Esta carta de la iglesia de Roma a la de Corinto, que trata sobre problemas de organización ministerial, ha sido escrita en torno al 96 d.C. y constituye el testimonio más claro de una nueva visión de la Iglesia, que se configura como sistema sacral dentro del imperio.
(1) Motivo y tema. El motivo de la carta han sido unos disturbios entre los cristianos de Corinto: algunos jóvenes parecen haber destituido a unos presbíteros (más ancianos), por razones que no quedan claras, quizá para introducir otro régimen organizativo (¿un tipo de episcopado monárquico?), quizá por diferencias doctrinales (¿una visión más gnóstica del Evangelio?). La comunidad de Roma siente que está en riesgo el orden eclesial e interviene a través de Clemente, su secretario, defendiendo a los destituidos y pidiendo a los causantes del motín que dimitan, exilándose voluntariamente, para que el conjunto de los fieles recupere el orden. La comunidad de Roma, que aún no tiene obispo, ni apela para ella a la tradición o autoridad de Pedro, se siente con autoridad para intervenir en los asuntos de Corinto, por razones de fe común, tradición apostólica (es heredera de Pedro y Pablo) y quizá (¿sobre todo?) por mimetismo político: como la administración romana interviene en los asuntos del sistema imperial, así la Roma cristiana puede intervenir en los problemas de las iglesias del imperio. Una carta de este tipo, con sus argumentos de jerarquía social, resulta impensable fuera del ámbito romano. Nos hallamos ante el primero y más duradero de todos los intentos de inculturación romana del Evangelio.
(2) Una carta «política». Todo el cristianismo occidental quedará marcado por esta sabiduría política de Roma, que se alia con la filosofía helenista y la tradición sacral de un tipo de judaismo (comunidad del templo), para ofrecer una visión unitaria y eterna del orden de la Iglesia. El autor de 1 Clem piensa que la estructura jerárquica de la Iglesia debe mantenerse muy firme, porque ella es el reflejo de un orden total, donde se engloban los seres del cielo y de la tierra. Frente al Dios es amor de la tradición cristiana (cf. 1 Jn 4,8), 1 Clem puede afirmar que Dios es orden, un sistema armonioso que incluye a los diversos momentos del cosmos, uniendo una perspectiva romana con cierto tipo de judaismo, vinculado a la organización levítica del templo, centrada en la autoridad del Sumo Sacerdote sobre los sacerdotes y de los sacerdotes sobre los levitas. De esa forma deja en silencio muchos aspectos esenciales del Evangelio (anuncio de reino y gratuidad, llamada a los pecadores y curación, apertura a los excluidos del sistema y fraternidad), como si Cristo hubiera venido para ratificar un tipo de sumisión religiosa universal. Lógicamente, 1 Clem interpreta el surgimiento de la Iglesia como resultado de una serie de envíos jerárquicos en cadena: «Jesucristo fue enviado de parte de Dios… y los apóstoles de parte de Cristo. Los dos envíos sucedieron ordenadamente conforme a la voluntad de Dios. Por tanto, después de recibir el mandato (de Cristo)… los apóstoles partieron para evangelizar que el reino de Dios iba a llegar. Consiguientemente, predicando por comarcas y ciudades establecían sus primicias, constituyéndolos, después de haberlos probado por el Espíritu, como obispos y diáconos de los que iban a creer. Pues en algún lugar la Escritura dice así: estableceré a sus obispos en justicia y a sus diáconos en fe» (1 Clem 42,2-5).’ (3) El primado de la jerarquía. Para nuestro autor, lo principal es la jerarquía, de manera que el resto de la Iglesia se sitúa en un segundo lugar: Jesús ha venido a crear la autoridad; la comunión entre los fieles resulta posterior y depende de esa autoridad. Algunos han pensado incluso que 1 Clem es un texto más romano que cristiano: ha situado la estructura de la Iglesia dentro de una visión universal de la jerarquía de los seres, que forman un sistema unificado de sacralidad y obediencia. Así pueden entenderse los cuatro momentos de su argumento para exigir la vuelta al orden en la iglesia de Corinto: filosófico (helenista), social (romano), sacral (judío) y eclesial, con una aplicación cristiana.
Cf. J. P. Martín, El Espíritu Santo en los orígenes del Cristianismo. Estudio sobre 1 Clemente, Ignacio, II Clemente y Justino mártir, PAS, Roma 1971; X. Pikaza, Las instituciones del Nuevo Testamento, Trotta, Madrid 2001.
PIKAZA, Javier, Diccionario de la Biblia. Historia y Palabra, Verbo Divino, Navarra 2007
Fuente: Diccionario de la Biblia Historia y Palabra