La finalidad que tiene dicha cronología es la de determinar las fechas correctas de los acontecimientos y las personas en el Antiguo Testamento con la mayor precisión posible, a fin de que podamos comprender mejor su importancia.
I. Fuentes y métodos de cronología
a. Método antiguo
Hasta hace 100 años aproximadamente las fechas del AT se calculaban casi enteramente tomando como base las afirmaciones bíblicas (así Ussher). Dos inconvenientes atentaban contra de este procedimiento. En primer lugar, el AT no ofrece todos los detalles indispensables para una tarea de esta naturaleza, y algunos acontecimientos pueden haber sido simultáneos y no consecutivos. En segundo lugar, las versiones antiguas, p. ej. la lxx., a veces ofrecen cifras que no concuerdan. De ahí que los esquemas de esta naturaleza estén sujetos a mucha inseguridad.
b. Métodos actuales
Los entendidos de hoy en día procuran correlacionar los datos obtenidos tanto de la Biblia como de las fuentes arqueológicas, a fin de obtener fechas definitivas para los hebreos, como también para sus vecinos. Desde ca. 620 a.C., el canon de Tolomeo y otras fuentes clásicas (p. ej. Maneto, Beroso) ofrecen un marco que puede completarse y corregirse detalladamente mediante tablillas babilónicas y papiros egipcios contemporáneos, etc., para los dos grandes estados fluviales. El margen de error raras veces sobrepasa un año, y en algunos casos se reduce a una semana dentro del mes, o incluso a nada.
Se dispone de buenas fechas basadas en datos procedentes de la Mesopotamia desde ca. 1400 a.C. en adelante. Los asinos designaban cada año un funcionario para que actuase de limmu o epónimo, y asignaban su nombre al año en que actuaba. Llevaban listas de estos nombres, y a menudo anotaban los sucesos acaecidos cada año, p. ej. la ascensión de un rey, o una campaña en el exterior. Así, si se puede establecer un año determinado mediante el cálculo, queda establecida toda la serie. Un eclipse de sol en el año del epónimo Bur-Sagale corresponde al 15 de junio del año 763 a.C., con lo cual se determina toda una serie de años y acontecimientos desde 892 a 648 a.C. con material que hace retroceder la fecha hasta el año 911 a.C. Paralelamente a estas listas de limmus, las listas de reyes con nombres y reinados retrotraen la historia de Asiria hasta el año 2000 a.C. aproximadamente, con un error máximo de alrededor de un siglo en esa época, que se reduce a una década aproximadamente entre ca. 1400 a.C. y ca. 1100 a.C. Las listas de reyes babilónicos y las “historias sincrónicas” que narran contactos entre reyes asirios y babilónicos permiten conocer la historia de los dos reinos entre ca. 1400 a.C. y ca. 800 a.C. Finalmente, la información dispersa obtenida de tablillas y anales contemporáneos de diversos reinados proporciona pruebas documentales de primera mano para algunos períodos.
De fuentes egipcias se pueden obtener buenas fechas a partir de ca. 1200 a.C. retrocediendo hasta ca. 2100 a.C. Dichas fuentes incluyen listas de reyes, fechas de años en monumentos contemporáneos, verificaciones basadas en documentos de la Mesopotamia y otras partes, y algunos fenómenos astronómicos con fechas exactas en determinados reinados. De esta manera, las dinastías 11ª y 12ª pueden fecharse entre ca. 2134 y 1786 a.C., y las dinastías 18ª a 20ª entre ca. 1552 y 1070 a.C., cada una dentro de un error máximo de unos 10 años; las dinastías 13ª a 17ª se ubican entre estos dos grupos con un error máximo de alrededor de 15 ó 20 años en su centro. Las fechas mesopotámicas durante el período 2000–1500 a.C. dependen en gran medida de la fecha que se le asigna a Hamurabi de Babilonia: en la actualidad varía entre 1850–1700 a.C., y la fecha 1792–1750 (S. Smith) es tan aceptable como cualquiera.
