CONCEPCION POR EL ESPIRITU

1.Mateo

(-> genealogí­as, Marí­a, madre de Jesús, encamación, nacimiento, Espí­ritu Santo). El relato de la concepción y nacimiento de ese Cristo incluye diversos aspectos de carácter teológico y antropológico, cristológico y eclesial que se deben precisar con cierto detalle. Así­ lo haremos, fijándonos en los dos evangelios que han desarrollado el tema: Mateo y Lucas. Empezamos por Mateo.

(1) Rasgos básicos. El evangelio de Mt no quiere contar simplemente una historia, sino confesar un misterio de fe, y lo hace de forma simbólica y paradójica, después de haber presentado la genealogí­a de Jesús, a través de José, insertando en ella la trama y función de cuatro mujeres irregulares (Tamar*, Rahab*, Rut*, Betsabé*) a través de las cuales se expresa la acción providente de Dios. «El nacimiento de Jesucristo fue así­: Estando desposada Marí­a su madre con José, antes que cohabitaran, se halló que habí­a concebido del Espí­ritu Santo. José su esposo, como era justo, y no querí­a infamarla, quiso abandonarla en secreto. Y mientras pensaba en esto, he aquí­ un ángel del Señor que se le apareció en sueños y le dijo: José, hijo de David, no temas recibir a Marí­a tu mujer, porque lo que en ella es engendrado es del Espí­ritu Santo. Dará a luz un hijo y le pondrás por nombre Jesús, porque él salvará a su pueblo de sus pecados. Todo esto sucedió para que se cumpliese lo dicho por el Señor por medio del profeta: Una virgen concebirá y dará a luz un hijo y le pondrá por nombre Emmanuel, que significa Dios con nosotros…» (Mt 1,18-23).

(2) Conflicto de fondo. Podemos destacar los tres aspectos más significativos del texto, (a) Estamos ante un nacimiento irregular. En clave de ley, desde el punto de vista de José, que es Hijo de David y portador de su promesa israelita, el surgimiento de Jesús resulta contrario al orden patriarcal, situándose en las fronteras del mayor pecado posible, que es el adulterio o ruptura del orden familiar, (b) El esposo/padre José, que quiere abandonar a Marí­a, dejándola a su suerte, con el hijo en las entrañas, es el signo del mejor judaismo (nacionalismo o legalismo religioso de cualquier tipo), que es capaz de abandonar a otros hombres o mujeres cuando no caben en los supuestos religiosos y sociales que marcan el sentido de su vida, (c) Presencia superior de Dios. En contra de lo que podí­a esperar un judaismo legal y patriarcalista, Dios se expresa y actúa a través de esta mujer irregular, Marí­a, fecundándola por medio de su Espí­ritu Santo. Ciertamente, el justo José es un hombre bueno, pero actúa por ley, dentro de unos esquemas de nación y familia sagrada, que identifica la presencia de Dios con la obediencia a las estructuras de legalidad que defienden al propio grupo. Pues bien, el Dios de Marí­a supera los esquemas de esa legalidad y viene a mostrarse como creador de vida, por medio del Espí­ritu Santo, de manera que puede definirse como «Dios con nosotros». Sólo en esa perspectiva se puede hablar de una conversión y fe de José: allí­ donde parecí­a reinar el orden de los padres de familia, según buena ley (patriarcalismo), emerge la más alta presencia y acción de Dios, por medio de Marí­a, mujer y madre, que aparece como signo de la fecundidad de Dios, en lí­nea de gratuidad. Por eso, José (varón israelita) debe convertirse, superando la ley de los varones, para aceptar la más alta acción y presencia creadora de Dios en Marí­a. (3) Más allá del patriarcalismo. Los tres aspectos anteriores se encuentran vinculados: la presencia directa de Dios, expresada por la acción del Espí­ritu Santo en Marí­a, supera el nivel de paternidad humana (israelita, masculina) de José. Naciendo de Marí­a virgen, Jesús desborda el patriarcalismo legal en que se mueve la genealogí­a anterior de los varones, abriéndose a la universalidad de lo humano. Por eso, debemos afirmar que el origen de Jesús resulta legalmente irregular. Por medio de José, Jesús será asumido en la familia israelita, pero no por sangre, sino por obediencia a Dios y por decisión creyente, en la lí­nea de aquello que Pablo ha llamado la descendencia según la promesa, y no según la carne (Rom 9,8). Siendo judí­o (como muestra su genealogí­a anterior de varones y su misión dirigida al pueblo de la alianza: cf. Mt 1,21), Jesús viene a presentarse desde ahora como más que un simple judí­o, como nuevo ser humano. Según eso, el evangelio de Mateo ha proyectado sobre la concepción aquellos dos rasgos que Pablo habí­a presentado y separado en Rom 1,3-4: (a) Jesús es Hijo de David según la carne; (b) Jesús es Hijo de Dios por la resurrección. Según Mt 1,18-25, Jesús nace al mismo tiempo como Hijo de David israelita (como hijo de José) y como Hijo de Dios (por la acción del Espí­ritu en Marí­a).

