). Grand Rapids, MI: Libros Desafío.
Fuente: Diccionario de Teología
Contenido
- 1 Origen de la palabra
- 2 Origen de la costumbre
- 3 Duración del ayuno
- 4 Naturaleza del ayuno
- 5 Relajamiento del ayuno cuaresmal
Origen de la palabra
Eusebio de Cesarea San Ireneo Papa Víctor El vocablo teutón Lent, que se utiliza en inglés para designar los cuarenta días de ayuno anteriores a la Pascua, originalmente significaba nada más que la estación de primavera. Sin embargo, se ha utilizado desde la época anglosajona para traducir el término en latín más significativo quadragesima (francés: carême; italiano: quaresima; español: cuaresma), de mayor precisión que significa «cuarenta días», o, más literalmente, «el cuadragésimo día». Esta palabra, a su vez, imitaba el nombre griego de la Cuaresma, tessarakoste, (cuadragésimo), una palabra formada por la analogía con Pentecostés (pentekoste), que en el pasado se usaba para designar la fiesta judía anterior al Nuevo Testamento. Esta etimología, como veremos, es de cierta importancia para explicar el desarrollo temprano del ayuno oriental.
Origen de la costumbre
Ya en el siglo V algunos Padres apoyaban la opinión de que este ayuno de cuarenta días era una institución apostólica. Por ejemplo, San León (m. 461) exhorta a sus oyentes a abstenerse para que «con sus ayunos puedan cumplir con la institución apostólica de los cuarenta días» —ut apostolica institutio quadraginta dierum jejuniis impleatur (P.L., LIV, 633), y el historiador Sócrates (m. 433) y San Jerónimo (m. 420) utilizan un lenguaje parecido. (P.G., LXVII, 633; P.L., XXII, 475).
Pero los mejores eruditos modernos son casi unánimes en el rechazo de este punto de vista, ya que en los documentos existentes de los primeros tres siglos encontramos tanto una considerable diversidad de prácticas en lo tocante al ayuno anterior a la Pascua, y también un proceso gradual de desarrollo en materia de su duración. El pasaje más importante es uno citado por Eusebio (Hist. Ecl. V, 24) de una carta de San Ireneo al Papa Víctor con relación a la Controversia Pascual. En ella Ireneo dice que no sólo existe una controversia acerca de la fecha de observancia de la Pascua, sino también acerca del ayuno preliminar. «Pues”, continúa, “algunos piensan que deben ayunar durante un día, otros que durante dos, y otros incluso durante varios, mientras que otros cuentan cuarenta horas del día y la noche, para su ayuno.” También alega que esta variedad de usos tiene un origen muy antiguo, lo que implica que no pudo haber habido una tradición apostólica sobre ese asunto. Rufino, quien tradujo a Eusebio al latín hacia fines del siglo IV, parece haber interpolado signos de puntuación en ese pasaje para hacer decir a Ireneo que algunas personas ayunaban durante cuarenta días. Anteriormente existía alguna diferencia de opinión en cuanto a la lectura correcta, pero la crítica moderna (por ejemplo, la edición de Schwartz comisionada por la Academia de Berlín) se pronuncia fuertemente a favor del texto traducido anteriormente. Podemos, entonces, concluir que en el año 190 Ireneo no sabía de ningún ayuno pascual de cuarenta días.
La misma conclusión se puede obtener a partir del lenguaje de Tertuliano sólo unos pocos años más tarde. Éste, en sus escritos como montanista, contrasta el tiempo breve del ayuno observado por los católicos (es decir, «los días cuando el novio les será arrebatado», que probablemente se referían al Viernes y Sábado de la Semana Santa) con el período más largo, aunque aún restringido, de una quincena, que observaban los montanistas. Sin duda se refería a un ayuno muy estricto (xerophagiæ: ayunos secos), pero no hay ninguna indicación en sus obras —aunque escribió todo un tratado «De jejunio», y con frecuencia toca el asunto en otras obras— de que estuviese familiarizado con un período de cuarenta días consagrados a un ayuno más o menos continuo (VeaTertuliano, «De jejunio», II y XIV; «De Oratione», XVIII, etc.).
