COLERA

Jesucristo condena de una manera absoluta la actitud del hombre encolerizado, airado, irritado y furioso: «el que se irrita contra su hermano es reo de juicio» (Mt 5,22). Porque un hombre así­ es un hombre incontrolado, y, al no ser dueño de sus actos, puede cometer acciones reprobables. Hay, sin embargo, una «santa cólera», cuyo origen radica en el celo por la gloria de Dios y cuya significación estriba en la falsedad, en la hipocresí­a y en la refinada maldad de los hombres; el mismo Jesucristo fue arrebatado por ella (Mt 21,12; Mc 3,5; Jn 2,15). En el A. T. es frecuente la cólera de Dios contra todos los pecados de lesa majestad divina. > ira.

E. M. N.

FERNANDEZ RAMOS, Felipe (Dir.), Diccionario de Jesús de Nazaret, Editorial Monte Carmelo, Burbos, 2001

Fuente: Diccionario de Jesús de Nazaret

En la Biblia se usan distintos términos hebreos y griegos para referirse a la cólera. El término hebreo más común es ´af, cuyo significado básico es †œnariz; narices†, pero con frecuencia se usa en el sentido figurado de †œcólera† debido a la caracterí­stica respiración agitada de la persona acalorada. (Compárese con Sl 18:7; Eze 38:18.) Relacionada con ´af está ´a·náf, que significa †œestar enojado†. En las Escrituras Hebreas se asocia además la cólera con el calor, de ahí­ que se diga que se enciende. Otras palabras hebreas se traducen †œfuria†, †œfuror† e †œindignación†. En las Escrituras Griegas Cristianas or·gue suele traducirse †œira†, y thy·mós, †œcólera†.

La cólera de Dios. La cólera puede estar justificada o no. La cólera de Dios siempre está justificada, ya que se fundamenta en los principios dictados por su derecho a la devoción exclusiva y su constancia en sostener la verdad; está controlada por su amor a la justicia y a aquellos que la practican. La cólera divina no brota de un capricho momentáneo que más tarde ha de lamentarse. Jehová ve todos los aspectos de una cuestión y tiene un conocimiento total y completo de la situación. (Heb 4:13.) Lee los corazones, nota el grado de ignorancia, negligencia o pecado voluntario, y actúa con imparcialidad. (Dt 10:17, 18; 1Sa 16:7; Hch 10:34, 35.)

Los principios que controlan la ira divina. Dios siempre mantiene su cólera bajo control y en armoní­a con sus atributos de amor, sabidurí­a y justicia. Debido a su omnipotencia, la expresa al grado que desea. (1Jn 4:8; Job 12:13; 37:23.) Esta cólera no es fútil, sino que está fundamentada sólidamente en causas válidas y siempre cumple un propósito. Su cólera no se satisface y apacigua más que con la aplicación de sus principios. Por ejemplo, en Israel no se podí­a rescatar a un asesino. La tierra solo podí­a limpiarse y librarse del disfavor divino mediante el derramamiento de la sangre de este. (Nú 35:16-18, 30-33.) No obstante, se hizo una provisión basada en algunos sacrificios y en los servicios del sumo sacerdote para satisfacer la justicia y aplacar la cólera del vengador de la sangre previsto por Dios, cuyo corazón pudiera haberse †œenardecido†. Esta fue la provisión de las ciudades de refugio. (Dt 19:4-7.)
La cólera de Jehová tan solo se puede calmar o satisfacer una vez que la justicia se ha llevado a cabo por completo. La ira de Dios está contra toda injusticia; El no la tolerará ni exonerará de castigo al que lo merece. (Ex 34:7; Hab 1:13.) Sin embargo, los que llegan a ejercer fe pueden mitigar y apartar la cólera de Dios sobre la base del sacrificio de Jesucristo, quien llevó sobre sí­ los dolores y el castigo que con justicia le pertenecí­an a la humanidad. (Isa 53:5.) Mediante esta provisión, Jehová puede demostrar su justicia, †œpara que él sea justo hasta al declarar justo al hombre que tiene fe en Jesús†. (Ro 3:26.) De este modo se satisface por completo la justicia y además Dios tiene un fundamento para extender misericordia. La ira de Dios permanece sobre cualquiera que sea desobediente (Jn 3:36), pero cuando una persona ejerce fe, el sacrificio de Jesucristo lo salva de dicha ira. (1Te 1:10.)