(4) Rasgos centrales. Desde esa perspectiva podemos destacar los tres momentos centrales del pasaje, (a) Marí­a, su madre, estaba encinta, por obra del Espí­ritu Santo (1,18). No se dice cómo ha sido, no tiene que decirse, aunque por todo el contexto sabemos que la acción maternal de Dios sobrepasa el nivel legal-patriarcal de los varones, para inscribirse en el plano más hondo de una maternidad plena, representada por Marí­a, en la que se expresa y despliega el mismo poder de Dios. Lucas 1,26-38 ha presentado el diálogo de Dios con Marí­a. Mateo 1,18-23 ha preferido dejar la función de Marí­a en un rico silencio apofático. Este es el nivel del mito-misterio, que no ha de entenderse como irracionalidad, sino como protorracionalidad: como origen y fuente de donde brotan todas las palabras. El ser humano no inventa su vida, ni logra encerrarla por leyes patriarcales, pues la fuente de la vida es el Espí­ritu de Dios, que se expresa aho ra de forma ejemplar por medio de Marí­a, (b) Su padre humano, que aparece como Hijo de David (Mt 1,20), ha de acoger ese misterio en fe, superando el patriarcalismo genealógico y dejándose transformar por el Espí­ritu de Dios que obra en Marí­a, pues el nacimiento y obra de Jesús desborda el nivel de esperanza nacional, apareciendo como misterio de fe, por encima del nivel de los datos legales y biológicos. La ley judí­a ha regulado de forma minuciosa (alguien dirí­a obsesiva) la identidad patriarcal de los varones, que quieren asegurar con toda fuerza su poder (su propiedad) sobre los hijos, imponiendo así­ una serie de normas muy detalladas sobre la sexualidad (sangre menstrual, pureza…) de las mujeres. José supera ese nivel, apareciendo así­ como creyente que acoge la obra de Dios y no como patriarca que define y regula con su acción la realidad (la vida humana), (c) El relato nos sitúa ante el misterio de la creatividad suprahistórica e histórica de Dios, que siendo fuente de vida primigenia/eterna se ha expresado, de forma ejemplar y para siempre, en el signo maternal de Marí­a, dentro de la historia. Según las promesas, Jesús ha nacido como sperma o descendiente de Abrahán (cf. Gal 3,15-20), del esperma de David según la carne, pero ha sido constituido Hijo de Dios en poder, según el Espí­ritu de Santidad, por la resurrección de entre los muertos (Rom 1,3-4). Pues bien, según Mateo 1,18-25, todo eso se ha dado y revelado en el misterio de la concepción de Jesús, aceptada fielmente por José: al aceptar la obra del Espí­ritu de Dios y acoger a Marí­a como nueva madre mesiánica, José debe superar el nivel de la filiación israelita, recibiendo como Mesí­as de Dios (e hijo propio) al hijo de Marí­a. Así­ podemos hablar de una conversión cristológica de José.