Y hay el mismo silencio observable en todos los Padres pre-nicenos, aunque muchos tuvieron ocasión de mencionar tal institución apostólica si hubiese existido. Podemos notar, por ejemplo, que no hay mención de la Cuaresma en San Dionisio de Alejandría (ed. Feltoe, 94 ss.) ni en la «Didascalia», la cual Funk atribuye a cerca del año 250; sin embargo, ambos hablan abundantemente del ayuno pascual.
Existen datos que sugieren que la Iglesia en la era apostólica conmemoraba la Resurrección de Jesucristo no con una celebración anual, sino semanal (Vea «The Month», abril 1910, 377 ss.). Si esto es así, la liturgia del domingo constituía el recuerdo semanal de la Resurrección, y el ayuno del viernes, el de la Muerte de Cristo. Esa teoría ofrece una explicación natural a la amplia divergencia que hallamos que existía en la última parte del siglo II respecto al tiempo adecuado para observar la Pascua, y también a la manera del ayuno pascual. Los cristianos eran unánimes en cuanto a la observancia semanal del domingo y del viernes, lo cual era primitivo, pero la fiesta anual de la Pascua constituyó algo superpuesto por un proceso de desarrollo natural, y fue muy influenciado por las condiciones localmente existentes en las diferentes iglesias de Oriente y Occidente. Por otra parte, con la fiesta de Pascua parece también haberse establecido un ayuno preparatorio, el cual todavía no duraba más de una semana en ningún lugar, pero de carácter muy severo, que conmemoraba la Pasión, o más generalmente, «los días en los que les sería arrebatado el novio».
Sea como fuere, ya para los albores del siglo IV encontramos la primera mención del término tessarakoste. Aparece en el quinto canon del Primer Concilio de Nicea (325 d.C.), donde sólo se discute el tiempo apropiado para llevar a cabo un sínodo; y es concebible que se pueda referir no a un período sino a una fiesta definida, por ejemplo, la Fiesta de la Ascensión, o la Purificación, a la cual Ætheria llama quadragesimae de Epiphania. Pero debemos recordar que el vocablo antiguo, pentekoste (Pentecostés), de designar el quincuagésimo día, había llegado a denotar la totalidad del período (al que deberíamos llamar tiempo pascual) entre el Domingo de Pascua hasta el de Pentecostés (cf. Tertuliano, «De idolatria», XIV, — “pentecosten implere non poterunt”). Como quiera que sea, lo cierto es que, de acuerdo a las «Cartas Festales» de San Atanasio, que en el año 331 este santo le ordenó a sus fieles un período de cuarenta días de un ayuno preliminar a, pero no inclusivo de, el ayuno más estricto de la Semana Santa; y en segundo lugar, que en 339 el mismo Padre, después de haber viajado a Roma y por la mayor parte de Europa, escribió en los más enérgicos términos para instar a su observancia al pueblo de Alejandría, como una que se practicaba universalmente, “a fin de que mientras todo el mundo esté ayunando, nosotros en Egipto no seamos el hazmerreír como el único pueblo que no ayuna sino que nos dedicamos al placer”. Aunque Funk anteriormente sostuvo que la Cuaresma de cuarenta días no se conocía en Occidente antes de la época de San Ambrosio, esta es una evidencia que no puede echarse a un lado.
