COZEBA

Cozeba (heb. Kôzêbâ’ «que yace» o «engañoso»). Lugar en Judá (1Ch 4:22). El nombre se ha conservado en Khirbet Kuweizîbeh, a unos 9,5 km al noreste de Hebrón, pero como en este lugar no hay restos que daten de antes de los tiempos bizantinos, el antiguo lugar puede haber estado más bien en el vecino Khirbet ed-Dilb, que tiene restos que datan del 2º milenio a.C. Algunos comentadores lo identifican con Aczib 1. Creación. La palabra «creación», en su sentido más amplio implica la formación del universo por Dios, incluyendo nuestro mundo y todos los seres vivientes que hay en él. Sin embargo, el relato de la creación (Gen_1 y 2) trata principalmente de la llegada a la existencia de la Tierra, del Sol, los planetas y las criaturas vivientes que se encuentran sobre la Tierra. Cuando la palabra hebrea traducida como «crear» (bârâ’) aparece en las Escrituras, se usa exclusivamente para un acto en el cual Dios es el agente. Hay otros 2 términos hebreos que se escriben igual, pero tienen significados diferentes:1) «Ser gordo» (1Sa 2:29). 2) «Cortar», «desmontar» (Jos 17:5, 18; etc.); estas palabras aparecen en formas gramaticalmente diferentes de la palabra que significa «crear», de modo que se las distingue fácilmente. Se dice que bârâ’ significa creación de algo a partir de la nada. Esta idea no está implí­cita en la palabra, y si se entiende así­ en algún 257 pasaje debe ser como deducción a partir de otras consideraciones, tales como el contexto o textos relacionados con aquél. Se pueden citar numerosos casos en los que la creación de algo nuevo o diferente procede de material ya existente. El más notable es el registro de la creación del hombre, que afirma que fue formado del polvo de la tierra, y sin embargo fue «creado» (bârâ’; Gen 1:26, 27). Otras cosas mencionadas en las Escrituras como «creadas» (bârâ’) por Dios son: cielos y tierra (Gen 1:1; Isa 40:28; 42:5; 45:18), hombre (Gen 1:27), estrellas (Isa 40:26), corazón limpio (Psa 51:10), y cielos nuevos y tierra nueva (Isa 65:17). El registro de la creación es sumamente breve, y está escrito en el estilo sencillo del informe bí­blico y no en los términos técnicos de un hombre de ciencia. Siempre debemos recordar este hecho cuando intentemos interpretar estos pasajes. A menudo, de una sencilla palabra o frase hebrea se extraen conclusiones filosóficas o cientí­ficas indefendibles que van mucho más allá de lo que era la intención original del autor. El relato comienza con una afirmación sencilla: «En el principio creó Dios los cielos y la tierra». Las Escrituras aclaran que antes de todo era Dios, quien por medio de Cristo trajo todas las cosas a la existencia. «Todas las cosas por él fueron hechas, y sin él nada lo que ha sido hecho, fue hecho» (Joh 1:3). «Porque en él fueron creadas todas las cosas, las que hay en los cielos y las que hay en la tierra, visibles e invisibles; sean tronos, sean potestades; todo fue creado por medio de él y para él. Y él es antes de todas las cosas, y todas las cosas en él subsisten» (Col 1:16, 17). «Porque en seis dí­as hizo Jehová los cielos y la tierra, y todas las cosas que en ellos hay» (Exo 20:11). De acuerdo con la narración de Gen_1, la obra de la creación se completó en 6 dí­as. La forma más natural de entender el pasaje es considerar estos dí­as como dí­as literales de 24 horas cada uno. Evidentemente, los términos «tarde» y «mañana» se emplean para designar la parte oscura y la parte clara de cada dí­a de 24 horas. El 7º dí­a Dios terminó su obra y descansó (Gen 2:2). Sobre este hecho histórico se basa el mandamiento del sábado: «Recuerda el dí­a del sábado para santificarlo… Pues en seis dí­as hizo Yahvéh el cielo y la tierra, el mar y todo cuanto contienen» (Exo 20:8, 11, BJ). Este mandamiento y su razón