CONCEPCIí“N POR EL ESPíRITU
2.Lucas

El relato de la concepción de Jesús en Lc 1,26-38, elaborado en forma de anunciación*, ofrece una de las claves simbólicas más importantes para entender el conjunto de la Biblia cristiana. La novedad del relato de Lucas, frente al de Mateo, es que pone en el centro a Marí­a, que aparece y actúa co mo persona, con responsabilidad individual, escuchando a Dios y dialogando con él, en colaboración de fe. A Lucas no le importa ya la «conversión de José-Israel», como a Mateo, sino la experiencia del diálogo y encuentro de Dios con Marí­a, como lugar de revelación del misterio.

(1) El texto (Lc 1,26-38): «Al sexto mes el ángel Gabriel fue enviado por Dios a una ciudad de Galilea, llamada Nazaret, a una virgen desposada con un varón que se llamaba José, de la casa de David; y el nombre de la virgen era Marí­a. Y entrando el ángel en donde ella estaba, dijo: ¡Salve, agraciada! El Señor está contigo; bendita tú entre las mujeres. Mas ella, cuando le vio, se turbó por sus palabras, y pensaba qué salutación serí­a ésta. Entonces el ángel le dijo: Marí­a, no temas, porque has hallado gracia delante de Dios. Y concebirás en tu vientre, y darás a luz un hijo, y le pondrás por nombre Jesús. Este será grande, y será llamado Hijo del Altí­simo; y el Señor Dios le dará el trono de David su padre; y reinará sobre la casa de Jacob para siempre, y su reino no tendrá fin. Entonces Marí­a dijo al ángel: ¿Cómo será esto pues no conozco varón? Respondiendo el ángel, le dijo: El Espí­ritu Santo vendrá sobre ti, y el poder del Altí­simo te cubrirá con su sombra; por lo cual también el Santo que nacerá será llamado Hijo de Dios. Y he aquí­ tu parienta Isabel que también ha concebido un hijo en su vejez; y éste es el sexto mes para ella, la que llamaban estéril; porque nada hay imposible para Dios. Entonces Marí­a dijo: He aquí­ la esclava del Señor; hágase en mí­ según tu palabra».

(2) División del texto. El ángel Gabriel (ángel*, anunciación*) se identifica con el mismo Dios que actúa. Teniendo eso en cuenta, el texto se puede dividir en tres partes, (a) Introducción (Lc 1,28). Dios saluda (¡Ave, alégrate!) y Marí­a se extraña y turba porque ese saludo rompe los esquemas normales de palabra y cortesí­a de este mundo. Suele ser el inferior el que comienza presentando sus respetos; aquí­ es Dios, ser Supremo, quien se inclina ante Marí­a y le ofrece su presencia, (b) Promesa y objeción (Lc 1,29-34). Dios le tranquiliza (¡no temas!), prometiéndole precisamente aquello que Marí­a, como buena israelita y madre, habí­a deseado más que nada sobre el mundo: ¡conce birás, tendrás un hijo, será grande, y Dios mismo le dará el trono de David su padre! Su hijo cumplirá la esperanza de Israel, el sueño y deseo de la humanidad entera. Pero Marí­a se atreve a objetar al mismo Dios: ¡no conozco varón! De tal forma se coloca en manos de Dios y purifica su deseo que, queriéndolo todo (al mismo Dios), parece que no quiere nada (ni el encuentro normal con un varón), (c) Espí­ritu de Dios y voluntad de Marí­a (1,35-38). Dios acepta piadoso y reverente el argumento de su «amiga» Marí­a. Ella le ha dicho que no quiere encerrarse simplemente en la lí­nea de generaciones de la historia, como una mujer más en la espiral de deseos y conocimiento de varones. Dios lo acepta y responde a Marí­a diciéndole que ponga su vida a la luz del más hondo deseo divino: ¡vendrá el Espí­ritu Santo sobre ti…! Al escuchar esa propuesta, ella responde reverente y admirada: ¡hágase en mí­ según tu palabra! Desde ahí­ podemos interpretar ya el pasaje.