Duración del ayuno
El ejemplo de Moisés, Elías y Cristo debe haber constituido una gran influencia al fijar el tiempo de cuarenta días. Aunque también es posible que se reflexionara en el hecho de que Cristo duró cuarenta horas en la tumba (actualmente, siguiendo la tradición, la atención se pone más sobre los 40 años de Israel en el desierto y los cuarenta días de ayuno de Jesucristo en el desierto al inicio de su vida pública. Cfr. número 540 del Catecismo de la Iglesia Católica, de 1992, N.T.). Por otra parte, así como Pentecostés (cincuenta días) era el período durante el cual los cristianos se regocijaban y oraban de pie, a pesar de no estar siempre dedicados a esa oración, del mismo modo la Cuadragésima (cuarenta días) era originalmente un tiempo caracterizado por el ayuno, pero no significaba ello que los fieles deberían ayunar a todo lo largo del mismo. (Eusebio de Ceárea, en el año 332, en el texto mencionado más arriba, escribe lo siguiente acerca del significado de la Cuaresma, su ayuno y las festividades post-pascuales: «Después de Pascua, pues, celebramos Pentecostés durante siete semanas íntegras, de la misma manera que mantuvimos virilmente el ejercicio cuaresmal durante seis semanas antes de Pascua. El número seis indica actividad y energía, razón por la cual se dice que Dios creó el mundo en seis días. A las fatigas soportadas durante la Cuaresma sucede justamente la segunda fiesta de siete semanas, que multiplica para nosotros el descanso, del cual el número siete es símbolo», N.T.). De todos modos, para muchas comunidades ese principio no era siempre bien entendido y el resultado de ello era una diferencia en la práctica. En la Roma del siglo V, la Cuaresma duraba seis semanas, pero según el historiador Sócrates, sólo tres de ellas se dedicaban al ayuno y de ellas quedaban excluidos los sábados y domingos y, si confiamos en la opinión de Duchesne, esas semanas no eran continuas, sino la primera, cuarta y quinta de la serie, por su relación con las ordenaciones (Christian Worship, 243). Muy posiblemente, sin embargo, esas semanas tenían que ver con los «escrutinios» preparatorios del bautismo, ya que, según algunas autoridades (e.g., A.J. Maclean en «Recent Discoveries»), la obligación de ayunar junto con los candidatos al bautismo es resaltada como la influencia principal para el desarrollo de los cuarenta días. Empero, en todo el Oriente, con algunas excepciones, prevaleció el formato explicado en las «Cartas Festales» de San Atanasio y que cundió en Alejandría, a saber: las seis semanas de la Cuaresma eran sólo la preparación para un ayuno sumamente estricto que se observaba durante la Semana Santa. (Acerca del sentido del ayuno cuaresmal, San Atanasio, en una de esas «cartas festales» enseña lo siguiente: «Cuando Israel era encaminado hacia Jerusalén, primero se purificó y fue instruido en el desierto para que olvidára las costumbres de Egipto. Del mismo modo, es conveniente que durante la santa cuaresma que hemos emprendido procuremos purificarnos y limpiarnos, de forma que, perfeccionados por esta experiencia y recordando el ayuno, podamos subir al cenáculo con el Señor para cenar con él y participar en el gozo del cielo. De lo contrario, si no observamos la cuaresma, no nos será licito ni subir a Jerusalén ni comer la pascua». N.T.). Esto queda confirmado por la «Constituciones Apostólicas» (V, 13) y presupuesto por San Juan Crisóstomo (Homiliae, XXX sobre Gn 1). Habiendo sentado ya sus reales, el número cuarenta produjo otras modificaciones. A algunos les pareció necesario que no solamente hubiera ayunos a lo largo de los cuarenta días, sino que fueran cuarenta días de ayuno. De ese modo encontramos que Ætheria, en su «Peregrinatio», habla de que en Jerusalén se tenía una Cuaresma de ocho semanas, de las que, excluidos sábados y domingos, nos da cinco veces ocho, i.e., cuarenta días de ayuno. En otras localidades, por otro lado, la gente se contentaba con un tiempo no mayor de seis semanas, ayunando únicamente cinco días a la semana, como ocurría en Milán, a la usanza oriental (Ambrosio, «De Elia et Jejunio», 10). En tiempos de Gregorio Magno (590-604) en Roma se utilizaban seis semanas de cinco días cada una, haciendo un total de 36 días de ayuno, las que San Gregorio, seguido después por muchos autores medievales, describe como el diezmo espiritual del año, ya que 36 días equivalen aproximadamente a la décima parte de 365. Más tarde, el deseo de cuadrar perfectamente los cuarenta días llevó a la práctica de comenzar la Cuaresma a partir de nuestro actual Miércoles de Ceniza, aunque la iglesia de Milán, hasta el día de hoy se adhiere al formato primitivo, que aún se nota en el Misal Romano cuando el celebrante, durante la Misa del primer domingo de Cuaresma, habla de «sacrificium quadragesimalis initii», el sacrificio del inicio de la Cuaresma (La versión actual española de la oración sobre las ofrendas para ese domingo dice: «…el santo tiempo de la Cuaresma, que estamos iniciando.», N.T.)
