CRISTO, JESUS

(gr., Iesous, para el heb., Jeshua, Jehoshua, Joshua, Jehovah es salvación; heb., mashiah, gr., Christos, ungido).

I. Vida y obra, en general. Los varios dichos de Jesús Yo soy, afirman su existencia absoluta (Joh 8:58). La Escritura afirma su preexistencia en términos de compañerismo con el Padre (Joh 1:1), gloria (Joh 17:5) y designación por anticipado como el Salvador del mundo (1Pe 1:20).

Todas las cosas llegaron a ser a través de él (Joh 1:3; 1Co 8:6; Heb 1:2) y en él continúan teniendo su principio cohesivo (Col 1:17). Las manifestaciones de Dios en el AT están claramente asociadas con el Cristo preencarnado. Cuando Isaí­as vislumbró la gloria de Dios estaba viendo a Cristo (Joh 12:41). Moisés y los profetas hablaron de él (Luk 24:27, Luk 24:44; Joh 5:46), con referencia especial a sus sufrimientos y a las glorias que seguirí­an (1Pe 1:11). El AT abunda con predicciones acerca de Jesús (Gen 3:15; Deu 18:15, Deu 18:18; Salmo 2; 15; 22; 110; Isa 7:14; Isa 9:6-7; Isa 42:1-4; Isa 52:13—Isa 53:12; Isa 61:1-2; Jer 23:5-6; Mic 5:2). Como en anticipación de la encarnación, el Hijo de Dios se mostró a sí­ mismo en ocasiones a los fieles en forma visible como el Angel del Señor o el Angel del pacto (Gen 18:1—Gen 19:1; Jueces 13).

Vino en la encarnación a revelar a Dios (Joh 1:14, Joh 1:18), para redimir a la gente de sus pecados (Mar 10:45) y a relacionarse con simpatí­a con sus necesidades (Heb 2:17-18). Hoy el Dios-hombre está en el cielo, representando a los santos ante el trono de Dios (Heb 7:25; 1Jo 2:1). Por la consumación triunfante de su obra sobre la tierra, está exaltado y es la cabeza de la iglesia (Eph 1:22; Eph 4:15) y mediante el Espí­ritu dirige la vida y servicio de sus santos sobre la tierra (Mat 28:20).

Un propósito de la encarnación está reservado para su segunda venida.

Entonces se introducirá su gobierno real luego de su obra como juez (Mat 25:31-34). Esta futura venida es una de las más grandes verdades que se asientan en las Epí­stolas (Phi 3:20-21; 2Th 1:7-10) y es el tema principal de Apocalipsis. Después del reino milenario, Cristo entrará con su pueblo a la bienaventuranza del estado eterno que será preservado intacto de las irrupciones de pecado o muerte.

II. Ministerio terrenal. El Cristo largamente anunciado vino en la plenitud del tiempo (Gal 4:4). Dios providencialmente proporcionó el trasfondo adecuado para su aparición y misión. El nacimiento del Salvador fue natural, pero su concepción fue sobrenatural por el poder del Espí­ritu Santo (Mat 1:18; Luk 1:35). Augusto fue uno de los instrumentos de Dios cuando ordenó un censo universal para la imposición de tributos, haciendo posible el nacimiento de Jesús en el lugar señalado por el anuncio profético (Mic 5:2; Luk 2:1-7). Los pastores, por su presteza en buscar al bebé en el pesebre y por su gozo al verlo, se convirtieron en prototipos de las almas humildes en Judea quienes, en los dí­as por venir, reconocerí­an en Jesús a su Salvador. Un indicio del deseo gentil de participar en el Cristo puede verse en la venida de los magos del Oriente. En los escribas vemos a los dirigentes de una nación que rehusaba recibirlo cuando vino a los suyos.

Cristo no fue simplemente un mensajero de Dios, como los antiguos profetas, sino el Hijo eterno de Dios ahora vestido con naturaleza humana, pero libre de cualquier mancha de pecado. El tení­a una naturaleza divina y humana unidas en una persona. El niño Jesús creció en cuerpo y avanzó en conocimiento y en la sabidurí­a que le permitió hacer uso adecuado de lo que sabí­a. Los relatos escriturarios enfatizan su progreso en el entendimiento del AT y afirman su conciencia de una relación especial con su Padre en el cielo (Luk 2:49).

En su bautismo, Jesús recibió confirmación divina para su misión y la unción del Espí­ritu Santo para el cumplimiento de ella. Por medio del bautismo estaba cumpliendo toda justicia (Mat 3:15) en el sentido de que se estaba identificando a sí­ mismo con aquellos a quienes vino a redimir.