de ser tienen sentido sólo si la creación original ocupó la misma cantidad de tiempo como el intervalo entre 2 sábados, es decir, 6 dí­as literales. El empleo que Dios hizo de 7 dí­as para la semana de la creación es, en realidad, el origen del ciclo semanal como lo tenemos hoy. No hay otra explicación satisfactoria para esta división del tiempo. I. Informe bí­blico. Al salir de las manos del Creador, la Tierra estaba «desordenada y vací­a», envuelta en oscuridad, la que desapareció, sin embargo, ante la palabra de Dios (Gen 1:2, 3). «Y separó Dios la luz de las tinieblas», con lo que comenzó el ciclo incesante del dí­a y de la noche (vs 4, 5). El 2º dí­a Dios creó la atmósfera y separó una parte de la gran masa de agua de la tierra inconclusa, y evidentemente la distribuyó por encima y alrededor de ese cuerpo como nubes o una envoltura de vapor (vs 6-8). El 3er dí­a, las «aguas», que hasta entonces habí­an cubierto la esfera terrestre completa, se reunieron «en un lugar» y apareció la tierra seca. Dios vistió de inmediato la tierra con vegetación y árboles de diversas clases (vs 9-12), los que eran regados posteriormente, dí­a tras dí­a, por «un vapor» o rocí­o (2:5, 6). El reino vegetal fue provisto por Dios para alimento de los animales, las aves y el hombre (1:29, 30). Luego la Biblia menciona la creación de 2 grandes luminarias en el dí­a 4º: el Sol y la Luna, para iluminar la tierra y para «señales para las estaciones, para dí­as y años». Dios «hizo también las estrellas» (vs 14-19; muchos creacionistas postulan que estos astros pudieron haber sido creados antes y llegaron a ser visibles ese dí­a). Las criaturas marinas y aéreas de toda clase, desde las mayores y más complejas hasta las formas menores y más sencillas, fueron creadas el 5º dí­a (vs 20-23). Todas las demás formas de vida «según su género, bestias y serpientes y animales de la tierra según su especie» aparecieron sobre la tierra el 6º dí­a (vs 24, 25); también el hombre fue creado ese dí­a (vs 26, 27; 2:7). Como hogar y lugar de trabajo para la pareja, Dios «plantó un huerto en Edén, al oriente» (2:8, 15). En ese jardí­n estaba el árbol de la vida y el «árbol de la ciencia del bien y del mal», cuyo fruto el hombre no debí­a tocar ni comer (vs 9, 16, 17). La mujer fue formada a partir de una costilla tomada del costado de Adán (vs 21, 22). La creación culminó con la santificación del 7º dí­a como un monumento a la semana de la creación y como dí­a de descanso fí­sico y espiritual para el hombre (Gen 2:2, 3; Exo 20:8-11; Isa 58:13). Muchos comentadores afirman que Gen 2:4-3:24 constituye un informe separado y diferente de la creación realizado por un autor distinto, escrito en un perí­odo posterior el relato de 1:1-2:3. Tal suposición es superflua. El cp 2, con toda lógica, se puede considerar una 258 ampliación de ciertos detalles que podrí­an no haber sido apropiados al informe sucinto del cp 1. Sin esta información adicional, nuestro conocimiento del estado edénico habrí­a sido realmente incompleto (véase CBA 1:213-216, 233-235). II. Relato de la creación entre las naciones antiguas. Entre los súmeros y los babilonios, la creación estaba relacionada con una lucha primitiva entre los dioses. Se la menciona en varios mitos, el más importante de los cuales es el babilónico (llamado Enûma elish, «Cuando en lo alto»). Cuenta cómo el dios Apsû, «Caos», habí­a cansado al sabio dios Ea, hasta el punto que éste mata a Apsû. Eso causa la ira de la consorte de Apsû, Ti’âmat, quien consigue seguidores entre los dioses malos y hace preparativos para vengar la muerte de su esposo. Los dioses buenos que apoyan a Ea nombran a Marduk como su representante para luchar contra ella. El relato cuenta extensamente la lucha entre Marduk y Ti’âmat, que