La palabra †œconcilio† se traduce del griego sunedrion y siempre se refiere al †¢Sanedrín. Pero en la historia de la iglesia se utilizó el término para señalar a ciertas reuniones o asambleas de líderes cristianos, regularmente obispos, que se celebraban para tratar asuntos generales de doctrina o disciplina eclesiástica. Tras aplicar esta designación a muchas asambleas de esa naturaleza, se hizo costumbre decir que la reunión de †œlos apóstoles y los ancianos† en Jerusalén que se describe en Hch. 15 fue †œel primer c.† de la iglesia cristiana.
Esa reunión estuvo motivada por el conflicto surgido entre los primeros cristianos a causa de que †œalgunos de la secta de los fariseos, que habían creído† (Hch 15:5) querían obligar a los gentiles a circuncidarse y a guardar la ley de Moisés. Era inconcebible para un judío practicante que alguien tuviera acceso a la santidad de Dios y la salvación prescindiendo de los ritos mosaicos. Ante esa dificultad, la respuesta que dieron los apóstoles con experiencia entre los gentiles fue señalar que el Espíritu Santo también había sido derramado sobre los no judíos. Ante ese hecho innegable no había argumento posible. Cuando Pedro habló, así lo expuso (†œDios … les dio testimonio, dándoles el Espíritu Santo lo mismo que a nosotros† [Hch 15:8]). Si el Señor no les exigió otra cosa ¿por qué lo harían los creyentes de Jerusalén? Dios, agregó Pedro, †œninguna diferencia hizo entre nosotros y ellos† (Hch 15:9). Terminó diciendo que la salvación era por fe tanto para judíos como para gentiles (Hch 15:11).
mucha discusión, pero finalmente habló †¢Jacobo, que opinó que no se debía inquietar †œa los gentiles que se convierten a Dios†, sino escribirles para †œque se aparten de las contaminaciones de los ídolos, de fornicación, de ahogado y de sangre† (Hch 15:19-20). Así se hizo, enviando las cartas por medio de †¢Bernabé, Pablo, Judas y †¢Silas. De este modo se reafirmó el pensamiento de los cristianos en cuanto a la salvación por gracia y, al mismo tiempo, se eliminaron los problemas prácticos que podrían existir para la comunión entre judíos y gentiles creyentes a causa de tradiciones o costumbres de los primeros.
Fuente: Diccionario de la Biblia Cristiano
ver, AHOGADO, FORNICACIí“N, IDOLATRíA, SANGRE, HISTORIA BíBLICA
vet, Al haber abatido Dios el muro de separación entre gentiles y judíos, y al tener entrada los gentiles en la iglesia de Dios (Hch. 11:1-18; cp. Ef. 2:11-22) se planteó el problema de que muchos de los judíos que habían creído insistían en que los creyentes procedentes de la gentilidad debían circuncidarse y guardar toda la ley de Moisés (Hch. 15:1), oponiéndose vigorosamente a esto Pablo y Bernabé, se planteó finalmente esta cuestión ante la iglesia en Jerusalén. Después de vivas discusiones y habiendo dado testimonio Pedro, Pablo y Bernabé de todo lo sucedido, e insistiendo ellos en la verdad de la salvación por la gracia, Jacobo dio la decisión final y definitiva de parte de Dios, de que los creyentes procedentes de la gentilidad quedaban exentos totalmente de la ley. Solamente debían guardar aquellos preceptos que eran vinculantes a toda la humanidad, como es abstenerse de la idolatría y de toda comunión con ella, de comer sangre (Gn. 9:4), prohibición hecha a Noé, y en él a todas las naciones, de ahogado, por la misma razón que lo anterior, y de fornicación (cp. 1 Co. 6:18, 20) Fuera de estas cosas necesarias (Hch. 15:28) los creyentes de la gentilidad quedaban libres de todas las cargas en la libertad de Cristo. (Véanse AHOGADO, FORNICACIí“N, IDOLATRíA, SANGRE). Es de señalar aquí que frente a las pretensiones de la iglesia de Roma en el único Concilio que hallamos en la Biblia vemos que no es Pedro, sino Jacobo, el que define y da la decisión divina (Hch. 15:19 cp. v. 28). No está pues en absoluto justificado el encabezamiento que da la Biblia de Herder a esta sección: «Roma locuta, causa finita», (oída Roma, el tema queda resuelto), sino que se enfrenta abiertamente al contenido del texto. La causa fue oída en Jerusalén, no en Roma, y la persona usada por Dios para dar Su consejo y decidir la cuestión de una manera definitiva fue Jacobo, y no Pedro, que ocupó el lugar de un testigo, y no, ciertamente, de presidente. (Véase HISTORIA BíBLICA, (d), C).