Relacionada de cerca con el bautismo está la tentación, porque también incluye este carácter representativo. El primer Adán falló cuando fue puesto a prueba; el último Adán triunfó, aunque debilitado por el hambre y acosado por la desolación del desierto. Jesús venció las tentaciones de Satanás, rechazando ser movido de un lugar de dependencia confiada en el Todopoderoso (Mat 4:7, Mat 4:10).

El ministerio público de Jesús fue breve. Juzgando por el número de Pascuas (Joh 2:23; Joh 5:1; Joh 6:4; Joh 13:1), el perí­odo fue un poco más de dos años y posiblemente más de tres. Los Sinópticos ponen especial importancia en Galilea, junto con visitas a Tiro y Sidón (Mat 15:21-28), Cesarea de Filipos (Mat 16:13 ss.), la Decápolis (Mar 7:31; comparar también Mar 5:1-20), Samaria (Luk 9:51-56; Luk 17:11) y Perea (Mar 10:1). Sin embargo, Juan enfatiza Judea.

Durante su misión en Galilea, Jesús escogió la ciudad de Capernaúm como su centro de operaciones, haciendo viajes a pueblos distantes (Mar 1:38; Mar 6:6; Luk 8:1). Sus sanidades y exorcismos eran muestras de compasión divina y señales de que el Prometido habí­a venido (comparar Mat 11:2-6; Luk 4:16-19).

El mensaje de Jesús fue el reino de Dios, el gobierno de Dios en la vida humana y en la historia. El reino era tanto futuro (Mat 25:31 ss.) como presente (Luk 11:20). Esta última referencia relaciona el reino con la actividad de Jesús en echar fuera demonios. En el grado en que Jesús invade el reino de Satanás en esta forma, el reino de Dios ya ha venido. Hacer la voluntad de Dios era el eje principal del ministerio de Jesús (Mat 6:10; Mat 12:50; Mar 14:36; Joh 4:34). La entrada al aspecto presente del Reino viene por medio de la fe en el Hijo de Dios (Joh 3:3, Joh 3:5, Joh 3:15-16).

Mucha de la enseñanza de nuestro Señor la dió a través de parábolas, generalmente comparaciones tomadas de varias fases de la naturaleza o de la vida humana: El reino de Dios es como… Este método de enseñanza mantuvo el interés de los escuchas hasta que se podí­a hacer la aplicación espiritual.

El ministerio del Salvador se dirigió mayormente a las multitudes durante su primera fase (Mat 4:17), pero gran parte del último año lo dedicó a la instrucción de los 12 discí­pulos a quienes habí­a escogido (Mat 16:21).

Ellos llegaron a entender que Jesús era el Mesí­as y el Hijo de Dios (Mat 16:16), pero no estaban preparados para recibir su enseñanza sobre el sufrimiento y la muerte que comprendí­a su vida terrenal (Mat 16:21, Mat 16:23).

En contraste con los 12 en su actitud hacia Jesús se encuentran los escribas y fariseos. A ellos los escandalizó que él declarara el perdón de los pecados de los hombres y que reclamara una relación especial y única con Dios como Hijo.

Para ellos la tradición significaba más que la verdad; tropezaron en su comprensión del Cristo de Dios. Al fin, conspiraron con sus oponentes los saduceos para librarse de Jesús.

Aún cuando Cristo estuvo dedicado a la enseñanza de sus discí­pulos desde los dí­as de la Transfiguración en adelante, siempre estuvo avanzando hacia Jerusalén para cumplir su camino en la cruz (Luk 9:51). En esos últimos dí­as se desarrollaron algunos eventos conmovedores: la entrada triunfal en Jerusalén, la limpieza del templo, la institución de la cena del Señor, el conflicto de su alma en el jardí­n de Getsemaní­, el arresto, el juicio, la crucifixión, la resurrección, las apariciones y la ascensión al cielo. En la cruz, †œel dí­a del hombre† hizo erupción en violencia y blasfemia. En la resurrección, †œel dí­a de Dios† principió al amanecer. Era su respuesta al mundo y a los poderes de las tinieblas. En ella Cristo fue justificado y sus demandas se esclarecieron.

III. Nombres, tí­tulos y oficios. Jesús se usa mayormente en las narraciones de los Evangelios y raramente aparece en discurso directo. Significa Salvador (Mat 1:21), y se relaciona lingüí­sticamente con el nombre hebreo Joshua.

Cristo, que significa ungido, es el equivalente gr. de la palabra heb. Messiah.