Entre los años 3000 y 2000 a.C. todas las fechas correspondientes al Cercano Oriente están sujetas a mayor incertidumbre, de hasta dos siglos, mayormente porque se las vincula, inadecuadamente, con fechas posteriores. Antes del año 3000 a.C. todas las fechas son tan sólo estimaciones razonadas, y están sujetas a un margen de error de varios siglos, proporción que aumenta con la distancia en el tiempo. El método del “carbono 14” para computar las fechas de la materia orgánica proveniente de la antigüedad tiene mayor valor para el período anterior al año 3000 a.C., y tales fechas ofrecen un margen de error de alrededor de 250 años. De ahí que este método resulte de poca utilidad para la cronología bíblica; las posibles fuentes de error de este método exigen que las fechas que se establezcan por el “carbono 14” se sigan tratando con reserva.
Un marco de esta naturaleza para Mesopotamia y Egipto contribuye a determinar las fechas de los descubrimientos palestinos y de muchos acontecimientos y personajes de la Biblia; así, la historia de los reinos hebreos permite enlaces con Asiria Babilonia. Los sucesivos niveles de ocupación humana descubiertos por los arqueólogos en los túmulos de ciudades (los “tell”) de la antigua Palestina a menudo contienen objetos fechables que establecen enlaces entre tales niveles con fechas correspondientes en la historia egipcia hasta el ss. XII a.C. A partir de allí, los cambios de ocupación pueden a veces enlazarse directamente con la historia israelita, como sucede en *Samaria, *Hazor, y *Laquis. Las fechas, en lo que respecta a Israel, pueden fijarse con un margen de error de unos diez años en los días de Salomón, reduciéndose prácticamente a cero para la época de la caída de Jerusalén en 587 a.C. Los márgenes de error a que se ha aludido provienen de pequeñas diferencias en nombres o cifras en listas paralelas de reyes, algunos claros en dichas listas, reinados de duración desconocida hasta el momento, y limitaciones en lo que respecta a ciertos datos astronómicos. Estos errores podrán ser eliminados únicamente mediante el descubrimiento de datos más detallados en el futuro.
Otras complicaciones en lo que se refiere a cronología se originan en los distintos modos en que se aplicaba el calendario en la antigüedad para calcular los años del reinado de los sucesivos monarcas. Mediante el sistema de ascensión al trono, la parte del año civil entre el acceso de un rey y el día de año nuevo siguiente no si consideraba como su primer año de reinado, sino como “año de ascensión” (período que se le acreditaba al monarca anterior), y su primer año de reinado se calculaba a partir del primer día del año siguiente. Pero por el sistema inverso, el lapso entre su ascenso al trono y el primer día del año siguiente se computaba como su primer “año” de reinado, y su segundo año comenzaba con ese primer día del año siguiente. El sistema de cálculo que se usaba, quien lo usaba, para quién y cuándo, todo tiene gran importancia para la correcta interpretación de la información cronológica en Reyes y Crónicas.
II. La remota antigüedad antes de Abraham
Tan remota es la fecha de la creación que debe aceptarse como suficiente aquella frase inmortal, “en el principio .…” El período desde Adán hasta Abraham es abarcado por genealogías durante las cuales ocurre el diluvio. Sin embargo, las tentativas de usar esta información para establecer fechas para el período desde Adán hasta Abraham se ven obstaculizadas por la falta de certidumbre acerca de la interpretación correcta. Una interpretación literal occidental de las cifras tal como aparecen nos daría una fecha inferior a la que correspondería a los acontecimientos registrados, p. ej. el diluvio. Así, si por ejemplo, el nacimiento de Abraham se fija en el año 2000 a.C.
De ahí que toda tentativa para efectuar una correcta interpretación debe hacerse desde otras perspectivas. Los documentos del antiguo Cercano Oriente deben entenderse en primer lugar de la misma manera en que los comprendieron sus escritores y lectores. En el caso de las genealogías, esto comprende la posibilidad de una abreviación debido a la omisión de algunos nombres en una serie. Es evidente que el objeto principal de las genealogías en Gn. 5 y 11 no era tanto el de proporcionar una cronología completa sino establecer un eslabón entre el primer hombre y la gran crisis del diluvio, y luego desde el diluvio a través de la línea de Sem hasta Abraham, antepasado de la nación hebrea. La abreviación de una *genealogía por medio de una omisión no afecta ideológicamente su valor como eslabón, como sería fácilmente demostrable sobre la base de análogas fuentes antiguas del Cercano Oriente. Por consiguiente, las genealogías, incluso las de Gn. 5 y 11, siempre deben utilizarse con gran cautela, especialmente cuando es dable suponer que puedan interpretarse de más de una manera.