Fuente: Nuevo Diccionario Bíblico Ilustrado
(-> Iglesia, Pedro, Santiago, Pablo). Existían según el libro de los Hechos dos líneas eclesiales: la iglesia de Jerusalén, que quería mantener su identidad judía (como iglesia de la circuncisión); las iglesias helenistas, abiertas a los gentiles, que no se sentían obligadas por el conjunto de la ley judía. Ambas iglesias se aceptaban y reconocían, pero quedaban problemas pendientes y algunos de Jerusalén quisieron impo ner la circuncisión a los cristianos de la gentilidad, en Antioquía (cf. Hch 15,1-3). Pues bien, en ese contexto, la iglesia de Antioquía envió a Jerusalén a sus delegados (Pablo y Bernabé), para que resolvieran el problema, celebrándose allí una reunión o concilio de líderes cristianos, conforme al orden y temas que siguen.
(1) El problema. «Y algunos descendieron de Judea y enseñaban: Si no os circuncidáis conforme al rito de Moisés, no podéis salvaros. Y como hubiera gran disensión y debate (los de Antioquía), determinaron que Pablo y Bernabé, y algunos otros de ellos, subieran a Jerusalén, a los apóstoles y presbíteros, para tratar esta cuestión» (Hch 15,1-2). Está en juego la identidad de la Iglesia: si los creyentes de la gentilidad deben circuncidarse se vuelven judíos y de esa forma la misma Iglesia viene a convertirse en una secta o agrupación intraisraelita. El problema no puede resolverse por revelación particular de Dios, ni apelando a la enseñanza de Jesús, que no trató directamente de ello, sino dialogando desde el Evangelio.
(2) Discusión. «Cuando llegaron a Jerusalén, fueron recibidos por la Iglesia, apóstoles y presbíteros, y dijeron todo lo que Dios había hecho con ellos. Pero algunos creyentes de la secta de los fariseos se levantaron diciendo: hay que circuncidarlos y que guarden la Ley de Moisés. Entonces los apóstoles y presbíteros se reunieron para considerar el asunto» (Hch 15,4-6). Dentro de la Iglesia tienen función de presidencia y discernimiento dos grupos: los apóstoles (que Lucas identifica con los Doce, aunque falte al menos Santiago el Zebedeo, ya asesinado: cf. Hch 12,2) y los presbíteros*, representantes de la autoridad emergente de Jerusalén, presididos, sin duda, por Santiago*.
(3) Pedro, Bernabé y Pablo. «Tras mucho debate, se alzó Pedro y dijo: Hermanos, sabéis que al principio, cuando estaba con vosotros, Dios quiso que los gentiles oyeran por mi boca el Evangelio y creyeran. Y Dios, conocedor del corazón, dio testimonio al darles el Espíritu Santo como a nosotros, sin distinción, purificando por la fe sus corazones… La multitud calló y escuchaban a Bernabé y Pablo, relatando las señales y prodigios que Dios había hecho» (Hch 15,7-12). Pedro habla como representante de la iglesia más antigua (= de los doce* apóstoles), ofreciendo su experiencia, avalada por el Espíritu. Frente a la ley anterior, que separa, se eleva el Espíritu que une a judíos y gentiles en comunidad. El conjunto de la Iglesia (no sólo apóstoles y ancianos) escucha con asentimiento a Pedro, mientras Bernabé y Pablo cuentan su experiencia. Se ha establecido el diálogo.
(4) Santiago. «Cuando acabaron de hablar, respondió Santiago: Escuchadme, hermanos. Simón ha relatado cómo, al principio, Dios tuvo a bien tomar un pueblo para su Nombre entre los gentiles. Y esto concuerda con los profetas: Levantaré tras esto la tienda caída de David… (Am 9,11-12). Por tanto, juzgo que no molestemos a los gentiles convertidos, sino que les escribamos que se abstengan de lo contaminado por los ídolos, de fornicación, de lo estrangulado y de sangre…» (cf. Hch 15,13-21). Tras Pedro (= los Doce), habla Santiago, representante de los presbíteros. Pedro apelaba al Espíritu Santo y a su experiencia en el origen de la Iglesia, Santiago a la Escritura, y con ella muestra que la salvación rnesiánica de los gentiles responde a la esperanza más antigua de Israel (con cita de Amos). La concordancia entre Espíritu (Pedro) y Escritura (Santiago) garantiza el valor de los cristianos gentiles, a los que Santiago sólo pide que (por Ley y paz comunitaria) cumplan unas normas de tipo alimenticio y familiar, que solían vincularse al pacto universal de Noé (Gn 9,1-17). Así apoya, desde el mismo judeocristianismo, la existencia de un cristianismo-gentil. Como vínculo de unión comunitaria (no sólo espiritual o teológica) quedan esas normas de pureza (que la Iglesia posterior se ha sentido libre de no cumplir).