Medios de expresar Su cólera y causas de la misma. Dios manifiesta su cólera directa o indirectamente. Para ello puede servirse de sus leyes naturales o usar a algunas personas como instrumentos. Aquellos que violan sus leyes morales son objeto de su ira y reciben en sí­ mismos †œla recompensa completa, que se les debí­a por su error†. Sufren un estado mental desaprobado, degradación, enfermedades, angustias y muerte. (Ro 1:18, 24, 27-32.) Cuando la autoridad gubernamental castiga a una persona por violar leyes del paí­s que son afines a las leyes divinas, ese castigo es una expresión indirecta de la ira de Dios. (Ro 13:1-4.) Jesucristo es el ejecutor principal de la cólera de Dios, que expresará cabalmente contra los inicuos. (Jer 30:23, 24; Rev 19:7-16, 19-21.)
Las malas actitudes y acciones hacia los escogidos de Dios provocan Su ira. Se enviaron plagas sobre los egipcios porque no permitieron a Israel adorar a Jehová. (Sl 78:43-50.) Mí­riam y Aarón sintieron la cólera divina por no respetar la posición en la que Dios habí­a puesto a Moisés. (Nú 12:9, 10.) La cólera de Jehová estuvo contra los jueces que oprimí­an a los de condición humilde. (Isa 10:1-4.) Los que dificultan la predicación de las buenas nuevas se hacen acreedores de la ira de Dios. (1Te 2:16.)
La adoración falsa provoca la cólera de Dios, en especial cuando su pueblo dedicado se vuelve a otros dioses. (Ex 32:7-10; Nú 25:3, 4; Jue 2:13, 14, 20; 1Re 11:8, 9.) Su cólera también se enciende debido a la inmoralidad, la supresión de la verdad, la falta de arrepentimiento, la desobediencia a las buenas nuevas, el desprecio de sus palabras, la burla a sus profetas, la codicia, la injuria, la envidia, el asesinato, la contienda, el engaño, la disposición maliciosa; así­ como por causa de los susurradores, los difamadores solapados, los que le odian, los insolentes, los altivos, los presumidos, los que maquinan cosas perjudiciales, los que desobedecen a sus padres, los que son falsos en los acuerdos, los despiadados, los espiritistas y los mentirosos. Todos estos y la práctica de todo tipo de injusticia provoca la cólera de Dios. (Col 3:5, 6; 2Te 1:8; Ro 1:18, 29-31; 2:5, 8; 2Cr 36:15, 16; Rev 22:15.)

La cólera no es Su cualidad dominante. Sin embargo, Jehová Dios es †œtardo para la cólera y abundante en bondad amorosa†. (Ex 34:6; Nú 14:18.) Quien teme a Jehová y obra justicia, recibirá misericordia de El, porque el Todopoderoso tiene en cuenta la imperfección heredada del hombre. Por esa razón, y sobre la base del sacrificio de Jesús, Jehová muestra misericordia. (Sl 103:13, 14; Gé 8:21; véase también Sof 2:2, 3.) Asimismo, reprime su cólera por causa de su nombre y a fin de que se cumpla su propósito para con su pueblo escogido. (Isa 48:9; Joe 2:13, 14.) Jehová no permanece encolerizado con los que le sirven de todo corazón, reconocen su pecado y se arrepienten. (Isa 12:1; Sl 30:5.) No es un Dios enojado, sino feliz; no es inabordable, sino agradable, apacible y sereno para con los que se aproximan de manera correcta a su presencia. (1Ti 1:11; Sl 16:11; compárese con Rev 4:3.) Todo ello contrasta con el enojo, la falta de misericordia y la crueldad, caracterí­sticas atribuidas a los dioses falsos de los paganos y que se reflejan en las imágenes de estos dioses.

¿Qué lugar tiene la cólera en la vida de un siervo de Dios?
El hombre puede expresar su cólera con razón si esta se basa en principios. En ese caso, puede mostrar apropiadamente su justa indignación. De hecho, en la Biblia se nos da el mandato: †œAborrezcan lo que es inicuo† (Ro 12:9), y se registran numerosos ejemplos de justa indignación. (Ex 11:8; 32:19; Nú 16:12-15; 1Sa 20:34; Ne 5:6; Est 7:7; véase también 2Sa 12:1-6.)
Sin embargo, la mayorí­a de las veces la cólera del hombre no está justificada y suele manifestarse sin control. A menudo tiene como origen razones insuficientes y sale a la luz sin tener muy en cuenta las consecuencias posteriores. Después que Jehová perdonó a Ní­nive, Jonás se disgustó †œy llegó a estar enardecido de cólera†. En realidad, le faltó misericordia, por lo que Jehová tuvo que corregirlo. (Jon 4:1-11.) El rey Uzí­as de Judá se enfureció cuando lo corrigieron los sacerdotes de Jehová y continuó en su derrotero presuntuoso, por lo que recibió castigo. (2Cr 26:16-21.) El orgullo imprudente de Naamán le provocó indignación y rabia, y esto casi le costó perder la bendición de Dios. (2Re 5:10-14.)