III. Fechas anteriores a la monarquía
a. Los patriarcas
Es posible utilizar tres enfoques distintos para el fechamiento de los patriarcas: la mención de acontecimientos externos acaecidos en los tiempos en que vivieron, declaraciones sobre el tiempo transcurrido entre su día y algún momento posterior de la historia, y las indicaciones que revelan determinados períodos y que puedan apreciarse en las condiciones sociales de su época.
Los dos acontecimientos sobresalientes que se registran son el ataque de los cuatro reyes a otros cinco en Gn. 14 (* Amrafel; * Arioc; * Quedorlaomer) y la destrucción de las ciudades de la llanura en Gn. 19 (* Llanura, Ciudades de la) , acontecimientos que tuvieron lugar durante la vida de Abraham.
Hasta ahora, ninguno de los reyes de Gn. 14 ha sido claramente equiparado con algún individuo en particular en el 2º milenio a.C.; los nombres de los mismos eran conocidos en dicho período general, especialmente desde 1900 hasta 1500 a.C. Particularmente típicos del período 2000 a 1700 a.C. son las poderosas alianzas formadas por grupos antagónicos de reyes en Mesopotamia y Siria; una famosa carta escrita desde Mari en la parte media del Éufrates dice lo siguiente acerca de este período: “No existe ningún rey que por sí solo sea el más poderoso; diez o quince reyes siguen a Hamurabi de Babilonia, el mismo número de reyes sigue a Rim-Sin de Larsa, el mismo número sigue a Ibal-pi-Él de Esnunna, el mismo número sigue a Amut-pi-Él de Qatna, y veinte reyes siguen a Yarim-lim de Yamjad”. En este período, también, Elam fue uno de los varios reinos prominentes.
Glueck ha procurado fijar la fecha de la campaña de Gn. 14 sobre la base de los supuestos resultados arqueológicos; sostiene que la sucesión de ciudades-asentamientos a lo largo del posterior “camino real” estuvo indudablemente habitada al principio del 2º milenio (hasta el ss. XIX a.C., de acuerdo con la forma moderna de fechar), pero que muy pronto la región quedó súbitamente deshabitada, con excepción de algunos nómades errantes, hasta alrededor de 1300 a.C., cuando se fundaron los reinos de Edom, Moab, y Amón, pertenecientes a la edad del hierro.
El mismo razonamiento se ha aplicado a la fecha de la caída de las ciudades de la llanura, aunque en la actualidad parecería imposible recuperar los restos de las mismas (dado que posiblemente se encuentren en el fondo del mar Muerto).
Este cuadro que se ha presentado de una brecha habitacional entre los ss. XIX y XIII a.C. ha sido criticado por Lankester Harding a la luz de ciertos descubrimientos recientes en la Transjordania, incluyendo algunas tumbas de la edad media del bronce y un importante templo de la edad del bronce media y posterior. Sin embargo, ni el parecer de Glueck ni el de Harding deben necesariamente llevarse al extremo; con toda probabilidad la teoría de reducida densidad de población entre los ss. XIX y XIII merezca aceptación en general, y, en el caso de las ciudades del camino real, en particular, mientras que en algunos puntos aislados la ocupación puede haber sido continua.
Dos proposiciones principales ligan los tiempos de los patriarcas con épocas posteriores. En Gn. 15.13–16 se le advierte anticipadamente a Abraham que sus descendientes morarán en tierra ajena durante un período de alrededor de cuatro siglos. La “cuarta generación” del
Las condiciones sociales que surgen de las narraciones patriarcales no permiten un fechamiento preciso, pero concuerdan con la fecha general que se puede establecer por referencia a Gn. 14 y 19, y con la utilización del período de 430 años hasta el éxodo. Así se puede observar cómo las costumbres sociales en torno a la adopción y la herencia mencionadas en Gn. 15–16; 21; etc., son muy parecidas a las que aparecen en los documentos cuneiformes encontrados en Ur, etc., y que van de los ss. XVIII a XV a.C.