Naturaleza del ayuno
La divergencia respecto a la naturaleza del ayuno tampoco fue menor. Por ejemplo, el historiador Sócrates (Historia Ecclesiatica, V, 22) nos describe la práctica del siglo V: «Algunos se abstienen de cualquier tipo de creatura viviente, mientras que otros, de entre todos los seres vivos solamente comen pescado. Otros comen aves y pescado, pues, según la narración mosaica de la creación, estos últimos también salieron de las aguas. Otros se abstienen de comer fruta cubierta de cáscara dura y huevos. Algunos sólo comen pan seco, otros, ni eso. Y algunos, después de ayunar hasta la hora nona (15:00 horas), toman alimentos variados». En medio de tal diversidad no faltó quien se inclinara por los extremos del rigor. Epifanio, Paladio y el autor de «La vida de Santa Melania la Joven» parecen ser testigos de un orden de cosas en el que el cristiano ordinario debía pasar 24 horas o más sin alimento alguno, sobre todo durante la Semana Santa, y los más austeros subsistían a lo largo de la Cuaresma con una o dos comidas semanales exclusivamente (Cfr. Rampolla, «Vita di S. Melania Giuniore», apéndice XXV, p. 478). La regla ordinaria del ayuno, sin embargo, consistía en tomar una comida al día, en la tarde, con la total prohibición de tomar, en los primeros siglos, carne y vino. En la Semana Santa, o al menos el Viernes Santo, era común hacer el ayuno llamado xerophagiæ, i,e., una dieta de alimentos secos, pan, sal y vegetales. No parece que hubiesen estado originalmente prohibidos los lacticinia, como parece corroborar el citado pasaje de Sócrates. Más aún, en una época posterior, Beda nos habla del obispo Cedda, quien en Cuaresma sólo hacía una comida al día, consistente en un poco de pan, un huevo de gallina y un poco de leche mezclada con agua» (Historia Ecclesiastica III, 23). Por el contrario, Teodulfo de Orleans, en el siglo VIII, consideraba la abstinencia de huevos, queso y pescado como señal de una virtud excepcional. San Gregorio, en una carta a San Agustín de Inglaterra, fija la norma: «Nos abstenemos de carne y de todo aquello que viene de la carne, como la leche, el queso y los huevos». Esta decisión quedó después incorporada al «Corpus Juris», y se considera ya como ley general en la Iglesia. Pero fueron aceptadas ciertas excepciones, y con frecuencia se concedían dispensas para consumir «lacticinia», a condición de dar alguna contribución a una obra de caridad. Tales dispensas eran conocidas en Alemania como Butterbriefe (Cartas de, o acerca de, la mantequilla; Butter significa mantequilla en alemán. N.T.), y se dice que varios templos fueron construidos con las sumas recogidas de esa manera. Una de las torres de la catedral de Rouen era conocida, por esa razón, como la «Torre de la Mantequilla». Esta prohibición de comer huevos y leche en Cuaresma se ha perpetuado en la costumbre popular de bendecir o regalar huevos de Pascua y en la costumbre inglesa de comer pastelillos el Martes de Carnaval.