Importancia de ejercer control. La cólera injustificada e incontrolada ha llevado a muchas personas a cometer pecados aún mayores, incluso actos de violencia. †œCaí­n se enardeció de gran cólera† y asesinó a Abel. (Gé 4:5, 8.) Esaú quiso matar a Jacob, quien habí­a recibido la bendición de su padre. (Gé 27:41-45.) Enfurecido, Saúl arrojó lanzas contra David y Jonatán. (1Sa 18:11; 19:10; 20:30-34.) Los presentes en la sinagoga de Nazaret se encolerizaron por la predicación de Jesús y quisieron despeñarle. (Lu 4:28, 29.) Algunos lí­deres religiosos airados †œse precipitaron de común acuerdo sobre [Esteban]† y lo lapidaron. (Hch 7:54-60.)
Aunque la cólera esté justificada, puede ser peligrosa y producir malos resultados si no se controla. Simeón y Leví­ tení­an razón para estar indignados con Siquem por haber violado a su hermana Dina, aunque parte de la culpa era de ella. No obstante, la desenfrenada matanza de los siquemitas fue un castigo excesivo, y por eso, su padre Jacob denunció y maldijo esta expresión de cólera incontrolada. (Gé 34:1-31; 49:5-7.) Cuando una persona se encuentra bajo fuerte provocación, tiene que controlar su cólera. Las quejas y la rebeldí­a de los israelitas hicieron que Moisés, el más manso de todos los hombres, cediera a un acto incontrolado de cólera en el que no santificó a Jehová, y por el que se le castigó. (Nú 12:3; 20:10-12; Sl 106:32, 33.)
Los arrebatos de cólera están clasificados junto con otras obras detestables de la carne, como conducta relajada, idolatrí­a, práctica de espiritismo y borracheras. Todas estas impiden que se herede el reino de Dios. (Gál 5:19-21.) El habla acalorada no tiene cabida en la congregación cristiana. Los hombres que representan a la congregación en oración deben estar libres de sentimientos de ira y mala voluntad. (1Ti 2:8.) Los cristianos han de ser lentos para la ira, ya que la ira del hombre no obra la justicia de Dios. (Snt 1:19, 20.) La Biblia también aconseja: †œCédanle lugar a la ira† y dejen la venganza a Jehová. (Ro 12:19.) El hombre propenso a la ira no puede servir de superintendente en la congregación cristiana. (Tit 1:7.)
Aunque en ocasiones uno se puede enojar, y a veces por una causa justificada, no se debe permitir que esa situación derive en pecado por abrigar o mantener la irritación. No deberí­amos permitir que se pusiera el Sol estando en esa condición, pues en ese caso estarí­amos dando lugar para que el Diablo se aprovechara de nosotros. (Ef 4:26, 27.) Sobre todo si la situación se ha producido entre cristianos, hay que dar los pasos apropiados para hacer la paz o solucionar la cuestión al modo de Dios. (Le 19:17, 18; Mt 5:23, 24; 18:15; Lu 17:3, 4.) Las Escrituras nos aconsejan que vigilemos nuestras compañí­as y evitemos a quienes son dados a la ira o a arrebatos de cólera, a fin de †˜no tomar un lazo para nuestras almas†™. (Pr 22:24, 25.)
Jesucristo nos suministró el ejemplo perfecto cuando estuvo en la Tierra. En los relatos de su vida no se registra ni una sola ocasión en la que tuviera un arrebato de cólera descontrolada. Tampoco permitió que el desafuero, la rebeldí­a y el hostigamiento de los enemigos de Dios alteraran su espí­ritu y le hicieran encolerizarse con sus seguidores u otras personas. En una ocasión llegó a estar †œcabalmente contristado† debido a la insensibilidad del corazón de los fariseos y los miró con indignación. No obstante, acto seguido efectuó una curación. (Mr 3:5.) En otro momento expulsó a los que estaban contaminando el templo de Dios y violando la ley de Moisés haciendo de la casa de Jehová una casa de mercancí­as. Sin embargo, esta acción no se debió a un arrebato injustificado e incontrolado de cólera; más bien, las Escrituras muestran que obedeció a un celo apropiado por la casa de Jehová. (Jn 2:13-17.)