La extraordinaria libertad para viajar a través de grandes distancias (por ejemplo, el trayecto de Abraham entre Ur y Egipto) se destaca en esta época general; comparense los enviados de Babilonia que pasaban por Mari al ir y volver de Hazor en Palestina. Referente a las poderosas alianzas de esta época, véase
Si se fija una fecha para la entrada de Jacob y su familia en Egipto alrededor de 1700 a.C., esto colocaría dicho acontecimiento y el ministerio de *José en el período de los hicsos de la historia egipcia, durante el cual gobernantes de origen semita aparecen como faraones de Egipto; esto concordaría con la rara mezcla de elementos egipcios y semitas que hallamos en Gn. 37.1.
b. El éxodo y la conquista
(Para conocer las fechas alternativas egipcias en esta sección, véanse las tablas cronológicas,) Un nuevo contacto entre Israel y sus vecinos ocurre en Ex. 1.11, cuando los hebreos estaban edificando las ciudades de Pitón y Ramesés en la época de Moisés. Ramesés era la capital egipcia del Delta, edificada en su mayor parte por Ramsés II, ciudad a la cual le dio su propio nombre (ca. 1290–1224 a.C.), prosiguiendo así la obra de su padre Setos I (ca. 1304–1290 a.C.); esto vale también para Qantir, el sitio más probable de Ramesés. Ramsés I (ca. 1305–1304 a.C.) reinó poco más de un año, motivo por el cual no se lo toma en cuenta. Con anterioridad a Setos I y Ramsés II, ningún faraón había edificado una ciudad capital en el Delta desde el período de los hicsos (en tiempos de José); la ciudad de Ramesés, pues, fue realmente obra original de estos dos reyes, y no fue tomada de algún gobernante anterior y simplemente llamada con un nuevo nombre, como a veces se sugiere. Por lo tanto, tomando como base este elemento comprobado, se debe considerar que el éxodo ocurrió después de 1300 a.C. y preferiblemente después de 1290 a.C. (ascensión de Ramsés II). Un límite inferior para la fecha del éxodo se indica probablemente en la denominada “estela de Israel”, inscripción triunfal de Merneptah fechada en su 5º año (ca. 1220 a.C.), que menciona la derrota de diversas ciudades y pueblos en Palestina, incluso Israel. Algunos niegan que Merneptah jamás haya invadido Palestina; según Drioton, La Bible et l’ Orient, 1955, pp. 43–46, a los pueblos palestinos simplemente los abrumó la gran victoria de Merneptah en Libia, hecho que su estela conmemora mayormente; la mención de Israel sería seguramente una alusión a la desaparición de los hebreos, que se internaron en el desierto, lo que significaría, para los egipcios, una muerte segura. Vease, además, C. de Wit, The Date and Route of the Exodus, 1960. El éxodo, por lo tanto, se ubicaría en los primeros cinco años de Merneptah (ca. 1224–1220 a.C.). Sin embargo, este criterio tropieza con ciertas objeciones. Una inscripción de Merneptah en un templo de Amada en Nubia, en frases estrictamente paralelas, lo califica de “sometedor de Gezer” y “arrebatador de Libia”. “Arrebatador de Libia” se refiere, sin lugar a dudas, a la gran victoria de Merneptah en Libia en el 5º año de su reinado, cuyo relato detallado se encuentra en la estela de Israel. De ahí que el título tan específico y estrictamente paralelo de “sometedor de Gezer” tiene que referirse a la exitosa intervención de Merneptah en Palestina, aunque fuese de alcance limitado. Con esto concordaría el claro significado de las referencias a Ascalón, Gezer, Yenoam, Israel, y Khuru como “conquistada”, “sometida”, “aniquilida”, “sus mieses no existen”, y “enviudada”, respertivamente, en la estela de Israel. Luego, la referencia a “Israel, sus mieses (=
La cifra de 40 años relativa a los viajes de los hebreos por el desierto se desecha frecuentemente con demasiada facilidad, como cifra redonda que puede significar cualquier cosa. Este período particular de 40 años de la historia hebrea debe tomarse con seriedad tal como aparece, teniendo en cuenta las siguientes consideraciones. Los israelitas tardaron un año y fracción en recorrer la distancia entre Ramesés y Cades-barnea (salieron de Ramesés el día 15 del “mes primero”, Nm. 33.3), abandonando el
La declaración de que Hebrón fue fundada siete años antes que Zoán en Egipto (Nm. 13.22) a veces suele vincularse con la era (contemporánea) de Pi-Ramesés en Egipto, que abarca 400 años desde aproximadamente 1720/1700 hasta alrededor de 1320/1300 a.C. Esta era correría en este caso paralelamente a los 430 años de la tradición hebrea. Esta idea, sin embargo, resulta más interesante que convincente.