(3) El protagonismo de Marí­a. Ella es una virgen (parthenon), es decir, una muchacha joven capaz de concebir. Está desposada con un hombre de la casa de David, es decir, con un pretendiente mesiánico. Esto significa que puede tener hijos. Pues bien, en esa situación se introduce Dios (el ángel de Dios), diciéndole que concebirá y dará a luz un hijo que «será Hijo del Altí­simo y se sentará en el trono de David, su Padre» (1,31-32). La palabra del ángel se sitúa dentro de una lí­nea rnesiánica israelita, en el contexto de las promesas de David, cuyo hijo será rey universal sobre los hombres. Pero Marí­a, que antes se habí­a turbado ante la presencia del ángel (Lc 1,29), responde ahora con toda claridad y plantea una cuestión que sitúa la propuesta de Dios sobre un plano más elevado: «¿Cómo será esto pues no conozco varón?» (1,34). El problema de fondo no es la virginidad o no virginidad de Marí­a, sino el tipo de filiación de Jesús: ¿Será simplemente Hijo de David, en el nivel del mesianismo israelita? ¿Será Hijo de un modo distinto, superando (¡no negando!) el nivel de las relaciones de filiación daví­dica? Marí­a eleva así­ la pregunta y la sitúa en un nivel que es propio de los creyentes cristianos que se sitúan ante Jesús resucitado, al que conciben ya como Hijo de Dios (cf. Rom 1,1-3). Es ta pregunta de Marí­a sirve para plantear el tema en su auténtico nivel y para confesar la novedad cristiana de la concepción o nacimiento por el Espí­ritu. Más que el aspecto biológico del tema importa aquí­ el aspecto personal, teológico: Jesús nace por gracia, en un plano de fe. Desde esa perspectiva, la pregunta de Marí­a se convierte en punto de partida de la respuesta más alta de Dios, que resuelve el tema: «El Espí­ritu Santo vendrá sobre ti, por eso lo que nazca será llamado Santo, Hijo de Dios» (Lc 1,35). Por encima del plano biológico (sobre todo conocimiento o desconocimiento de varón) se alza la presencia y obra del Espí­ritu Santo, que es acción y presencia escatológica de Dios, para quien nada es imposible (cf. Lc 1,37, con cita de Gn 18,14 en contexto de nacimiento providente). Este diálogo de engendramiento mesiánico de Marí­a con Dios, a través del ángel, constituye el momento culminante del despliegue de la fe israelita. Diversos elementos del pasaje pueden ser tradicionales (el trono de David, Jesús como el Santo…), pero en conjunto expresan algo totalmente nuevo: la posibilidad de que un ser humano se ponga del todo en manos de Dios, en cuerpo y alma, diciendo «Soy la Sierva del Señor, que se haga (= que hagamos) su Palabra» (Lc 1,38), la posibilidad de que el mismo Dios nazca como humano. De esta forma ha recogido Lucas la historia y experiencia de Marí­a, para expresar por ella un elemento básico de la fe cristiana.

CONCEPCIí“N POR EL ESPíRITU
3.Lecturas

(-> Espí­ritu Santo, Hijo de Dios). Los evangelios de la infancia (Mt 1,18-25 y Lc 1,26-38) afirman que Jesús ha nacido por obra del Espí­ritu de Dios, superando el plano cósmico de la concepción y gravidez, como ha dicho el ángel a José («lo engendrado en Marí­a, tu esposa, proviene del Espí­ritu Santo»: Mt 1,20) y a Marí­a («El Espí­ritu Santo vendrá sobre ti»: Lc 1,35). Esos textos pueden leerse y entenderse de diversas formas.

(1) Hay una lectura simbolizante de tipo antropológico. Según ella, el Espí­ritu de la concepción serí­a un signo de la acción providente de Dios que guí­a la marcha de las cosas y de un modo especial la historia humana, tal como ha venido a centrarse en el surgimiento mesiánico de Jesús: el Espí­ritu no sustituye la función biológica del padre humano, sino que actúa en un nivel de fe, de creación divina. Por eso, en plano fí­sico, Jesús podrí­a ser hijo de Marí­a y José. Pero en otro plano debemos afirmar que ha sido concebido por la fuerza del Espí­ritu, siendo por ello expresión privilegiada del misterio de Dios. Así­ se sitúan ante el tema gran parte de los cristianos protestantes de los últimos decenios.