Evitar las consecuencias perjudiciales. La cólera no solo tiene un efecto adverso en nuestra salud espiritual, sino que afecta sensiblemente el organismo. Puede ocasionar un aumento en la presión sanguí­nea, alteraciones arteriales, dificultades respiratorias, trastornos hepáticos y alteraciones de la vesí­cula biliar y el páncreas. Según la opinión médica, la cólera y la ira se encuentran entre las emociones fuertes que agravan y hasta provocan dolencias como el asma, afecciones de la vista, enfermedades de la piel, urticarias, úlceras, así­ como problemas dentales y digestivos. La ira y la furia pueden entorpecer los procesos mentales de modo que no se pueda llegar a conclusiones lógicas ni actuar con juicio sano. Un arrebato de ira suele ir seguido de un perí­odo de extrema depresión mental. Por lo tanto, es sensato, no solo por motivos religiosos, sino también fí­sicos, mantener bajo control la cólera e ir en pos de la paz y el amor. (Pr 14:29, 30; Ro 14:19; Snt 3:17; 1Pe 3:11.)
Según las Escrituras, el tiempo del fin es un tiempo de furia, en el que las naciones se aí­ran porque Jehová toma su poder para reinar y el Diablo es arrojado a la Tierra †œteniendo gran cólera, sabiendo que tiene un corto espacio de tiempo†. (Rev 11:17, 18; 12:10-12.) En medio de esas difí­ciles condiciones, los cristianos deben controlar su espí­ritu, evitando la destructiva emoción de la cólera. (Pr 14:29; Ec 7:9.)

Fuente: Diccionario de la Biblia

(orgé)

A los ojos de los griegos, especialmente de los estoicos, la cólera es la irritación o comportamiento agresivo, digna de condenación. La Escritura, sobre todo en los libros sapienciales, condena también al que no domina el soplo de sus narices (Prov 16,32; cf. 15,18). Al contrario, el motivo de la cólera de Dios o de «las santas cóleras» aparece con frecuencia en la Escritura, ya que Dios no puede tolerar el pecado y sólo él puede retribuir y castigar al pecador: pero el Señor no es un Dios de cólera, sino de misericordia (Is 54,7-8).

Los Setenta atenúan a veces el antropomorfismo en cuestión, pero no Pablo, que insiste mucho en el motivo de la cólera divina (13 menciones, pero solamente en dos cartas: 1 Tes 1,10; 2,16; 5,9; Rom 1,18; 2,5.8; 3,5; 4,15; 5,9; 9,22; 12,19; 13,4-5). Las cartas deuteropaulinas no recogen este tema y exhortan más bien a los creyentes a no ceder a ningún movimiento de cólera (Ef 4,26.31; 6,4; 1 Tim 2,8; Tit 1,7): para casos semejantes Pablo prefiere utilizar la palabra griega thymos, que significa también «ira, arrebato» (Gal 5,20; 2 Cor 12,20).

Así­ pues, el apóstol recoge el motivo veterotestamentario de la cólera de Dios, acentuando incluso su fuerza y adoptando entonces un punto de vista objetivo (no subjetivo): la cólera divina declara la condenación del pecador y el tiempo de la cólera designa el juicio escatológico, que ha comenzado ya ahora con Cristo, antes de manifestarse por entero en el dí­a de la cólera (Rom 2,5). La palabra «cólera» se opone entonces a la de «justicia de Dios», en el sentido paulino de gesto salvador de Dios en favor de los creyentes (Rom 1,16-18); o simplemente, a la palabra «salvación» (1 Tes 5,9). Entonces el pecador, ese vaso de cólera, se convertirá en vaso de misericordia (Rom 9,22-23). Y si la ley produce el pecado y la cólera (Rom 4,15), la fe en Cristo arranca ya al creyente de la cólera que viene, y por tanto del juicio escatológico.

Al contrario, los pecadores, incluidos los judí­os perseguidores, ven cómo la cólera de Dios se abate sobre ellos (1 Tes 2,16; pero Rom 9-11 matizará luego, casi podrí­amos decir que corregirá, este juicio que habí­a hecho prematuramente). Entre tanto, el creyente no tiene que tomarse la justicia por su mano: dejad que actúe la cólera de Dios (Rom 12,19).

C. P.

AA. VV., Vocabulario de las epí­stolas paulinas, Verbo Divino, Navarra, 1996

Fuente: Vocabulario de las Epístolas Paulinas