(-> mujer, patriarcalismo). En el relato ejemplar de Je 19,1-20,6, como motivo de una durísima lucha entre dos grupos israelitas, se empieza hablando de una concubina violada.
(1) Una mujer violada. El relato comienza hablando de un levita de la montaña de Efraín, que tenía una esposa pilegesh, que, según la tradición posterior, traducimos y presentamos también aquí como concubina, aunque no era concubina en el sentido moderno, sino una mujer que conservaba su libertad en el matrimonio y que, por eso, actuando conforme a su derecho, había vuelto a vivir a casa de su padre (matrimonio patrilocal), en Belén de Judá, sin que su marido pudiera hacerla volver por la fuerza (ella sigue siendo una mujer independiente, no está sometida a un matrimonio virilocal). El marido no puede obligarla, pero quiere llevarla de nuevo libremente y así lo hace, con su consentimiento (al menos tácito), sin que el padre, con quien convive algunos días, intervenga. En el camino de vuelta, el levita pernocta con su esposa y su criado en Gibah, de la tribu de Benjamín, donde un emigrante efraimita, extranjero en el lugar, les ofrece alojamiento. Por pasión homosexual o por deseo de humillarle, los benjaminitas de la ciudad quieren violar al levita; pero él se resiste y, apoyado por su hospedero, les entrega a su esposa, a la que violan a lo largo de la noche. «Ellos la violaron y abusaron de ella toda la noche hasta el amanecer, y la dejaron al rayar el alba. Cuando amanecía, la mujer vino y cayó delante de la puerta de la casa de aquel hombre donde estaba su señor, hasta que fue de día. Y levantándose de mañana su señor, abrió la puerta de la casa y salió para seguir su camino. Y la mujer, su esposa, estaba tendida ante la puerta de la casa, con sus manos sobre el umbral. El le dijo: Levántate, y vámonos. Pero ella no respondió. Entonces el hombre la cargó sobre el asno, se puso en camino y se fue a su pueblo. Cuando llegó a su casa, tomó un cuchillo, y sujetando firmemente a su esposa, la cortó en doce pedazos y los envió por todo el territorio de Israel. Y todos los que lo veían, decían: ¡Jamás se ha hecho ni visto cosa semejante, desde el día en que los hijos de Israel subieron de la tierra de Egipto hasta hoy! ¡Consideradlo, deliberad y manifestaos!» (Je 19,1-30).
(2) La identidad de la mujer violada. Esta mujer-pilegesh no es concubina, sino esposa legítima que conserva su propia libertad en el matrimonio y que por eso había podido marcharse de casa del marido para habitar con su padre. En ningún momento se dice que haya defraudado a su marido o le haya sido infiel, sino que ha utilizado sus derechos. Pues bien, cuando accede a volver con su marido (que probablemente tiene más esposas legítimas), éste se porta con ella de un modo cobarde y cruel, aunque conforme a los códigos de honor masculino de aquel tiempo: en vez de acceder al deseo de los benjaminitas y de dejarse violar, les entrega a la mujer. Sabiamente, el texto no comenta nada: no habla de la cobardía o egoísmo del levita, que entrega a la mujer para salvarse de su humillación, ni deja hablar a la mujer que cae extenuada ante la puerta, después de una noche de sufrimiento, sino que nos transmite sólo el mandato del levita que le ordena, de un modo imperioso: «Â¡Levántate, vámonos!». Los benjaminitas querían violarle a él, pero es ella la que ha sufrido, y parece que no importa. Sólo cuenta el marido, que, en vez de defenderla, la ha entregado en manos de unos violadores, que quieren vengarse de él, no de ella. Evidentemente, no es un héroe, ni un defensor de su mujer; sólo defiende su honor y por eso la mata porque ha sido violada por todos, mandando los trozos de su carne a las tribus y suscitando así una guerra durísima, en defensa de su honor de marido violado, no del honor ni de la vida de su mujer. Estrictamente hablando, se podría suponer que ella estaba muerta, desde el momento en que cayó a la puerta de la casa y no respondió a la voz del marido que le dijo: «Levántate y vámonos».
(3) Una guerra por la honra del marido. La mujer podría estar muerta, pero todo el ritmo del relato, estudiado de un modo narrativo, está indicando que ella sigue biológicamente viva, aunque en su honor se encuentra muerta, por culpa de los benjaminitas, pero, sobre todo, por culpa de su marido, que al fin la mata biológicamente, para hacer la guerra, no por ella (en defensa de su mujer), sino por él, en defensa de su honor (argumento de Je 20). Esta es la clave del relato. El levita y los restantes guerreros de Israel no hacen guerra contra Benjamín por defender el honor o la vida de la mujer violada, sino la honra del marido, y en esa guerra matan a todas las mujeres (¿qué culpa tienen ellas?), no a los maridos violadores. El marido/levita, sacrificador oficial, ha inmolado a su esposa (como cosa de su propiedad), después de que él mismo ha dejado que la violen. Ella no ha tenido palabra, ni antes ni después: no ha podido decir nada, ni cuando su esposo la entregó en manos de los violadores (para estar así él seguro), ni cuando cayó desfallecida a la puerta de la casa donde su marido ha pasado la noche, sin haberse dejado violar, como querían los habitantes de la ciudad.
Cf. M. Bal, Death and Dissymetry, The Politics of Coherence in the Book ofJudges, University of Chicago Press 1988.
PIKAZA, Javier, Diccionario de la Biblia. Historia y Palabra, Verbo Divino, Navarra 2007
Fuente: Diccionario de la Biblia Historia y Palabra