Relajamiento del ayuno cuaresmal
Por lo dicho antes podemos afirmar que en la temprana Edad Media, a lo largo de la mayor parte de la Iglesia Occidental, la Cuaresma consistía en cuarenta días de ayuno, y seis domingos. Desde el inicio de esa temporada, hasta su final, quedaban prohibidos la carne y los «lacticinia», incluso los domingos, y durante los días de ayuno sólo se hacía una comida al día, la que no podía realizarse antes de oscurecer. Pero ya en una época muy temprana (encontramos la primera mención de esto en Sócrates), se comenzó a tolerar la práctica de romper el ayuno a la hora de nona, o sea a las tres de la tarde. Sabemos, en particular, que Carlomagno, alrededor del año 800, tomaba su refacción cuaresmal a las 2 de la tarde. Este gradual adelanto de la hora de cenar se facilitó por el hecho de que las horas canónicas de nona, vísperas, etc., más que representar puntos fijos de tiempo, representaban espacios de tiempo. La hora novena, o nona, estrictamente significaba las tres de la tarde, pero el oficio de nona podía ser recitado a la misma hora de sexta, que, lógicamente, correspondía a la hora sexta, mediodía. De tal modo, se llegó a pensar que la hora nona empezaba a mediodía, y ese punto de vista se ha conservado en la palabra inglesa noon, que viene a significar el tiempo entre mediodía y las tres de la tarde. La hora de romper el ayuno cuaresmal era después de vísperas (el ritual vespertino), pero gracias a un proceso gradual, el rezo de vísperas se anticipó más y más hasta que se reconoció oficialmente el principio, vigente hasta hoy día, de que las vísperas de Cuaresma podrían ser rezadas a mediodía. De ese modo, si bien el autor del «Micrologus» del siglo XI aún afirmaba que quienes tomaran alimentos antes del anochecer no ayunaban de acuerdo a los cánones (P.L., CLI, 1013), ya para los inicios del siglo XIII algunos teólogos, como el franciscano Richard Middleton, quien basa su decisión en la usanza de su tiempo, afirma que aquel hombre que cene a mediodía no rompe el ayuno cuaresmal. Todavía más material fue el relajamiento causado por la introducción de la «colación». Esta perece haber comenzado en el siglo IX, cuando el Concilio de Aix la Chapelle autorizó la concesión, aún para los monasterios, de un trago de agua u otra bebida al atardecer para aquellos que estuviesen fatigados por el trabajo manual del día. De este pequeño inicio se desarrolló una mayor indulgencia. El principio de la parvitas materiae, o sea, que una cantidad pequeña de alimento no rompe el ayuno mientras no sea tomada como parte de una comida, fue adoptado por Santo Tomás de Aquino y otros teólogos. A lo largo de los siglos se reconoció que una cantidad fija de comida sólida, menor de seis onzas, podía ser tomada después de la bebida del mediodía. Puesto que esa bebida vespertina, cuando se comenzó a tolerar en los monasterios del siglo IX, se tomaba a la hora en que se leían en voz alta las «collationes» (conferencias) del Abad Casiano a los hermanos, esta pequeña indulgencia llegó a ser conocida como «colación», y así se ha llamado desde entonces. Otro tipo de mitigaciones, de naturaleza más substancial, se ha introducido en la observancia de la Cuaresma durante el curso de los últimos siglos. Para comenzar, se ha tolerado la costumbre de tomar una taza de líquido (por ejemplo, café, té e incluso chocolate) con un trozo de pan o una tostada temprano en la mañana. Y en lo que toca más de cerca de la Cuaresma, la Santa Sede ha concedido sucesivos indultos para permitir la carne como alimento en la comida principal, primero los domingos y después en dos, tres, cuatro y cinco días a la semana, hasta casi abarcar todo el período. Más recientemente, el Jueves Santo, en el que siempre se había prohibido la carne, ha venido a ser beneficiario de la misma indulgencia. En los Estados Unidos, por concesión de la Santa Sede, se ha logrado que los trabajadores y sus familias coman carne todos los días, excepto los viernes, el Miércoles de Ceniza, el Sábado Santo y la Vigilia de Navidad. La única compensación para tanta mitigación es la prohibición de tomar carne y pescado simultáneamente en la misma comida. (Véase Abstinencia, Ayuno, Impedimentos, Canónico (III), Domingo Laetare, Septuagésima, Sexagésima, Quincuagésima, Quadragésima, Ornamentos).
(La legislación actual de la Iglesia, según el Código de Derecho Canónico vigente desde el 25 de enero de 1983, señala en sus artículos 1249-1253, la obligación de ayunar y abstenerse de ciertos alimentos. El ayuno sólo obliga el Miércoles de Ceniza y el Viernes Santo; la abstinencia de carne, u otro alimento señalado por las conferencias episcopales, todos los viernes y el tiempo de Cuaresma. Cfr. También el Catecismo de la Iglesia Católica, número 1438. Acerca de la percepción actual del sentido de la Cuaresma y el Adviento, el otro «tiempo fuerte», penitencial, de la Iglesia, cfr. Constitución Sacrosantum Concilium del Concilio Vaticano II, nos. 102-106; 109-110. N.T.)
Fuente: Thurston, Herbert. «Lent.» The Catholic Encyclopedia. Vol. 9. New York: Robert Appleton Company, 1910. 22 Feb. 2012
http://www.newadvent.org/cathen/09152a.htm
Traducido por Javier Algara Cossío
Fuente: Enciclopedia Católica