(5) Acuerdo y carta. «Entonces pareció bien a los apóstoles y presbíteros con toda la Iglesia escoger algunos de ellos (Judas y Silas), para enviarlos con Pablo y Bernabé y mandaron esta carta: Los apóstoles y hermanos presbíteros a los hermanos gentiles… salud. Puesto que hemos oído que algunos de entre nosotros, a quienes no autorizamos, os han inquietado con palabras, perturbando vuestras almas, nos pareció por común acuerdo, enviaros a algunos… Porque nos ha parecido bien al Espíritu Santo y a nosotros…» (Hch 15,22-28). El acuerdo está asumido por la iglesia y avalado de modo especial por los apóstoles (con Pedro) y los ancianos (con Santiago). Se ha logrado tras larga disputa, con la mediación de los dos líderes. De esta forma ha expresado Lucas el sentido básico de la autoridad eclesial como expresión de una experiencia compartida en la que viene a revelarse el mismo Espíritu de Dios: «Â¡Nos ha parecido bien al Espíritu Santo y a nosotros!». Desde ahí podemos decir que la Iglesia es una asamblea teologal: los hermanos se juntan y dialogan los problemas a la luz del mensaje de Jesús, de manera que pueden afirmar y afirman que les asiste el Espíritu Santo. Esta es una asamblea participativa: Dios habla en el diálogo fraterno. Este es el modelo cristiano de gobierno, en una Iglesia establecida, que no puede resolver los problemas mágicamente, ni apelar a una instancia exterior (oráculo de Dios, revelación privada o decisión particular de un dignatario). Los hermanos deben reunirse y dialogar: sólo allí donde comparten la palabra, conforme al evangelio (misión) y para bien de todos, se revela el Espíritu.
Cf. R. BAUCKHAM, «James and the Jerusalem Church», en The Book ofActs IV. Palestinian Setting, Eerdmanns, Grand Rapids MI 1995, 450-475; F. MUSSNER, Petras und Paulas Pole der Einheit, QD 76, Friburgo 1976, 36-39.
PIKAZA, Javier, Diccionario de la Biblia. Historia y Palabra, Verbo Divino, Navarra 2007
Fuente: Diccionario de la Biblia Historia y Palabra
Concilio de Jerusalén es el nombre que se le da comúnmente a la reunión concertada entre los delegados de la iglesia de Antioquía (dirigidos por Pablo y Bernabé) y los apóstoles y ancianos de la iglesia de Jerusalén, para considerar problemas que habían surgido como consecuencia de una gran afluencia de gentiles conversos en la iglesia (Hch. 15.2–29). Muchos comentaristas consideran que esta reunión es la misma que se describe en Gá. 2.1–10; nuestro punto de vista, empero, es que en Gá. 2.1–10 Pablo se refiere a un encuentro anterior que él y Bernabé tuvieron con Jacobo el Justo, Pedro, y Juan, en el que los dirigentes de Jerusalén reconocieron la vocación y la posición de Pablo y Bernabé como apóstoles a los gentiles. (Para la opinión de que se trata de una misma y única ocasión, véase * Cronología del Nuevo Testamento, sección II.d.)
I. La ocasión
El rápido progreso del evangelio entre los gentiles en Antioquía (Hch. 11.19ss), como también en Chipre y Asia Menor (Hch. 13.4–14.26), representaba un serio problema para los creyentes judíos conservadores de Judea. Los apóstoles habían consentido en que Pedro evangelizara a la familia de Cesarea porque había habido evidentes muestras de aprobación divina (Hch. 10.1–11.18), pero si la propagación del evangelio entre los gentiles continuaba en la misma escala pronto habría más gentiles que judíos en la iglesia, con la amenaza consiguiente a las posibilidades de mantener un nivel moral cristiano. Para este problema muchos cristianos judíos no tenían más que una solución. Los gentiles convertidos debían ser admitidos a la iglesia en la misma forma en que se admitía en la comunidad de Israel a los gentiles prosélitos: debían ser circuncidados y debían aceptar la obligación de guardar la ley judaica.
Hasta ese momento dichas condiciones no les habían sido impuestas a los gentiles convertidos. Pareciera que a Cornelio y los de su casa no se les dijo una sola palabra sobre la circuncisión, y cuando Tito, un cristiano gentil, visitó Jerusalén con Pablo y Bernabé en la ocasión anterior, la cuestión de circuncidarlo ni siquiera se mencionó (Gá. 2.3). Ahora, sin embargo, algunos judíos celosos de la ley en la iglesia de Jerusalén decidieron obligar a los cristianos gentiles de Antioquía, y de las iglesias que se habían formado alrededor de ella, a aceptar el yugo de la ley. La presión resultó tan efectiva en las iglesias recientemente fundadas en Galacia que Pablo tuvo que mandar a dichas iglesias la urgente protesta que conocemos como la Epístola a los *Gálatas. En la propia Antioquía ocasionaron una controversia tan grande que los líderes de la iglesia decidieron que la cuestión se ventilase y se resolviese en el mas alto nivel. Consecuentemente, se celebró el concilio de Jerusalén (ca. 48 d.C.).