Las pruebas proporcionadas por Palestina concuerdan en términos generales con la información de los anales egipcios. Aun admitiendo que algunos asentamientos hayan florecido con anterioridad (p. ej. el sitio donde se erigió el templo en Ammán, según Lankester Harding), la intensa ocupación de los reinos de Edom y Moab durante la edad de hierro, rodeados de poderosos fortines o blocaos fronterizos data principalmente de alrededor de 1300 a.C. en adelante. Por consiguiente estos reinos difícilmente podrían haberse opuesto en forma efectiva a Israel (como se describe en Nm. 20) antes de ca. 1300 a.C. Por ello se desprende, una vez más, que la fecha del éxodo esta mejor ubicada con posterioridad a 1300 a.C. que con anterioridad a dicho año.
Rastros encontrados en distintas ciudades de Palestina demuestran a las claras que hubo destrucción en la segunda mitad del ss. XIII a.C., lo cual concordaría con la embestida de los israelitas calculada alrededor del año 1240 a.C. en adelante. Dichas ciudades son Tell Beit Mirsim (posiblemente la Debir/Quiriat-sefer bíblica), Laquis, Bet-el, y Hazor. Solo dos sitios han dado lugar a controversia: Jericó y Hai.
En Jericó la clara verdad parece ser que Josué e Israel cumplieron con tanta eficacia su tarea que las ruinas de la ciudad quedaron expuestas a los estragos de la naturaleza y el hombre durante cinco siglos, hasta los días de Acab (cf. 1 R. 16.34), de tal suerte que los niveles correspondientes a la edad del bronce tardía que yacían en la superficie, quedaron casi enteramente denudados, e incluso algunos de los niveles más profundos fueron seriamente afectados. Así, en algunas partes del montículo, las capas superiores se remontan hasta la edad del bronce temprana (3º milenio a.C.), pero las pruebas existentes en otras partes, como también las tumbas, demuestran claramente la existencia de un gran asentamiento en la edad del bronce media, que fue posteriormente denudado por acción de la erosión. Los vestigios sumamente escasos de la Jericó de la edad del bronce tardía (
Los muros atribuidos a la edad del bronce tardía por Garstang, al examinarse minuciosamente, pertenecen sin lugar a dudas a la edad del bronce temprana, ca. 2300 a.C., de manera que dejan de tener pertinencia para la victoria de Josué. El hecho de la aparente cesación de los escarabajos de los reyes egipcios en Jericó con los de Amenofis III (quien murió ca. 1353 a.C.) no demuestra por sí solo que Jericó fue destruida en ese momento, sino que constituye una mera demostración de que se había eclipsado temporariamente la influencia directa de los egipcios en Palestina en la época de dicho rey y sus sucesores inmediatos, de lo cual se tiene información por otras fuentes. La escasez de alfarería micena (comúnmente importada por Siropalestina en los ss. XIV y XIII a.C.) en Jericó tampoco demuestra que haya caído a principios del ss. XIV a.C. y no más bien avanzado el ss. XIII. Con frecuencia se ha pasado por alto el hecho de que estos recipientes importados a veces son muy escasos en sitios siropalestinos, mientras que a la vez se encuentran a menudo en asentamientos en la costa o próximos a la misma. Así, la ciudad de Hama (igualmente interior) en Siria, estuvo ocupada durante el ss. XIII a.C., pero allí sólo se descubrieron dos tiestos micenos tardíos, lo cual representa menos de lo que se contró en Jericó; en cuanto a Hama, véase G. Hanfmann, reseña de P. J. Riis, “Hama II”, parte 3, en JNES 12, 1953, pp. 206–207. El resultado neto de todo esto es que no se pueden demostrar formalmente una conquista israelita de *Jericó en el ss. XIII tomando como base los vestigios arqueológicos existentes, pero tampoco se la puede negar.