termina con la muerte de ésta. Marduk entonces crea con su cadáver los cielos y la tierra, pone las luminarias en el cielo para regular las estaciones, y finalmente crea al hombre con la sangre de Kingu, el principal de los seguidores de Ti’âmat. Aparte de que el relato babilónico está desprovisto de valores éticos y presenta a los dioses en forma extremadamente antropomórfica, le falta la secuencia ordenada de la narración bí­blica en la que un acto de la creación sigue a otro en forma lógica, y donde toda la obra termina mediante la palabra del Todopoderoso en 6 dí­as, con la culminación del 7º dí­a como sábado, un dí­a de reposo. Los pocos paralelos que existen entre el relato de la creación de la Biblia y los de los pueblos de la Mesopotamia muestran que cuando se originaron esos mitos todaví­a habí­a un vago recuerdo de lo que habí­a ocurrido al comienzo de la historia de este mundo. Pero no más que eso, y parece ilógico sostener, como muchos eruditos creen, que el autor del Génesis tomó prestado su relato del mito babilónico. El concepto egipcio de la creación del mundo y de la humanidad está aún más alejado de la historia bí­blica. Por ejemplo, algunos textos mitológicos afirman que el hombre fue creado con las lágrimas del dios-sol, Ra. Además, hay ilustraciones que presentan al dios Khnum formando a los seres humanos sobre el torno de un alfarero (fig 139). Las cosmogoní­as de los fenicios, los iranios y otros pueblos antiguos también hacen referencia a la creación del mundo y de la humanidad, pero no tienen paralelos con el relato bí­blico de la creación, y en la mayorí­a de los casos presentan conceptos tan absurdos que no vale la pena analizarlos aquí­. 139. El dios egipcio Khnum pintado en el tiempo de Luxor como modelando al rey Amenhotep III y a su doble sobre una rueda de alfarero. Bib.: Sobre los relatos babilonios de la creación, véase Alexander Heidel, The Babylonian Genesis [El Génesis babilónico] (Chicago, 1951), 2ª ed., y ANET 60-72. Sobre los mitos egipcios de los orí­genes, véase ANET 3-7. Sobre las cosmogoní­as de otras naciones, véase A. Jeremí­as, The Old Testament in the Light of the Ancient East [El Antiguo Testamento a la luz del Antiguo Oriente] (Nueva York, 1911), t 1, pp 155-173. III. Creación y evolución. Los evolucionistas suponen que hace varios miles de millones de años un conjunto fortuito de circunstancias produjo la formación de una cantidad de moléculas orgánicas importantes para los procesos vitales. Estas moléculas, a su vez, se combinaron para formar moléculas mayores como las proteí­nas y el complejo material genético llamado ADN. Después, estos materiales formaron alguna forma sencilla de vida. El muy fortuito conjunto de circunstancias necesarias para producir todos estos pasos hace que la idea sea increí­ble. Aunque los libros escolares de ciencia a menudo la exponen, carece de verificación y no se la debe confundir con el trabajo cientí­fico normal, generalmente sujeto a altas normas de objetividad. Sólo se puede sostener esta idea si se busca explicar todo sobre una base estrictamente natural. Muchos hombres de ciencia reconocen la dificultad del origen espontáneo de la vida. 259 Keosian afirma: «La célula heterotrófica más sencilla es una unidad estructural y metabólica compleja de partes y procesos quí­micos armoniosamente coordinados. Su ensamblaje espontáneo a partir del medio, aun suponiendo que estuvieran presentes simultáneamente todas las partes, lo que es altamente improbable, no es una posibilidad creí­ble». Por su parte, Yockey dice: «Debemos concluir que, contrariamente al conocimiento establecido y corriente, todaví­a no se ha escrito un libreto que describa el génesis de la vida sobre la tierra por el azar y por causas naturales que puedan