Nuestro Señor se refiere a sí­ mismo con este tí­tulo en Luk 24:46. Cristo también se usaba como nombre personal (Mar 1:1; Joh 17:3). La prohibición (Mat 16:20; Luk 4:41) de dar a conocer a Jesús como el Cristo durante los dí­as de su ministerio tení­a el propósito de evitar que la gente lo esperara como un Mesí­as polí­tico quien lograrí­a la libertad nacional para ellos.

Solamente una vez aparece el nombre Emanuel (Dios con nosotros) en referencia a Jesús (Mat 1:23). A Jesús se le llamó a menudo el Nazareno por los años que pasó en Nazaret (comparar Luk 24:19).

Cuando Jesús se referí­a a sí­ mismo, usó con más frecuencia el tí­tulo Hijo del Hombre, ocasionalmente enfatizando su humanidad pero principalmente apuntando a su trascendencia como una figura celestial (Dan 7:13; Luk 22:69-70). Usando este tí­tulo públicamente más que el de Mesí­as, Jesús pudo evitar la sugerencia que su misión fuera polí­tica y en cambio pudo poner en el tí­tulo su propio contenido.

Una de las designaciones más familiares para Jesús es Hijo de Dios. Solamente en el Evangelio de Juan lo usa de sí­ mismo (Joh 5:25; Joh 10:36; Joh 11:4). Pero en todos los demás usa su equivalente, el Hijo (Mat 11:27). Con mucha frecuencia en el curso de su ministerio se dirigieron a Jesús como Hijo de David (Mat 21:9; Luk 18:38), un tí­tulo mesiánico distintivo que apuntaba hacia él como el único que cumplió el pacto daví­dico.

Unos cuantos pasajes proclaman abiertamente que Jesús es Dios (Joh 1:1, Joh 1:18, según algunos mss.; Joh 20:28; Rom 9:5; Tit 2:13; Heb 1:8). Ningún término es más expresivo de la fe de los primeros creyentes en Jesús que Señor (Act 2:36; Act 10:36; Rom 10:9; 1Co 8:6; 1Co 12:3; Phi 2:11). Denota la soberaní­a de Cristo y su primací­a sobre el creyente, la iglesia como un cuerpo y sobre todas las cosas.

Algunos tí­tulos conciernen a la misión de Cristo más que a su persona. Uno de estos es Verbo (Joh 1:1, Joh 1:14; 1Jo 1:1), el revelador de Dios, quien da a conocer la naturaleza y propósitos del Todopoderoso. Cristo es también el Siervo (Phi 2:7; comparar Mat 12:17-21; Mar 10:45), el Salvador (Luk 2:11; Joh 4:42), Cordero de Dios (Joh 1:29, Joh 1:36; 1Pe 1:19; comparar Rev 5:6), el Sumo Sacerdote (Heb 9:11-12), el Mediador entre Dios y los hombres (1Ti 2:5), y el último Adán (1Co 15:45; Rom 5:12-21).

Esta lista de nombres y tí­tulos de Cristo no es exhaustiva. El análisis más satisfactorio del ministerio de Cristo lo divide en los oficios que cumple:
profeta, sacerdote y rey.

IV. Carácter. Ciertos ingredientes de carácter merecen especial mención, pero no puede decirse que era más reconocido por algunas cosas sobre otras, porque esto implicarí­a desproporción que restarí­a de la perfección de su ser.

Tení­a integridad, valentí­a, compasión, humildad y santidad.

V. Influencia. Una vida tan breve, tan confinada en su órbita geográfica, tan poco conocida por el mundo en su propio tiempo, no obstante ha llegado a ser la fuerza más potente para el bien en toda la historia humana. Cuando él viene al corazón de alguien por fe, crea un nuevo punto de referencia y un nuevo juego de valores. Los pecadores sienten el toque de Cristo y nunca vuelven a ser los mismos después.

En un sentido más general, Cristo ha afectado poderosamente la sociedad en su estado organizado. Ha enseñado al mundo la dignidad de la vida humana, el valor del alma y la gran estima de la personalidad. Bajo la influencia cristiana, la posición de las mujeres ha mejorado constantemente, se ha abolido la esclavitud, a los niños se les reconoce como una responsabilidad primaria para prodigarles amor y cuidado, y los gobiernos y los grupos cientí­ficos han sido estimulados al servicio social. Las artes deben sus más sublimes logros al deseo de honrar al Hijo de Dios. Los moralistas y filósofos, aún cuando carezcan de fe en él para salvación del alma, con frecuencia lo reconocen como la única gran esperanza para la humanidad.

Fuente: Diccionario Bíblico Mundo Hispano