La ciudad de *Hai presenta un problema que requiere mayor investigación sobre el terreno; la sección del montículo de Et-Tell que hasta el momento ha sido excavada dejó de ser ocupada alrededor del año 2300 a.C. Posiblemente la respuesta podrá encontrarse en algún asentamiento de la edad del bronce tardía que tiene que aparecer todavía en el lugar, pero hasta el momento no ha sido posible localizarlo.
Los habiru apiru, conocidos a través de las tablillas halladas en Tell el-Amarna como muy activos en Palestina alrededor del año 1350 a.C., se equiparan a veces con los invasores israelitas (“Hebreos”) bajo el mando de Josué. Sin embargo, el año l350 a.C. es demasiado prematuro para asignarlo a la conquista, como ya se ha demostrado más arriba. Además, el término habiru apiru se aplica a muchos otros pueblos, y no sólo a los hebreos mencionados en la Biblia, en una cantidad de documentos que llevan fechas que varían entre los años 1800 y 1150 a.C. y abarcan países tan distantes como Mesopotamia, Egipto, Siria, y Asia Menor. Es muy posible que los israelitas hayan sido considerados habirus apirus, pero es obvio que no se los puede equiparar con un determinado grupo de ellos sin mayores pruebas.
(Para una nueva relación de las pruebas arqueológicas y de otros tipos en cuanto a una datación del éxodo y la conquista en el ss. XV a.C. véase J. J. Bimson, Redating the Exodus and Conquest, 1978.)
c. Desde Josué hasta el ascenso de David al trono
Este período presenta un problema en cuanto a ciertos detalles que no pueden solucionarse mientras no se esté en posesión de mayor información. Si los 40 años de las peregrinaciones del éxodo, más los 40 años del reinado de David, y los primeros tres años del reinado de Salomón se restan del total de 480 años del período que va desde el éxodo hasta el 4º año de Salomón (1 R. 6.1), queda una cifra de alrededor de 397 años para Josué, los ancianos, los jueces, y Saúl. Los datos arqueológicos indican aproximadamente el año 1240 a.C. para el comienzo de la conquista (véase más arriba), lo cual da tan sólo unos 230 años hasta el 1010 a.C., la fecha probable del ascenso de David. Sin embargo, el total de los períodos registrados en Josué, Jueces, y Samuel no suma 397, ni 230 años, sino 470 + x + y + z, años, donde x representa el período de Josué y los ancianos, y el número de años superior a 20 durante los cuales Samuel fue juez, y z el reinado de Saúl, todas ellas cifras desconocidas. Pero el esquema general del problema no tiene por qué resultar difícil de manejar en principio, si se toman como marco de referencia las antiguas formas orientales corrientes de efectuar los cálculos, que son las únicas que corresponde tener en cuenta. En ninguna parte se afirma explícitamente que los 397 años que se obtienen sobre la base de 1 R. 6.1, o los 470 o más años desconocidos de Josué-Samuel se deban tomar consecutivamente, ni hay por qué suponerlo. Ciertos grupos de jueces, como también opresiones, se indican con toda claridad como sucesivas (“y después de él …”), pero esto no se dice de todos; por lo menos tres grupos principales pueden considerarse en parte contemporáneos, De manera que entre los 230 años evidentemente consecutivos a que se llega arqueológicamente, y los 470 plus años desconocidos que se registran y que son, posiblemente, simultáneos en parte, la diferencia de unos 240 o más años desconocidos puede absorberse fácilmente. En esta forma los 397 años representarían, entonces, simplemente una selección basada en algún principio aun no aclarado (tal como la omisión de ciertas opresiones o algo semejante) tomada de la cifra mayor del total de 470 o más años desconocidos disponibles.