II. Solución de la cuestión principal
El debate lo inició el partido farisaico de la iglesia de Jerusalén, al insistir en que los gentiles convertidos debían ser circuncidados, y que se les debía exigir el cumplimiento de la ley. Luego de mucha discusión, Pedro recordó al concilio que Dios ya había mostrado su voluntad en cuanto a esta cuestión, cuando concedió el Espíritu Santo a Cornelio y su familia sobre la base de su fe sola. Pablo y Bernabé apoyaron el argumento de Pedro informando sobre la forma en que Dios había bendecido de modo semejante a un gran número de gentiles que habían creído mediante el ministerio de ellos. Luego Jacobo el Justo, líder de la iglesia de Jerusalén, sintetizó el debate y expresó su opinión de que no debía imponérseles condiciones a los gentiles convertidos, salvo la condición de su fe en Cristo, con lo cual Dios ya había mostrado claramente que estaba plenamente satisfecho. Las ciudades gentiles, agregó, no estaban desprovistas de testigos de la ley mosaica; pero el ingreso de los gentiles en la iglesia del Mesías era el cumplimiento de la promesa de que el tabernáculo caído de David sería restaurado nuevamente, y que su soberanía sería restablecida sobre las naciones gentiles (Am. 9.11s).
III. Una cuestión práctica resuelta
Una vez que la cuestión de principio se solucionó de un modo que debe haber satisfecho completamente a la delegación de Antioquía, restaba darle solución a una cuestión práctica, que afectaba la comunión diaria entre judíos y gentiles convertidos en los casos en que existían comunidades mixtas. Habría de considerarse señal de gracia y cortesía el que los cristianos gentiles respetasen ciertos escrúpulos judíos. En consecuencia, por sugerencia de Jacobo, la carta en la que los líderes de Jerusalén informaban a las iglesias de los gentiles en Siria Cilicia (incluyendo la de Antioquía) acerca de las decisiones adoptadas terminaba con una advertencia de que debían abstenerse de ciertas clases de comidas que para sus hermanos de extracción judía resultaban ofensivas, y aceptar el código judaico tocante a las relaciones entre los sexos. Sin tales concesiones de parte de los cristianos gentiles, hubiera habido graves dificultades prácticas para que pudieran disfrutar de una comunión plena con los cristianos judíos a la mesa. (Si se tiene presente que en aquellos días la Cena del Señor se celebraba regularmente como parte de una comida general de confraternización, se comprenderá la importancia que revestía esta cuestión.) No hay verdadero peso en la afirmación de que Pablo no hubiera aceptado comunicar dichas condiciones a sus conversos gentiles (como se dice que hizo en Hch. 16.4). Cuando no se veían comprometidos los principios básicos Pablo era el más conciliatorio de los hombres, y repetidamente recalca a los cristianos la obligación de respetar los escrúpulos de los demás en tales asuntos (cf. Ro. 14.1ss; 1 Co. 8.1ss). No obstante, cuando los corintios le pidieron a Pablo que dictaminara sobre la cuestión de los alimentos ofrecidos a los ídolos, apeló a principios básicos y no a la ordenanza de Jerusalén.
Pasadas una o dos generaciones, la situación que hizo necesario el concilio de Jerusalén y la carta apostólica de Hch. 15.23–29 desapareció, y el texto occidental de Hch. adapta la carta a una nueva situación, modificando los requerimientos y dándoles una dirección más puramente ética: requiriendo que el cristiano se abstenga de la idolatría, del derramamiento de sangre, y de la fornicación. Pero en su forma original los requisitos fueron observados por los cristianos en la Galia y en el N del África hasta entrado el ss. II, y fueron incorporados por Alfredo el Grande en su código legal inglés hacia fines del ss. IX.
Bibliografía. J. Kurzinger, Los hechos de los Apóstoles, 1974; J. Roloff, Hechos de los Apóstoles; A. Wikenhauser, Los hechos de los Apóstoles, 1973; W. Barclay, Hechos de los Apóstoles (El Nuevo Testamento comentado), 1974; Diálogo teológico, Nº 5, abril de 1975.
W. L. Knox, The Acts of the Apostles, 1948, p . 40ss; C. S. C. Williams, The Acts of the Apostles, 1957, pp. 177ss; E. Haenchen, The Acts of the Apostles, 1971, pp. 440ss.
Douglas, J. (2000). Nuevo diccionario Biblico : Primera Edicion. Miami: Sociedades Bíblicas Unidas.
Fuente: Nuevo Diccionario Bíblico