aceptarse sobre la base de hechos y no de la fe». Aun si se dieran las circunstancias extremadamente fortuitas necesarias para el origen espontáneo de la vida, y que algunas formas simples se pudieran desarrollar repentinamente, subsistirí­a el problema del origen de las complejas formas superiores a partir de células sencillas. Para responder a este problema, los evolucionistas generalmente invocan el mecanismo de la supervivencia del más apto, propuesto por Darwin. Según este concepto, las pequeñas variaciones beneficiosas que sufren los organismos en la competencia por sobrevivir, se seleccionan entre las caracterí­sticas menos aptas que tienen otros organismos. Tanto los creacionistas como los evolucionistas creen que existen pequeñas variaciones en la naturaleza, pero el mecanismo de la supervivencia del más apto no hace provisiones adecuadas para el desarrollo de formas superiores que tienen nuevas partes integradas y sistemas complejos. Las unidades individuales de las partes o los sistemas trabajan juntas entre sí­, y solas serí­an inútiles; en realidad, tendrí­an un valor negativo para la supervivencia hasta que todo el sistema complejo estuviera evolucionado y pudiera funcionar con provecho. Por ejemplo, ¿por qué los organismos desarrollarí­an un mecanismo de control en el cerebro para los músculos del ojo si no existieran esos músculos en el ojo, o viceversa? El organismo que tuviera de sobra músculos inútiles en el ojo estarí­a en desventaja en comparación con un organismo que no los tuviera, y, por lógica, serí­a eliminado por los competidores que no tuvieran esa adición inútil. Lo mismo se podrí­a decir de los procesos metabólicos quí­micos, que serí­an un agregado inútil hasta que todos los pasos se hubieran desarrollado (por evolución) para tener un producto final útil. Estos ejemplos se podrí­an multiplicar muchas veces tanto en número como en complejidad. Las partes no usables en el desarrollo de sistemas complejos serí­an una desventaja que se deberí­a eliminar por la selección natural. Los creacionistas también señalan que las mutaciones que causan esos pequeños cambios en los organismos son, en abrumadora mayorí­a, perjudiciales. Una mutación benéfica por cada 1.000 mutaciones perjudiciales es una cifra muy generosa. La escasez de buenas mutaciones subraya aún más la poca plausibilidad de producirse a la vez la cantidad de cambios necesarios para producir un mecanismo complejo nuevo y útil. Por ello, el concepto de la supervivencia del más apto como medio para desarrollar organismos complejos y superiores tiene problemas muy serios. El registro de la vida pasada que nos ofrecen los fósiles en los sedimentos de la tierra deberí­a darnos una pista acerca de si existió o no la evolución de organismos sencillos a más complejos. En estos registros tampoco encontramos los organismos intermediarios entre los tipos básicos de seres como sugiere la teorí­a general de la evolución. Los libros de texto de biologí­a dan unos pocos ejemplos de cambios menores (como la tan publicitaria serie del caballo), pero los paleontólogos más famosos han reconocido la ausencia continua de fósiles intermedios entre los tipos principales de organismos. Simpson afirma: «Esta ausencia regular de formas de transición… es un fenómeno casi universal, como lo han observado desde hace mucho los paleontólogos», y Gould dice que «todos los paleontólogos saben que el registro fósil contiene realmente muy pocas formas intermedias; las transiciones entre los grandes grupos son caracterí­sticamente abruptas». Los paleontólogos han tratado de explicar estas brechas sobre la base de una falta de conservación de los organismos intermedios, concepto difí­cil de sostener, ya que se han encontrado miles de millones de fósiles bien