En las obras del Cercano Oriente que comprenden cronologías, es importante tener en cuenta que los antiguos escribas no acostumbraban hacer listas sincrónicas como se hace en la actualidad. Se limitaban a enumerar cada serie de gobernantes y reinados separadamente, en forma sucesiva, en el papiro o la tablilla. Los sincronismos debían derivarse de obras historiográficas especiales y no de las listas de reyes o de los relatos destinados a otros fines. El papiro real turinés procedente de Egipto constituye un excelente ejemplo de lo que se acaba de puntualizar. Es una lista muy amplia de las cinco dinastías 13ª a 17ª en grupos sucesivos, con un total original de más de 150 gobernantes y sus respectivos reinados, que abarcan por lo menos 450 años. Sin embargo, se sabe por otras fuentes que estas cinco dinastías, los 150 o más gobernantes, como así también los 450 o más años de reinado, tienen que entrar en los 234 años entre ca. 1786 y ca. 1552 a.C.: raras veces menos de dos series, y a veces tres series, de gobernantes reinaron en forma contemporánea. La ausencia de referencias recíprocas entre contemporáneos (p. ej. entre los jueces) corre paralela con igual ausencia de referencias en casi todo el período de la historia egipcia que se acaba de citar.
Una situación parecida se descubre en las listas de reyes y en la historia de las ciudades-estados sumerias y babilónicas antiguas en la Mesopotamia. Por esta razón no hay motivo para que tales métodos no se puedan aplicar en el caso de una obra como el libro de Jueces. Es preciso recalcar que en ningún caso, sea bíblico o extrabíblico, se trata de un problema de falta de exactitud, sino de los métodos corrientes que se empleaban en la antigüedad. Todas las cifras en sí pueden ser correctas; donde hay que tener cuidado es en su interpretación. La utilización selectiva de la información por la vía de la omisión, como ya se ha sugerido para el origen de los 397 (de los 480) años, se conoce tanto por las listas egipcias como por los anales mesopotámicos, como también por otras fuentes. Las cifras bíblicas, juntamente con la información arqueológica, comienzan a tener sentido cuando se tienen en cuenta las prácticas antiguas correspondientes; cualquier solución definitiva en lo que se refiere a detalles requiere información mucho más completa.
TABLA CRONOLÓGICA: ANTIGUO Y NUEVO TESTAMENTOS
IV. Las monarquías hebreas
a. Las monarquía unida
Que el reinado de David efectivamente duró 40 años lo demuestra el hecho de que se trata de una cifra compuesta: 7 años en Hebrón, 33 en Jerusalén (1 R. 2.11). Los 40 años de reinado de Salomón comenzaron con una breve corregencia con su padre, de unos pocos meses quizás;
La duración del reinado de Saúl sólo puede ser estimada, dado que ha ocurrido algo en el texto hebreo de 1 S. 13.1; pero los 40 años de Hch. 13.21 deben de ser correctos, porque el cuarto hijo de Saúl, de nombre Is-boset, tenía por lo menos 35 años de edad cuando murió Saúl (a los 42 años de edad, no más de 7 años más tarde, 2 S. 2.10). De ahí que si Jonatán, el mayor, tenía alrededor de 40 años cuando falleció, Saúl no puede haber tenido mucho menos de 60 al morir. Si llegó a rey poco después de haber sido ungido cuando era “joven” todavía (1 S. 9.2; 10.1, 17ss), probablemente no tendría menos de 20 años de edad ni mucho más de 30, garantizándole así un reinado de 30 ó 40 años prácticamente. De esta manera, si su edad se calcula en una cifra media de 25 años cuando ascendió al trono, con un reinado de por lo menos 35 años, la información biológica se ajusta, como también Hch. 13.21, como cifra redonda o exacta. La ascensión de Saúl está, por lo tanto, bastante cerca del 1045 ó 1050 a.C.
b. La monarquía dividida
(i) Hasta la caída de Samaria. Comparando los limmu o listas epónimas de Asiria, y sus listas de reyes y textos históricos, se puede fijar la fecha 853 a.C. para la batalla de Carcar, la muerte de Acab, y el ascenso de Ocozías en Israel, y también el ascenso de Jehú después de la muerte de Joram en 841 a.C. Los reinados intermedios de Ocozías y Joram ocupan exactamente este intervalo si se calculan de acuerdo con los métodos acostumbrados para el cálculo de los años de reinado. Si se hace un cuidadoso cálculo de este tipo, siguiendo los métodos antiguos, se descubre una perfecta armonía en las cifras de los reinados de ambos reyes, retrocediendo hasta el ascenso de Roboam en Judá y Jeroboam en Israel en el año 931/30 a.C. De allí las fechas establecidas anteriormente para la monarquía unida.