(2) Hay una lectura espiritualista, de tipo angélico, representada de modo especial por el Corán. Según ella, el Espí­ritu Santo se identifica en realidad con Gabriel, ángel perfecto, espí­ritu purí­simo, que ha cohabitado limpiamente con Marí­a, de forma espiritual, sin contacto fí­sico. Por esa razón, el surgimiento espiritual de Jesús (nacido de un Espí­ritu Santo, no de Dios en sí­, ni de un varón terreno) es signo de fe que debí­an creer (y no han creí­do) los judí­os; ese surgimiento nos sitúa casi en un nivel de biologí­a espiritual.

(3) Hay una lectura cósmica y escatológica, que entiende el tema a partir de Gn 1,1-2. Se decí­a en el principio que el Espí­ritu de Dios aleteaba sobre las aguas del caos, para hacer así­ que germinaran, como manantial de vida cósmica. Pues bien, en los últimos tiempos, el mismo Espí­ritu de Dios ha realizado su acción en Marí­a, volviéndola fecunda, engendradora del Hijo de Dios. En esa lí­nea, Marí­a viene a presentarse como signo de la pasividad más perfecta, del más pleno acogimiento de la gracia salvadora de Dios: es la humanidad que recibe la Palabra de Dios en obediencia, la mujer que escucha en su mente (desde su mismo seno materno) la voz del misterio. En esa lí­nea pueden situarse aquellos que interpretan a la Madre de Jesús como Madre Tierra en la que habita el Espí­ritu de Dios, suscitando de esa forma al salvador.

(4) Hay, finalmente, una lectura trinitaria del misterio, y, según ella, el surgimiento divino y humano de Jesús se corresponden. El Espí­ritu Santo es potencia germinante, encuentro de amor que suscita y mantiene la vida. Así­ decimos que Dios (Padre) engendra eternamente a su Hijo por la fuerza del Espí­ritu, es decir, en el contexto (abrazo, seno) de su amor. De igual forma añadimos que Dios padre engendra o suscita a Jesús en la historia, haciendo que nazca por medio de su Espí­ritu, a través de Marí­a. No es que el Espí­ritu sea hipóstasis o simbolización femenina de Dios, como a veces se ha pensado; no es que se identifique de manera personal con Marí­a, como también se ha dicho. Pero es evidente que entre ambos (Espí­ritu y Marí­a) hay una fuerte vinculación. Por eso se puede ver a Marí­a como aquella mujer donde ha venido a expresarse de manera plena la fuerza del Espí­ritu, para que así­ surja el Hijo de Dios sobre la tierra. En ese sentido, en contra de la visión musulmana, la Concepción por el Espí­ritu no puede interpretarse como un milagro en clave de ciencia biológica, sino como una hierofaní­a personal de Dios, que se encarna o manifiesta en Jesús de Nazaret, ser humano a quien vemos, en el ámbito de la fe, como el Hijo de Dios. Así­ decimos que Jesús nace, al mismo tiempo, de Dios y de la historia, sin que un nacimiento sustituya al otro: nace totalmente de Dios y totalmente de lo humano (de Marí­a) por obra del Espí­ritu Santo. Así­ lo han contado, en perspectivas diversas y de forma insuperable, los evangelios* de la infancia (Lc 1-2 y Mt 1-2).

Cf. M. COLERIDGE, Nueva lectura de la infancia de Jesils. La narrativa como cristologí­a en Lucas 1-2, El Almendro, Córdoba 2000; R. E. BROWN, El nacimiento del Mesí­as, Cristiandad, Madrid 1982; J. C. R. GARCíA PAREDES, Mariologí­a, Sap. Fidei, BAC, Madrid 1995; J. MCHUGH, La Madre de Jesús en el Nuevo Testamento, Desclée de Brouwer, Bilbao 1978; S. MUí‘OZ IGLESIAS, Los Evangelios de la Infancia I-IV, BAC, Madrid 1987; X. PIKAZA, Dios como Espí­ritu y persona, Sec. Trinitario, Salamanca 1990; La nueva figura de Jesils, Estudios Bí­blicos, Verbo Divino, Estella 2003.

PIKAZA, Javier, Diccionario de la Biblia. Historia y Palabra, Verbo Divino, Navarra 2007

Fuente: Diccionario de la Biblia Historia y Palabra