conservados. ¡La idea exigirí­a que la conservación de todos estos fósiles ocurriera sólo cuando no estuviera en marcha la evolución! Véase Diluvio IV. Una segunda explicación es que los grandes cambios repentinos entre los grupos básicos ocurrieron produciendo «monstruos promisorios» o un tipo completamente nuevo; por ello, aparecen muy pocos o ningún fósil intermedio. Esta idea no ha sido convalidada por los hechos y afrenta problemas genéticos casi insuperables. Merrill señala aun otros escollos de este modelo, incluyendo el hecho de que tales cambios fortuitos serí­an sumamente escasos y que en «las series de reproducción sexual este individuo solitario del nuevo orden serí­a como una voz en el desierto, buscando 260 su compañera, que no existe, por lo que el orden originado en un paso llegarí­a a extinguirse en el siguiente». Por otra parte, el modelo creacionista predice la ausencia total de fósiles intermedios, que es lo que precisamente acontece. Mucha de la evidencia que usan los biólogos para sostener la evolución se basa en la suposición de que las similitudes de estructura, bioquí­micas, de desarrollo, etc., se deben a relaciones evolutivas. Este argumento no proporciona evidencia alguna en favor de la evolución, puesto que la creación por un único diseñador producirí­a una evidencia similar. La similitud puede significar una descendencia de antepasados comunes o un diseñador único. Así­, al considerar los hechos básicos de la naturaleza -el problema del origen espontáneo de la vida, los problemas de la producción de formas de vida más complejas y las brechas entre los tipos básicos de fósiles-, pareciera que la ciencia tiene muy poco que ofrecer a los evolucionistas en apoyo de su teorí­a. IV. Esfuerzos para armonizar posturas antagónicas. En un intento por conciliar el registro bí­blico de la creación con los conceptos evolucionistas, muchos eruditos cristianos adoptaron diversos puntos de vista comprometidos entre el creacionismo y el evolucionismo. Estas ideas conservan el concepto de un Dios, pero permiten el desarrollo de la vida a lo largo de enormes perí­odos de tiempo. 1. Dí­a-era. En este punto de vista se consideran los dí­as de la semana de la creación como largos perí­odos de tiempo, tal vez hasta millones de años. Los que proponen esta idea sostienen que durante millones de años la tierra estuvo «desordenada y vací­a»; luego, en la 2ª era, apareció el firmamento y la tierra seca. La siguiente era vio la creación de la vida vegetal, mientras la 4ª trajo la luz del Sol. Las últimas 2 eras proveyeron a la tierra con vida vegetal y animal. La creencia en esta teorí­a a menudo está asociada con la siguiente filosofí­a. 2. Evolución teí­sta. Muchos sostienen que hace miles de millones de años Dios hizo la Tierra, y que a su debido tiempo creó sobre ella la vida en forma sencilla. Durante las edades siguientes usó el proceso de la evolución para desarrollar las formas más complejas. 3. Creación progresiva. Esta idea sugiere que Dios, a lo largo de extensos perí­odos, creó repetidamente formas de vida progresivas y más avanzadas, aunque sin usar el proceso de la evolución como propone la evolución teí­sta. Aunque estos conceptos de compromiso entre el creacionismo y el evolucionismo son bastante populares, presentan numerosos problemas. En general, su valor como explicación es escaso, por cuanto no encuentran apoyo en la ciencia ni en la Biblia. La ciencia no indica que éstas sean las formas como Dios desarrolló la vida sobre la tierra, ni lo hacen las Escrituras. Es contraria al registro del Génesis y al 4º mandamiento, y suponen algunos conceptos atribuidos a la naturaleza de Dios que son diferentes de los atributos asignados a él en la Biblia. El Dios de amor que conocemos, ¿usarí­a