De la misma manera, las fechas de las dos series de reyes pueden calcularse hasta la caída de Samaria a más tardar en 720 a.C. Esto ha sido demostrado con toda claridad por E. R. Thiele, Mysterious Numbers of the Hebrew Kings², 1965. Es posible demostrar, como lo ha hecho él, la existencia de corregencias entre Asa y Josafat, Josafat y Joram, Amasias y Azarías (Uzías), Azarías y Jotam, y Jotam y Acaz. Sin embargo, las objeciones de Thiele a los sincronismos de 2 R. 17.1 (12º año de Acaz equiparado con el ascenso de Oseas en Israel), 2 R. 18.1 (3º año de Oseas con el ascenso de Ezequías de Judá), y 2 R. 18.9–10 (equiparando el 4º y el 6º años de Ezequías con el 7º y el 9º de Oseas) carecen de valor. Thiele los tomó como años de reinado exclusivo, con 12/13 años de error. No obstante, la verdad parece ser que en realidad estas cuatro referencias simplemente continúan el sistema de las corregencias: Acaz fue corregente con Jotam durante 12 años, y Ezequías con Acaz. Esta práctica de las corregencias en Judá debe haber contribuido notablemente a la estabilidad de dicho reino; David y Salomón lograron establecer así un valioso precedente.
(ii) Judá hasta la caída de Jerusalén. Desde el reinado de Ezequías hasta el de Joaquín, todavía pueden calcularse las fechas con precisión, culminando con el año de la captura de Jerusalén por los babilonios en 597 a.C., fechada con exactitud del 15 al 16 de marzo (dos de Adar) del 597 mediante las tablillas de la Crónica babilónica que abarcan dicho período. Pero a partir de ese momento hasta la caída definitiva de Jerusalén, reina cierta incertidumbre respecto a la forma precisa de calcular el año civil hebreo, como así también los distintos reinados de Sedequías y Nabucodonosor en 2 Reyes y Jeremías. En consecuencia, prevalecen dos fechas diferentes para la caída de Jerusalén: 587 y 586 a.C. Aquí se prefiere adoptar la fecha 587, con Wiseman y Albright (en divergencia con Thiele, quien prefiere el año 586).
V. El exilio y posteriormente
La mayoría de las fechas de los reinados de los monarcas babilonios y persas que se mencionan en los pasajes bíblicos que se ocupan de este período pueden determinarse con toda exactitud. Por más de medio siglo las opiniones se han dividido en cuanto al orden relativo de Esdras y Nehemías en Jerusalén. El orden bíblico de los acontecimientos según el cual *Esdras llegó a Jerusalén en 458 a.C. y *Nehemías en 445 es perfectamente compatible cuando se analiza minuciosamente (cf. J. S. Wright).
El período intertestamentario resulta razonablemente claro; para las fechas principales, véase la tabla cronológica.
Bibliografía. °W. F.Albright, Arqueología de Palestina, 1962: bosquejo muy conveniente del tema que abarca; °J. Finegan, Manual de cronología bíblica, 1975; W. H. Schmidt, Introducción al Antiguo Testamento,
Cronología del Cercano Oriente: W. C. Hayes, M. B. Rowton, F. Stubbings, CAH³, 1970,
Egipto: E. Drioton y J. Vandier, L’Égypte (Col. Clio, I: 2), 1962—fuente clásica de información sobre historia y cronología egipcias—; Sir A. H. Gardiner, en
Palestina: W. F. Albright, Archaeology of Palestine, 1956—bosquejo sumamente conveniente del tema—; N. Glueck, Rivers in the Desert, 1959—resumen popular de su obra sobre la ocupación estacional del Neguev en el
La caída dé Judá: D. J. Wiseman, Chronicles o Chaldaean Kings (626–556 BC), 1956: fundamental para el período que abarca; compárense los siguientes: W. F. Albright en BASOR 143, 1956, pp. 28–33; E. R. Thiele,
Douglas, J. (2000). Nuevo diccionario Biblico : Primera Edicion. Miami: Sociedades Bíblicas Unidas.
Fuente: Nuevo Diccionario Bíblico