el proceso de la supervivencia del más apto, que supone la eliminación de competidores, para desarrollar formas más avanzadas de vida? ¿No parecerí­a sin sentido que él creara centenares de miles de especies, que ahora no están representadas, sólo para dejarlas extinguir? Además, si el hombre aparece muy tardí­amente en la escena (suponiendo largas eras) y el sufrimiento (en la forma de predación) aparece mucho más temprano, hay que explicar la entrada del pecado antes de la aparición del hombre. Aunque se pueden postular explicaciones para los contrasentidos anteriores, tienen muy poco apoyo en las ciencias o en las Escrituras. Algunos hombres cultos, con preparación cientí­fica, han considerado el relato de la creación y encuentran que es la mejor explicación existente para toda la realidad que los rodea. Notan que si se está dispuesto a aceptar el hecho de la existencia de un Dios que obra milagros -y es difí­cil explicar algunos aspectos de la naturaleza de otra forma- no es más difí­cil creer que él creó la vida con formas complejas que creer que creó una sola célula sencilla de la cual surgieron las demás formas. Y no es más difí­cil creer que estas formas complejas se produjeron en un momento que creer que hubo largas eras para su evolución. En consecuencia, no encuentran dificultad en creer que, en el transcurso de 6 dí­as literales, Dios creó todos los antepasados de todas las plantas y animales de la tierra. Señalan, sin embargo, que desde la creación, han aparecido muchas especies nuevas y variedades que no son exactamente iguales a sus antecesoras, hecho que no está en contradicción con el registro del Génesis. Estas formas nuevas surgieron, como lo confirma la ciencia, mediante una combinación de factores como mutaciones, aislamiento geográfico e hibridación. Pero tales formas son tan similares a sus antepasadas que se las puede rastrear hasta ellos sin grandes dificultades. Bib.: John Keosian, «Life’s Beginnings- Origin or Evolution?» [El comienzo de la vida: ¿Origen o evolución?] en J. Oró et. al., eds., 261 Cosmochemical Evolution and the Origin of Life [La evolución cosmoquí­mica y el origen de la vida] (Holanda, Dordrecht, 1974), I: 291; H. P. Yockey, «A Calculation of the Probability of Spontaneous Biogenesis by Information Theory» [Un cálculo de probabilidades de la biogénesis espontánea por la teorí­a de la información], Journal of Theoretical Biólogo [Revista de Biologí­a Teórica] 67 (1977):396; G. G. Simplón, Tempo and Mode in Evolution [Ritmo y modo en la evolución] (Nueva York, 1944), p 107; S. J. Gould, «The Return of the Hopeful Monsters» [El retorno de los monstruos promisorios], Natural History [Historia Natural] 86:6 (Junio-Julio, 1977):24; David J. Merill, Evolution ad Genéticas [Evolución y genétical (Nueva York, 1962), pp 294-296. Crema. Véase Manteca.

Fuente: Diccionario Bíblico Evangélico

(Falsedad). Aldea en la región de Judá, en la Sefela. Se mencionan a varios varones de allí­ que †œdominaron en Moab y volvieron a Lehem, según registros antiguos† (1Cr 4:22). Otra traducción dice †œse casaron y volvieron a Lehem†. Otra dice: †œen Moab y Jashubilehem†.

Fuente: Diccionario de la Biblia Cristiano

(probablemente: Mentiroso).
Lugar del territorio de Judá donde residí­an los descendientes de Sélah, el hijo de Judá. (1Cr 4:21, 22.) La mayorí­a de los eruditos opinan que Cozebá y Aczib (†œKezib† en algunas versiones), mencionado este último en Génesis 38:5 y Josué 15:44, son el mismo lugar, y sobre esta base se ha identificado tentativamente con Tell el-Beida (Horvat Lavnin), situado a 5 Km. al OSO. de Adulam. Parece ser que a los hombres de Cozebá se les incluye en la expresión †œellos eran los alfareros†. (1Cr 4:23; véase ACZIB núm. 1.)

Fuente: Diccionario de la Biblia